10/12/2018
Lo que ocurre con Julián Assange, preso
en una embajada suramericana en Londres en calidad de asilado de un gobierno
que está a punto de entregarlo a sus enemigos para que lo pongan en manos de un
verdugo, es una verdadera tragedia para los pueblos del mundo.
Es lo que sucede con Lula, pasa con
Correa, empieza a ocurrir con Petro, y puede acontecer con Evo, AMLO o con
quien se atreva a desafiar al gran capital financiero.
Son verdaderos héroes de esta época;
fueron triunfadores en momentos de gloria cuando tenían cierto poder (formal y
parcial) pero, aunque es difícil decirlo, son víctimas de una institucionalidad
y legalidad que aceptaron utilizar como medio y herramienta de lucha.
Todos han sido puestos en la picota
pública por un juez o fiscal parcializado, no fueron derrotados en justa lid,
no han sido siquiera condenados, pero están aislados y a merced del poder
plutocrático.
Assange retó el secreto criminal de las
agencias de inteligencia de EE.UU. y del capital global. Lula y Correa
distribuyeron entre los más pobres una parte de la riqueza que administraban.
Develar lo oculto y generar esperanza fue su pecado y, por ello, los castigan.
Para algunos son gajes y riesgos de la
lucha. Para otros es un mensaje abrumador que lleva al derrotismo absoluto.
Para unos más, es un problema a resolver para no caer en la trampa de una
legalidad que no se respeta ella misma. La pregunta que surge es:
¿Cómo jugar contra el dueño del casino
si además de marcar los naipes decide garrotear y encerrar a quien se atreva a
ganarle usando sus propias reglas y cartas? ¿No se debe jugar?
Antes de avanzar
Ante todo, deberíamos pensar en cómo
liberarlos de su encierro. Es posible que ellos no hayan calculado bien, se
hayan equivocado en algunas cosas, pero son de los nuestros.
También, hay que hacerles saber que
fueron cientos de millones de personas las que creímos que el gran capital
global era tan fuerte y estaba tan consolidado que no violaría su propia
institucionalidad para reprimir de la forma como lo ha hecho. Estamos
asimilando la lección.
Además, que no están solos y que
valoramos al máximo su esfuerzo y valioso trabajo. Que los traidores han salido
de sus madrigueras y quedaron expuestos.
Y que hay que evaluar con mucha
rigurosidad para avanzar sobre lo recorrido. Los pueblos no tienen más salida
que seguir luchando.
¿Por qué la oligarquía financiera
global viola su propia legalidad?
Es evidente que en las últimas décadas
los pueblos hemos avanzado y es el gran capital financiero global el que está
en problemas.
Luego de la oficialización del fracaso
del socialismo “estatista” del siglo xx (1989) que desde décadas atrás había
mostrado sus limitaciones, los teóricos del capitalismo anunciaron su triunfo
total. Pero los trabajadores y pueblos del mundo entero les dieron un rápido
mentís.
El alzamiento zapatista en 1994
inauguró un nuevo tipo de luchas sociales y políticas anti-capitalistas y se
desencadenó después el ciclo de los gobiernos progresistas de América Latina.
Las movilizaciones contra la globalización neoliberal se hicieron sentir y las
luchas por democracia real se desencadenaron por todo el planeta después de
2011 (primavera árabe, 15M, OcupaWS).
Posterior a la grave crisis económica y
financiera de 2008, la inestabilidad ha sido la constante en el mundo del gran
capital. La globalización neoliberal que traería riqueza y bienestar para todos
en la actualidad se encuentra en una profunda crisis.
El “nacionalismo de gran-potencia”
soportado en gobiernos autócratas que resurgió en Oriente después de la caída
del “socialismo”, hoy es el modelo a seguir por Occidente. El “capitalismo
asiático” se ha mostrado más efectivo y eficiente para la época actual.
Lo que se observa es que el capitalismo
del siglo xxi, que ha vuelto a formas coloniales de súper-explotación del
trabajo y de acumulación por despojo, no puede funcionar con la más mínima
democracia. Trump, Bolsonaro, Duterte, etc., son la muestra de lo que se viene
en todo el planeta.
La razón de fondo de la crisis de los
gobiernos progresistas consiste –precisamente– en la no comprensión de esa
realidad y en la infundada ilusión de que las oligarquías plutocráticas iban a
respetar los llamados “mínimos democráticos”.
De la crítica al progresismo
latinoamericano
Ahora que los gobiernos progresistas de
América Latina pasan por un ciclo difícil y regresivo empieza a ponerse de moda
una crítica despiadada y visceral de algunas izquierdas “puristas” y sectores
supuestamente “radicales”. Esa crítica tiene sesgos realmente infantiles.
Creo que la experiencia de los
movimientos y gobiernos progresistas de la región debe abordarse con mucha
mayor seriedad y rigurosidad. Ir más allá del progresismo sin cuestionar las
razones profundas de “nuestro” fracaso común, es seguir en lo mismo.
Lo denomino “fracaso común” porque así
mucha gente de la izquierda –incluida la “izquierda autonomista”– no lo quiera
reconocer, hemos contribuido de una forma u otra con ese fracaso. No le llamo
derrota, aunque podría ser en realidad una auto-derrota.
Desde hace varios años algunas personas
hemos señalado lo que consideramos “errores” cometidos por los gobiernos
progresistas y de izquierda sin dejar de reconocer los aciertos y la
intencionalidad democrática-popular de todos sus principales dirigentes.
Esos errores son: 1. Destinar el grueso
de los recursos disponibles a ampliar la cobertura de servicios públicos sin
priorizar el cambio de la matriz productiva dependiente de la exportación de
materias primas, y; 2. Debilitar la autonomía del movimiento social por medio
de la cooptación de sus organizaciones y más importantes dirigentes.
Creemos que esas dos falencias están
conectadas y soportadas por una concepción cristiana, paternalista y
asistencialista de la lucha revolucionaria. Es la base filosófica de lo que ha
sido una especie de suicidio político y de desarme espiritual de la lucha de
nuestros pueblos.
Se renunció desde los gobiernos
progresistas a lo que había sido el soporte central de nuestras luchas que
consiste en templar nuestras fuerzas en y por medio del trabajo, la
organización y la movilización para lograr las transformaciones estructurales
que requiere y exige la vida.
Profundizar la autocrítica y la
evaluación
El problema de la cooptación y el
debilitamiento del movimiento social no corresponde solo a los gobiernos
progresistas. Si las organizaciones sociales hubieran tenido la suficiente
madurez política y organizativa, habrían ayudado a orientar a los gobernantes y
fortalecido los procesos sociales y políticos desde abajo y por arriba. Por
ello, de una forma u otra, somos co-responsables.
Tenemos al frente una gran
multiplicidad de experiencias por evaluar y superar. Una de ellas es la
relación con el Estado. Pareciera que no hemos logrado entender la naturaleza
del Estado y que ingenuamente hemos intentado usarlo a nuestro favor apostándoletodo a
su “fuerza”.
En ese terreno debemos resolver varios
dilemas. Si no estamos preparados, si nuestra fuerza es débil, fácilmente el
Estado nos captura y nos introduce en su dinámica. Terminamos gestionando el
gran capital y sus instituciones, creyendo ingenuamente que lo utilizamos en
nuestro favor.
Pero, del otro lado, si
sobredimensionamos nuestra debilidad y nos negamos a luchar en el terreno del
Estado (institucionalidad), también permitimos que el monstruo capture a las
mayorías y las utilice en nuestra contra para aislarnos y golpearnos. “Ni mucho
que queme al santo, ni tan poco que no lo alumbre”, decían los abuelos cuando
querían alertar sobre los extremismos.
Hoy tenemos una serie de miradas
–diversas y complejas– de la vida (naturaleza, sociedad y pensamiento) que nos
permiten superar las concepciones dualistas y mecanicistas que han sido una
enorme carga negativa para nuestras luchas.
Para hacerlo debemos dialogar con
respeto y total honestidad.
Popayán, 7 de diciembre de 2018
E-mail: ferdorado@gmail.com /
Twitter: @ferdorado
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