miércoles, 20 de febrero de 2019

MIGUEL GUTIERREZ, LITERATO MARIATEGUISTA, Parte III : LA VIOLENCIA DEL TIEMPO

PARTE III

La Violencia del Tiempo
(Novela)

     Autor:            Miguel Gutiérrez Correa

      Comentario:  Antonio Rengifo Balarezo

Lima, Unidad Vecinal N°3,
 13 de Julio del 2017


Gutiérrez, Miguel:

La Violencia del Tiempo
Editorial Milla Batres S.A.
1ra. edición, Tres tomos, Lima, octubre, 1991

         La Violencia del Tiempo apareció, sintomáticamente, la víspera de los 500 años de la invasión española y de la publicación del primer tratado gramatical de lengua castellana y, a la vez, del mundo. Su calidad corrobora la valoración de la novela hispanoamericana como una de las mejores del mundo. En nuestro país, ha sido calificada como una de las mejores novelas del idioma ([1]).

         A los pocos meses de su publicación, Octubre de 1991, se agotó y fue reeditada. El acierto editorial correspondió a Carlos Milla Batres; quien con intuición de artista y empresario, se aventuró a publicar una novela de más de mil páginas y de un autor, entonces, no tan conocido.



         La novela de Miguel Gutiérrez exacerba nuestros traumas ancestrales, revelando su vigencia en nuestras pasiones contradictorias y antagónicas del presente.  Esta obra seguramente hubiera contado con la complacencia de Kafka, para quien solo deben leerse los libros que corroen y hieren en lo vivo.  No obstante, es difícil substraerse al influjo de su encantamiento y a los planteamientos conceptuales subyacentes, lo que también le confiere un efecto catártico y reconstructivo.

         La Violencia del Tiempo, como toda obra literaria, posee legítimamente múltiples interpretaciones.  A los lectores que toman habitualmente la literatura como si únicamente fuese un ansiolítico o un estabilizador emocional les podría resultar un revulsivo.  Algo similar les ocurriría a los que emplean exclusivamente las novelas como divertimento o música de ameublement.  En suma, no es un producto de usar y desechar, tan propio de la sociedad de consumo.  Es una obra que -por su excelencia artística-  se alza con fuerza inaudita contra las corrientes devaluadoras de la novela contemporánea.

         La Violencia del Tiempo trata de la vida de Martín Villar, joven piurano, trigueño mestizo;  quien tempranamente descubre que aún permanece indeleble el sello colonial de la sociedad.  Sus conflictos internos no lo esterilizan; sino, por el contrario, desencadenan  -por un lado- su irrefrenable vocación de escritor vindicativo y  -por otro lado-  su afán de comprender su incómoda situación a través del entrecruzamiento de la historia social con la familiar.

         Así es como va configurando su identidad.  Pero, como la problemática de Martín no es únicamente de él sino de todos los Martines Villar del Perú, Gutiérrez nos presenta y explica literariamente  el problema de nuestro país como nación.  Este importante problema tiene cabida en una gran novela.

         A contracorriente de la tendencia andinista, el principal escenario está ubicado en la Costa piurana; se focaliza en el pueblito de Congará.  No obstante, traspasa el contexto regional y nacional, ampliando el horizonte involucrado:  España, Francia y Alemania.  Recién la novela peruana se quita el corsé de la circunscripción nacional

         También se despoja con gran desenfado de la pacatería que la aquejaba hasta fecha cercana. En La Violencia del Tiempo los tabúes son transgredidos; la irreverencia, la procacidad y el erotismo son promovidos a sus cotas más elevadas.  Y no podía ser menos, pues se trata de un autor de lenguaje vigoroso, imaginación exuberante y con idiosincrasia subversora.  Fuera de todo eso, Gutiérrez hace gala de un lenguaje culto, elegante y serio en función de las circunstancias y los personajes.

         Otra novedad que aporta La Violencia del Tiempo a la novela peruana es la cantidad de personajes.  (Este es uno de los aspectos parangonable con las novelas clásicas),  Si el autor no hubiera tenido pericia en el oficio, se les hubieran escapado a su control;  felizmente los domeñó para hacerlos consistentes y atractivos.  En forma sinóptica son presentados en la obertura de la obra.

         Las descripciones contextuales han sido elaboradas con gran acopio de datos y con cierto regodeo erudito; pero, afortunadamente, sin el barroquismo que empequeñece a los personajes y sin una atmósfera sumamente recargada, que los asfixia; ni tampoco con una fidelidad realista de la que se extraiga una representación cartográfica o una crónica histórica.  Sus descripciones cobran vida, sentido, al unimismarse con la trama de la obra.  La transcripción ilusoria de la realidad tiene como objetivo timar al lector;  sujeto que, por lo demás, está avisado.  La Violencia del Tiempo logra eso y algo más...

         La novela de Gutiérrez está preñada de formas de pensamiento o teorías de la sociedad como pocas veces lo ha tenido novela peruana alguna.  Y mayor aún es su mérito por no asemejarse a la novela comprometida o panfletaria.  A través de los personajes se abordaban temas, problemas e ideologías que pautan la conducta de los hombres o justifican su existencia:  nacionalismo, internacionalismo, patriotismo, racismo, humanismo, anarquismo, socialismo, religión arte, violencia político-social, etc.  Algunos personajes, como Cruz Villar, un campesino analfabeto de Congará, se expresa de manera primaria con sus actitudes y creencias;  otros, como Bauman de Metz, un socialista europeo, preferentemente con conceptos.  

         Aún cuando los personajes militen o se comprometan en un evento histórico que los lleve a una situación-límite, no se anulan sus universos privados; estos afloran en algunos episodios.  En cualquier caso, los personajes se justifican o se valoran -sobre todo- como posibilidades humanas  que buscan o van tras la consecución de sus objetivos.


         En toda novela, al configurar los personajes  -por más diversos, contradictorios y fantasiosos que fuesen-  el autor proyecta su propio yo.  Pero, inevitablemente, en alguno de ellos esa proyección se empoza y contiene rasgos autobiográficos.  En el caso de La Violencia del Tiempo ese es Martín Villar, personaje-narrador que sustenta un buen tramo de la novela.

         Para apreciar a Martín Villar, en un primer momento, nada mejor que parearlo con otro personaje:  Daniel Sarango, uno de sus amigos piuranos de la adolescencia.  Ambos son mestizos, tienen un origen bastardo y una rama indígena en su ascendencia familiar por la que sienten vergüenza;  tanto es así,  que admiran el mundo de los terratenientes.  Los dos tienen la aspiración de ser profesionales; para lo cual viajan a Lima e ingresan a la universidad en donde asumen posiciones divergentes.

         En la universidad Católica Martín se halla socialmente desubicado.  Y desde esta posición es descrito el entorno institucional y las sensaciones de su desgarramiento interior.  Hasta que una actitud de rebeldía  -abandonar el salón de clase en presencia de su profesor de historia-  le confiere el estatuto de persona; o dicho literariamente, logró erguirse sobre las más ominosas ataduras (I-22).  Ahí es cuando toma forma su ideal de convertir la escritura en un acto de vindicación. (II-114).  Y, a la vez, se abre a la cultura popular y a la memoria colectiva.  Martín deserta de la universidad e inicia su “camino de perfección”.

         Los impulsos de Martín no sólo emanan de su rencor; sino, también del amor, una especie de amor platónico por Deyanira Urribarri, quien lo encausa.  Ella y Zoila Chira  -otro amor de Martín-  no son figuras mayormente relevantes. Ambos personajes  -aunque polares-  son propiciatorios; le sirven a Martín para dar curso a su ímpetu narrativo.

         Además de Martín, destacan en la historia-eje, tres personajes:  Cruz Villar (bisabuelo de Martín, campesino blanco de ojos azules, heredero de la estampa de su padre, un soldado godo desertor del ejército del Virrey La Serna), Odar Benalcazar (lujurioso y autoritario terrateniente piurano) y Primorosa Villar (joven sumamente atractiva, hija de Cruz Villar).  Estos tres personajes están involucrados en un asunto que a simple vista podría calificarse de manido o simple.  Dicho brevísimamente:  en el pueblo de Congará Odar Benalcázar adquiere por trueque a la hija de Cruz Villar;  lo que luego desencadena una serie de acontecimientos.  Este argumento no sería trascendente, sí sólo se hubiera presentado  -para decirlo en términos de Freud-  el contenido manifiesto;  cuando lo terriblemente maravilloso es el contenido latente o trasfondo expresado literariamente.  Algunas claves interpretativas para desentrañar la trama se hallan al inicio del tomo III:  El blasón de los Villar.

          La venta por trueque de Primorosa a Odar Benalcázar es un episodio importante del problema anidado en al alma de Cruz Villar.  Quien vivió obsesionado por la imagen de su padre y trató, como contraparte, olvidar a Sacramento Chira, su agraviada madre indígena.  A pesar de la gran brecha generacional, similar problema está presente en su bisnieto; aunque diferentes son las vías de comprenderlo y los intentos de solución.  Los resultados son planteados literariamente, generando en los lectores un seguimiento expectante.

         La vida de Cruz Villar, así como la de otros personajes, está rodeada de enigmas.  En su indagación Martín ha apelado al recurso del San Pedro, alucinógeno que le produce visiones reveladoras; también recurre a la memoria colectiva, cuyos testimonios o versiones son proporcionados por ancianos o voces anónimas.  El momento más álgido de la obra  -y mantenido con un largo suspenso-  es el acto de contrición de Cruz Villar, luego de haber sido agraviado por Odar Benalcázar.

         La lujuria de Odar Benalcázar se hace patente por los numerosos bastardos con que ha prodigado a la tierra piurana; pero, sobre todo, cuando posee sexualmente por primera vez a Primorosa; cuyo relato induce a los lectores a compartir sensaciones insospechadas.  La descripción, en poco más de una página (II-203), se lee con unción místico-libidinal; lo que podría suscitar las consabidas reacciones fisiológicas.

         Odar Benalcázar tenía todas las condiciones para ser feliz; pero fue “víctima inocente” de sus propios atributos, corroborando una de las aserciones de la novela:  una de las pasiones más torturantes es la de las apetencias carnales, más allá del amor y del arrebato placentero que lleva a la fecundación y a la vida. (II-39)

         Primorosa Villar es una protagonista que se desenvuelve desde la adolescencia hasta la ancianidad y muerte;  en un momento de su vida, luego de vengarse de Odar Benalcázar, se sumerge en los laberintos de la locura, mejor dicho,  su espíritu quedó perturbado para siempre. (III-49)  Un personaje de tales características, demanda amplia sensibilidad y manejo de recursos expresivos.  Primorosa pone a prueba la pluma de Gutiérrez.

         Este autor debe haber llegado al momento orgiástico de su actividad creativa en el penúltimo capítulo:  La Churrupaca.  Ahí expone una serie de encuadres, perspectivas, juegos y demás artificios con gran dominio del oficio e imaginación desbordante.  Es ilustrativo el retorno de Primorosa Villar a Congará.  Con ello, los lectores “nos ganamos”, como ahora suelen decir los jóvenes.

         Aunque sin pertenecer al relato-eje, pero contribuyendo a él, hay otro personaje sumamente rico; es el médico rural Augusto González, un humanista, lector del filósofo Espinoza.  En la arquitectura de la novela tiene un valioso papel.  Articula la tradición popular  -que es viva y móvil-  con el conocimiento científico y los acontecimientos nacionales e internacionales.  El lenguaje del doctor González es serio, exento de refinamiento.

         Casi en el mismo rango destacable del Dr. González figura el Padre Azcárate, sacerdote español, de amplio horizonte cultural y gran sensibilidad; aunque algo problematizado, pues se debate permanentemente entre las solicitaciones de la fe y la razón.

La mayoría de sus personajes se van perfilando mientras discurre la novela.  No son creados de una sola pieza ni tampoco son puros.  Hasta un personaje en plena disolución puede, en algún momento, contribuir con un aporte valioso.  Si bien es cierto que ninguno resulta ajeno, el lector logra aprehenderlos por aproximaciones sucesivas.  En suma, los personajes no son estereotipados; pero, con el tiempo, podrían convertirse en paradigmáticos.

         La referencia a pequeños detalles de los personajes -con un leguaje adecuado- contribuye también a su caracterización.  Cuando se alude, por ejemplo, al órgano sexual de dos personajes disímiles, el lenguaje guarda correspondencia  con las respectivas particularidades.  De ahí que a un refinado aristócrata, como Ventura Gandamo, catedrático de historia de la universidad Católica, le otorga un trato decoroso en concordancia a su alta investidura; para él  una locución nominativa:  el parvo mirlo de Catulo (I-120).         Y a un hombre fortachón, rústico y de pocas luces; pero que destaca por un solo atributo, un apodo connotativo:  Guasarpón Boza. (II-47)

         Otro ejemplo similar es el referido a un miembro de la alta jerarquía eclesiástica; quien, a pesar de ser un común mortal desde el punto de vista fisiológico, todos sus actos tienen que ser eminentemente distinguidos; he aquí el tratamiento:  el señor obispo evitó otro eructo, mas no así el céfiro de una alada ventosidad. (I-28).  El lenguaje apropiado que alude a pequeños detalles también tiene un efecto disonante.  Apreciemos:  Martín Villar contemplaba por última vez la mansión refaccionada y pintada de marrón excrementicio, donde naciera Riva Agüero. (II-63)   La asociación cromática es precisa; pero no por eso deja de validar un antiguo adagio:  “En el detalle está el diablo”.

         Pues bien, que esos chispeantes y necesarios detalles, dejen paso para advertir una característica de Gutiérrez mucho más importante:  la de ser un escritor conceptuoso.  Su novela está taraceada de conceptos o pensamientos profundos expresados con la concisión de una fórmula.  Viene a propósito el siguiente:  uno nunca es uno mismo ni se tiene la edad que se pone. (II-127)   Este es un concepto matriz.  De ahí que la disolución dialéctica de la identidad inunda la obra.  Penetra tanto en la identidad personal como en la identidad nacional.

         La disolución dialéctica de la identidad la lleva hasta tal punto, que no se detiene ni ante él mismo, como narrador.  En efecto, Gutiérrez “no existe” en su obra; su relativa ausencia es propiciada por la prodigalidad de personajes-narradores. Por eso, la pesquisa que conduce a su identificación quizá concluya sobreseída.  Sin embargo, la sutilidad de su presencia como el narrador de narradores es prodigiosa.

         La disolución de la identidad personal la hace extensiva a personajes que no son mayormente influidos por el entorno familiar: sino, sobre todo, por las luchas sociales.  Es el caso de Bauman de Metz. La disolución de la identidad la logra con una especie de técnica policiaca; con la cual obliga al lector a una prolija pesquisa para identificar quien es el verdadero personaje.  El lector, luego de ardua tarea, saca una provechosa lección.  (Vidas paralelas, tomo II).

         Los conceptos de Nación y Patria, que confieren identidad, también son disueltos; y, por consiguiente, son cuestionadas las categorías de lengua, raza y territorio.  Dicha disolución se lleva a cabo con la actuación de Agustín Benalcázar, joven terrateniente y fervoroso patriota, y Bauman de Metz, revolucionario internacionalista;  así como también, con el desenvolvimiento de dos conflictos armados:  La Guerra con Chile  (III-145/65)  y  La Comuna de París (II-169/85); en donde las armas no son los únicos pertrechos bélicos.  El lector es catapultado a  los escenarios de la guerra y vivencia la intensidad conmovedora de las hostilidades, gracias a la fusión de una depurada técnica expresiva con el alto sentido de la historia.

         La disolución de la identidad racial se lleva a cabo, específicamente, con los aportes de dos personajes tradicionales y racistas:  Ventura Gandamo de la Romaña y Sancho Dávila, un aristócrata hispanista, y Juan Evangelista Chanduví Mechato, exponente del indigenismo popular.  Ambos creen en la pureza de la raza, se interesan por sus genealogías y sienten orgullo de sus antepasados.  Aunque ellos no tienen la oportunidad de enfrentarse directamente, sus ideologías  -excluyentes y antagónicas-  contienden y ambientan buena parte de la novela.

         Las convicciones de dichos personajes son puestas a prueba por los hallazgos de Martín Villar en sus investigaciones históricas.  Y se evidencia también las diferencias y jerarquías al interior de cada grupo.  En suma, Gutiérrez, debido al manejo dialéctico de la disolución de las identidades, no desemboca en el eclecticismo, ni en el nihilismo; tampoco propicia una reacción fundamentalista..  Entonces, cuál es su propuesta?

         Llegado aquí, es pertinente recordar que Gutiérrez es sobre todo y principalmente un literato.  En su obra se hallan ideas o formas de pensamiento que se aprecian a la luz de una trama determinada o en un conjunto particular de ficciones verosímiles.  Así es como contribuye a contrarrestar las verdades absolutas, el fanatismo, los prejuicios, el maniqueísmo, las historias oficiales, etc.  En ese sentido su propuesta es literaria y novedosa:  El libro perpetuo de la comunidad.

¿Libro perpetuo?  Sí porque era un libro incesante, en perenne desarrollo y reelaboración continua; libro entregado a cada generación en usufructúo para que escriba su propio capítulo de alabanzas y vituperios y registre su resistencia y lucha contra el ultraje y la opresión; libro que contiene juicios contra las generaciones indignas y los seres descastados; libro de la justicia póstuma para que con aquellos hijos que por descubrir una nueva verdad fueron incomprendidos, calumniados, expulsados y aun destruidos;  libro, en suma, del renacimiento sin término, porque como individuos, como padres, como hijos, como hermanos, como amantes, a menudo olvidamos (y es justo que así sea, pues es preciso que la vida continúe), de modo que solo los pueblos y las comunidades vigilan las tumbas e inscriben sobre las lápidas los nombres borrados. (III-378)

         Finalmente, no debo dejar de decir que desde cualquier lugar donde hubiéramos estado, al conectarnos con la mágica escritura de un embustero genial, hemos sido transportados a  todos los parajes y circunstancias por la potencialidad de sus encantadoras ficciones.

         Sí nos deleitamos escuchando atentamente el chismorreo de Las Peladas Sullón en el velorio de Santos Villar (I-57/64), también hemos actuado  -al menos, quien esto escribe-  sumándonos al coro de imprecaciones al señor Obispo por haber atentado contra la religiosidad popular (II-46) o tomando posición en las filas comuneras para luchar hasta la muerte por una gran causa de la humanidad (II-169/85).  Y aun los reptiles piuranos nos resultan familiares; a veces nos asalta la sensación que macanches, colambos y pacasos transitan libremente por nuestro cuerpo.  En fin, continuar sería de nunca acabar...

         Lo máximo que podríamos decirle, a quien todo eso se lo debemos, es que nos ha hecho vivir.

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            Bueno, después de todo, ¿quién es el narrador de narradores de La Violencia del Tiempo?¿Quién es ese monstruo de la literatura?  Pero, contra toda expectativa, la única referencia será un simple episodio de la vida cotidiana; que, a la vez,  revela una fobia del escritor.  (Previamente, digámonos todos, como se dijo asimismo Martín Villar:  aparta el rencor, recupera por un instante la inocencia. (III-9)

            Miguel Gutiérrez vive en un edificio multifamiliar de un barrio populoso del Cercado de Lima (Jr. Manuel Cuadros 382, departamento 507).  Ahí acude diariamente llevándole el almuerzo, la hija de la señora que le da pensión.  Uno de esos días, a principios de Diciembre, la niña le dijo que se había enterado que era escritor y le pidió que le escribiera un discurso para leerlo en la ceremonia de despedida de su promoción, puesto que terminaba 5to. año de primaria en su escuela fiscal.

            El autor de la novela peruana más voluminosa le respondió  -algo atemorizado y con toda sinceridad-  que le era difícil preparar discursos; pero que ella, más bien, lo escriba tal como le salga y que él se comprometía, únicamente, a darle un retoque.  Así fue el acuerdo.  Cuando le trajo el discurso, le dijo que se lo devolvería a las 8 a.m. del día siguiente.  Gutiérrez se levantó, previsoramente, a las 5 a.m. y se puso a  revisar con cuidado el discurso para luego reescribirlo a máquina.  De esta manera cumplió con su compromiso; pero quedó exhausto, tal vez más aún que cuando concluyó La Violencia del Tiempo.

(Antonio Rengifo Balarezo)
Lima-1992

SIETEVIENTOS.  Revista, homenaje a Miguel Gutiérrez. Año XXV, N° 28.
Sullana, octubre 2015, (“La Violencia del Tiempo”, comentario, pp. 51/64).




Miguel Gutiérrez atendiendo la cola de lectores.  Autografiando la primera reimpresión de La violencia del Tiempo en un solo tomo de 1044 pp. Lima, marzo 2014. Miguel lo ha  dedicado A la memoria de las mujeres del Perú que a través de la historia lucharon por sus ideales de justicia.




[1]Ricardo González Vigil, El Comercio, diario, Lima, 15 de diciembre de 1991, p. 19.

 


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