Parte II
Celebración
de Miguel Gutiérrez
Miguel Gutiérrez y Antonio Rengifo
Casa de Miguel. Celebración de su cumpleaños
Por:
Ricardo González Vigil
Homenaje
al escritor piurano
que revolucionó la novela peruana.
Sacudido
por la noticia inesperada de la muerte de Miguel Gutiérrez (Piura, 1940-2016)
en la aciaga tarde del 13 de julio, me embargó la tristeza. Tuve el privilegio
de ser su amigo desde 1993; primero fui comentarista elogioso de sus novelas Hombres de caminos (1988), La violencia del tiempo (1991) y La destrucción del reino (1992), antes
de compartir inolvidables encuentros, conversaciones telefónicas,
presentaciones de libros, etc., beneficiándome con su entusiasmo por la
creación y crítica literarias, su lúcida familiaridad con las grandes novelas
de todas partes, así como su buen humor y calidez humanísima.
A la tristeza le sucedió la cólera. Ha muerto
sin el reconocimiento que merecía, conocido insuficientemente en nuestro país y
casi desconocido en el extranjero, víctima de satanizaciones ideológicas,
mezquindades y caracterizaciones inadecuadas de su obra: “sociológica”,
“politizada”, “aferrada a una novelística obsoleta”, etc. Resulta indignante
que organismos estatales como el Congreso de la República o, cuando menos, el
Ministerio de Cultura no hayan mandado representantes o mensajes de condolencia
a su velorio y cremación, ya que se trataba de uno de los escritores peruanos
más importantes del siglo XX. Igualmente, el poco espacio que le dedicaron los
medios de comunicación (algo la prensa escrita, casi nada la radio y la
televisión) y el magro público que honró sus restos en la Casona de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos y el cementerio de Jardines de la Paz
de Lurín.
Pero, poco a poco, se impuso el
agradecimiento por su contribución literaria de primer orden, la seguridad de
que el futuro le pertenece como clásico pendiente de la literatura
hispanoamericana y la novela contemporánea en general. A nuestro juicio,
ostenta más méritos que los extraordinarios Ciro Alegría, Alfredo Bryce
Echenique y Edgardo Rivera Martínez, para conformar con José María Arguedas y
Mario Vargas Llosa el trío mayor de la novela peruana.
Si Arguedas es la expresión culminante
de la tendencia indigenista y de la transculturación andina del lenguaje
novelístico (hasta llegar a rivalizar en experimentación narrativa con el boom
hispanoamericano de los años 60, en Todas
las sangres y, sobre todo, El Zorro
de Arriba y el Zorro de Abajo) y Vargas Llosa la madurez plena en el Perú
de la tendencia urbana y cosmopolita, junto con el virtuosismo en el uso de la
técnicas narrativas “modernas”, irguiéndose como voz capital del mencionado
boom (con una capacidad única para reinventarse y dialogar con los cambios
introducidos por el posboom); Gutiérrez encarna la asimilación crítica de los
aportes del boom en síntesis compleja con la narrativa anterior al boom y la
exploración de nuevos caminos (la crónica o testimonio, el texto híbrido, el
relato policial, la metaliteratura al modo de Poderes secretos –1995–, la parábola kafkiana y la distopía –Babel, el paraíso, 1993–, el erotismo
sin tabúes –el incesto entre hermanos: El
mundo de Xóchitl, 2001–, en fin) que tipifica al posboom, marco en el cual
Gutiérrez no resulta menos ambicioso y múltiple que el consagrado chileno
Roberto Bolaño.
Además, al igual que Arguedas y Vargas
Llosa, Gutiérrez fue un formidable ensayista. Comparte con Vargas Llosa la “celebración de la novela” (título
emblemático de sus ensayos reunidos) como el género por excelencia de los
tiempos modernos: espacio abierto, capaz de retratar la condición humana
entera, sin dogmas ni maniqueísmos. Pero, además, fue un gran animador
cultural, y maestro de vocaciones literarias, comparable con su amigo Oswaldo
Reynoso (fallecido hace poco): dieron vida a la revista Narración (1966-1974), leyeron manuscritos incontables de jóvenes
autores, presentaron innumerables libros, al día con la creación de Lima y
provincias. Repárese en que Gutiérrez fue de los primeros en destacar que en
este siglo XXI ha surgido una notable hornada de narradores peruanos: Narrativa
peruana del siglo XXI: hacia una narrativa sin fronteras y otros textos (2014).
Lápida
en el cementerio Campo fe de Lurín
Martín
Villar es el álter ego de Miguel.
Foto:
A. Rengifo B.
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