¿SERÁ POSIBLE ESTAR MUERTO EN VIDA UNO?
Como un burro trabaja, un socialista que se precie de su palabra…
Con el perdón del animalito de carga bruta.
Pero que más... hay que echarle.
En ese mundo que nos circunda no hay otra cosa mejor que leer para no
sentirse inútil frente al cerebro que no cesa de formar, reforma y rehacer la
realidad objetiva. Esas lecturas sobre los espacios cuánticos y las once
dimensiones de las teorías más elaboradas acercan tanto a uno a las vivencias
propias de la vida común, aunque incautamente hay quienes aseveran que el mundo
académico o las ciencias puras, o duras, son subterfugios para alejarse del
mundanal.
Todo lo contrario, el conocimiento elaborado, académico, imbuye en las
historias infinitas, aunque inimaginablemente infinitas retan a buscar
simplificarlas en “una” que describa a todas… Algo así como el ser social, o
parecido al pensamiento socialista cristiano comunitario…
Y eso de comuna suena tanto a sancocho de hueso que recuerdo mis jóvenes
días en la Universidad Central de Venezuela oyendo a un camarada militante del
pcv, judío, y sus lecciones sobre los KIBUTS, las comunas en el Israel que se
estaba haciendo de espacio firme.
Espacios de habitabilidad donde se compartía lavadero de ropa, cocina
comunal, espacios para esparcimiento, bienes producidos por los miembros de la
comuna, y demás cosas… Nunca oí que se compartiera la intimidad pero sí la
fraternidad era credencial de mérito y convivencia. No había joven comunista
que no pensara con atención en esta manera de convivir…
Ahora, las comunas en nuestro pueblo venezolano se asocian más a las
civilizaciones originarias, que persisten, que a la convivencia en esas cajas
de fósforo llamadas apartamentos, o las apretujadas ciudades llenas de
comercios y basura y cemento y asfalto, soledad e individualismo. O a eso
llamado barrios o rancherío donde ni la privacidad se conoce.
Y si no me comprendes lo que insinúo, pongamos el ejemplo de la obra
comunal de Chávez, Ciudad Caribia. El ejemplo moderno socialista a la
venezolana… o ciudad Tiuna. Ahora refugio de paramilitares y bandidos
bachaqueristas, votantes contrarios al PSUV y toda la izquierda. Como si fuese
la onceava dimensión olvidada por el denominador común que le engendró.
Te pregunto. ¿Estarías tú en condiciones de vivir en una comuna?
Digamos. Una comuna hecha entre un grupo de personas que se entienden y aceptan
comprometerse a compartir desde lo no hasta lo totalmente sí.
O una comuna decretada por la ley en un área donde de casualidad vives
tú. Soportarán tus hijos la convivencia entre pares y triples y cuartetas
iguales, aunque educados a la manera del facebook, twitter, gmail, cantv.net,
el nacional, correo del Orinoco, cnn, cñm, y todo lo que tenga que ver con el
capitalismo y su sostén consumista desmedido…
Resistirás tú sesiones de debates sobre planes y proyectos que movilicen
el quehacer de la comuna y aceptarías compromisos que te aparten de tu esfera
de existencia y acción terrenal
Yo por ejemplo exigiría mantener sesiones largas con mis libros sobre la
cuántica y la onceava dimensión y participaría de todo lo que no me distrajera.
Me encanta sembrar, pero en mi sitio de residencia solo quedan mis cuarenta metros
de tierra al frente, las demás casas ya tienen baldosas y sirven solo para
estacionar carros, motos y pasear a los bebes en andaderas. Además, pocos somos
revolucionarios comprometidos con el cambio de época para dar vida a la comuna
que podríamos formar o constituir. Donde vivo todos somos empleados públicos de
oficina y compramos pan hecho en la panadería, y pasteles y empanadas en la
residencia Domingo Salazar, todos tenemos carro menos uno que otro inquilino, y
poco nos hablamos porque no hay momento del día que no estemos ocupados… De
vainita nos saludamos.
Compartir hasta el trueque dicen los románticos que nunca han compartido
más que el verbo, pero cuando de cosas se trata no dejamos de observar el valor
de uso y el valor de cambio, y no denunciamos a los tracaleros que revenden
como hijos de puta con puto, ni acusamos a los verduleros, panaderos, heladeros
y pulperos que no declaran el IVA que nos “pelan” en cada compra que les
hacemos. Es decir, pareciera que de la tercera a la cuarta dimensión cuesta una
bola pasar, dígame qué será de allí pa’llá.
Pero como Martín está gasta que gasta neuronas dándonos credenciales de
mérito para que nos involucremos en eso de las comunas, voy a soltarte esta
perla que revuelca a uno en su orgullo propio. Dígame yo que me peleo con mi
amor querido y no conseguimos cómo salir del peo porque no hallamos la forma en
que no salgamos mal parados, me refiero al inteligente orgullo del ser.
Martín insiste en la formación ideológica cristiana, la originaria, la
verdadera comunidad socialmente probada y funcional, pero la misma que los
católicos volvieron mierda para hacerse del poder en el imperio romano. No
falta quien diga que Martín es un iluso, y que yo también lo soy por seguirle,
pero como escribir es un don y da placer, me he tomado la molestia de molestar
tu tranquilidad para alborotar tu paciencia y hacerte pensar en que ser bueno
no es malo, además, vale la pena amar, y amarse comunitariamente es de pinga…
Yo recuerdo mis años de niño y joven en Naguanagua en las fiestas patronales de
la Begoña en agosto. Era machete y todo el mundo salía con su mejor ropita y
compartía producción, fiesta y parranda, y hasta un primer amor besé en un
carrusel… Así que no es tan mala la vaina de las comunas, lo que hay es que echarle
pichón y senos, y estar dispuestos a construir algo diferente donde nadie se
joda en el otro porque será mal visto, castigado y sometido a la conducta del
buen ciudadano…
Vamos a leer a Martín y sigo yo después con mi cantaleta.
Un abrazote a todos y besos para mi amor querido.
Saludos
Gilberto Perdomo
CONSTRUYENDO LA COMUNA:
EL EJERCICIO DE LA AUTORIDAD
Y EL RESPETO ABSOLUTO A LA LEY
Por Martín Guédez
Históricamente el ejercicio de la autoridad ha devenido en diversas
formas de enajenación de la soberanía intransferible de la comunidad. En ese
sueño maravilloso y alcanzado que fue la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas, el deslizamiento producido de mano de unos vicios hasta pasar del
originario “Todo el poder para los consejos” a “Todo el poder para el partido”
es una prueba indudable de cómo se debe construir la autoridad sin que esta
devenga en tiranía.
Toda comunidad debe desarrollar en su seno el servicio de la autoridad.
Una autoridad que emane de la intransferible soberanía del pueblo y entendida
como aquella autoridad que procura y alcanza el bien común, con las gradaciones
propias del proceso de cambio. En este caso sea esta una autoridad proveniente
de cualquiera de los estadios del poder constituido (local, municipal, estadal o
nacional) o del poder nacido del propio quehacer de la comuna (Consejo
Comunal). Una autoridad necesariamente asociada al servicio y no al mando.
Cuanta más rica sea una Comunidad en presencias carismáticas más necesaria se
hace la presencia de esta saludable autoridad. Sin ese servicio a la autoridad
el mundo interior de la comuna devine en caótico, y la expresión de los
diversos valores deriva en mutua e ineficaz neutralización.
Una comunidad en marcha tiene que disponer del correcto discernimiento
socialista que, a largo plazo, podría no ser convenientemente animado,
coordinado y realizado sin el servicio de esa autoridad. Es la autoridad
comunitaria la que evitará que los distintos carismas e intereses presentes se
excomulguen mutuamente. Por un lado definiendo tareas específicas, pero por
otro lado determinando con claridad que estos no son roles que supongan
privilegios sino servicio.
Si el bien común es el fin de la Política (con mayúscula), la autoridad
es el medio para alcanzar ese fin y un medio más que necesario. La consecución
del bien común constituye la razón misma de la autoridad. Al menos cuatro
aspectos deben ser considerados con respecto a la formación y ejercicio de esta
autoridad: su necesidad, sus funciones, sus límites y sus posibles defectos.
Veamos:
a)
La autoridad es necesaria en la comunidad para coordinar y tender hacia el bien
común de la misma. Determinar las normas e imponer su cumplimiento a los
miembros que pudieren anteponer su bien particular o privado al bien de la
comunidad a la que pertenecen es fundamental. Hacerlo en perfecta coordinación
con el poder constituyente comunal es tarea más que necesaria, imprescindible.
b)
La ley suprema del funcionamiento de la autoridad exige que esta intervenga
sólo en la medida exacta en que lo exija el bien común. Si exige más de lo que
demanda el bien común habrá abuso de autoridad; si exige menos habrá
deficiencia de autoridad.
En ambos casos son los equilibrios y el dinamismo interno entre la
Comunidad y sus autoridades internas (Consejo Comunal, voceros, etc.), así como
su relación equilibrada y soberana con las autoridades externas (Ministerios,
Gobernaciones, Alcaldías, etc.) en su marcha hacia el socialismo las que
evitarán desviaciones. Estos equilibrios deben ser cuidados con esmero para
evitar la tentación siempre presente de asumir roles de privilegio en desmedro
de la soberanía popular. El ejercicio de la autoridad debe estar siempre
limitado por los derechos propios de las personas que integran la Comuna y por
el bien común de la misma. Una autoridad inconvenientemente ejercida concluirá
siempre en pérdida del poder popular y por consecuencia en autoridad
arbitraria, parcial y reproductora de las desviaciones propias de la sociedad
capitalista a la que debe superar y enterrar un mundo socialista.
Construyamos la Venezuela Comunal, es la tarea estratégica fundamental.
Hagámoslo entre todas y todos del modo que lo hace el sembrador que remueve,
trabaja y prepara la tierra para luego colocar y cuidar la semilla. Al hacerlo
así -sin concesiones- podremos esperar una abundante y rica cosecha comunal con
fruto al 10, al 100 y al 1.000 por uno.
¡VACILAR ES PERDERNOS!
¡PATRIA SOCIALISTA O MUERTE!
¡HASTA LA VICTORIA SIEMPRE!
¡¡¡VENCEREMOS!!!
de: Martín Guedez martinguedez@gmail.com [nuestramerica] <nuestramerica@yahoogrupos.com.mx>
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¡LECCIONES COMUNERAS PARA NUESTRO PUEBLO!
¡OJALÁ NO SEA TARDE!
Por: Martín Guédez
La historia es un profeta que mira hacia atrás. Olvidar las lecciones de
ese particular profetismo es poco menos que un boleto seguro a la derrota para
cualquier proceso revolucionario. El tan heroico cuan terrible episodio de la
Comuna de París es una página de la historia que grita con fuerza al oído de
todos los revolucionarios. El pueblo francés tuvo en sus manos la oportunidad
extraordinaria de haber dado un giro espléndido a favor de sus ansiados
intereses de igualdad, justicia, inclusión y libertad. La tuvo, pero se perdió.
También otros pueblos del mundo la hemos tenido, la tenemos, y la perdieron o
podemos perderla si no se aprenden los códigos que convierten el éxito en
desastre.
Con la Comuna ocurrió como acontece en muchos otros movimientos
populares, el camino que se inicia con espontaneidad sorprendente comienza a
mostrar nuevas y más conscientes motivaciones y objetivos. La guerra perdida
por Francia frente a Prusia en 1871, y los posteriores compromisos pecuniarios
que Adolphe Thiers hubo de contraer con el vencedor para asegurar el retiro de
las tropas prusianas del norte de Francia lo llevaron a proponer un aumento
general de los impuestos qué, junto a la necesidad de imponer el orden en Paris
en ese marco de rechazo a la victoria prusiana fue el disparador de la
revuelta.
El pueblo parisino se negó a aceptar la victoria prusiana y
consecuentemente a honrar los compromisos aceptados por Thiers. Esta
resistencia a la derrota pronto representaría un desafío incontrolable para el
gobierno asentado en Versalles. El pueblo, junto a la Guardia Nacional
Francesa, pronto distribuyó en los barrios parisinos los cañones abandonados
por el ejército regular. Un pueblo, ahora armado, era cuanto faltaba para una
revuelta en toda la regla. Thiers mismo afirmaba que la vida normal, el
comercio y las operaciones financieras sólo recomenzarían cuando los
“miserables fueran aniquilados y los cañones y las armas retomadas”.
Interesante cómo, a lo largo del tiempo, las clases privilegiadas utilizan
términos de desprecio para referirse a los pueblos. Hoy lo llaman chusma,
cerrícola o tierruco… ¡No aprenden! Ni aprenderán nunca. Ese es su talón de
Aquiles.
Precisamente el intento del gobierno por recapturar las armas de la
Guardia Nacional detonó la revolución. El pueblo parisino en la medida en que
despertaba aquella mañana de sábado, como una colmena bulliciosa, comenzó a
enfrentar a los soldados. De nuevo la memoria nos devuelve episodios populares
llenos de hermosa e irresistible espontaneidad, como el 27 de febrero de 1989,
o el 13 de abril de 2002 en Caracas, si recuerdan verán que es igualito lo mismo
¡Qué grande es el pueblo! La negativa de las tropas a disparar contra el pueblo
en Montmartre, se tradujo en llegar a fusilar a su propio comandante, eso
terminó de dar un giro total a la situación. Desconfiados de la lealtad de sus
soldados, el propio Thiers abandona Paris y decide la evacuación del gobierno y
las tropas hacia Versalles.
Esa misma noche, el edificio Hotel de Ville, -sede del ayuntamiento- fue
tomado junto a los restantes edificios públicos de la capital. Allí mismo se
inicia un proceso peligroso fruto de la insustancialidad y diversidad
ideológica de los líderes. En medio de una gran confusión, la decisión de tomar
la sede del gobierno se toma por la iniciativa de Brunell y los Blanquistas, no
sin la resistencia dubitativa de Bellevois, éste, nada menos que jefe del
Comité de la Guardia Nacional se oponía. La ausencia de coherencia en los
mandos convirtió a Paris en un pandemonio con un pueblo actuando sin orden ni
concierto ¿Será que no aprendemos?
De nuevo la inconsistencia ideológica del liderazgo resultó letal. Se
cometió un gravísimo error que traería terribles consecuencias. Mientras los
revolucionarios más claros, como Duval, Eudes, Brunel y en general todos los de
Montmartre veían claro que había que marchar sobre Versalles y asestar el golpe
final al enemigo, el Comité Central de la Guardia Nacional, en manos de
sectores menos radicales (léase reformistas) se preocupaba por el orden legal
del poder que el pueblo había puesto en sus manos. Así, en lugar de marchar
sobre Versalles, iniciaron negociaciones con el viejo cuerpo constitucional
para llamar a elecciones.
Hoy, como ayer, un verdadero revolucionario tendría que formularse la
pregunta que atribuyen a un comunero: ¿Qué significa la legalidad en tiempos de
revolución?. La respuesta la dieron los hechos. Así fue. La línea legalista
bajó por todo el cuerpo revolucionario como un dulce veneno que fue matando la
radicalidad necesaria produciendo desconcierto. Tuvo Moreau, quién era una
respetada figura de la literatura que persuadir al Comité Central, al grito de
“Viva la comuna”, para que, al menos, no abandonara el Hotel de Ville, pues el
desconcierto y la sensación de que lo alcanzado lo sobrepasaba le sugería
abandonar el emblemático edificio a la carrera.
Cierto que la corriente “legalista” tuvo su cuarto de hora de éxito.
¡Cuando no! Los legalistas siempre tienen su cuarto de hora. Las elecciones
fueron ganadas contundentemente por la clase obrera. La comuna se instaló, con
toda formalidad, en el Hotel de Ville y los batallones de la Guardia Nacional
pudieron leer los nombres de los elegidos, quienes vestidos de rojo entraron al
Hotel de Ville en tanto que los cañones anunciaban la proclamación “legal” de
la Comuna de Paris. ¡Conmovedora la escena!, pero… allí comenzaría, fatalmente,
el inexorable principio del fin. ¡Otra vez!
Los miembros de la Comuna, inexpertos en política, envueltos por aquel
maremagno encantador de las formas políticas burguesas se enfrascaron en
debates insulsos o en agrias discusiones en tanto que se descuidaba la
dirección política. Los mejores esfuerzos de hombres como Blanqui, naufragaron
al ser detenido éste por la policía, en tanto que los sectores obreristas se
perdieron sin organización ni medios de combate, dejando la situación en vía
libre para los representantes pequeño-burgueses.
El enemigo cuya existencia se perdonó llevada por los “oportunos”
legalismos, pronto dio signos de vida. La Comuna se instauró el 28 de marzo y
apenas el 2 de abril las tropas de Thiers iniciaron el ataque. El enemigo ignorado,
perdonado y subestimado, venía a cobrar el error revolucionario. De poco le
serviría a la Comuna la falta de radicalidad en su legislación social más
reformista que revolucionaria. El enemigo de clase no comprendería, mucho menos
perdonaría el pecado de haber desafiado a la burguesía. Un buen dato para
quienes en nuestros días buscan medidas aceptables para la burguesía nacional
por temor a su ira. Lo que se hizo en cuanto a la cancelación de alquileres
durante el período de asedio, sin tocar la propiedad privada, o el derecho de
mora por tres años de las facturas impagadas, en vez de proscribir la deuda, o
la instauración de la bolsa de desempleos que sólo afectaba a los
ayuntamientos, o la formación de cooperativas obreras, sin tocar las grandes
fábricas de los grandes capitalistas, fue suficiente para ganarse la ira de la
gran burguesía. De poco sirvieron los guiños hoy diríamos las concesiones al
“empresariado socialista”.
Thiers y la gran burguesía no tenían ninguna duda… A diferencia de
nosotros ellos nunca la tienen, la Comuna de Paris debía ser aplastada y punto.
Esta visión era compartida por la gran burguesía europea encolerizada con el
ejemplo de la Comuna. El gobierno alemán amenazó con emplear sus ejércitos si
Thiers no se daba prisa en destruir la Comuna. La gran burguesía supo, pronta y
claramente que la Comuna representaba un desafío socialista inaceptable. Las
dudas, el endulzamiento cómplice de las medidas comunales no engañó en ningún
momento a esta gran burguesía. Otro buen dato a tener muy en cuenta en nuestros
días. Si nuestra revolución lo es, y debe serlo, no descansarán en sus planes
por aplastarla. De poco servirán los manoseos (¡Epa Presidente Maduro!)
La Comuna devino en una gran fiesta popular. El pueblo, inmerso en su
festival liberador, excitado hasta el paroxismo, festejando como en un sueño,
perdió de vista el objeto fundamental de su ser: la instauración de una
sociedad igualitaria, socialista y libre. Se perdió un tiempo tan precioso qué,
no obstante las considerables fuerzas populares, no se hicieron planes para la
eventualidad de que las tropas entraran en París. No se previó lo más
previsible, así sería la borrachera de sueños y de eficaz la labor
distraccionista del secular enemigo. Así fue, las fuerzas del gobierno entraron
en París en medio de las más amargas y sangrientas luchas callejeras sin
perspectiva de victoria.
Lo que tenía que ocurrir, la verdad, es que ya había ocurrido, lo demás
era cuestión de tiempo. El pueblo comunero se preparó para el holocausto. Se
levantaron barricadas en el centro de París. Los niños traían carretadas de
tierra y las prostitutas de La Halle ayudaban a llenar los sacos. Piedras
amontonadas, un cañón aquí y una ametralladora allá más la Bandera Roja
ondeando en lo alto. Una escena de increíble plasticidad para la historia del
sacrificio de los pueblos. Un sacrificio más. El pueblo habría de pagar con su
sangre los errores de sus líderes. ¿Cuándo no?. Una orgía de sangre y muerte,
calles enteras fueron incendiadas, Paris en llamas. Por los lados de Saint
German a más de 15 kilómetros de Paris, la gente se reunía para ver el
espectáculo de París ardiendo. El sábado en la mañana la batalla había
terminado, los fusilamientos no, esos siguieron –tal como seguirán- cuando nos
toque. Todo el que hubiese estado conectado con la Comuna fue fusilado. Muertos
en número mayor que en las más sangrientas guerras y encarcelados por centenas
de millares.
Las consecuencias de los errores cometidos en la dirección de la Comuna,
no sólo terminó con miles de vidas y sueños en Francia, también lo hizo,
lúgubre legado, con el movimiento obrero francés y en general con todo el
movimiento obrero europeo y mundial. La burguesía había aprendido la lección.
El período de represión que sucedió a la Comuna fue desastroso tanto para el
movimiento obrero como para la Internacional. Por años, la policía al servicio
del aparato burgués, armada con poderes casi ilimitados, se dedicó a la
persecución de todos los activistas políticos, en tanto que el sistema judicial
los sometía a durísimas condenas por cualquier nimiedad. En pocos años, los
mejores líderes del movimiento obrero, estuvieron presos o muertos.
Una imprescindible lección para quienes hoy nos empeñamos en nuestra
Venezuela en la construcción de un modelo económico y social nuevo. El enemigo
burgués es más hábil y mucho más poderoso de lo que algunos quisieran creer. No
albergan una pizca de misericordia en sus corazones endurecidos por el dinero y
la ambición desmedida. Simulan, son buenos en el disfraz, inclementes en el
pase de facturas. Saben mucho sobre el arte del mal. Son tan malos por viejos…
como por diablos.
¡NO TENEMOS OPCIÓN:
SOCIALISMO O NOS ESPERA LA MUERTE!
¡¡¡VENCEREMOS!!!
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VIOLENCIA O PAZ, LA ELECCIÓN ES NUESTRA
Por: Martín Guédez
Resulta cada vez más evidente la conexión entre el clima de violencia
que se está imponiendo a la sociedad venezolana, los fines políticos inmediatos
de quienes hace años lo están construyendo y la deplorable ausencia de
decisiones radicales del Gobierno Bolivariano. No obstante, creo que esta
filosofía de la violencia trasciende el momento político y posee unas causas
más profundas e integrales que debemos analizar.
Estoy
persuadido de que, esta cosmovisión violenta responde a las necesidades propias
de un sistema económico, político y social que se nutre de ella. Estamos -como
pueblo- arribando a un punto culminante en la construcción consciente del
principio de autodestrucción. La estructura del sistema propicia y necesita de
este escenario general. Es la competitividad salvaje como medio de vida la que
requiere de este clima que el capitalismo convierte en principio generalizado.
La competitividad fortalece preponderantemente a la economía capitalista
de mercado. Se presenta como el motor secreto de todo el sistema de producción
y consumo. Quien es más fuerte o más vivo en la competencia en cuanto a los
precios, las facilidades y la variedad es el ganador. En la competitividad
opera implacable el darwinismo social: selecciona a los más fuertes. Estos
“merecen” sobrevivir, pues dinamizan la economía. Los más débiles son peso
muerto, por eso son incorporados o eliminados. Esa es la lógica feroz y
terrible del sistema capitalista que sufre el pueblo de Bolívar y Chávez
La competitividad ha invadido prácticamente todos los espacios sociales:
los lugares de trabajo, las universidades, las escuelas, los deportes, las
iglesias y hasta las familias. Para ser ganador la competitividad tiene que ser
agresiva. El más vivo, el que más consuma, el que más cabezas pise, ese es el
triunfador. No es de extrañarse que todo pase a ser oportunidad de ganancia y
se transforme en mercancía, desde los electrodomésticos hasta la religión, desde
las cremas adelgazantes hasta la cultura. Los espacios personales y sociales,
que tienen valor pero que no tienen precio, como la gratitud, la cooperación,
la amistad, el amor, la compasión y la devoción, se encuentran cada vez más
arrinconados, como una especie exótica despreciable y en vías de extinción. Sin
embargo, estos son los lugares donde respiramos humanamente lejos del juego de
los intereses. Su debilitamiento nos hace anémicos y nos deshumaniza.
En la medida en que prevalece sobre otros valores, la competitividad y
la ganancia provocan cada vez más tensiones, conflictos y violencias. Nadie
acepta perder ni ser devorado por otro. Lucha defendiéndose y lo hace atacando
al otro, borrando toda forma de cooperación. Ocurre que luego de la caída del socialismo
real, con la homogeneización del espacio económico de cuño capitalista,
acompañada por la cultura política neoliberal, privatista e individualista, los
dinamismos de la competencia fueron llevados al extremo que hoy sufrimos en
cualquier calle de nuestra Venezuela. En consecuencia, los conflictos
recrudecen y la voluntad de ganar con violencia no es refrenada sino vista como
normal y hasta familiar.
La potencia hegemónica de este satánico sistema, EE.UU., es el campeón
de la competitividad; emplea todos los medios, incluyendo las armas y el crimen
para ganar siempre sobre los demás. El modelo apetecible no es el de Jesús o
Bolívar sino el del banquero o el comerciante ladrón.
¿Cómo romper esta lógica férrea? Creo que rescatando y dando centralidad
a aquello que otrora nos hizo dar el salto de la brutalidad a la humanidad.
Veamos: Lo que nos hizo dejar atrás la bestialidad fue el principio de
cooperación y del cuidado mutuo. Nuestros aborígenes -no infestados totalmente
por el veneno capitalista- salían y aún salen en busca de alimento sólo que en
lugar de que cada cual coma solo y para sí mismo traen lo conseguido al grupo y
reparten solidariamente entre todos lo conseguido. De ahí nació la cooperación,
la sociabilidad y el lenguaje. Por este gesto inauguramos la especie humana.
Ante los más débiles, en lugar de entregarlos a la selección natural y que se
las arregle como pueda, inventamos el cuidado y la compasión para mantenerlos
vivos entre nosotros.
Hoy como ayer son los valores ligados a la cooperación, al cuidado y a
la compasión los que limitan la voracidad de la bestia, desarman los mecanismos
del odio y dan rostro humano a la fase superior de la humanidad. Trabajar entro
todos en este objetivo humanista es imprescindible. Es urgente comenzar ya, sin
demora, ahora mismo, para que no sea demasiado tarde. Podría ocurrirnos lo que
le aconteció al personaje que perdió el cielo porque dejó cerrar la puerta
abierta sólo para él distraído en otras minucias, o como le ocurre a un amigo
quién me dice -con estupendo sentido del humor- no ser multimillonario porque
“tiene el vicio de no jugar”. Este envite no lo podemos dejar pasar sin
consecuencias gravísimas. Los venezolanos estamos hoy frente a este dilema
hamletiano: ser o no ser. Elegir la opción que nos conduzca hacia una sociedad
basada en los principios de la cooperación, la solidaridad y el respeto,
contenida en la Constitución Bolivariana de 1999 y el legado de Chávez o tomar
el atajo oscuro y perverso de la competencia a cuchillo. A eso queda limitado
el campo de batalla por la vida o por la muerte. Por la solidaridad o por el
odio y el desprecio social. Por el humanismo o por la competencia salvaje. La
decisión está en nuestras manos. Yo sé muy bien cuál es mi elección, entre
otras cosas porque mi madre parió un hombre y NO un consumidor.
de: Martín Guedez martinguedez@gmail.com [nuestramerica] <nuestramerica@yahoogrupos.com.mx>
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fecha: 24 de agosto de 2015, 18:42
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Colectivo Perú Integral
31de agosto de 2015
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