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miércoles, 3 de agosto de 2022

NUEVO ORDEN: MATRIZ COMUNITARIA (1)

 LA COMUNA, PIEDRA ANGULAR DE UN NUEVO ORDEN


 

 MÉSZÁROS Y CHÁVEZ: EL FILÓSOFO Y EL LLANERO

Chris Gilbert

La relación entre Hugo Chávez e István Mészáros, factor clave para entender la decisión de apostar a la comuna para la construcción socialista en Venezuela

La historia de cómo llegó a fraguarse la larga y, a fin de cuentas, recíproca relación entre el político revolucionario venezolano Hugo Chávez y el intelectual húngaro István Mészáros es una de afinidades electivas, a la vez extraña e interesante. Por un lado, tenemos a un niño que creció en los llanos venezolanos en un hogar demasiado pobre para comprar vajilla. El pequeño Hugo, quien vivía entonces con su abuela, vendía caramelos en las calles pero soñaba con jugar al béisbol, inspirado por un lanzador del equipo Magallanes que llevaba el mismo apellido (el Látigo Chávez). Chávez ingresó en las fuerzas armadas con la esperanza de convertirse en pelotero, pero pronto descubrió que el ejército le ofrecía una escuela para estudiar política e historia, además de una perspectiva privilegiada desde la que observar las injusticias y contradicciones de la sociedad venezolana. En el otro extremo de la historia, tenemos a Mészáros, una generación mayor que el ex Presidente de Venezuela. Mészáros creció en la pobreza en Budapest, trabajó con Georg Lukács, emigró a Italia tras el levantamiento de 1956 y posteriormente se trasladó a Inglaterra, donde pasó la mayor parte del resto de su vida.

Lo que hizo que la vida de Mészáros fuera tan fascinante y adquiriera la importancia que tiene para las cuestiones de la construcción socialista fue el hecho de que, habiendo visto ambos lados de la Guerra Fría, llegó a percatarse de que tanto el «socialismo real» como el capitalismo del siglo XX eran dos variantes del mismo sistema, al que dio el nombre de sistema del capital. En ese siglo, el rasgo común básico entre la mayoría de los países tanto del Este como de Occidente consistía en la extracción de trabajo excedente de una masa de trabajadores que no controlaban sus propios procesos de trabajo. Ya en Inglaterra, a finales de los 60 y principios de los 70, Mészáros fue testigo de cómo el sistema del capital común a esos países había entrado en una profunda crisis1.

Por un lado, los países de Occidente aplicaban reformas neoliberales inspiradas en las teorías de Frances Hayek y Milton Friedman. Esas políticas neoliberales, entonces de reciente cuño, permitieron a Occidente comprar tiempo y sortear una crisis que no podía resolver de manera definitiva. Por el otro, en los países del Bloque del Este, la misma crisis estructural sería el preámbulo de la implosión de sistemas posrevolucionarios que, por su naturaleza híbrida (seguían extrayendo de los trabajadores su trabajo excedente, pero no podían aplicar las mismas presiones económicas que el sistema capitalista propiamente dicho), fueron incapaces de sortear la crisis ni siquiera con el limitado éxito con que llegaron a hacerlo los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.

Aquella era todavía la época de los «tres mundos» y, desde la posición privilegiada que le confería el hecho de haber vivido y trabajado en dos de ellos, Mészáros elaboró sus ideas claves. Según la más importante de ellas, el capital era esencialmente un sistema metabólico, dependiente de una división vertical del trabajo que estaba bajo su control. El sistema metabólico del capital podía manifestarse como capitalismo propiamente dicho, tal como ocurría en los países de Occidente, pero también podía adoptar formas derivadas en las sociedades posrevolucionarias. Para referirse a estas últimas, Mészáros utilizaba términos como sistema del capital soviético, sistema del capital posrevolucionario y, en ocasiones, sistema del capital poscapitalista. Mészáros sostenía que el metabolismo jerárquico y antidemocrático del sistema del capital y su extracción de trabajo excedente —todo ello en un contexto social en que las cosas dominan a las personas— seguía existiendo en lo que erróneamente se conocía como socialismo «real» o «realmente existente».

Como corolario de esa tesis, la única manera de superar todo el sistema del capital, no sólo la forma capitalista pura y dura del sistema del capital, era a través de una radical reorganización de la sociedad en la que los propios trabajadores controlaran conscientemente la producción de una manera profundamente democrática. Ante la crisis del sistema, lo que se necesitaba no era menos socialismo sino más. La producción autogestionada y la existencia de una democracia sustantiva en todos los niveles de esa sociedad alternativa eran las características claves de lo que Mészáros denominaba sistema comunal y que para él era la única alternativa viable y sostenible al sistema del capital.

Esta breve introducción bastaría para que queden suficientemente claras las afinidades entre las ideas de Mészáros y las ideas y políticas de Chávez. Como es bien sabido, Chávez creía firmemente en la democracia sustantiva como eje y motor del socialismo; apostó por los consejos comunales y otras formas de autoorganización para emancipar al pueblo venezolano («Sólo el pueblo liberará al pueblo»—dijo Chávez en numerosas ocasiones); y al final optó por un sistema comunal para construir el socialismo (haciéndose eco de la afirmación de Mészáros de que en el siglo XXI no era necesario un socialismo «menos socialista» sino «más socialista»). Todas esas características hacen que exista un sorprendente isomorfismo entre las dos figuras, a pesar de las amplias diferencias que se pueden observar en sus orígenes y su formación. Como a fin de cuentas sucedió, Chávez movilizaría a sus seguidores y considerables recursos partiendo de una hipótesis que se basaba en gran medida en el enfoque del filósofo húngaro sobre la transición socialista.

Cómo llegó Chávez a la Comuna

Para comprender cómo Chávez pudo abrirse tanto a la influencia de Mészáros, al punto de haber recurrido a la comuna como principal elemento estratégico en la construcción socialista, es útil observar la anterior trayectoria de la experimentación durante el Proceso Bolivariano en la esfera de la producción (sin obviar las vicisitudes de esos experimentos como consecuencia de sus desiguales resultados). Uno de los primeros intentos de transformar la naturaleza general de la economía venezolana después de la revolución fue el impulso que a nivel nacional se imprimió a la creación de cooperativas. Esa iniciativa, que comenzó alrededor de 2003, supuso un marco jurídico especial y una enorme movilización de recursos, en su mayoría extraídos de las ganancias obtenidas del petróleo durante esa década de bonanza. Con una entusiasta participación de masas, típica del proceso bolivariano en su momento de mayor apogeo, comenzaron a surgir cooperativas por toda Venezuela, que mostraban con orgullo un logotipo consistente en dos pinos colocados uno al lado del otro dentro de un círculo amarillo. Hubo una serie de proyectos de cooperativas de servicios, entre ellas cooperativas de taxis, de perros calientes y de barbería y peluquería, así como cooperativas productivas, como las dedicadas a la agricultura y a diferentes formas de producción manufacturera y ramas de la industria ligera.

La gama de cooperativas que llegaron a existir en Venezuela en esos años exhibió variados niveles de concreción. Los seres humanos se deben a sus contextos y, habida cuenta de la desesperada situación de exclusión en que la mayoría de los venezolanos había vivido durante tanto tiempo, no es de extrañar que muchos formaran cooperativas que existían sólo sobre el papel, ya que mediante la inscripción de una cooperativa se podía acceder a contratos y subvenciones del Estado. Pero también había cooperativas inscritas que tenían una existencia real, operadas por trabajadores de carne y hueso con medios de producción tangibles, que aun así no llegaban a ser verdaderas cooperativas. A todos los efectos, muchas de las cooperativas no eran más que empresas capitalistas ordinarias, con toda una estructura de jefes y jerarquías que se ocultaba detrás del marco jurídico correspondiente. Muy pronto —seguramente apoyándose en asesores y en sus lecturas— Chávez llegó a comprender que las cooperativas podían ser problemáticas; que, a pesar de la propiedad colectiva, seguían siendo propiedad privada. Las cooperativas son esencialmente una especie de propiedad privada colectiva, con sus propias relaciones de confrontación con otras empresas, incluidas otras cooperativas, con las cuales compiten, y con la sociedad en general.

Alrededor de 2006, en los mismos años en que proponía que el país se planteara como meta el socialismo, Chávez comenzó a experimentar con diversas formas de propiedad estatal, generalmente en formato mixto. Era la época en que la cogestión y las llamadas empresas de producción social se habían convertido en consignas de la hora. Quienes se han formado en el marxismo observarán que el concepto de empresa de producción social es un concepto inadecuado, por cuanto todas las empresas capitalistas se basan en la producción social. En el capitalismo existe una contradicción fundamental en virtud de la cual la producción capitalista es altamente social —lo que significa que una empresa capitalista emplea a múltiples personas y puede tener una red de proveedores que se extienda por todo el mundo— y, no obstante, la propiedad capitalista es privada y «antisocial» (tiende a concentrarse cada vez más en menos manos). Tras darse cuenta de lo problemático de esa nomenclatura, Chávez modificó su discurso y comenzó a referirse a las empresas de propiedad social (EPS).

Aquel período tuvo sus momentos fascinantes, pero también resultó bastante accidentado. En él se obtuvieron notables éxitos. Durante unos años, la empresa de aceite de cocina Industrias Diana fue una empresa insignia de propiedad estatal que funcionaba según la modalidad de «cogestión». Alcanzó su momento de gloria cuando los propios trabajadores llegaron a dirigir la empresa, pero más tarde se trajo a algunos oficiales del ejército para que dirigieran la producción y las cosas empeoraron. La fábrica de aluminio de la región venezolana de Guyana, Alcasa, dirigida por el desaparecido Carlos Lanz, fue otro experimento fascinante. La película 5 Factories, realizada por Oliver Ressler y Dario Azzellini en 2006, nos permite asomarnos a algunos de esos experimentos, centrándose exclusivamente en las experiencias exitosas2. No obstante, si se arroja una mirada de conjunto a ese período, también son evidentes los fracasos y las deficiencias de las empresas estatales venezolanas (a menudo por causa de impedimentos burocráticos, como en el caso de la fábrica de petróleo Diana).

Tras esa trayectoria de experimentos económicos —que en cierto modo representa una repetición acelerada de la experimentación socialista en microeconomía durante el siglo XX—, Chávez se interesó por un modelo alternativo de producción socialista. En sólo cinco años, el proceso bolivariano había ensayado, primero, con las cooperativas y más tarde con la propiedad estatal, percatándose así de las limitaciones de ambos formatos. Ahora el proceso intentaba avanzar con un nuevo modelo, algo que trascendiera esas limitaciones: la comuna. Cuando, finalmente, entre 2009 y 2010 Chávez se decidió por la comuna, se inspiraba en parte en las comunas chinas —y así lo dijo, mientras blandía un pequeño libro sobre la comuna de Chiliying. Sin embargo, Chávez había tomado la idea del filósofo Mészáros. De hecho, Chávez se inspiró tanto en Mészáros que convirtió su sistema comunal en el centro de los esfuerzos de Venezuela en la construcción socialista y movilizó enormes recursos para un proyecto profundamente influido por las ideas del pensador húngaro.

El eslabón perdido

Hemos mencionado ya las principales afinidades entre el pensamiento de Chávez y el de Mészáros y hemos señalado algunas de las razones de su sincronía intelectual. Pero ¿cómo se produjo la conexión real y concreta entre dos personas de formaciones tan dispares? Ese eslabón tenía un nombre: Jorge Giordani, profesor universitario venezolano y amigo tanto de Chávez como de Mészáros. Como suele ocurrir con las amistades históricamente importantes, Giordani llegó a conocer primero a Mészáros y después a Chávez por una serie de accidentes fortuitos. Giordani, hombre de izquierda de larga data, comenzó su carrera universitaria estudiando ingeniería y planificación en Caracas, para después continuar su formación en Italia e Inglaterra, donde conoció a Mészáros y a su familia cuando estos vivían en un apartamento que daba a las pistas de tenis de Wimbledon3 .

A su regreso a Venezuela, Giordani prosiguió su labor académica en el Centro de Estudios del Desarrollo, donde formó un equipo informal que se dio a sí mismo el nombre de Sociedad de los Planificadores Muertos, inspirado en la película de Robin Williams. Ese grupo de izquierda se ocupaba de temas relacionados con la planificación y el desarrollo. Giordani había vuelto a un país en efervescencia. La masacre del Caracazo en 1989 y los ajustes neoliberales que la habían provocado dieron lugar a una crisis cuyas ondas llegaron hasta las torres de marfil, despertando las simpatías de los académicos progresistas del país. El 26 de marzo de 1993, los profesores Francisco Mieres y Adina Bastidas, que formaban parte del grupo de los Planificadores Muertos, decidieron visitar a Chávez en Yare, donde había sido encarcelado tras la fallida insurrección de 1992. No había espacio sino para unos pocos visitantes y la primera oportunidad de acompañar a la pareja se la ofrecieron a Héctor Navarro, quien puso reparos, mientras decía en broma que no le gustaba ir a la cárcel «ni de visita». Con lo cual se le presentó a Giordani la oportunidad de hacerlo, aunque en un primer momento los guardias le denegaron la entrada. Finalmente, las autoridades penitenciarias lo dejaron pasar, sólo para verse de pronto en medio de una reunión tan concurrida y ruidosa que parecía más una fiesta caótica que una celda.

Cuando llegó la hora de marcharse, a eso de las 5 de la tarde, unos minutos antes del cierre, Giordani se levantó para irse. Fue en ese momento que escuchó a Chávez gritar «¡Profesor!». Pensó que Chávez estaba llamando a Mieres, pero el soldado preso fue claro: «No, es con usted». Entonces Chávez le dijo a Giordani que quería que fuera su director de tesis para una licenciatura en ciencias políticas que estaba cursando en prisión. Cuando Chávez le contó que antes del levantamiento militar de 1992 había intentado ponerse en contacto con el especialista en planificación económica, la primera reacción de Giordani fue de alivio: «Gracias a Dios que no te pusiste en contacto conmigo antes o estaría yo aquí en la cárcel junto contigo». Sin embargo, aceptó ser el tutor de la tesis de Chávez. Fue ese el comienzo de esa importante amistad, en la que Giordani visitaba una vez por semana a Chávez en la cárcel (hasta que las autoridades se lo impidieron), donde hablaban de Antonio Gramsci, Karl Marx y, por supuesto, Mészáros.

Giordani se había interesado por las ideas de Mészáros desde que lo conoció en Inglaterra. Ahora, de vuelta en Venezuela, se había convertido, según sus propias palabras, en una especie de «cinta transportadora», transmitiendo al filósofo húngaro información sobre lo que ocurría en Venezuela y, en general, sirviendo de enlace entre Mészáros y Chávez durante la década de 1990. Una tarea importante de la que se encargó Giordani fue la de conseguir que se tradujera al español la enorme obra de Mészáros Beyond Capital (1995). Al principio, la Sociedad de los Planificadores Muertos intentó hacer una traducción colectiva, en la que cada miembro se encargara de una sección específica del volumen de mil páginas. No les fue bien. Sin embargo, tras un encuentro fortuito de Giordani con Eduardo Gasca, amigo de la secundaria, este aceptó traducir todo el texto. Fue así como Venezuela llegó a disponer de la primera traducción al español de esa gran obra, publicada por la Editorial Vadell. (Como se vio después, Mészáros había quedado muy satisfecho con la traducción, pues consideraba que la versión de Gasca de los poemas de Attila József era mejor que las traducciones existentes que se habían hecho unos años antes, ¡directamente del húngaro!)

Mészáros y el sistema comunal

Amenudo, en reuniones oficiales y comparecencias televisivas, mientras blandía el voluminoso tomo de Más allá del capital, Chávez les decía a sus ministros que lo leyeran y estudiaran. A veces, también regalaba ejemplares a dignatarios extranjeros (entre otros, a Mahmud Ahmadineyad, quien se mostró claramente desconcertado al recibir un ejemplar traducido por comunistas iraníes). En la página web Todo Chávez, que recoge todos sus discursos, es posible rastrear que en 2003 comienzan a aparecer en las reflexiones de Chávez referencias a Mészáros, que a partir de entonces se hacen más y más frecuentes, hasta la prematura muerte del Presidente diez años después4.

Chávez solía mencionar títulos de obras y expresiones acuñadas, como metabolismo social, los retos de nuestro tiempo, irreversibilidad, transición humanamente gratificante, y alentaba constantemente a estudiar la obra de Mészáros. Aun así, las referencias Mészáros son, en realidad, escasas. Dicho esto, ¿cuáles eran exactamente las ideas claves de Mészáros y qué influencia ejercieron en Chávez?

El principal descubrimiento de Mészáros había consistido en que «sistema del capital» y capitalismo no eran términos equivalentes. El filósofo podía justificar su énfasis en el capital como la más determinante de las categorías marxistas, en lugar del capitalismo, apuntando al propio título de la más importante de las obras de Marx (la cual, después de todo, se titula El capital, no El capitalismo) y al subtítulo del primer volumen, a menudo mal traducido (El proceso de producción del capital, y no, como Friedrich Engels lo tradujo, Un análisis crítico de la producción capitalista). Lo que sostenía Mészáros era que el principal objeto de estudio de Marx, el capital, encarnaba un metabolismo difuso y omnipresente. Éste no puede reducirse a un escenario en que capitalistas avariciosos explotan a los trabajadores mediante la extracción de plusvalía, sino que consiste en toda una serie de mediaciones más fundamentales («de segundo orden») que la lógica del capital impone a las relaciones que mantienen los seres humanos («de primer orden») con la naturaleza y con otros seres humanos.

A través de esas mediaciones, el capital genera y reproduce constantemente un sistema integral que supone, por un lado, medios de producción alienados, productores divorciados del control sobre el proceso de producción y una estructura de mando del trabajo que funciona a través de objetivos de producción impuestos desde el exterior; por otro lado, el sistema del capital también da forma a las relaciones familiares, impone el dinero y sus formas mistificadoras en una gama cada vez mayor de interacciones sociales y genera formas estatales alienadas de administración y control5.

El descubrimiento de Mészáros sobre el sistema orgánico y omnipresente del capital no era puramente teórico. De hecho, su tesis tuvo consecuencias prácticas que son observables en la historia, a saber, que se puede superar el sistema capitalista y seguir reproduciendo lo que llamó la «lógica» o el «metabolismo» del capital. Mészáros lo dejó claro cuando escribió que «sin el capital, el capitalista no es nada, [pero esa misma] relación, obviamente, no se da a la inversa»6.

Exactamente como ocurrió en la Unión Soviética y en otros países del Bloque del Este. Eran, en efecto, sociedades poscapitalistas —no «sociedades capitalistas de Estado», como han sostenido algunos críticos—, pero seguían reproduciendo los elementos claves del sistema del capital, incluidos unos trabajadores que no ejercían control alguno sobre el proceso de producción (una estructura jerárquica de mando sobre el trabajo), unos objetivos de producción antidemocráticamente impuestos desde arriba, unos medios de producción alienados, una extracción de trabajo excedente y unas formas de Estado que correspondían a la objetivación alienada del trabajo7.

El sistema soviético era un sistema del capital, aunque no fuera capitalista, por cuanto reunía esas características esenciales. Los rasgos capitalistas en sentido estrecho de los que carecía, especialmente la presión económica que el capitalismo ejerce sobre los trabajadores (que deben trabajar o morir de hambre), terminarían por erigirse en un obstáculo que menoscabaría su capacidad para competir con la productividad de Occidente. Así, luego de haber mantenido un control vertical sobre las empresas, los dirigentes soviéticos pronto quisieron tener «hermanos gemelos» en forma de mercados libres y de una restauración capitalista plena.

Sin embargo, Mészáros no aprovechó su descubrimiento sólo para hacer la crítica del socialismo realmente existente del Bloque del Este, en el que había vivido. También lo empleó como base de una propuesta estratégica alternativa. Frente a los intentos fallidos de superar el capital que habían representado, por un lado, el socialismo real y, por el otro, la socialdemocracia evolucionista —que, según creía Mészáros, tenían mucho en común—, el filósofo húngaro se dio a la tarea de escribir sobre la transición a lo que podría representar una alternativa verdadera y socialista a todo el sistema del capital. Construir esa alternativa viable constituiría un colosal desafío y Mészáros nunca encubrió sus dificultades. (Era más difícil que ir a Marte —dijo Chávez—, resumiendo la tesis de Mészáros8.)

Semejante tarea requeriría generar un sistema integral y orgánico que, al igual que el sistema del capital, fuera capaz de reproducirse y cuyos diferentes elementos se apoyaran unos a otros. No tenía sentido superar sólo una parte del sistema del capital —por ejemplo, los medios de producción alienados— sin apuntar al conjunto, pues los diversos componentes del sistema del capital se permeaban unos a otros y podían resistir con éxito cualquier intento parcial de superarlos. Lo que se necesitaba era una estrategia holística y global, dirigida a implantar un nuevo sistema orgánico, cuyos componentes se reforzaran mutuamente.

¡Comuna o nada!

Mészáros consideraba que ese sistema alternativo —el auténtico sistema socialista— era esencialmente comunal. Lo llamó sistema comunal que se autoconstituye. El filósofo húngaro rastreó los archivos tanto de la obra publicada de Marx como de sus manuscritos para mostrar que la producción comunal había sido lo que Marx concibiera, de manera más o menos sistemática, como la alternativa al sistema del capital y a su producción social post-festum (hecho que fue ocultado por la habitual lectura estatista de Marx, pero que resulta obvio para cualquier lector atento)9.

Ello equivalía a una reivindicación interpretativa, textual. Más allá de ese registro hermenéutico, Mészáros se esforzó por hacer ver que la única forma de devolver el control de la producción a los productores directos, de superar el mercado, de dejar de lado las formas fetichistas de las mercancías y el dinero y de propiciar un crecimiento sostenible con objetivos racionalmente establecidos, de una manera que fuera orgánica en el sentido de que cada parte reforzara al resto, era a través de un sistema comunal. La conclusión obvia era que la comuna constituía la única alternativa histórica viable al sistema orgánico cada vez más destructivo del capital. Sólo el sistema comunal ofrece «un marco de intercambio metabólico social… utilizable por los individuos para asegurarse de sus propios fines»10.

Mészáros reiteró esa afirmación en varias ocasiones. Por ejemplo, en un ensayo publicado en 2008 en Monthly Review, en el que profundizaba en algunos temas claves de Más allá del capital, lo vemos afirmar que la alternativa necesaria al «sistema ubicuamente destructivo» del capital era el modo comunal de reproducción de la sociedad, ya que «sólo el sistema organizado en comunas es capaz de proporcionar el marco general para el desarrollo continuo de las partes constitutivas multifacéticas y sustantivamente equitativas del modo socialista de integración de todas las fuerzas creativas individuales y colectivas en un todo coherente como sistema orgánico históricamente viable de reproducción metabólica»11.

Ese pasaje es ciertamente laberíntico, lo que, desafortunadamente, es típico de la exposición teórica de Mészáros. Sin embargo, su idea básica es que, si el objetivo es desarrollar «individuos socialmente ricos», ese tipo de autorrealización podría obtenerse sólo a través de los productores «libremente asociados» de que hablara Marx en El capital, los cuales determinarían conscientemente la naturaleza, los objetivos y los métodos de su propio trabajo.

Las comunas ofrecen una alternativa sostenible precisamente porque se basan en la cooperación. A fin de explicar el papel de la cooperación en el fomento de la sostenibilidad podemos examinar el escenario opuesto. El sistema del capital lleva incorporado el conflicto, no sólo el antagonismo entre los diferentes capitales que compiten entre sí, sino también el conflicto estructural entre el capital y el trabajo. En el sistema socialista alternativo, los productores directos se encargarían, ellos mismos, de adoptar las decisiones, asumiendo la responsabilidad de sus objetivos libremente determinados. Pero no pueden hacerlo si en todo momento se encuentran con otros actores sociales que constantemente tiran en dirección contraria, con objetivos opuestos. Por tanto, la alternativa socialista requiere una conciencia social cabalmente cohesiva que se preste a la participación personal de los trabajadores en el proceso de control y en la adopción de decisiones sobre los objetivos12.

De lo contrario, las relaciones contenciosas y el conflicto entre los individuos y el colectivo generarán fuerzas centrífugas incontrolables que causarán estragos en la cohesión social. Es sobre esa base que Mészáros afirma que las relaciones contenciosas— que la lógica del sistema del capital (antagonismo tanto entre los capitales como entre el capital y el trabajo) lleva incorporadas—pueden superarse sólo mediante un sistema comunal, basado en la cooperación.

La esencia de ese nuevo tipo de sociedad, en palabras de Ricardo Antunes, estriba en que «sus funciones vitales —las que controlan su sistema de metabolismo social— son efectivamente ejercidas de forma autónoma por los productores libremente asociados y no por un organismo externo y ajeno al control de esas funciones»13.

¿Qué otra cosa sino una comuna, órgano a la vez de producción y de democracia interna, puede ejercer ese control autónomo de la producción? De hecho, las ideas de Mészáros, cuyo punto de partida es un profundo dominio tanto del marxismo como de la filosofía y cuya presentación es a menudo bastante compleja, por no decir que enrevesada, podrían resumirse en el lema de Chávez: ¡Comuna o nada! La principal afirmación del enorme códice de mil páginas de Mészáros es que sólo un sistema comunal puede sustituir al destructivo, alienante y peligroso sistema del capital. En Más allá del capital, esa afirmación impregna toda la obra, pero se expone de manera particularmente explícita en el capítulo 19, «El sistema comunal y la ley del valor».

También tendrá que irse el Estado

En la reciente película de Marvel Comics Viuda negra (2021), aparece la curiosa figura del Guardián Rojo, «supersoldado» soviético convertido en paria y que lleva por nombre Alexey Shostakov. Curiosamente, representa a una especie de disidente soviético que a su vez no es ni un desertor anticomunista ni un disidente de derechas. El pecado del Guardián Rojo, según su propia admisión, es que todavía cree en la «extinción del Estado». Dejando a un lado la extraña política de pos-Guerra Fría que nos presenta Marvel (al parecer tan incapaz de dejar atrás la Guerra Fría como de revivirla), no deja de resultar curiosa la presencia de un disidente soviético de izquierda en una película comercial. ¿Cómo debemos interpretarla? Según una de las posibles lecturas, hoy en día el comunismo es tan débil que cualquier referencia a él se nos antoja como simplemente pintoresca o nostálgica, ¡puro entretenimiento! Sin embargo, desde un punto de vista más optimista, el espacio concedido en la gran pantalla al «ultraizquierdismo» de los Guardianes Rojos podría interpretarse como síntoma de la conciencia cada vez mayor entre los guionistas y el público de que se necesita alguna alternativa tanto al sistema capitalista como al fracasado sistema soviético.

En un mundo en que tanto los socialdemócratas como los viejos estalinistas se aferran a la forma Estado, Mészáros podría considerarse el alma gemela de los Guardianes Rojos, alguien muy interesado en el problema del Estado y que postula su superación como núcleo innegociable de la teoría política marxista. Aunque se oponía al Estado y estaba comprometido con su abolición definitiva, Mészáros siempre tuvo cuidado de evitar a ese respecto cualquier voluntarismo. El Estado no podía abolirse por decreto, sino que podía trascenderse sólo mediante la actividad a largo plazo del proletariado en una revolución social «permanente». Para ello —escribió—, era necesaria la «participación activa del proletariado en el propio proceso revolucionario en una escala temporal dolorosamente larga»14. Sólo la actividad del proletariado en la generación de un nuevo metabolismo y la normalización de «la acción espontánea de las leyes de la economía social (Socialista)» podría conducir a la definitiva extinción del Estado.

Si bien la toma del poder del Estado es un paso importante en cualquier revolución, especialmente en sus comienzos, queda la tarea de reestructurar el metabolismo social: la totalidad de la práctica social. En el esfuerzo por generar ese nuevo metabolismo social, podría existir alguna ayuda en forma de garantías por parte de una nueva forma política (un Estado obrero o un gobierno popular) que proporcione un marco que promueva nuevos modos de control que no sean contenciosos. No obstante, las prioridades reales del trabajo transformador deben orientarse hacia el nivel de base y llevarse a vías de hecho mediante el propio trabajo, en un terreno material que es harto diferente de la política habitual, todo ello con el objetivo de convertir el nuevo modo de actividad del trabajo en una especie de espontánea «segunda naturaleza». Es ahí que hace acto de aparición la comuna. Como el dominio del capital es esencialmente «de carácter económico y no político», «no se puede romper en el plano político»15.

Tras el primer paso que consiste en intervenir o derrocar la formación estatal real e inmediata, se encuentra el proyecto estratégico de suprimir el dominio del propio capital y, finalmente, todas las formas estatales posibles16. Sólo la aplicación de esa nueva lógica a nivel de base —en las comunas y otros espacios autónomos— de una manera que se extienda a toda la sociedad podría, a su vez, hacer innecesarias todas las formas de Estado.

Todo el proceso es extremadamente complejo. De ahí que Mészáros compare la transición al socialismo con un complicado proyecto de remodelación de una casa. Mészáros nos cuenta la historia de cómo el padre de Johann Wolfgang von Goethe reconstruyó la casa familiar desde su interior, ya que las normas de construcción del Frankfurt del siglo XVIII impedían que las nuevas casas sobresalieran por encima de la calle. A fin de preservar la amplitud de los espacios en que había residido su familia, el padre de Goethe llevó a cabo las obras piso por piso, «reconstruyendo en su totalidad el edificio heredado»17.

Para Mészáros, ese complicado proceso sirve, de algún modo, de modelo para la transición socialista. Muchos marxistas han caído en la trampa de presentar la transición como un proceso breve y relativamente sencillo, consistente en echar a los capitalistas y destruir «su» Estado. Habiendo sido testigo de los dilemas y los desafíos de varios proyectos posrevolucionarios, Mészáros consideraba que hasta el propio Marx, atrapado en la polémica con sus contemporáneos y centrado en las líneas generales del proyecto socialista, no había podido abordar la complejidad de la transición18.

En realidad, el capital, el trabajo y el Estado eran partes integrales del complejo sistema del capital, que tendría que ser desmantelado desde dentro, sin que ningún elemento pudiera desaparecer por completo mediante decisiones adoptadas por decreto, por muy bien intencionadas que fueran.

V. I. Lenin, conocido por haber afirmado que en cualquier revolución la cuestión clave era la del poder del Estado, de hecho estaba en lo cierto cuando señaló la centralidad del Estado en el mantenimiento del sistema orgánico del capital en el que trabajo y capital eran los otros pilares principales19. Mészáros dio expresión a esa idea cuando dijo que el Estado era la «mediación por excelencia [del sistema]… al combinar alrededor de un centro político la totalidad de las relaciones internas»20.

Sin embargo, dado que los tres componentes (Estado, trabajo asalariado y capital) están profundamente entrelazados, no se puede simplemente «demoler el Estado burgués» si en lo esencial se deja intacta la dependencia del trabajo respecto del capital. La dependencia del trabajo respecto del capital es la base material del Estado y es, en su sentido más profundo, lo que le da vida. Esa dependencia puede modificarse sólo mediante una «radical reestructuración de la totalidad de los procesos de reproducción social», como la reconstrucción progresiva desde su interior de una casa heredada21.

Habida cuenta de esa interdependencia, la extinción del Estado tras la toma del poder depende del arduo y prolongado proceso mediante el cual hacer que se extingan tanto el capital como el trabajo dependiente: «El círculo vicioso del trabajo encerrado dentro de su dependencia estructural [del] capital, por una parte, y, por la otra, dentro de una posición subordinada a nivel de adopción de decisiones políticas por un poder estatal ajeno, puede romperse sólo si los productores dejan progresivamente de reproducir la supremacía material del capital. Ello podrá lograrse sólo desafiando radicalmente la división estructural jerárquica del trabajo»22

En ese proyecto de reestructuración, Mészáros imaginó un proceso social a largo plazo en que le correspondería al trabajo desempeñar el papel protagónico. La división impuesta del trabajo se sustituiría por una organización del trabajo consciente y libremente determinada por los propios trabajadores23.
El proceso requerido era «posible sólo si los productores asociados se apropian gradualmente de todas las funciones de control del metabolismo socia y pasan a ejercerlas de manera efectiva»24.

Consideremos ahora esas características: la apropiación de la producción por parte de los trabajadores, todas las funciones de control ejercidas por los productores asociados y la reintegración de las funciones administrativas en la comunidad. ¿Cuál es la forma social básica que se señala en ese caso? Esos rasgos apuntan a una forma social particular: la comuna, o al menos así lo entendía Chávez, a quien le gustaba la descripción que hacía Mészáros de la casa de la familia Goethe y la mencionaba en sus programas de Aló Presidente. De manera admirable, Mészáros había trazado el camino de la construcción socialista, sin haber nunca negado su complejidad. No es de extrañar, entonces, que Chávez elogiara a Mészáros como el «Pionero del Socialismo» y destacara su labor en la elaboración de una teoría de la transición socialista, ¡para la que Marx no había dejado una explicación teórica detallada!

Las comunas venezolanas como células de un nuevo sistema socialista

Las comunas venezolanas encarnan un nuevo metabolismo social de un tipo cualitativamente diferente, con su control libremente determinado de la producción, logrado a través de asambleas y otras formas organizativas de base. Al mismo tiempo, esas comunas prefiguran de forma concreta los procesos democráticos de adopción de decisiones que pueden sustituir al Estado, aboliendo en última instancia su estructura jurídica y administrativa aparte.

Algunas de las características del sistema social emergente pueden observarse —junto con sus diferentes grados de expresión en las comunas repartidas por el extenso territorio venezolano— simplemente poniendo un signo de negación delante de lo que Mészáros definió como características claves del sistema del capital. Si el sistema del capital aliena de los medios de producción a los trabajadores, la comuna hace que esos medios pertenezcan a la comunidad. Si la división jerárquica del trabajo propia del capital requiere que los trabajadores sean controlados por estructuras verticales de mando, la comuna hace que todos los métodos de producción y sus objetivos sean resultado de una adopción democrática de decisiones, en virtud de la cual los objetivos de la producción impuestos desde fuera por el capital son reemplazados por objetivos interna y libremente determinados. (En lo que esencialmente se convirtió en su testamento, el famoso discurso «Golpe de timón» https://lahaine.org/fJ2m,, Chávez citó a Mészáros cuando este dijo que la medida del progreso socialista era la existencia de una democracia sustantiva en todos los niveles de la sociedad25.) Por último, si en las formaciones estatales de todos los sistemas del capital existe una estructura jurídica y administrativa aparte, la comuna integra en sí misma esas estructuras y prácticas administrativas, restituyendo así el poder de decisión al cuerpo social.

En general, en Mészáros y en Chávez se percibe un alejamiento radical de la mayoría de las prescripciones socialistas, tanto de las antaño como de muchas que siguen en juego hoy. En otras épocas, en general los socialistas subestimaron la complejidad de la transición y no se percataron de la importancia central que tenía crear un nuevo metabolismo social de base. El resultado fue la persistencia del sistema del capital en una modalidad híbrida, en la que el Estado y sus funcionarios sustituyeron a los capitalistas en la función de extraer de los trabajadores el trabajo excedente.

Hoy en día, muchos proyectos socialistas siguen operando bajo el supuesto de que pueden proceder simplemente haciéndose del poder político y ofreciendo un «mejor paquete» a los trabajadores y a otros sectores de la sociedad, sin centrarse demasiado en la actividad autónoma de los trabajadores para reconfigurar la estructura de la sociedad y, de paso, reconfigurarse a sí mismos. En el mejor de los casos, la actividad autónoma y la autorrealización de los trabajadores se consideran accesorias al proceso revolucionario o se supone que son pertinentes sólo en una fase posterior.

Sin embargo, esas son ideas peligrosas. Si un partido socialista toma el poder, ¿dónde están los nuevos seres humanos con conciencia socialista que lo defenderán a la hora de la verdad frente a los intereses capitalistas consolidados, como sucedió con Syriza en Grecia? ¿Qué fuerza puede hacer que el poder del Estado bajo el nuevo régimen comience a desaparecer gradualmente, en lugar de consolidarse como un poder retrógrado que finalmente conduce a la restauración capitalista? Si la actividad libremente determinada del trabajo, materializada en algún tipo de institución de base comunitaria como la comuna, no está presente desde el principio del proceso de transformación, entonces esas preguntas básicamente se quedan sin responder.

Como hemos tratado de mostrar hasta aquí, la hipótesis que persiguió Chávez, bajo la influencia, por un lado, de la experiencia revolucionaria vivida en Venezuela y, por otro, del pensamiento innovador de Mészáros, difería de manera radical de la mayoría de lo que se ha intentado en los manuales socialistas. Esa hipótesis sostiene que la actividad autónoma de los trabajadores y el trabajo libremente determinado deben ocupar un lugar central y expresarse desde el principio del proceso revolucionario, al tiempo que ofrece una institución política y económica novedosa para que esa actividad tenga lugar: la comuna. A diferencia de la mayoría de los otros marcos de construcción socialista, éste no ha sido derrotado, aunque también es cierto que apenas ha comenzado a ponerse a prueba. Las diversas comunas que existen dispersas por toda Venezuela, en situaciones muy conflictivas, son audaces puestos de avanzada de ese proyecto, firmemente basadas en una crítica inquebrantable de anteriores fracasos, sin dejar de dirigir la mirada hacia la creación de un futuro mejor, humanamente satisfactorio y sostenible.

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Traducido del original en inglés «Mészáros and Chávez: The Philosopher and the Llanero» (Monthly Review, vol. 74, núm. 2, junio de 2022, pp. 13-25). Las notas y las referencias bibliográficas son las del original. Todas las citas textuales de obras de István Mészároz y otros autores se han traducido del original en inglés y se han cotejado con traducciones disponibles en español, en particular con Más allá del capital. Hacia una teoría de la transición (Caracas, Editorial Vadell, 2001).

Notas

1. István Mészáros, Beyond Capital: Toward a Theory of Transition (Nueva York, Monthly Review, 2000), pp. 680-82.

2. Oliver Ressler y Dario Azzellini, 5 Factories: Worker Control in Venezuela (2006).

3. Jorge Giordani, conversación con el autor, Caracas, Venezuela, 11 de febrero de 2022. Todas las referencias posteriores a la vida de Giordani y a su relación con Chávez se derivan de esa entrevista.

4. Todo Chávez, consultado el 10 de marzo de 2022, todochavez.gob.ve.

5. Mészáros, Beyond Capital, pp. 108-9.

6. Mészáros, Beyond Capital, p. 615.

7. Mészáros, Beyond Capital, pp. 108-9.

8. Hugo Chávez, Aló Presidente Teórico 1, Todo Chávez, 6 de junio de 2009.

9. Un punto culminante es el manuscrito de Marx de 1857 de los Grundrisse (Elementos fundamentales para la crítica de la economía política), que contiene amplias reflexiones sobre la producción, el consumo y la propiedad comunales.

10. Mészáros, Beyond Capital, p. 131.

11. István Mészáros, «The Communal System and the Principle of Self-Critique», Monthly Review, vol. 59, núm. 10 (marzo de 2008), pp. 33-56.

12. István Mészáros, «The Communal System and the Principle of Self-Critique», El propio Marx escribe sobre la «masa comunista».

13. Ricardo Antunes, introducción a István Mészáros, The Structural Crisis of Capital (Nueva York, Monthly Review, 2010), p. 21.

14. Mészáros, Beyond Capital, p. 470.

15. Mészáros, Beyond Capital, p. 472.

16. Mészáros, Beyond Capital, p. 495.

17. Mészáros, Beyond Capital, p. 493.

18. Mészáros, Beyond Capital, p. 676-77.

19. V. I. Lenin, «One of the Fundamental Questions of the Revolution», en V. I. Lenin, Collected Works, vol. 25 (Moscú, Editorial Progreso, 1977), pp. 370-77.

20. Mészáros, Beyond Capital, p. 491.

21. Mészáros, Beyond Capital, p. 494.

22. Mészáros, Beyond Capital, p. 495.

23. Mészáros contrasta la «división del trabajo» impuesta con la «organización del trabajo» conscientemente planificada. En esta última, los propios trabajadores asignan el tiempo a diferentes tareas productivas según criterios libremente determinados.
Mészáros, Beyond Capital, p. 757.

24. Mészáros, Beyond Capital, p. 495.

25. Hugo Chávez, «Strike at the Helm», MR Online, 1 de abril de 2015.

La Haine

Fuente: https://www.lahaine.org/mundo.php/meszaros-y-chavez-el-filosofo

 

jueves, 2 de febrero de 2017

«¿POR QUÉ SOCIALISMO?» DE ALBERT EINSTEIN





Boltxe / Trinchera

02-02-2017 

El ensayo a continuación forma parte de una antología publicada por las editoriales Boltxe (Euskal Herria) y Trinchera (Venezuela). El libro incluye diversas contribuciones sobre la pregunta “¿Por qué socialismo?” que planteó Albert Einstein en su célebre artículo de 1949, y lleva por título ¿Por qué socialismo? reactivando un debate


¿Por qué optar por el socialismo? Es común alegar que el socialismo será más justo y equitativo que el capitalismo, pero esto no resuelve el problema ya que las personas no siempre se sienten motivadas por la justicia social. Por otra parte hay que considerar cuán exigente y desafiante es el proyecto socialista: ¡el objetivo es cambiar toda la sociedad! En proyectos de tal naturaleza las intenciones y los impulsos operativos no son necesariamente racionales. También está la difícil cuestión de la longevidad de las motivaciones, la cuestión de si el compromiso individual (mientras dure) coincidirá con el de otros que comparten el objetivo socialista durante el tiempo necesario para que el proyecto cuaje. 

Cabe señalar también que, mientras el socialismo fue comprendido como consecuencia necesaria de un desarrollo histórico inexorable, no hubo necesidad de preguntar ¿Por qué socialismo? En el período posterior a la muerte de Karl Marx y hasta la primera mitad del siglo pasado, el socialismo habitualmente se entendió como algo tan inevitable que, para algunos pensadores, podía verse como poco deseable para la humanidad pero sin embargo parte de un futuro ineludible (básicamente la postura del economista austriaco Joseph Schumpeter entre otros) [1].

Tal vez aquí nos encontramos con la verdadera importancia del artículo «¿Por qué socialismo?» de Albert Einstein [2]. Más que por su contenido que incluye argumentos interesantes –por ejemplo el planteamiento de que solo una economía socialista planificada puede superar la mutilación del individuo que impone el capitalismo–, este breve ensayo de 1949 constituye un hito por adoptar una postura original: la de conceder que el socialismo no es inevitable y debe ser anhelado. Efectivamente, el texto de Einstein reconoce que el socialismo debe ser buscado activamente. 

Sin duda, el interés de Einstein en la cuestión fue el resultado de la crisis general de 1914 a 1945, que sacudió profundamente la fe en el progreso abstracto y en los esquemas de la historia universal. Las lecciones de aquella crisis todavía definen la época actual; el determinismo histórico, fuera de los claustros académicos del marxismo analítico [3], tiene pocos adeptos hoy día. Más aún, la crisis sistémica que comenzó alrededor de 1970 y ha continuado hasta el presente ha sido tan eficaz como la anterior en su pulverización, una vez más, de la fe en el progreso inevitable. Por estas razones, la pregunta por qué socialismo –por qué hay que desear y luchar por el socialismo– permanece tan vigente como lo fue en el momento que Einstein la planteó. 
 
Un rastro textual en Marx 

Por lo general, Karl Marx dejó de lado la pregunta por qué socialismo (qué motiva al individuo o al colectivo a trabajar por la sociedad socialista). Esto se debe en parte a que su obra nace como un esfuerzo por responder «científicamente» a las quimeras del socialismo utópico, cuyos partidarios habían dominado el debate. Otro factor es que Marx no siempre fue ajeno al determinismo de su momento y en ocasiones parecería pensar que el efecto acumulativo de las luchas sindicales y el crecimiento numérico del proletariado serían suficientes para formar un sujeto revolucionario [4]. Aún reconociendo estas dos trabas en Marx, existe sin embargo una cadena de claves literarias en su obra que apunta a la cuestión crucial, «existencial», del empuje subjetivo por el socialismo, las razones para hacer la revolución. 

Marx emplea dos figuras para significar la revolución comunista, el espectro del Manifiesto comunista y el topo del 18 Brumario de Luis Bonaparte, ambas provenientes del Hamlet de Shakespeare. Las referencias son alusiones al primer acto de la obra en el que el fantasma del viejo rey visita las murallas del castillo Elsinor. Cuando el fantasma está sobre la superficie es «espectro» –también «aparición» y «espíritu»–, pero cuando está bajo el escenario lo llaman «topo». Bien dicho, topo viejo. ¿Cómo puedes cavar la tierra tan rápido? ¡Diestro minero! comenta Hamlet cuando el fantasma, en ese momento subterráneo, le pide el juramento. 

Con frecuencia se considera Hamlet como obra constitutiva de la conciencia moderna. La obra cuenta la historia del personaje epónimo que lucha por restaurar el orden perdido, usurpado por su tío Claudio, quien asesinó al viejo rey y padre de Hamlet. Puesto que el aventurero Claudio toma las riendas de su propio destino (como haría otro usurpador shakesperiano, Macbeth) y es un «hombre que labra su propio éxito», se le puede comparar con un burgués. Así, en este drama que data de los inicios del capitalismo europeo, el protagonista lucha contra el nuevo orden burgués, y su inspiración proviene de una figura que es vieja: la figura paterna. Se trata de un viejo topo, un viejo fantasma, una voz del pasado [5]. 

¿Cómo interpretar esta voz shakesperiana del pasado de la que Marx se apropió no solo una vez sino en múltiples ocasiones [6]? Así mismo, ¿por qué tantos textos marxistas, incluyendo textos actuales, emplean las figuras del espectro y del topo para referirse a la promesa del socialismo, con aquel presagiando el posible advenimiento del socialismo y este representando una fuerza revolucionaria que estalla irresistiblemente en el presente? La mejor explicación es que el uso de estos tropos de Shakespeare por Marx y Engels –y más importante, su persistencia en la tradición marxista viva– implica que hoy todavía consideramos que el llamado al socialismo viene del pasado y no de un futuro abstracto, ni se inspira en la necesidad abstracta de progreso. 

Vale la pena señalar que esta forma de interpretar el discurso marxista –con la mirada puesta en el pasado y buscando allá las razones de la revolución socialista– no es nueva. De hecho, es un tema central en la obra, influida por el romanticismo, de Walter Benjamin. Benjamin afirmó crípticamente en su Sobre el concepto de historia (1940) que la revolución no se hará por envidia del futuro, sino más bien por una felicidad que es esencialmente pretérita: la revolución redime las vidas del presente y del pasado. En consonancia con esta obligación de redimir el pasado, Benjamin apunta a la «débil fuerza mesiánica» conferida a las generaciones vivas, a las cuales el pasado tiene derecho de dirigir sus reclamos. Como el propio Hamlet, Benjamin reconoce que las demandas que tiene el pasado sobre el presente «no se satisfacen fácilmente» [7]. 
 
Algo «viejo»: el valor de uso 

Sea cual fuere el papel asignado al pasado y sus mensajeros fantasmales en los textos de Marx, Benjamin y Shakespeare, hay que reconocer que la idea de que el pasado proporciona el impulso para el socialismo es profundamente contraintuitiva. ¿Por qué, desde la modernidad, se insiste que el motivo o el llamado al socialismo proviene de una época anterior? Si el socialismo se va a construir en el futuro, ¿por qué no procede el llamado desde el propio futuro? De hecho, las respuestas a estas preguntas tienen mucho que ver con la construcción de la modernidad capitalista y más específicamente con su calidad fantasmagórica. 

En «El fetichismo de la mercancía y su secreto», sección clave de El Capital, Marx muestra cómo el mundo de las mercancías, con su abstracción del trabajo humano en la forma fetichista de valor, es esencialmente fantasmagórico: en una palabra, es un mundo futurista. El reino «sensorialmente suprasensible» al que Marx se refiere en esta sección de El Capital anticipa el mundo de los centros comerciales de hoy y su incesante presentación de productos y encantos novedosos; este es un mundo que busca excluir la muerte al asumir paradójicamente el rigor mortis de las superficies duras y brillantes de las mercancías. Dada la naturaleza excesivamente moderna y futurista del universo de las mercancías, cualquier ruptura con este ámbito debe provenir de una voz subterránea o de un espacio metafórico que contrasta, por su carácter «viejo» o unheimlich, con la alienación futurista del capitalismo [8]. 

Este espacio metafórico, comparable en cierto modo a la condición espectral del padre de Hamlet, es la esfera del valor de uso en la modernidad capitalista. Como faceta suprimida de la mercancía, el valor de uso se representa a menudo en el arte, en la filosofía e incluso en la política como algo perteneciente a una especie de paraíso perdido [9]. Por ejemplo, en la poesía de Baudelaire y, un poco más adelante, en los cuadros de Paul Gauguin y Henri Matisse, el reencuentro con valores y placeres elementales se proyecta sobre una tierra exótica o más primitiva de «luxe, calme et volupté». En la filosofía, de la misma forma en que los pensadores liberales apelan a la «posición original» y al «estado de naturaleza» para decidir cuestiones fundamentales de justicia social –ubicando el valor transhistórico en un espacio que se imagina primordial–, también Martin Heidegger apela a contextos campesinos arcaicos para evocar un mundo más auténtico (regido por la utilidad) anterior a las pseudoconcreciones del capitalismo [10]. 

En el ámbito político, el proyecto de recuperación de valores históricos e ideales comunes –valores del pasado que subyacen en el presente– se percibe claramente en la lucha abertzale vasca que se lleva a cabo en nombre de un pueblo milenario que mora a ambos lados de los Pirineos. Este proyecto es esencialmente socialista a pesar de estar enmarcado en el rescate de lo que alguna vez existió. Otro ejemplo similar es el proyecto socialista bolivariano que, debido a su dimensión continental, depende de la reactivación de una nación latinoamericana primordial que se halla sepultada bajo la modernidad balcanizada y capitalista del continente [11]. En ambas luchas, que se cuentan entre los esfuerzos más vibrantes por superar el capitalismo y crear un nuevo mundo socialista, el proyecto se construye sobre la redención de lo que hay «detrás» y «antes de» las pseudoconcreciones fetichizadas del capitalismo. 
 
Socialismo como obligación 

Que el llamado al socialismo viene del pasado lo confirma también la forma en la que comúnmente utilizamos los términos y conceptos. Es decir, la mayoría de la izquierda revolucionaria plantea el socialismo no como simple opción, sino comoobligación, y no existen obligaciones con el porvenir excepto en forma figurativa. Una actitud revolucionaria hacia el futuro sería la de preparar el camino y mantener la esperanza: «optimismo del espíritu» (a contrapelo de lo que dijera Gramsci). Por el contrario, el motivo de la lucha socialista se acerca más al cumplimiento de una promesa. Es una promesa hecha al pasado y a las generaciones pretéritas. 

¿Cómo debemos concebir a aquellos del pasado a quienes nos amarra esta obligación? Podemos imaginar un largo cortejo de antepasados –como haría José Martí en un discurso muy propio de 1893– cuyos proyectos están aún por realizarse. Martí evoca al rebelde paraguayo José de Antequera y al líder indígena Túpac Amaru, también rememora a José Antonio Galán y a Juan Francisco Berbeo, ambos comuneros colombianos [12]. Nuestros referentes en las luchas del pasado pueden diferir hoy dependiendo de la situación política concreta. Sin embargo, lo esencial aquí es que cuando tendemos la mano, como lo haría Martí, a las generaciones anteriores, es porque concebimos la humanidad como proyecto

Pasando revista a esta idea constatamos que, si bien se vislumbra el proyecto de la humanidad en el humanismo renacentista, solo se consolida en el siglo XVIII como ideal normativo. El proyecto constituye la base que sostiene tanto la Declaración de los Derechos del Hombre como el esquema de «paz perpetua» que Immanuel Kant imaginó como posible efecto de la creciente adhesión al liberalismo [13]. Un siglo después, Simón Bolívar y el propio Martí tuvieron el mérito de haber luchado por una patria latinoamericana, pero sus luchas siempre estuvieron informadas por la ambición de una patria humana; así vemos que la idea de la humanidad, de un proyecto humano, todavía persiste como sustrato del proyecto de construcción nacional. En el siglo XX, el proyecto de la humanidad apenas se mantuvo a flote en una época turbulenta de guerras mundiales y genocidios, pero sobrevivió cuando menos en la ideología del socialismo real, tanto en su modalidad de «lucha final» como en la forma posterior de «convivencia pacífica». También persistió como horizonte en las luchas anticoloniales y antiracistas. 

En relación con estas generaciones anteriores y su visión de la humanidad como proyecto digno de lucha, nuestra generación ha dado un enorme paso atrás, un paso que expresa una terrible pérdida de ambición y compromiso [14]. Por regla general no hemos retomado sus luchas ni mantenido el ideal humano que les dio horizonte y alcance. Esta es una pérdida tremenda incluso si nuestro abandono, nuestra evasión de responsabilidades, es inconsciente o resultado de la ignorancia. Así, hoy en día se presentan dos opciones para nuestra generación. O persistimos en este estado «caído» o recuperamos los proyectos pretéritos escuchando el pasado y sus legados de lucha. Para hacer esto tenemos que recuperar una visión de la humanidad que rebasa la suma de individuos aislados y verla de nuevo como proyecto con una larga trayectoria de lucha y sacrificio. 

Por supuesto, es importante dejar claro que, en lo que concierne a las luchas clave de nuestro pasado –incluso las que no fueron explícitamente socialistas, como los proyectos de Bolívar, Martí y Martin Luther King, Jr.–, la única forma de mantenerlas vivas hoy y darles una base coherente es el socialismo. En nuestro tiempo, dado el desarrollo de la historia, solo el socialismo puede garantizar una sociedad pacífica, libre de racismo y justa. Por supuesto, esto se debe demostrar. Mas argumentos de peso abundan, como los que se desarrollan en el ensayo del propio Einstein, quien nos muestra que, entre otras cosas, una economía capitalista necesariamente conduce al caos, a la inseguridad laboral y a múltiples formas de injusticia. La conclusión, entonces, es que uno es o un traidor al pasado y a su legado, o elige luchar y asumir el proyecto que representa la continuación de estos esfuerzos anteriores: el proyecto del socialismo. 
 
Un giro cultural (en positivo) 

Esta manera de ver las cosas se ilustra con un giro importante en la producción cultural previo a la última vuelta de siglo. Hasta mediados de los años setenta la tendencia que dominaba la literatura y el cine, sobre todo en la vertiente de la ciencia ficción, era la de representar futuros nuevos y cada vez más avanzados. Esto es lo que se transmitió, a menudo con un toque de escepticismo, en la tradición que se extiende desde Julio Verne y H.G. Wells hasta Isaac Asimov y Arthur C. Clarke. Sin embargo, a mediados de los setenta, esta postura orientada hacia el futuro se agotó, y la ciencia ficción dio un salto sorprendente: volvió su mirada hacia el pasado. 

La película clave en este viraje es La guerra de las galaxias, que se estrenó en 1977 con el memorable texto de apertura: «Hace mucho tiempo en una galaxia muy, muy lejana». Esta sorprendente película de ciencia ficción proclamó relatar acontecimientos sucedidos en el pasado, y tenía una clara deuda con el romanticismo que se evidencia en los caballeros, princesas y magos que poblaron sus escenarios. Sin duda alguna, la película es mediocre en casi todos los sentidos, pero la primera entrega de La guerra de las galaxias marcó un punto de inflexión. Se inició una corriente romántica y nostálgica que sigue siendo dominante en gran parte de la cultura de masas, como demuestra el éxito de las recientes producciones El Señor de los anillos y Juego de tronos

Este viraje hacia el pasado, que tuvo lugar en el cine y en la televisión en la década de los setenta, podría ser (y ha sido) interpretado como un hecho negativo. Es decir, se podría interpretar La guerra de las galaxias como simple evidencia de la degeneración de la actual cultura capitalista y su carencia de ideas (como parecen confirmar la miserable interpretación y los crudos reciclajes cinematográficos de la película). Sin embargo, dada la naturaleza epocal del giro cultural que se evidenció en aquel momento, nos vemos obligados, cuando menos, a tomar en serio la estructura temporal de La guerra de las galaxias. De hecho, la película puso de manifiesto la apreciación esencialmente correcta entre las audiencias populares de que el mito progresista había fracasado y que hoy la fe en un futuro predestinado superior es insostenible. 

Esto es precisamente lo que La guerra de las galaxias, junto con la ciencia ficción romántica que sigue sus pasos, representa. Por un lado, la primera película de la serie, dirigida por George Lucas, reconoció que no hay ninguna garantía de que la humanidad vaya a progresar hacia un ideal luminoso, reconocimiento que también se expresa en las películas casi contemporáneas Blade Runner (1982) y Brazil (1985), con sus escenas distópicas del futuro. Por otro lado, los guionistas y las audiencias de La guerra de las galaxias entendieron que no hay nada que obligue en la visión progresista de la vida: no hay compromiso alguno y por lo tanto no hay aventura. 

Regresando tan solo una década encontramos una producción radicalmente diferente, una serie de ciencia ficción que coincidía con la tendencia hasta entonces dominante en su género, la que miraba hacia el futuro. Nos referimos a Star Trek, la serie de culto que se transmitió inicialmente entre 1966 y 1969. Aunque superficialmente similar a La guerra de las galaxias, esta serie televisiva tenía, de hecho, un argumento contrapuesto. Encarnaba una cosmovisión progresista que –en paralelismo estrecho con los ideales positivistas de la Segunda Internacional– predecía una nueva sociedad superior como producto del desarrollo histórico inexorable. Entre otros logros civilizatorios que se representan como faits accomplis en Star Trek nos encontramos con una federación inter-planetaria a la manera del foedus pacificum inter-nacional de Kant. En Star Trek la Ilustración triunfa. 
 
Walter Benjamin versus James Kirk 

Por el contrario, La guerra de las galaxias de Lucas operó en un registro totalmente diferente y su mensaje entra en profunda contradicción con el pensamiento de la Ilustración. Con una exótica mezcolanza que recicla las fórmulas del western y de la leyenda medieval, la narrativa por lo demás débil de la película hollywoodense se sostuvo sobre dos poderosos argumentos: el primero es que hay que luchar por el cambio y el segundo que hay una misión de larga data –un proyecto humano que se remonta muchas generaciones atrás– que la generación actual ha abandonado. La película le transmite a la audiencia –como el propio fantasma shakesperiano que Marx había adoptado para el Manifiesto Comunista– que uno debe elegir entre participar en esta misión heroica (llámese la misión de emancipación o del socialismo) o ser un traidor a ella... 

Esto nos lleva de nuevo a Walter Benjamin y sus tesis sobre la historia. Muchas personas de inclinación académica han luchado con este texto difícil, que resultó ser el último testamento teórico del escritor alemán. Una de las referencias más misteriosas en el texto de Benjamin es la afirmación sobre la presencia de una «débil fuerza mesiánica» en la presente generación (afirmación que hemos mencionado brevemente más arriba). Justo antes de esta extraña frase, el texto menciona el «eco de aquellos que han sido silenciados» en las «voces a las que prestamos nuestros oídos hoy en día», y también alude a la sorprendente idea de una «cita secreta entre las generaciones del pasado y la nuestra» [15]. 

Esta sección de Sobre el concepto de historia de Benjamin es en verdad enigmática. ¿Por qué es la «fuerza mesiánica» en la generación actual considerada «débil»? Y por otra parte, ¿qué variante excéntrica de la historiografía materialista propone Benjamin (puesto que posiciona su texto como una vertiente crítica del materialismo histórico)? Una respuesta completa a estas preguntas está fuera del alcance de este ensayo. Sin embargo, para captar la esencia de esta tesis de Benjamin no es necesario ir más allá de una de las primeras escenas de La guerra de las galaxias, en la que el protagonista se encuentra en el planeta Tatooine con una figura envejecida que es portadora de un mensaje del pasado. Es Obi-Wan Kenobi, pero en su lugar podemos imaginar a Simón Bolívar, Karl Marx o incluso Hugo Chávez. En esta escena de La guerra de las galaxias tenemos una representación dramática de la «cita» de Benjamin entre el pasado y las generaciones presentes. La generación anterior, representada por Obi-Wan, interpela a la generación presente a una aventura diciendo: Hay una misión difícil y de vieja data; debes aprender sobre ella y serle leal.
 
La misión, la lealtad y la aventura... tal vez estos aspectos del proyecto humano son difíciles de expresar de forma convincente fuera de la literatura y del arte, y no encajan fácilmente en el contexto del ensayo teórico. Aún así son esenciales para el socialismo. Hay que comprender que el proyecto del socialismo –una aspiración tanto explícita como implícita en un gran número de generaciones pretéritas– no es una opción sino una obligación. La misión que hemos heredado del pasado, la de alcanzar el socialismo, exige lealtad y valentía si no queremos traicionarla. ¿Esto resulta excesivo? Solo si el gris-sobre-gris del capitalismo hubiera terminado por apoderarse de la imaginación humana podría considerarse excesiva la afirmación. De hecho, el socialismo y su proyecto sería decepcionante si no operase –al menos parte del tiempo– en este registro heroico. 

Notas:

[1] Joseph A. Schumpeter: Capitalismo, socialismo y democracia, Folio, Barcelona, 1996.
[2] Albert Einstein: «Why Socialism?», Monthly Review (mayo 1949).
[3] Gerard A. Cohen: La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa, Siglo XXI, Madrid, 1986, pp. 177-182.
[4]  Daniel Bensaïd: La política como arte estratégico , Oveja Roja, Madrid, 2013, p. 34.
[5] El carácter paternal del fantasma se enfatiza doblemente en la lectura de Hamlet que expone Stephen Dedalus en el episodio 9 de Ulises de James Joyce. Dedalus mantiene que Shakespeare, que tenía un hijo llamado «Hamnet», interpretó el papel del fantasma del padre (el espectro) en representaciones contemporáneas de la obra. Es interesante que Macbeth, una obra un poco más tardía, pone la historia del usurpador «burgués» en el centro del argumento.
[6] Otro ejemplo es Karl Marx: Speech at Anniversary of the «People's Paper», 1856 (www.marxists.org/archive/marx/works/1856/04/14.htm).
[7] Walter Benjamin: Tesis sobre la historia y otros fragmentos, edición y traducción de Bolívar Echeverría, Desde Abajo, Bogotá, 2010.
[8] Sigmund Freud: «Lo ominoso», Obras completas, volumen XVII (1917-1919): «De la historia de una neurosis infantil» y otras obras, Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1978, pp. 217-225. Siguiendo a Julia Kristeva podemos captar el sentido de la palabra unheimlich, que a menudo se traduce como «ominoso», con la frase «inquietante extrañeza».
[9] Herbert Marcuse: Eros y Civilización, SARPE, Madrid, 1983, p. 33: «Y el pasado sigue imponiendo exigencias sobre el futuro: [el inconsciente] genera el deseo de que el paraíso sea creado otra vez sobre la base de los logros de la civilización... La recherche du temps perdu llega a ser el vehículo de la futura liberación».
[10] Martín Heidegger: «El origen de la obra de arte», Arte y Poesía, Fondo de Cultura Económica, México, 1973. El término «pseudoconcrección» viene de Karel Kosik: Dialéctica de lo concreto. Estudio sobre los problemas del hombre y del mundo, Grijalbo, México, 1967.
[11] Este es el argumento de Jorge Abelardo Ramos en Historia de la Nación Latinoamericana, Continente, Buenos Aires, 2012.
[12] José Martí: «Bolívar» (Discurso en la velada de la Sociedad Literaria Hispanoamericana del 28 de octubre de 1893), Política de Nuestra América, Fondo Cultural del ALBA, La Habana, 2006, p. 145.
[13] Immanuel Kant: Sobre la paz perpetua, Tecnos, Madrid, 1985.
[14] Esta pérdida de compromiso con el proyecto humano la registra Einstein con una anécdota en «¿Por qué socialismo?» sobre el «hombre inteligente y bien dispuesto» que se pregunta por qué hay que estar preocupado por la desaparición de la humanidad.
[15] Walter Benjamin: op. cit., véase la tesis II.