PARTE III
La Violencia del Tiempo
(Novela)
Autor: Miguel Gutiérrez Correa
Comentario: Antonio Rengifo Balarezo
Lima,
Unidad Vecinal N°3,
13 de Julio
del 2017
Gutiérrez, Miguel:
La Violencia del Tiempo
Editorial Milla Batres S.A.
1ra. edición, Tres tomos,
Lima, octubre, 1991
La Violencia del Tiempo apareció,
sintomáticamente, la víspera de los 500 años de la invasión española y de la
publicación del primer tratado gramatical de lengua castellana y, a la vez, del
mundo. Su calidad corrobora la valoración de la novela hispanoamericana como
una de las mejores del mundo. En nuestro país, ha sido calificada como una de las mejores novelas del idioma ([1]).
A los
pocos meses de su publicación, Octubre de 1991, se agotó y fue reeditada. El
acierto editorial correspondió a Carlos Milla Batres; quien con intuición de
artista y empresario, se aventuró a publicar una novela de más de mil páginas y
de un autor, entonces, no tan conocido.
La novela
de Miguel Gutiérrez exacerba nuestros traumas ancestrales, revelando su
vigencia en nuestras pasiones contradictorias y antagónicas del presente. Esta obra seguramente hubiera contado con la
complacencia de Kafka, para quien solo deben leerse los libros que corroen y
hieren en lo vivo. No obstante, es
difícil substraerse al influjo de su encantamiento y a los planteamientos
conceptuales subyacentes, lo que también le confiere un efecto catártico y
reconstructivo.
La Violencia del Tiempo, como toda obra
literaria, posee legítimamente múltiples interpretaciones. A los lectores que toman habitualmente la
literatura como si únicamente fuese un ansiolítico o un estabilizador emocional
les podría resultar un revulsivo. Algo
similar les ocurriría a los que emplean exclusivamente las novelas como
divertimento o música de ameublement. En suma, no es un producto de usar y
desechar, tan propio de la sociedad de consumo.
Es una obra que -por su excelencia artística- se alza con fuerza inaudita contra las
corrientes devaluadoras de la novela contemporánea.
La Violencia
del Tiempo trata de la vida de Martín Villar, joven piurano, trigueño
mestizo; quien tempranamente descubre
que aún permanece indeleble el sello colonial de la sociedad. Sus conflictos internos no lo esterilizan;
sino, por el contrario, desencadenan
-por un lado- su irrefrenable vocación de escritor vindicativo y -por otro lado- su afán de comprender su incómoda situación a
través del entrecruzamiento de la historia social con la familiar.
Así es
como va configurando su identidad. Pero,
como la problemática de Martín no es únicamente de él sino de todos los
Martines Villar del Perú, Gutiérrez nos presenta y explica literariamente el problema de nuestro país como nación. Este importante problema tiene cabida en una
gran novela.
A contracorriente
de la tendencia andinista, el principal escenario está ubicado en la Costa
piurana; se focaliza en el pueblito de Congará.
No obstante, traspasa el contexto regional y nacional, ampliando el
horizonte involucrado: España, Francia y
Alemania. Recién la novela peruana se
quita el corsé de la circunscripción nacional
También se
despoja con gran desenfado de la pacatería que la aquejaba hasta fecha cercana.
En La Violencia del Tiempo los tabúes
son transgredidos; la irreverencia, la procacidad y el erotismo son promovidos
a sus cotas más elevadas. Y no podía ser
menos, pues se trata de un autor de lenguaje vigoroso, imaginación exuberante y
con idiosincrasia subversora. Fuera de
todo eso, Gutiérrez hace gala de un lenguaje culto, elegante y serio en función
de las circunstancias y los personajes.
Otra
novedad que aporta La Violencia del
Tiempo a la novela peruana es la cantidad de personajes. (Este es uno de los aspectos parangonable con
las novelas clásicas), Si el autor no
hubiera tenido pericia en el oficio, se les hubieran escapado a su
control; felizmente los domeñó para
hacerlos consistentes y atractivos. En
forma sinóptica son presentados en la obertura de la obra.
Las
descripciones contextuales han sido elaboradas con gran acopio de datos y con
cierto regodeo erudito; pero, afortunadamente, sin el barroquismo que
empequeñece a los personajes y sin una atmósfera sumamente recargada, que los
asfixia; ni tampoco con una fidelidad realista de la que se extraiga una
representación cartográfica o una crónica histórica. Sus descripciones cobran vida, sentido, al
unimismarse con la trama de la obra. La
transcripción ilusoria de la realidad tiene como objetivo timar al lector; sujeto que, por lo demás, está avisado. La Violencia del Tiempo logra eso y algo
más...
La novela
de Gutiérrez está preñada de formas de pensamiento o teorías de la sociedad
como pocas veces lo ha tenido novela peruana alguna. Y mayor aún es su mérito por no asemejarse a
la novela comprometida o panfletaria. A
través de los personajes se abordaban temas, problemas e ideologías que pautan
la conducta de los hombres o justifican su existencia: nacionalismo, internacionalismo, patriotismo,
racismo, humanismo, anarquismo, socialismo, religión arte, violencia político-social,
etc. Algunos personajes, como Cruz
Villar, un campesino analfabeto de Congará, se expresa de manera primaria con
sus actitudes y creencias; otros, como
Bauman de Metz, un socialista europeo, preferentemente con conceptos.
Aún cuando
los personajes militen o se comprometan en un evento histórico que los lleve a
una situación-límite, no se anulan sus universos privados; estos afloran en
algunos episodios. En cualquier caso,
los personajes se justifican o se valoran -sobre todo- como posibilidades
humanas que buscan o van tras la
consecución de sus objetivos.
En toda
novela, al configurar los personajes
-por más diversos, contradictorios y fantasiosos que fuesen- el autor proyecta su propio yo. Pero, inevitablemente, en alguno de ellos esa
proyección se empoza y contiene rasgos autobiográficos. En el caso de La Violencia del Tiempo ese es
Martín Villar, personaje-narrador que sustenta un buen tramo de la novela.
Para
apreciar a Martín Villar, en un primer momento, nada mejor que parearlo con
otro personaje: Daniel Sarango, uno de
sus amigos piuranos de la adolescencia.
Ambos son mestizos, tienen un origen bastardo y una rama indígena en su
ascendencia familiar por la que sienten vergüenza; tanto es así,
que admiran el mundo de los terratenientes. Los dos tienen la aspiración de ser
profesionales; para lo cual viajan a Lima e ingresan a la universidad en donde
asumen posiciones divergentes.
En la
universidad Católica Martín se halla socialmente desubicado. Y desde esta posición es descrito el entorno
institucional y las sensaciones de su desgarramiento interior. Hasta que una actitud de rebeldía -abandonar el salón de clase en presencia de
su profesor de historia- le confiere el
estatuto de persona; o dicho literariamente, logró erguirse sobre las más ominosas ataduras (I-22). Ahí es cuando toma forma su ideal de
convertir la escritura en un acto de vindicación. (II-114). Y, a la vez, se abre a la cultura popular y a
la memoria colectiva. Martín deserta de
la universidad e inicia su “camino de perfección”.
Los
impulsos de Martín no sólo emanan de su rencor; sino, también del amor, una
especie de amor platónico por Deyanira Urribarri, quien lo encausa. Ella y Zoila Chira -otro amor de Martín- no son figuras mayormente relevantes. Ambos
personajes -aunque polares- son propiciatorios; le sirven a Martín para
dar curso a su ímpetu narrativo.
Además de
Martín, destacan en la historia-eje, tres personajes: Cruz Villar (bisabuelo de Martín, campesino
blanco de ojos azules, heredero de la estampa de su padre, un soldado godo
desertor del ejército del Virrey La Serna), Odar Benalcazar (lujurioso y
autoritario terrateniente piurano) y Primorosa Villar (joven sumamente
atractiva, hija de Cruz Villar). Estos
tres personajes están involucrados en un asunto que a simple vista podría
calificarse de manido o simple. Dicho
brevísimamente: en el pueblo de Congará Odar
Benalcázar adquiere por trueque a la hija de Cruz Villar; lo que luego desencadena una serie de acontecimientos. Este argumento no sería trascendente, sí sólo
se hubiera presentado -para decirlo en
términos de Freud- el contenido
manifiesto; cuando lo terriblemente
maravilloso es el contenido latente o trasfondo expresado literariamente. Algunas claves interpretativas para
desentrañar la trama se hallan al inicio del tomo III: El
blasón de los Villar.
La venta por trueque de Primorosa a Odar
Benalcázar es un episodio importante del problema anidado en al alma de Cruz
Villar. Quien vivió obsesionado por la
imagen de su padre y trató, como contraparte, olvidar a Sacramento Chira, su
agraviada madre indígena. A pesar de la
gran brecha generacional, similar problema está presente en su bisnieto; aunque
diferentes son las vías de comprenderlo y los intentos de solución. Los resultados son planteados literariamente,
generando en los lectores un seguimiento expectante.
La vida de
Cruz Villar, así como la de otros personajes, está rodeada de enigmas. En su indagación Martín ha apelado al recurso
del San Pedro, alucinógeno que le produce visiones reveladoras; también recurre
a la memoria colectiva, cuyos testimonios o versiones son proporcionados por
ancianos o voces anónimas. El momento
más álgido de la obra -y mantenido con
un largo suspenso- es el acto de
contrición de Cruz Villar, luego de haber sido agraviado por Odar Benalcázar.
La lujuria
de Odar Benalcázar se hace patente por los numerosos bastardos con que ha
prodigado a la tierra piurana; pero, sobre todo, cuando posee sexualmente por
primera vez a Primorosa; cuyo relato induce a los lectores a compartir
sensaciones insospechadas. La
descripción, en poco más de una página (II-203), se lee con unción
místico-libidinal; lo que podría suscitar las consabidas reacciones
fisiológicas.
Odar Benalcázar
tenía todas las condiciones para ser feliz; pero fue “víctima inocente” de sus
propios atributos, corroborando una de las aserciones de la novela: una de
las pasiones más torturantes es la de las apetencias carnales, más allá del
amor y del arrebato placentero que lleva a la fecundación y a la vida.
(II-39)
Primorosa
Villar es una protagonista que se desenvuelve desde la adolescencia hasta la
ancianidad y muerte; en un momento de su
vida, luego de vengarse de Odar Benalcázar, se sumerge en los laberintos de la
locura, mejor dicho, su espíritu quedó perturbado para siempre.
(III-49) Un personaje de tales
características, demanda amplia sensibilidad y manejo de recursos
expresivos. Primorosa pone a prueba la
pluma de Gutiérrez.
Este autor
debe haber llegado al momento orgiástico de su actividad creativa en el
penúltimo capítulo: La Churrupaca. Ahí expone una serie de encuadres,
perspectivas, juegos y demás artificios con gran dominio del oficio e
imaginación desbordante. Es ilustrativo
el retorno de Primorosa Villar a Congará.
Con ello, los lectores “nos ganamos”, como ahora suelen decir los
jóvenes.
Aunque sin
pertenecer al relato-eje, pero contribuyendo a él, hay otro personaje sumamente
rico; es el médico rural Augusto González, un humanista, lector del filósofo
Espinoza. En la arquitectura de la
novela tiene un valioso papel. Articula
la tradición popular -que es viva y móvil- con el conocimiento científico y los
acontecimientos nacionales e internacionales.
El lenguaje del doctor González es serio, exento de refinamiento.
Casi en el
mismo rango destacable del Dr. González figura el Padre Azcárate, sacerdote
español, de amplio horizonte cultural y gran sensibilidad; aunque algo
problematizado, pues se debate permanentemente entre las solicitaciones de la
fe y la razón.
La mayoría de sus personajes se van perfilando mientras
discurre la novela. No son creados de
una sola pieza ni tampoco son puros.
Hasta un personaje en plena disolución puede, en algún momento,
contribuir con un aporte valioso. Si
bien es cierto que ninguno resulta ajeno, el lector logra aprehenderlos por
aproximaciones sucesivas. En suma, los
personajes no son estereotipados; pero, con el tiempo, podrían convertirse en
paradigmáticos.
La
referencia a pequeños detalles de los personajes -con un leguaje adecuado-
contribuye también a su caracterización.
Cuando se alude, por ejemplo, al órgano sexual de dos personajes
disímiles, el lenguaje guarda correspondencia
con las respectivas particularidades.
De ahí que a un refinado aristócrata, como Ventura Gandamo, catedrático
de historia de la universidad Católica, le otorga un trato decoroso en
concordancia a su alta investidura; para él
una locución nominativa: el parvo mirlo de Catulo (I-120). Y a un hombre fortachón, rústico y de
pocas luces; pero que destaca por un solo atributo, un apodo connotativo: Guasarpón
Boza. (II-47)
Otro
ejemplo similar es el referido a un miembro de la alta jerarquía eclesiástica;
quien, a pesar de ser un común mortal desde el punto de vista fisiológico,
todos sus actos tienen que ser eminentemente distinguidos; he aquí el
tratamiento: el señor obispo evitó otro eructo, mas no así el céfiro de una alada
ventosidad. (I-28). El lenguaje
apropiado que alude a pequeños detalles también tiene un efecto disonante. Apreciemos:
Martín Villar contemplaba por
última vez la mansión refaccionada y pintada de marrón excrementicio, donde
naciera Riva Agüero. (II-63) La
asociación cromática es precisa; pero no por eso deja de validar un antiguo
adagio: “En el detalle está el diablo”.
Pues bien,
que esos chispeantes y necesarios detalles, dejen paso para advertir una
característica de Gutiérrez mucho más importante: la de ser un escritor conceptuoso. Su novela está taraceada de conceptos o
pensamientos profundos expresados con la concisión de una fórmula. Viene a propósito el siguiente: uno
nunca es uno mismo ni se tiene la edad que se pone. (II-127) Este es un concepto matriz. De ahí que la disolución dialéctica de la
identidad inunda la obra. Penetra tanto
en la identidad personal como en la identidad nacional.
La
disolución dialéctica de la identidad la lleva hasta tal punto, que no se
detiene ni ante él mismo, como narrador.
En efecto, Gutiérrez “no existe” en su obra; su relativa ausencia es
propiciada por la prodigalidad de personajes-narradores. Por eso, la pesquisa
que conduce a su identificación quizá concluya sobreseída. Sin embargo, la sutilidad de su presencia
como el narrador de narradores es prodigiosa.
La
disolución de la identidad personal la hace extensiva a personajes que no son
mayormente influidos por el entorno familiar: sino, sobre todo, por las luchas
sociales. Es el caso de Bauman de Metz.
La disolución de la identidad la logra con una especie de técnica policiaca;
con la cual obliga al lector a una prolija pesquisa para identificar quien es
el verdadero personaje. El lector, luego
de ardua tarea, saca una provechosa lección.
(Vidas paralelas, tomo II).
Los
conceptos de Nación y Patria, que confieren identidad, también son disueltos;
y, por consiguiente, son cuestionadas las categorías de lengua, raza y
territorio. Dicha disolución se lleva a
cabo con la actuación de Agustín Benalcázar, joven terrateniente y fervoroso
patriota, y Bauman de Metz, revolucionario internacionalista; así como también, con el desenvolvimiento de
dos conflictos armados: La Guerra con
Chile (III-145/65) y La
Comuna de París (II-169/85); en donde las armas no son los únicos pertrechos
bélicos. El lector es catapultado a los escenarios de la guerra y vivencia la
intensidad conmovedora de las hostilidades, gracias a la fusión de una depurada
técnica expresiva con el alto sentido de la historia.
La
disolución de la identidad racial se lleva a cabo, específicamente, con los
aportes de dos personajes tradicionales y racistas: Ventura Gandamo de la Romaña y Sancho Dávila,
un aristócrata hispanista, y Juan Evangelista Chanduví Mechato, exponente del
indigenismo popular. Ambos creen en la
pureza de la raza, se interesan por sus genealogías y sienten orgullo de sus
antepasados. Aunque ellos no tienen la
oportunidad de enfrentarse directamente, sus ideologías -excluyentes y antagónicas- contienden y ambientan buena parte de la
novela.
Las
convicciones de dichos personajes son puestas a prueba por los hallazgos de
Martín Villar en sus investigaciones históricas. Y se evidencia también las diferencias y
jerarquías al interior de cada grupo. En
suma, Gutiérrez, debido al manejo dialéctico de la disolución de las
identidades, no desemboca en el eclecticismo, ni en el nihilismo; tampoco
propicia una reacción fundamentalista..
Entonces, cuál es su propuesta?
Llegado
aquí, es pertinente recordar que Gutiérrez es sobre todo y principalmente un
literato. En su obra se hallan ideas o
formas de pensamiento que se aprecian a la luz de una trama determinada o en un
conjunto particular de ficciones verosímiles.
Así es como contribuye a contrarrestar las verdades absolutas, el
fanatismo, los prejuicios, el maniqueísmo, las historias oficiales, etc. En ese sentido su propuesta es literaria y
novedosa: El libro perpetuo de la comunidad.
¿Libro perpetuo?
Sí porque era un libro incesante, en perenne desarrollo y reelaboración
continua; libro entregado a cada generación en usufructúo para que escriba su
propio capítulo de alabanzas y vituperios y registre su resistencia y lucha
contra el ultraje y la opresión; libro que contiene juicios contra las
generaciones indignas y los seres descastados; libro de la justicia póstuma
para que con aquellos hijos que por descubrir una nueva verdad fueron
incomprendidos, calumniados, expulsados y aun destruidos; libro, en suma, del renacimiento sin término,
porque como individuos, como padres, como hijos, como hermanos, como amantes, a
menudo olvidamos (y es justo que así sea, pues es preciso que la vida
continúe), de modo que solo los pueblos y las comunidades vigilan las tumbas e
inscriben sobre las lápidas los nombres borrados. (III-378)
Finalmente,
no debo dejar de decir que desde cualquier lugar donde hubiéramos estado, al
conectarnos con la mágica escritura de un embustero genial, hemos sido
transportados a todos los parajes y
circunstancias por la potencialidad de sus encantadoras ficciones.
Sí nos
deleitamos escuchando atentamente el chismorreo de Las Peladas Sullón en el
velorio de Santos Villar (I-57/64), también hemos actuado -al menos, quien esto escribe- sumándonos al coro de imprecaciones al señor
Obispo por haber atentado contra la religiosidad popular (II-46) o tomando
posición en las filas comuneras para luchar hasta la muerte por una gran causa
de la humanidad (II-169/85). Y aun los
reptiles piuranos nos resultan familiares; a veces nos asalta la sensación que macanches, colambos y pacasos transitan libremente por nuestro
cuerpo. En fin, continuar sería de nunca
acabar...
Lo máximo
que podríamos decirle, a quien todo eso se lo debemos, es que nos ha hecho
vivir.
----------oo0oo----------
Bueno,
después de todo, ¿quién es el narrador de narradores de La Violencia del
Tiempo?¿Quién es ese monstruo de la literatura?
Pero, contra toda expectativa, la única referencia será un simple
episodio de la vida cotidiana; que, a la vez,
revela una fobia del escritor.
(Previamente, digámonos todos, como se dijo asimismo Martín Villar: aparta
el rencor, recupera por un instante la inocencia. (III-9)
Miguel
Gutiérrez vive en un edificio multifamiliar de un barrio populoso del Cercado
de Lima (Jr. Manuel Cuadros 382, departamento 507). Ahí acude diariamente llevándole el almuerzo,
la hija de la señora que le da pensión.
Uno de esos días, a principios de Diciembre, la niña le dijo que se
había enterado que era escritor y le pidió que le escribiera un discurso para
leerlo en la ceremonia de despedida de su promoción, puesto que terminaba 5to.
año de primaria en su escuela fiscal.
El
autor de la novela peruana más voluminosa le respondió -algo atemorizado y con toda sinceridad- que le era difícil preparar discursos; pero
que ella, más bien, lo escriba tal como le salga y que él se comprometía,
únicamente, a darle un retoque. Así fue
el acuerdo. Cuando le trajo el discurso,
le dijo que se lo devolvería a las 8 a.m. del día siguiente. Gutiérrez se levantó, previsoramente, a las 5
a.m. y se puso a revisar con cuidado el
discurso para luego reescribirlo a máquina.
De esta manera cumplió con su compromiso; pero quedó exhausto, tal vez
más aún que cuando concluyó La Violencia del Tiempo.
(Antonio
Rengifo Balarezo)
Lima-1992
SIETEVIENTOS. Revista, homenaje a Miguel
Gutiérrez. Año XXV, N° 28.
Sullana, octubre 2015,
(“La Violencia del Tiempo”, comentario, pp. 51/64).
Miguel
Gutiérrez atendiendo la cola de lectores.
Autografiando la primera reimpresión de La violencia del Tiempo en un
solo tomo de 1044 pp. Lima, marzo 2014. Miguel
lo ha dedicado A la memoria de las mujeres del Perú que a través de la historia
lucharon por sus ideales de justicia.
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