Alonso Castillo–Flores
miércoles, 29 de diciembre de
2021
La historia de todos los pueblos
y todas las sociedades parte de la reproducción de la vida, de la creación de
los medios para que esta sea posible, de la transformación de la naturaleza
para garantizar la supervivencia, en cooperación y en lucha. En este proceso el
ser humano, el ser social, crea toda una serie de técnicas, mecanismos,
instituciones y conocimientos para mantener o cambiar, para su beneficio, el
orden de cosas que ha establecido. El Perú, como todos los pueblos, ha creado
todos estos elementos y su tarea fue y sigue siendo crearse a sí mismo; el
Perú, como “Perú”, se ha establecido en las ruinas del Tawantinsuyo, su ser
nació como un ser colonial respecto de España, y semicolonial respecto de las
nuevas potencias. La crítica filosófica peruana no puede dejar de lado estas
simples aseveraciones.
1. PERUANISMO
Y ANATOPISMO
El Perú ha podido padecer de
muchas cosas, puede tener muchas carencias y limitaciones, pero nunca le han
faltado pensadores, algunos de ellos de escala internacional. Pedro Paulet ha
sido catalogado como el padre de la aeronáutica espacial. Juan Pablo Vizcardo y
Guzmán, el primer precursor ideológico de la independencia americana. Flora
Tristán, una de las primeras feministas europeas, cuyo lema “¡Proletarios de
todos los países del mundo, uníos!” se hizo consigna internacional. César
Vallejo fue llamado poeta universal, el poeta más grande del siglo XX. José
Carlos Mariátegui, el más importante pensador marxista de América. Gustavo
Gutiérrez, iniciador de la teología de la liberación. Aníbal Quijano pionero en
decolonialidad y Augusto Salazar Bondy, en filosofía de la liberación. Carlos
Fernández Sessarego, uno de los iniciadores de la teoría tridimensional del
derecho.
Es ya conocida la alusión de
Mariátegui (1980b, pp. 22–26) de si existe o no existe un pensamiento
hispano–americano, a lo que responde negativamente. Pues lo que tenemos ha sido
un remedo occidental, nuestras escuelas de pensamiento eran sucursales europeas
y estadounidenses, como nuestras religiones semitas. Hemos padecido del anatopismo
que señaló Víctor Andrés Belaúnde, es decir, del vicio de presentar como propio
algo ajeno. Pese a esto, con lo mencionado en el párrafo anterior, en el Perú
sí ha habido creación heroica, pensamiento propio.
A nuestra filosofía, sin embargo,
le ha faltado peruanidad. Por supuesto, esto no es igual en todo el Perú y en
todas las universidades donde se practica. La Universidad de San Marcos destaca
por sus estudios peruanistas. En cambio, decía David Sobrevilla (1996, pp.
348–351) que la filosofía de la Pontificia Universidad Católica, la PCUP, pese
a sus ventajas (económicas, logísticas, y de relaciones externas) 1) era una
filosofía a espaldas de la realidad y de las tradiciones peruanas, 2) tenía
demasiada preferencia por la filosofía continental (Husserl, Heidegger,
Dilthey, Gadamer, Ricoeur, Arendt, Levinas), 3) no hace filosofía sino solo
historia de la filosofía, 4) ya no publicaba libros sino solo artículos
exegéticos, y 5) por ser Pontificia dificulta la verdadera filosofía, libre,
sin limitaciones.
En Arequipa las más recientes
publicaciones de los filósofos vivos más destacados muestran que, si bien
varios tratan de problemas reales y pertinentes, descubrimos que en sus fuentes
no existen referencias a pensadores peruanos, o existen muy pocas – solo cuando
se tratan de problemas nacionales, haciendo uso a veces exclusivo de filosofías
foráneas. (Cfr. Arrieta, 2016; Gamero, 2012; Barreda, Gutiérrez, 2018; Cáceres,
2013). Claro está, no se trata de incluir bibliografía peruana para parecer
peruanista, sino de pensar todo de forma situada.
Hay en nosotros a veces la
impresión de que nuestros propios pensadores no valen mucho la pena, que
siempre es mejor consultar fuentes extrajeras, actualizadas. Creemos a veces
que la “verdadera” filosofía es la griega o la alemana, que el método
anglosajón es el más exacto y riguroso, y muchas veces no nos damos cuenta.
Existe, en la filosofía una suerte de cadena de exclusión, cuando esta es
colonial y cuando las colonias están alienadas.
2. EL
CASO DE LA DIALÉCTICA
Así pasó en el marxismo. Se
creía, y se cree aún, que el marxismo occidental es el más preciso, que el
marxismo soviético oriental es vulgar y dogmático; pero que el marxismo chino
es aún “peor”, que Mao recurrió a una filosofía local, primitiva y obsoleta; y
los marxistas peruanos pensaron que la cosmovisión ancestral propia era algo
aún más tosco, prehistórico, cavernario.
Nunca se dieron cuenta los que
introdujeron el materialismo dialéctico al Perú que Marx crea su método con la
filosofía alemana que le es propia: Hegel y Feuerbach. Lenin y los soviéticos
insisten extremadamente en el materialismo filosófico porque se encuentran en
Rusia, tierra del materialismo científico–revolucionario: Lomonosov, Herzen,
Chernichevski, Dobroliubov, Belinskim, Pisarev, Mendeleiev, Pavlov, Sechénov,
Timiriazev. No notaron que Mao se vuelve campeón de la dialéctica porque
incluye en su sistema a Lao Tsé, Confucio, Mencio, Sun–tzu, y la ilustra con
cuentos, mitos y dichos tradicionales chinos. La filosofía debe tener contacto
con el extranjero, debe importar ideas como insumos, pero no hacer injerto,
sino cultivarse en el suelo propio y abonarse con tradiciones y sentimientos
locales, siempre que estos sean pertinentes y sean liberadores.
Guardia Mayorga se vuelve el
maestro del marxismo peruano tras la desaparición de Mariátegui, viaja a China
y escribe un excelente libro, donde destaca la continuidad de la dialéctica
antigua y la maoísta. Mayorga (1960, p. 242) cita a Mao “Para que el marxismo
tenga algún valor debe ser nacional”; pero, en un episodio lamentable para
nuestra historia, niega más bien la filosofía pre–colombina (Guardia, 2007).
Irónicamente, una de las formas de percibir esta filosofía se encuentra en la
“dialéctica” andina misma, o la cosmovisión de la dualidad (yanantin),
reciprocidad (yanapanakuy), complementariedad (tinkunakuy), encuentro (tinkuy)
e inversión (pachakuti) (Castillo, 2021).
Esto es aún más triste si
recordamos que Guardia, ayacuchano, conocía bien el quechua y escribió un
diccionario del runasimi. Todos aquellos influenciados por el marxismo (salvo
Antero Peralta, Emilio Choy o Juvenal Pacheco), olvidaron que para Mariátegui
(2002, p. 338), existía una “filosofía panteísta y materialista” andina, más
como un sentimiento que como una metafísica. Hay que aceptarlo, con José Lora
Cam y Abimael Guzmán, en el Perú también se establece el maoísmo como filosofía
sistemática, como etapa superior del marxismo, pero –dejando de lado sus
consecuencias prácticas– esta filosofía nunca consideró los valores locales de
la cosmovisión tradicional.
3. FILOSOFÍA
ANDINA
La historia de la filosofía en
Lora Cam (2006, pp. 161–225) resulta ser un enciclopédico desfile de ideas
europeas, sin siquiera espacio para Averroes o Avicena (árabes íberos). El
profesor Jaime Cerrón Palomino (1975, pp. 9–17), padre de Vladimir Cerrón,
resulta más acertado, inicia su historia con las escuelas de la India: Vedanta,
Mimansa, Yoga, Jainismo, Budismo, Sanja, Naia, Vaiseshika y Lokaita (Charvaka).
Pero ni uno ni otro conocía la filosofía precolombina, la oleada de lo que se
conoce como “filosofía andina” se asienta recién en el mundo académico en los
años 90’s.
¿Tenían filosofía los incas? Sí,
sí la tenían. Muchos peruanos se han esforzado demasiado en negarlo, y creen
partir de la antigua filosofía griega, pero en realidad parten de la filosofía
moderna. En cambio, según Aristóteles (1985, p. 31) –el más completo de todos
los griegos– los primeros filósofos eran los que se asombraban con los astros y
cosas complejas como el origen del mundo, y en ese asombro reconocían su
ignorancia. Los astrónomos, entonces, estaban dentro de los primeros filósofos.
Tales de Mileto, llamado "primer filósofo", por ejemplo, era
astrónomo, cosmólogo, y no tenía ninguna gnoseología, ontología, ética, lógica
pura, su "grado de abstracción" no era muy alto.
Entonces, no se equivocaron los
cronistas cuando llamaron filósofos a los amautas. Juan Yunpa era, pues,
astrónomo y filósofo. Los amautas eran científicos y tenían mitos en su
sistema, sí; pero Pitágoras, Parménides, Platón, también los tenían. Hasta los "materialistas"
griegos creían que los dioses existían. De hecho, Aristóteles (1985, p. 31)
escribió que en el asombro por los mitos también hay filosofía, "amor a la
sabiduría".
Víctor Mazzi ha dado claves para
entender esta filosofía, su reflexión sobre el ser (kay) y un origen (paqari),
contando con un fundamento, principio o raíz (tiqsi), algo cercano al arjé
griego. Esta filosofía implicaría dar principios (paq’arichiy), a través del
saber o razón (yuyayta), hacer conjeturas, ventilar razones (hamupayay) y
evitar “hablar sin fundamento” (kutipaytarimay). El hamut’aq sería un sabio,
prudente, cuerdo, el huacacue era un sabio similar al anterior, el wak’anki, un
filósofo, y el pachayachachiq, el que sabe el universo. (Quiroz, pp. 261–279).
Para Salazar Bondy (2000, pp.
38–39) existen tres acepciones de filosofía: 1) como reflexión crítica y
lógica, 2) como concepción del mundo, 3) como un saber de la vida. Quienquiera
que piense que los amautas no tenían una reflexión crítica o lógica, yuyayta, no
podrían negar la concepción andina del mundo, la pacha, ni su saber de la vida,
el sumaq kausay. La racionalidad andina, pese a lo complicado de nuestro
territorio, permitió no un paraíso, pero sí mejorar la condición humana
(Lumbreras, 2006, pp. 117–118), algo que vale más que mil disertaciones
racionalistas.
Los que creen que se necesita
escritura para filosofar, terminan mutilado a Sócrates, el superhéroe de la
filosofía griega, no se diga ya nada de los quipus y los tocapus. Los que hacen
un examen demasiado riguroso de lo que creen que es filosofía deben pensar que
con ese rigor caen filósofos como Séneca, Cicerón, Epicteto, Marco Aurelio, que
eran como sabios del buen vivir (algo muy cercano a nuestros amautas), y caen
los medievales, que eran teólogos todos. Caen así las luminarias del imperio
romano y el mundo cristiano, las raíces mismas de la modernidad occidental.
Ellos quizás no se den cuenta que estarían "extirpado idolatrías" y
efectuando la "Santa inquisición" de la filosofía dura, un colonialismo
ilustrado.
4. CIENTIFICISMO
Y FISICALISMO
Una forma secular de realizar
este tipo de “inquisición” no es otra que la epistemología. En nuestro país se
ha ido cultivando una filosofía de la ciencia de tipo analítico, bungeano,
anglosajón. Por supuesto, esto ha sido bastante fructífero en muchos casos;
así, tenemos el trabajo del contador Idelfonoso Rebaza (2010) sobre la
epistemología y ontología de la contabilidad. Nuestra actitud, empero, no debe
asumir acríticamente la ciencia; una famosa antología filosófica de Lucas
Lavado (1997), recoge más textos de divulgación científica que de reflexión
filosófica.
Ahora bien, la filosofía no solo
está en los filósofos profesionales, en el Perú también cuentan los tecnólogos
y científicos, como Francisco Sagasti, gobernante destacado académicamente, con
una experiencia internacional envidiable. Sagasti (1992, pp. 618–619) asimila
acríticamente los mitos de la ciencia moderna europea y su “dominación de la
naturaleza”, plantea que es esta la verdadera ciencia y que la ciencia de los
incas se reducía a una sistematización empírica sin una manipulación
sistemática de abstracciones. Esta es una muestra de cómo el modelo económico y
tecnócrata tiene un correlato con una filosofía científica que lo sostiene.
Somos modernos, queremos la ciencia, pero también los conocimientos
tradicionales.
Existe en el Perú del siglo XX
una predilección singular por la física, particularmente sobre los problemas
del espacio y del tiempo. Han escrito libros enteros sobre esta ciencia Carlos
Cueto Fernandini, Saco Miro Quesada, Alberto Cordero, Rodríguez Rivas, los
hermanos Abimael y Arsenio Guzmán, Juan Manuel Guillén, Luis Gamero.
Ciertamente se han publicado textos sobre psicología, matemáticas, biología,
ciencias sociales, historia, pedagogía y tecnología; sin embargo, la atención
que ellas han recibido no ha sido mayor a la de contados y muy admirables
esfuerzos.
Tenemos el libro de Miro Quesada
(1992) de divulgación de la teoría de cuerdas, pero entre los filósofos no hay textos
de divulgación de las neurociencias, tan necesarias hoy en día. Tenemos la
imagen –muy difundida en el mundo– que la física de Einstein y la mecánica
cuántica han operado la revolución en la ciencia. Tenemos el gran texto de
Carlos Ballón (1999) sobre cómo esas ciencias implican un cambio de paradigma y
un compromiso ontológico, pero no tenemos trabajos sobre cómo las revoluciones
en la biología (genética, síntesis evolutiva, sistemismo, teoría
quimiosintética, ecología) han trastocado nuestra imagen del mundo y la vida.
Nuestros epistemólogos han hecho
de lado, en gran medida las teorías de sistemas, desde la teoría de la
información a la teoría del caos. Parece que en el Perú los únicos que se han
dedicado a la cibernética han sido Armando Barreda y su sobrino Óscar Barreda.
Quizás la mayoría de filósofos cuando escuche de “cibernética” crea que se está
hablando de informática o ingeniería de sistemas. Felizmente, en el que quizás
sea el texto más importante de epistemología en el Perú (Piscoya, 2009), a
juzgar por sus referencias, cobran gran importancia la matemática, la
psicología y la inteligencia artificial.
Sin duda, la influencia
extranjera en esto es enorme. Libros enteros de filosofía de la física tienen
Mario Bunge, analítico, y Eli de Gortari, marxista, su materialismo no puede
ser otro que el físico. Estamos hablando de destacados epistemólogos de
Latinoamérica. La física ha parido concepciones filosóficas notables:
materialismo mecanicista, energetismo, fisicalismo, idealismo físico, pero en
las ciencias biológicas encontramos lo mismo, evolucionismo, vitalismo,
emergentismo, sistemismo.
Así, con una imagen tan
fisicalista del mundo, encontramos cierta dificultad en entender la filosofía
andina y otros pensamientos alternativos. Desde el positivismo de Comte se
entiende como anti–científica la visión del mundo que considera a las “cosas”
como entes vivos y a lo físico como una esfera vital, caracterizando esta
visión como animista y prefilosófica. Sin embargo, si este mundo está vivo –como
sugiere la filosofía andina– y se paga a la Tierra, se piensa de acuerdo a la
ecología actual y a la teoría Gaia, propuesta de James Lovelock.
5. OBJETIVISMO
Y OBJETIVIDAD
Nuestra visión cientificista del
mundo haya sus bases en la vieja separación sujeto–objeto, base de toda la
epistemología moderna, de la ilusión de la objetividad pura y la neutralidad
máxima. Pero lo objetivo (lo no arbitrario ni dependiente de un sujeto) es
“humanamente objetivo”, “universalmente subjetivo”, y la ciencia “es la subjetividad
más objetivizada y concretamente universalizada” (Gramsci, 1971, pp. 150–152).
El filósofo arequipeño Pablo Quintanilla, muy notable en gnoseología, ha
entendido que la concepción internalista del sujeto debe ser reemplazada por
una visión intersubjetivista y que los criterios objetivos son construidos
intersubjetivamente (Quiroz, 2019, pp. 253–254).
En la filosofía del ande, en
principio, el sujeto no es un individuo, sino un sujeto colectivo y comunitario
(Estermann, 2006, pp. 86), y en Marx el “sujeto de la historia” es también
colectivo, el proletariado. Desde Sócrates, la naturaleza se volvió “objeto”
con su “giro antropológico”. En cambio, en el mundo andino la Pachamama es
también sujeto, que actúa y reacciona (Estermann, p. 194), la Tierra “conoce”
las leyes de su desarrollo, y “conoce” ella misma a los sujetos. La rígida
distinción entre sujeto y objeto ha sido socavada hace mucho, tanto en la
gnoseología como en la ontología.
Pero romper con la visión
cientificista del mundo no quiere decir romper con la visión científica ni con
toda la visión de occidente. Aquí unos ejemplos de paralelos entre la ciencia
moderna y la visión andina. 1) La idea de pacha se traduce como espacio–tiempo,
algo cercano al tejido de Einstein, 2) la complementariedad (tinkunakuy) y
dualidad (yanantin) de opuestos (macho–hembra) se acercan al principio de
complementariedad de Bohr y la dualidad onda–partícula de la mecánica cuántica,
3) las catástrofes cíclicas (pachakiti) se parecen mucho a la teoría del big
bounce (gran rebote), la teoría de las catástrofes o hasta la discontinuidad
cuántica, 4) la misma relacionalidad (tawapaqa) es comparable a las ideas de la
teoría del caos y el efecto mariposa, todo está en todo, muy cerca del
sistemismo y la ecología, que es holística, 5) la reciprocidad (yanapanakuy)
como fundamento cósmico es análoga a la retroalimentación cibernética.
Por suerte, en el Perú ha tenido
gran acogida la filosofía de Edgar Morin, de vocación interdisciplinaria, que
no abandona a la física sino al fisicalismo, que comprende una visión holística
del mundo. En nuestro país existe el Instituto del Pensamiento Complejo Edgar
Morin, que a menudo trata temas de filosofía andina, como los de sexualidad (tinkuy)
y buen vivir (sumaq kausay). El pensador francés Dominique Temple ha construido
una interesante propuesta basada en la lógica de Stephane Lupasco, la
complejidad de Morin y la reciprocidad de los pueblos originarios de Perú,
Bolivia y Paraguay.
6. EUROCENTRISMO
Y PENSAMIENTO COLONIAL
Entonces, el revalorar nuestros
pensamientos ancestrales no nos lleva al sectarismo, a condenar lo europeo y
moderno en bloque, sino a hacernos de lo más avanzado y humano de Occidente,
porque somos parte de él al haber entrado en su dominio. No abandonamos lo
europeo sino el eurocentrismo. Sobrevilla fue sin duda uno de los filósofos más
grandes de este país, es peruanista y germanólogo, ha publicado tanto de
nuestra filosofía como de la alemana, pero en materia filosófica está más cerca
de Alemania que del Perú precolombino. Todo lo que escribía sobre el
pensamiento andino era para negarlo como filosofía, y lo hacía con fuentes
alemanas: Kant, Hegel, Heidegger, Jaspers, Tugendhat, Woff, Husserl, pese a que
lo andino cabe dentro de la filosofía “cósmica” que explora Kant. Aun así,
Sobrevilla (1996, pp. 192–193) proponía apropiarse del pensamiento occidental,
criticarlo y replantear los problemas desde nuestra situación peculiar.
El pensamiento germano es
demasiado tentador, muy seductor. Alemanes son el marxismo y el nazismo.
Psicoanálisis, psicología científica, Gestalt, física relativista, gran parte
de la cuántica, el sistemismo de Bertalanffy, son todos germanos. Las dos ramas
más grandes de la filosofía occidental vienen de los germanos, los analíticos
(el círculo de Viena, Reichenbach, Popper, Mach, Avenarius, además de los
ingleses) y los continentales (que parten de Schleiermacher, Hegel, Marx,
Nietzsche, Husserl, Heidegger, Freud, la teoría crítica). No se puede ignorar a
“los maestros de la sospecha”, Marx, Nietzsche y Freud, y, de hecho, varios
americanistas llevan apellido alemán: Félix Schwartzmann, Alejandro Korn,
Rodolfo Kusch, Martha Harnecker, Horacio Cerutti Gulberg, Enrique Dussel, Ramón
Grosfoguel, Franz Hinkelammert.
Por si fuera poco, los peruanos
le debemos mucho a los estudios arqueológicos de Max Uhle y Maria Reiche, quien
dijo “Yo soy chola”. El libro más célebre de filosofía andina, por cierto, es
el de Estermann, teólogo germano suizo. ¡Qué puede decir el Perú que ha
cobijado a la única colonia austroalemana del mundo en Pozuzo!
Pero el predominio de la
filosofía germana y la europea, en general, ha decaído, y los propios alemanes
lo sabían, debemos a Nietzsche y Spengler las primeras críticas a la cultura y
civilización occidental. Resulta encomiable, si analizamos los trabajos de
Sobrevilla, que no solo ellos nos estudien, sino que nosotros podamos
estudiarlos a ellos, y esto dé apertura a un diálogo intercultural. Lo que no
es encomiable es pensar únicamente con las categorías o métodos de otros
pueblos.
Ha dicho Tito Cáceres (2013, p.
334), que el pensamiento occidental no es monolítico sino multiculturalista y heterodoxo,
su origen es greco–latino–semita. Según la historia oficial, la filosofía nace
en Mileto con Tales, pero Mileto no es “Europa”, ni Europa existía entonces,
sino el “Asia Menor” u Occidental, Anatolia. Tales trajo de Babilonia la idea
del agua como principio. La filósofa mujer más conocida de la antigüedad,
Hipatia de Alejandría –que no hay que confundir con Hiparquía, la cínica– era
egipcia.
Toda la filosofía medieval tiene
sus orígenes en el cristianismo, que nace en Oriente Medio; el retorno a
Aristóteles y los griegos en Europa, lo operan los árabes, Averroes y Avicena,
y un judío, Maimónides. Grandes pensadores germanos son a la vez judíos: Marx,
Freud, Einstein, Horkheimer, Adorno, Benjamin, Arendt, Buber. Mariátegui fue
muy consciente no solo de que necesitábamos del pensamiento europeo para
encontrarnos a nosotros mismos, sino que Marx, cuya filosofía abrazó, fue un
profeta de Israel, del “pueblo judío que yo amo” (Mariátegui, 1980a, pp.
32–34).
Por su parte, el propio
pensamiento andino es una suma de las cosmovisiones de quechuas, aimaras,
puquinas, mochicas, chancas, huancas, mapuches, pastos, manchas, etc. Un examen
comparativo de las culturas de esos pueblos arrojará como resultados no solo
sus similitudes, sino también sus diferencias. Tendemos a pensar en términos
binarios, en “blanco y negro”. Cuando condenamos el colonialismo “europeo”, ¿no
nos referimos a unas seis naciones más que a toda Europa? ¿Son colonialistas
los balcánicos, nórdicos y eslavos? ¿No fueron irlandeses, catalanes y polacos
también colonizados por sus vecinos?
Descartamos entonces toda
pretensión de que esta o cual cultura o filosofía es “la verdadera”, rechazamos
toda pretensión de pureza étnica y filosófica, sea “aria” o “cobriza”, no
renunciamos a nuestra raíz precolombina, nativa, pero tampoco a nuestro
componente español, andaluz. A lo que renunciamos es a la primacía de uno sobre
otro, a la herencia colonial y al complejo de inferioridad. Creemos en el
cosmopolitismo, pero rechazamos la uniformidad a raja tabla.
7. ONTOLOGÍA
SOCIAL: EL SER DEL PERÚ
Esta misma actitud nos invita a
pensar qué es el Perú. Esta es una pregunta histórica y una pregunta
ontológica, filosófica: ¿cuál es el ser del Perú? Mariátegui dijo que el Perú
era una “nacionalidad en formación”, pero no fue el único; sus contrincantes
pensaban igual, Belaúnde (1958, p. 64), escribió que “La nacionalidad no está
formada todavía”, para Luis Alberto Sánchez (1978) éramos en su época “un país
adolescente”.
El Amauta hablaba de un dualismo
costa–sierra, ese dualismo impedía una verdadera peruanidad. El Perú autóctono,
el Tawantinsuyo, fue la única peruanidad que existió. Este dualismo tampoco
toma en cuenta el elemento africano de nuestra formación nacional. El Perú
tiene dobles raíces africanas, la subsaharina, de los esclavos negros, y la
saharina, lo árabe de los españoles. (Béjar, 2012, p. 291), eso sin contar que
todos los humanos tenemos en el África a nuestros primeros ancestros.
La nacionalidad nuestra al día de
hoy parece más integrada; la sierra, pese a su abandono, tiene más contacto con
las metrópolis. Sin embargo, mucho se habla de un pensamiento andino, ¿alguien
habla de un pensamiento amazónico? Temple (2003, pp. 345–349), francés, se ha
interesado en la reciprocidad de los shipibos, ¿cuántos filósofos peruanos han
hecho algo similar? Muchos seguimos pensando en la Amazonía como inhóspita,
salvaje y exótica, un destino turístico más que nuestro propio país.
El Perú, podría pensarse, es
“mestizo”, he afirmado líneas arriba que no debemos desconocer nuestros
componentes nativo e hispano; pero de ello no se concluye que todo ciudadano
peruano los tenga. Así, quizás la pregunta “ontológica” del “ser” debería ser
más bien por los “seres” y, si nos ocupamos del aspecto etnocultural del asunto,
en el Perú hay más de 40 idiomas (si consideramos la familia quechua como “un
solo idioma”), y sus correspondientes grupos étnicos; más algunos otros que no
tienen idioma propio tribal, y, sin duda, distintas clases y grupos sociales.
El “ser” del Perú sería multicultural pese al predominio de unos grupos sobre
otros.
Entonces, la filosofía peruana no
debe limitarse a comentar textos. Sin condenar la historia de la filosofía,
debe trascender de ese espacio y estudiar los problemas reales, los problemas
del Perú, pensar cosas como racismo, pobreza, corrupción, contaminación. No
debe dejar la ontología o epistemología, sino abandonar el modo metafísico de
hacerlo, perseguir la filosofía social.
8. COMUNIDAD
E HISTORIA
Una filosofía que no es grupal o
comunal, o al menos, que represente a grupos de peruanos, a las justas merece
ser comunicada o divulgada. La filosofía puede ser el “amor al saber”, pero el
saber viene del ser humano y el saber no es patente de los intelectuales, hay
saberes técnicos, deportivos, artesanales, industriales, financieros,
religiosos, artísticos, morales, lúdicos, recreacionales. Si la filosofía
pretende que “todo lo humano es nuestro”, si se autodenomina “totalizadora”, no
puede hacer caso omiso de los saberes de nuestros pueblos mestizos,
originarios, emigrantes, etc.
La filosofía como acto reconocido
socialmente tiene un sustrato económico y organizacional, y es histórica. Los
filósofos han sido los amautas en un tiempo, los clérigos en otro, los docentes
o académicos, y en nuestra época nuestra filosofía está más democratizada,
dados los medios tecnológicos, dado el desarrollo de las fuerzas productivas en
el mundo y su acceso al Perú. La pandemia del coronavirus ha podido ampliar el
alcance de la filosofía que, sin embargo, por falta de recursos, no llega a
todos quienes podrían interesarse en ella.
La filosofía académica era hasta
el siglo XX producto casi exclusivamente europeo y criollo, porque los hijos de
los hacendados, comerciantes y profesionales podían acceder al conocimiento.
Con los cambios fruto de las migraciones, la reforma agraria, la guerra
interna, el neoliberalismo, esto da paso a que familias del Perú profundo
logren entrar al mundo académico, los textos y propuestas de “filosofía andina”
entran en escena, sobre todo, después de las transformaciones dadas en el
gobierno militar de Velasco Alvarado.
Esta es una forma “materialista”
de entender la historia de la filosofía en el Perú, materialista en tanto no se
limita a lo formal, lo teórico, sino que estudia la vida en su dimensión real.
La mayoría de historias de la filosofía cuentan una narración de ideas surgidas
de la mente de uno y otro gran pensador y, pese a los encomiables esfuerzos de
nuestros compatriotas, el Perú no es la excepción de la regla. En Sobrevilla
más que historias, tenemos valiosos inventarios. En la obra cumbre de Lora Cam
(2016) existe una historia material coherente y sumaria como antecedente de
cada periodo de la filosofía.
Pero no se podía imaginar el
moqueguano que un religioso podría tener similar vocación materialista. Enrique
López–Dóriga (1988, pp. 109–110), teólogo español establecido en el Perú, narra
la historia de cómo el desarrollo urbano de Francia y la democratización del
libro (que, aun sin la impresora, implicó la producción de textos pequeños
accesibles a más personas) permitió el surgimiento de la escolástica, una
especie de renacimiento dentro de los confines de la ideología medieval. Quien
no concibe el “materialismo” de Occam el teólogo y de Spinoza el judío, no
puede jamás identificar un “materialismo” en la cosmovisión mágica y animista
de los amautas andinos.
La filosofía en el Perú deja de
pertenecer a una élite a riesgo de ser vulgarizada porque se dan las
condiciones reales. Nuestra filosofía ha sido muchas veces de apellido
extranjero porque atravesaba una etapa de su desarrollo, se hizo americanista
para hacerse luego verdaderamente americana. Quien ha sido considerado el más
grande filósofo peruano, Francisco Miro Quesada, intentaba sintetizar la
filosofía americanista con el rigor de la escuela analítica, y confesaba que la
mayoría de peruanos, explotados y despreciados por un grupo privilegiado, lo
ignoraban y lo consideraban extranjero, miembro de una oligarquía (Quiroz,
2009, p. 30). Don Pancho, que no era
ningún radical en nada, dijo que a partir del principio de la ética de Kant de
que las personas son un fin en sí mismas, se deducía “con rigor que la meta de
la historia era la sociedad sin clases”. “Decir que ya terminó la lucha de
clases es ser ciego e hipócrita” (Quiroz, 2019, pp. 33, 42).
9. LA
FILOSOFÍA COMO TRABAJO
Los filósofos se ubican dentro de
grupos o clases sociales, no están por encima de nada. El filósofo es un
intelectual, un docente o alguien que se dedica a otra labor. La unidad entre
el intelectual y el obrero no es un sueño, el brazo derecho de Mariátegui era
un trabajador, Julio Portocarrero. “El destino del hombre es la creación. Y el
trabajo es creación, vale decir liberación. El hombre se realiza en su trabajo”
(Mariátegui, 2002, p. 134). Lo denigrante es el trabajo mecanizado, fordista,
enajenado. En Labriola (1970), el hombre se ha hecho con su trabajo, el trabajo
es el hilo conductor de la historia, la historia es la historia del trabajo, el
pensamiento y la ciencia son un trabajo. Y es en Labriola donde nace el
marxismo italiano que aprende Mariátegui (vía Croce, Gobetti, Tilgher, Sorel, y
el grupo de Gramsci).
Mucha gente cree que el propio
Marx “nunca trabajó”, cuando en realidad era un periodista, un hombre que se
dedicó al trabajo intelectual, y un gran organizador que se proletarizó. Joseph
Dietzgen, trabajador manual, llegó a las mismas conclusiones de la filosofía
dialéctica de Marx y Engels, escribió La esencia del trabajo intelectual, creó
el término “materialismo dialéctico” y fue un organizador de la Internacional.
No hay pues una división
infranqueable entre el intelectual y el trabajador. González Prada (1977, p.
116) recordaba que no existe un trabajo puramente manual y uno puramente
intelectual. Herrero, albañil, tipógrafo, amasador, todos piensan; agobian el
trabajo al pintor, al escultor, al músico, al escritor. La cosmovisión andina
está más cerca de esta concepción laborista del mundo, en ella el trabajo es un
vehículo sagrado que conduce a la comprensión del universo (García, 2017, p.
57), no es la “maldición” de la Biblia ni de la cultura griega.
Aristóteles (1985, p. 30) pensaba
que el filósofo tenía la ciencia más profunda, los que son menos filósofos
debían obedecerle. El filósofo en nuestros tiempos no puede pretender ser el
sabio griego del pasado, despectivo del trabajo y amante de lo puro –o apartado
de la acción humana, como quería el joven Miro Quesada (1958, p. 30)– porque
está inmerso en una sociedad donde el trabajo ya no es esclavo sino la labor
del asalariado, comerciante, profesional, técnico; trabajo que, pese a ello,
está alienado. Y el intelectual está ligado a ellos por vínculos personales,
amicales, familiares o clasistas. Al defender los derechos del trabajo, el
filósofo se defiende a sí mismo.
10. RECUPERACIÓN CATABÁSICA
El filósofo peruano actual no es
tampoco la segunda generación de filósofos que buscaba la “recuperación
anabásica” –término de Miro Quesada– que requería aprender lenguas extranjeras
antiguas y modernas. Bien puede decirse que, tras esta, hay una generación que
busca más bien una “recuperación catabásica”, estudiando lenguas nativas desde
la filosofía (María Rivara de Tuesta, Víctor Mazzi, Zenón Depaz, Gustavo Flores
Quelopana, etc.). A este punto, resulta muy interesante la labor de Javier
Lajo, de basar su filosofía en un idioma extinto que sin embargo ha dejado
rastro, el puquina. Pablo Quintanilla (2021) nos cuenta de The Geography of
Philosophy Project, que busca explorar los conceptos de “conocimiento”,
“comprensión” y “sabiduría” en varios idiomas del mundo, quechua, shipibo y
urarina incluidos.
Anábasis es un ascenso, catábasis
un descenso; ascenso hacia el conocimiento europeo, descenso hacia el
conocimiento pre–europeo. Cuando percibimos que el mundo está de cabeza, que
pobladores nativos y su cosmovisión fueron vencidos y sometidos, el “descenso”
es más bien superior a un “ascenso”, como cuando Marx propone el método de
“ascender de lo abstracto a lo concreto” en una cultura que pensaba que lo
abstracto, ideal, espiritual, celestial, estaba literalmente encima de nuestro
mundo terrenal. Con este método, cuenta Marx una historia de abajo hacia
arriba, del obrero al burgués, del trabajo manual al intelectual, y hace una inversión
de la praxis. O como cuando Vallejo dice que el murciélago practica la caída
hacia arriba, siendo sombrío vuela en las alturas; se trata de reivindicar lo
que yace por debajo de lo establecido, del statu quo.
En fin, hablamos de una inversión
epistémica, un Pachakuti cognitivo. Todo esto podría sonar a locura si no fuese
porque vivimos en un país donde bajar de los cerros –otrora rascacielos
agrícolas, puentes al cosmos infinito– significa progresar en la vida, crecer
económica, social y culturalmente.
11. MITOS Y UTOPÍAS
PERUANOS
Hablar de pachakutis nos
retrotrae a los mitos. No hay filosofía que no sea mítica, y mientras más se
esfuerce la filosofía en sostenerse sobre la razón pura, la lógica exacta, el
método objetivo y neutral, más nos invita al mito, un mito fundacional. No es
que razón, lógica, método, sean mitos en sí, el mito es más bien la creencia
dogmática de que estos elementos nos darán la verdad y nos harán más libres.
Por supuesto, estos mitos han sido muy fecundos, como lo han sido muchos mitos
irracionales. No olvidemos que en la filosofía griega las propuestas más
exactas, lógico–matemáticas, son las que más uso hicieron del misticismo:
Pitágoras, Parménides, Platón. No olvidemos que el positivismo de Comte, cientificismo
por excelencia, proponía ritos religiosos “positivos”.
No debe olvidarse que en el Perú
la filosofía científica de los profesores Rodríguez Rivas y Armando Barreda
formó a Abimael Guzmán. Sus famosas tesis son una, la crítica a Kant desde las
ciencias modernas, y la otra, la crítica al Estado desde el materialismo
histórico (la “parte” de la concepción de Marx tan valorada por los
positivistas del Círculo de Viena). Recuérdese que Jesús Mosterín (2010, p.
107), al condenar el senderismo, indicó que, en su tesis, Guzmán versó sobre la
teoría kantiana del espacio, “criticándola correctamente como incompatible con
el desarrollo de las geometrías no euclidianas”.
Y así, “Gonzalo” era un “mito”,
mito que muchos los confundieron en los 80’s con el Inkarri y el Pachakuti
(Roldán, 2011, pp. 158–159), el mito fue el del comunismo basado en las
“inexorables leyes de la historia”, y siendo un mito llevó a una guerra cruenta
real, dos décadas de pánico real. El mito no es un hombre, sino un ideal, un
meta, Mariátegui, teórico del mito no es “nuestro mito”, como dijo Valdivia
Cano (2015, p. 120). Un hombre no puede ser un mito, un mito es social,
multitudinario. Al hacer de un hombre un mito, se corre el riesgo que los demás
se enajenen en él.
Pero los mitos no están solo en
Sendero, sino que son parte de nuestra macroeconomía, la del estatismo y la del
liberalismo. Uno de los más interesantes y originales aportes de Hinkelammert
fue dilucidar que tanto el estatismo soviético como el libre mercado occidental
son ilusiones trascendentales disfrazadas de economías científicas,
la planificación perfecta y la competencia perfecta son imposibles en
principio, el totalitarismo de mercado, no menos que el totalitarismo de
Estado, obedecen a una razón utópica. (Trelles, 2020, pp. 147–159)
Sagasti (1999, p. 21) apunta a la
misma dirección, entiende la utopía estatista de Velasco Alvarado y
la utopía de mercado de Fujimori, además de la utopía
basista de Alan García (solo las bases de desarrollo podrían llevarnos al
progreso). Del mismo modo, J. I. López Soria, con harta clarividencia, nota
cómo hemos pasado del concepto ilustrado del progreso (realización plena del
ser humano), en los siglos XVIII–XIX, al del desarrollo del siglo XX (que
reduce la realización humana a lo económico, pero dando campo a los derechos
sociales y al estado de bienestar), en el s. XXI nos hemos limitado al concepto
del crecimiento (que reduce lo económico a una sola variable, la eliminación de
la pobreza) (Quiroz, 2019, pp. 130–135). Estamos frente al empobrecimiento del
mito progresista hacia el mito desarrollista, y de este al “crecimientista”.
Héctor Béjar (2012) estudia las
relaciones entre el mito y la utopía en Europa para la formación de la República
peruana. Se trata de un análisis desde el ángulo de las ciencias sociales, sin
dejar de lado la filosofía. Toda la historia del hombre constituye una historia
de mitos y utopías. Los mitos europeos modernos son: la originalidad europea,
la riqueza como fruto del trabajo arduo, la superioridad del hombre occidental,
el carácter civilizado de occidente. Al mismo tiempo, tenemos el mito de la
homogeneidad española, en la que ésta negó su componente árabe, el influjo
judío y su pasado “bárbaro”. Esa negación de sí mismos es lo que los peruanos
hemos aprendido.
Béjar estudia también la utopía
de la patria grande, que fue abandonada apenas nos independizamos de España.
Pero las utopías nunca desaparecen, los americanos necesitamos construir las
nuestras. Toda aspiración de los seres humanos no puede limitarse al cálculo
exacto, sino debe estar acompañada de imaginación, intuición y afectividad. “El
realismo mediocre no cree en las utopías sino se resigna a lo existente, se
deleita en su propia sombra. Se conforma con los pequeños cambios.” (2012, p.
20). El mismo “crecimientismo” sería un programa desencantado, posmoderno, que,
sin embargo, nos engaña al creerse suficiente.
Los peruanos hemos creado muchos
mitos. El propio nombre del Perú, como si viniese de la cultura, río o pueblo
Virú. “Perú” no fue palabra conocida por los incas, ni es quechua ni nativa de
estas tierras. Es la corrupción de la palabra Birú, con que se llamaba a un
cacique del Panamá. Los españoles nos bautizaron así (Barrenechea, 1951, p.
37). Tenemos también el mito del Perú como tierra fértil y rica en recursos,
pero vivimos en una de las geografías más difíciles ásperas del mundo; o el
mito de la república y la democracia, que evita rebeldías y cuestionamientos
(Salazar Bondy, 1995, p. 77). Estos son mitos encubridores.
Un mito encubridor es también el
de la Europa civilizada y el resto del mundo bárbaro. Sin embargo, los propios
romanos, raíz de lo europeo, muy influenciados por Persia y Siria fueron
bárbaros respecto a los griegos. El propio medioevo es un ambiente de
asesinatos entre familiares, de luchas de tribus, de costumbres antihigiénicas
embellecidas en cuentos y leyendas (Béjar, 2012, p. 38–41). Al llegar al siglo
XX, con sus guerras mundiales, el Holocausto, el Holodomor, Hiroshima, etc.
Europa demuestra estar en la total barbarie, esto ha descrito Morin (2009) en
un texto sintético.
Los pueblos nórdicos y germanos,
antes descritos como “bárbaros” son ahora los más exitosos, los de mayor índice
de desarrollo humano y mejor índice de democracia. Arguedas bien sabía que la
palabra “barbarie” la inventaron los europeos para colonizar, para sentirse
superiores (Dorfman, 1969, 67). En pleno siglo XXI, pensar en nuestros pueblos
originarios como “bárbaros”, cuando no son ellos quienes invaden, destruyen,
contaminan, resulta tremendamente grosero. Igual de absurdo resulta llamar
“bárbaros” a los pueblos que descienden de Caral, cuna de la civilización en
América.
Entonces un mito, implica una
serie de elementos irracionales que pueden distorsionar la realidad, siendo que
los seres humanos venimos siempre cargados de prejuicios, supersticiones,
creencias. Es deseable evitarlas, pero imposible eliminarlas totalmente.
Tenemos ideas que guían nuestro camino –así sean nihilistas o decadentes– y
conforme a ellas actuamos. Necesitamos de la ciencia, pero no necesitamos que
todas nuestras ideas sean absorbidas por ella, el culto a la ciencia es un
mito; el sueño de la sociedad científica, una utopía. Se trata de construir
utopías no antojadizas ni destructivas, sino que representen verdaderas
aspiraciones sociales y que sean constructivas.
El gran aporte de Mariátegui no
es solo su teoría del mito. El Amauta enseñó que partimos –queramos o no– de un
dogma, y el dogma es fértil, es el principio de un sistema de ideas, que evita
el escepticismo, el creer en nada. “Los filósofos se valen de conceptos falsos
para arribar a la verdad” (Mariátegui, 1985, p. 23).
Conceptos de este tipo los hay
hasta en las ciencias más exactas. El axioma de las dos paralelas de la
geometría euclídea fracasa en geometrías no planas, y aun así sostiene la
geometría elemental. El dogma de las especies fijas creó la taxonomía de
Linneo, tan útil en biología. Los “fluidos”, flogisto, calórico y éter, son
“conceptos falsos” y permitieron, sin embargo, el desarrollo de las ciencias
físico–químicas hasta el siglo XX. Falsos fueron el tiempo y el espacio
absolutos de Newton, que construyó un robusto sistema, riguroso y exacto. Los
“mitos” sociales pueden hacer lo mismo; por tradición, la labor filosófica
implica desmitificar, eliminar el mito alienante, el fetiche, pero al hacerlo,
creamos un nuevo “mito”.
12. LA POLÍTICA Y LA
PRÁCTICA
En ese acto, no puede dejar de
pensarse en la política. Puede que la política nos parezca una actividad
burocrática, corrupta, de pillos y sofistas. Pero no se equivocaba Aristóteles
cuando decía que somos animales políticos. Muchos de los filósofos peruanos han
participado en política para bien o para mal, V. A. Belaúnde, Miro Quesada,
Salazar Bondy, Guzmán y Lora Cam. Hemos visto que Cerrón padre, Sagasti y
Béjar, hicieron filosofía de uno y otro modo. El propio Alan García ha escrito
–a la usanza de Guardia Mayorga– sobre filosofía, cultura y economía de China, Confucio
y la globalización, 2013. Nada que queramos cambiar en materia educativa,
salubre, cognitiva, puede hacerse de modo efectivo al margen de la
política.
El concurso de la filosofía en la
construcción y persecución de utopías, de ideales, no puede ser arbitrario ni
meramente teórico, sino práctico. Y se ha visto que no existe nada puramente
teórico, ni puramente práctico, que la filosofía es una práctica, un oficio, a
veces superficial, a veces profundo. La propia razón es práctica, es una
articulación de creencias, deseos y acciones, entendidas en su dimensión
práctica, ya que el objetivo de las creencias y deseos es hacer posible la
acción. Así lo ha puntualizado Quintanilla. (Quiroz, p. 230)
Entonces, las filosofías son en
mayor o menor medida, filosofías de la praxis. Debe desecharse ya la idea de
que nuestra actividad es a–práctica. Tenemos una bioética que busca ejercerse
en la salud y la experimentación científica, una epistemología que quiere
examinar de los contenidos científicos vigentes, una lógica que ya tiene
aplicaciones tecnológicas, una filosofía social que persigue insertarse en lo
económico, político y cultural.
13. LA CRÍTICA Y LA
AUTOCRÍTICA
Nuestra filosofía, para entrar al
terreno de lo real, debe ser naturalmente crítica, pero la verdadera crítica es
despiadada, no perdona ni al crítico, es decir, es autocrítica. Por eso, no es
esta una crítica a la filosofía peruana, desde afuera, es una autocrítica de la
filosofía peruana, desde adentro.
En mi criterio, un ejemplo,
incluso un paradigma de la autocrítica fue Friedrich Engels. A pesar de ser el
cocreador de una filosofía de importancia global y de haber influenciado en la
política de todo el siglo pasado, este hombre creía que estaba como en la
prehistoria y que en adelante los seres humanos podrán corregirle. Señaló haber
exagerado el papel de lo económico en la sociedad, dijo tener poca preparación
en historia para escribir La ideología alemana y conocimientos insuficientes en
materia de ciencia natural. Le cedió siempre la prioridad de Marx en su teoría,
y reconoció que Dietzgen llegó a sus mismas conclusiones, sin intentar jamás
adueñarse de la nueva filosofía. No me parecen verdaderas autocríticas las de
Lyotard y Lacan, donde cada quien confesó que su filosofía o práctica clínica
eran una gran estafa.
En la Universidad de San Agustín
(Arequipa), uno de nuestros maestros más reconocidos ha sido el Dr. Luis
Gamero, a cuyas clases nadie entraba por cumplir, sino por escuchar verdaderas
cátedras. No se tomaba asistencia, ni existían prácticas o tareas. El maestro
escribió dos libros enciclopédicos, uno sobre la naturaleza y el hombre, y otro
sobre el ser humano, la sociedad actual y la filosofía. Basado en las críticas
de Michel Onfray a la filosofía tradicional, nuestro filósofo señala la falta
de modestia, práctica, cotidianidad, popularidad y contacto con la realidad.
Gamero dice haber sido cómplice
de estos vicios a través de la docencia; después de todo, la cátedra que atrae
a los oyentes por horas no deja de ser anticuada, impide el diálogo y la
realimentación, pese al carisma, la retórica, la erudición que le pueda dar su
locutor, que en este caso eran excepcionales. Gamero –y, seguramente no es el
único– es un maestro no porque enseñe a repetir, nunca lo hizo, sino porque
cree que el verdadero filósofo es el que enseña al discípulo a desprenderse de
él lo más pronto posible, (2012, p. 376) es decir, es quien enseña al filósofo
a ser independiente, es quien no cree en catecismos, fórmulas ni recetas.
CONCLUSIONES
Queremos para el Perú una
filosofía 1) que no sea anatópica sino peruanista, 2) que no olvide la
tradición, cuando valga la pena, 3) que no niegue su pasado y las cosmovisiones
antiguas de por sí, 4) que persiga la ciencia pero no el cientificismo, 5) que
persiga la objetividad sin abandonar lo subjetivo, 6) que abrace lo extranjero
de forma crítica, sin eurocentrismos ni colonialismos, 7) que aborde temas
reales y se preocupe por el Perú como tal, 8) que tenga contacto con la
comunidad, la sociedad y la historia real, 9) que se considere no por encima de
ningún oficio, sino que se reconozca como un trabajo más, 10) que intente
acercarse no solo a las lenguas extranjeras sino a las nativas, 11) que
desmitifique los mitos alienantes y dañinos, pero que persiga sus propios
mitos, que cree utopías factibles, 12) que critique la mala política, pero que
no condene la praxis política como tal, 13) que sea crítica, tan crítica que
logre la autocrítica.
No ha sido mi intención en estas
líneas hacer una prédica barata ni dar lecciones de ninguna moralina, esta
crítica de la filosofía peruana es solo una incitación a la investigación, una
invitación a la crítica, a sentir y pensar lo que, justo o injusto, es el Perú
y su pensamiento. “En un país como el Perú donde la justicia es vista como
obsoleta y los justos se tienen que proteger de la justicia oficial, pensar en
el sentido de investigar no es una opción, es una necesidad” (Araujo–Frías,
2020, p. 7).
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Fuente: https://filosofarconlassf.blogspot.com/2021/12/critica-de-la-razon-filosofica-peruana.html