03/10/2018
León Trotsky (1879-1940)
Nadie vive 80 años de derrotas y de
frustraciones sin dejar de volverse amargado. Tantas esperanzas y tantos
reveses han hecho de trotskismo, al parecer, un espacio del rencor, de no
reconocimiento de la realidad concreta.
En sus orígenes, el trotskismo aparecía
como una crítica democrática del estalinismo y de los caminos trillados por la
URSS para sobrevivir a las ofensivas para derribar la primera revolución
proletaria del mundo. El Programa de Transición era una convocatoria a valerse
de la crisis internacional del capitalismo para promover una ofensiva
revolucionaria en escala mundial. Infelizmente, nada de eso se ha producido. El
trotskismo se ha vuelto especialista en hacer balances de las derrotas de la
izquierda, sin que pudiera agregar ninguna victoria suya, que apunte en las
perspectivas de superar la crisis de la izquierda. Al contrario, fragmentado en
múltiples corrientes, sin ninguna experiencia positiva, el trotskismo se ha
vuelto intrascendente políticamente, critico de los otros, sin capacidad
siquiera de autocrítica de sus reveses permanentes.
Lo más grave ha sido la pérdida de
reconocimiento de las diferencias en la realidad, no saber distinguir entre
gobiernos progresistas y reaccionarios. El cambalache se ha impuesto: Todo es
igual/Nada es mejor. Menem y Kirchner, Cardoso y Lula, Frente Amplio y derecha
uruguaya, Evo Morales y sus antecesores, Rafael Correa y Lenin Moreno. No
importa si la vida del pueblo ha mejorado sustancialmente, si los trabajadores
y sus organizaciones han apoyado a esos gobiernos, no importa si la soberanía
nacional se ha fortalecido, no importa si la derecha se ha unido en contra de
esos gobiernos. No importa si, donde esos gobiernos han sido derrocados, todo
ha empeorado, para el pueblo y para el país.
La teoría, al parecer, no es
instrumento para comprender las diferencias en la realidad, sino, al contrario,
para amalgamar todo. Si no corresponde a los sueños trotskistas, es traición,
capitulación, cuando no estalinismo y contrarrevolución. El trotskismo se ha vuelto
una triste expresión de las derrotas, para quien no hay derecha e
izquierda, hay gobiernos revolucionarios, trotskistas, y traidores de los
intereses del proletariado, representados por los trotskistas.
Si la práctica sigue siendo el criterio
de la verdad, nadie debiera aprender tanto de la realidad y de sus fracasos
como el trotskismo. Pero está demasiado ocupado en disparar sobre los otros
para ocuparse de sus problemas. Se valen del viejo Trotsky para buscar
legitimidad política, pero son un fracaso político reiterado.
No reconocer a la Argentina del siglo
XXI frente a la del siglo XX, es expresión de una grave miopía política. No
reconocen un Brasil de Lula distinto al de Cardoso. No se valen de la práctica
para iluminar la teoría, sino interrogan a la realidad a partir de sus teorías
permanentes. Les encanta la teoría, pero como la realidad no corresponde a sus
teorías, echan la realidad por la borda y se quedan permanentemente con sus
libros.
¿Dónde están las experiencias
victoriosas basadas en las tesis trotskistas, para que puedan evidenciar que la
práctica les da razón? ¿Qué gobiernos han seguido sus orientaciones y han
trasformado revolucionariamente la realidad? ¿Dónde, cuándo, de qué forma, con
quienes?
Los trotskismos y los trotskistas han
deslegitimado a Trotsky, un gran revolucionario y gran historiador. Enarbolan
citas para pelearse entre sí sobre quiénes son los más fieles al maestro y
quienes lo traicionan, pretendiendo siempre ser los más ortodoxos.
Habría siempre un camino
“revolucionario”, similar al de los bolcheviques en la época de Trotsky, que la
izquierda contemporánea se empecina en no seguir, en no aplicar sus métodos.
Fidel, Chávez, Lula y tantos otros, serian farsantes, “chorros, maquiavélicos y
estafaos”, se harían pasar por de izquierda, pero serian más de lo mismo.
La historia no existe para el
trotskismo, todo está congelado y sintetizado en el debate Trotsky/Stalin.
Desde entonces, la historia es una triste, burocrática y permanente repetición
de lo mismo. Ya no hay más Trotskys, apenas los que se disputan su legitima
representación, pero la historia está llena de Stalines. Difícil reconocer la
realidad concreta, contemporánea, con tanto fantasmas.
- Emir Sader, sociólogo
y científico político brasileño, es coordinador del Laboratorio de Políticas
Públicas de la Universidad Estadual de Rio de Janeiro (UERJ).
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