02/10/2018
Cuando en la madrugada del 3 de octubre
de 1968 los tanques de la División Blindada volvieron a rodar por las calles de
la capital, la mayoría de los peruanos recordamos al poeta nacional Martín Adán
Algunos años antes, también en octubre de 1948 ocurrió en el Perú un Golpe
Militar, y el ingenioso autor de “La Casa de Cartón” tuvo la idea de registrar
el hecho comentando: “El Perú, ha vuelto a la normalidad”
Y es que, en efecto, la “normalidad”,
por lo menos en la primera parte del siglo pasado, era que se sucedieran golpes
militares; y que todos ellos, fueran identificados con un mismo signo: la
represión salvaje, y el anticomunismo más desenfrenado. Todos, por cierto,
tenían un solo propósito: cautelar los privilegios de la clase dominante y
proteger los intereses del Imperio.
En 1968, sin embargo, se registraban
algunos síntomas que podían permitir una mirada distinta de las cosas. El
escenario político estaba centrado en el contrato que el gobierno Belaunde
suscribiera, en agosto de año, con la IPC, entregando el petróleo por 40 años
más a la empresa imperialista. Y por la página 11, sospechosamente extraviada,
y donde estaban anotados los números de la transacción prevista. Y había,
adicionalmente, otros graves problemas: las continuas masacres de campesinos
que luchan por la tierra en diversos ámbitos del Perú; y el desconcierto que
dejara el aniquilamiento de las columnas guerrilleras de Luis de la Puente y
sus compañeros, alzadas en armas tres años antes.
Desde inicio de los años 60 se podía
apreciar, en realidad, un cierto cambio en algunas esferas militares. El
surgimiento del CAEM –El Centro de Altos Estudios Militares-, el mismo hecho
que un uniformado -el General César Pando Egúsquiza- presidiera el Frente de
Defensa del Petróleo y luego el Frente de Liberación Nacional, en el que el
Partido Comunista era la fuerza principal; era ya un indicio más que claro de
un cambio de percepción en algunos segmentos de la institución castrense. Pero
nada de eso contó. La izquierda -y eso hay que admitirlo autocríticamente- se
dejó llevar por antecedentes y prejuicios, por su sectarismo estrecho y por su
casi nulo trabajo en el plano militar.
Y ese fue no el error de algunos, sino
de todos los segmentos del campo popular. La edición de UNIDAD –el órgano del
PC- correspondiente al jueves 5 de octubre, graficó la miopía de todos: “¡Abajo
el golpe gorila!” decía en grandes caracteres. Como integrante del núcleo
dirigente del PC en esos años, debo admitir que también fui presa de ese error.
Pesó en mí el recuerdo de las columnas militares ingresando a balazos por las
calles de Arequipa, en junio de 1950. Eso, que pude ver a tan solo dos cuadras
de la Plaza de Armas de la ciudad, incubó en mí un anti militarismo radical, y
del que no me fue fácil desprenderme. Una primera lección planteada.
Seis días después comenzaron a variar
las cosas. El 9 de octubre, la ronca voz de Juan Velasco invadió los hogares, y
despertó adhesiones. Al anunciar que ese día, y a esa misma hora, las tropas de
la I Región Militar con sede en Piura estaban ocupando los campos petroleros de
Talara y expulsando a la empresa imperialista, modificó radicalmente el
escenario. Era –dijo el Mandatario- “voluntad del nuevo gobierno, recuperar las
riquezas básicas de manos extranjeras para qué sirvieran al Perú, y a los
peruanos”. Pero aun así, fue preciso que nueve meses después -en junio del 69-
se diera la Ley de Reforma Agraria, para que el país tuviera conciencia plena
de lo que implicaba un genuino Proceso que ya estaba en marcha.
¿Fue lo que hizo Velasco, una
Revolución verdadera? No fue una Revolución Socialista, sin duda; pero sí una
auténtica Revolución Nacional Liberadora, de fuerte contenido anti feudal, anti
oligárquico y anti imperialista. Nacionalizó las más importantes empresas
norteamericanas, acabó con el latifundio, expropió los complejos
agro-industriales de la costa, arrebató a los sectores más reaccionarios los
medios de comunicación, creó la Comunidad Industrial y Minera, generó la
existencia de un poderoso sector estatal de la economía, alentó la propiedad
social, decretó la estabilidad de los trabajadores en el empleo y respetó en lo
fundamental los derechos sindicales. Mantuvo relaciones con todos los países
del mundo –sobre todo con la URSS y con Cuba- y mantuvo una política exterior
independiente y soberana; y fue solidario con otros procesos y luchas de
nuestro continente y en el campo de los países No Alineados. Pero de todo,
quizá lo más importante, fue su prédica revolucionaria, patriótica y anti
imperialista, que supo anidar conciencia en amplios sectores de la vida
nacional. La dinámica del proceso, una segunda lección.
No fue, sin embargo, un proceso
homogéneo. Su vitalidad, radicaba en su carácter de Gobierno Institucional de
la Fuerza Armada. Pero, dialécticamente, esa era también su debilidad. Tenía
que avanzar, pero estaba obligado a hacer concesiones y girar lentamente sobre
su eje, para mantener su unidad. Una experiencia a considerar
Esa realidad, se mantuvo incluso en los
momentos más trascendentes del proceso. Velasco se dio maña para imponer sus
posiciones más definidas, pero debió ir depurando las instituciones armadas,
aunque no pudo completar la tarea. En la Marina, predominaron los sectores más
conservadores, y aun fascistas, que nunca ocultaron sus prejuicios anti obreros
y anti comunistas. No obstante, en esa rama hubo jefes de primer nivel y de
probada consecuencia como Dellepiani, Arce Larco o Faura Gaig, contra los que a
CIA organizó atetados terroristas. Y en la Fuerza Aérea, hombres como Pedro
Sala Orosco, o Rolando Gilardi, supieron entenderse con los trabajadores y los
sectores más avanzados de la sociedad.
En el IV Congreso de la CGTP –el más
importante evento de la época- los trabajadores expresamos nuestras inquietudes
por lo que considerábamos un “Gobierno heterogéneo en el que coexistían en
equilibrio más o menos precario, fuerzas distintas, y aun contrarias”. Eso
explicaba muchas cosas. Entre ellas, la decisión del Gobierno de crear el
SINAMOS para promover una participación digitada de la población; desdeñar a
los partidos de izquierda fundar la CTRP para paralelizar el trabajo sindical
de la CGTP; dar nacimiento al “Movimiento Laboral Revolucionario”, una suma
fascistoide de grupos ligados al APRA a través del general Tantalean Vanini. Y
también, por cierto, tener una actitud autoritaria –e incluso represiva- contra
algunos sectores laborales. Una segunda experiencia: preservar siempre la
independencia de clase de los trabajadores.
Eso, sin embargo, nunca nos impidió
tomar partido alentando activamente a los sectores más progresistas de la
Fuerza Armada, con los que fue posible avanzar. Con seguridad, ellos mismos no
estaban originalmente dispuestos a marchar tan adelante como los
acontecimientos lo impusieron. Y es que operó allí la dinámica de un proceso
que todos sabían cómo comenzó, pero que nadie intuía realmente dónde habría de
concluir. Para los comunistas, la tarea era impulsar los cambios y hacer
avanzar al país uniendo al pueblo y organizando a las masas, creando conciencia
y sentimiento de clase, promoviendo y alentado las luchas sociales y
reivindicativas. Era esa -a nuestro juicio- la manera de sembrar condiciones
para un escenario en el que la Clase Obrera tuviera una función más definida y
se afirmara una Revolución Socialista, El pueblo debe prepararse mejor. Una
experiencia decisiva
Los años del velasquismo, fueron los
más ricos y trascendentes de la historia nacional. Un líder demócrata cristiano
de posiciones avanzadas, diría ya en 1978 –dos años después de la caída de
Velasco y ejerciendo el mando Morales Bermúdez, que la diferencia entre uno y
otro momento –la primera y la segunda fase, como se les llamaba- era evidente.
“Con Velasco hubo siete años de Revolución sin crisis. Y con Morales, dos años
de crisis, sin Revolución”, dijo en una memorable polémica con el líder
derechista del PPC Luis Bedoya Reyes.
Y es que con Velasco hubo un Plan de
Gobierno –el Plan Inca- una política coherente, un discurso progresista, un
proceso en marcha, no exento de contradicciones y errores; pero, sin duda, el
más radical y profundo que se operó en esta parte de América en aquellos años.
Hoy, 50 años después, es posible mirar
atrás, y decir con toda propiedad que quienes se jugaron por él –en uno u otro
nivel- no se equivocaron. Erraron los que, por el contrario, sabotearon,
boicotearon o combatieron el más limpio proceso vivido en la historia social
del Perú. Una verdadera lección para todos.
Gustavo Espinoza M.
Integrante del Colectivo de Dirección
de Nuestra Bandera
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