Escribe: Milcíades Ruiz
“Pedirle peras al olmo” es un dicho
popular que encierra una sabiduría dialéctica. El olmo es un árbol muy parecido
al peral, pero no produce peras y entonces, se hace la comparación como un
imposible. Viene al caso, las reiteradas proposiciones por una nueva
constitución que se enarbolan en la izquierda como solución a los males
actuales de la sociedad peruana. Es cierto que muchos problemas económicos y
sociales se lo debemos a la constitución vigente y que es necesario cambiarla.
Pero, ¿Cuál es la factibilidad de esta bandera? O se trata de una falsa expectativa.
Una bandera apropiada puede encumbrar
liderazgos de manera inusitada si es que tiene eco popular. Allí está la clave
del éxito político de un movimiento, cuyas banderas son capaces de lograr el estímulo
de movilización espontánea en la población que las hace suyas. Lo vemos en el
movimiento contagioso de los “chalecos amarillos”, como lo hemos visto en la
marcha de los cuatro suyos, en las inmensas movilizaciones campesinas por la
defensa ecológica de su hábitat, etc.
Los grupos políticos podrán reunirse
con fines electorales armando frentes de cúpulas y programáticas, pero si esto
no conmueve a la población, no habrá el estímulo de identificación con el
proceso y el distanciamiento continuará. En cambio, un sentimiento compartido
como por ejemplo, la problemática generada en torno al proyecto minero Las
Bambas, puede adquirir niveles de movilización masiva hasta llegar al heroísmo.
Las banderas aglutinadoras son quizá, la principal carencia de los grupos de
izquierda. Ellas están allí, en la lucha popular, pero la izquierda, no las ve.
Una constitución es la envoltura
jurídica externa de un país. Dentro de los límites de esta envoltura la
sociedad queda organizada y sujeta a las normas de comportamiento social que de
ella se deriven. Pero este ordenamiento social no es neutro, pues obedece a la
predominancia ideológica de quienes detentan el poder. Cuba tiene una nueva
constitución en condiciones regidas por el socialismo en el poder. En nuestro país,
la constitución vigente fue establecida bajo un poder gubernamental
fraudulento, concordante con los intereses neoliberales.
El primer congreso constituyente
convocado por San Martín, que se reunió en septiembre de 1822, presidido por
Francisco Javier Luna Pizarro, ejerciendo de secretario el bisabuelo de José C.
Mariátegui, (don Francisco Javier), tuvo una composición totalmente ajena a la
población aborigen. (Entre españoles sudamericanos y peninsulares, mayormente
sacerdotes y abogados de la aristocracia virreinal). Ningún representante
de la población aborigen, mayoritaria y verdadera dueña del país, pues sus
miembros no tenían derecho a ser llamados peruanos, sino simplemente
“naturales”. Lógicamente, la primera constitución peruana tenía una ideología
impropia para la población nativa.
Entonces, si la constitución define
la naturaleza ideológica de la república porque responde a los intereses de
quienes gobiernan, se necesitará estar en condiciones de poseer el gobierno
nacional para establecer una nueva constitución que responda a nuestra
ideología. Si ese no es el caso nuestro en este momento, ¿Qué sentido tiene
agitar actualmente la consigna de una nueva constitución? ¿Qué poder tiene la
izquierda lograr este propósito?
En anterior oportunidad he mencionado
que la izquierda alcanzó su mayor bancada en el congreso que aprobó la
Constitución de 1979, con cerca de la tercera parte de congresistas, a pesar
del boicot de partidos extremistas. Si con este logro, la izquierda no tuvo
papel gravitante en la naturaleza de dicha carta magna, menos lo tendría ahora
obviamente. No existiendo garantías de una Constitución más aceptable que la
del 79, quizá lo más conveniente sería pugnar por la vigencia de esta,
suprimiendo la espuria que nos rige.
Pero supongamos que la mencionada
consigna tiene éxito y se convoca ahora a un Congreso Constituyente. ¿En qué
condiciones lo haríamos? Pues pasando por un filtro electoral condicionado para
que los representantes populares no sean mayoría. Como nos consta, el actual sistema
electoral es el que arroja legisladores de la peor especie. En este caso, la
mayoría parlamentaria sería de derecha envilecida y por consiguiente, la nueva
constitución sería producto de ella, sin que la bancada izquierdista tenga
capacidad de influir decisivamente.
Si lo que propugnamos como bandera no
es obtenido, la frustración desalienta. Por ello es necesario desarrollar una
estrategia apropiada pues aunque el objetivo pudiera estar bien planteado,
mucho depende del procedimiento estratégico a seguir. En este caso, hay que
trabajar para crear las condiciones requeridas y uno de los prerrequisitos es,
luchar para cambiar el sistema electoral vigente, que es la trabazón que impide
al acceso al poder de la representación popular. Hay pues, pasos estratégicos
previos que cumplir para conseguir las condiciones adecuadas a nuestro
propósito.
Pero aun cuando accedamos al poder y
nos propongamos una nueva constitución, nos encontraremos con la disyuntiva de
escoger si lo que conviene es una que refleje nuestra ideología o, una que
concuerde con ella pero adecuada a las actuales circunstancias del poder
mundial. Ya hemos visto lo que pasa con los gobiernos populares que intentan
independizarse y tener soberanía nacional.
Por lo expuesto, será preciso entonces,
manejar la bandera de la nueva constitución, engarzándolas con las banderas
sentidas por la población a las que deberíamos dar relevancia. Son muchas las
banderas que hay en el interior del país, donde la población tiene demandas
concretas urgentes. Pero a veces el ambiente político nos arrastra con la
fuerza de la prensa y nos olvidamos de las necesidades populares. Escapar de
estos escenarios nos puede librar del burocratismo político y de la ineptitud
que desengaña a la población.
No basta pues, enarbolar una bandera
vacía sin el contenido de nuestras propuestas que le den los atractivos
suficientes para que la población nos siga. Ningún movimiento político puede
tener sostenibilidad si no tiene los atractivos que alimenten su protagonismo.
Son incontables los casos de integraciones electorales que han sido “flor de un
día”, porque el interés no es otro que los apetitos políticos particulares, más
no, las demandas populares.
En estas condiciones, corremos el
riesgo de seguir en la misma situación, repitiendo lo ya fracasado. Los
campesinos y otros sectores populares se preguntarán: ¿Nueva constitución? Sin
atinar a interpretar la consigna porque tienen otras angustias en el primer
plano. Entonces planteo: Una nueva constitución sí, pero primero la de la
izquierda. No una nueva constitución con los viejos métodos, sino una que
revolucione nuestras filas. Salvo mejor parecer.
Febrero 2019
Otra información en https://republicaequitativa.wordpress.com/
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