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viernes, 18 de febrero de 2022

GIORDANO BRUNO Y UNA APOSTILLA MÍNIMA

Nola, enero o febrero de 1548, Roma - 17 de febrero de 1600

 

“Las palabras que revelan la verdad no son agradables y las palabras agradables muchas veces no dicen la Verdad” ( Lao Tse (S. IV o III a.C.))

 

I

 

«El joven estudioso estrecha el libro contra su pecho mientras se abre paso entre la multitud. El Campo dei Fiori está abarrotado; es un año jubilar y Roma rebosa de peregrinos, pedigüeños y carteristas. Él avanza lento ignorando a los vendedores que le tiran con fuerza de la manga. Días antes una pequeña noticia había llamado su atención en una publicación local. Se iba a ejecutar a un monje dominico de Nola que había agotado la paciencia y la buena voluntad de las autoridades. El estudioso suspira. Se le encoge el corazón ante la expectativa. Aún no ha pasado un siglo desde la muerte de Leonardo pero la ilustración se ha desvanecido tanto que parecen haber transcurrido eones.

El estudioso trepa con dificultad el andamiaje situado detrás del puesto de un mercader y eso le permite ver desde arriba las cabezas de la masa. El griterío procedente de un extremo de la plaza le comunica que Bruno ha llegado tras haberlo exhibido desnudo por las calles de Roma. Lo atan al poste con cuerda gruesa mientras un funcionario local lee los cargos. El estudioso sólo alcanza a oír palabras sueltas: “hereje impenitente…, negativa a retractarse…, despropósitos constantes”.

Un soldado atraviesa la lengua y la mandíbula de Bruno con una aguja para que deje de hablar. Como gesto de clemencia, el soldado le cuelga un saco de pólvora alrededor del cuello para acelerar el fin del sufrimiento. Bruno aparta la cabeza cuando le ofrecen el crucifijo. Los gritos saturan el aire; antorchas encendidas se elevan a lo alto y luego descienden. El estudioso no soporta mirar más y se abre camino a empellones para salir de la plaza.

El libro que sostenía entre las manos el joven estudioso era Del infinito: el universo y los mundos, escrito por Giordano Bruno en 1584.»

 

Fuente: Blog LA HOGUERA DE LOS HEREJES, Autor: Renzo Ortiz

http://elherejeimpenitente.blogspot.com/2011/04/giordano-bruno.html

 

II

 

EL ANTIDOGMA, UNA APOSTILLA MINÍMA

 

“No importa las cartas que tengas, sino cómo las juegas.”

 

Giordano Bruno es un dogmático; pero, un dogmático a la inversa. Giordano no puede creer en los dogmas de su tiempo, tiene que creer que nada puede ser susceptible de fe en tanto el conocimiento es relativo.

Giordano Bruno, (nació en Nola, Nápoles, 1548) fue un religioso, filósofo, astrónomo y poeta italiano. Giordano hablaba 11 idiomas y, por decir lo menos, era un hombre brillante. Estudió en Nápoles especializándose en humanidades y dialéctica. Después de su muerte se convirtió en paradigma de la subversión del dogma, en adalid del librepensamiento y precursor de la revolución de la ciencia.

Bruno redactó y publicó toda su obra entre 1582 y 1591, año en que inició su proceso inquisitorio. Fue alrededor de esta época que una de las primeras obras de Bruno fue publicada, “Las Sombras de las Ideas” al cual le siguió prontamente “El Arte de la Memoria”.  En estos libros mantenía que las ideas son sólo sombras de la verdad.

Después de 8 años en los calabozos del Vaticano, prefiere la muerte a retractarse. El 8 de febrero fue leída la sentencia en donde se le declaraba herético, impenitente, pertinaz y obstinado. Es famosa la frase que dirigió a sus jueces: "Tembláis más vosotros al anunciar esta sentencia que yo al recibirla". Fue expulsado de la Iglesia y quemado vivo, junto a sus trabajos, el 17 de febrero de 1600 en la plaza pública Campo dei Fiori, Roma.

«El 27 de octubre del pasado año 1553, el español Miguel Server fue quemado en Ginebra a causa de sus convicciones religiosas y a instancias de Calvino, pastor de esa iglesia», escribe Giordano. No acaba allí su alegato. Lee atento y contiene el aire y la emoción, puesto que lo mismo podrá ser dicho algún día de su ilustre persona. «Matar a un hombre no es defender una doctrina, sino matar a un hombre. Cuando los ginebrinos ejecutaron a Servet no defendieron ninguna doctrina, sacrificaron a un hombre, y no se hace profesión de la propia fe quemando a otro hombre, sino únicamente dejándose quemar uno mismo por esa fe».

La aristocracia de su tiempo lo veía como un salvaje, radical, subversivo y peligroso. Giordano sólo contra el mundo enfrentó a católicos y protestantes. En su obra la "Cábala del Garañón como Pegaso con la Adición del Asno de Cilene", una discusión irónica sobre las pretensiones de la superstición.  Este “asno” de la superstición, dice Bruno, se lo encuentra en todos lados, no sólo en la iglesia sino en las cortes de ley e incluso en los colegios. En otro libro "La Expulsión de la Bestia Triunfante", ataca la pedantería que encuentra en las culturas católica y protestante. En "El Infinito, el Universo y sus Mundos", escribe: “Existen, pues, innumerables soles; existen infinitas tierras que giran igualmente en torno a dichos soles, del mismo modo que vemos a estos siete (planetas) girar en torno a este sol que está cerca de nosotros.”

Los hombres, con hábito o sin él, del caos capitalista. Pragmáticos todos ellos, no se atreven a decir cómo debieron proceder en ese momento. Piensan, ellos, que los jerarcas de la Iglesia de tiempos de Giordano Bruno “fueron sabios al librarse de él, porque no escribió más libros; pero debieron haberlo estrangulado al nacer”.  Según resultó al final, no se lo quitaron de encima para nada.  Su suerte no fue inusual para un hereje; este extraño genio fue rápidamente olvidado, pero no tanto como esperaban. Sus obras fueron honradas con un sitio en el Index Expurgatorius el 7 de agosto de 1603 y sus libros se hicieron difíciles de conseguir, y por lo mismo, muy buscadas. Bruno fue un pionero que despertó a Europa de su largo sueño intelectual.

Vivir a plenitud es renovarse permanentemente. Y Giordano fue uno de esos tipos que jamás renunció a luchar. Toda creación humana cuando es auténticamente renovadora rompe con dogmas y tradiciones y, por tanto, emerge a la vida como una herejía. Los revolucionarios son por naturaleza, inconformes, iconoclastas, herejes, cuando se proponen encontrar respuestas. La herejía les sirve para hallar la solución. En uno de sus libros, "La Hoja Trifoliada y la Medida de las Tres Ciencias Especulativas y el Principio de Muchas Artes Prácticas", encontramos una discusión sobre un tema que iba a ser tomado en un siglo posterior por el filósofo francés Descartes.  El libro fue escrito cinco años antes de que naciera Descartes, y en él se dice: "Aquél a quien le inquiete la filosofía debe ponerse a trabajar poniendo todas las cosas en duda".

Ni la eternidad del descubrimiento ni la gloria individual les preocupa a estos genios del cambio. El Adanismo no forma parte de su conducta. Sabe que la “verdad” es suya y, a la vez, no le pertenece. Y lo sabe porque es conciente que su ciencia brota de la verdad de otros. Es que la ciencia es resultado del esfuerzo intelectual pasado y presente de la humanidad.  

Los dogmas del pasado caen para dar paso a nuevos dogmas. El hombre iconoclasta cuando encuentra una VERDAD, y entra en posesión de ella, cesa de encontrar utilidad en la herejía. Una vez en el dominio y disfrute de la solución: la transforma en dogma.

¿Qué es el dogma? De todas las definiciones nos quedamos con la del maestro José Carlos Mariátegui. Dogma es una verdad que deja de ser susceptible de desarrollo. Cuando esa verdad se estanca, deja de ser objeto de desarrollo, muere. Dogma es una verdad petrificada que deriva en código de una ideología del pasado. Dogma es una verdad que en el curso de la experimentación se transforma en lo opuesto; es decir, una verdad que se transforma en falsedad. Por eso, la verdadera lucha contra la ignorancia es el combate a los dogmas.

Giordano Bruno fue un hereje torturado y quemado vivo. Si el santo oficio “purificaba” a los herejes en la hoguera; el doctrinarismo de izquierda los condena a la exclusión y marginación. Están convencidos que para unir fuerzas hay que someterlas. La mentalidad de conquistador español sobrevive en las filas del socialismo. La “igualdad” en la cooperación se basa en el sometimiento, en la “unidad” de rodillas. La persuasión, el arrancar a los contrarios de la ignorancia no pasa por su mente.

Las obras imperecederas son producto del ingenio humano. Muchas de éstas quiebran las reglas, destruyen los viejos dogmas, debilitan las tradiciones culturales o científicas, sustituyéndolas por nuevos paradigmas. Una nueva idea produce un gran revuelo entre los comunes. ¡Soltad un Pegaso en un monte y veréis como las cabras no saben que hacer! En todo tiempo y lugar, romper las reglas establecidas es una herejía. Cambiar el viejo orden es recrear la realidad y, por tanto, es otra herejía. Y, como los revolucionarios son “herejes” en potencia, los Torquemadas, siempre estarán listos para empalar a los blasfemos, a los sacrílegos, a los sospechosos de pensar con cabeza propia.

 

Tacna, 26 junio 2011 – 17 febrero 2022

Edgar Bolaños Marín

 

 

Fuentes:

 

-      “GIORDANO BRUNO Y LA VIGENCIA DE SU SACRIFICIO”, Juan Daniel González Hernández. https://docplayer.es/41754750-Giordano-bruno-y-la-vigencia-de-su-sacrificio.html

 

 

 

 

jueves, 16 de diciembre de 2021

SOBRE LOS DOCTORES DEL MARXISMO: "MARX SERÁ EL ÚLTIMO REVOLUCIONARIO DE TODOS LOS TIEMPOS"

  


Por César Vallejo 

 

          Hay hombres que se forman una teoría o se la prestan al prójimo, para luego tratar de meter y encuadrar la vida, a horcajadas y a mojicones, dentro de esa teoría. La vida viene, en este caso, a servir a la doctrina, en lugar de que ésta —como quería Lenin— sirva a aquélla.

Los marxistas rigurosos, los marxistas fanáticos, los marxistas gramaticales, que persiguen la realización del marxismo al pie de la letra, obligando a la realidad histórica y social a comprobar literal y fielmente la teoría del materialismo histórico —aun desnaturalizando los hechos y violentando el sentido de los acontecimientos— pertenecen a esta clase de hombres.

A fuerza de querer ver en esta doctrina la certeza por excelencia, la verdad definitiva, inapelable y sagrada, una e inmutable, la han convertido en un zapato de hierro, afanándose por hacer que el devenir vital —tan preñado de sorpresas— calce dicho zapato, aunque sea magullándose los dedos y hasta luxándose los tobillos.

Son éstos los doctores de la escuela, los escribas del marxismo, aquellos que velan y custodian con celo de amanuenses, la forma y la letra del nuevo espíritu, semejantes a todos los escribas de todas las buenas nuevas de la historia. Su aceptación y acatamiento al marxismo, son tan excesivos y tan completo su vasallaje a él, que no se limitan a defenderlo y propagarlo en su esencia —lo que hacen únicamente los hombres libres— sino que van hasta interpretarlo literalmente, estrechamente. Resultan así convertidos en los primeros traidores y enemigos de lo que ellos, en su exigua conciencia sectaria, creen ser los más puros guardianes y los más fieles depositarios. Es, sin duda, refiriéndose a esta tribu de esclavos que el propio maestro se resistía, el primero, a ser marxista.

Partiendo de la convicción de que Marx es el único filósofo que ha explicado científicamente el movimiento social y que ha dado, en consecuencia, y de una vez por todas, con la clave de las leyes de la historia, la primera desgracia de estos fanáticos consiste en amputarse de raíz sus propias posibilidades creadoras, relegándose a la condición de simples panegirista: y papagayos de «El Capital».

Según ellos, Marx será el último revolucionario de todos los tiempos y, después de él, ningún hombre podrá descubrir nada. El espíritu revolucionario acaba con él y su explicación de la historia contiene la verdad última e incontrovertible, contra la cual no cabe ni cabrá objeción ni derogación posible, ni hoy ni nunca. Nada puede ni podrá concebirse ni producirse en la vida, sin caer dentro de la fórmula marxista. Toda la realidad universal es una perenne y cotidiana comprobación de la doctrina materialista de la historia.

Para decidirse a reír o llorar ante un transeúnte que resbala en la calle, sacan su «Capital» de bolsillo y lo consultan. Cuando se les pregunta si el cielo está azul o nublado, abren su Marx elemental y, según lo que allí leen, es la respuesta. Viven y obran a expensas de Marx. Ningún esfuerzo les está exigido ante la vida y sus vastos y cambiantes problemas. Les es suficiente que, antes de ellos, haya existido el maestro que ahora les ahorra la obligación y la responsabilidad de pensar por sí mismos y de ponerse en contacto directo con las cosas.

Freud explicaría fácilmente el caso de estos parásitos, cuya conducta responde a instintos e intereses opuestos, precisamente, a la propia filosofía revolucionaria de Marx. Por más que les anime una sincera intención revolucionaria, su acción efectiva y subconsciente les traiciona, denunciándolos como instrumentos de un interés de clase, viejo y culto, subterránea y «refoulé» en sus entrañas orgánicamente reaccionarias. Los marxistas formales y esclavos de la letra marxista son, en general, casi siempre, de origen y cepa social burguesa o feudal. La educación y la cultura y aún la voluntad, no han logrado expurgarlos de estas lacras y fondo clasistas.

         Texto del escritor César Vallejo de su libro El arte y la revolución, escrito entre 1929 y 1930.

 

Compartido en WhatsApp por Eduardo Ho 

 

viernes, 16 de abril de 2021

LOS DOCTORES DEL MARXISMO

15 abril, 2021

César Vallejo


©César Vallejo por Pablo Picasso, 1983

Hay hombres que se forman una teoría o se la prestan al prójimo, para luego tratar de meter y encuadrar la vida, a horcajadas y a mojicones, dentro de esa teoría. La vida viene, en este caso, a servir a la doctrina, en lugar de que ésta —como quería Lenin— sirva a aquélla.

Los marxistas rigurosos, los marxistas fanáticos, los marxistas gramaticales, que persiguen la realización del marxismo al pie de la letra, obligando a la realidad histórica y social a comprobar literal y fielmente la teoría del materialismo histórico —aun desnaturalizando los hechos y violentando el sentido de los acontecimientos— pertenecen a esta clase de hombres.

A fuerza de querer ver en esta doctrina la certeza por excelencia, la verdad definitiva, inapelable y sagrada, una e inmutable, la han convertido en un zapato de hierro, afanándose por hacer que el devenir vital —tan preñado de sorpresas— calce dicho zapato, aunque sea magullándose los dedos y hasta luxándose los tobillos.

Son éstos los doctores de la escuela, los escribas del marxismo, aquellos que velan y custodian con celo de amanuenses, la forma y la letra del nuevo espíritu, semejantes a todos los escribas de todas las buenas nuevas de la historia. Su aceptación y acatamiento al marxismo, son tan excesivos y tan completo su vasallaje a él, que no se limitan a defenderlo y propagarlo en su esencia —lo que hacen únicamente los hombres libres— sino que van hasta interpretarlo literalmente, estrechamente. Resultan así convertidos en los primeros traidores y enemigos de lo que ellos, en su exigua conciencia sectaria, creen ser los más puros guardianes y los más fieles depositarios. Es, sin duda, refiriéndose a esta tribu de esclavos que el propio maestro se resistía, el primero, a ser marxista.

Partiendo de la convicción de que Marx es el único filósofo que ha explicado científicamente el movimiento social y que ha dado, en consecuencia, y de una vez por todas, con la clave de las leyes de la historia, la primera desgracia de estos fanáticos consiste en amputarse de raíz sus propias posibilidades creadoras, relegándose a la condición de simples panegirista: y papagayos de «El Capital».

Según ellos, Marx será el último revolucionario de todos los tiempos y, después de él, ningún hombre podrá descubrir nada. El espíritu revolucionario acaba con él y su explicación de la historia contiene la verdad última e incontrovertible, contra la cual no cabe ni cabrá objeción ni derogación posible, ni hoy ni nunca. Nada puede ni podrá concebirse ni producirse en la vida, sin caer dentro de la fórmula marxista. Toda la realidad universal es una perenne y cotidiana comprobación de la doctrina materialista de la historia.

Para decidirse a reír o llorar ante un transeúnte que resbala en la calle, sacan su «Capital» de bolsillo y lo consultan. Cuando se les pregunta si el cielo está azul o nublado, abren su Marx elemental y, según lo que allí leen, es la respuesta. Viven y obran a expensas de Marx. Ningún esfuerzo les está exigido ante la vida y sus vastos y cambiantes problemas. Les es suficiente que, antes de ellos, haya existido el maestro que ahora les ahorra la obligación y la responsabilidad de pensar por sí mismos y de ponerse en contacto directo con las cosas.

Freud explicaría fácilmente el caso de estos parásitos, cuya conducta responde a instintos e intereses opuestos, precisamente, a la propia filosofía revolucionaria de Marx. Por más que les anime una sincera intención revolucionaria, su acción efectiva y subconsciente les traiciona, denunciándolos como instrumentos de un interés de clase, viejo y culto, subterránea y «refoulé» en sus entrañas orgánicamente reaccionarias. Los marxistas formales y esclavos de la letra marxista son, en general, casi siempre, de origen y cepa social burguesa o feudal. La educación y la cultura y aún la voluntad, no han logrado expurgarlos de estas lacras y fondo clasistas.

 

Texto del libro que César Vallejo llamó su “libro de pensamientos”: El arte y la revolución, escrito entre 1929 y 1930.

Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/los-doctores-del-marxismo/

 

miércoles, 6 de marzo de 2019

LA TERCERA INTERNACIONAL Y NUESTRO TIEMPO



Con motivo del centenario de la Tercera Internacional

06-03-2019

El próximo 6 de marzo del presente se cumple el centenario de la fundación de la Tercera Internacional, y, como es obvio, este acontecimiento es circunstancia propicia para plantear algunas ideas. 

Solo algunas ideas, pues, como se comprenderá, un análisis detallado de los méritos y los errores de la aludida organización, implicaría la escritura de todo un volumen. 

Así pues, aquí nos referiremos únicamente a su significación en el proceso histórico de la organización internacional del proletariado, así como a las principales enseñanzas que arroja su experiencia. 


Como es de conocimiento común, entre las tres Internacionales existieron algunas diferencias que es necesario remarcar. 

La Asociación Internacional de Trabajadores o Primera Internacional (1864-1872), fundada por Marx y Engels, fue una organización cuya unidad no estuvo basada en el marxismo. 

Engels se refirió a esta circunstancia en una carta del 27 de enero 1887 a Florence Kerlley Wischnewetski: 

Cuando Marx fundó la Internacional, redactó el Reglamento de manera que pudieran ingresar todos los obreros socialistas de esa época: proudhonistas, lerouxistas e incluso el sector más avanzado de las tradeunions inglesas; y fue sólo gracias a esta amplitud que la Internacional llegó a ser lo que fue: el medio para disolver y absorber gradualmente a todas estas sectas secundarias, con excepción de los anarquistas, cuya repentina aparición en varios países no fue sino el efecto de la violenta reacción burguesa que sucedió a la Comuna y que por ello podíamos dejar que se marchitasen solos, como ocurrió. Si de 1864 a 1873 hubiéramos insistido en trabajar sólo con quienes adoptaban ampliamente nuestra plataforma, ¿dónde estaríamos hoy? Creo que toda nuestra experiencia ha mostrado que es posible trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas sin ceder u ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización, y temo que si los alemanes norteamericanos eligen una línea distinta cometerán un grave error. (Correspondencia Marx-Engels, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1973, p. 364). 

De estos conceptos, se desprenden las siguientes conclusiones: 

1. La unidad de la Primera Internacional fue de carácter programático, y no doctrinario; sobre la base de la unidad programática, Marx y Engels se propusieron absorber doctrinariamente a las diversas corrientes no marxistas.
2. Determinada –y posibilitada– por la situación ideológica de la clase obrera europea de la época, dicha unidad programática hizo de la Primera Internacional un partido-frente.
3. La experiencia de la primera organización internacional del proletariado mostró que es posible –y necesario– trabajar con « el movimiento general de la clase obrera en cada una de sus etapas » .
4. Este trabajo con el movimiento no tiene por qué significar « ocultar nuestra propia posición e incluso nuestra organización » . 

En este marco general, Marx y Engels educaron a los trabajadores en la conjugación de la lucha económica y la lucha política, en el principio de que la conquista del poder político es el gran deber de la clase obrera, en la idea rectora de que la emancipación de la clase obrera debe ser obra de la propia clase obrera y en el espíritu del internacionalismo proletario, al mismo tiempo que desplegaron la lucha contra el proudhonismo, el blanquismo, el lassallismo, el bakuninismo y el tradeunionismo, preparando así el terreno para el triunfo del marxismo y, al mismo tiempo, formando los cuadros que más tarde contribuyeron en la fundación de partidos marxistas de masas en diversos países. 

Así pues, el resultado de la lucha ideológica contra las distintas corrientes del socialismo premarxista fue la base de la ulterior unidad marxista del proletariado revolucionario. 

Mariátegui escribió sobre la Primera Internacional: 

La Primera Internacional fundada por Marx y Engels en Londres, no fue sino un bosquejo, un germen, un programa. La realidad internacional no estaba aún definida. El socialismo era una fuerza en formación. Marx acababa de darle concreción histórica. Cumplida su función de trazar las orientaciones de una acción internacional de los trabajadores, la Primera Internacional se sumergió en la confusa nebulosa de la cual había emergido. Pero la voluntad de articular internacionalmente el movimiento socialista quedó formulada. Algunos años después, la Internacional reapareció vigorosamente. El crecimiento de los partidos y sindicatos socialistas requería una coordinación y una articulación internacionales. (La escena contemporánea, 1987, pp. 112-13). 

La « confusa nebulosa » de la cual había emergido y en la cual finalmente se sumergió la Primera Internacional, fue, pues, su condición de partido-frente, tipo de partido que, después de cumplir su misión, caducó históricamente como consecuencia del desarrollo de la lucha de clases, la bancarrota del socialismo premarxista y el triunfo teórico del marxismo en el movimiento obrero. 

Por eso Engels señaló: 

"Creo que la próxima Internacional –después que las obras de Marx hayan ejercido influencia durante algunos años– será directamente comunista, y proclamará abiertamente nuestros principios". (Carta a A. Sorge del 12 (y 17) de setiembre de 1874, Correspondencia Marx-Engels, pp. 271-72). 

II 

Y así fue, efectivamente: el crecimiento del movimiento obrero y de sus partidos de clase, exigió la fundación de la Segunda Internacional (1889-1914). 

Entre otras cuestiones, la Segunda Internacional significó: 

1. La diferenciación teórica del concepto de partido doctrinariamente homogéneo del concepto de partido doctrinariamente heterogéneo, y, sobre esta base, la existencia diferenciada de sus respectivos correlatos organizativos.(1) 

2. La constitución, en diversos países, del partido doctrinariamente homogéneo, tipo de partido del cual el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán, fundado en 1869, fue su primera expresión. 

3. La plasmación de la más completa independencia ideológica, política y orgánica del proletariado revolucionario. 

4. El trazo de una política específica que hizo posible, en las nuevas condiciones, el trabajo « junto con el movimiento general de la clase obrera » , aunque con la limitación de que entonces los conceptos de frente unido y hegemonía se encontraban elaborados solo a grandes rasgos. 

Pues bien, al tener los partidos de la Segunda Internacional que desenvolver, dadas las condiciones de desarrollo pacífico del capitalismo, la lucha legal como su actividad principal, más o menos tempranamente experimentaron el surgimiento en su seno de tendencias oportunistas, y esto ocurrió sobre todo en el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán. 

Entonces Engels mismo empeñó la lucha contra, por ejemplo, la omisión de la dictadura del proletariado en el proyecto del programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana y algunas otras posiciones oportunistas contenidas en el mismo, así como contra el cretinismo parlamentario de diversos partidos. 

Poco después del fallecimiento de Engels, entre 1896 y 1897 Eduard Bernstein publicó algunos artículos en la revista Die Neue Zeit, en los que revisaba a Marx al reemplazar la lucha revolucionaria del proletariado por la idea utópica de la persuasión y la educación como camino al socialismo, etcétera. De esta forma hizo su aparición el revisionismo que, corriendo ya el siglo XX, cobró un marcado crecimiento. 

Lenin escribió al respecto: 

"El socialismo premarxista ha sido derrotado. Ya no continúa la lucha en su propio terreno, sino en el terreno general del marxismo, a título de revisionismo". (Marx-Engels-Lenin-Marxismo, recopilación, Editorial Progreso, Moscú, s/f, p. 57). 

Es decir, las diversas tendencias oportunistas se transformaron en revisionismo, el cual, no obstante renegar los principios del marxismo, hace uso de un lenguaje aparentemente marxista; así pues, es claro que el revisionismo es antimarxismo disfrazado de marxismo. 

Recapitulando la actuación de la Segunda Internacional, Stalin sostuvo en abril de 1924: 

"Fue ése un período de desarrollo relativamente pacífico del capitalismo… en que las formas legales de lucha se ponían y se creía “matar” al capitalismo con la legalidad; en una palabra, un período en el que los partidos de la II Internacional iban echando grasa y no querían pensar seriamente en la revolución, en la dictadura del proletariado, en la educación revolucionaria de las masas. 

En vez de una política revolucionaria coherente, tesis teóricas contradictorias y fragmentos de teorías divorciados de la lucha revolucionaria viva de las masas y convertidos en dogmas caducos. Naturalmente, para guardar las formas se invocaba la teoría de Marx, pero con el fin de despojarla de su espíritu revolucionario vivo". (Cuestiones del leninismo, recopilación, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1977, p. 12) 

Algunos meses después, en noviembre, Mariátegui escribió sobre el mismo tema: 

La función de la Segunda Internacional fue casi únicamente una función organizadora. Los partidos socialistas de esa época efectuaban una labor de reclutamiento. Sentían que la fecha de la revolución social se hallaba lejana. Se propusieron, por consiguiente, la conquista de algunas reformas interinas. El movimiento obrero adquirió así un ánima y una mentalidad reformistas. El pensamiento de la social-democracialassalliana dirigió a la Segunda Internacional. A consecuencia de este orientamiento, el socialismo resultó insertado en la democracia. (…) La guerra fracturó y disolvió la Segunda Internacional. Unicamente algunas minorías se reunieron en los congresos de Khiental y Zimmerwald, donde se bosquejaron las bases de una nueva organización internacional. La revolución rusa impulsó este movimiento. (La escena contemporánea, p. 113). 

Así pues, el revisionismo, que había logrado corromper al Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (así como a los demás partidos de la Segunda Internacional, con excepción del partido bolchevique y del grupo Espartaco de Karl Liebknech y Rosa Luxemburgo, entre algunas otras organizaciones), se convirtió en nuestra época en un fenómeno engendrado por las condiciones económicas y sociales propias del imperialismo, fenómeno que, como está comprobado, corrompe los partidos de la clase obrera, desvía a las masas al camino del reformismo y traiciona la revolución. Esto ocurre en nuestra época como desarrollo de aquellas condiciones inglesas del siglo XIX que dieron lugar al surgimiento de una aristocracia obrera y, al mismo tiempo, como continuación del oportunismo que Marx y Engels combatieron en su época. 

En estas condiciones de desborde del revisionismo, Kautsky, expresando su centrismo, planteó la convivencia de marxistas y revisionistas en un mismo partido. Esto significaba volver atrás, pero con una nota particular: mientras que, dadas las condiciones históricas entre 1864 y 1872, estuvo plenamente justificado el partido doctrinariamente heterogéneo como fue la Primera Internacional, ahora, en nuestra época, cuando el socialismo no marxista ha puesto en evidencia en todas partes su metamorfosis en revisionismo y ha mostrado, en diferentes planos y distintas formas, su servicio a la burguesía, la propuesta centrista de Kautsky significaba promover la convivencia de los marxistas y los agentes ideológicos de la burguesía en el seno de los partidos obreros. 

Lenin, por el contrario, expresando su marxismo, planteó entonces la expulsión de los revisionistas de los partidos obreros, la construcción de partidos doctrinariamente homogéneos, de partidos capaces de organizar la revolución proletaria e instaurar la dictadura del proletariado. 

Concretamente, el jefe de la revolución rusa esclareció: 

La época imperialista no tolera la coexistencia en un mismo partido de los elementos de vanguardia del proletariado revolucionario y la aristocracia semipequeñoburguesa de la clase obrera… La vieja teoría de que el oportunismo es un ‘matiz legítimo’ dentro de un partido único y ajeno a los ‘extremismos’ se ha convertido hoy día en el engaño más grande de la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento obrero. El oportunismo franco, que provoca la repulsa inmediata de la clase obrera, no es tan peligroso ni perjudicial como esta teoría del justo medio, que exculpa con palabras marxistas la práctica del oportunismo, que trata de demostrar con una serie de sofismas la inoportunidad de las acciones revolucionarias, etc. Kautsky, el representante más destacado de esta teoría y al mismo tiempo el prestigio más autorizado de la II Internacional, se ha revelado como un hipócrita de primer orden y como un virtuoso en el arte de prostituir el marxismo (La bancarrota de la II Internacional, en Contra el revisionismo, p. 275; elipsis nuestra). 

III 

Precisamente en estas condiciones de lucha contra el revisionismo –y contra el centrismo, forma más o menos sutil de revisionismo–, surgió la Tercera Internacional o Internacional Comunista (1919-1943), partido doctrinariamente homogéneo, partido de clase, partido opuesto a la Segunda Internacional. 

Pues bien, entre la Primera y la Segunda Internacionales, por una parte, y la Tercera Internacional, por la otra, existen varias diferencias. Anotemos las principales. 

1. Mientras las dos primeras Internacionales surgieron en la época del capitalismo competitivo y de la preparación de las fuerzas del proletariado para la revolución, la Tercera Internacional surgió en la época del imperialismo y de la revolución proletaria. 

2. Mientras las dos primeras Internacionales fueron fundadas por partidos que no se encontraban en el poder, la Tercera Internacional fue fundada por un partido que había dirigido la primera revolución proletaria triunfante y que, por tanto, ejercía la dictadura del proletariado. 

3. Mientras la Primera Internacional surgió cuando el marxismo coexistía con otras corrientes socialistas en el movimiento obrero y la Segunda cuando el marxismo había alcanzado un triunfo teórico completo en ese mismo movimiento, la Tercera surgió cuando el marxismo había alcanzado un nuevo desarrollo de valor universal (el leninismo) y la lucha por la revolución proletaria está a la orden del día, y cuando, además, el revisionismo se presenta como el peligro principal en el movimiento comunista internacional. 

4. Mientras la Primera Internacional fue una organización limitada a los partidos de Europa y Estados Unidos de Norteamérica y la Segunda apenas pudo incorporar a su agenda la cuestión colonial, la Tercera fue ya una organización a escala mundial. 

Acerca de la diferencia específica entre la Segunda y la Tercera Internacionales, Mariátegui señaló lo siguiente: 

Este conflicto entre dos mentalidades, entre dos épocas y entre dos métodos del socialismo, tiene en Zinoviev una de sus dramatis personae. (…) La guerra, según Zinoviev, ha anticipado, ha precipitado mejor dicho, la era socialista. Existen las premisas económicas de la revolución proletaria. Pero falta el orientamiento espiritual de la clase trabajadora. Este orientamiento no puede darlo la Segunda Internacional, cuyos líderes continúan creyendo, como hace veinte años, en la posibilidad de una dulce transición del capitalismo al socialismo. Por eso, se ha formado la Tercera Internacional. (La escena contemporánea, pp. 115). 

Dos épocas: la del capitalismo competitivo y la preparación de las fuerzas proletarias para la revolución, y la del imperialismo y de la revolución proletaria. Dos mentalidades: la del revisionismo, de un lado, y la del marxismo, del otro. Dos métodos: el método reformista (revisionista), por un lado, y el método revolucionario (marxista-leninista), por el otro. 

En nuestra época existen, en efecto, las premisas económicas de la revolución proletaria mundial; pero, como señaló Mariátegui, para que la revolución tenga curso, hace falta el orientamiento espiritual de las clases trabajadoras; esta orientación no puede darla el revisionismo, como también señaló Mariátegui; esta orientación solo puede darla el marxismo-leninismo. 

Precisamente la Tercera Internacional desarrolló dicha orientación, es decir, puso en práctica la preparación del partido y de las masas trabajadoras a efecto de instaurar la dictadura del proletariado, razón por la cual Lenin señaló: 

La importancia histórica universal de la Tercera Internacional, de la Internacional Comunista, reside en que ha comenzado a poner en práctica la consigna más importante de Marx, la consigna que resume el desarrollo del socialismo y del movimiento obrero a lo largo de un siglo, la consigna expresada en este concepto: dictadura del proletariado. (Obras escogidas en doce tomos, Ediciones Progreso, Moscú, 1977, t. IX, p. 405). 

Teniendo en cuenta esta realidad, Mariátegui definió magistralmente la condición de la Tercera Internacional: 

Si la Segunda Internacional no se obstinara en sobrevivir, la juventud revolucionaria se complacería en venerar su memoria. Constataría, honradamente, que la Segunda Internacional fue una máquina de organización y que la Tercera Internacional es una máquina de combate. (La escena contemporánea, p. 115). 

Efectivamente, eso fue la Tercera Internacional: una máquina de combate. 

Por eso las Condiciones de ingreso en la Internacional Comunista, aprobadas por su Segundo Congreso (19 de julio-7 de agosto de 1920), expresan su objetivo de desarrollar y fortalecer los partidos comunistas, desplegar la propaganda revolucionaria entre las masas trabajadoras, preparar las fuerzas de la revolución, instaurar la dictadura del proletariado. 

Estas Condiciones de ingreso estuvieron vigentes desde su aprobación hasta el momento de la disolución de la Tercera Internacional veintitrés años después. 

En el numeral 17 de las Condiciones, puede leerse lo que sigue: 

La Internacional Comunista, que actúa en medio de la más enconada guerra civil, debe estar estructurada de una manera mucho más centralizada que la II Internacional. Por supuesto, la Internacional Comunista y su Comité Ejecutivo deberán tener en cuenta en toda su labor la diversidad de condiciones en que se ven obligados a luchar y actuar los distintos partidos, y adoptar decisiones obligatorias para todos sólo en los problemas en que sean posibles tales decisiones. (Lenin, Obras escogidas en doce tomos, t. X, p. 163). 

Esto quiere decir que la acción de los distintos partidos miembros de la Tercera Internacional se desarrolló entre dos coordenadas: 1) la centralización; 2) la necesidad de desarrollar en cada país el camino propio de la revolución.(2) 

Precisamente la no observancia de estas coordenadas explica no pocos de los problemas que experimentaron muchos de tales partidos. 

Igual que la Primera y la Segunda Internacionales, la Tercera afrontó la tarea de « trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera » . Pero, a diferencia de la situación en el siglo XIX, ya en las primeras décadas del siglo XX los marxistas habían terminado por definir cabalmente los conceptos de frente unido y hegemonía, enriqueciendo así el aparato conceptual del marxismo.(3) 

Desde antes de la revolución de 1917 Lenin había desarrollado ideas frenteunitarias y, así, el partido bolchevique puso en práctica la táctica del frente unido, táctica que, en las condiciones de la Internacional, tuvo su primera expresión literaria en la Carta abierta (enero 1921), de la dirección del Partido Comunista de Alemania (KPD) a los partidos obreros (SPD, USPD y KAPD) y a los sindicatos, a fin de concertar acciones conjuntas con vistas a alcanzar las reivindicaciones económicas de los trabajadores, el desarme y la disolución de las formaciones militares burguesas y la constitución de organizaciones proletarias de defensa. Luego, bajo la consigna general « hacia las masas » , el Tercer Congreso de la Internacional Comunista (22 de junio-12 de julio de 1921) acordó la táctica del frente unido de la clase obrera. 

De esta forma, pues, con la Tercera Internacional el partido proletario encontró la solución al problema de « trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera». 

Esto quiere decir que, preservando su independencia, el partido marxista inauguró una nueva forma organizativa de relaciones internas en el seno del pueblo. 

Es decir, con la Tercera Internacional se concretó el concepto de frente unido como algo diferente del concepto de partido de clase, y, en consecuencia, los correlatos organizativos de ambos conceptos aparecieron separados, aunque estrechamente ligados entre sí: desde entonces la doctrina marxista es al partido de clase, así como el programa común es al frente unido del pueblo; de esta forma, por primera vez en la historia, el partido y el frente unido aparecieron como dos instrumentos fundamentales en la lucha por la toma del poder y el ejercicio del poder. 

Por otro lado, Stalin señaló en punto al concepto de hegemonía: 

Lo nuevo que Lenin aportó en este problema es que desarrolló y amplió el bosquejo hecho por Marx y Engels, creando una teoría armónica de la hegemonía del proletariado, una teoría armónica de la dirección de las masas trabajadoras de la ciudad y del campo por el proletariado, no sólo para derrocar el zarismo y el capitalismo, sino también para edificar el socialismo bajo la dictadura del proletariado. (Entrevista con la primera delegación de obreros norteamericanos, en Lenin, recopilación, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1976, p. 41). 

Pues bien, en los tiempos de la Tercera Internacional, el centrismo kautskiano todavía hacía estragos en algunos partidos que querían ser parte suya. Un caso de estos fue el de la « fracción unitaria » del Partido Socialista Italiano. El numeral 7 de las Condiciones de ingreso citadas arriba, establecía lo que sigue: 

Los partidos que deseen pertenecer a la Internacional Comunista están obligados a reconocer la necesidad de un rompimiento total y absoluto con el reformismo y con la política del “ centro” y a propagar esta ruptura en los medios más amplios del partido. Sin esto es imposible una política comunista consecuente. » (Lenin, Obras escogidas en doce tomos, t. XI, p. 161). 

Pero la Conferencia de la fracción « unitaria » del mencionado partido (realizada los días 20 y 21 de noviembre de 1920, o sea cuatro meses después de aprobadas las Condiciones de ingreso) se pronunció contra el rompimiento con los reformistas. 

Así, la «fracción unitaria» del PSI se mostró muy unitaria con respecto al reformismo, pero contraria a la Internacional Comunista.(4) 

Es claro que los méritos de la Tercera Internacional, pero también sus errores, no pueden ser analizados ni explicados sino precisamente sobre el terreno de la lucha por la toma del poder y la instauración de la dictadura del proletariado, sobre el terreno de la lucha por la revolución antiimperialista y antifeudal en los países coloniales, sobre el terreno de la lucha por lo que Lenin llamó « la República Soviética universal». 

En cuanto a los errores, en las presentes líneas solo es posible señalar que, salvo en vida de Lenin en un alto grado, en sus etapas ulteriores la Tercera Internacional presentó problemas de dogmatismo (por ejemplo en relación al PCCH y a determinadas posiciones del naciente PSP dirigido por Mariátegui), de sectarismo (expresado, por ejemplo, de manera concentrada en la consigna « clase contra clase » acordada por el VI Congreso), y, en los últimos años de su existencia, de oportunismo (que despuntaba en algunos partidos de Europa y América). 

En cuanto a sus méritos, puede decirse, en general, que su contribución al desarrollo de los partidos comunistas, de la conciencia socialista del movimiento obrero internacional y de la revolución proletaria mundial, fue incuestionablemente importante y, por esto, su memoria se mantiene viva en la conciencia del movimiento comunista internacional. 

IV  

Plantear ahora el partido-frente es volver atrás; las condiciones históricas que dieron lugar y justificaron plenamente el carácter de partido-frente de la Primera Internacional, no existen más; por tanto, después de 1872 no tuvo ninguna justificación la idea «centrista» de la unidad de marxistas y revisionistas en un mismo partido, ni la tiene ahora. 

Aunque en condiciones de una dispersión extrema y de una debilidad evidente, el movimiento comunista de cada país tiene ante sí la tarea de constituir, reconstituir o desarrollar su partido de clase y, sobre la base de un programa de acción, construir el frente unido del pueblo. 

Solo así el partido proletario puede convertirse en el partido de masas que exige la lucha por la toma del poder y el ejercicio del poder. 


La Tercera Internacional quedó disuelta el 15 de mayo de 1943. Entonces, con toda razón, Stalin señaló que en adelante había que promover « la organización de un compañerismo basado en la igualdad » . 

Hoy, la necesidad de una organización de esta naturaleza, es una necesidad absoluta que puede concretarse mediante conferencias. 

Sin embargo, existen partidos y tendencias que promueven organizar una nueva Internacional. 

Como se sabe, el Movimiento Revolucionario Internacionalista (MRI), que durante no pocos años agrupó a algunos partidos y algunas organizaciones, se propuso impulsar la organización de «una Internacional de nuevo tipo basada en el marxismo-leninismo-maoísmo» y, con este fin, propuso « establecer un comité provisional, o sea un grupo embrionario, para dirigir el proceso general de impulsar la unidad ideológica, política y organizativa de los comunistas». (Declaración del Movimiento Revolucionario Internacionalista y ¡Viva el marxismo-leninismo-maoísmo!, pp. 53 y 54). 

No obstante, como es de conocimiento común, el mismo MRI no existe ya desde hace algunos años y, por tanto, su proyecto de establecer el aludido « comité provisional » quedó en la nada, lo que debe hacer pensar a más de uno. 

Lo que sucedió entonces y sucede ahora es que, en las condiciones imperantes desde hace décadas, no es procedente organizar una nueva Internacional, aunque se la imagine « de nuevo tipo » . 

Por otro lado, los hechos dan al traste con cierto prejuicio que hay con respecto a la idea de no constituir una Internacional como centro orgánico: la inmensa mayoría de revoluciones socialistas triunfaron después que la Tercera Internacional había dejado de existir, lo que, por supuesto, en modo alguno significa que esta Internacional fuera un obstáculo para tales triunfos, como alguien podría pensar superficialmente. 

A propósito de la experiencia organizativa del proletariado mundial, en uno de nuestros libros escribimos lo siguiente: 

La Primera Internacional tuvo como objetivo la unidad programática del proletariado europeo y estadounidense en la lucha contra el capitalismo. La Segunda Internacional tuvo como objetivo la adhesión de este proletariado a la verdad universal del marxismo y la construcción de partidos marxistas de masas. La Tercera Internacional tuvo como objetivo la defensa de la verdad universal y la bolchevización de los partidos del proletariado de todos los países. Esta realidad histórica significa que: 1) de la Primera a la Tercera Internacional, el proletariado se elevó de lo programático a lo ideológico y de una escala continental a una escala mundial en su acción política; 2) la Segunda y la Tercera Internacionales tuvieron como órbita la verdad universal. (El pez fuera del agua. Crítica al ultraizquierdismo gonzaliano, editor Jaime Lastra, Lima, 2010, p. 181). 

Es un hecho que las Internacionales cumplieron su papel histórico, pero, la forma de centro orgánico bajo la cual existieron agotó hace tiempo sus posibilidades; ahora, el proletariado de todos los países tiene ante sí la alta tarea de organizar « un compañerismo basado en la igualdad » . 

El contenido de este compañerismo es la centralización ideológica, la coordinación política, la independencia teórica y la autonomía orgánica. 

La organización de un compañerismo basado en la igualdad es, sin duda, la tarea central en el plano del internacionalismo proletario, y, como se entenderá, su cumplimiento impulsaría la lucha de todos y cada uno de los partidos de clase por tomar como órbita de su acción el desarrollo de la verdad particular como expresión viva de la verdad universal del proletariado, o sea, por desarrollar el camino propio de la revolución como expresión concreta del universal camino de la revolución socialista.(4) 

Así pues, el proletariado internacional tendría como su base de unidad ideológica la verdad universal del marxismo-leninismo, a lo que el proletariado de cada país tendría que agregar la base teórica de su verdad particular. Estas bases permitirían aplicar una correcta línea política que haría posible “trabajar junto con el movimiento general de la clase obrera” y, en general, con todas las clases y todas capas sociales que en cada etapa del desarrollo social conforman el pueblo. 

En el Centenario de la Tercera Internacional, la mejor manera de honrar su memoria y continuar sus tradiciones positivas, es que cada partido marxista-leninista contribuya a la organización de un compañerismo basado en la igualdad como el nuevo tipo de relación interna necesaria en el movimiento comunista internacional.

Notas:

[1] Esta consideración es correcta solo en el sentido de que la diferenciación teórica y organizativa aludida cobró con la Segunda Internacional una trascendencia decisiva en el movimiento obrero internacional, pues de hecho tal diferenciación venía, en el plano organizativo, de la Liga de los Comunistas (1847-1852), organización doctrinariamente homogénea, y, en el plano teórico, de la temprana idea de Marx y Engels que, el segundo de los nombrados, recordó en una carta a Trier del 9 de agosto de 1890, en los términos siguientes: «[Para que el proletariado] sea lo bastante fuerte como para triunfar en el día decisivo, [debe] formar un partido independiente, distinto de todos los demás y opuesto a ellos, un partido clasista y consciente… eso es lo que Marx y yo hemos propugnado desde 1847» (citado por Jhonstone en Teoría marxista del partido político, autores varios, Ediciones Pasado y Presente, Córdova, p. 133; elipsis nuestra). Es decir que, para consagrarse como justo y correcto en el movimiento obrero internacional, el concepto de partido independiente, distinto de todos los demás y opuesto a ellos, de partido clasista y consciente, de partido doctrinariamente homogéneo, de partido marxista, hubo de pasar por la prueba de la lucha ideológica que, como bien se sabe, fue una larga lucha de cuarentaidós años que tuvo su punto culminante con la fundación de la Segunda Internacional.
[2] Lenin subrayó al respecto: « …los principios revolucionarios fundamentales deben ser adaptados a las peculiaridades de los distintos países. » (Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista, recopilación, Editorial Progreso, Moscú, s/f, p. 94).
[3] Posteriormente Mao y Dimitrov contribuyeron señaladamente a desarrollar el concepto de frente unido, así como el propio Mao y Gramsci contribuyeron importantemente a desarrollar el concepto de hegemonía.
[4] Cualquier marxista puede percatarse fácilmente de las consecuencias que puede acarrear la amalgama de marxistas y revisionistas en un mismo partido. Pero, de todos modos, pongamos un ejemplo. El Congreso de París de 1905 selló la fusión de los socialistas revolucionarios del Partido Obrero de Guesde y Lafargue y los socialistas reformistas, pero, como esclareció Mariátegui, «… la política del partido unificado no siguió… un rumbo revolucionario. La unificación fue el resultado de un compromiso entre las dos corrientes del socialismo francés. La corriente colaboracionista renunció a una eventual intervención directa en el gobierno de la Tercera República; pero no se dejó absorber por la corriente clasista. Por el contrario, consiguió suavizar su antigua intransigencia. » (La escena contemporánea, p. 124). Por eso Lenin señaló: « La primera condición del verdadero comunismo es romper con el oportunismo. » (Discursos pronunciados en los congresos de la Internacional Comunista, p. 93).
[5] Esta tarea exige una acotación. Después de la segunda guerra mundial, el movimiento comunista internacional reconoció al revisionismo como el enemigo principal en su seno (véanse las Declaraciones de Moscú de 1957 y 1960). A pesar del tiempo transcurrido, este reconocimiento se mantiene vigente, pero la necesidad de integrar la verdad universal del marxismo-leninismo con la práctica concreta de la propia revolución, puede, en algunos casos, presentarse de tal forma, que el dogmatismo aparezca como el enemigo principal en el seno del partido, aunque, a escala mundial, el revisionismo siga siendo el enemigo principal. Cada partido debe pues discernir esta cuestión.

Eduardo Ibarra es Director del blog CREACIÓN HEROICA(E-mail: creacionheroica@yahoo.com ). Tiene los siguientes libros publicados: Del pez fuera del agua. Crítica al ultraizquierdismo gonzaliano; El desarrollo de la teoría del proletariado y el problema de su denominación; Mao y Mariátegui; El partido de masas y de ideas de José Carlos Mariátegui; El partido de Mariátegui hoy: Constitución, Nombre, Reconstitución.