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viernes, 21 de agosto de 2020

LOS GRANDES PROBLEMAS DEL GLOBALISMO Y EL COVID-19

 

Fecha: 19 de agosto de 2020

Artículo: Los grandes problemas del Globalismo y el COVID-19

Autor: Ramón Espinoza Guerrero

www.mnip.pe

 

 

I.               Crisis económica, social y política mundiales[1]

 

La globalización[2] ha fracasado. A partir de los años de 1980, Estados Unidos, Japón y Europa perdieron su capacidad productiva debido a que las empresas transnacionales de estos países trasladaron sus industrias hacia China y otros países de mano de obra barata. Mientras tanto, se constituían gradualmente a nivel supranacional como un sistema de grandes corporaciones autónomas:

 

• Que actúan en los mercados nacionales a través de subsidiarias y cadenas de suministros de bienes intermedios, eludiendo en gran parte los controles tributarios y arancelarios de la importación de bienes finales.

• Que provocan el desacoplamiento del capital financiero y las economías nacionales reales, ocasionando la concentración del capital financiero mundial en un puñado de grandes inversores por fusiones y compra-venta de acciones en el gran casino de las bolsas de valores más importantes del mundo.

• Que han causado, finalmente, cierto grado de bienestar en el 10 por ciento o 20 por ciento de la sociedad, pero el empobrecimiento del 80 por ciento de la misma como consecuencia de la destrucción de las economías locales endógenas y el éxodo rural de masas hacia las ciudades en búsqueda de empleo, educación y oportunidades para sus hijos.

 

Que, en tal sentido, sería improbable alcanzar el logro de un nuevo equilibrio y recomposición de la globalización económica debido (1) a la gran contracción de la demanda mundial de bienes y servicios básicos por desempleo y empobrecimiento masivo, sobre todo en los países subdesarrollados como Perú, y (2) porque ya no estaríamos en un tiempo histórico de recuperación sino de obsolescencia del capitalismo industrial.

 

Y que, por lo consiguiente, en las décadas del 2020/2040, estaríamos presenciando un cambio de época: del Sistema Industrial Global —cuyas materias primas, incluidos los minerales originarios de los Andes, se desvalorizan sostenidamente— a un Sistema Posindustrial de bases científico-técnicas que implicaría otras materias primas, otros minerales, mercados y conocimientos, y otras relaciones productivas. No estaríamos, pues, viviendo tiempos de regeneración del mundo industrial del siglo XX sino de destrucción de este, y de creación del Sistema Posindustrial del siglo XXI. En los países andinos, los procesos de recuperación de grandes depresiones, como la ocurrida después de la Guerra con Chile, se darían en un período de tiempo de dos o tres décadas grosso modo, pero hoy tendrían que ser necesariamente posindustriales.

 

He aquí algunas manifestaciones, entre otras, que grafican el surgimiento del Poscapitalismo como sentenciaba Peter Drucker:

 

1.  La impresión monumental de dinero ficticio (sin respaldo en oro ni divisas), y su inyección en negocios de compra-venta especulativa de valores por parte de los Estados Corporación más estructurados: Estados Unidos, Reino Unido, Japón… Mientras que China y Rusia se han lanzado a la compra masiva de oro como valor refugio para la guerra comercial y monetaria mundial.

 

2.  La desolación con la que tendrá que lidiar el mundo después de encontrar la vacuna del COVID-19:

 

o  Gran caída de la demanda y precios de los minerales, así como de la demanda interna nacional de alimentos agropecuarios —y la parálisis total de segmentos del sector servicios (hotelería y turismo, restaurantes, recreo y transportación masiva de personas), así como del sector construcción y manufacturero de bienes básicos— que grafican en muchos países una caída de más del 20 por ciento de la recaudación tributaria del 2020.

 

o En el Perú hemos transitado por una de las cuarentenas más largas y peor administradas de América Latina, para después estar enfrentando la mayor contracción económica de la región: no solo estarían colapsando actividades muy importantes de la economía sino de la administración y ejecución presupuestal del Estado (en Perú, solo habrá una ejecución presupuestal regional no mayor al 40 por ciento en promedio).

 

3.          Mientras tanto, los gigantes tecnológicos han crecido significativamente (Google, Facebook, Amazon, Apple, Microsoft…). Actualmente, las grandes empresas de tecnología, alimentación y farmacéuticas, entre otras, adquieren gran cantidad de patentes para crear monopolios de productos, conocimientos y tecnología (paralelamente se constituyen redes globales de innovadores que se organizan en torno a la guerra contra las patentes).

 

II.            El cambio tecnológico y la destrucción del trabajo[3]

 

La masa laboral del Perú está compuesta por 18 millones de personas aproximadamente (25 por ciento con educación superior). Antes de la pandemia, la estructura de los segmentos del empleo era la siguiente:

 

- En microempresas formales establecidas (1.9 millones de MYPES) → 2.5 millones de empleos.

- En microempresas informales establecidas (7 millones de MYPES) → 9.5 millones de empleos.

- En grandes, medianas y pequeñas empresas formales (100 mil empresas) → 1.2 millones de empleos.

- En instituciones y empresas públicas → 1.3 millones de empleos

- En emprendimientos efímeros (2.5 millones de emprendimientos) → 3.5 millones de empleos.

 

Estos segmentos del empleo, mayormente microempresarios e informales, se distribuían en los siguientes sectores:

 

- Servicios → 38%

- Agropecuario → 24%

- Comercio minorista → 20%

- Manufactura → 8%

- Construcción → 6%

- Minería → 3%

- Pesca artesanal → 1%

 

En todo este universo de empleo empresarial, sin considerar el sector público, han sido destruidos, por el impacto pandémico, alrededor de 7 millones de puestos de trabajo (3 millones en los sectores MYPE; 3 millones de emprendimientos efímeros, los cuales no existen en las estadísticas oficiales; y 1 millón de los sectores de la pequeña, mediana y gran empresa formal).

 

En el Perú, estas cifras son tan monumentales como reales, teniendo en cuenta 1) que más del 96 por ciento son microempresas, y que el 80 por ciento de estas son informales y emprendimientos efímeros; 2) que el Perú, así, es el quinto país en el mundo con más MYPES y emprendimientos efímeros, y que menos del 10 por ciento de los segundos supera un año de actividades; 3) que solo el 6 por ciento de las MYPES accede al sistema financiero formal, y que estas pagan 8 veces más que la tasa de interés que pagan las grandes empresas, siendo aquella la tasa de interés MYPE más alta de América Latina; 4) que más del 60 por ciento de la PEA no tiene una cuenta de banco; 5) y que la productividad de las MYPES solo es el 20 por ciento de la de las empresas formales.

 

En tal sentido, el sector de los pequeños agricultores merece una atención especial:

 

• El ingreso de 2.5 millones de pequeños agricultores (15% de la PEA) se ha contraído en 60 por ciento aproximadamente, debido a la caída del consumo de alimentos.

• Solo el 9 por ciento de los pequeños agricultores tiene alguna experiencia crediticia. El crédito agrario está orientado tan solo a 300 mil pequeños y medianos agricultores, igualmente la asistencia técnica y la capacitación.

• La política agraria solo tiene relación con la agricultura de riego, sin considerar que el 60 por ciento de la pequeña propiedad agraria no tiene riego.

• La mayoría de los pequeños agricultores son considerados pobres, que solo son sujetos de ayuda humanitaria estatal. No estarían en la visión de la burocracia estatal mientras se siga con la política general de importación de alimentos.

 

III.         Destrucción de las economías locales y el ambiente natural[4]

 

Las consecuencias de la pandemia se medirán en años. Está aceptándose que la hecatombe pandémica y social provocará más de 2 millones de muertes, que gran parte de los sectores de la economía no se recuperarán nunca más, y que la PEA autogestionaria informal será la más afectada. Inclusive las élites corporativas globales (Foro de DAVOS) están considerando “reglamentaciones más justas de mercado, tributarias, sociales y de conservación del ambiente natural”; es decir, “reinventar el mundo para el bien común”. Todo ello configuraría una propuesta mundial de corto plazo: la distribución de bonos de ingreso básico para la sobrevivencia en los sectores masivos de desempleados y subempleados.

 

En tal sentido, la destrucción de las economías locales endógenas y la contaminación ambiental y el calentamiento global que ocasionan el deshielo de los casquetes polares y los glaciares permanentes como los de los Andes —así como la extinción de las reservas naturales del planeta, lo mismo que puede generar otros virus y pandemias— no obliga tan solo a rehacer los modelos económicos de mercado global y estatal-paraestatal a través de reformas legales, tributarias y de “respeto del ambiente natural”, sino que nos obliga, sobre todo, a modernizar y desarrollar los modelos económicos sostenibles de la ciudadanía: redes MYPE, economías solidarias, cooperativismo integral…, así como a conservar las Regiones Biofísicas agropecuarias, de arborización y reservas naturales como patrimonio de la humanidad.

 

IV.         Parálisis de las ciencias sociales y la falta de creación de liderazgo

 

El Movimiento Nacional de Innovación Política - MNIP asume que la actual crisis general de la sociedad se explica por las transformaciones históricamente divisorias en la tecnología, el capital financiero, el trabajo, las clases sociales y los mercados, pero, sobre todo, por la parálisis y la obsolescencia de las teorías económicas, sociales y políticas del siglo XX. El mundo ha cambiado radicalmente, especialmente durante los últimos 40 años, pero la mentalidad de la sociedad no lo ha hecho de la misma manera. Esa es la esencia del colapso civilizatorio actual, que se grafica como una brecha insalvable entre la sobrecapacidad industrial y la concentración de la riqueza social por un lado y la masificación del subempleo y la difusión de la pobreza por el otro.

 

En retrospectiva, reflexionemos sobre lo que nos planteaba Peter Senge hace aproximadamente 30 años:

 

Miremos hacia adelante 20 o 30 años, ¿espera alguien que sean menos turbulentos? ¿Cómo será el mundo que tendremos ante nosotros? Nadie lo sabe a ciencia cierta, pero sí sabemos que se pondrá a prueba nuestra capacidad colectiva de hacerle frente... El mundo será algo totalmente diferente al que conocemos. Por todo ello, estamos obligados a dejar viejas creencias… El problema está en nuestras maneras más fundamentales de pensar. Si estas no cambian, cualquier capacitación o recambio producirá los mismos tipos improductivos de acción (Senge, 1992).

 

Igualmente, reflexionemos sobre lo que nos planteaba Gary Hamel hace menos de una década:

 

Hoy por hoy, los problemas más apremiantes de la humanidad no son meramente tecnológicos; estos son más bien culturales, sociales y políticos. Asimismo, son globales en su esfera de influencia... Frente a tal situación, el futuro de la humanidad dependerá de nuestra capacidad de innovación ideológica, social y política (Hamel, 2012).

 

Próximo artículo:

Las grandes respuestas frente a la crisis del Globalismo y el COVID-19

 



[1] El Capitalismo de mercado global ha demostrado ser un gran motor de creación de riqueza, pero si en los próximos 25 años sigue funcionando como lo ha hecho en el último cuarto de siglo, se viene un grave colapso del propio sistema. Esto suena terrible. Y, de hecho, lo es. Las amenazas del Capitalismo de mercado global son diversas. Cuando las brechas entre ricos y pobres siguen creciendo, cuando millones de desposeídos migran desde los países pobres hacia los ricos —y estos últimos responden con un proteccionismo cada vez más estricto—, cuando los sistemas financieros globales son frágiles y nada transparentes, y cuando los protectores tradicionales de la sociedad —el gobierno, la industria, los negocios y las instituciones internacionales— son incapaces de abordar estos y otros problemas de primer orden, están todos los elementos para un desastre (Bower et al., 2011).

[2] Recomendamos estudiar el artículo anterior re-editado aquí adjunto (PDF) para tener una visión integral de la crisis general y retos del Globalismo y la pandemia del COVID-19.

[3] La sustitución de la mano de obra por la tecnología. Las economías modernas crean cada vez menos empleo. Producen cada vez más bienes y servicios con mayor precisión, calidad y sofisticación, utilizando menos tiempo y menos mano de obra. La computarización de procesos y la robótica, en innovación continua, sustituye a la mano de obra.

En tal sentido, los prolongados y difusos estudios académicos universitarios “para después trabajar” están muy por debajo de la innovación radical de la economía y la tecnología mundiales de los últimos 30 años. Así, poco tiempo después de graduarse, no se explican por qué se encuentran laborando en puestos de trabajo que no tienen nada que ver con lo que han estudiado ni menos con lo que querían llegar a ser —y la mayoría de veces mal remunerados—, contrariamente a sus necesidades más profundas y expectativas de futuro.

[4] La Sociedad Contemporánea, actualmente, puede sostener los más altos niveles de productividad de la historia humana con cada vez menos personas. Las nuevas herramientas y sistemas de gran velocidad y precisión vuelven obsoletos, rápida y definitivamente, a cientos de miles de puestos de trabajo tradicionales. Tal situación ha originado un desplazamiento de millones de personas en términos globales para las cuales no se puede encontrar una verdadera utilización productiva. El 80% de la PEA de los países atrasados, las cuatro quintas partes del mundo, vive en procesos de subempleo como nunca antes en la historia de la humanidad.

Nuestro ambiente natural actual, que existe hace 14 mil años —desde que terminó el último periodo glacial y apareció la geografía física que conocemos—, está en peligro. Los bosques y los suelos continentales, el aire y las aguas, la flora, la fauna y el hombre mismo están en peligro. El reto ya no es el desarrollo de la capacidad productiva del hombre en sí, sino su sentido y propósitos. La recomposición del equilibrio ecológico es una necesidad perentoria, antes de que sea demasiado tarde. El desarrollo social es ecosostenible o no es nada. Sin embargo, nada de eso es posible sin la superación de las viejas formas de desarrollo económico del Capitalismo Industrial.

jueves, 9 de enero de 2020

¿ARRASARÁ EL FASCISMO EL DEBATE TEÓRICO-POLÍTICO PLANTEADO POR GARCÍA LINERA?




02-01-2020

Ya no es posible. Los acontecimientos y la solidaridad despertada en el mundo y especialmente en nuestramérica contra el golpe fascista dado este 10 noviembre 2019 contra el gobierno progresista de Bolivia encabezado por Evo Morales y Álvaro García Linera, muestran una tendencia a profundizar y ampliar este debate planteado por el intelectual de orientación marxista García Linera, quien ocupó la vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia desde el 2.005 hasta su derrocamiento por el actual fascismo boliviano- estadounidense. 

Varias son las preguntas que su corpus (teórico-político) escrito y discursivo nos ha planteado. Veamos algunas de ellas, aunque resumidas por razón del espacio dado a un tipo de articulo-comentario como este: 

1. ¿Es posible hablar de un Marxismo Indianista? Es decir, al hacer el análisis de las clases sociales en una formación social concreta a trasformar en el Mundo actual, aspecto este esencial y de importancia trascendental dentro del marxismo, ¿existe según lo sostiene García Linera, una dimensión etno-histórico-nacional en la constitución de las clases sociales en nuestramérica o en oposición, como sostienen algunos marxistas “rigurosos”, los indígenas son simplemente campesinos, obreros, pequeños comerciantes, o clases medias, en incluso burgueses? 

2. ¿Existe una separación entre Economía y Política, como lo plantean los “postmarxistas” (Laclau y Mouffe) quienes no han comprendido la relación entre estas dos dimensiones, o, como lo ha escrito García Linera polemizando con ellos y citando e interpretando a Lenin: “la Política es la Economía concentrada”, lo que nos recuerda también aquella famosa (aunque casi siempre olvidada) exclamación de Engels en su carta del 27 de octubre de 1.890 a Conrado Smith: “¡La violencia (es decir, el poder del Estado) es también una potencia económica!”.

3. ¿Cuál es el concepto a debatir, propuesto por García Linera, sobre el “Estado moderno actual o contemporáneo” centro de su abundante actividad teórico-política? Amplia es su bibliografía al respecto (*) y entonces, dada la cortedad del espacio de que disponemos, es por lo que nos vemos obligados a “citar en extenso”, lo que se considera su mejor exposición sobre este tópico, hecha en la conferencia magistral “La construcción del Estado”, inicio de los cursos de posgrado de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) Buenos Aires, en junio de 2010 http://biblioteca.clacso.edu.ar/Argentina/iec-conadu/20171115043333/pdf_939.pdf

Y que inicia la discusión así: 

"...Hay, por lo general, dos maneras de acercarse al debate en torno al Estado en la sociedad contemporánea, latinoamericana y mundial: una lectura que propone que estaríamos asistiendo a los momentos casi de la extinción del Estado, casi a la irrelevancia del Estado. Se trata de una lectura no anarquista: lindo sería que fuera una realidad el cumplimiento del deseo anarquista de la extinción del Estado. No, al contrario, es una lectura conservadora que plantea que en la actualidad la globalización, esta interdependencia planetaria de la economía, la cultura, los flujos financieros, la justicia y la política estuvieran volviendo irrelevante el sistema de Estados contemporáneo. Esta corriente interpretativa, académica y mediática dice que la globalización significaría un proceso gradual de extinción de la soberanía Estatal debido a que cada vez los Estados tienen menos influencia en la toma de decisiones de los acontecimientos que se dan en ámbito territorial, continental y planetario; y emergería supuestamente otro sujeto de los cambios conservadores, que serían los mercados con su capacidad de autorregulación. Esta corriente también menciona que a nivel planetario estaría surgiendo un gendarme internacional y una justicia planetaria que debilitaría el papel del monopolio de la coerción, del monopolio territorial de la justicia que poseían anteriormente los Estados.
Permítanme diferir de esa lectura, porque si bien existe claramente un sistema supraestatal de mercados financieros y un sistema judicial de derechos formales, que trasciende las limitación territoriales del Estado, hoy en día lo fundamental es que los procesos de privatización que ha vivido nuestro continente, nuestros países, y los procesos de transnacionalización de los recursos públicos -que es en el fondo lo que caracteriza al neoliberalismo contemporáneo– no lo han hecho seres celestiales, no lo han hecho fuerzas transterritoriales, sino que quienes han llevado adelante estos procesos son precisamente los propios Estados. 

Esa lectura extincionista del Estado, digámoslo así, olvida que los flujos financieros que se mueven en el planeta, no se distribuyen por igual entre las regiones y entre los Estados, que los flujos financieros no por casualidad benefician a determinados Estados en detrimento de otros, benefician a determinadas regiones en detrimento de otras regiones. Y que esta supuesta gendarmería planetaria encargada de poner orden y justicia en todo el mundo, no es más que el poder imperial de un Estado que se atribuye la tutoría sobre el resto de los Estados y sobre los pueblos del resto de los Estados. Esta lectura extincionista, por último, olvida, como lo están mostrando los efectos de la crisis de la economía capitalista del año 2008 y 2009, que quien al final paga los platos rotos de la orgía neoliberal, de los flujos financieros y del descontrol de los mercados de valores, son los Estados y los recursos públicos de los Estados. En otras palabras, frente a esta utopía neoliberal de la extinción gradual del Estado, lo que van demostrando los hechos es que son los Estados los que al final se encargan de privatizar los recursos, de disciplinar la fuerza laboral al interior de cada Estado territorialmente constituido, de asumir con los recursos públicos del Estado los costos, los fracasos, o el enriquecimiento de unas pocas personas. 

Frente a esta lectura falsa y equivocada de una globalización que llevaría a la extinción de los Estados, se le ha ido contraponiendo otra lectura que hablaría de una especie de petrificación también de los Estados, sería como su inverso opuesto. Esta otra lectura argumenta que los Estados no han perdido su importancia como cohesionadores territoriales. La discusión de la cultura, el sistema educativo, el régimen de leyes, el régimen de penalidades, cotidianas y fundamentales que arman el espíritu y el hábito cotidiano de las personas, siguen siendo las estructuras del Estado. A su favor también argumentan que el actual sistema-mundo, en el fondo es un sistema interestatal, y que los sujetos del sistema-mundo siguen siendo los propios Estados, pero ya en una dimensión de interdependencia a nivel mundial. Sin embargo, esta visión, -digámoslo así- defensora de la vigencia del Estado como sujeto político territorial, olvida también ciertas decisiones y ciertas instituciones de carácter mundial por encima de los propios Estados: regímenes de derechos, ámbitos de decisión económica, y ámbitos de decisión militar. Incluso varios procesos de legitimación y construcción cultural, en otros países exceden a la propia dinámica de acción de los Estados. 

Podemos ver entonces, que ni es correcta la lectura extincionista de los Estados, ni es correcta la lectura petrificada de la vigencia de los Estados. Lo que está claro es que tenemos una dinámica, un movimiento y un proceso. La globalización significa evidentemente un proceso de mutación, no extinción de los procesos de soberanía política. No estamos asistiendo a una extinción de la soberanía, sino a una mutación del significado de la soberanía del Estado. Igualmente, lo que estamos viendo en los últimos 30 años, es una complejización territorial de los mecanismos de cohesión social, y de legitimación social. Podemos hablar de una bidimensionalidad Estatal y supraestatal de la regulación de la fuerza de trabajo, del control del excedente económico y del ejercicio de la legalidad. En otras palabras, hay y habrá Estado, con instituciones territoriales, pero también hay y habrá instituciones de carácter supraterritorial que se sobreponen al Estado. Esto es más visible si tomamos en cuenta la propuesta que hace el profesor Wallerstein de este periodo de transición, de fases, entre una hegemonía planetaria, hacia una nueva hegemonía planetaria. 

En América Latina, en nuestros países, en Argentina, en Bolivia, vemos a diario esta tensión entre reconfiguración de la soberanía territorial del Estado y la existencia y presencia de ámbitos de decisión supraestatales. En los últimos 5 a 10 años hemos asistido a un regreso, a una retoma digámoslo así, de la centralidad del Estado como actor político-económico. Luego voy a ver los componentes internos del Estado, pero en principio del Estado como sujeto territorial en el contexto planetario. Pero a la vez -América Latina está viviendo dramáticamente eso- existen flujos económicos y políticos desterritorializados y globales, que definen muchas veces al margen de la propia soberanía del Estado, temas que tienen que ver con la gestión y la administración de los recursos del Estado. 

Voy a dar un ejemplo para explicar esta complejidad de retoma de una centralidad del Estado, pero ya no como en los años '40 o '50, sino en el ámbito de construcción de otra serie de instituciones desterritorializadas. El presupuesto del Estado es un ejemplo. Por una parte, los procesos contemporáneos en América Latina de distribución de la riqueza, de potenciamiento de iniciativas de soberanía económica del país, de mejora del bienestar de las poblaciones, tienen que ver con un uso y disposición de recursos económicos que tiene el Estado, y esta es una competencia estrictamente Estatal, territorialmente delimitada. Pero a la vez, como las producciones de nuestros países están externalizándose -es decir, ampliándose más allá del mercado interno y dirigiéndose a mercados internacionales-, los ingresos que capta el Estado vía impuestos, vía ventas propias, dependen cada vez menos de decisiones del Estado que de los circuitos económicos de comercialización de esos productos. De tal manera que, si bien hoy los Estados están retomando en América Latina una mayor capacidad de definir políticas sociales, políticas de empleo, inversión en medios de comunicación, en medios de transporte, en infraestructura vial; a la vez está claro que esos recursos, los volúmenes, la intensidad de esta distribución social, la intensidad de esta creación de infraestructura médica, educativa, en favor de la población, depende más de la fluctuaciones de los commodities como llaman los economistas, de las mercancías que vendemos. 

Es distinto la soberanía de un Estado con un precio del petróleo a 185 dólares el barril, que a 60 o a 30 dólares el barril. La capacidad de disponer el excedente económico para temas sociales, para temas de infraestructura, para inversión productiva, para educación, varía en función de esa variación de los precios, no solamente del petróleo; del gas, de los minerales, de los alimentos, de los productos que las sociedades producen contemporáneamente. En este ejemplo entonces en el presupuesto está esta bidimensionalidad: por una parte, hay soberanía y hay una retoma de la soberanía del Estado sobre estos recursos y sobre el uso del excedente económico, pero a la vez hay una dependencia de definiciones al margen del Estado, en cuanto a los volúmenes de esos excedentes a ser utilizados en beneficio de la población, porque estos dependen cada vez más de cómo se constituyen los precios a nivel internacional de esas mercancías. 

Quiero entonces retomar el concepto de Estado. No porque en el Estado se concentre la política: está claro que las experiencias sociales del continente, de Bolivia, de Argentina, del Ecuador, son experiencias que hablan de que la política excede al Estado, va más allá del Estado. Pero a la vez está claro que un nudo de condensación del flujo político de la sociedad pasa en el Estado, y que uno no puede dejar de lado -al momento de materializar y objetivar- una correlación de fuerzas sociales y políticas en torno al Estado. 

¿Qué fue entonces de este sujeto que llamamos Estado? ¿A qué llamamos Estado? Es evidente que una parte del Estado es un gobierno, aunque no lo es todo. Parte del Estado es también el parlamento, el régimen legislativo cada vez más devaluado en nuestras sociedades. Son también las fuerzas armadas, son los tribunales, las cárceles, es el sistema de enseñanza y la formación cultural oficial; son los presupuestos del Estado, es la gestión y uso de los recursos públicos. Estado es también no solamente legislación sino también acatamiento de la legislación. Estado es narrativa de la historia, silencios y olvidos, símbolos, disciplinas, sentidos de pertenencia, sentidos de adhesión. Estado es también acciones de obediencia cotidiana, sanciones, disciplinas y expectativas. 

Cuando definimos al Estado, estamos hablando de una serie de elementos diversos, tan objetivos y materiales como las fuerzas armadas, como el sistema educativo; y tan etéreos, pero de efecto igualmente material como las creencias, las obediencias, las sumisiones y los símbolos. El Estado en sentido estricto son entonces instituciones, no hay Estado sin instituciones, es lo que Lenin denominaba la “máquina del estado”. Es la dimensión material del Estado, el régimen y el sistema de instituciones: gobierno, parlamento, justicia, cultura, educación, comunicación; en su dimensión de instituciones, de normas, procedimientos y materialidad administrativa que le da vida a esa función gubernativa. Pero también ese conglomerado, ese listado que hemos dicho que es el Estado, no es solamente institución, dimensión material del Estado, sino también son concepciones, enseñanzas, saberes, expectativas, conocimientos. Es decir, esta sería la dimensión ideal del Estado. El Estado tiene una dimensión material, que describió muy bien Lenin, como el régimen de instituciones. Pero también el Estado es un régimen de creencias, es un régimen de percepciones; es decir, es la parte ideal de la materialidad del Estado: el Estado es también idealidad, idea, percepción, criterio, sentido común. Pero detrás de esa materialidad y detrás de esa idealidad del Estado, el Estado es también relaciones y jerarquías entre personas sobre el uso, función y disposición de esos bienes; jerarquías en el uso, mando, conducción y usufructo de esas creencias. Las creencias no surgen de la nada, son fruto de correlaciones de fuerza, de luchas, de enfrentamientos. Las instituciones no surgen de la nada, son frutos de luchas, muchas veces de guerras, de sublevaciones, revoluciones, de movimientos, de exigencias y peticiones. 

Tenemos entonces los tres componentes de todo Estado: Todo Estado es una estructura material, institucional; todo Estado es una estructura ideal, de concepciones y percepciones; todo Estado es una correlación de fuerzas. Pero también un Estado es un monopolio -voy a retomar este debate de monopolio y de democracia para estudiar Bolivia como gobierno de movimientos sociales-, un Estado es monopolio, monopolio de la fuerza, de la legislación, de la tributación, del uso de recursos públicos. Podemos entonces cerrar esta definición del Estado en las cuatro dimensiones: todo Estado es institución, parte material del Estado; todo Estado es creencia, parte ideal del Estado; todo Estado es correlación de fuerzas, jerarquías en la conducción y control de las decisiones; y todo Estado es monopolio. El Estado como monopolio, como correlación de fuerzas, como idealidad, como materialidad, constituyen las cuatro dimensiones que caracterizan cualquier Estado en la sociedad contemporánea. 

En términos sintéticos podemos decir entonces que un Estado es un aparato social, territorial, de producción efectiva de tres monopolios -recursos, cohesión y legitimidad-, en el que cada monopolio, de los recursos, de la coerción y de la legitimidad, es un resultado de tres relaciones sociales. Tenemos entonces, utilizando brevemente a los físicos, que el estado es como una molécula, con tres átomos y dentro de cada átomo tres ladrillos que conforman el átomo. Un Estado es un monopolio exitoso de la coerción -lo estudió Marx, lo estudio Weber-; un Estado es un monopolio exitoso de la legitimidad, de las ideas-fuerza que regulan la cohesión entre gobernantes y gobernados -lo estudió Bourdieu-; y un Estado es un monopolio de la tributación y de los recurso públicos -lo estudió Norbert Elías y lo estudió Lenin. Pero cada uno de estos monopolios exitosos y territorialmente asentados está a la vez compuesto de tres componentes: una correlación de fuerzas entre dos bloques con capacidad de definir y controlar, una institucionalidad, y unas ideas-fuerza que cohesionan. Uno puede jugar teóricamente la combinación de tres monopolios con tres componentes al interior de cada monopolio. El monopolio de la coerción tiene una dimensión material: fuerzas armadas, policía, cárceles, tribunales. Tiene una dimensión ideal: el acatamiento, la obediencia, y el cumplimiento de esos monopolios, que cotidianamente lo ejecutamos los ciudadanos sin necesidad de reflexionarlos, dimensión ideal del monopolio. Pero a la vez este monopolio y su conducción, es fruto de la correlación de fuerzas, de luchas, de guerras pasadas, sublevaciones, levantamientos y golpes, que han dado lugar a la característica de este monopolio. Igualmente, con la legitimidad, el monopolio de la legitimidad territorial, tiene una dimensión institucional, una dimensión ideal y una dimensión de correlación de fuerzas. Igual el monopolio de los tributos y de los recursos públicos. 

Tenemos entonces un acercamiento más completo al Estado como relación social, como correlación de fuerzas y como relación de dominación. El concepto que nos daba Marx del Estado como una máquina de dominación entonces tiene sus tres componentes complejos: es materia, pero también es idea, es símbolo, es percepción, y es también lucha, lucha interna, correlación de fuerzas internas fluctuantes. Entre los marxistas, y kataristas, indianistas, es muy importante este concepto que no es solamente teoría, porque permite ver cómo asumimos la relación frente al Estado. Si el Estado es sólo máquina, entonces hay que tumbar la máquina, pero no basta tumbar la máquina del Estado para cambiar al Estado: porque muchas veces el Estado es uno mismo, son las ideas, los prejuicios, las percepciones, las ilusiones, las sumisiones que uno lleva interiorizadas, que reproducen continuamente la relación del Estado en nuestras personas. E igualmente, esa maquinalidad y esa idealidad presente en nosotros, no es algo externo a la lucha, son frutos de luchas. Cada cuerpo es la memoria sedimentada de luchas del Estado, en el Estado y, para el Estado. Y entonces la relación frente al Estado pasa evidentemente, desde una perspectiva revolucionaria, por su transformación y superación; pero no simplemente como transformación y superación de algo externo a nosotros, de una maquinalidad externa a nosotros, sino de una maquinalidad relacional y de una idealidad relacional que está en nosotros y por fuera de nosotros. Por eso los clásicos, cuando hablaban de la superación del Estado en un horizonte postcapitalista, no lo ubicaban meramente como un hecho de voluntad o de decreto, sino como un largo proceso de deconstrucción de la Estatalidad en su dimensión ideal, material e institucional en la propia sociedad. 

Con este concepto de Estado, en lo genérico, que articula distintas dimensiones, quiero entrar a los momentos de transición de un tipo de Estado a otro tipo de Estado. Por lo general los teóricos han trabajado -en sociología, en ciencias políticas- al Estado en su dimensión de estabilidad, pero poco se han referido al Estado en su momento de transición, cuando se pasa de una forma estatal a otra forma estatal. Quiero referirme a ello, porque es justamente lo que hemos vivido, lo que puede ayudar a entender, en términos de la sociología y de la ciencia política, el proceso boliviano contemporáneo. Un Estado - este régimen de instituciones, de creencias y dominación- funciona con estabilidad cuando cada uno de esos componentes, de esos ladrillos que hemos mencionado, mantiene su regularidad y continuidad. Hablamos del Estado en tiempos normales. Pero vamos a usar el concepto de “crisis estatal general” de Lenin para estudiar cuando esos componentes de Estado no funcionan normalmente, cuando su regularidad se interrumpe, cuando algo falla, cuando algo en la institucionalidad, en la idealidad, en la correlación de fuerzas que da lugar al Estado, se quiebra, no funciona, se tranca. En esos momentos hablamos de una crisis de Estado. Y cuando esa crisis de Estado atraviesa la totalidad de esos nueve componentes que hemos mencionado anteriormente hablamos de una “crisis estatal general. 

¿Cuáles son los componentes de una crisis estatal general? ¿Cuándo vamos a decir que estamos pasando, no meramente un cambio de gobierno, un cambio de administración de la maquinaria del Estado, sino un cambio de unas estructuras de poder y de dominación a otras estructuras de poder y dominación? Cuando hay una crisis estatal general. ¿Y cómo identificamos una crisis estatal general? A partir de cinco elementos. El primero: el momento de la develación de la crisis. La transición de un Estado a otro Estado tiene varias etapas, digámoslo así. La primera etapa es cuando se devela la crisis de Estado, cuando se manifiesta y se expresa la crisis de Estado. ¿Qué significa que se exprese una crisis de Estado? En primer lugar, que la pasividad, la tolerancia del gobernado hacia el gobernante comienza a diluirse. En segundo lugar, que surge inicialmente de manera aislada, puntual, pero con tendencia a crecer, a irradiarse, a encontrar otros escenarios de aceptación, un bloque social disidente con capacidad de movilizarse socialmente y de expandir territorialmente su protesta. En tercer lugar, una crisis estructural del Estado en su primera fase de develamiento surge cuando la protesta, el rechazo y el malestar, comienzan a adquirir ámbitos de legitimidad social. Cuando una marcha, una movilización, una demanda y un reclamo salen del aislamiento y de la apatía del resto de la población y comienzan a captar la sintonía, el apoyo, la complacencia de sectores cada vez más amplios de la sociedad. Por último, la crisis se devela en su primera fase cuando surge un proyecto político no cooptable por el Poder, no cooptable por los gobernantes, con capacidad de articulación política y de generar expectativas colectivas”… (páginas 11 a 14 conferencia citada arriba) 

Bueno, tras el impacto del “putsch fascista típico”, dado este 21 de noviembre pasado contra el gobierno electo de Bolivia y que terminó (como suele ocurrir) cebándose con el pueblo indefenso, explotado y oprimido; así como las noticias posteriores que han ido dándose sobre los diversos acontecimientos de violencia política planeada de larga data por el Imperialismo estadounidense y que contó con la invaluable ayuda de la OEA, como las noticias sobre los principales responsables de tal ruptura institucional violenta (ver https://thegrayzone.com/2019/11/15/golpe-bolivia-eeuu-escuela-de-las-americas-fbi/) llevan necesariamente a hacerse esta incómoda y extensa reflexión: 

¿Cómo es posible que con la claridad teórica y política enunciada en el extenso texto de García Linera, acabada de leer, se hubieran nombrado en altas responsabilidades en la “estructura material de la coerción del Estado”, a personas como el general golpista Willians Kalimán, comandante de las Fuerzas Armadas bolivianas en diciembre de 2018, o al general Vladimir Yuri Calderón Mariscal como comandante de la policía en abril del 2019; de quienes se sabía públicamente sus vínculos y cursos realizados en terrorífica Escuela de las Américas del US Army? ¿De qué sirve tener tal claridad teórico-política si se contraviene uno de los principales principios de la trasformación revolucionaria de un Estado?

Respuestas como la del engaño a la ingenuidad, o como dicen los paisas colombianos “caras vemos, corazones no sabemos” en lugar de aclarar, introducen más oscuridad. 

También los marxistas latinoamericanos han aprendido con sangre y lágrimas que entre lo que se dice y se hace hay siempre un hiato oscuro que solo la historia puede aclarar.

En fin, solo queda la solidaridad con quienes luchan masivamente en Bolivia y en el resto de nuestramérica, en calles y carreteras, en campos y ciudades contra la nueva ola del fascismo imperial que pretende recuperar, utilizando todos los medios de lucha, el patio trasero que cada día que pasa parece escapárseles, como el agua, por entre de su dedos temblorosos y parkinsonianos de senectud. 

(*) Otra bibliografía consultada: 

1- García Linera Álvaro. Democracia. Estado. Revolución. Antología de textos políticos. Editorial Txalaparta. Navarra. 2016.
2- Pensando el Mundo desde Bolivia. III Ciclo de Seminarios Internacionales. Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia. La Paz Bolivia. Marzo 2016. Con intervenciones de: Bob Jessop. Ignacio Ramonet. David Harvey. Martha Harnecker. Pablo Iglesias. Rosa Rodríguez. Jung Mo Sung. Julio Gambina. Jaime Estay. Wim Dierckxsens. José Luis Coraggio. Luis Eduardo Aute. Álvaro García Linera. Luis Arce Catacora