Mostrando entradas con la etiqueta Burocracia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Burocracia. Mostrar todas las entradas

viernes, 27 de agosto de 2021

¿QUÉ PENSABA MARX DE LA DEMOCRACIA?

 

Monumento a Karl Marx en Chemnitz, Alemania

Bruno Leipold

Traducción: Valentín Huarte

Suele pensarse que Marx es un teórico que se dedicó exclusivamente a la economía. Pero el reconocido socialista fue también un demócrata convencido.

La idea de que las instituciones democráticas no funcionan se está volviendo cada vez más común. Pero los socialistas democráticos de todo el mundo son conscientes de que el movimiento por un orden social más justo es indisociable del impulso hacia la democratización de nuestros sistemas políticos.

En todos lados, los problemas parecen ser los mismos: la influencia de las élites y de las empresas sobre los procesos de decisión, los poderes ejecutivos que prescinden de todo tipo de control popular, los representantes distantes e irresponsables. Nuestros sistemas políticos alienan cada vez más a aquellos que están sometidos a sus decisiones y amenazan con obstaculizar la labor de cualquier gobierno socialista que logre llegar al poder. Menos evidentes son los cambios concretos que serían capaces de revertir la situación.

En este sentido, los escritos políticos y jurídicos de Marx son una fuente que merece cierta atención. Esto tal vez sea una sorpresa para mucha gente, dado que suele considerarse a Marx como un pensador exclusivamente económico, que tiene poco para decir sobre el diseño de las constituciones y de las instituciones políticas.

Y es verdad que Marx nunca escribió nada semejante a una teoría constitucional propia. Pero este gran socialista fue también un demócrata convencido. Sus escritos plantean una crítica bien matizada del constitucionalismo liberal y del gobierno representativo, a la vez que bosquejan la forma que podrían adoptar las nuevas instituciones populares capaces de reemplazarlos.

Muchas de estas ideas —la necesidad de garantizar la responsabilidad de los representantes, la importancia del poder legislativo sobre el ejecutivo y la necesidad de una transformación popular más amplia de los órganos estatales, especialmente de la burocracia— fueron inspiradas por la experiencia de la Comuna de París, levantamiento obrero que tomó brevemente el poder de la ciudad francesa entre marzo y mayo de 1871. También empalmaban con una tradición radical de pensamiento político más antigua, que abarca a los cartistas británicos, a los demócratas franceses y a los antifederalistas estadounidenses (tradición que Karma Nabulsi, Stuart White y yo exploramos en nuestro próximo libro, Radical Republicanism).

Sería un error concebir las ideas de Marx como una guía de acción que debe aplicarse rígidamente. Sucede que sus escritos no entran en detalles (lo que no debería sorprender viniendo de alguien que se opone a escribir «recetas para las cocinas del futuro»), pero, en realidad, ningún pensador debería ser tratado como un repositorio fijo de verdades. Con todo, cuando abordamos el problema de la democratización de nuestras instituciones políticas, los escritos de Marx son una fuente importante.

A la vez, estos escritos nos brindan la oportunidad de recordar la centralidad que tiene la democracia en el proyecto socialista. No solo es cierto que la democracia es una precondición esencial para construir el socialismo, sino que nuestra motivación para democratizar el sistema político emana de la misma fuente que nuestro deseo de democratizar la economía: la gente debería controlar las estructuras y las fuerzas que definen sus vidas.

«El sufragio universal serviría al pueblo»

Marx creía que el sufragio universal era un prerrequisito del socialismo. En sus momentos de mayor optimismo, pensaba que su «resultado inevitable […] es la supremacía política de la clase obrera».

Pero estaba preocupado porque pensaba que el gobierno representativo, al conceder una gran discreción a los funcionarios cuando debían definir su conducta en los cuerpos legislativos, debilitaba el potencial emancipatorio del voto. Las elecciones regulares brindan a los votantes un poder de sanción importante (pueden optar por echar a las autoridades que tuvieron un mal desempeño), pero los representantes no están atados formalmente a la voluntad del electorado. Marx creía que esto creaba funcionarios irresponsables, más proclives a representar sus propios intereses corporativos que los de sus votantes.

Proponía distintos mecanismos para achicar la brecha entre representantes y representados, con especial énfasis en los mandatos revocables. De esa forma, los ciudadanos tendrían el poder de sancionar inmediatamente a los representantes, sin tener que esperar años hasta las próximas elecciones. Marx destacaba cómicamente que, si bien los patrones confían en el «sufragio individual» para «colocar a cada hombre en el puesto que le corresponde y, si alguna vez se equivocan, reparan su error con presteza», se horrorizan frente a la idea de que el sufragio universal debería garantizar un poder similar para los votantes.

Marx también apoyaba el «mandato imperativo», es decir, un modo de representación en el que los funcionarios electos tienen la obligación de respetar las directivas de sus votantes. De esta manera, los ciudadanos tienen una influencia directa en el proceso legislativo y evitan que los funcionarios electos incumplan sus promesas de campaña. Por último, Marx criticaba los mandatos parlamentarios demasiado largos y abogaba por realizar elecciones con mucha más frecuencia. Al comentar la reivindicación cartista de elecciones anuales, Marx notó que era una de las «condiciones sin las que el sufragio universal se convertiría en una mera ilusión para la clase obrera».

En conjunto, argumentaba Marx, estas medidas transformarían el sistema de gobierno representativo: «En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembro de la clase dominante malinterpretará al pueblo en el parlamento, el sufragio universal […] serviría al pueblo».

En la política contemporánea, la izquierda no siempre tiene tanto éxito como la derecha a la hora de estimular la indignación frente a esos representantes irresponsables y distantes. Boris Johnson y sus amigos de los medios lograron convertir efectivamente la bronca de los votantes, que querían abandonar la UE durante el Brexit, en un relato que enfrentaba al «pueblo contra el parlamento». En Italia, la derecha populista del Movimiento 5 Estrellas tuvo mucho éxito cuando atacó a los políticos corruptos y prometió implementar un mandato imperativo entre sus representantes y sus miembros. Esto hace que los liberales rechacen de forma apresurada las críticas contra el gobierno representativo y las contramedidas como el mandato imperativo, argumentando que se trata de políticas populistas inaceptables.

Pero sería un error que la izquierda le cediera este terreno a la derecha. Es cierto que las sugerencias de Marx no nos brindan una fórmula institucional precisa, pero deben formar parte de nuestro arsenal constitucional cuando nos planteamos la posibilidad de tener representantes responsables y de garantizar que la voz y el voto de los ciudadanos cuenten realmente.

Una crítica al ejecutivo

A pesar de sus dudas en cuanto a la democracia representativa, Marx pensaba que el poder legislativo era fundamental en toda política democrática. Elogiaba a la Comuna de París por haberles asignado a los miembros del consejo comunal puestos de tipo ministerial, en vez de crear un presidente y un gabinete separados de la legislatura.

Para Marx, el poder ejecutivo excesivo era todavía más peligroso que los representantes distantes y alejados del pueblo. Criticaba especialmente la Constitución francesa de 1848 (que fundó la Segunda República) y condenaba al documento por plantear la figura de un presidente, elegido directamente, que gozaba del derecho de absolver criminales, pasar por encima de los consejos locales y municipales, iniciar tratados extranjeros, y, más grave todavía, designar y despedir ministros sin consultar a la Asamblea Nacional. Marx insistía en que esto generaba un presidente con «todos los atributos de la realeza» y una legislatura que perdía «toda influencia real» sobre las funciones del Estado. La constitución, argumentaba, simplemente había reemplazado la «monarquía hereditaria» por una «monarquía electiva». Cabe mencionar que la constitución actual de Francia, adoptada en 1958 bajo el gobierno de Charles de Gaulle, fue diseñada específicamente para concentrar el poder en manos del ejecutivo (un legado recibido con entusiasmo por el presidente Emmanuel Macron).

Un motivo por el que Marx polemizaba con los ejecutivos poderosos era que escapaban al control, la supervisión y el escrutinio populares. También era consciente de la naturaleza personal del poder presidencial, con estos líderes que se presentaban como la «encarnación […] del espíritu nacional», en posesión de «una especie de derecho divino» concedido «por la gracia del pueblo».

En cualquier caso, los escritos de Marx nos recuerdan que no debemos confundir la crítica del parlamentarismo (la idea de que las autoridades electas son los protagonistas de los proyectos de reformas) con un ataque indiscriminado a los órganos legislativos en general. Sin duda, los parlamentos existentes dejan mucho que desear y plantean toda una serie de problemas organizativos que atañen a la relación entre el movimiento socialista en general y la representación socialista en el parlamento.

Pero la respuesta no puede pasar por abrazar el poder de las cortes y de los tribunales con el fin de defender y hacer avanzar ciertos objetivos progresistas, ni tampoco por poner a un socialista a cargo de un ejecutivo todopoderoso, es decir, abandonar por completo el plano de la representación legislativa. En el caso de Estados Unidos, por ejemplo, la legislatura es la más democrática de las tres ramas del Estado —no por nada los fundadores federalistas pusieron mucho ahínco en limitar sus poderes— y los socialistas democráticos deberían defenderla de toda intrusión judicial y ejecutiva.

Transformar la burocracia

Las ideas de Marx sobre la representación y la legislatura implicarían reformas serias y de largo alcance en el caso de la mayoría de los gobiernos representativos modernos. Pero es su perspectiva sobre la burocracia la que se aleja más radicalmente de los sistemas políticos con los que estamos familiarizados.

Marx buscaba transformar el Estado con el fin de posicionar a los trabajadores comunes en el corazón de la administración pública. Proponía abrir la burocracia estatal a elecciones competitivas y sujetarla a la misma posibilidad de revocación que los otros representantes. A ojos de Marx, esto convertiría un Estado concebido como un cuerpo separado y extraño, que somete a las personas, en un órgano realmente sometido al control de los ciudadanos. Transformaría a «los arrogantes amos del pueblo en sus servidores siempre revocables, una responsabilidad simulada en una responsabilidad real, pues actuarían bajo continua supervisión pública».

Estos comentarios empalmaban con la desconfianza —o incluso aversión— que Marx pregonó hacia los burócratas toda la vida (lo que no deja de ser irónico cuando se considera que suele asociarse su pensamiento con el estatismo burocrático). Los acusaba de ser una «casta educada», un «ejército de parásitos estatales», una clase de «sicofantes y sinecuristas bien pagados». Y sostenía que los «simples trabajadores» eran capaces de ejecutar las actividades de gobierno más «modesta, consciente y eficientemente» que sus supuestos «superiores naturales».

Evidentemente, la perspectiva de Marx es interesante. Con frecuencia, las personas comunes se ven sometidas a los caprichos de burócratas oficiosos, que las fuerzan a superar toda una serie de obstáculos irracionales para garantizar sus medios de existencia. Pero en una sociedad moderna y compleja, la concepción de Marx enfrentaría problemas muy complejos, como la falta de saber técnico y la seducción corporativa de gestores sin experiencia. Como mínimo, es difícil imaginar una burocracia realmente democrática sin una esfera económica que acompañe el proceso y garantice más tiempo libre para que las personas participen de la administración pública (y de las tareas que deseen).

Los escritos de Marx no brindan ninguna guía que explique el posible funcionamiento de su proyecto de democratizar la burocracia. Si acaso tenía un modelo en mente, parece acercarse a la democracia ateniense, donde los ciudadanos rotaban entre gobernantes y gobernados, por medio de sorteos en los que se elegía quiénes ocuparían las posiciones administrativas (un rasgo de la democracia antigua poco comprendido y prácticamente olvidado en el momento en que Marx escribía).

Es curioso que este elemento de la democracia ateniense parece estar resurgiendo hoy en la teoría democrática y en la práctica como una posibilidad para solucionar algunas de las fallas del sistema representativo. Por ejemplo, se discuten las Asambleas ciudadanas, grupos de gente elegidos al azar, que tienen la tarea de deliberar y hacer recomendaciones sobre políticas específicas o reformas constitucionales. En Irlanda se utilizaron asambleas ciudadanas para discutir las enmiendas constitucionales y en Columbia Británica y Ontario se apeló al mismo método en el diseño de las propuestas de reforma electoral. Existe una campaña para incluirla en las próximas convenciones constitucionales del Reino Unido.

Por otro lado, John McCormick, teórico político estadounidense, planteó un proyecto que busca implementar una forma moderna del tribuna plebeya romana. El cuerpo tendría cincuenta y un miembros, elegidos al azar entre la población general (dejando afuera al 10% más rico), y podría proponer leyes, iniciar consultas populares e impugnar autoridades públicas.

Este tipo de sorteo podría ser una forma de concretar algunas de las esperanzas de Marx en un sistema político donde los ciudadanos participen directamente de las tareas de gestión y gobierno.

Marx el demócrata

Marx siempre sostuvo que el gobierno representativo había implicado un progreso enorme frente a los regímenes absolutistas que reemplazó. Pero también disputaba su equivalencia total con la «democracia». En cambio, argumentaba que las transformaciones institucionales bosquejadas arriba generarían un sistema político con «instituciones realmente democráticas».

Según Marx, estas estructuras eran fundamentales a la hora de promover el socialismo en la esfera económica. Al mismo tiempo, creía que era un error muy serio pensar que los socialistas podrían simplemente tomar las instituciones estatales y girar el timón hacia el socialismo (un error en el que Marx admitía haber incurrido). «La clase obrera —escribió— no puede limitarse a tomar posesión de la máquina del Estado en bloque, poniéndola en marcha para sus propios fines». Si el poder político estaba llamado a permanecer en manos del pueblo, entonces era necesario que la máquina estatal de las clases dominantes fuese desplazada por una máquina gubernamental de los trabajadores.

Esta sigue siendo una de las ideas políticas y constitucionales más importantes de Marx: la transformación económica radical debe ir de la mano de una transformación política radical. Olvidar la última debilita la primera.

En un momento en que el socialismo está resurgiendo lentamente, vale la pena estudiar con detenimiento las perspectivas de Marx sobre la democracia popular. La forma concreta que tomen sus propuestas dependerá de nosotros.

Fuente: https://jacobinlat.com/2021/08/26/que-pensaba-marx-de-la-democracia/

 

lunes, 22 de julio de 2019

ANDRÉS VILLENA: «ES IMPOSIBLE PROHIBIR EL FENÓMENO DE LAS PUERTAS GIRATORIAS»


Lunes 22 de julio de 2019. Nodo50 | Descargar artículo en PDF
Fuente: La Marea
Por Dani Domínguez para La Marea

El sociólogo y periodista Andrés Villena acaba de publicar ’Las redes de poder en España, élites e intereses contra la democracia’ (Rocaeditorial, 2019), un libro en el que repasa la estructura tecnocrática de los gobiernos del PSOE y del PP.

Tras años de investigación, el sociólogo y periodista Andrés Villena Oliver ha trazado una amplia red de altos cargos políticos, la mayoría poco conocidos para la ciudadanía, que transitan profesionalmente entre lo público y lo privado.

Mientras realizamos esta entrevista, varios medios de comunicación aseguran que Fátima Báñez ha fichado por la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE), la patronal de las empresas, aunque la organización no lo confirma. “Es una persona que prestará importantes servicios a la entidad porque sigue fuertemente conectada con el partido y con la Administración. Y se le busca acomodo porque se ha portado bien. No es haya cometido ninguna ilegalidad durante su mandato para beneficiar a la CEOE, pero su papel ha sido amistoso con los postulados de la patronal. No me sorprende”, sostiene el sociólogo.

El trabajo de Andrés Villena ha quedado plasmado en Las redes de poder en España, élites e intereses contra la democracia (Rocaeditorial, 2019), un libro en el que el periodista repasa la estructura tecnocrática de los gobiernos del PSOE y del PP, sus grandes cargos y sus vínculos con los principales empresarios de este país.

La “tecnoestructura”, es decir, los segundos niveles de la Administración pública, ocupan una parte importante del libro. ¿Qué es exactamente? ¿Por qué son tan determinantes?

La tecnoestructura es un término que utiliza John Galbraith para referirse a la inteligencia organizada. En el momento en el que los Estados se complejizan, necesitan una especie de ‘mecánicos’, es decir, personas especializadas en resolver determinados asuntos para los que no bastan meros militantes. La tecnoestructura la conforman juristas, estadísticos, especialistas en Hacienda… Personas que asesoran y que están detrás del estudio que precede a la adopción de las grandes decisiones, que suelen ser complejas y con un riesgo de equivocación muy grande.

Esta sería una primera definición, pero no la única. Con tecnoestructura podemos estar refiriéndonos a [Pedro] Solbes, a [Luis] de Guindos y a una serie personas cuyos nombres y apellidos jamás habremos oído. Estas personas son valiosas en primera instancia para el gobernante, pero luego también lo son para el gobernante privado. La tecnoestructura no solo se mueve dentro del Estado, de lo público, sino que es una red que danza entre lo público y lo privado. Muchas decisiones no se sabe bien si se toman en un contexto u otro porque quienes las adoptan son personas con perfiles técnicos híbridos que en todo momento están en puestos directivos, a veces públicos, a veces privados.

Por ejemplo, la exvicepresidenta del Gobierno Elena Salgado, formaba parte del consejo de administración de Telefónica cuando la compañía era pública. Después, Telefónica se privatizó entre los Gobiernos de Felipe González y José María Aznar y Salgado pasa a trabajar en empresas concesionarias de servicios del mismo ministerio en el que había estado previamente. La tecnoestructura sigue la lógica de que si has sido útil para el sector público, lo serás también para el privado. No lo juzgo desde la perspectiva moral, el problema es el conflicto de intereses. Personas como Elena Salgado o de Guindos, gane quien gane las elecciones, van a seguir tomando decisiones en las grandes empresas privadas en las que trabajan. Por eso estas personas deberían ser fiscalizadas.

El gran problema es que este tipo de perfiles acaban poniendo sus conocimientos sobre el sector público al servicio del beneficio del privado. Lo contrario no suele pasar.

También hay que tener en cuenta el componente de red. Estas personas se relacionan con gente muy importante, recrean una realidad que es la suya, que está muy distanciada de los problemas de la mayoría de la ciudadanía. Muchos cambios ideológicos se producen por esto, porque se alejan de la realidad en la que crecieron. Podríamos definirlo como pensamiento gregario: muchas personas pensando de manera parecida y, por tanto, pensando poco.

¿Qué posibilidad tiene un partido de cambiar esa estructura tecnocrática?

Creo que es imposible renunciar a la tecnocracia por la complejidad y por la necesidad de contar con esos ‘mecánicos’ que te arreglen el coche. No se puede hacer una asamblea para todo, digámoslo así.

Eso sí, hay muchos tipos de ‘mecánicos’, y algunos se guían por sus propios intereses y otros, no. Los partidos que quieren cambiar cosas, pueden intentar atraer para sí miembros de esa tecnoestructura. En algunos cuerpos hay pluralidad ideológica, y no se trata de dar de alta a ciertos funcionarios como militantes, pero sí atraerlos. Es una práctica que el PSOE ha hecho con ciertos cargos, tenerlos como simpatizantes, para poder contar con ellos cuando se gobierna.

«Cuando conoces la historia, te das cuenta de que la transición que se hizo de la dictadura a la democracia no fue completa y que muchos resortes franquistas siguen funcionando a día de hoy»

Otra posibilidad es luchar por pluralizar la entrada a estos cuerpos con becas, por ejemplo, para que toda persona que quiera ser abogado del Estado, pueda al menos intentarlo. Porque partimos de la base de que entrar en este tipo de cuerpos es costoso y requiere que durante algunos años estés dedicado por completo a estudiar, pagando una academia… Es una inversión que no todo el mundo se puede permitir.

Según cuenta, el límite entre lo privado y lo público es muy laxo o prácticamente inexistente. ¿Significa esto que no se puede acabar con las puertas giratorias, que la creación de la Oficina de Conflicto de Intereses (OCI) no ha servido para nada?

Se puede limitar, por ejemplo, impidiendo que te vayas a una empresa que ha sido beneficiada por tus decisiones al frente de un organismo público. Pero ni siquiera eso se cumple. El exministro [Pedro] Morenés benefició a empresas que él había presidido en su etapa privada con la firma de contratos públicos legales, como la fabricante de armas Instalaza. Lo que se puede regular es que este señor tenga que estar varios años en el ‘purgatorio’, pero no sé hasta que punto esta persona no va a usar sus conocimientos para beneficiar a una empresa privada, sea cual sea.

Y está la dimensión casi íntima. Si esta gente se reúne en el Club Puerta del Hierro, uno de los más exclusivos de Madrid, la OCI no puede entrar ahí e imponer nada. Si en estas reuniones le piden a Morenés ayuda en forma de conocimientos o contactos, nadie le puede decir que eso no puede hacerlo. Hay infinitud de mecanismos para influir.

Respecto al fenómeno de las puertas giratorias, prohibirlo no sería posible ni sería justo porque se impide la libertad fundamental de cambiar de oficio. Pero es que tampoco terminaría de cambiar las cosas porque hay mil mecanismos para hacer ese traspaso de conocimiento de lo público a lo privado. Ahí soy pesimista.

¿Cuánto de los resortes del franquismo siguen formando parte de nuestra sociedad política y económica?

Muchísimos. La entrada de Podemos y Ciudadanos en el Congreso debería haber servido para eliminar una parte, porque son dos partidos que no están tan vinculados con ese pasado. Pero luego aparece VOX y todo vuelve a resurgir. En un partido aparentemente nuevo pues tienes, por ejemplo, a los Espinosa de los Monteros, que es una saga muy vinculada al régimen. También está la familia Monasterio o la familia Coello de Portugal. Pero tenemos que recordar la mayor parte de los dirigentes de VOX han pasado de una manera u otra por el Partido Popular.

Cuando conoces la historia, te das cuenta de que la transición que se hizo de la dictadura a la democracia no fue completa y que muchos resortes franquistas siguen funcionando a día de hoy. En VOX vemos lo explícito y lo pornográfico de la herencia de la dicturadura, porque lo llevan con orgullo. Pero hay mucho más que no vemos, que está más escondido.

¿Cuál es el papel del IBEX 35 en nuestra democracia?

Son 35 empresas y no deberíamos centrarnos solo en ellas. Hay que tener en cuenta que estas compañías ya han sido penetradas por grandes fondos internacionales que van haciéndose hueco en todas las empresas del mundo e influyen en la gerencia, marcha o decisiones. No habría que fetichizarlas demasiado, pero es cierto que el poder ya no es nacional sino que está conectado internacionalmente. El IBEX 35 es una delegación de ese poder financiero internacional.

Influyen en el día a día. Las grandes empresas forman parte de ese intercambio continuo de personal entre lo público y lo privado. Si miras los puestos de secretario de los consejos de administración de las 35 empresas, te darás cuenta de que un porcentaje superior al 80% son abogados del Estado. ¿Y qué son los abogados del Estado? Son personas formadas en la Administración pública. Y aquí nos damos cuenta de que el IBEX 35 no tiene una naturaleza completamente privada.

Utilizan ese paradigma de lo privado, pero no es verdad. Amancio Ortega es el dueño de una empresa que está dirigida por Pablo Isla, que es abogado del Estado, y que tuvo hasta hace poco a Carlos Espinosa de los Monteros, un ‘teco’ [Técnico Comercial Economista del Estado] y alto funcionario, como vicepresidente. Aquí se pueden ver esas redes dentro del propio IBEX.

A esto hay que añadirle los grandes contratos públicos en los que compiten estas grandes empresas o sus filiales. En las condiciones de estos concursos públicos se puede influir de muchas formas, algunas más legales que otras. El tema de la libre competencia o de la meritocracia, la mayor parte de las veces es falso.

Se me viene a la cabeza el caso de OHL y los presuntos sobornos para conseguir contratos públicos, cuyo presidente es Josep Piqué, un exministro.

Es un ejemplo perfecto. OHL es una empresa con una conexión muy fuerte con la Corona, que le concedió un título aristocrático al patriarca. Villar Mir era ingeniero de Caminos, ministro en la primera parte de la Transición, adepto al régimen… Y luego se descubre el tema de los sobornos. Y no solo esto, sino también el reparto de contratos públicos con otras empresas similares. Porque no solo es construcción, también es la recogida de basuras, la limpieza de colegios… Estos son mecanismos mafiosos al alcance de grandes acumulaciones de capital como OHL.

¿En qué se parecieron y en qué se diferenciaron en este sentido los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y de Mariano Rajoy?

En el libro utilizo la metáfora de los zorros y los leones, y del erotismo y la pornografía. No es porque unos sean zorros y otros leones, sino porque el sistema les obliga a ser una cosa o la otra. Zapatero llega en un contexto de crecimiento en el que sus economistas de cabecera ignoraban lo que iba a venir. O bien, los más listos como [Miguel] Sebastián, lo intuían pero no conocían la magnitud de lo que se venía, o no querían responsabilizarse de algo de lo que en realidad no eran responsables. Por eso comenzaron con una serie de reformas sociales cuyos beneficios estamos disfrutando ahora mismo y son muy positivos. Pero utilizaron la crispación que había para llevar a cabo un disparate económico que todavía no han reconocido. Y esto se debió a que la tecnoestructura imperante en aquel momento era muy proausteridad ortodoxa. Por eso fueron zorros, porque eran persuasivos. Pero por irresponsabilidad hicieron mucho daño a las familias, porque su pretensión de mantener el superávit público produjo un déficit privado brutal que potenció la explosión de la burbuja. Se postergó el problema y se agravó.

El Gobierno del PP jugó el papel del león porque cogió la política de recortes del PSOE y la multiplicó. Eso generó malestar entre la gente y su forma de parar el malestar fue con restricciones sociales y culturales. No por casualidad ponen en marcha la prisión permanente revisable, la Ley Mordaza, los tejemanejes de Fernández Díaz en Interior… Es una reacción para controlar la agitación en las calles. Es la diferencia entre el PSOE y el PP.

Ni siquiera un Gobierno aparentemente renovado como el de Pedro Sánchez, con un tertuliano televisivo o un astronauta, escapa de esta lógica de la tecnocracia. En el libro lo define como “un gobierno de continuidad administrativa”.

Un buen ejemplo es la ministra de Economía, Nadia Calviño, agradeciendo el apoyo de su preparador de oposiciones. ¿Y quién era? Su predecesor en el Ministerio, del PP. Esa anécdota da buena cuenta del espíritu tan marcado de cuerpo que tienen estas personas. Lo dice de corazón, a pesar de que en la opinión pública no estén bien vistos este tipo de gestos hacia un rival político. Es una realidad paralela, una red interna. Y es un buen ejemplo de la continuidad administrativa.

Sánchez ha hecho cambios en materia de género en la tecnoestructura, de incorporar a más mujeres. Pero si se mantienen ideas equivocadas no sirve de nada. Igual que Zapatero se trajo a muchos técnicos de González, Pedro Sánchez ha hecho lo propio con los de Zapatero. Hay cosas muy incoherentes, por ejemplo, hace un guiño a las renovables y se trae al número dos de Abengoa. Hay que convencer a los poderes fijos, a los que nadie elige, de que no les vas a traicionar, ni vas a hacer locuras.