"En la lucha por el éxito pueden
triunfar los mediocres, pues se adaptan mejor a las modas ideológicas reinantes."
"... la
falta de creencias sólidamente cimentadas convierte al mediocre en fanático." "La
verdadera contradicción, la que esteriliza el esfuerzo y el pensamiento, reside
en la deshilvanada heterogeneidad que empalaga las obras de los mediocres.
Viven éstos con la pesadilla del juicio ajeno y hablan con énfasis para que
muchos les escuchen aunque no les entiendan; en su cerebro anidan todas las
ortodoxias, no atreviéndose a bostezar sin metrónomo." José Ingenieros, El
hombre Mediocre.
Ricardo Palma decía,
para ser preciso al escribir versos: “Forme usted líneas de medida iguales, y
luego en la fila las coloca juntas poniendo consonantes en las puntas; -¿Y en
el medio? - ¿En el medio? ¡Ese es el cuento! Hay que poner talento”. Ese es el
punto, TALENTO. El intelectual revolucionario o el artista de talento, no tiene
una preocupación obsesiva por los derechos de autor, por las regalías,
contratos, etc.
El artista de talento,
cuyo arte brota de lo más profundo de su ser, vale decir, de su pueblo: se
realiza en su arte. No se preocupa si pierde en una mala transacción una o más
obras, pues, nadie podrá despojarlo de su talento. En cambio, el artista
mediocre, el copista o el imitador, siempre tendrá una preocupación obsesiva
por los derechos de autor.
Las preocupaciones de la inteligencia resultan, sobre todo, utilitarias,
porque el ideal de nuestra época es la ganancia y el ahorro. La acumulación
de riquezas aparece como la mayor finalidad de la vida humana. Oficialmente, legisladores y portavoces del
régimen capitalista, preconizan el ahorro y la inversión; pero,
extraoficialmente se inculca una serie de valores contrarios al ahorro y la
producción. Lo cual no es nada extraño, a un orden socio-económico que tiene al
mercado como fin supremo. En el mundo de la televisión, los creadores y
constructores brillan por su ausencia; el consumo, el ocio y el despilfarro, es
el paradigma. La neurosis obsesiva, enfermedad psico-social, es
inseparable al capitalismo y desaparecerá conforme se extinga el régimen de la
propiedad privada.
El capitalismo es un
sistema económico, regido esencialmente por valores cuantitativos, es decir,
valores de cambio. El intelectual se encuentra natural, espontánea y orgánicamente
inmerso y en contradicción con el universo capitalista. Para un artista, un
cuadro es ante todo bello. Para el capitalista, es ante todo ¡un objeto que
vale 1’000,000! Allí encontramos la oposición entre dos mundos profundamente
heterogéneos. En la medida que el intelectual resiste no puede sino volverse
instintiva y visceralmente anticapitalista.
No es sino en la medida en que capitula, en la medida en que acepta
someter al dominio de los valores de cambio su universo ideológico–cultural,
como es integrado al capitalismo.
La inteligencia es una
víctima más, en mayor o menor grado, del mercantilismo capitalista. No puede
sobrevivir al margen de las apetencias materiales, del influjo del valor de
cambio, de lo cuantitativo.
El homo economicus, en cierta categoría de intelectuales, se expresa
en un cálculo mezquino y astuto, pero sin profundidad ni horizonte, incapaz de
trascender el más estrecho interés individual. Sucumbe ante el poder sugestivo
y avasallador de la propiedad privada. La obsesiva preocupación por los
“derechos de autor” no es otra cosa que una manifestación inconsciente del
sometimiento al universo capitalista. Es que el éxito intelectual es medido por
el beneficio económico.
Cuando el criterio
económico se impone y sustituye al criterio docente, literario o artístico el
intelectual deviene en un mercader de obras. Esto es, se convierte en un
vendedor potencial de sus facultades espirituales cosificadas: la subjetividad
misma, el saber, el temperamento, la facultad de expresión, se convierten en
una mercancía, que se pone en movimiento según leyes propias, independientes de
la personalidad del individuo.
El caso del periodista
revela del modo más grotesco “la falta de conciencia y de ideas” que lo
conducen a prostituir sus vivencias y convicciones. Honoré de Balzac en su
novela Ilusiones perdidas realiza un
análisis lúcido e implacable de la cosificación del periodista en el siguiente
dialogo:
“¿Depende usted de lo
que escribe? – dice Vernou con un aire burlón. – Pues somos comerciantes en
frases, y vivimos de nuestro comercio.”
El poder del dinero, “vil ramera de los hombres” (Shakespeare), corrompe y prostituye al más
avisado de los mortales. Así, la satisfacción de sus necesidades
individuales, constituye el único norte de su acción que no le permite ver en
los demás sino rivales en la lucha por los escasos bienes; al mismo tiempo,
descubre en sus facultades espirituales, instrumentos potencialmente
eficacísimos de los que por todos los medios intenta valerse para alcanzar el “éxito”.
Para este tipo de intelectual su realización individual es un fin. Ya no se
trata de que el intelectual sea un vehículo para la realización del género
humano. Todo lo contrario. El género queda subordinado al individuo, la esencia
a la existencia y la sociedad se disuelve en una pluralidad de átomos aislados.
El artista como el escritor es la
personificación de la libertad. Su creatividad tramonta los linderos de la
realidad en la medida que su imaginación lo conduce. El pincel o la pluma no
encuentran límites, fronteras, que detengan su férrea voluntad de imprimir lo
que su imaginación le dicta. Encuentra en la realidad los elementos que
constituyen las piedras angulares del edificio que construye. Pero, siempre, rompe los cánones de lo
tradicional, de la visión habitual de la realidad: conformista o poltrona. Su
arte irrumpe cuál Pegaso en monte
pletórico de cabras, provocando una estampida de criticas, las más de las
veces mal intencionadas.
El intelectual enfrenta
la contradicción entre ser y deber ser, valores y realidad, ética y política,
condiciones materiales y voluntad. Este abismo entre el ideal o deber-ser y la
realidad existente, entre la aceptación de la estructura social dada y la
voluntad abstracta, puramente subjetiva, de modificarla, puede conducir al
fatalismo o al utopismo. Cuando el hombre sucumbe ante el determinismo
económico cae en la más pueril de las servidumbres a los valores de cambio.
Cuando deja que la imaginación, la ética, los valores, se separen de la
realidad se precipita hacia un voluntarismo estéril y sectario. Por otra parte,
cuando la imaginación deja de tener contacto con la realidad, el intelectual
puede precipitarse hacia la locura. En especial, cuando sobre valora su
capacidad y la realidad abofetea su egocentrismo, encuentra en los delirios de
infinitud el arma defensiva frente a una realidad aplastante. Su incapacidad
para aceptar sus limitaciones lo puede conducir a la pérdida casi absoluta de
la noción de la realidad. Y su imaginación revoletea en torno de molinos de
viento, cual Quijote.
El
talento de todo hombre de letras encuentra el delicado “equilibrio” entre la
realidad y la imaginación. Cervantes, por ejemplo, en El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha nos entrega la
perfecta fusión de ilusión y realidad. En su obra, el legendario Jinete de la Mancha carecería de brío
sin la célebre figura de Sancho, el hombre práctico. Sus principales personajes
se complementan como las dos caras de
una moneda. Así, la vitalidad de la inmortal obra del Manco de Lepanto brota de la complementariedad y dependencia de Don
Quijote y su fiel escudero Sancho. Del mismo modo, en política, el programa
prospectivo es el complemento necesario del programa reivindicativo. Sin un
programa del futuro, la energía social liberada por el programa del presente se diluye
en una nueva máscara del viejo orden. Sin un programa del presente, la
revolución social es simplemente una quimera, sueños de opio sin un ápice de
realismo. Los programas que
triunfan no se elaboran sobre caprichos sino sobre necesidades vitales, pero
sobre todo, en base a tendencias socioeconómicas.
Tacna, 01 Noviembre 2009
Edgar Bolaños Marín
Revisada:
agosto 2015, http://tacnacomunitaria.blogspot.com
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