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miércoles, 29 de abril de 2020

GUERRA ECONÓMICA NACIONAL Y DIRECCIÓN EJECUTIVA CÍVICO-MILITAR



Estamos viviendo un estado de guerras económicas nacionales en situación de confinamiento territorial, total o parcial, en todo el mundo, frente a la pandemia del COVID-19 y el rompimiento consiguiente de las cadenas de suministros globales. Estos procesos de desconexión y supervivencia nacionales, motivados por situación de guerras o desastres de gran magnitud y extensión, producen economías altamente centralizadas y gestionadas, sobre todo en países subdesarrollados como el Perú, que tienen cada vez mayores niveles de dependencia del exterior y menos niveles de autosuficiencia los últimos 50 años.

Los stocks de víveres y abastos no perecibles: granos, harinas, carnes congeladas, alimentos procesados…, se están agotando; así como el stock de bienes intermedios, bienes finales y todo tipo de insumos para la producción sectorial interna (industria, agroindustria, minería, pesca, manufactura…). Preparémonos para la autarquía y el autoabastecimiento en medio de un choque interno económico social nunca visto antes. Para una economía nacional que, de súbito, tenemos que reconstruir como un “mercado interno en expansión para una producción interna en expansión”.
Estos procesos de reestructuración radical hacia la creación de una economía de dinámica interna solo son posibles sobre la base de la autogestión social moderna, utilizando nuestros propios recursos naturales y todo nuestro potencial humano nacional. Sin esta tricotomía, la declaración de un estado de guerra económica y la centralización rigurosa por parte del Estado, que se exprese en una dirección ejecutiva cívico-militar, no es posible tener éxito en la guerra declarada contra el COVID-19, que ahora se desplaza velozmente a través de la pobreza y el caos.
Esta situación histórica intempestiva es la gran oportunidad y el gran problema que tenemos hoy como país: el éxito y el desarrollo nacional, o el fracaso y la involución en pobreza, caos y violencia generalizada. Tarde o temprano, el Perú se enfrentará a esta disyuntiva. Más vale temprano que tarde, porque la mayoría de los peruanos ya vivimos en autogestión social, que es la antesala de la autosuficiencia local, regional y nacional, desde la producción autónoma de alimentos y productos básicos hasta los procesos de investigación y creación de tecnología ad hoc.

La economía de guerra contra el coronavirus

La economía nacional y nuestra PEA están paralizadas hoy. Peligra el sustento y la vida de gran parte de la población peruana, hoy mismo, precisamente por nuestro atraso agropecuario y agroindustrial, y por nuestra dependencia del exterior. Para salir de esta situación extrema de fragilidad, se requiere declarar la guerra económica contra este atraso y dependencia, movilizando a toda la PEA. El secreto de esta guerra es cómo poner en acción a toda la PEA, no al 25 por ciento como ahora, hacia un nuevo orden económico independiente. Todo ello implica, según la experiencia internacional de la guerra, una inversión hasta del 40 por ciento del PBI. Un 10 o 20 por ciento para evitar la quiebra de la economía formal, y un 10 o 20 por ciento para evitar la quiebra de la economía informal.
Y, ¿cómo financiar todo ello? Como corresponde: con deuda externa, emitiendo bonos de guerra económica, y con impuestos indirectos y directos, que pagarían todos los peruanos, incluyendo hoy los trabajadores informales, proporcionalmente a sus ingresos. La mayoría de los economistas pone el grito en el cielo cuando alguien habla de guerra económica y endeudamiento. ¿Por qué? Porque piensan como economistas de países subdesarrollados, que solo se complacen con el desarrollo de los sectores A y B, el 25% de la PEA. Sin tener en cuenta que los países más desarrollados son los países más endeudados (Estados Unidos tiene un endeudamiento de 20 billones de dólares, equivalente al 100 por ciento de su PBI; China tiene un endeudamiento de 7 billones, equivalente al 50 por ciento de su PBI; y Japón, 12 billones de dólares, equivalente al 230 por ciento de su PBI).
En América Latina, Chile, inclusive, tiene una deuda externa equivalente al 70 por ciento de su PBI (189 mil millones de dólares). Perú, sin embargo, tiene una deuda 60 mil millones de dólares, equivalente al 27 por ciento de su PBI. ¿Por qué Chile tiene tres veces la deuda externa del Perú? Porque invierte tres veces lo que invierte el Perú en su desarrollo. El Perú tiene la “estabilidad macroeconómica” de un país pobre que no invierte en su desarrollo. No se endeuda ni por ni para ello. He ahí el problema de la falsa estabilidad macroeconómica.
Los Estados Unidos, durante la Segunda Guerra Mundial, invertía, por año, más del 40 por ciento de su PBI, y alrededor del 20 por ciento en los años de posguerra. Sin embargo, la movilización de todos sus recursos productivos (capital y PEA) trajo como consecuencia la duplicación de su PBI en cinco años (1939 – 1944). A eso se llama desarrollo. Inversión de capital y desarrollo de la PEA.

La importancia de la llamada ‘informalidad’

En el Perú, se llama ‘informalidad’ al subempleo, al autoempleo en situación de pobreza subterránea, sin presencia en los indicadores económicos y sin representación en las teorías sociales y planes de acción de la clase política. Sin embargo, a pesar de todo, no es posible ganar la guerra económica sin este gran sector de la economía. La guerra económica tendrá que concentrarse, así, en resolver las necesidades básicas de los “informales” para utilizar todo su potencial. Sin lo cual, enfatizamos, no se puede ganar ninguna guerra económica. ¿Por qué? Porque la guerra, como tal, actúa integralmente, es decir, utiliza todo recurso y a todos, en un ambiente de centralización, disciplina y organización totales. Se ha presentado, pues, la oportunidad de reconstruir y modernizar las cadenas de valor MYPE, que sería el sistema sanguíneo de una nueva economía de dinámica interna.
El coronavirus ha roto los lazos del Perú con el extranjero y nos ha obligado al confinamiento territorial, y ha puesto de cabeza a la economía nacional, obligándonos a vivir por cuenta propia. Pues bien, no es posible hacerlo sin las herramientas de la guerra económica y la autogestión moderna: nuevas teorías sociales, la disciplina de la innovación estratégica y la adaptabilidad a las nuevas condiciones globales del conocimiento científico-técnico, para el desarrollo de nuestra economía por sustitución de importaciones. Si no lo hacemos a tiempo, el país, contrariamente, se puede convertir en un gran lodazal de pobreza extrema, violencia generalizada y corrupción.
La guerra económica a desplegar tiene dos enemigos:
  • La infodemia. Que es un neologismo válido que significa la existencia de una gran cantidad de desinformación por Internet y otros medios de comunicación, que hace muy difícil que las personas encuentren por sí solas información eficaz para orientar su fuerza de trabajo hacia la creación de valor. Igualmente, destruye la capacidad cognitiva de análisis y síntesis de nuestros líderes para la creación de riqueza social.
  • La falta de creación de liderazgo. En el Perú no existen partidos políticos con escuelas de formación de representantes y de movilización social. Inclusive, los propios organismos de dirección y gestión del Estado solo están conformados por especialistas y no por ejecutivos de gran nivel (como los vicepresidentes ejecutivos, los CEO de las grandes corporaciones y la tecnocracia), por lo cual no existe el desarrollo de liderazgos en ambientes extremos de pobreza y desorganización.

La organización cívico-militar

En esta parte del artículo solo parafrasearemos a algunos autores especializados en la socialización de las Fuerzas Armadas.
“El futuro del Perú pasa por la distribución equitativa de la riqueza y la educación y extracción de la marginación de amplios sectores de la población. Ese es su reto y el principal problema al que se enfrenta. Las Fuerzas Armadas, hoy por hoy, están mayoritariamente comprometidas con el juego democrático y no suponen ya un peligro para la estabilidad del orden vigente” (Las relaciones cívico-militares en el Perú actual, Miguel Luque Talaván).
Participación de las Fuerzas Armadas en el desarrollo nacional
“Sobre la participación en el desarrollo nacional de las FF.AA., la Resolución Ministerial Nº1411-2016-DE añade que esta participación se realiza en coordinación con otros sectores del Estado (…). Este propósito se ha visto recientemente plasmado con las denominadas Plataformas Itinerantes de Acción Social (PIAS) (Redacción LR, 15 de abril de 2017), que proponen llevar al Estado, con sus organismos públicos y programas sociales, a todo el territorio nacional, especialmente a las zonas menos favorecidas, a través de las fuerzas terrestres, navales y aéreas que componen las FF.AA” (¿Nuevos roles de las FF.AA. en el Perú?, Andrés Gómez de la Torre Rotta).
Participación de las FF.AA. en el Sistema Nacional de Gestión de Riesgos y Desastres
Conforme señala la Ley N°29664, Ley que crea el Sistema Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres, las FF.AA. son parte de este y el ministro de Defensa integra su máxima instancia, esto es, el Consejo Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres. En este sentido, las FF.AA. vienen brindando un importante apoyo a la población frente a situaciones tales como el friaje, terremotos, aluviones, sequías e inundaciones. El número y distribución de su personal a lo largo y ancho del territorio nacional así como su organización son características que convierten a estas fuerzas en indispensables a la hora de afrontar desastres (¿Nuevos roles de las FF.AA. en el Perú?, Andrés Gómez de la Torre Rotta)
Extraído de: “El Ejército Nacional Como Organización Con Responsabilidad Social Empresarial En El Posconflicto” (Orlando González, 2017)
“Ahora bien, el Ejército Nacional de Colombia como organización, conformada por un aproximado de 445.000 efectivos, puede ser considerada como una de las organizaciones empresariales más grandes del país (…) este aspecto es la responsabilidad social empresarial o también llamada responsabilidad corporativa, la cual es realizada por las organizaciones para contribuir con el desarrollo de un país”.
“Michael Porter manifiesta que la responsabilidad social empresarial es un deber ser de las organizaciones, lo ideal es que estas asuman su rol como ente generador de desarrollo por voluntad propia acoplando la responsabilidad corporativa a la misión estratégica de la organización (…)” (Riquelme, citado por Orlando Gonzáles, 2017).
“[La necesidad de la] reestructuración estratégica del Ejército Nacional, para que esta institución pueda desempeñar cada día mejor su labor, no solo como ente garante de la soberanía nacional, sino también como una institución que contribuye al desarrollo y recuperación del país y de sus compatriotas (…)” (Orlando González, 2017).


martes, 28 de abril de 2020

DESPUÉS DEL CORONAVIRUS, ¿QUÉ VIENE PARA AMÉRICA LATINA?


28/04/2020

El 26 de febrero de este año se conoció el primer caso de covid-19 en América Latina y el Caribe. Fue en Brasil y dos días después se confirmó otro caso en México. Para ese entonces, todavía los latinoamericanos veíamos lo del coronavirus como algo lejano y casi exótico. Las imágenes apocalípticas que nos llegaban de China, con la ciudad de Wuhan y la provincia de Hubei totalmente cerradas, si bien nos sorprendían apenas nos preocupaban. Luego presenciamos las medidas drásticas en Europa que iban del cierre de ciudades a países enteros. Así, llegamos a marzo donde ya se multiplicaban los contagios y se informaba de las primeras muertes a causa de la pandemia en nuestros países. A partir de ahí, también entramos en cuarentenas y se instaló el estado de alarma y miedo colectivo. Nos convertimos en lo mismo que la lejana Wuhan.

Mientras se escriben estas líneas, en América Latina y el Caribe, según datos oficiales, hay unos 118 mil contagios confirmados. No obstante, señalan expertos en epidemiología y estadísticas, que deben ser por lo menos el doble los casos reales. Sucede lo mismo con las muertes que, de acuerdo a cifras también oficiales, vamos por poco más de 6,600. Sin embargo, para efectos de este análisis, queremos colocar la discusión en cuál podría ser la traducción de esta coyuntura para nuestra región debido a sus problemas históricos de desigualdad y subordinación a factores geopolíticos externos. Sostenemos, en ese marco, que pasaremos de una emergencia sanitaria a una profunda crisis económica y social con sus consecuentes secuelas políticas y culturales. Analicemos.  

De la emergencia sanitaria a la crisis económica y social

Como vimos, la covid-19 va dejando miles de muertos en la región. Lo cual, no obstante, si contrastamos con otras regiones del mundo como Europa y Estados Unidos vemos que en nuestros países el virus, por el momento, ha tenido un impacto en muertes y contagios significativamente menor. Actualmente, en Europa van por casi 95 mil muertos; con países como España, Francia e Italia que ya superaron el umbral de los 20 mil fallecidos cada uno[i]. A su vez, Estados Unidos registra sobre 56 mil muertos y poco más de un millón de contagios oficiales. En Europa el primer contagio se registró el 25 de enero y en suelo estadounidense se estima que tuvo lugar a mediados de enero en la ciudad de Seattle[ii]. Es decir, en ambas regiones la pandemia llegó hace alrededor de 90 días. En América Latina y el Caribe el virus tiene unos 31 días menos. Europa, con 741 millones de habitantes, registra en promedio ocho veces más fallecidos que la región latinoamericana y caribeña que a su vez tiene algo más de 629 millones de habitantes. Estados Unidos, con una población de 329 millones, registra cuatro veces más decesos. Aun considerando que estamos rezagados en unos 31 días respecto a ambas zonas del mundo, y que nuestras cifras oficiales están lejos de la realidad, en nuestra región el impacto de la pandemia ha sido mucho menor. Si bien es difícil proyectar qué pasará en las siguientes semanas, dado el conjunto de factores que en este virus todavía desconocido influyen en los distintos escenarios.

Ahora bien, en ciudades como Guayaquil en Ecuador, emblema mundial del desastre de la covid-19, las imágenes y testimonios parecen propios de una película de terror. Muertos en las calles y familias que pasaron hasta seis días con cadáveres en sus casas porque las autoridades eran incapaces de recogerlos ante la avalancha de fallecimientos. En esta ciudad ecuatoriana, no obstante, más que el virus en sí, sostenemos que dicha debacle se debe a un modelo de sociedad que en efecto es el principal responsable de esas muertes. Una combinación de desigualdad y décadas de neoliberalismo instalado, tanto como modelo de gestión económica como lógica-sentido común, ha dejado a los pobres de guayaquileños a la deriva frente a una emergencia sanitaria de estas características. El neoliberalismo ecuatoriano, exacerbado por el mediocre y siniestro Lenin Moreno, que traicionó el proyecto político que lo llevó al poder para lanzarse en brazos de lo más rancio y decadente de la derecha local, dejó al país -y sobre todo a Guayaquil- a expensas de intereses de élites que nunca en la historia se han preocupado por los de abajo. Asimismo, cabe señalar que en Guayaquil fueron personas de su clasista y racista clase media alta las que importaron el virus luego de viajes a Europa. Y que, haciendo gala de una absoluta negligencia y desprecio por la vida de los humildes, lo transmitieron a los que limpiaban y cocinaban en sus mansiones. Que no son otros que esos “nadie” que murieron por miles en las calles[iii] y que todavía no se sabe dónde están muchos de sus cadáveres. Guayaquil, por tanto, constituye un paradigma de lo que esta pandemia puede causar en nuestras sociedades desiguales e inscritas en lógicas que han debilitado lo público en aras del ideal neoliberal del “progreso” y el “crecimiento”.    

América Latina enfrenta una amenaza que probablemente sea muchísimo más destructiva que el virus en sí. Estamos hablando de la crisis económica y social que dejará instalada el coronavirus en nuestros países. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), en su informe sobre los efectos de la covid-19 en las economías regionales, el PIB latinoamericano caerá alrededor de 5.3% este año[iv]. Para conocer de otra caída tan estrepitosa del producto regional, hay que remontarse a 1930 donde en el marco de la Gran Depresión cayó 5%. Es decir, es un derrumbe económico histórico y casi sin precedentes. Lo que, sin dudas, acarreará pobreza, desempleo y sufrimiento sobre todo en los mayoritarios sectores de clase media baja y pobres. En ese sentido, la CEPAL alerta que la covid-19 dejaría 29 millones de latinoamericanos en la pobreza y otros 17,7 millones desempleados; aumentos considerables respecto a cifras actuales en ambos rubros: del 4,4% y 3,4% respectivamente[v]. Factores como la reducción de los precios y de la demanda externa de los productos de exportación de nuestras economías a China, Europa y Estados Unidos, así como la fuga de capitales sin regulación y la desinstitucionalización de nuestras sociedades, explican en gran medida aquello.    

Tras la pandemia nos espera una región con mucho más pobres y desempleados, así como la generalización de empleos precarios e informales. Esto es, un continente cuyas condiciones estructurales de exclusión y precariedad se verán ostensiblemente fortalecidas. Con lo cual, los avances que dimos, sobre todo en la década de mayoría de gobiernos progresistas entre 1998 a 2013, en términos de reducción de pobreza y ampliación de servicios públicos de calidad enfocados en las poblaciones vulnerables, retrocederán considerablemente. Así, la covid-19, en este continente que es el más desigual del planeta, recrudecerá dicha iniquidad con sus nefastas secuelas para los más humildes. Debemos esperar, a partir de la pandemia, una profundización de problemáticas como desnutrición infantil, 0indigencia y criminalidad; las cuales se asocian directamente con pobreza y exclusión. De ahí nuestro enunciado de que, si bien la covid-19 dejará muchos muertos lo que siempre es muy lamentable, su impacto más brutal radicará en las condiciones de debacle económica y social que instalará.

Ausencia de liderazgos adecuados en la región  

El contexto político-ideológico en que la covid-19 encontró nuestra región peor no podía ser. Cuando miramos los líderes que encabezan la mayoría de gobiernos latinoamericanos nos encontramos con personajes del nivel de Duque en Colombia, Piñera en Chile, Moreno en Ecuador, Añez en Bolivia, Lacalle Pou en Uruguay y el psicópata Bolsonaro en Brasil. Una constelación de neoliberales mediocres e ideológicamente subordinados a lo peor de la clase dirigente estadounidense que encarnan Trump y sus halcones neoconservadores. En nuestro análisis publicado en enero pasado (aquí el enlace:https://www.alainet.org/es/articulo/204280) reflexionábamos sobre las bases ideológicas de estas derechas que actualmente gobiernan la amplia mayoría de países regionales. Son unas derechas que, a diferencia de los conservadores anteriores al periodo progresista de 1998-2003, decidieron abandonar el juego democrático formal para optar por la persecución y anulación judicial de líderes de izquierda. El lawfare regional, que implica una articulación manejada desde intereses instalados en Washington, mediante el cual muchos de estos personajes llegaron al poder, así como esos discursos beligerantes en claves de guerra fría donde todo lo de izquierda es “malo” porque sí, constituyen los cimientos sobre los que se sostiene esta mayoría conservadora.

A su vez, detrás están los intereses de las élites financieras y vejas oligarquías latinoamericanas que, ante todo, apuestan por evitar a cualquier costo el regreso de opciones políticas de corte izquierdista que no se les subordinen. Esa plebe no blanca y de abajo que irrumpió en lo simbólico durante el periodo progresista de 1998 a 2013, que en Ecuador llaman “borregos”, en México “chairos” y en la Argentina de Macri “vagos”, asumen nuestras élites no puede regresar a enunciar y pararse de frente a los dueños de todo. Quienes por “designios divinos” y a raíz de su sacrosanta blancura deben mandar siempre. La estructuración narrativa anti progresista, que vincula izquierda con “corrupción”, “autoritarismo” y “despilfarro”, y que repiten día y noche los medios hegemónicos de Quito a Buenos Aires, consiste en formatear mentalidades para instalar un sentido común desfavorable a los discursos y modos simbólicos de los progresismos.

En la mayoría de nuestros países esto último se logró; y de ahí la llegada a las presidencias de personajes totalmente descalificados como Bolsonaro y la permanencia de inoperantes como Lenin Moreno.  Todo esto, en el contexto de la covid-19 y lo que se viene después, dejará a nuestras mayorías humildes completamente desamparadas. Y cabe recordar que justamente, para crisis como esta emergencia sanitaria, fue que fundamentalmente se creó la UNASUR por ejemplo. Con la finalidad de que los latinoamericanos tuviéramos un organismo oficial donde afrontar desafíos de envergadura regional y mundial. Y que, asimismo, nos permitiese articular respuestas y proyectos regionales en claves soberanas y de emancipación frente a los intereses geopolíticos del norte que históricamente nos han dominado. Los cuales precisamente requieren una América Latina divida y débil para avanzar sus agendas de dominación.

En ese contexto, no fue casualidad que una de las primeras cosas que hicieron los Duque, Moreno y Piñera fuese golpear la UNASUR hasta dejarla inoperante. Proceso que justificaron con la narrativa anti izquierdista consabida de que era una estructura “chavista” al servicio de “dictadores”. Washington les dio la orden y el discurso y, como buenos subordinados, ejecutaron a cabalidad. Mentiras que se repitieron en medios muchas veces hasta convertir “en verdades”. Pero lo cierto es que dejaron a la región sin ningún instrumento para enfrentar una crisis tan compleja como la covid-19. Que, fundamentalmente, exige respuestas regionalmente articuladas tanto en lo técnico (para por ejemplo evitar que un país supere el virus, pero luego recaiga porque le llega gente infectada desde sus vecinos) como en lo político.

Tras esta pandemia el mundo no será igual. Sobre todo, cambiará el pilar de la globalización de los últimos 30 años que radicaba en las cadenas de producción y generación de valor mundiales. Ese eslabonamiento global, que tenía en China su centro de producción, se modificará en vista de que, ante una crisis como esta que paralizó el mundo (y que no será la última), el que un país dependa para su producción y estabilidad macroeconómica de dichas cadenas representa un riesgo importante. Los propios actores económicos, muy seguramente, optarán por otros mecanismos enfocados en factores internos o cercanos geográficamente que puedan controlar mejor. En ese contexto, surgirá una discusión sobre la pertinencia de la integración económica regional. De cara a articular encadenamientos de producción que propendan a la autosostenibilidad económica regional. Ese debate se dará de región en región en el mundo, y probablemente, también tendrá una traducción hacia la búsqueda de economías sustentadas en el cuidado de la gente y no tanto en el objetivo del crecimiento. Empero, dicho escenario de reordenamientos mundiales encontrará una América Latina con mayoría de gobiernos de derecha empantanados en sus mediocridades y en los proyectitos de acumulación de sus decadentes élites locales. Estarán, así las cosas, ausentes la visión estratégica y claridad geopolítica necesarias para impulsar las transformaciones que el nuevo contexto mundial post coronavirus exigirá.

Por ello decimos que la pandemia, así como los efectos que dejará, nos encuentran en el peor momento. Donde nos gobierna lo peor de lo peor posible. Para muestra un botón: miremos el caso de un país de la envergadura de Brasil donde Bolsonaro, un personaje descalificado intelectual y emocionalmente para semejante posición, se dedica a destituir ministros y jugar a la politiquería mientras mueren más de 300 brasileños al día por el virus. No tenemos conducción regional. Lo que nos deja a expensas de la suerte o de que otras opciones políticas comiencen a surgir en el futuro inmediato. Así las cosas, se va a requerir organización y concientización de la gente porque, tras la pandemia, se viene una disputa histórica en nuestros países periféricos. Que si dejamos pasar quedaremos atrapados en estructuras y esquemas de relaciones de poder internas y mundiales que condicionarán las vidas de nuestras mayorías durante décadas.

La disputa post coronavirus en América Latina

Lo que generó la mayoría de muertes y calamidades en el marco de la covid-19 en nuestros países, al igual que en el norte global, no es tanto el virus en sí sino el neoliberalismo. El neoliberalismo hegemónico desde los años 80 que, en tanto lógica y sentido común, convenció a millones de latinoamericanos de que mediante la reducción de lo público y la primacía del modelo empresarial nos acercábamos al “desarrollo”. Y que, de la mano de millonarios como Macri y Piñera, paradigmas del político-empresario del siglo XXI, podíamos superar “el populismo” que nos “atrasaba”. Todo lo cual se impulsó desde una estructuración discursiva, dirigida a la cooptación mental de las mayorías, que reproduce una visión de la realidad basada en ideales individualistas y meritocráticos. Según los cuales, el pobre lo es porque “no se esfuerza” y cada quien debe salvarse a sí mismo como pueda. Así, se anula el horizonte de la solidaridad donde el otro es importante y el mundo lo hacemos entre todos. Se instala pues el sálvese quien pueda.

Las élites avanzaron mucho hegemonizando por medio de ese sentido común. Sin eso nunca hubiesen podido colocar mayorías en contra de proyectos progresistas que sacaron millones de la pobreza, dignificaron servicios públicos y lograron que por primera vez en la historia de nuestros países negros, indígenas y pobres en general pudieran entrar en universidades en igualdad de condiciones. Así fue como, en Brasil, por ejemplo, hicieron que aquellos a quienes los gobiernos de Lula dignificaron terminaran aplaudiendo la condena judicial y encarcelamiento sin pruebas del líder petista. Y que, en Ecuador, hace que jóvenes de familias humildes que con becas públicas estudiaron en Europa y Estados Unidos durante el gobierno anterior, se pasen todo el día diciendo que Correa “es corrupto”. También, es la mentalidad que descalificaba como “vagos” a los médicos y enfermeros que salían a luchar por sueldos y condiciones de trabajo justas. Pero que ahora, cuando todos estamos amenazados por una pandemia, las clases medias meritocráticas e individualistas aplauden y llaman “héroes”.

Sobre ese sentido común individualista e insolidario instalado se tratarán de montar las élites de siempre, y sus portavoces mediáticos y políticos, para conducir la crisis post coronavirus en función de sus intereses. De tal forma que, en medio de un contexto donde casi todo hay que cambiarlo o cuando menos repensarlo, lo fundamental no cambie. Y, para estas élites, lo fundamental son sus proyectos de acumulación y privilegios materiales y simbólicos. La disputa de fondo estará ahí precisamente: en disputar ese sentido común como el causante principal de las muertes del virus y la debacle económico-social que le sobrevendrá. Los que destruyeron y debilitaron lo público, bajo la falsa promesa del “crecimiento”, son enemigos de la gente. Ellos y sus lógicas que, hablando “en nombre del pueblo”, nunca responden a los intereses de las mayorías.

Y en un escenario de caídas económicas históricas, con países endeudados sin aparente capacidad de financiar la recuperación, nos tratarán de convencer de que necesitamos endeudarnos para “salvar” las economías. La deuda, en nuestros países periféricos, es una trampa geopolítica que nos condena a la dependencia y encierra en lógicas donde siempre intereses externos nos rigen. El FMI y el Banco Mundial son instrumentos de poder geopolítico que, tras la segunda Guerra Mundial, diseñaron los dueños del mundo del norte global para proyectar y ejercer hegemonía. La narrativa liberal de nuestras élites mediocres, que enuncia desde una falsa “neutralidad técnica”, presenta estos organismos o bien como algo necesario -porque “así funciona el mundo”- o como males menores inevitables. Para que al final, nos metamos en ciclos de deuda de nunca acabar que no hacen sino intensificar nuestra condición periférica y subordinada en el tablero geopolítico mundial. Necesitamos salir de la trampa de la deuda que, como vimos, antes que económica es geopolítica.

¿Cómo hacerlo? Como casi todo lo importante en la política, tiene mucho que ver con sentidos comunes. Debemos romper esos imaginarios que siempre nos colocan en las ausencias. Repitiendo, por ejemplo, ahora con la crisis económica post coronavirus que asoma, “que no hay plata”. Pero resulta que dinero sí hay y ahí está el casi 30% del patrimonio latinoamericano que descansa en paraísos fiscales[vi]. Las grandes fortunas regionales quieren que la conversación pase por la narrativa de que “no hay” y, por consiguiente, debemos buscar recursos afuera. Que prácticamente es lo mismo que decir en el FMI (deuda) y Banco Mundial (fondos para el “desarrollo”). Y en un marco de discusión de ese tipo, no se tocan los intereses y obscenas riquezas de esas minorías superricas. Riquezas que mayormente esconden en recovecos fiscales al margen de la legalidad y fiscalidad de nuestros estados.

Esta crisis debe servir, por otro lado, para que abandonemos el bochornoso primer lugar entras las regiones más desiguales del planeta. Aquellas sociedades que disminuyen sus asimetrías sociales internas son las que verdaderamente avanzan en la solución de sus desafíos fundamentales. Lo cual pasa, en lo estructural, por alterar esquemas de relaciones de poder, y en lo económico, por construir mecanismos fiscales que hagan aportar a todos en función de lo que tienen. Esta coyuntura que nos demuestra que el mundo como estaba no puede seguir, porque si no es por una pandemia será por el cambio climático la próxima debacle (que indican científicos será mucho peor), es el momento para derrumbar esas barreras de la desigualdad latinoamericana. Desigualdad que causó la mayoría de muertes de la covid-19, y que, en lo que viene, si no disputamos, intensificará un modelo y un sentido común que mata a los humildes y condena a las mayorías a condiciones sociales adversas.

La disputa central post coronavirus en América Latina y el Caribe, será contra la desigualdad y un modelo que geopolíticamente nos subordina a intereses externos. Y que rompe lazos de solidaridad. Porque pone la ganancia por encima de la vida. Si embargo, en estas horas críticas de pandemia hemos visto que ningún empresario millonario ni la aclamada meritocracia individualista salvó vidas. Fue lo público lo que protegió a la gente. Y tenemos, pues, que salir a dar esa disputa contra la desigualdad asesina y a favor de lo más importante: la vida.  






lunes, 13 de abril de 2020

CORONAVIRUS: UNA ALTERNATIVA AL MARTILLO Y EL BAILE

Por Carlos Ganoza Durant.
La estrategia del gobierno para combatir el Covid-19 es la del martillo y el baile. Esa estrategia fue propuesta y popularizada por el ingeniero español Tomás Pueyo, que el 19 de marzo publicó en su blog un post titulado Coronavirus: the Hammer and the Dance.
Pueyo explica su estrategia con el siguiente gráfico:

La conclusión es que mitigar con medidas “blandas” que solo aplanan la curva un poco no funciona porque el crecimiento en el número de contagios es tan rápido que igual causa el colapso del sistema de salud, generando muchas muertes. Por lo tanto la única opción es la supresión, aplanar la curva con martillazos, esto es con medida drásticas de distanciamiento social y cuarentenas que reduzcan el número de contagios y eviten la saturación del sistema de salud. El número clave a monitorear es la cantidad de camas con ventilador en uso versus la cantidad de casos graves de Covid-19.
Sin embargo no hay nada que lleve a pensar que después de levantar las medidas de supresión no haya una segunda ola. Según esta encuesta a 18 expertos en modelos epidemiológicos, el 73% pronostica una segunda ola en Estados Unidos. Y Hong Kong, Taiwan y Singapur, que habían logrado controlar muy bien el crecimiento de los primeros casos, ya están experimentando una segunda ola, como señala este artículo del New York Times y de donde viene este gráfico:

Por eso Pueyo en su texto señala que el objetivo principal de la supresión, de darle un martillazo potente a la curva epidemiológica, es ganar tiempo. Pueyo lo pone de la siguiente manera: “si estuvieses a punto de enfrentar a tu peor enemigo, ¿correrías hacia él, o te escaparías para ganar tiempo y prepararte?”. Bajo su lógica la supresión sirve para ganar algunas semanas y poder testear a todo el mundo. A esa segunda etapa le llama el baile.
¿Qué pasa si el martillo no da en el clavo?
La aplicación de esta estrategia en el Perú enfrenta problemas que ponen en riesgo su efectividad y su conveniencia.
El primero es que los martillazos no son tan efectivos por causa de nuestra estructura socio-económica. Tenemos 11 millones de personas cuyo sustento depende de una actividad informal. Para la gran mayoría no salir a trabajar significa no generar ingresos, y un porcentaje importante recibe sus ingresos de manera diaria o semanal.
Sumemos a eso que solo el 49% de los hogares cuenta con refrigerador, por lo que no tienen capacidad de almacenamiento y tienen que salir a comprar víveres con más frecuencia.
Por otro lado el Perú es un país con un déficit de vivienda severo. Casi el 14% de los hogares sufre de hacinamiento en viviendas de una habitación o menos, para 3 personas o más. No son condiciones que permitan soportar una cuarentena larga. Un tuit reciente de Hugo Ñopo lo puso muy claro:
¿Por qué tanta gente saliendo? Comprendamos al país. Más de un millón de hogares viven en condiciones serias de hacinamiento. El confinamiento es más difícil ahí:

Tenemos entonces a un número muy grande de personas hacinadas, con trastornos mentales o situaciones de violencia que pueden empeorar por el confinamiento, para las que no es soportable llevar una cuarentena larga y estricta y por lo tanto es menos probable que la cumplan a cabalidad. Y tenemos también un grupo muy grande de personas que necesitan salir a ganar ingresos de alguna manera u otra, o a abastecerse diariamente.
Por eso no debe sorprender que se reporten imágenes como esta, publicada en El Comercio:

La consecuencia es que los martillazos son mucho menos efectivos para aplanar la curva epidemiológica. Es como si las características de nuestra estructura socio-económica evitasen que el martillazo de en el blanco.
Para entender la magnitud de esto comparemos la cuarentena en el Perú con las cuarentenas de España, Hubei (China), Francia e Italia. Salvo Hubei, todas han sido menos estrictas -al menos al inicio- que la peruana. Por ejemplo durante la primera fase de las cuarentenas en Italia y España se permitió que abrieran comercios aunque con restricciones.
Si es cierto que el martillazo es menos efectivo en Perú, uno esperaría que el crecimiento en el número de casos no se reduzca tan rápido como en otros países con medidas similares. Si menos personas acatan la cuarentena la cantidad de contagios no se reduce tanto, y por lo tanto el crecimiento de la epidemia no se logra frenar tanto.
Y eso es precisamente lo que se observa si se compara la tendencia en el crecimiento de casos de las cinco cuarentenas mencionadas. El Perú es el que menos frena el crecimiento de casos, a pesar de tener la cuarentena más estricta -en teoría, y a pesar de que es el país que la implementó con el menor número de infectados. Como en su primera fase el Covid-19 tiene una curva de crecimiento exponencial que se acelera conforme hay más casos, controlarla al inicio debería significar que es más fácil frenarla. El Perú comenzó la cuarentena con 86 casos documentados, España con más de 7,000 e Italia con más de 9,000.

Fuentes: La data proviene del Humanitarian Data Exchange, que recopila data de diferentes fuentes: https://data.humdata.org/event/covid-19; la información de las fechas de cuarentena de cada país viene del Covid-19 Health System Response Monitor, coordinado por la OMS:https://www.covid19healthsystem.org/mainpage.aspx. El gráfico muestra una tendencia logarítmica para que sea más fácil apreciar las diferencias.
Sin embargo el indicador de casos documentados no es enteramente fiable porque depende de la capacidad de cada país de diagnosticar a las personas infectadas, y esa capacidad no es igual entre países ni estable en el tiempo. Por lo tanto otro indicador complementario es el número de muertes por Covid-19.
Nuevamente, si es cierto que los martillazos son menos efectivos en Perú, uno esperaría ver que la tasa de crecimiento de muertes por Covid-19 se frena más lento con la cuarentena. Y eso es precisamente lo que se observa.

El Perú es el país que menos frena el crecimiento de muertes por Covid-19 desde el inicio de la cuarentena. Si bien es cierto que el Perú empieza de una base mucho más pequeña (3 casos versus 289 en España o 463 en Italia), lo que aumenta sustancialmente la tasa de mortalidad del Covid-19 es la saturación del sistema sanitario, por lo que lo esperable sería que para los países que se demoraron más en implementar la cuarentena sea más difícil frenar el crecimiento en las muertes por el virus. Por otro lado Hubei empezó también su cuarentena con un número de muertes relativamente bajo (17) y aún así logró frenar la tasa de crecimiento dramáticamente.
Mi lectura de todo esto es que la cuarentena en el Perú tiene un alto riesgo de no lograr los resultados esperados para controlar la epidemia. Esto genera un problema muy serio con la estrategia del martillo y el baile.
Recordemos a Pueyo, el autor de la estrategia: el propósito de la supresión es ganar tiempo para prepararte y enfrentar mejor a tu enemigo. La batalla clave contra el Covid-19 no es durante la cuarentena, sino después. Si nuestros martillazos no dan en el blanco, ganamos menos tiempo para prepararnos y evitar segundas o terceras olas.
Frente a eso solo veo tres respuestas: 1) extendemos la fase del martillo y seguimos golpeando la epidemia, 2) nos preparamos más rápido, 3) cambiamos a una estrategia de bisturí.
A continuación analizo las dificultades de las primeras dos.
Entre el martillo y la morfina
La primera respuesta, martillar más tiempo o más duro, me parece poco viable. A pesar de que el martillazo no está aplanando la curva con la efectividad esperada, el daño colateral a la economía de los hogares es monstruoso.
Por eso, como comenté en un artículo publicado en El Comercio, “el martillazo sanitario ha tenido que ser acompañado por el equivalente de la inyección económica de morfina más grande que ha conocido la historia peruana moderna: medidas de liquidez, garantías y subsidios por un valor total de 12% del PBI, y que según algunas proyecciones podría generar este año un déficit fiscal de 8% del PBI”.
Si seguimos martillando más tiempo, más que martillo habremos pasado a una estrategia de comba que va a pulverizar la economía. Y la dosis de morfina que tiene la política económica para anestesiar ese golpe ya se está acabando. Con una deuda pública de 27% del PBI, el Perú tiene espacio fiscal para amortiguar un primer martillazo, pero un segundo o tercero puede ser mucho más complicado.
Para empezar existe mucha incertidumbre y no queda claro qué condiciones de financiamiento encontrará el gobierno cuando le toque emitir deuda para financiar sus medidas. Podría ser necesario emitir a tasas mucho más altas.
Luego, mientras más alto sea el nivel de deuda pública sobre PBI, más difícil será regresarlo a un nivel saludable. Eventualmente el gobierno tendría que hacer un ajuste fiscal importante y acumular un superávit durante varios años seguidos. Pero la economía política de este proceso es muy compleja, los gobernantes no tienen incentivos para un ajuste fiscal. Si a eso le sumamos una deuda que paga tasas más altas (además, a mayor nivel de deuda mayor el costo de esta), esto se complica aún más. En el MEF eso se tiene muy claro y por eso es que es imprescindible pensar más allá del primer martillazo.
Quiero ser muy enfático con esto: la salud de nuestras finanzas públicas es lo que nos da hoy espacio de maniobra para enfrentar la epidemia. Si la echamos por la ventana nos quedamos sin lo único que nos puede proteger frente a cualquier otra circunstancia adversa en el futuro (desde otra catástrofe natural como el terremoto de Pisco o el Fenómeno del Niño del 2017, hasta otra crisis financiera). El bien público más importante que tiene el Perú hoy es una macroeconomía robusta.
Una opción para financiar las medidas podría ser monetizar activos en el balance del Estado peruano, que según el FMI suman 200% del PBI, como mencioné en este artículo y expliqué en más detalle en este post. Esto evitaría algunos de los problemas descritos arriba. Pero la implementación también puede ser desafiante.
Por lo tanto, no es viable seguir con más martillazos.
Esto nos lleva a la segunda opción, prepararnos más rápido. Lamentablemente acá lidiamos con la baja capacidad del Estado. Esto no tiene nada que ver con la capacidad de las personas que toman decisiones hoy en el gobierno, el Estado peruano es simplemente un leviatán muy difícil de arrear. Con la energía propia de circunstancias como estas y el liderazgo adecuado sin duda se pueden lograr avances, y hoy todo el país está dispuesto a ayudar a que eso ocurra. Hemos visto algunos avances, como el aumento en las camas de cuidados intensivos, usar el taller de la marina para reparar ventiladores, y la compra masiva de pruebas (esto a mi juicio muy tarde). Pero por otro lado también hemos visto el fracaso del Estado incluso para proteger a grupos pequeños de funcionarios clave que están expuestos durante la cuarentena, como los policías. Esta nota de El Comercio muestra cómo hemos fallado en proveer a comisarías como la de La Victoria de condiciones básicas de precaución para su personal, y en poder aplicar pruebas con frecuencia para detectar y aislar rápidamente a cualquier infectado. El resultado es 34 infectados en una sola comisaría, y al 11 de abril dos fallecidos, en una historia en la que parece haber habido bastante negligencia.
Para entender mejor el déficit de capacidades que enfrentamos vale una comparación. El país que mejor ha “bailado” con el Covid-19 (tanto que ni siquiera ha tenido que implementar una cuarentena generalizada) ha sidoCorea del Sur, que tiene la capacidad de aplicar hasta 20,000 pruebas moleculares PCR por díaSingapur, otro país que ha tenido éxito en el baile epidemiológico, puede hacer 2,200 pruebas PCR por día. Para que el Perú esté a ese nivel de pruebas relativo a su población, tendría que aplicar más de 12,000 pruebas diarias. Pero como muestra este gráfico elaborado por el politólogo José Incio con data del MINSA, no hemos logrado llegar aún ni siquiera a las 2,000 pruebas moleculares por día.

Por eso es inevitable la pregunta de si podremos estar listos para ese nivel de baile.
Frente a la presión por pasar del martillo al baile el gobierno podría perder el control de la epidemia. Si pasa muy rápido a medidas de distanciamiento social menos restrictivas sin tener la capacidad de testing masivo el número de casos podría volver a acelerarse y enfrentaríamos una segunda ola. Frente a esa situación se requerirían martillazos aún más severos.
Un estudio publicado en la revista médica The Lancet hace un ejercicio de modelar la trayectoria de la epidemia en base a la data de varias regiones en China, y concluye que levantar la cuarentena antes de tiempo (cuando la tasa de contagios -el R0- no ha bajado lo suficiente) podría haber significado que más adelante sea necesario una cuarentena de una duración hasta 7 veces mayor para que la tasa de contagio sea menor a 1.
Por lo tanto existe un riesgo muy alto de levantar la cuarentena si el Estado no está listo para el baile. Un error aquí puede tener un costo gigante.
Esto es verdaderamente una decisión trágica: si levantamos la cuarentena y el Estado no está listo para el baile, nos corremos el riesgo de una cuarentena mucho más larga después; si usamos el principio de precaución y extendemos la cuarentena ahora, enfrentamos el costo inminente de los martillazos con cada vez menos morfina, sabiendo que igual no es seguro que la cuarentena funcione por las razones explicadas al inicio.
El judo y el bisturí
Frente a este dilema creo que es necesario explorar estrategias alternativas. Por ejemplo Piero Ghezzi, Alfonso de la Torre y Alonso Segura han propuesto algunas medidas low-tech para enfrentar la epidemia.
En este artículo quiero proponer una opción diferente, que reemplaza el martillo por el bisturí y el baile por el judo. Esa estrategia parte de la premisa de que no vamos a poder preparar al Estado a tiempo para enfrentar la epidemia con éxito, es decir, no vamos a estar listos para aplicar las 12,000 pruebas por día cuando termine la cuarentena. El propósito de tener esta premisa no es fatalismo, sino forzarnos a pensar de manera creativa sobre qué opciones tenemos dadas nuestras limitaciones.
Bajo esa premisa no podemos lidiar con una epidemia a nivel nacional. El Estado simplemente no tiene las capacidades suficientes. Pero sí podemos concentrar las pocas capacidades del Estado en segmentos de la población o geografías suficientemente pequeñas como para aplicar una fuerza abrumadora en la lucha contra el Covid-19. Ahí entra el judo. En el judo un combatiente pequeño puede concentrar toda su fuerza en un solo punto de ataque y palanca para poner en aprietos a un rival mucho más grande. Y lo mismo puede hacer el Estado peruano contra el Covid-19.
Para entender mejor como el Estado puede concentrar recursos en puntos de alta palanca, hay que pensar en la curva básica de la epidemia, reflejada en este gráfico, que he adaptado del estudio de The Lancet ya mencionado:

Durante las primeras fases de la epidemia la tasa de contagio R0 es mayor a 1, por eso crece aceleradamente. Cuando se implementan medidas exitosas para frenarla (por ejemplo una cuarentena efectiva) se logra reducir la cantidad de contagios que causa un infectado, por lo que la tasa de contagio desciende a menos de 1 y el porcentaje de población infectada se empieza a reducir.
La curva total de un país no es más que el agregado de las curvas de cada región. Una estrategia de judo busca concentrar una fuerza abrumadora en un punto específico, que podría ser una unidad geográfica como un distrito. Eso implica trazar la curva epidemiológica para la unidad geográfica o poblacional mínima viable y monitorear su R0, para entender en qué zonas concentrar toda la capacidad de acción.
Una opción sería monitorear las dos variables clave -número de casos y R0- por distrito, y aplicar diferentes niveles de acción en función de ambos indicadores.
Todos aquellos distritos que tengan un número de casos pequeño y un R0 menor a 1 pueden operar con medidas limitadas de distanciamiento social (por ejemplo los comercios solo pueden atender con un aforo mucho más reducido, se prohíben reuniones de más de 5 personas, uso de mascarillas es obligatorio, todos aquellos que tengan fiebre están obligados a cuarentenarse en casa, etc.). Pero no es necesario que el Estado despliegue capacidades sanitarias más sofisticadas en estos distritos.
Si el número de casos crece más allá de un límite el distrito entra en cuarentena y se cierran las entradas y salidas. Este límite lo determina básicamente la capacidad del sistema de salud para atender los casos que pueda generar ese distrito. Para eso es necesario hacer una proyección en base a la población del distrito, al porcentaje de infectados que requieren ventiladores, y a la capacidad disponible de ventiladores versus un umbral crítico.
En el distrito cuarentenado se aplican pruebas serológicas a una muestra aleatoria de residentes para monitorear qué porcentaje de la población va desarrollando inmunidad, qué porcentaje está compuesto por asintomáticos, y tener claro el perfil epidemiológico del Covid-19 por diferentes segmentos. Por ejemplo, si los jóvenes desarrollan inmunidad en mucho mayor porcentaje, se pueden tomar medidas diferenciadas por edad, etc. Además, a las personas que tienen inmunidad, se les podría permitir retornar a sus actividades, como se está evaluando hacer en Alemania.
Una vez que la cantidad de casos descienda por debajo del umbral, las medidas de cuarentena se pueden ir levantando gradualmente.
Si el R0 es mayor a 1, se concentran los esfuerzos de diagnóstico en ese distrito. Pero se trabaja con bisturí. Se envía un equipo de personas entrenadas para hacer pruebas moleculares PCR para contar con diagnósticos precisos*, se empieza a hacer barridos en puntos de alta probabilidad de contagio (personal de supermercados, policías, médicos, transportistas, etc.), se rastrea rápidamente a los contactos de todos los contagiados. Este último punto es clave, y para eso una opción puede ser usar la data de las empresas de telecomunicaciones sobre la ubicación de cada teléfono móvil en el Perú. Tan pronto se diagnostica a alguien con Covid-19, inmediatamente se accede a la data de los servidores de los operadores móviles para identificar a todos los celulares con los que estuvo en un radio de 10 metros, y enviarles un mensaje automatizado para que se cuarentenen hasta que se les aplique la prueba. Todas esas personas entran a la lista priorizada de testing en la zona.
Básicamente se trata de contar con equipos SWAT que entran a cada distrito en riesgo con la misión de reducir el R0 a través de un trabajo quirúrgico, y tienen el apoyo de un equipo centralizado de data que puede acceder a la información de los operadores móviles.
Es evidente que no tenemos capacidades para montar equipos de esa naturaleza para atender a todo el país, pero sí suficientes para concentrarlos en algunos cuantos distritos a la vez. Al momento de publicar este post no pude encontrar data actualizada confiable, pero al 7 de abril había solo 13 distritos con más de 50 casos.
Aquí una matriz con un algoritmo de decisión para cada caso:

Desde el punto de vista económico, una ventaja importante de esta medida es que permite también enfocar nuestra capacidad de respuesta económica en aquellos distritos o zonas que tengan que ser cuarentenados y aislados por completo. Es diferente soportar económicamente a 10 distritos que a todo un país. El aparato productivo no se paraliza como en una cuarentena y por lo tanto el bienestar de los hogares sufre menos.
El bisturí requiere solo una anestesia económica local, a diferencia del martillazo, que requiere una dosis de morfina potente.
Por otro lado, esta estrategia también permitiría ganar tiempo e ir clonando a más equipos SWAT para avanzar en el camino de poder hacer 12,000 pruebas moleculares por día.
En conclusión, la estrategia del martillo y el baile está enfrentando problemas que pueden llevarnos a tener que escoger entre un dos males severos sin una salida clara. Frente a eso, vale la pena explorar estrategias alternativas para controlar la epidemia con más efectividad y sin obligarnos a escoger entre Escila y Caribdis. La opción propuesta acá es un esfuerzo por ver cómo dadas las limitaciones que tenemos como Estado, podemos reenfocar el problema para resolverlo.
Disclaimer: Esta es solo una propuesta en base al análisis de la data y de los estudios más relevantes que he encontrado. No pretendo ser un experto en control de epidemias ni en salud pública. Mi experiencia y conocimiento es en economía y políticas públicas, análisis de data y tecnología, y mi contribución se hace desde esa perspectiva. No pretendo tener la razón ni que esta propuesta sea la única que pueda servir. Seguramente hay varios desafíos y desventajas que no he analizado. Estoy listo para ser corregido por quienes saben más que yo. Mi único propósito es aportar ideas diferentes que puedan ayudar a entender el problema desde otra perspectiva, y quizá en base a eso encontrar soluciones.