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viernes, 9 de octubre de 2015

DEBATE PROGRAMÁTICO: EL INTELECTUAL Y EL OBRERO


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También es tema electoral

EL INTELECTUAL Y EL OBRERO

I
          No sonrían si comenzamos por traducir los versos de un poeta.
         
          “En la tarde de un día cálido, la Naturaleza se adormece a los rayos del Sol, como una mujer extenuada por las caricias de su amante.
          “El gañán bañado de sudor y jadeante, aguijonea los bueyes; mas de súbito se detiene para decir a un joven que llega entonando una canción:
          “-¡Dichoso tú! Pasas la vida cantando, mientras yo, desde que nace el Sol hasta que se pone, me canso en abrir el surco y sembrar el trigo,
          “-¡Cómo te engañas, oh labrador!- responde el joven poeta. Los dos trabajamos lo mismo, y podemos decirnos hermanos; porque si tú vas sembrando en la tierra, yo voy sembrando en los corazones. Tan fecunda tu labor como la mía: los granos de trigo alimentan el cuerpo, las canciones del poeta regocijan y nutren el alma”
         
          Esta poesía nos enseña que se hace tanto bien al sembrar trigo en los campos como al derramar ideas en los cerebros; que no hay diferencia de jerarquía entre el pensador que labora con la inteligencia y el obrero que trabaja con las manos; que el hombre de bufete y el hombre de taller, en vez de marchar separados y considerarse enemigos, deben caminar inseparablemente unidos.

          Pero ¿existe acaso una labor puramente cerebral y un trabajo exclusivamente manual? Piensan y cavilan: el herrero al forjar una cerradura, el albañil al nivelar una pared, el tipógrafo al hacer una compuesta, el carpintero al ajustar un ensamblaje, el barretero al golpear en una veta; hasta el amasador de barro piensa y cavila. Sólo hay un trabajo ciego y material –el de la máquina; donde funciona el brazo de un hombre, ahí se deja sentir el cerebro. Lo contrario sucede en las faenas llamadas intelectuales: a la fatiga nerviosa del cerebro que imagina o piensa, viene a juntarse el cansancio muscular del organismo que ejecuta. Cansan y agobian: al pintor los pinceles, al escultor el cincel, al músico el instrumento, al escritor la pluma; hasta al orador lo cansa y agobia el uso de la palabra. ¿Qué menos material que la oración y el éxtasis? Pues bien: el místico cede al esfuerzo de hincar las rodillas y poner los brazos en cruz.

          Las obras humanas viven por lo que nos roban de fuerza muscular y de energía nerviosa. En algunas líneas férreas, cada durmiente representa la vida de un hombre. Así, al viajar por ellas, figurémonos que nuestro vagón se desliza por rieles clavados sobre una serie de cadáveres; pero al recorrer museos y bibliotecas, imaginémonos también que atravesamos una especie de cementerio donde cuadros, estatuas y libros encierran no sólo el pensamiento sino la vida de los autores.

          Ustedes (nos dirigimos únicamente a los panaderos) ustedes velan amasando la harina, vigilando la fermentación de la masa y templando el calor de los hornos. Al mismo tiempo, muchos que no elaboran pan velan también, aguzando su cerebro, manejando la pluma y luchando con las formidables acometidas del sueño: son los periodistas. Cuando en las primeras horas de la mañana sale de las prensas el diario húmedo y tentador, a la vez que surge de los hornos el pan oloroso y provocativo, debemos demandarnos: ¿quién aprovechó más su noche, el diarista o el panadero?

          Cierto, el diario contiene la enciclopedia de las muchedumbres, el saber propinado en dosis homeopáticas, la ciencia con el sencillo ropaje de la vulgarización, el libro de los que no tienen biblioteca, la lectura de los que apenas saben o quieren leer. Y ¿el pan? Símbolo de la nutrición o de la vida, no es la felicidad, pero no hay felicidad sin él. Cuando falta en el hogar, produce la noche la discordia; cuando viene, trae la luz y la tranquilidad: el niño le recibe con gritos de júbilo, el viejo con una sonrisa de satisfacción. El vegetariano que abomina de la carne infecta y criminal, le bendice como un alimento sano y reparador. El millonario que desterró de su mesa el agua pura y cristalina, no ha podido sustituirle ni alejarle. Soberanamente se impone en la morada de un Rothschild y en el tugurio de un mendigo. En los lejanos tiempos de la fábula, las reinas cocían el pan y le daban de viático a los peregrinos hambrientos; hoy le amasan los plebeyos y como signo de hospitalidad, le ofrecen en Rusia a los zares que visitan una población. Nicolás II de Rusia y toda su progenie de tiranos dicen cómo al ofrecimiento se responde con el látigo, el sable y la bala.

          Si el periodista blasonara de realizar un trabajo más fecundo, nosotros le contestaríamos: sin el vientre no funciona la cabeza; hay ojos que no leen, no hay estómagos que no coman.

II

          Cuando preconizamos la unión o alianza de la inteligencia con el trabajo no pretendemos que a título de una jerarquía ilusoria, el intelectual se elija en tutor o lazarillo del obrero. A la idea que el cerebro ejerce función más noble que el músculo, debemos el régimen de las castas: desde los grandes imperios de Oriente, figuran hombres que se arrogan el derecho de pensar, reservando para las muchedumbres la obligación de creer y trabajar.

          Los intelectuales sirven de luz; pero no deben hacer de lazarillos, sobre todo en las tremendas crisis sociales donde el bravo ejecuta lo pensado por la cabeza. Verdad, el soplo de rebeldía que remueve hoy a las multitudes, viene de pensadores o solitarios. Así vino siempre. La justicia nace de la sabiduría, que el ignorante no conoce el derecho propio ni el ajeno y cree que en fuerza se resume toda la ley del Universo. Animada por esa creencia, la Humanidad suele tener la resignación del bruto: sufre y calla. Mas de repente, resuena el eco de una gran palabra, y todos los resignados acuden al verbo salvador, como los insectos van al rayo del Sol que penetra en la oscuridad del bosque.

          El mayor inconveniente de los pensadores -figurarse que ellos solos poseen el acierto y que el mundo ha de caminar por donde ellos quieran y hasta donde ellos ordenen. Las revoluciones vienen de arriba y se operan desde abajo. Iluminados por la luz de la superficie, los oprimidos del fondo ven la justicia y se lanzan a conquistarla, sin detenerse en los medios ni arredrarse con los resultados. Mientras los moderados y los teóricos se imaginan evoluciones geométricas o se enredan en menudencias y detalles de forma, la multitud simplifica las cuestiones, las baja de las alturas nebulosas y las confina en terreno práctico. Sigue el ejemplo de Alejandro: no desata el nudo, le corta de un sablazo.

          ¿Qué persigue un revolucionario? Influir en las multitudes, sacudirlas, despertarlas y arrojarlas a la acción. Pero sucede que el pueblo, sacado una vez de su reposo, no se contenta con obedecer el movimiento inicial, sino que pone en juego sus fuerzas latentes, marcha y sigue marchando hasta ir más allá de lo que pensaron y quisieron sus impulsores, Los que se figuraron mover una masa inerte, se hallan con un organismo exuberante de vigor y de iniciativas; se ven con otros cerebros que desean irradiar su luz, con otras voluntades que quieren imponer su ley. De ahí un fenómeno muy general en la Historia: los hombres que al iniciarse una revolución parecen audaces y avanzados, pecan de tímidos y retrógrados en el fragor de la lucha o en las horas del triunfo. Así, Lutero retrocede acobardado al ver que su doctrina produce el levantamiento de los campesinos alemanes; así, los revolucionarios franceses se guillotinan unos a otros porque los unos avanzan y los otros quieren no seguir adelante o retrogradar. Casi todos los revolucionarios y reformadores se parecen a los niños: tiemblan con la aparición del ogro que ellos solos evocaron a fuerza de chillidos. Se ha dicho que la Humanidad, al ponerse en marcha, comienza por degollar a sus conductores; no comienza por el sacrificio pero suele acabar con el ajusticiamiento, pues el amigo se vuelve enemigo, el propulsor se transforma en rémora.

          Toda revolución arribada tiende a convertirse en gobierno de fuerza, todo revolucionario triunfante degenera en conservador. ¿Qué idea no se degrada en la aplicación? ¿Qué reformador no se desprestigia en el poder? Los hombres, (señaladamente los políticos) no dan lo que prometen, ni la realidad de los hechos corresponde a la ilusión de los desheredados. El descrédito de una revolución empieza el mismo día de su triunfo; y los deshonradores son sus propios caudillos.

          Dado una vez el impulso, los verdaderos revolucionarios deberían seguirle en todas sus evoluciones. Pero modificarse con los acontecimientos, expeler las convicciones vetustas y asimilarse las nuevas, repugnó siempre al espíritu del hombre, a su presunción de creerse emisario del porvenir y revelador de la verdad definitiva. Envejecemos sin sentirlo, nos quedamos atrás sin notarlo, figurándonos que siempre somos jóvenes y anunciadores de lo nuevo, no resignándonos a confesar que el venido después de nosotros abarca más horizontes por haber dado un paso más en la ascensión de la montaña. Casi todos vivimos girando alrededor de féretros que tomamos por cunas, o morimos de gusanos sin lograr un capullo ni transformarnos en mariposas. Nos parecemos a los marineros que en medio del Atlántico decían a Colón: No proseguiremos el viaje, porque nada existe más allá. Sin embargo, más allá estaba la América.

          Pero al hablar de intelectuales y de obreros, nos hemos deslizado a tratar de revolución. ¿Qué de raro? Discurrimos a la sombra de una bandera que tremola entre el fuego de las barricadas, nos vemos rodeados por hombres que tarde o temprano lanzarán el grito de las reivindicaciones sociales, hablamos del 1º de Mayo, el día que ha merecido llamarse la pascua de los revolucionarios. La celebración de esta pascua, no sólo aquí sino en todo el mundo civilizado, nos revela que la Humanidad cesa de agitarse por cuestiones secundarias y pide cambios radicales. Nadie espera ya que de un parlamento nazca la felicidad de los desgraciados ni que de un gobierno llueva el maná para satisfacer el hambre de todos los vientres. La oficina parlamentaria elabora leyes de excepción y establece gabelas que gravan más al que posee menos; la máquina gubernamental no funciona en beneficio de las naciones, sino en provecho de las banderías dominantes.

          Reconocida la insuficiencia de la política para realizar el bien mayor del individuo, las controversias y luchas sobre formas de gobierno y gobernantes, quedan relegadas a segundo término, mejor dicho, desaparecen. Subsiste la cuestión social, la magna cuestión que los proletarios resolverán por el único medio eficaz -la revolución. No esa revolución local que derriba presidentes o zares y convierte una república en monarquía o una autocracia en gobierno representativo; sino la revolución mundial, la que borra fronteras, suprime nacionalidades y llama a la humanidad a la posesión y beneficio de la tierra.

III

          Si antes de concluir fuera necesario resumir en dos palabras todo el juego de nuestro pensamiento, si debiéramos elegir una enseña luminosa para guiarnos rectamente en las sinuosidades de la existencia, nosotros diríamos: Seamos justos. Justos con la humanidad, justos con el pueblo en que vivimos, justos con la familia que formamos y justos con nosotros mismos, contribuyendo a que todos nuestros semejantes cojan y saboreen su parte de felicidad, pero no dejando de perseguir y disfrutar la nuestra.

          La justicia consiste en dar a cada hombre lo que legítimamente le corresponde; démonos, pues, a nosotros mismos la parte que nos toca en los bienes de la Tierra. El nacer nos impone la obligación de vivir, y esta obligación nos da el derecho de tomar, no sólo lo necesario sino lo cómodo y lo agradable. Se compara la vida del hombre con un viaje en el mar. Si la Tierra es un buque y nosotros somos pasajeros, hagamos lo posible para viajar en primera clase, teniendo buen aire, buen camarote y buena comida, en vez de resignarnos a quedar en el fondo de la cala donde se respira una atmósfera pestilente, se duerme sobre maderos podridos por la humedad y se consume los desperdicios de bocas afortunadas. ¿Abundan las provisiones? pues todos a comer según su necesidad. ¿Escasean los víveres? pues todos a ración, desde el capitán hasta el ínfimo grumete.

          La resignación y el sacrificio, innecesariamente practicados, nos volverán injustos con nosotros mismos. Cierto, por el sacrificio y la abnegación de almas heroicas, la Humanidad va entrando en el camino de la justicia. Más que reyes y conquistadores merecen vivir en la Historia y en el corazón de la muchedumbre los simples individuos que pospusieron su felicidad a la felicidad de sus semejantes, los que en la arena muerta del egoísmo derramaron las aguas vivas del amor. Si el hombre pudiera convertirse en sobrehumano, lo conseguiría por el sacrificio. Pero el sacrificio tiene que ser voluntario. No puede aceptarse que los poseedores digan a los desposeídos: sacrifíquense y ganen el cielo, en tanto que nosotros nos apoderamos de la Tierra.

          Lo que nos toca, debemos tomarlo porque los monopolizadores, difícilmente nos lo concederán de buena fe y por un arranque espontáneo. Los 4 de agosto encierran más aparato que realidad: los nobles renuncian a un privilegio, en seguida reclaman dos; los sacerdotes se despojan hoy del diezmo, y mañana existen el diezmo y las primicias. Como símbolo de propiedad, los antiguos romanos eligieron el objeto más significativo -una lanza. Este símbolo ha de interpretarse así: la posesión de una cosa no se funda en la justicia sino en la fuerza; el poseedor no discute, hiere; el corazón del propietario encierra dos cualidades del hierro: dureza y frialdad. Según los conocedores del idioma hebreo, Caín significa el primer propietario. No extrañemos si un socialista del siglo XIX, al mirar en Caín el primer detentador del suelo y el primer fratricida, se valga de esa coincidencia para deducir una pavorosa conclusión: La propiedad es el asesinato.

          Pues bien, si unos hieren y no razonan ¿qué harán los otros? Desde que no se niega a las naciones el derecho de insurrección para derrocar a sus malos gobiernos, debe concederse a la Humanidad ese mismo derecho para sacudirse de sus inexorables explotadores. Y la concesión hoy es un credo universal: teóricamente, la revolución está consumada porque nadie niega las iniquidades del régimen actual, ni deja de reconocer la necesidad de reformas que mejoren la condición del proletariado. (¿No hay hasta un socialismo católico?) Prácticamente, no lo estará sin luchas ni sangre, porque los mismos que reconocen la legitimidad de las reivindicaciones sociales, no ceden un palmo en el terreno de sus conveniencias: en la boca llevan palabras de justicia, en el pecho guardan obras de iniquidad.

          Sin embargo, muchos no ven o fingen no ver el movimiento que se espera en el fondo de las modernas sociedades. Nada les dice la muerte de las creencias, nada el amenguamiento del amor patrio, nada la solidaridad de los proletarios, sin distinción de razas ni de nacionalidades. Oyen un clamor lejano, y no distinguen que es el grito de los hambrientos lanzados a las conquista del pan; sienten la trepidación del suelo, y no comprenden que es el paso de la revolución en marcha; respiran en atmósfera saturada por hedores de cadáver, y no perciben que ellos y todo el mundo burgués son quienes exhalan el olor a muerto.

          Mañana, cuando surjan olas de proletarios que se lancen a embestir contra los muros de la vieja sociedad, los depredadores y los opresores palparán que les llegó la hora de la batalla decisiva y sin cuartel. Apelarán a sus ejércitos, pero los soldados contarán en el número de los rebeldes; clamarán al cielo, pero sus dioses permanecerán mudos y sordos. Entonces huirán a fortificarse en castillos y palacios, creyendo que de alguna parte habrá de venirles algún auxilio. Al ver que el auxilio no llega y que el oleaje de cabezas amenazadoras hierve en los cuatro puntos del horizonte, se mirarán a las caras y sintiendo piedad de sí mismos (los que nunca la sintieron de nadie) repetirán con espanto: ¡Es la inundación de los bárbaros! Mas una voz, formada por el estruendo de innumerables voces, responderá: No somos la inundación de los bárbaros; somos el diluvio de la justicia.

Manuel González Prada
(1848-1918)

Discurso leído el 1º de Mayo de 1905 en la
Federación de Obreros Panaderos. Lima – Perú

Reproducido en Labor, Año 1 Nº 8, págs. 1-2
1º de Mayo de 1929. Lima – Perú


COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
9 de octubre de 2015

viernes, 14 de agosto de 2015

COSIFICACIÓN DE LOS INTELECTUALES: MERCADERES O REVOLUCIONARIOS









   "En la lucha por el éxito pueden triunfar los mediocres, pues se adaptan mejor a las modas ideológicas reinantes." "... la falta de creencias sólidamente cimentadas convierte al mediocre en fanático." "La verdadera contradicción, la que esteriliza el esfuerzo y el pensamiento, reside en la deshilvanada heterogeneidad que empalaga las obras de los mediocres. Viven éstos con la pesadilla del juicio ajeno y hablan con énfasis para que muchos les escuchen aunque no les entiendan; en su cerebro anidan todas las ortodoxias, no atreviéndose a bostezar sin metrónomo." José Ingenieros, El hombre Mediocre.


Ricardo Palma decía, para ser preciso al escribir versos: “Forme usted líneas de medida iguales, y luego en la fila las coloca juntas poniendo consonantes en las puntas; -¿Y en el medio? - ¿En el medio? ¡Ese es el cuento! Hay que poner talento”. Ese es el punto, TALENTO. El intelectual revolucionario o el artista de talento, no tiene una preocupación obsesiva por los derechos de autor, por las regalías, contratos, etc.

El artista de talento, cuyo arte brota de lo más profundo de su ser, vale decir, de su pueblo: se realiza en su arte. No se preocupa si pierde en una mala transacción una o más obras, pues, nadie podrá despojarlo de su talento. En cambio, el artista mediocre, el copista o el imitador, siempre tendrá una preocupación obsesiva por los derechos de autor.

Las preocupaciones de la inteligencia resultan, sobre todo, utilitarias, porque el ideal de nuestra época es la ganancia y el ahorro. La acumulación de riquezas aparece como la mayor finalidad de la vida humana. Oficialmente, legisladores y portavoces del régimen capitalista, preconizan el ahorro y la inversión; pero, extraoficialmente se inculca una serie de valores contrarios al ahorro y la producción. Lo cual no es nada extraño, a un orden socio-económico que tiene al mercado como fin supremo. En el mundo de la televisión, los creadores y constructores brillan por su ausencia; el consumo, el ocio y el despilfarro, es el paradigma. La neurosis obsesiva, enfermedad psico-social, es inseparable al capitalismo y desaparecerá conforme se extinga el régimen de la propiedad privada.

El capitalismo es un sistema económico, regido esencialmente por valores cuantitativos, es decir, valores de cambio. El intelectual se encuentra natural, espontánea y orgánicamente inmerso y en contradicción con el universo capitalista. Para un artista, un cuadro es ante todo bello. Para el capitalista, es ante todo ¡un objeto que vale 1’000,000! Allí encontramos la oposición entre dos mundos profundamente heterogéneos. En la medida que el intelectual resiste no puede sino volverse instintiva y visceralmente anticapitalista.  No es sino en la medida en que capitula, en la medida en que acepta someter al dominio de los valores de cambio su universo ideológico–cultural, como es integrado al capitalismo.

La inteligencia es una víctima más, en mayor o menor grado, del mercantilismo capitalista. No puede sobrevivir al margen de las apetencias materiales, del influjo del valor de cambio, de lo cuantitativo.

El homo economicus, en cierta categoría de intelectuales, se expresa en un cálculo mezquino y astuto, pero sin profundidad ni horizonte, incapaz de trascender el más estrecho interés individual. Sucumbe ante el poder sugestivo y avasallador de la propiedad privada. La obsesiva preocupación por los “derechos de autor” no es otra cosa que una manifestación inconsciente del sometimiento al universo capitalista. Es que el éxito intelectual es medido por el beneficio económico.

Cuando el criterio económico se impone y sustituye al criterio docente, literario o artístico el intelectual deviene en un mercader de obras. Esto es, se convierte en un vendedor potencial de sus facultades espirituales cosificadas: la subjetividad misma, el saber, el temperamento, la facultad de expresión, se convierten en una mercancía, que se pone en movimiento según leyes propias, independientes de la personalidad del individuo.

El caso del periodista revela del modo más grotesco “la falta de conciencia y de ideas” que lo conducen a prostituir sus vivencias y convicciones. Honoré de Balzac en su novela Ilusiones perdidas realiza un análisis lúcido e implacable de la cosificación del periodista en el siguiente dialogo:

“¿Depende usted de lo que escribe? – dice Vernou con un aire burlón. – Pues somos comerciantes en frases, y vivimos de nuestro comercio.”

El poder del dinero, “vil ramera de los hombres” (Shakespeare), corrompe y prostituye al más avisado de los mortales. Así, la satisfacción de sus necesidades individuales, constituye el único norte de su acción que no le permite ver en los demás sino rivales en la lucha por los escasos bienes; al mismo tiempo, descubre en sus facultades espirituales, instrumentos potencialmente eficacísimos de los que por todos los medios intenta valerse para alcanzar el “éxito”. Para este tipo de intelectual su realización individual es un fin. Ya no se trata de que el intelectual sea un vehículo para la realización del género humano. Todo lo contrario. El género queda subordinado al individuo, la esencia a la existencia y la sociedad se disuelve en una pluralidad de átomos aislados.

          El artista como el escritor es la personificación de la libertad. Su creatividad tramonta los linderos de la realidad en la medida que su imaginación lo conduce. El pincel o la pluma no encuentran límites, fronteras, que detengan su férrea voluntad de imprimir lo que su imaginación le dicta. Encuentra en la realidad los elementos que constituyen las piedras angulares del edificio que construye.  Pero, siempre, rompe los cánones de lo tradicional, de la visión habitual de la realidad: conformista o poltrona. Su arte irrumpe cuál Pegaso en monte pletórico de cabras, provocando una estampida de criticas, las más de las veces mal intencionadas.

El intelectual enfrenta la contradicción entre ser y deber ser, valores y realidad, ética y política, condiciones materiales y voluntad. Este abismo entre el ideal o deber-ser y la realidad existente, entre la aceptación de la estructura social dada y la voluntad abstracta, puramente subjetiva, de modificarla, puede conducir al fatalismo o al utopismo. Cuando el hombre sucumbe ante el determinismo económico cae en la más pueril de las servidumbres a los valores de cambio. Cuando deja que la imaginación, la ética, los valores, se separen de la realidad se precipita hacia un voluntarismo estéril y sectario. Por otra parte, cuando la imaginación deja de tener contacto con la realidad, el intelectual puede precipitarse hacia la locura. En especial, cuando sobre valora su capacidad y la realidad abofetea su egocentrismo, encuentra en los delirios de infinitud el arma defensiva frente a una realidad aplastante. Su incapacidad para aceptar sus limitaciones lo puede conducir a la pérdida casi absoluta de la noción de la realidad. Y su imaginación revoletea en torno de molinos de viento, cual Quijote.

El talento de todo hombre de letras encuentra el delicado “equilibrio” entre la realidad y la imaginación. Cervantes, por ejemplo, en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha nos entrega la perfecta fusión de ilusión y realidad. En su obra, el legendario Jinete de la Mancha carecería de brío sin la célebre figura de Sancho, el hombre práctico. Sus principales personajes se  complementan como las dos caras de una moneda. Así, la vitalidad de la inmortal obra del Manco de Lepanto brota de la complementariedad y dependencia de Don Quijote y su fiel escudero Sancho. Del mismo modo, en política, el programa prospectivo es el complemento necesario del programa reivindicativo. Sin un programa del futuro, la energía social liberada por el programa del presente se diluye en una nueva máscara del viejo orden. Sin un programa del presente, la revolución social es simplemente una quimera, sueños de opio sin un ápice de realismo. Los programas que triunfan no se elaboran sobre caprichos sino sobre necesidades vitales, pero sobre todo, en base a tendencias socioeconómicas.

Tacna, 01 Noviembre 2009
Edgar Bolaños Marín

Revisada: agosto 2015, http://tacnacomunitaria.blogspot.com

martes, 24 de febrero de 2015

INTELECTUAL BURGUÉS E INTELECTUAL ORGÁNICO: VIEJA DISCUSIÓN, NUEVOS PROBLEMAS





Ofensiva Intelectual
24-02-2015

La discusión sobre la importancia del pensamiento crítico y de las y los intelectuales para la transformación social y la construcción de un mundo más justo para todos y todas no es nueva. Tampoco son nuevos los argumentos y las posturas reduccionistas que imputan esta importancia y pretenden menospreciar el trabajo intelectual. Las posturas anti-intelectuales no son para nada ingenuas y tienen una consecuencia política muy clara y de largo alcance: despojar a los pueblos de su capacidad para construir un horizonte alternativo de pensamiento contrahegemónico al sistema capitalista. En otros términos, buscan impedir el despertar de las conciencias[1] antes de que ellas se unifiquen en un bloque de poder para la transformación. 

La historia nos muestra que el pensamiento puede ser instrumento para la dominación o para la liberación. 

En el primer reglón (pensamiento para la dominación) encontramos a los y las intelectuales burgueses. Este tipo de intelectuales personifican la división del trabajo que motoriza al capitalismo y que quiere separar, para los fines de ordenar mejor las tareas en vistas a la acumulación, el trabajo manual y el trabajo “intelectual”. Con ello, se montan sobre la estructura de dominación capitalista para preservarla, ampliarla y perfeccionarla; pero ya no a nivel material, sino a nivel de las mentes de los hombres y mujeres explotados y explotadas[2]. Como ejemplos podemos mencionar los llamados tanques de pensamiento del imperialismo norteamericano y los cuantiosos recursos que invierten para la investigación social, cultural, antropológica, etnológica y hasta arqueológica para conocer mejor a las sociedades dominadas (o por dominar). Un estudio agudo del uso de la antropología para la acción contra-insurgente la encontramos en el libro de Gilberto López y Rivas Estudiando la Contrainsurgencia de Estados Unidos. Manuales, mentalidades y usos de la antropología. Junto con los marines y las bombas que colonizan el territorio y los cuerpos, llegan los “asesores” que colonizan las mentes (y los bolsillos). 

Otro ejemplo histórico lo encontramos en influyentes ideólogos como Georg Kennan, principal creador de la política de contención implementada por Estados Unidos en contra de la extinta Unión Soviética. En 1951 Kennan lograría la creación, con el apoyo del presidente Harry Truman, del Consejo de Estrategia Psicológica; desde este se desarrollaría la tesis (aún vigente e instrumentada) de utilizar las élites locales de los países intervenidos como correa de transmisión de los intereses estadounidenses. 

En el segundo reglón (pensamiento para la liberación), encontramos a los y las intelectuales orgánicos/as (o de izquierda). Los y las intelectuales orgánicos/as personifican las voces de las/os excluidas/os y dominadas/os (sin ser, evidentemente, su última expresión), hacen parte de las luchas que libran los pueblos contra los diversos mecanismos de dominación e interpelan la división del trabajo reconociendo que la separación entre trabajo físico e “intelectual” tal y como la postula el capitalismo es falsa. Es falsa, primero, porque todo trabajo es trabajo físico en cuanto implica gasto de energía, movimiento corporal de músculos, cerebro, etc; y, a su vez, todo trabajo es también trabajo intelectual porque conlleva la aplicación práctica de un saber particular. 

En segundo lugar, la diferencia recae, entonces, no en el trabajo en sí mismo, sino en el producto de los diversos procesos de trabajo; es decir, el trabajo que implica una mayor actividad manual tiene un producto inmediatamente tangible, por ejemplo, una casa. Por el contrario, el trabajo llamado intelectual tiene un producto inmaterial, por ejemplo, un discurso político. Ambos son producto del esfuerzo corporal (físico y mental a un mismo tiempo) de alguna persona o grupo de personas, que pudieran estar siendo explotadas o no. Además, el y la intelectual orgánico/a vive en carne propia el pulso político de su época, haciendo parte de una comunidad de lucha y tributando en todo momento a dicha comunidad. 

Como muestra de intelectual orgánico podríamos mencionar ejemplos históricos como los de Antonio Garamci, encarcelado por el fascismo italiano, o Miguel Hernández encarcelado por la dictadura franquista, personas cuyas obras intelectuales significaban un peligro para el sostenimiento de los respectivos regímenes de dominación contra los cuales lucharon; y significaban un peligro por las consecuencias prácticas que tenían sus ideas plasmadas en papel y tinta. Monseñor Romero, obispo del Salvador, asesinado durante una homilía en la que reflexionaba sobra la situación política de su país es otro ejemplo de intelectual orgánico comprometido con las causas populares y justas de la humanidad, y quien hizo de su pensamiento un arma para alimentar y despertar conciencias. 

Las enseñanzas de la historia están para quienes se aboquen a su escudriñamiento. Ahora, si bien las posturas anti-intelectuales no son nuevas, sí son novedad los problemas particulares que plantean en la actualidad. Al hacerse eco de la visión burguesa arriba mencionada, pretenden descalificar todo trabajo intelectual orgánico, cuyo proceso es parte del movimiento de lucha de los pueblos. De igual manera, generan matrices de opinión contrarias a la formación y educación sistemática, obviando que toda civilización siempre se ha preocupado por la educación sistemática de los sujetos que la conforman; por ello, la construcción de nuestro socialismo bolivariano no puede dejar de lado éste elemento fundamental en el andar histórico de las sociedades para la superación de sus condiciones de alienación y dominación. 

A nivel de la vida pública, estas posturas han venido accediendo a espacios medios de toma de decisiones que imponen una visión distorsionada de la relación entre las instituciones estatales y las comunidades organizadas obviando, entre otras cosas, que los cuadros revolucionarios que hacen vida en estas instituciones no son ajenos ni a la realidad comunitaria de la que provienen y en las que muchas veces hacen militancia política, ni al pulso político que vive la sociedad. De igual manera, pretenden hacer una apertura de las instituciones y sus mecanismos de administración burocrática para la participación popular, consiguiendo, no una transformación revolucionaria de las mismas y sus procesos de ejercicio del poder, sino una desarticulación completa de ellas y su destrucción sin superación, es decir, sin beneficio político alguno más allá de su funcionalidad a corto plazo para intereses particulares. 

Un proceso revolucionario que se ha propuesto la construcción de una sociedad socialista no puede permitir que el proceso de transición esté marcado de fisuras y grietas que puedan horadar, desde el comienzo, las bases de la sociedad nueva. Como postulará nuestro Che Guevara, conciencia más productividad era igual a socialismo[3]; y en la transformación de las conciencias, como nunca dejó de señalar nuestro Comandante Chávez[4], el pensamiento crítico y los y las intelectuales orgánicos/as son fundamentales.

Notas:
[1] En un artículo anterior mostré la concepción de nuestro Comandante Chávez sobre la importancia del Pensamiento Crítico para el despertar de las conciencias. Véase: http://humanidadenred.org.ve/chavez-pensador-critico-por-roger-a-landa-reyes/
[2] Uno de los pensadores latinoamericanos que mejor atendió está situación fue Ludovico Silva. Véase en especial su libro: La plusvalía ideológica. Fondo Editorial Ipasme:Caracas, 2006. Para un resumen de la postura de Ludovico esbozada en dicho texto véase: http://humanidadenred.org.ve/plusvalia-ideologica-por-roger-landa/
[3] Véase su discurso de entrega del Premio Libertador al Pensamiento Crítico 2008 en: Un grito desde la humanidad y por la humanidad, Editorial El Perro y la Rana: Caracas, 2014. También la cita en el artículo arriba mencionado: http://humanidadenred.org.ve/chavez-pensador-critico-por-roger-a-landa-reyes/
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=195765