domingo, 26 de noviembre de 2023

LECTURA Y DEBATE DE CLAUSEWITZ. PENSER LA GUERRE

 


14.09.2023

Pierre Le Vigan

En un momento en que Europa redescubre la guerra, quizá sea el momento de releer el gran tratado de Clausewitz (1780-1831): Sobre la guerra. Una introducción a un libro decisivo.

Con el final de la Guerra Fría y de la Unión Soviética en 1991, algunos observadores pueden haber pensado que la guerra dejaría de ser un problema importante, al menos para Europa. Por supuesto, seguiría habiendo conflictos (como veremos: Mali, Siria, Afganistán, etc.), pero lejos de casa y con escaso impacto sobre nosotros. Ese era el sueño de un mundo en paz. Al menos para los países que tuvieran la suerte de contar con dirigentes del "círculo de la razón". En otras palabras, liberales a favor de continuar y acelerar la globalización. Hacia un mundo cada vez más uniforme y sin sobresaltos, a pesar de algunos baches inevitables en el camino. Tal era la perspectiva.

Uno se pregunta si esto fue un completo error. En otras palabras, ¿no fue precisamente la Guerra Fría lo que evitó las guerras calientes? La guerra de Ucrania en 2022 demuestra que Europa no es inmune a la guerra. Además, hemos olvidado rápidamente las guerras de Yugoslavia y el bombardeo de Serbia por la OTAN, una acción que se equiparó con demasiada rapidez a un simple correctivo administrado a un país complaciente con los nacionalistas "de otra época". Todos sabemos lo que la casta dirigente dice a todos los que se rebelan contra un nuevo orden mundial a la vez geopolítico y moral: "¡Ya no estamos en la Edad Media! Lo que significa: "Se equivocan al creer en la existencia de constantes antropológicas".

Y sin embargo. Persiga la realidad, y vuelve galopando. La guerra en Ucrania ha vuelto, y sus consecuencias económicas -en detrimento de Europa- nos hacen más conscientes que nunca de esta realidad. Pero desde 2015 (los atentados contra Charlie Hebdo, el Bataclan, luego Niza, etc.), la guerra ha adoptado nuevas formas extraestatales. Es la guerra partidista, es el terrorismo, es también la guerra informativa, tecnológica e industrial. Estas guerras no siempre son declaradas, pero sin embargo son muy reales. Un bando quiere debilitar a otro y ponerlo de rodillas. Por todos los medios, incluso jurídicos, la producción de leyes, por ejemplo en la esfera internacional, es también una forma de guerra. Ejemplo: guerra, o al menos sanciones, contra un país "antidemocrático" o "amigo de los LGBT", etc.

Estamos redescubriendo una constante en la historia de los pueblos y las civilizaciones: el mundo está en conflicto. ¿Cómo hemos podido olvidarlo? ¿Cómo es posible que nuestros dirigentes sigan ciegos ante este hecho evidente? ¿Cómo es posible que las entrevistas de Macron sobre política exterior (por ejemplo en la página web Le grand continent) sean tan penosas en su insignificancia y sus acciones tan atroces o contraproducentes? A menos que esos discursos, tan tranquilizadores como inquietantes, sean otro medio de hacer la guerra a los pueblos del mundo para ocultarles que existe efectivamente un proyecto oligárquico de gobernanza mundial -un proyecto perfectamente aceptado y conforme a una ideología que podemos impugnar, pero cuya coherencia es real desde un punto de vista universalista- y que no hay una sola política internacional posible. 

La "fórmula" de Clausewitz

El espectro de la guerra se cierne sobre los europeos. Un foco de guerra siempre puede extenderse. Una guerra localizada nunca tiene garantizado permanecer localizada. Es un buen momento para volver a pensar en lo que Clausewitz nos dijo sobre la guerra. En primer lugar, no debemos malinterpretar el proyecto de Clausewitz (1780-1831). No proporcionó una "doctrina para ganar guerras". Ni siquiera las guerras de su época. Clausewitz proporciona una serie de lecciones a partir de la observación. No es lo mismo. Lecciones para comprender diferentes situaciones. Su objetivo es mostrarnos lo que caracteriza a un conflicto bélico en relación con otros fenómenos sociohistóricos. ¿Qué tiene de específico la guerra en las actividades humanas? ¿Cómo podemos entender la guerra y qué hay que entender de la guerra? Más allá de la diversidad de las guerras, debemos determinar lo que es común a todas ellas. Se trata de una empresa tan importante como intentar determinar la esencia de la economía, o la esencia de la política.

Gran parte del debate gira en torno a lo que Raymond Aron denominó la "Fórmula" de Clausewitz: "La guerra es simplemente una continuación de la política por otros medios". Considerada demasiado brutal por algunos politólogos, han propuesto invertirla o corregirla. A riesgo de despojarla de toda su fuerza. O de recurrir a piruetas. ¿Y si no se tratara de invalidar esta fórmula, sino de leerla correctamente y comprender toda su fuerza explicativa? ¿La guerra como expresión de la política? Por supuesto, pero ¿qué tipo de política? Según Clausewitz, la guerra es a la vez una herramienta de la política y una forma de política. Una continuación de la política por otros medios. Una herramienta y una nueva túnica. Además, ¿debemos entender la frase "por otros medios distintos de los políticos"? ¿O "por otros medios [que los medios de la paz]"? De ahí la pregunta: ¿constituyen una guerra todos los medios que no son directamente políticos para cambiar un equilibrio de poder? La misma pregunta se aplica a todos los medios que no son directamente pacíficos, es decir, los basados en la coerción (financiera, moral, etc.), la tecnología, la movilización de masas, la propaganda, la intoxicación, la desestabilización, etc. Es evidente que la simple definición dada por Clausewitz ya abre la posibilidad de diferentes interpretaciones.

¿Es la guerra simplemente un enfrentamiento entre dos ejércitos o abarca todos los medios -diplomáticos, ideológicos, morales y económicos- utilizados para hacer que un adversario se someta? Así pues, la guerra puede ser -en una versión restringida- el mero enfrentamiento entre ejércitos, o -en una versión más amplia- todos los medios, militares o de otro tipo, destinados a someter al adversario a nuestra voluntad y cambiar el equilibrio de poder a nuestro favor. Así pues, la guerra puede definirse según dos interpretaciones, una restringida y otra ampliada. La guerra es: a) sólo cuando hablan las armas; o b) cuando se movilizan todos los resortes para ejercer la violencia sobre el adversario y lograr que se someta, sin que necesariamente entren en juego los ejércitos. En ambas definiciones, la guerra presupone un conflicto de intereses entre dos potencias, así como la conciencia de este conflicto, al menos por una de las dos partes, y un sentimiento de hostilidad, aunque sea desigual. En otras palabras, la guerra forma parte de la política como medio de gestión de conflictos.

La guerra como forma de relaciones públicas

Una de las dificultades de la lectura de Clausewitz es precisamente ésta: aunque era "a la vez un estratega y un pensador de la política" (Éric Weil), no siempre definía la política de la misma manera. Es "la inteligencia del Estado personificada" (Sobre la guerra, Libro I, cap. 1), nos dice Clausewitz. También es lo que representa "todos los intereses de la comunidad entera" (Libro VIII, cap. 6). Estas dos definiciones no se excluyen mutuamente. Entender dónde están los intereses para defenderlos: las dos proposiciones de Clausewitz se complementan. Reformulemos esto en términos modernos: la política es la búsqueda de los intereses del Estado como representante de la nación. Entonces, ¿es la guerra únicamente el resultado de la política como análisis racional de los intereses de la nación? No. Ésta es la respuesta que sugiere Clausewitz.

Escribió: "La guerra no es otra cosa que la continuación de las relaciones públicas, con la adición de otros medios" (Sobre la guerra, Libro VIII, Capítulo 6). Esto significa que la guerra siempre tiene una dimensión política, pero no siempre es el resultado de una elección política por parte de un sujeto histórico. La guerra escapa en parte a la dialéctica elección-acto sin sujeto (la dialéctica de Descartes). Es una interacción. Es un modo de relaciones públicas. Por eso, cuando estudiamos la cadena de acontecimientos que conduce a la guerra, rara vez podemos atribuir toda la responsabilidad de un conflicto a un solo bando. La guerra se produce cuando ambos protagonistas la desean. Si uno de ellos simplemente acepta la guerra (o se rinde), también hay guerra. Pero, ¿puede haber guerra cuando ninguno de los protagonistas la desea? Esta es la hipótesis de una cadena fatal de acontecimientos no deseados. Clausewitz contempla ambos escenarios, la guerra que se planifica y se asume, y la guerra que en parte se nos escapa.

Un ejemplo del Clausewitz racional es la "Fórmula", mencionada anteriormente. El Clausewitz racional es también el que dice: "La intención política es el fin, mientras que la guerra es el medio, y no se pueden concebir los medios independientemente del fin". Pero lo irracional aparece cuando Clausewitz escribe: "No empecemos con una definición pesada y pedante de la guerra; limitémonos a su esencia, al duelo. La guerra no es más que un duelo a mayor escala. En cierto sentido, se trata de una segunda "Fórmula", distinta de "la guerra, continuación de la política por otros medios". Una segunda "Fórmula" que nos aleja de lo racional. Todo el mundo sabe que los duelos son a menudo una cuestión de honor. Mucho más que una cuestión de interés o de racionalidad. Y cuando el duelo se lleva al nivel de los grupos organizados -del duellum al bellum- sigue siendo una interacción y una relación. Con su parte de irracionalidad. "No soy mi propio amo, pues él [el adversario] me dicta su ley como la mía se la dicta a él", escribió Clausewitz. Como dijo Freud, "el ego no es amo en su propia casa".

La guerra no es un accidente

Así pues, la guerra es una voluntad aplicada a "un objeto que vive y reacciona". Clausewitz lo resume así: "La guerra es una forma de relación humana". La prueba de la naturaleza relacional de la guerra es que se necesitan dos para recurrir a la violencia. Si uno de los bandos atacados responde a la violencia con la no violencia -como hizo Dinamarca contra Alemania en 1940- no hay guerra (hay, sin embargo, ocupación y sometimiento del país. Por tanto, la nación es derrotada y corre el riesgo de desaparecer políticamente). A veces se puede evitar la guerra, pero si un país te designa como su enemigo, eres su enemigo, te guste o no.  Así pues, vemos que Clausewitz piensa en la racionalidad y espera la racionalidad. Pero también contempla la posibilidad de la irracionalidad.  Según las citas, el énfasis cambia de un registro a otro. Para Clausewitz, lo racional precede a lo irracional. Pero no lo suprime.

Hemos visto más arriba que a veces podemos preguntarnos si hay guerra sin que ésta sea realmente deseada por los protagonistas. Es necesario aclarar las cosas. La guerra es siempre el resultado de decisiones, las del atacante y las del atacado, que deciden (o no, como vimos con Dinamarca en 1940) defenderse. La idea de la guerra como una simple cadena de acontecimientos tiene sus límites. En Les Responsables de la Deuxième Guerre mondiale, Paul Rassinier explica que no hay pruebas de que Hitler quisiera la guerra en Europa en 1939, porque pensaba que podía recuperar el corredor de Danzig sin guerra, controlar el petróleo rumano sin guerra, incluso hacer que la Unión Soviética se derrumbara sin guerra, etcétera. Aparte de que esta tesis parece muy frágil dada la creencia de Hitler en las virtudes "virilizadoras" de la guerra (una forma de "competencia libre y no distorsionada" entre los pueblos), está bastante claro que su deseo de paz no puede argumentarse partiendo del supuesto de que todo el mundo capitulará ante sus exigencias. 

Sin embargo, la naturaleza relacional de la guerra que Clausewitz analiza en el capítulo 6 del libro VIII Sobre la guerra sugiere que el accidente -entendiendo por accidente la guerra- no es necesariamente imposible. La relación prevalece sobre los sujetos de la relación. Sobre la base de un malentendido, todo puede salir mal. Pero esto no impide que las responsabilidades sean perfectamente identificables en el estallido de la guerra, aunque los responsables hayan actuado o tomado decisiones a veces en la niebla de hipótesis contradictorias o imprecisas.  Tomemos el ejemplo de la Alemania imperial en 1914: se dijo con razón que Guillermo II no quería la guerra. Quizá sí la quería. Realidad "psicológica". Pero lo esencial es que, a pesar de todo, decidió ceder a las presiones del Estado Mayor, en particular aceptando invadir Bélgica, a pesar de que gozaba de neutralidad internacional.

En resumen: los accidentes pueden influir en las decisiones, pero la guerra no ocurre por accidente. Otro ejemplo más candente. Imaginemos que Putin hubiera pensado que, tras el lanzamiento de la "Operación Especial", el gobierno ucraniano sería derrocado inmediatamente y negociaría con Rusia de forma favorable a los planes de Putin, suponiendo que éstos hubieran estado muy claros en su mente. No habría habido guerra. Eso es cierto. Pero eso era sólo una hipótesis, y de hecho no se cumplió: el gobierno de Zelensky no se derrumbó, por una razón u otra. Por lo tanto, Putin asumió el riesgo de la guerra. Por lo tanto, es responsable. Por otra parte, no es el único responsable, porque es cierto que las poblaciones prorrusas del Donbass han sido bombardeadas desde 2014 y que los acuerdos de Minsk (2014) no se han aplicado. Derechef. Hay un elemento de accidente en la guerra, pero la guerra no es un accidente.

La noción de guerra total

La definición de Clausewitz de la guerra como "continuación de las relaciones políticas" es esclarecedora no sólo en sí misma, por lo que dice sobre la naturaleza dialógica de la guerra, sino por lo que muestra sobre la concepción de Clausewitz de la política. La política es comercio entre estados y naciones. El comercio no es, obviamente, sólo el comercio de bienes y dinero. También es el comercio de ideas. La política es la relación entre naciones determinada por las intenciones de cada una y por las interacciones recíprocas. La llamada política "doméstica" es lo mismo, salvo que se refiere a las relaciones entre grupos sociales. Para Clausewitz, la guerra es, por tanto, la continuación de la política por medios distintos de los pacíficos. Pero precisamente porque es una continuación de la política, no hace desaparecer la política, como tampoco lo hacen los otros medios de la política. La guerra no absorbe toda la política. "Decimos que estos nuevos medios se añaden [a los medios pacíficos] para afirmar al mismo tiempo que la guerra misma no pone fin a estas relaciones políticas, que no las transforma en algo completamente diferente, sino que siguen existiendo en su esencia, sean cuales sean los medios utilizados. Por eso la guerra no descarta las negociaciones paralelas. 

"Luchamos en lugar de enviar notas, pero seguimos enviando notas o el equivalente de notas incluso mientras luchamos", escribe Raymond Aron (Penser la guerre, Clausewitz, tomo 1, Gallimard, 1989, p. 180). La noción de guerra total (Erich Ludendorff, 1916) expresa la idea de que la guerra es algo más que violencia armada. Es la movilización de todo, incluido el imaginario (idealización del yo, demonización del enemigo). Se trata de movilizar a toda la población, incluidos los ancianos y los niños. Si la Alemania nazi aumentó el importe de las pensiones de sus ciudadanos en 1944, no fue porque subestimara la prioridad de los militares, fue porque pensó que la retaguardia debía resistir si no quería que el frente se derrumbara. Movilizar todo y a todos: por eso la estrategia no es un concepto estrechamente militar, sino la gestión de todos los aspectos económicos, demográficos, políticos y tecnológicos que pueden conducir a la victoria, como explica el general André Beaufre (Introduction à la stratégie, Pluriel-Fayard, 2012).

La guerra incluye la violencia armada y su uso, pero va más allá e incluye medios pacíficos. Tanto la paz como la guerra tienen que ver con las relaciones políticas. Estas relaciones son relaciones de fuerza pero también relaciones asimétricas entre visiones del mundo. Cuando Napoleón le dijo a Metternich en 1813 que no podía regresar a Francia derrotado, a diferencia de los soberanos legítimos que podían regresar a su país derrotados sin perder su trono, se trataba de una verdad subjetiva que se convirtió en una verdad objetiva. En la medida en que el propio Napoleón dijo que estaría demasiado debilitado ante los franceses si aceptaba ser derrotado, los Aliados (entonces enemigos de Francia) no querían tratar con un líder debilitado que no garantizaría la duración de la paz en los términos que habían obtenido. El argumento de Napoleón resultó contraproducente.

Como vemos, la dimensión racional de la guerra y la política, que se engloba bajo el epígrafe del cálculo, siempre se cruza con una dimensión irracional, que se engloba bajo el epígrafe de la subjetividad. Pero para que haya guerra, y no inmovilismo (guerra civil, discordia violenta) o terrorismo, deben existir grupos organizados, naciones o federaciones de naciones, pero no tribus efímeras. En este sentido, el mundo posmoderno que se está imponiendo trae consigo conflictos que no serán -y probablemente cada vez menos- guerras en el sentido tradicional, pero que no obstante serán muy violentos y escaparán al método tradicional de solución mediante la negociación. La perspectiva de un mayor caos.

Fuente: https://www.revue-elements.com/

Traducción: Enric Ravello Barber

Fuente: https://www.geopolitika.ru/es/article/lectura-y-debate-de-clausewitz-penser-la-guerre

 

sábado, 25 de noviembre de 2023

PROGRESISMO: CAMBIAR PARA QUE NADA CAMBIE

 


La victoria de Milei en la Argentina ha inundado de titulares la prensa escrita, televisiva y redes electrónicas. Un libertario, más conservador que libertario, derrota al peronismo que se autodefinía como progresista y nacionalista. Pero, de dónde proviene el éxito de un ilusionista de las palabras, de un polémico “outsider” que patea el tablero de la política, de un sujeto provocador y “anticasta” que ofrece resolver la crisis argentina en un tris. Este sujeto con un discurso, al mejor estilo de “outsider” o antisistema, capta el desencanto de millones de argentinos. Cuando no hay política, decía John William Cooke, la politiquería aparece en su reemplazo y… surgen los Milei. La respuesta al origen del éxito de Milei reside en el gran descontento y decepción de la mayoría de argentinos. En síntesis, se puede concluir que el éxito del mago de las palabras, el ultraconservador Milei, lo fueron preparando años de ineficacia y demagogia del progresismo peronista. Pero, veamos que es el progresismo que no es exclusivo a la política argentina.

Hace buen tiempo nos vienen llenando el oído con progresismo y revoluciones ciudadanas como alternativa de cambio social. Pero, no nos dicen que el progresismo y las revoluciones ciudadanas se piensan desde el punto de vista e intereses de la burguesía, para ser más precisos desde su ala izquierda, tan explotadora como la otra.

El progresismo no es un movimiento político nuevo. El progresismo adquiere forma de tendencia política en el periodo de 1890 a 1920 en los EEUU. Nace contra la corrupción y los efectos nocivos de la industrialización. Después de la II guerra mundial el progresismo se identifica con movimientos sociales como la revolución sexual, el feminismo, ecologismo, veganismo, la diversidad sexual, etc. Todo movimiento que soslaye la lucha de clases es adicionado a su plataforma organizacional. Esta corriente política emerge en oposición al conservadurismo reaccionario. Se puede decir que el progresismo es un movimiento liberal de la pequeña burguesía o clase media que pretende moralizar o adecentarla sociedad. Aparece en oleadas cuando el extremismo de la burguesía conservadora hace sentir sus bajos instintos.

La revolución ciudadana y los progresismos en Ecuador, Argentina, Bolivia, Venezuela, etc., obedece a la lógica y sensibilidad de la pequeña burguesía que no puede permanecer indiferente a las tropelías del neoliberalismo. Marx decía que “es más fácil estudiar (y comprender) el organismo desarrollado que la simple célula”.[1] Y es muy cierto. Después de algunos años de experiencias progresistas, en nuestra América Nativa, se puede constatar por sus resultados la inoperancia o ineficacia de tales movimientos. Inoperancia o carencia de resultados por una simple razón: nunca se propusieron atacar las raíces de los graves problemas de sus respectivos países. El progresismo no es un movimiento antisistema. Como se denomina hoy a la lucha por escapar de la cárcel ideopolítica impuesta por el capital. El progresismo es un movimiento enarbolado y patrocinado por la pequeña burguesía, bajo la atenta mirada de la burguesía financiera internacional que las financia a través de innumerables ONGs.

El progresismo llena las expectativas de las masas populares cansadas de la política del conservadurismo sistémico. El progresismo es un liberalismo socializante que canaliza las aspiraciones de cambio entre los nadies, entre los asalariados y los emprendedores. Los fautores del progresismo, en su gran mayoría, creen en la posibilidad de cambiar el capitalismo sin cambiar el capitalismo. Ilusiones de la pequeña burguesía que, dicho sea de paso, no es nada nuevo en historia humana. El camino al infierno está lleno de buenas intenciones. Tiempo atrás, hubo algunos bien intencionados que intentaron realizar el llamado socialismo utópico. En este siglo, no podía ser de otra manera, la utopía aflora entre espíritus bien intencionados, pero poco realistas.

John William Cooke, en 1954 a propósito del suicidio de Getulio Vargas, presidente de Brasil, señala sin medias tintas: “Con revoluciones superficiales no pueden remediarse problemas profundos”. Años después descubre las limitaciones del legalismo impuesto por la burguesía y se alinea en la otra orilla de la lucha de clases. En Apuntes para la militancia –que reúne trabajos de 1964 y 1965–, dice: “soy enemigo del régimen capitalista y creo que está agotado en el país”.[2]

El progresismo o pragmatismo electoral, aprovecha la esperanza de cambio de la gran mayoría de los explotados. Giuseppe Tomasi di Lampedusa proponía: "Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". Y el progresismo en la práctica hace realidad la célebre proposición que siempre llevará al fracaso porque ese el destino de las falacias.

La esperanza mueve multitudes. Pero, más temprano que tarde, el incumplimiento de las promesas electorales y la práctica conservadora desilusionan a las masas populares, mata las esperanzas de cambio. Nuevamente queda demostrado los límites de las políticas “moderadas” de buscar acuerdos con el gran capital, de someterse al FMI y alimentar la ilusión de que puede existir un capitalismo “serio”, “humano” o “racional”, pero que no resuelven los problemas de los trabajadores. Humanizar al capital y acuerdos lesivos a los intereses de los trabajadores son práctica común de esos gobiernos disque progresistas. Pero, las transacciones con el gran capital solo pueden conducir al desencanto del factor trabajo que responde, en los procesos electorales, dándole la espalda al progresismo claudicante. Como el pesimismo y escepticismo son paralizantes, es el momento propicio para reorientar el voto en los cerebros. El resultado de esa nefasta política es la desilusión y desesperanza.

 

Desilusión porque millones de trabajadores –cuya fuerza colectiva sería capaz de derribar gobiernos– antes se ilusionaron doblemente. O sea, primero sobre la posibilidad de lograr un cambio social por la vía electoral, esperando todo, mágicamente, de una boleta, de un sufragio, y además creyendo que la llegada al gobierno de quienes dicen ser sus representantes significaba la conquista del poder del Estado.”[3]

 

Ayer como hoy, el mejor juicio sobre los experimentos políticos en la historia es su eficacia y durabilidad en el tiempo. En los casos ecuatoriano y argentino, el fracaso del progresismo le deja prácticamente servida la mesa al conservadurismo, que bajo la careta de libertarios o lo que fuere, retoman el control “democrático” de la administración de los negocios a través del Estado.

En el caso argentino, el peronismo al devenir institución, Partido Justicialista (PJ), y asumir el gobierno, se convierte en la mejor garantía de consolidación del proyecto capitalista: el más eficaz bombero, el más lúcido intrigante y desarticulador de la unidad popular. En ese caso el progresismo era la mejor manera de encubrirse para la defensa del orden capitalista. Pero, como la historia no es estática, la careta cae. Los proyectos edulcorados de administración y control social pierden credibilidad, son descartados en el imaginario popular. Creándose la posibilidad que aventureros aparezcan como “salvadores” al caos de la anterior administración. Sólo cambia la careta, pero el proyecto de defensa del establishment sigue intacto. Es el caso de Milei en Argentina: el retorno a la vieja vía del control empresarial del aparato estatal sin mascaradas.

John William Cooke, el peronista que pese a sus limitaciones de clase comprendió perfectamente que la legalidad burguesa no era el camino señaló: “la teoría política es un instrumento de masas para desatar la tremenda potencia contenida en ellas”.[4]  

 

“Las revoluciones no las hacen los revolucionarios; son el resultado imprevisto de una grave crisis del régimen que impulsa a millones de personas que querrían cambios parciales que el régimen les niega y con su lucha esperan conservar su modo de vida que está en peligro. La acción y la represión les llevan a dar un salto en su conciencia, a modificar su subjetividad. La revolución hace a los revolucionarios pese a su ignorancia, a su egoísmo, a las tendencias brutales que le impone la parte reptiliana de su cerebro. La revolución saca a primer plano el heroísmo, el sentimiento colectivo de quienes entran en ella sólo como rebeldes, en un estallido social, y se construyen como mujeres y hombres libres y conscientes.”[5]

Vivimos tiempos dificiles. La burguesía internacional desesperada apela a la guerra para sobrevivir económica y políticamente. Los trabajadores desorganizados toman conciencia que no pueden seguir siendo la manada que va morir en los campos de batalla defendiendo la vida privilegiada de los patrones. La hora de resistir para existir ha pasado. La hora de organizar para cambiar todo lo que haya que cambiar ha llegado. Pero, para cambiar la correlación de fuerzas sociales es preciso organizar un nuevo poder vecinal, barrio por barrio, distrito por distrito, provincia por provincia. Las lecciones de las experiencias progresistas nos indican que el camino electoral de la reforma solo prepara el terreno para que la reacción retorne con más fuerza.

Finalmente, para una mejor ilustración de nuestros amigos y colaboradores les entregamos unos fragmentos que ampliaran la exposición anterior.

 

Tacnacomunitaria

25 noviembre 2023

 

 

FRAGMENTOS A PROPÓSITO DEL PROGRESISMO

 

No hay capitalismos buenos. El “rostro humano” del capitalismo tiene un objetivo, claro y preciso: evitar que los trabajadores se organicen en forma independiente. Y los movimientos progresistas son una mascarada, una manera de encandilar a las masas populares que exigen cambios político – económicos.

 

I

Álvaro García Linera (AGL) publicó un largo artículo en Rebelión bajo el título de “¿Fin de ciclo progresista o proceso por oleadas revolucionarias?”. Dado que el autor es vicepresidente de Bolivia, ex miembro del grupo Comuna y teórico del gobierno de Evo Morales, no se puede dejar pasar muchas de las cosas que escribe sin hacer algunas aclaraciones. 

AGL durante varios años propuso para Bolivia un “capitalismo andino” con una burguesía aymara creada y fomentada desde el Estado (capitalista) arrancado a la oligarquía por las movilizaciones populares, pero rápidamente identificado con el Movimiento al Socialismo (MAS). 

Éste consiste en un semipartido sin vida, ni democracia interna y con política capitalista nacionalista - reformista y es en realidad un pool de direcciones sindicales obreras y campesinas burocratizadas que aspiran a ocupar los puestos principales en las instituciones del Estado. Ahora bien, desde la vicepresidencia del gobierno de ese Estado, AGL impulsa una política neodesarrollista - extractivista y una concepción “jacobina” - centralizadora que privilegia las necesidades del capitalismo de Estado (gasolinazo, carretera por el TIPNIS violando la Constitución que garantiza la autonomía indígena y propone la descentralización).

… Para él, el gobierno es “la clase dirigente”, cuando el gobierno “progresista” es sólo un ocupante extraño de un aparato estatal capitalista que trata de sustituir en las instituciones de éste a la clase dirigente, pero que seguirá siendo capitalista mientras nadie la liquide. 

Para AGL, los gobiernos “progresistas” efectuaron una “extraordinaria redistribución de la riqueza social” y “cerraron las tijeras” de las desigualdades sociales cuando la realidad es que Cristina Fernández dejó una cifra de pobres (que Macri multiplicó después) apenas diferente de la que existía a fines de los noventa con el neoliberalismo y el coeficiente de Gini, que refleja las desigualdades sociales, prácticamente no se modificó. 

AGL, justificando el intento de reelección indefinida de Evo (y suyo mismo), por ejemplo, dice “cuando la subjetividad de las personas (sic) y la fuerza de las personalidades es la (sic) que deciden el destino de un país, estamos frente a verdaderos procesos de revolución”, sin pensar que podría estar ante procesos de contrarrevolución (Napoleón, Hitler).”

Ver texto completo en: https://tacnacomunitaria.blogspot.com/2017/06/las-curiosas-teorias-de-alvaro-garcia.html

 

II

Si en 1976 el Partido Comunista Italiano era el primer partido en su país y tenía el voto de un tercio de los votantes ¿por qué se derrumbó?, ¿por qué Italia tuvo que padecer un Berlusconi? Si en 1981 François Mitterrand contó en Francia con un inmenso apoyo, ¿por qué lo perdió en pocos años? Si en 1988 sólo el fraude determinó que el nefasto Salinas de Gortari, El Chupacabras de la imaginación popular, ocupase la presidencia de México que Cuauhtémoc Cárdenas había conquistado con la gran mayoría de votos, ¿por qué éste no pudo mantener después ese apoyo popular? Si Cristina Fernández de Kirchner había sido elegida con 54 por ciento de los votos, ¿por qué la ignominiosa derrota del kirchnerismo en las presidenciales argentinas de hace unos meses, nada menos que frente a Mauricio Macri, un reaccionario confeso, ignorante y de escasísima inteligencia? ¿Qué llevó al Partido de los Trabajadores de Brasil, a su líder histórico Lula da Silva y a su gobierno a la actual lucha desesperada por su supervivencia? ¿Por qué vastos sectores sociales que votaron por la izquierda pasan en todo el mundo a no votar o directamente a hacerlo por candidatos y partidos de la derecha y hasta de la extrema derecha?

La respuesta se puede condensar en dos palabras: desilusión y desesperanza.

Desilusión porque millones de trabajadores –cuya fuerza colectiva sería capaz de derribar gobiernos– antes se ilusionaron doblemente. O sea, primero sobre la posibilidad de lograr un cambio social por la vía electoral, esperando todo, mágicamente, de una boleta, de un sufragio, y además creyendo que la llegada al gobierno de quienes dicen ser sus representantes significaba la conquista del poder del Estado.

Dicho de otro modo, una mayoría amplia de las víctimas del capitalismo y de los gobiernos de éste, no comprende aún que un cambio real en la relación de fuerzas sociales sólo puede provenir de la decisión de lucha de los trabajadores, de su organización e independencia frente al Estado y a las instituciones de éste (entre las cuales se cuentan los partidos parlamentaristas) y del combate por una alternativa a las políticas del gobierno y del capitalismo.

(…)

Decenas de millones de seres humanos se niegan a ser ciudadanos y delegan a salvadores de turno su representación y su capacidad de decisión, sin siquiera prestar atención al pasado de dichos hombres o mujeres providenciales ni al hecho de que aceptan el sistema que quienes los votan, por el contrario, quieren abolir.

La liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos, no de sus líderes momentáneos, o de los partidos que dicen representar a los explotados, pero trabajan en pro de sus propios intereses en el marco del sistema capitalista que sólo quieren reformar.

(…)

A las ilusiones por fuerza tienen que seguir las desilusiones, cuando quienes apoyaron a una dirección política creyendo que ésta quería luchar hasta el fin descubren que esa conducción está dispuesta a los compromisos más podridos y no se guía por los intereses de las víctimas del capitalismo.

Si el Partido Comunista Italiano –o Tsipras y Syriza, hoy en Grecia– con la mayoría de los votos hizo la misma política que la derecha, votó leyes represivas y hasta eligió primer ministro italiano a un mafioso conocido como Giulio Andreotti, ¿cómo podría representar las esperanzas de los trabajadores italianos (y de los mismos comunistas que habían combatido armas en mano contra el nazifascismo y por el socialismo con más de 40 mil muertos y 25 mil mutilados o heridos)? Si Mitterrand abandonó su programa socialdemócrata inicial y las reformas prometidas y mantuvo toda la línea del capitalismo colonialista francés, ¿qué credibilidad podían mantener los socialistas y qué esperanzas de cambio podía despertar la unidad de la izquierda tradicional –socialistas y comunistas– que no podía ni siquiera reorientar a su gobierno? Cárdenas, que es un hombre honesto, en 1988 defraudó las esperanzas de quienes querían respaldar su voto mayoritario con la resistencia civil y expulsando del poder –allí donde fuera posible– a los usurpadores del PRI. En su gobierno en el DF no introdujo cambios sociales o culturales importantes. Ni siquiera pudo evitar ser marginado de un partido –el PRD– que se corrompía día a día. Los Kirchner, provenientes del gobierno de Carlos S. Menem, el Salinas de Gortari argentino, se preocuparon sobre todo por favorecer a las grandes empresas, al mismo tiempo que negaban la existencia de clases, y elaboraron leyes antiobreras (llamadas antiterroristas). Si hicieron las mismas políticas que preconizaba la derecha, ¿por qué no iban a votar por ésta los elementos más atrasados e irritados por la corrupción y la soberbia del gobierno de Cristina Fernández? ¿Cómo no iban a perder las esperanzas en el kirchnerismo vastos sectores populares?

Sin esperanza, cunden la resignación, el todos son iguales, la impotencia política. La esperanza en cambio moviliza. Como a los grandes núcleos obreros franceses estimulados por los estudiantes y por el movimiento Nuit Debout. La lista común de Podemos y de Izquierda Unida, al dar nueva esperanza a los trabajadores españoles podría también ganar votos.

Los reformismos de todo tipo robaron la esperanza. Todos ellos: los nacionalistas, los socialdemócratas, los comunistas de derecha, como el PCI de Togliatti-Berlinguer o Syriza, de Tsipras, que está inspirado, al igual que Podemos, por el difunto partido italiano.

Para evitar un ascenso de la derecha y el aumento de la explotación no queda otra vía que organizar la esperanza en un cambio social radical anticapitalista.”

Fuente: https://tacnacomunitaria.blogspot.com/2016/05/elecciones-el-valor-de-la-esperanza-y.html

 

III

 

“…en Bolivia sin duda se ha avanzado, pero no ha habido un cambio, sigue siendo un país exportador de materia prima, cuyo precio no determina. No ha hecho cambios sociales profundos. Ha hecho cambios importantes en la distribución, subsidios a los niños, aumento de los presupuestos hospitalarios, etc., pero sobre la base de una política extractivista y de un distribucionismo que ya no puede mantener, de la misma manera que le pasa al resto de los denominados gobiernos progresistas, porque ha caído el precio de la materia prima.

Entonces el problema es que un pueblo que necesita un líder indispensable está mal, está en serios problemas, porque todos los ciudadanos deberían ser artífices del destino común y participar como ciudadanos y no como súbditos de una sola persona. Por otro lado, es necesario emprender un verdadero cambio, ni en Bolivia, ni en Cuba, ni en ningún otro país se ha llevado a cabo un cambio. El cambio profundo está todavía por realizarse y eso solamente lo pueden hacer los trabajadores organizados e independientes. Independientes inclusive del Estado, porque no es el Estado paternalista el que los debe orientar y dirigir en cada uno de los pasos. Si el país ha hecho una Constitución que es plurinacional, es necesaria una democracia plurinacional. El referéndum no puede ser desde arriba y sobre un solo problema, sino que debe crear las condiciones para que Evo pueda ser sustituido. Que participen democráticamente millones de personas en la vida política y puedan crear poder popular desde abajo. Los que son simplemente adoradores del poder del Estado y creen que la solución viene desde arriba se equivocan brutalmente, como se equivocaron aquí en Argentina y como se equivocan en Venezuela. Por el contrario, para sostener las conquistas es necesario desarrollar elementos de participación y protagonismo de la gente. 

El MAS es un pool de organizaciones burocráticas dirigido por gente que pertenecía a la vieja izquierda, comunistas, del MNR, del MIR, que se recicló para tener una posición en el gobierno. Son indigenistas, no indígenas. Dicen que hay una descolonización en Bolivia, mientras que eso no puede ser real en la medida que ellos son gobierno y la gente no tiene la menor participación real. La descolonización real sería que la gente participe, que hagan sus planes desde abajo, que se opongan si es necesario, etc. Pero cuando en las comunidades, aplicando la Constitución, en el caso de la autonomía indígena, se niegan a que se les construya un camino en medio del bosque porque viven de él, la respuesta es la represión. 

Entonces el Estado se olvida de la autonomía, se olvida de la Constitución y actúa como cualquier Estado capitalista. Pierde contacto con la realidad y con las bases. Ese es el gran problema que tiene Bolivia y que tenemos todos los pueblos latinoamericanos. Hay que construir una dirección que sea realmente anticapitalista y que luche por un cambio real. 

(…)

Fue el Estado capitalista el que determinó la política del MAS y no el MAS el que pudo controlar al Estado y mantener los contactos con las bases. Entonces perdió prestigio, autonomía y se corrompió. Ante eso, García Linera que tiene como objetivo crear un Estado moderno pero profundamente centralista, algo que él llama “socialismo comunitario”, cuando no es ni socialismo y mucho menos comunitario, pensó en un truco electoral, el referéndum hecho a tiempo, antes de que la economía desgaste mucho más el gobierno para alargar el período presidencial de Evo.”

Fuente: https://tacnacomunitaria.blogspot.com/2016/03/guillermo-almeyra-en-bolivia-sin-duda.html

 

IV

“…Pero, aunque “izquierda” es un término de relación (se es izquierda frente a una derecha) tan poco preciso que Hitler sería izquierda frente a Gengis Khan, desde 1848, con el surgimiento de las insurrecciones obreras y del socialismo, es de izquierda quien está contra el sistema capitalista y de ultraderecha, derecha o centro derecha quien lo defiende, sólo ve como posible el marco del sistema y niega la lucha de clases en nombre de la unidad nacional. No hay entonces un enfrentamiento entre una “izquierda” progresistas y la derecha sino una lucha entre una débil derecha nacionalista y la sólida del gran capital financiero mundial. 

Además, el neoliberalismo es sólo una de las políticas del capitalismo, que en su momento fue keynesiano o nazi. Quien busca sólo una alternativa al neoliberalismo propone sólo reformas al capitalismo, que es la causa de fondo del mismo y de todos los otros males (guerras, ecocidio, racismo, esclavitud, xenofobia, colonialismo). 

Siguiendo a García Linera, cuyo fin declarado es la constitución de un “capitalismo andino” y cuya bestia negra son “los intelectuales de izquierda” y las ONGs progresistas, Emir Sader critica a los sectores que planteaban que los movimientos sociales debían ser independientes del Estado y de las instituciones capitalistas, no dice una palabra sobre el carácter capitalista de los Estados que tienen gobiernos “progresistas” (es más, confunde gobiernos con Estado) ni sobre la necesidad de esa independencia, por ejemplo, en México, Colombia o la Argentina de Macri. 

Según Emir, los gobiernos “progresistas” habrían “redefinido el papel del Estado en vez de oponerse a él”. ¿Cómo? ¿Apoyando a los soyeros a costa de la agricultura campesina, aliándose con el agribussiness en vez de hacer una reforma agraria, como exige en Brasil el MST? ¿Fomentando la gran minería y la deforestación, el extractivismo, la destrucción ambiental de masa, favoreciendo al capital financiero como hizo el kirchnerismo? ¿No tocando las bases del capitalismo y ni siquiera afectando a las transnacionales y la banca extranjera?”

Fuente: https://tacnacomunitaria.blogspot.com/2016/01/polemica-guillermo-almeyra-responde.html

 

V

Un excelente artículo sobre Ecuador de Francois Houtart ("El Ecuador de 2015: el agotamiento de un modelo en un contexto de crisis mundial”, Rebelión, 27/08/2015) pone los puntos sobre las íes. El autor, hay que recordarlo, no es ningún ultraizquierdista encapuchado con una molotov en la mano sino, entre otras cosas, el ex presidente del Tribunal Juárez sobre la deuda de Estados Unidos con Cuba y el embargo a ese país que funcionó en Coyoacán y estuvo formado por una serie de personalidades antiimperialistas entre las cuales tuve el honor de contarme.

Pues bien, para Houtart estamos ante un fin de ciclo de las políticas de los gobiernos latinoamericanos que algunos califican de “progresistas” y otros de “populistas”. O sea, de un grupo muy heterogéneo de gobiernos que abarca sobre todo los de Venezuela, Ecuador, Bolivia, pero también el de Argentina que se autocalifica de “populista” y convierte las tonterías de Laclau en dogma oficial porque las mismas sostienen que se terminaron las clases y el sujeto del cambio es “la juventud”, ese divino tesoro interclasista. ¡Qué lástima que los grandes banqueros e industriales ganen más que nunca con sus políticas de clase suspendiendo, despidiendo, eliminando las leyes de protección laboral, comprando por nada los recursos nacionales para aumentar así la explotación y el despojo del 90 por ciento de la población!

(…)

De este modo la crisis capitalista mundial y las políticas de los gobiernos “progresistas” (que no tocaron y, por el contrario, preservaron, a las transnacionales, las finanzas y el gran capital y se adecuaron al tipo de inserción en el mercado mundial que ellos les fijaban), conducen en este momento al debilitamiento de esos gobiernos, que pierden consenso en las clases medias pobres y hasta entre los trabajadores y los pueblos originarios. Por supuesto, la CIA, el imperialismo y sus agentes oligárquicos y capitalistas locales aprovechan la crisis y esta situación para tratar de debilitar y derribar a gobiernos a los que difícilmente pueden ganar en las urnas y provocan corridas bancarias y choques sociales. Pero las protestas de los indígenas, ambientalistas y sindicatos combativos no tienen nada que ver con esas maniobras antidemocráticas y subversivas. Rafael Correa calumnia y reprime a los indígenas y a la CONAIE que llamaron a una protesta pacífica que no pedía su renuncia, como él dice, y además desconoce la Constitución ecuatoriana cuando impone la exploración petrolera en los territorios indígenas; Evo Morales y Alvaro García Lineras, por su lado, atacan la democracia y las autonomías comunitarias e indígenas y pretenden acallar las voces de protesta mientras declaran que harán exploraciones petroleras quieran o no los pueblos Guaraníes. Esos son los hechos concretos y tozudos.

Los formados en la escuela cristiana, como Correa y Maduro, ven al mundo como una lucha entre el Bien y el Mal en la que ellos, por supuesto, son el Bien y quienes los critican el Mal, agentes del imperialismo o estúpidos manejados por la derecha…”

Fuente: https://tacnacomunitaria.blogspot.com/2015/08/gobiernos-progresistas-latinoamericanos.html

 

VI

“…Entonces, todas las políticas de los llamados “gobiernos progresistas” que consistían en no tocar las relaciones con el capitalismo, seguir aportando lo mismo, con la misma gente, pero agarrar algunos excedentes y distribuirlos en planes asistenciales o distributivos se viene abajo, ya no puede ser mantenida porque no existen esos excedentes. Es necesario tocar a los grandes poderes, en Brasil por ejemplo, hacer una reforma agraria, elevar los ingresos reales de la gente y acabar con las políticas extractivistas que se basan en la exportación para los países que compran cuando les conviene.”

Fuente: https://tacnacomunitaria.blogspot.com/2015/08/guillermo-almeyra-las-politicas-de-los.html

 

VII

“El gobierno brasileño se defiende contra las cuerdas, el uruguayo enfrenta una exitosa huelga general, en Venezuela hay saqueos, en Bolivia dinamitazos y protesta indígena. ¿Qué pasa con los gobiernos" progresistas"? 

(…)

Dicha ola estuvo marcada por el éxito electoral en México de 1988 del movimiento de Cuauhtémoc Cárdenas que instauró desde entonces en el país la fase de los fraudes masivos, por el caracazo (con la masacre del 28 de febrero de 1989) y la posterior sublevación chavista, por el derrocamiento de dos presidentes ecuatorianos en los 90 por el movimiento indígena ecuatoriano y su CONAIE, creada en los 80, por el levantamiento zapatista en Chiapas en 1994 y culminó con el estallido social en Argentina de 2001 y el derrocamiento del presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada en 2003 como consecuencia de la llamada guerra del gas . Hugo Chávez llegó al gobierno venezolano en 1998, Néstor Kirchner en 2003, Evo Morales, en Bolivia, y Tabaré Vázquez, del Frente Amplio en Uruguay, en 2005, Rafael Correa, en Ecuador, en 2007.

Desde entonces Sudamérica vive con gobiernos denominados progresistas formados por personas no pertenecientes a las clases dominantes pero que son también independientes en buena medida de los sectores populares, pues aunque en Bolivia Evo Morales se apoya en las direcciones de los movimientos sociales organizados en el Movimiento al Socialismo (MAS), éste no cogobierna. Esos gobiernos –mezcla rara de algunos militantes honestos con aventureros y paternalistas burocráticos– canalizaron, controlaron e institucionalizaron los movimientos sociales tratando de integrarlos en el Estado capitalista, al que mantuvieron sin cambios.

Los gobiernos progresistas dirigen países capitalistas dependientes, productores de materias primas. No han tocado sino muy tangencialmente las bases del poder de las oligarquías locales y del capital financiero internacional que controla sus respectivas economías y siguieron aplicando fundamentalmente una política neoliberal a la que agregaron algunas políticas distributivas para sostener el mercado interno y medidas asistencialistas para reducir la pobreza y mantener el consumo. No cuestionaron la renta minera, la renta agraria, el poder de los bancos extranjeros, no afectaron la propiedad agraria: simplemente contaron con un periodo mundial de altos precios de las materias primas que sus países exportan –petróleo, minerales, soya, granos, productos agrícolas y ganaderos– para llevar a cabo sus políticas asistencialistas intentando, cuando mucho, disputar a los rentistas tradicionales parte de la renta. Venezuela estatizó el petróleo y la renta petrolera pero no modificó el resto de la economía, que siguió dependiendo de la exportación de combustible.

La crisis capitalista mundial redujo la demanda de minerales y materias primas y el precio de esas commodities bajó y seguirá bajando, sobre todo el del petróleo si Irán envía al mercado el que tiene acumulado por el embargo imperialista. El petróleo barato, por fortuna para los pueblos y el ambiente, hace incosteable la producción del fracking y frena las inversiones; el mismo efecto tiene la caída del precio de los minerales, que protege transitoriamente al agua de su explotación salvaje capitalista. Pero la política neodesarrollista, extractivista a cualquier costo ambiental, social, político, subsiste sin modificaciones. Sólo que ya no hay excedentes de divisas fuertes que permitan combinar esa política con el distribucionismo, el asistencialismo, el clientelismo.

Los gobiernos progresistas se encuentran así atrapados por una tenaza, un brazo de la cual –las exigencias populares– comienza a apretarlos mientras el otro –el control de las bases de la economía por el gran capital, sobre todo extranjero– aumenta también su presión. Los capitales que antes aprovechaban incluso las concesiones de los gobiernos progresistas y fomentaban la corrupción no se contentan ya con aquéllas y hallan que ésta es carísima e intolerable (ver los casos argentino o brasileño).

Los paliativos (comercio intrarregional, Mercosur, apoyo financiero de China, Rusia o el BRICS) son ya insuficientes o imposibles por la crisis: se necesitan cambios estructurales que establezcan sí nuevas relaciones entre los países, pero sobre la base de medidas anticapitalistas. Pero los gobiernos progresistas no están preparados desde ningún punto de vista –ideológico, organizativo, moral– para una política que de forma consecuente y seria adopte medidas parciales que afecten al gran capital: nacionalización de los bancos, control de cambios, medidas de reforma agraria y o de restructuración del territorio para privilegiar trabajo, defensa del agua y del ambiente, consumos populares, monopolio estatal del comercio exterior, control del lavado de dinero, por ejemplo. Ellos temen más la movilización popular de sus mismas bases de apoyo que caer superados por la derecha que, en todo el mundo, pisotea todo en su ofensiva, como lo demuestra el ejemplo de Grecia. No se puede esperar nada de esos gobiernos, impotentes o cómplices de los explotadores. Corresponde a los trabajadores estudiar los problemas regionales y nacionales, buscarles soluciones, luchar por la hegemonía política y cultural superando las divisiones, el simple gremialismo, el electoralismo ciego, el sectarismo castrante.

Fuente: https://tacnacomunitaria.blogspot.com/2015/08/fin-del-ciclo-de-gobiernos-progresistas.html

 

VIII

“A riesgo de repetirme como disco rayado, recuerdo que el neoliberalismo no es un sistema, sino una política, la política actual del capitalismo, y resultado del fracaso del capitalismo del bienestar social vagamente keynesiano, el cual es irrepetible y está muerto y enterrado. Pretender centrar los esfuerzos contra el neoliberalismo equivale a disparar contra la mera sombra del sistema. No hay capitalismos buenos: hay un régimen de explotación, opresión, racismo, colonialismo y guerras que hace de todo para sostener la tasa de ganancia de las grandes empresas financieras y monopolistas. Los capitalismos de Estado y las políticas asistenciales y distributivas del ingreso forman parte de ese sistema mundial y lo sostienen. La diferencia entre los gobiernos que son agentes directos del capital financiero y los que tratan de tener algún margen de maniobra es que éstos aplican algunas políticas que, defendiendo las ganancias de los capitalistas, deben tener en cuenta la necesidad de sostener el mercado y las ganancias con subsidios al consumo y a los servicios y de ceder algo a los movimientos sociales y a la protesta obrera, para evitar que se organicen en forma independiente. Los gobiernos nacionales y populares, sin embargo, no pertenecen a una categoría diferente: igual que los demás, aceptan el despojo salvaje de la gran minería y practican un extractivismo que destruye los bienes comunes (agua, bosques, tierras, minerales) y que contamina, como demuestra China. Ellos privilegian el crecimiento económico sobre el desarrollo humano, reducen al mínimo los derechos humanos y sociales y los márgenes de la democracia. No son populares y tampoco son nacionales…”

Fuente: https://tacnacomunitaria.blogspot.com/2013/02/polemica-palingenesica-sobre.html

 

 

 

  

 



[1] Karl Marx, Prologo a la primera edición del Tomo I de El Capital.

[2] El Hereje, Apuntes sobre John William Cooke, https://www.lahaine.org/mundo.php/libro-el-hereje-apuntes-sobre, Pág. 29

[4] El Hereje, Apuntes sobre John William Cooke, https://www.lahaine.org/mundo.php/libro-el-hereje-apuntes-sobre, Pág. 237