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sábado, 17 de febrero de 2024

EL MÉTODO SIMONE WEIL: PENSAR EL PRESENTE DURANTE CIEN AÑOS


Fuentes: Ctxt

 

Por Amador Fernández-Savater | 12/02/2024 

 

Pensar y resistir, pensar en primera persona y resistir sin adoración del poder, resistencia del pensamiento a toda pasión de unanimidad y pensamiento de la resistencia capaz de percibirla en los detalles más mínimos de la realidad.

Leyendo los textos políticos de Simone Weil estos días, en los dos talleres organizados por CTXT, todos los asistentes quedamos impresionados por su actualidad. “¿Pero cuándo se ha escrito esto?”, preguntaba alguien. ¿Cómo es posible estar tan pegado a lo más vivo del presente, como ella lo estuvo siempre, y a la vez pensar para cien años (y contando)? ¿Cuál es, nos preguntábamos, el “método Weil”? 

Es desde luego una cuestión de contenidos, de enunciados, de argumentos, lo que ella escribió sobre el poder o la guerra se discutirá sin duda por décadas, pero hay asimismo una dimensión de mirada, de escucha, de apertura a la realidad. Una manera de estar en el mundo y entre las cosas marcada por una atención y una receptividad radicales.

Poner el cuerpo para pensar fue una constante en su vida. Ingresar en una fábrica para pensar la condición obrera. Vivir como miliciana para pensar la guerra. Militar como sindicalista para pensar la revolución. Sólo haciendo experiencia se nos entrega la verdad de un fragmento de mundo. “La verdad no es sólo una obra nacida del pensamiento puro (…) Una verdad es siempre la verdad de algo, el esplendor de la realidad (…) Desear la verdad es desear un contacto directo con la realidad”. 

El cuerpo de Simone Weil, de quien se dice que murió virgen, fue un cuerpo-esponja capaz de registrar los detalles más nimios y pensar desde ellos las tendencias ocultas de la época. La base material de su método. Un cuerpo poderoso es un cuerpo sensible, recogido en sí mismo y a la vez abierto, capaz de detectar como un sismógrafo los menores temblores de tierra. No necesariamente un cuerpo liberado o expansivo pero sin vulnerabilidad, sin fisura, sin herida que lo conecte al mundo.

Fuerza de la desesperación, fuerza de la guerra, fuerza de las palabras: rescato ahora de entre las conversaciones de estos días tres puntos de actualidad del pensamiento de Simone Weil.

La fuerza de la desesperación: Simone Weil en Alemania

En 1932, poco antes de la llegada de Hitler al poder, Simone Weil viaja a Alemania para ver y pensar lo que allí pasa por sí misma. Uno vive normalmente en un país y no se entera de casi nada de lo que ocurre. Simone Weil pasa un rato en otro y parece verlo y oírlo y saberlo todo. Su biógrafa, Simone Pétrement, nos cuenta que viajó sola, tuvo relativamente pocos encuentros, sobre todo con obreros, dio muchos paseos y se documentó ampliamente. Sus cartas y relatos son testimonio de esa capacidad de ver la época simplemente caminando por sus calles.

Weil piensa y describe dos cosas: la situación de fondo y las fuerzas en presencia. Situación y fuerzas como ejes de coordenadas del método Weil.

En primer lugar, la situación de grave crisis económica de la República de Weimar. Una situación potencialmente revolucionaria porque la vida de cada uno está unida inextricablemente al destino común. Lo personal no es siempre político, pero sí cuando ambos vibran juntos. Cuando lo que está en juego en la situación común y objetiva interpela a lo más íntimo y subjetivo de cada cual.

Las fuerzas en presencia son tres: el movimiento hitleriano, el Partido Socialdemócrata (SPD) y el Partido Comunista (KPD).

¿Cuál es la fuerza de los hitlerianos? Es la fuerza de la desesperación, responde Simone Weil, puesta al servicio de la clase dominante. La resonancia con el presente es obvia. La extrema derecha capta y captura el malestar social (que la izquierda no sabe representar) y lo pone al servicio de la reproducción del mismo sistema que lo provoca.

Los hitlerianos lo consiguen a través del nacionalismo, dice Weil. La trampa nacionalista es siempre la misma: sustituye la pregunta del “qué” por la pregunta del “quién”. El problema ya no es entonces el capitalismo en sí, sino el capitalismo “inglés” o “francés”. El culpable de la crisis económica es el Pacto de Versalles que ha impuesto condiciones humillantes para la claudicación alemana tras la Primera Guerra Mundial. Hitler vengará esa humillación y restaurará el orgullo herido.

A través del desplazamiento que opera el marco nacionalista, el malestar social queda atado a los representantes del capitalismo nacional. El “socialismo” que reivindican los hitlerianos es nacional-socialismo: un capitalismo de Estado. La gran burguesía alemana los utiliza contra los movimientos efectivamente revolucionarios, pero atizará de ese modo el incendio en el que ella misma acabará ardiendo.

La segunda fuerza en presencia es el Partido Socialdemócrata, arraigado sobre todo en la clase obrera alemana y las fábricas. Weil valora mucho esa implantación, porque siempre concedió gran importancia a la experiencia del trabajo como determinante de la subjetividad, de la manera de pensar, de sentir y de actuar.

Pero Weil detecta asimismo un problema: la fuerza del SPD y sus grandes sindicatos afines, que consiste en haber construido un mundo entero para los trabajadores, compuesto de oficinas, bibliotecas, escuelas y lugares de vacaciones, está cosida firmemente al régimen de Weimar, a su estabilidad y legalidad. ¿Y cómo desafiar aquello de lo que dependes? “Los sindicatos están encadenados al aparato de Estado por cadenas de oro”.

Pensar, para Simone Weil, requiere un gesto radical de renuncia: a las seguridades y certezas que nos constituyen, al propio Yo. Ella misma renunció durante su vida a muchas cosas para poder pensar libremente: a su condición burguesa, a su éxito intelectual, a su adscripción religiosa, incluso a su seguridad física.

El SPD piensa la situación de crisis desde el interés por conservar su infraestructura organizativa, pero así se vuelve sordo a la gravedad de lo que ocurre y queda subordinado al statu quo. Se entregará al nuevo régimen hitleriano atado de pies y manos. Un pensamiento conservador no es sólo una cuestión de ideología…

La última fuerza en presencia es el Partido Comunista (KPD), establecido sobre todo entre los parados alemanes. Eso ya representa un problema para Weil, porque para ella el trabajo produce subjetividad y la experiencia del no-trabajo subjetiva como incapacidad para plantear una alternativa de futuro.

El segundo problema del KPD es estar dirigido desde Moscú. Es decir, se piensa desde un lugar distinto a la situación en marcha. Los que viven las cosas no deciden sobre ellas, los que deciden sobre ellas no las viven. “Todos los fallos del KPD son influencia de Moscú”, concluye Weil, implacable.

A la URSS le preocupa menos una Alemania nazi que una Alemania anti-soviética (sea del signo que sea). Sus cálculos y decisiones se toman desde los intereses geopolíticos de la URSS, no desde la situación en marcha en Alemania o desde la preocupación por la vida de los militantes comunistas, sacrificados como peones en el tablero de ajedrez.

Weil discute la catastrófica decisión del KPD de copiar el marco nacionalista de pensamiento. La fascinación por su eficacia lleva a ceder las propias categorías (el internacionalismo) e imitar al adversario, entrando en una lógica simétrica y especular. Lo mismo que hoy en día se llama, en el lenguaje populista, “disputar los significantes nacionales (o de orden y certezas) a la derecha”. Pensar desde la cabeza del adversario.

El resultado final es que el SPD y el KPD se enfrentan ferozmente entre sí y no intervienen en la situación en crisis. El “frente único” se intenta una y mil veces en la calle, entre los propios obreros y desde la base, pero nunca cristaliza a nivel de las decisiones tácticas y estratégicas de partido. Incluso, en el caso de los comunistas, se prefieren alianzas puntuales con los hitlerianos contra los socialdemócratas, enemigos históricos.

Lo que precipita finalmente el desastre es un problema de representación, de delegación del pensamiento y la decisión en jefaturas independizadas de la situación. El proletariado resiste a la desesperación, los obreros no se vuelven ladrones o criminales, nacionalistas o hitlerianos. Pero sus direcciones piensan lo que ocurre desde un exterior: el exterior de los intereses geopolíticos o de las propiedades a conservar. “Los obreros alemanes tienen en su contra todo el poder constituido, lo instalado en su lugar”.

La fuerza de la guerra: Simone Weil en España 

A partir de su corta pero intensa experiencia en la contienda civil española, y a través del poema homérico de La Ilíada, Simone Weil desarrolla una poderosa meditación sobre la guerra, más concretamente sobre la fuerza que se activa en la guerra.

A diferencia del marxismo, que nos enseña a ver por debajo de las declaraciones y las retóricas humanistas la dura realidad de los intereses económicos, Simone Weil nos enseña a ver por debajo de los intereses económicos otra realidad más decisiva y más determinante: la materialidad de los afectos, la embriaguez de la guerra. ¡Lo económico disimula lo pulsional!

¿Qué es la embriaguez de la guerra? Es la pasión de absoluto que toma y ciega a los combatientes, impidiéndoles ver la realidad y sus límites. El que tiene fuerza cree, por el solo hecho de tenerla, que además tiene la razón y que el derrotado, por ser más débil, carece por completo de ella. Entre el adversario y yo, piensa el embriagado por la guerra, no hay nada en común, ninguna humanidad común. Querer la victoria absoluta es pretender el exterminio radical del otro.

Esta embriaguez recuerda el mecanismo (a la vez racional y pasional) que el general Von Clausewitz llamó “escalada hacia los extremos” y que define como tendencia toda guerra. Un juego recíproco de ataques y represalias que, en una espiral enloquecida e incontrolable, amenaza con llevarse todo y a todos por delante. El vencedor reina finalmente sobre un territorio devastado, es siempre rey del desierto

Este es el fondo de la famosa carta que dirigió Weil al escritor George Bernanos tras volver del frente de Aragón. Bernanos, después de haber aplaudido primero el levantamiento franquista, se distancia luego horrorizado tras asistir a la represión franquista en la isla de Mallorca. Simone Weil se presenta en su carta como una horrorizada del otro bando, que ha visto a los compañeros anarquistas, tomados ellos también por la embriaguez de la guerra, ejecutar fría y brutalmente a sacerdotes o falangistas jóvenes.

Esta pasión de absoluto se opone punto por punto a la concepción del mundo de Weil: como un entramado de relaciones, una malla de vínculos, que nos exige sobre todo un arte de las mediaciones. Vivir es como navegar: hay que contar con lo que tenemos alrededor: los vientos, las corrientes, la tierra. La pasión guerrera de absoluto es por el contrario como un barco que pretendiera avanzar destruyendo el medio mismo donde se mueve.

Cuando Netanyahu promete traer la “victoria total” a Israel habla desde la embriaguez de la guerra. El genocidio, el desplazamiento de poblaciones, la destrucción de los hogares son la punta extrema de una cadena lógica que ningún poder occidental se atreve hoy a interrumpir. Pero no hay “victoria total”, enseña Weil leyendo La Ilíada, los “héroes” que creen manejar la fuerza son en realidad manejados por ella como patéticos títeres, y acaban siempre siendo arrastrados ellos mismos por el polvo.

La fuerza de las palabras: Simone Weil en el lenguaje

¿Por qué la guerra? El problema, dice Weil, es justamente que las guerras no tienen un objetivo preciso ni un origen claro, sino que toman un pretexto cualquiera para el despliegue de la voluntad de poder. Como por ejemplo el rapto de Helena en La Ilíada. A todos los personajes del poema homérico –excepto a Paris– les importa un rábano Helena, pero la “afrenta” que supone su rapto va a llevar al mundo conocido a la catástrofe y la destrucción total.

Pero, ¿y en los conflictos contemporáneos? Ni siquiera hallamos ya en su origen el cuerpo encantador de Helena, al menos algo material, sensible y palpable. “Son palabras adornadas de mayúsculas”, dice Weil, “las que desempeñan el papel de Helena (…) Atribúyanse mayúsculas a palabras vacías de significado y los hombres verterán raudales de sangre”.

Palabras mayúsculas, palabras mortíferas, por las que se mata y se muere. ¿Qué palabras son esas? Weil cita y analiza las siguientes: Nación, Seguridad, Capitalismo, Comunismo, Fascismo, Orden, Autoridad, Propiedad, Democracia. No muy diferentes, como puede verse, de las palabras dominantes actualmente en el lenguaje político.

Pero más que tales o cuales palabras, lo mortífero es un tipo de efecto, de operación, de uso. El carácter mortífero no es sólo una propiedad de la palabra en sí, sino un tipo de funcionamiento. Toda palabra puede cristalizar en fetiche y palabra mortífera.

La palabra mortífera es, en primer lugar, una palabra absoluta. Entidad autosuficiente, independiente de toda condición, de toda correspondencia con lo real, de toda medida o proporción, de toda posibilidad de verificación.

Pensemos en el uso que se hace hoy de la palabra “democracia” entre nuestros políticos. Como una cuestión absoluta, no relativa a algo: proceso, medida, condiciones. Designar una realidad como “democrática” significa que no se puede discutir, cuestionar, verificar. Es así, y punto.

La palabra absoluta es una palabra vacía que se refiere a todo y a nada, no remite a algo preciso, contrastable, observable y palpable. No admite réplica, contestación, dialéctica, diálogo. Son palabras-monólogo que expulsan al otro, lo destituyen como interlocutor crítico, zanjan toda discusión. La palabra absoluta tiene siempre la última palabra.

La palabra mortífera es, en segundo lugar, una palabra moralizante. Distribuye el Bien y el Mal. Me identifica con el Bien, te identifica con el Mal. Me da toda la razón, te la quita. El otro no tiene razón ni razones, nada que merezca la pena ser escuchado, discutido, ninguna legitimidad en su relato. Es puro Mal.

El uso que hace hoy la derecha global del término “terrorismo” es el ejemplo más evidente. Sirve para designar cualquier cosa porque no significa nada, pone al otro fuera de la discusión, invita a su eliminación. Pero también la izquierda tiene sus propias palabras mortíferas, su uso mortífero de ciertos términos, quizá la más llamativa hoy es “fascista”, “facha”. Una etiqueta que se usa como arma arrojadiza, que inhabilita toda escucha de lo que no es políticamente correcto, todo diálogo con lo diferente, todo atisbo de revisión de las propias ideas.

Hay palabras que habilitan la relación, tienen en cuenta al otro y lo otro, lo diferente y cambiante. Son palabras relativas, relativas a algo, relativas a alguien. Hay otras palabras, sin embargo, que impulsan el avance de ese barco que destruye todo a su paso. Son palabras mayúsculas, palabras mortíferas, palabras que contagian la guerra y su pasión de absoluto.

Combatir la guerra pasa por desactivar el carácter mortífero de las palabras. “Aclarar las ideas, desacreditar las palabras congénitamente vacías, definir el uso de las otras mediante análisis precisos, ése es, por extraño que pueda parecer, un trabajo que podría preservar existencias humanas”.

La relación de fuerzas: Simone Weil y la lucha de clases   

Hay, finalmente, un término que Weil defiende y rescata: lucha de clases. ¿Por qué, en qué sentido lo reivindica?

La crítica de Weil a las pasiones de absoluto, totalitarias, no es liberal sino de inspiración maquiaveliana. La sociedad, dice el famoso florentino, se presenta siempre dividida entre los que oprimen y los que no quieren ser oprimidos. Lo único que limita la voracidad infinita de los poderosos es la resistencia de los sin-poder. En efecto: sólo la lucha de los débiles (esclavos, mujeres, obreros) ha hecho progresar este mundo en términos de libertad, igualdad y justicia.

Weil parece descreer, al final de su vida, de la palabra “revolución”. ¿No tiene ella misma un carácter absoluto? Derribar todo, reiniciar todo, pero siempre todo. La resistencia, sin embargo, instaura una relación de fuerzas. Donde había una sola fuerza, potencialmente totalitaria, aparecen de pronto dos o más que se limitan y equilibran entre sí. La lucha es al mismo tiempo relación. Una relación en la división. Lo contrario de la guerra.

Combatir la guerra no pasa por instaurar la paz, garantizada por una arquitectura jurídica definitiva, sino por permitir la relación de fuerzas, heterogéneas y cambiantes, que se limitan y equilibran entre sí. La verdadera catástrofe es por tanto una sociedad sin división, intolerante al conflicto, incapaz de saber-hacer con las peleas que plantean los de abajo, los sin-poder, los débiles. Una sociedad exactamente como la nuestra.

Pensar y resistir, pensar en primera persona y resistir sin adoración del poder, resistencia del pensamiento a toda pasión de unanimidad y pensamiento de la resistencia capaz de percibirla en los detalles más mínimos de la realidad: ¿he aquí la clave del método Weil para pensar el presente durante cien años? 

Amador Fernández-Savater es investigador independiente, activista, editor, ‘filósofo pirata’. Ha publicado recientemente Habitar y gobernar; inspiraciones para una nueva concepción política (Ned ediciones, 2020) y La fuerza de los débiles; ensayo sobre la eficacia política (Akal, 2021). Sus diferentes actividades y publicaciones pueden seguirse en www.filosofiapirata.net.

Fuente: https://ctxt.es/es/20240201/Firmas/45559/Amador-Fernandez-Savater-Simone-Weil-lenguaje-Alemania-lucha-de-clases.htm

https://rebelion.org/el-metodo-simone-weil-pensar-el-presente-durante-cien-anos/

 

domingo, 5 de septiembre de 2021

LA VIDA INTELECTUALIZADA

 


Publicado por Francisco Umpiérrez Sánchez

domingo, 5 de septiembre de 2021

 

Llevo unos 44 años dedicado a la actividad intelectual. Amo a la teoría. Amo a los conceptos y me gustan todas las esferas del saber. Siempre procuro estar al día. No ceso de comprar libros y no ceso de estudiar. Pero al mismo tiempo mi vida laboral se ha desenvuelto en el ámbito de la práctica económica y he desarrollado un afinado sentido práctico. Y en este ámbito también me gusta todo. Aquí estás obligado a mantener muchas relaciones sociales: con los propios compañeros de trabajo, con un buen puñado de proveedores de maquinarias y materias primas, con los bancos y sus gerentes de empresas y directores, y con una apreciable cantidad de clientes y sus jefes de compras y directores. La amistad se construye sobre bases muy distintas y sobre las relaciones de trabajo se construyen unas especiales relaciones de amistad. La amistad se mide por los resultados colectivos y no especialmente por las expresiones de sentimiento.

A mis compañeros de trabajo les digo que la bondad de una persona no se mide por su carácter, sino por su contribución al bien común. También les digo que la amistad que procura el bien común no se construye en las fiestas del personal, sino durante todos los días del año donde todos debemos luchar juntos. Tengo la suerte de sentirme muy apreciado, reconocido y querido por muchas personas del ámbito del trabajo. Yo combino dos aspectos en las relaciones de trabajo: por un lado, soy muy serio, muy disciplinado y muy exigente, y por otro lado, tengo un estilo cordial, alegre y divertido de relacionarme.

En las sociedades capitalistas la vida que se hace en las empresas es la más oculta. Tal vez sea porque en general la economía capitalista se concibe como una economía dirigida al consumo. Pero en general podemos decir que los seres humanos nos conocemos poco como productores y mucho como consumidores. Y hay personas que hacen juicios muy ligeros sobre otras personas sin conocerlas bien, sin saber cómo se desenvuelve su vida en la totalidad de las esferas sociales. Los intelectuales deberían reducir su soberbia y dejar de mirar a los demás por encima del hombro. Este es uno de los aspectos que más critica Michael J. Sandel en su libro La tiranía del mérito.

El mundo familiar y el mundo del consumo también me encantan. En este ámbito soy una persona corriente y rehúyo el comportamiento intelectual. Me gusta barrer, me gusta fregar el suelo, me gusta lavar la losa, me gusta ir de compras, me encantan los mercados y los supermercados, y me encanta cocinar. En todas esas actividades me siento grande e importante. Y en todas esas actividades, aunque las realizo solo, nunca me siento solo. Me siento totalmente integrado y me alimento todos los días de muchas relaciones a las que dedico pocos minutos. Pero me llenan y me dan alegría. Y aprendo muchas cosas. De todo el mundo aprendo. Y hablo de lo que habla todo el mundo y en el modo en que lo hacen. No me gusta sentirme diferenciado y especial. No me siento un bicho raro y en ese ámbito nadie sabe si yo realizo una actividad teórica o no lo hago. Y también en este ámbito soy igualmente muy querido y apreciado. Y me río mucho. Disfruto continuamente de la vida. De estas experiencias extraigo muchos materiales para mis reflexiones. No pierdo nunca el contacto con las distintas formas de la práctica social en las que participo. Me siento plenamente integrado.

Y cuando viajo a ciudades lejanas observo y estudio su diseño urbanístico y su arquitectura, en especial la de sus casos antiguos. Me levanto muy temprano. Quiero saber cómo funciona la ciudad, cómo se mueve la gente, cómo disfruta y cuál es su comportamiento cívico. Disfruto viendo las tiendas, los escaparates, la vestimenta y el calzado, y todos los artículos de artesanía. Siempre visito las basílicas y catedrales. Previamente he leído algunas notas sobre la historia de la ciudad, su nivel de población, su actividad cultural y el predominio en sus monumentos artísticos del renacimiento, del barroco o de otra cualquiera corriente artística. Visito sus jardines y contemplo las vistas de la ciudad. Y hago muchas fotografías de sus calles, de su luz, y del sinfín de escorzos que puedo apreciar. Aunque mi nivel de inglés no me acompaña, nunca me siento extraño en las ciudades que visito. En esos momentos, que es cuando más puedo desconectar de mi trabajo, me siento muy feliz. Disfruto muchísimo. Siempre llevo un libro, preferentemente de literatura, y una libreta donde hago algunas anotaciones que después transformo en reflexiones.

¿Qué es lo que no me gusta de los intelectuales? Muchas cosas, pero solo señalaré tres. Primera: que espiritualmente se consideren superiores a las personas que hacen una vida corriente. Una persona puede hacer una vida corriente y, sin embargo, puede hacer una vida más pletórica y más culta en su sentido amplio que una persona que trabaja como intelectual. Las personas que hacen una vida corriente también tienen sus conceptos y saben razonar, y en muchas ocasiones son muy certeros en descubrir la esencia de las cosas. Todo no son los libros y todo no es teoría y todo no hay que intelectualizarlo en el sentido en que lo entienden los intelectuales.

En mi ámbito de trabajo conozco al menos seis personas que empezaron a trabajar con dieciséis años, pero tienen tantas virtudes intelectuales que muy bien pudieron hacer cualquier carrera universitaria superior. Yo no ceso de decírselos. No tuvieron suerte. El contexto social no los ayudó. Pero los admiro y los aprecio con respeto. En el ámbito de la práctica me he encontrado con muchas personas que, a la hora de implementar nuevos programas, que afectan a la organización del trabajo, a la organización administrativa y al procesamiento de datos, son muy eficientes. Yo he sido muy importante y muy decisivo en la empresa; pero sin el grupo más inmediato que me rodea para llevar a la práctica todos mis ideaciones, no hubieran sido posible realizarlas. Yo reconozco sin ambigüedad alguna la decisiva importancia que tiene la interdependencia para que todo pueda funcionar, y que el resultado total es obra del colectivo de trabajadoras y trabajadores. Por cierto, en la empresa en que trabajo las mejores jefas son mujeres. Y mi forma de dirigir consiste de dar mucha autonomía y poder a los jefes de los distintos departamentos. Un tablero sostenido por muchos pies es más seguro y fiable que uno que solo se sostiene por un solo pie.

Segunda: los intelectuales quieren intelectualizarlo todo. Todo lo quieren ver a través de sus conceptos, que la mayoría de las veces son muy abstractos y distantes. Los intelectuales, y en esto copio a Lenin, llegan a la realidad de forma muy tortuosa. Se debe a que tienen muy poco desarrollado el sentido práctico Las personas que hacen una vida corriente te dan muchas lecciones de vida. Yo no me siento superior a ellos. Sé que yo me alimento de ellos y que necesito de ellos. Nada de mi vida, ni incluso mi vida intelectual, sería lo que es sin su concurso. Así que desde aquí mi gran y emotivo homenaje a todas las personas que llevan una vida corriente. Y les recuerdo a los atentos lectores que las personas corrientes, ya que la vida incluye muchos ámbitos, en muchos casos son globalmente mal cultas que muchas personas que trabajan como intelectuales.

Y tercera: La alienación. La alienación es una determinación objetiva de las relaciones mercantiles capitalistas. La alienación significa que las personas no controlamos de forma consciente las relaciones sociales que mantenemos entre nosotros. Un aspecto viene determinado por el dinero, que, siendo la expresión de la unidad social entre las personas, se presenta como una cosa; y el otro aspecto viene determinado por el mercado global capitalista sin que haya un Estado global. Cuando hablamos de la alienación de las masas, debemos saber que todos somos masas y que todos necesitamos alienarnos: la diversión y el entretenimiento, valga de ejemplo el fútbol, es una de las grandes formas de la alienación de masas. Muchos intelectuales creen que su conciencia les permite evitar la alienación y en ese sentido se siente diferentes y superiores a las grandes masas sociales. Pero esta concepción tiene dos errores: uno, que la alienación no se supera por medio de la conciencia individual ni por medio de la conciencia colectiva, sino modificando las relaciones económico sociales entre las personas, y dos, que todos formamos parte de las grandes masas sociales: desde que cualquier persona enciende su televisor, va de compras o sencillamente disfruta de una velada en un restaurante, está haciendo vida de masas.

 

Fuente: https://fcoumpierrezblogspotcom.blogspot.com/2021/09/la-vida-intelectualizada.html

 

 

viernes, 19 de marzo de 2021

CAMBIAR DE LENTES A LA JUSTICIA PERUANA

 


 Mural de la justicia. Palacio de Justicia, Av. El Sol, Cusco, Perú.

Jaime Araujo-Frias

La justicia peruana es ciega para ver una determinada parte de la realidad, para la otra parte es clarividente. Entonces, no son los ojos, sino las lentes que utiliza las que están mal: la teoría. Llamamos teoría al conjunto ordenado de conceptos, nociones y proposiciones desde los cuales  comprendemos la realidad (Mosterín y Torrtti, 2002).  Si es así, es razonable convenir que la práctica de la justicia depende de los marcos teóricos que hayamos asumido consciente o inconscientemente. El objetivo de nuestra breve reflexión es plantear que el problema de la práctica de justicia en el Perú no solamente está en la realidad, sino, sobre todo, en los marcos o lentes teóricas que se utilizan para comprender los problemas que aparecen en la realidad.

¿Cómo lo sabemos? Quien afirma algo, al menos quienes nos dedicamos a pensar los problemas de la justicia desde la filosofía, estamos obligados a dar cuenta de cómo sabemos lo que decimos que sabemos. Si bien, no tenemos la certeza de lo que decimos, poseemos una idea o sospecha de conocimiento. La cual la exponemos a continuación.

La persona humana como fin supremo

“La defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y del Estado”. Esta afirmación corresponde al artículo 1 de la Constitución Política vigente. Pero también a la Constitución de 1979. Es decir, en el Perú aparentemente llevamos más de cuarenta años colocando a la persona humana como fin supremo de nuestras prácticas personales e institucionales. Y, decimos aparentemente porque la realidad nos muestra, por un lado, niños que revuelven la basura con la esperanza de encontrar restos de comida para alimentarse; y por otro lado, perros que sus amos les alimentan mejor que a esos niños. Parecería justificarse la existencia de dos tipos de persona.

La Constitución establece que la defensa de la persona humana es el fin supremo no solamente de cada una de las instituciones que conforman eso que llamamos Estado, sino también de cada uno  de los miembros de la comunidad política. Entonces, ¿por qué el cumplimiento de un contrato minero prevalece sobre la vida de un pueblo? O ¿Por qué las mascotas de una familia tienen mejor alimentación, mejor salud y hasta mejor educación que los niños de la otra? La respuesta de un jurista entendido sería porque no se cumple el artículo 1 de la Constitución. Nosotros pensamos lo contrario: es el resultado de su propio cumplimiento. Veamos por qué.

El contenido del concepto de persona humana en el constitucionalismo peruano

Las normas constitucionales no se aplican, sino que primero se interpretan, luego se aplican. Interpretar es asignar significado a un enunciado, y esta tarea la lleva a cabo un intérprete, es decir, una persona humana, con una visión teórica y comprensión concreta de la realidad. La teoría o lentes desde las cuales se ve e interpreta la constitución se llama constitucionalismo. ¿Cuál es el significado de persona humana del constitucionalismo peruano? Para responder a esta preguntas debemos ir al principio, y en el principio están las fuentes de las que abreva o mejor dicho los insumos teóricos con los que se elaboró esas lentes. Y esas fuentes son principalmente la filosofía política y jurídica moderna. ¿Quiénes son los representantes de la filosofía política y jurídica moderna? Principalmente Locke, Montesquieu, Kant y Hegel.

Desde hace 200 años venimos siendo pensados, sentidos, interpretados, hablados y comprendidos desde las lentes teóricas de quienes justificaron nuestro sometimiento. Las cuales solo permiten ver y reconocer como persona humana al hombre blanco y propietario.

¿Cuál es la idea que tenían de persona humana estos filósofos? Locke, considerado por el liberalismo el adalid de la libertad, sostenía que los nativos del continente americano estaban muy cerca a las bestias salvajes. Y por eso no dudó en incursionar como accionista en la Royal African Company, principal compañía dedicada al comercio de esclavos (Losurdo, 2007).  Montesquieu, como es sabido, en su libro El espíritu de las leyes, sostenía que la esclavitud para los pueblos de climas cálidos es una consecuencia derivada de causa natural. Kant, considerado el padre de los derechos humanos, decía que “la humanidad alcanzaba su máxima perfección en la raza de los blancos.  Los indios amarillos poseen ciertamente un talento exiguo. Los negros se hallan muy por debajo de ellos y en la base de la escala se sitúan parte de los pueblos americanos” (Baggini, 2019, p. 37).  Y finalmente, el último filósofo de la modernidad, Hegel, va a sentenciar: “lo racional es que Yo poseo propiedad” (Hegel, 1955, p. 76).

En suma, de lo descrito se podría decir que, para los principales teóricos del constitucionalismo, el color de piel y la condición económica van a ser los criterios a partir de los cuales se evaluará el estatus de persona humana. A esos dos criterios se le debe agregar un tercero: el género. De lo que resulta que, para ser considerado persona humana desde la perspectiva de los teóricos que sustentan nuestras prácticas de la justicia, había que ser hombre (macho) blanco y propietario. Esto explica la exclusión de los indígenas, negros, mujeres y pobres del proyecto de país contenido en nuestras constituciones. Así por ejemplo, la Constitución de 1856 introdujo el término varón como requisito para ser ciudadano. Los indígenas y negros estaban prohibidos de participar en los asuntos políticos. La Constitución de 1860 estableció que el derecho de sufragio se podía adquirir por pagar algún tipo de contribución o tener propiedad. Si bien, en 1955 se otorga la ciudadanía a la mujer, recién la Constitución de 1979 establece el sufragio universal (Ramos Núñez, 2019).

No es casualidad, entonces, que la Constitución política vigente no alcance a la gran mayoría de la población peruana. Y no alcanza porque si bien nos liberamos de la ocupación territorial, aún no nos hemos liberado de la ocupación mental. “Seguimos siendo colonias mentales” (Dussel, 2016).  Desde hace 200 años venimos siendo pensados, sentidos, interpretados, hablados y comprendidos desde las lentes teóricas de quienes justificaron nuestro sometimiento. Las cuales solo permiten ver y reconocer como persona humana al hombre blanco y propietario. No es que el constitucionalismo peruano diga que la persona negra, indígena, pobre o mujer no sean personas humanas. Lo presupone al aceptar acríticamente dichas lentes teóricas. De ahí que la injusticia contra una parte de la población no sea consecuencia del incumplimiento de la Constitución, sino de su propio cumplimiento.

Manuel Scorza lo decía de manera poética. Al principio de su novela Redoble por Rancas nos confiesa que quitó los nombres reales de muchos personajes con la finalidad de “proteger a los justos de la justicia”. Lo que nos dice nuestro autor parece una contradicción, pero no lo es. La injusticia contra la gran mayoría de la población peruana no es producto del incumplimiento de la ley y la Constitución, sino, de su propio cumplimiento. Tal vez el único modo de cambiarla, esto es, de hacer que la justicia alcance a reconocer y tratar a todos como persona humana, sea cambiándola de lentes, mejor dicho, de marcos teóricos conceptuales. ¿Por qué? Einstein decía que “el mundo que hemos creado es producto de nuestro pensamiento; no podemos cambiarlo sin cambiar nuestro pensamiento” (Naukas, 2018, Párr. 12). Y, el lingüista cognitivo Lakoff (2017) sostiene que cambiar de marcos conceptuales es cambiar de práctica política y social.

Conclusión

Una mentalidad colonial produce un conocimiento colonial. Y un conocimiento colonial produce una comprensión, y, en consecuencia, práctica colonial. Esto es así porque la teoría orienta la práctica. La justicia peruana no es ciega. Son las lentes teóricas que utiliza las que la vuelven ciega, pero no a toda la realidad, sino a una parte de ella. Por eso es urgente cambiar de lentes teóricas por unas que nos permitan ver, reconocer y tratarnos a todos por igual.  Se cambia algo cuando se mueve el marco teórico conceptual, no cuando se cambian de frases o palabras. La concepción de persona humana contenida en las lentes conceptuales del constitucionalismo peruano está hecha a la medida de un tipo concreto de persona humana: el hombre blanco y propietario. En una palabra: del burgués. No se dice, pero en la práctica se hace.  El resultado es que la persona indígena, negra, mujer y pobre son invisibles para la justicia oficial. No porque la justicia sea ciega, sino porque las lentes teóricas que utiliza la justicia la vuelven ciega.

Referencias bibliográficas

Baggini, J. (2019). Como piensa el mundo. Una historia global de la filosofía. Barcelona: Planeta.

Dussel, E. (2016). Enrique Dussel, filósofo: “Seguimos siendo colonias mentales”. Disponible en https://americat.barcelona/es/enrique-dussel-seguimos-siendo-colonias-mentales

Hegel, G. F. (1955). Filosofía del derecho. Buenos Aires: Claridad.

Losurdo, D. (2007). Contrahistoria del liberalismo. Mátaro: Viejo Topo.

Lakoff, George (2017). No pienses en un elefante. Lenguaje y debate político. Barcelona: Península.

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Fuente: https://barropensativocei.com/2021/03/19/cambiar-de-lentes-a-la-justicia-peruana/