Razmig Keucheyan
20 noviembre 2021
Hay
una dificultad en las ciencias sociales a la hora de trabajar sobre la derecha:
la derecha en general, y los pensamientos de derecha en particular[1]. Desde luego, se encuentra una literatura
pletórica en historia de las ideas dedicada a Hayek o a Carl Schmitt. Pero muy
poco en cuanto a contemporáneos. Esto se puede explicar por dos razones. La
primera es que las ciencias sociales, sobre todo en Francia, son claramente de
izquierda, y hay una proximidad entre los investigadores y las organizaciones o
movimientos correspondientes. A veces los propios investigadores se dedican a
la política, como ocurre en España en el caso de Podemos, cuya dirección estaba
compuesta en su origen por universitarios. Esta proximidad implica un acceso
facilitado en el terreno. El campo de enfrente, por supuesto, es más difícil de
investigar.
Pero
hay una segunda razón para el escaso número de investigaciones dedicadas al
pensamiento de derecha, que es más problemático. La izquierda y las ciencias
sociales se imaginan que la derecha domina por la fuerza, la trampa, la
emoción, la manipulación, el dinero, pero no por el pensamiento. Dicho de otra
manera, si la derecha se encuentra en el poder en todas partes, se debe a que
es poderosa, no a que sea convincente.
Una
de las razones de esta impresión está en lo que podría llamarse la estupidez de
los intelectuales de derecha más mediáticos. ¿Cómo tomarse en serio a un Eric
Zemmour, quiero decir cómo tomarlo intelectualmente
en serio? Pero como muestra Gérard Noiriel en el libro que le ha dedicado, la
estupidez tiene una eficacia política en algunas coyunturas, por ejemplo cuando
las cadenas de información en continuo se vuelven el centro del campo
político-mediático[2]. ¡No hay motivo para pensar que las
teorías más coherentes o sofisticadas sean las más eficientes políticamente,
por lo menos a corto plazo! Hay que tomarse en serio la estupidez en política.
«La desgracia está en que tiene algo de natural y de convincente», dice Robert
Musil en su ensayo Sobre la
estupidez[3]. Y añade que a veces la estupidez «se
suele confundir con el talento».
Mi
argumento será que la sociología de los pensamientos de derecha debe ser parte
integrante de la sociología de las clases dominantes, lo que no ha ocurrido
hasta ahora. La sociología de las clases dominantes, en particular de los
Pinçon-Charlot y de los investigadores que ha inspirado, no está muy interesada
en esta dimensión de su objeto. Ha estudiado los entresijos de los dominantes o
las modalidades de su reproducción, pero no la manera como reflexionan, y los
efectos de su pensamiento sobre las formas de su hegemonía. Pero la derecha
piensa, su pensamiento es multiforme, y la hegemonía de las derechas deriva en
parte de operaciones intelectuales -aunque el dinero y la manipulación también
tengan su parte.
Conectar la teoría y la práctica
Perry
Anderson, en Sobre el marxismo
occidental, mostró cómo el fracaso de la revolución alemana produjo
en los años 1920 una ruptura en el seno del marxismo, dando lugar al «marxismo
occidental»[4]. Los marxistas «clásicos» -Kautsky,
Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg- tenían dos características. En primer lugar,
eran historiadores, economistas, sociólogos en definitiva se ocupaban de
ciencias empíricas. Sus publicaciones se relacionaban en buena medida con la
actualidad política del momento. Además, eran dirigentes de partidos,
estrategas confrontados a problemas prácticos reales. Estas dos características
estaban estrechamente relacionadas: por ser estrategas, necesitaban saberes
empíricos para tomar decisiones. A la inversa, su papel de estrategas
alimentaban sus reflexiones de conocimientos empíricos de primera mano.
El
marxismo occidental del
período siguiente nació de la desaparición de las relaciones entre
intelectuales y organizaciones obreras que prevalecían en el seno del marxismo
clásico. A mediados de los años 1920, las organizaciones obreras fueron
derrotadas en todas partes. El reflujo que desencadenó condujo a un nuevo tipo
de relación entre intelectuales y organizaciones de izquierda. Con Adorno,
Sartre, Althusser, Della Volpe, Marcuse y algunos otros, los marxistas que
dominaron el ciclo que iba de mediados de los años 1920 a 1968, en los países
del Norte, tenían características contrarias a los marxistas del período
precedente. En primer lugar, ya no tenían lazos orgánicos con el movimiento
obrero, y en particular con los partidos comunistas, En todo caso, no ocupaban
funciones de dirección.
Además,
los marxistas occidentales, al contrario que los marxistas clásicos, elaboraron
saberes abstractos, y no saberes empíricos. En su mayor parte eran filósofos,
algunos especialistas en estética o epistemología. Así como la práctica de las
ciencias empíricas estaba ligada al hecho de que los marxistas del período
clásico ejercían funciones de dirección en el seno de las organizaciones
obreras, el alejamiento de estas funciones provocó una huída hacia la abstracción. Los
marxistas produjeron en adelante saberes enunciados en lenguajes herméticos,
referidos a ámbitos sin relación directa con la estrategia política.
Los
pensamientos críticos contemporáneos prolongan estas grandes tendencias que
Anderson atribuyó al marxismo occidental[5]. La disociación entre teoría y práctica
políticas todavía se acentúa más. Es raro que las grandes figuras de los
pensamientos críticos actuales -Jacques Rancière, Nancy Fraser, Slavoj Zižek,
Ernesto Laclau, Judith Butler, Axel Honneth, Fredric Jameson...- sean miembros
de organizaciones políticas o sindicales, y aún más que ocupen funciones de
dirección. Aunque en algún momento u otro de su trayectoria han podido hacer
política, se han confinado a un papel de conferenciantes. La disociación entre
la teoría y la práctica políticas siguen siendo un hecho central hoy día en las
corrientes de la izquierda.
La
derecha no tiene este problema de ruptura entre la teoría y la práctica. Y con
razón: la mayor parte del tiempo está en el poder, e incluso cuando no es así,
sus ideas lo están, dicho de otra manera la alta administración o los editócratas formados en sus
escuelas impiden que un programa de transformación social pueda ser realizado.
Una característica del pensamiento de derecha es que está conectado a la práctica,
a prácticas de gobierno, en el campo político y económico. Los dos hemisferios son por tanto
asimétricos en su relación con el poder: el de izquierda está duraderamente
desconectado, el de derecha estrechamente ligado.
A
causa de esta conexión con la práctica, investigar sobre el hemisferio derecho, sobre los
pensamientos de derecha, obliga a investigar sobre la hegemonía en general.
Como decía Gramsci en el Cuaderno
de prisión 10 (ʂ13), un bloque histórico emerge cuando
"el contenido económico-social y la forma ético-política se identifican en
concreto". La hegemonía consiste en un conjunto de operaciones
intelectuales adaptadas a un momento del desarrollo del capitalismo. Algunas
son específicas de un ámbito: la economía, el derecho, la religión, las
artes... o de una institución. Otras son más generales, contribuyen a la
legitimación del orden existente en su globalidad. De múltiples maneras, los
intelectuales orgánicos de la derecha operan en la identificación concreta
entre contenido económico-social
y forma ético-política.
Lo teológico y lo popular
Esta
ausencia de ruptura entre la teoría y la práctica tiene cinco implicaciones,
que ofrecen una «brújula metodológica» para el estudio de los pensamientos de
derecha. En primer lugar, se suele encontrar en la derecha un tipo de
intelectual casi ausente en la izquierda: el teórico-práctico.
Un
ejemplo: Emmanuel Gaillard[6]. Gaillard es un abogado comercial poco
conocido por el gran público. Es una star
del arbitraje internacional. Arbitraje internacional es el nombre de esa
justicia paralela -consentida
por los Estados- por medio de la cual las grandes empresas zanjan sus litigios,
o atacan a los Estados cuyas legislaciones, por ejemplo en el terreno social o
medioambiental, consideran que perjudican a sus inversiones[7]. En la mayor parte de los tratados
comerciales internacionales hay previstas cláusulas de arbitraje para resolver
los diferendos.
El
arbitraje es un sector crucial del capitalismo, sin el cual la mundialización
neoliberal habría sido inconcebible en su forma actual. Lejos de mí la idea de
minimizar a Eric Zemmour y la labor de derechización infinita del campo
político en que está metido. Pero Gaillard y sus semejantes son mucho más
importantes en la construcción del orden social en que nos movemos, en los
sufrimientos y fenómenos políticos mórbidos a que da lugar.
Además
de un experto del derecho comercial, Emmanuel Gaillard es también un teórico
del derecho. Enseña en Yale y en Sciences Po [Instituto de Ciencias Políticas
de París]. Sobre todo, es autor de una de las «biblias» de la teoría del
derecho del arbitraje internacional, discutida en revistas y leída en cursos
especializados, titulada Aspectos
filosóficos del derecho del arbitraje internacional[8]. Como indica el título de este libro,
Gaillard desarrolla ahí la teoría de su práctica de arbitraje.
Para
Gaillard, la teoría y la práctica se alimentan una de otra. Hay desde luego
mucha abstracción o teoría en su pensamiento. Incluso una abstracción elevada,
porque su libro trata de aspectos filosóficos del
derecho del arbitraje internacional. Pero es una acción anclada en prácticas,
en este caso en el derecho internacional de los negocios, en la articulación de
los campos jurídicos y económicos. Entre otras cosas, esto muestra que la
«tecnicidad» del pensamiento de derecha es más elevado que el de izquierda.
La
falta de ruptura entre la teoría y la práctica en los pensamientos de derecha
tiene una segunda consecuencia: la mayor parte del tiempo, estos
teóricos-prácticos no son universitarios. Aunque Gaillard enseña en
universidades, no es profesor a tiempo completo. Es un abogado comercial, que
pasa la mayor parte de su tiempo en tribunales de arbitraje por los todos los
rincones del mundo. Es una gran diferencia con los actuales pensadores de
izquierda. Casi todos los que he citado son universitarios. Es verdad que hay
sindicalistas, militantes de asociaciones, dirigentes de partido, periodistas o
guerrilleros, que producen teorías críticas. Pero por lo general estos
pensamientos son elaborados por profesores, y más en particular por profesores
en ciencias humanas.
Esta
academización de los
pensamientos de la izquierda constituye una gran ruptura respecto a períodos
anteriores de la historia de los pensamientos críticos, y en particular
respecto al marxismo clásico. Lenin, Trotsky, Rosa luxemburg o Gramsci, está
claro, no eran profesores. Si tenían que enseñar, lo hacían en escuelas de
partidos, no en universidades (en esa época, instituciones muy diferentes de
nuestras masificadas universidades
de hoy). Eso implica que la formación de los actuales pensadores de izquierda,
las ideas que producen, sus actividades cotidianas, sus relaciones con la
política, son diferentes de generaciones anteriores.
En
el Cuaderno de prisión 10
(ʂ41), Gramsci establecía una distinción entre el
"catolicismo de los teólogos· y el "catolicismo
popular". La Iglesia ha hecho muchos esfuerzos para evitar la formación de dos religiones
separadas: una para las élites y otra para el pueblos. Esas dos variantes existen de
hecho, pero se trata de que la ruptura no sea demasiado grande, que todo quede
dentro de un mismo universo. Para ello, la Iglesia ha impuesto una disciplina a los teólogos,
para que no superen ciertos límites en la sofisticación intelectual. Sobre todo
enviándolos al terreno de las parroquias, al contacto directo con los fieles.
Según
Gramsci, el hecho de que la Iglesia haya sido capaz de gestionar varias
versiones de la misma doctrina, adaptadas a públicos más o menos sabios, le ha
dado su fuerza a través de todas la épocas. Añadía que el Partido Comunista
italiano -del que fue uno de los fundadores- debería inspirarse en ello.
Una distinción similar entre el protestantismo de los teólogos y el protestantismo
de los pastores aparece en La ética
protestante y el espíritu del capitalismo, cuando Max Weber
señalaba la dificultad de vender a
los fieles la doctrina de la predestinación, y la necesidad de que los pastores
la adaptaran.
Una
distinción de este tipo también es válida para los pensamientos de derecha.
Para cada teoría existen varias versiones más o menos sofisticadas. Y esto es
así grancia al anclaje en prácticas como las del derecho de arbitraje. La obra
sobre los aspectos filosóficos del
arbitraje representa en este sentido la versión «abstracta» de la práctica de
arbitraje de Gaillard.
Heteronomia
La
ausencia de ruptura entre la teoría y la práctica en los pensamientos de
derecha tiene una tercera consecuencia: los pensadores de derecha son más heterónomos
que los de izquierda. Llamo heteronomia
al hecho de orientar su actividad intelectual en función de los grandes retos
políticos del momento, y a menudo incluso trabajar por encargo. Lo muestra uno de los más influyentes
pensadores del siglo 20, un espíritu fascinante: Thomas Schelling. Schelling
murió en 2016 con 95 años. Recibió el premio Nobel de economía en 2005, fue el
autor de La Estrategia del
conficto[9]. De formación era economista[10]. En los años 1950, después de una tesis
en Harvard, trabajó en la administración del plan Marshall en Copenhague y
París.
De
vuelta a Estados Unidos, fue empleado como consejero en asuntos exteriores de
la Casa Blanca, puesto que ocupó en varias administraciones. En plena Guerra
fría, Schelling se convirtió en uno de los principales diseñadores de la doctrina
americana de disuasión nuclear. Fue consultado para la película ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú,
de Stanley Kubrick (1964). Participó también en comisiones para el control de
armamentos con homólogos soviéticos. La teoría y la práctica de la negociación
era uno de sus principales temas, uno de sus textos más conocidos se titulaba An Essay on Bargaining (1956).
En
los años 1980, a petición del presidente Carter, Schelling se puso a la cabeza
de una de las primeras comisiones gubernamentales dedicadas al problema de las
emisiones de gases de efecto invernadero en Estados Unidos. Contribuyó con sus
conocimientos en materia de disuasión nuclear a reflexionar sobre los medios
para incitar a la comunidad internacional a adoptar medidas en la materia. Se trataba
en ambos casos de problemas que podían ser abordados por medio de la teoría de
los juegos, en los cuales el problema del free
rider es central. Al final de su vida se consagró a la crisis
ecológica, sus últimas intervenciones se refieren a la cuestión de la geo-ingeniería, esto es la
manera de actuar sobre el medio ambiente por medio de la tecnología, con el fin
de limitar las emisiones de gases de efecto invernadero (era favorable a ello).
Durante toda su carrera, estuvo vinculado a think
tanks, en particular a la RAND corporation (ligada a la Air Force),
y ocupó posiciones universitarias en Harvard, Yale y en la universidad de
Maryland.
Plan
Marshall, disuasión nuclear y crisis ambiental: lo que fascina de Schelling es
cómo sus objetos de investigación se
pegan a la coyuntura política del momento. Da la impresión de
que nunca decidía trabajar en un tema por su cuenta, su actividad intelectual
orgánica era siempre por encargo. Por eso Schelling era un intelectual orgánico
del Estado americano de la segunda mitad del siglo 20, de sus sucesivos
desafíos. A la vez, si era capaz de abordar temas tan diversos se debía a que
siempre los abordaba apoyándose en la misma teoría: la teoría de la elección
racional. La más abstracta de las teorías, puesto que concibe el comportamiento
humano basado en el cálculo coste-beneficio. La versión de la teoría de la
elección racional desarrollada por Schelling era sofistada, no era la versión
caricaturesca que se suele utilizar.
El
caso Schelling muestra otra característica del pensamiento de derecha: la
preocupación por el medio y el largo plazo. Se suele decir que el capitalismo
es «cortoplacista», en particular en su versión neoliberal financiarizada. Es
cierto en algunos aspectos, pero la derecha dispone de una armada de
intelectuales orgánicos que pasan su tiempo reflexionando sobre el medio y el
largo plazo. No hace falta precisar que no se encontrarán en los estudios de
las cadenas de información continua: operan en los bastidores del sistema.
Intelectuales colectivos
La
ausencia de ruptura entre la teoría y la práctica en el pensamiento de derecha
tiene una cuarta implicación: el pensamiento hegemónico toma formas más
colectivas e institucionales que el de izquierda. En el Cuaderno de prisión 13 (ʂ1), Gramsci se preguntaba a qué se parecería El Príncipe de Maquiavelo si
estuviera escrito en su época. El Príncipe
moderno, decía Gramsci, no podía ser en ningún caso una persona
sola, como en el pasado, aunque sus cualidades estuvieran fuera de lo común.
Sólo podía ser un colectivo, lo que llamaba un «elemento complejo de sociedad».
El
argumento es doble. En primer lugar, con la complejización de las sociedades
modernas, los saberes técnicos -lo que Gramsci llamaba la actividad técnico-cultural-
toman una importancia creciente en la hegemonía. Lo que llamaríamos los expertos, o la
«tecnocracia». En la época de Maquiavelo, la dominación se basaba más en el
«carisma» personal. Gramsci se aproximaba a la teoría de la racionalización de Max
Weber.
Pero
por otra parte, añadía Gramsci, gobernar implica en todo caso ser capaz de
hacer síntesis, síntesis de saberes cada vez más complejos y diversos. Los
conocimientos fragmentados no son ninguna ayuda para la acción, es necesario totalizar. Ahora bien, dada la
complejidad de los conocimientos, estas síntesis no pueden ser producidas por
individuos aislados, sino por colectivos o instituciones, que combinan y
articulan diferentes especialidades. Gramsci empleó el concepto de aparatos de hegemonía para
designar la parte creciente que tienen las instituciones -públicas o privadas-
en la instauración y la consolidación de la hegemonía (Cuaderno 8, sobre todo). La
prensa, por ejemplo, era en su opinión un «aparato de hegemonía privado»[11].
En
suma, la producción intelectual es cada vez más social. Hay algo de la teoría
del «general intellect»
de Marx en este argumento de Gramsci. Louis Althusser reconocía por su parte su
deuda con Gramsci en la elaboración de su concepto de «aparatos ideológicos de
Estado»[12]. En la búsqueda de formas de pensamiento
dominantes, hay que mirar también hacia colectivos o instituciones productoras
de saberes.
Veamos
un ejemplo de «aparato hegemónico»: el Instituto Francés del petróleo. El IFP,
actualmente IFP-Nuevas Energías (IFPEN) fue creado en 1919. Tiene varias
misiones. En primer lugar, investigar sobre los hidrocarburos, y más en general
sobre la energía, y ponerla al servicio de la innovación. Hoy día, como indica
la evolución de su nombre, se preocupa de la transición energética, porque
estar asociado a la civilización del petróleo se ha vuelto problemático.
Pero
el IFP es también una instancia de pilotaje industrial, teniendo
participaciones en empresas. Financia sobre todo start-ups, que después llegarán a volar (o no) con
sus propias alas. En tercer lugar, el IFP es una escuela, que hoy día lleva el
nombre de IFP School. Forma cuadros que trabajan para las petroleras francesas
-Total, desde luego- y extranjeras, y «para-petroleras». Por último, IFP
asesora, sobre todo a los ministerios afectados por los retos energéticos.
El
IFP está colocado en la articulación entre la economía y el Estado. Su
denominación oficial hoy día es «establecimiento público de carácter comercial
e industrial», como la SNCF [ferrocarril]. Quienes allí trabajan suelen viajar
con frecuencia entre el IFP y los ministerios implicados. Se trata de un
aparato de Estado en interface
con el campo económico. Lo demuestran por ejemplo las participaciones del IFP
en start-ups, o el
hecho de que el IFP forme los futuros cuadros del sector petrolero.
Pero
el IFP no está sólo dentro de la articulación entre la economía y el Estado,
también en la articulación entre la economía y la ciencia. Cuando se plantean
las formas hegemónicas de pensamiento, hay que incluir a la ciencia, en
particular cuando está puesta al servicio de la economía. La función del IFP,
desde que existe, es poner el saber científico al servicio del crecimiento. La
energía es desde luego un sector con mucho dominio técnico. Los aspectos
científicos y económicos de la explotación de hidrocarburos son enseñados a los
cuadros formados en la IFP School, o evocados en los ministerios ante los que
asesoran los expertos del IFP. Por eso mismo se transforman en prácticas.
Este
posicionamiento en el cruce entre la economía, el Estado y la ciencia, hace del
IFP un «aparato de hegemonía». El IFP produce pensamiento en contacto con estas
tres instancias, y este pensamiento es interdisciplinar. Junto a instituciones
del mismo tipo en otros países, ha contribuido a lo largo del siglo 20 a la
hegemonía del petróleo, y a la civilización que la acompaña, incluídas sus
dimensiones económicas y políticas. Con la crisis ambiental, el IFP está
comprometido en una reflexión de largo recorrido sobre la transición ecológica.
Hoy día la ley le obliga a dedicar el 50% de su presupuesto de Investigación
& Desarrollo a la transición, a todo lo que permite reducir emisiones de
gases de efecto invernadero. En las funciones de los «aparatos de hegemonía»
entra el buscar soluciones a la crisis de hegemonía, en este caso la de los
hidrocarburos.
Más allá de los partidos
La
ausencia de ruptura entre la teoría y la práctica de derecha tiene una quinta
implicación: una parte importante del pensamiento hegemónico se elabora no en
el campo político, sino en relación con el sector privado, y en particular con
los sectores punta del desarrollo industrial. Lo muestra el caso de Hal Varian,
el jefe economista de Google, además de profesor de economía en Berkeley.
Varian es el diseñador del modelo económico de Google. Está en el origen de lo
que Shoshana Zuboff ha denominado «capitalismo de la vigilancia»[13]. Se refiere a la tendencia reciente de
las plataformas digitales a querer «orientar», y no ya sólo reproducir, los
comportamientos de los consumidores, por medio de publicidad dirigida. Las
ganancias de Google provienen de la promesa hecha a los anunciantes de que la
plataforma es capaz de anticipar los gustos futuros. Ahora bien, ¿qué mejor
medio de anticipar esos gustos que modelarlos?
Varian
no pierde su tiempo en hacer política en el sentido tradicional. Es sin embargo
un intelectual orgánico
de Google. Si Gramsci estuviera vivo, se interesaría por gente como él. Hay que
recordar que un «intelectual orgánico» en el sentido de Gramsci designa a
pensadores ligados a sectores ascendentes en la dinámica del capitalismo. Los
distingue de los intelectuales tradicionales,
que pertenecen a clases que dominaron en el pasado. Por ejemplo, el clero
estaba orgánicamente ligado a la aristocracia, y por tanto al Antiguo Régimen.
Un caso típico son los ingenieros, que tomaron importancia en el capitalismo
fordista, aunque la empresa existía desde hacía mucho tiempo,. En este sentido
eran intelectuales orgánicos. Como decía Gramsci en el Cuaderno de prisión 13 (ʂ18),
si
la hegemonía es de orden ético-política, no puede no serlo también económica,
no puede no tener por fundamento la función decisiva que el grupo dirigente
ejerce en el núcleo decisivo de la actividad económica.
Google
y las otras plataformas digitales constituyen evidentemente un sector
ascendente del capitalismo. Se puede además hacer la hipótesis de que Google
posee algunas características de un «partido»: un programa, una visión del
mundo, intereses... Sólo le falta participar en las elecciones, ¿pero es eso
tan importante?
Otro
ejemplo del mismo tipo: los economistas del Banco Central europeo. Pensemos en
Benoît Coeuré, por ejemplo, muy influyente en la concepción y puesta en marcha
de las llamadas políticas monetarias no
convencionales de Mario Draghi, en el marco de la crisis de 2008
(la quantitative easing).
El Banco Central europeo es, junto con el Tribunal de Justicia europeo, la
única institución que habla para la UE en su conjunto, tiene por tanto un papel
político de primer plano[14]. Por mi parte, no dudaría en calificar
al BCE de partido:
tiene un programa, una visión del mundo, intereses...
Cimentar las derechas, cazar a la izquierda
El
pensamiento hegemónico, desde luego, no es sólo de los juristas y los banqueros
centrales. Desde Edmund Burke, al menos, incluye a ideólogos puros: filósofos, historiadores
o periodistas que elaboran doctrinas de derecha o de extrema derecha,
sectoriales o totalizantes.
La cuestión más difícil: cómo interactúan el pensamiento hegemónico en tanto
que basado en prácticas de gobierno y el pensamiento hegemónico en tanto que
ideología, cómo encajan uno con otro, de manera más o menos coherente o eficaz
según las épocas. Penetrar el misterio del «hemisferio derecho» supone
encontrar la respuesta a esta cuestión.
Señalo
dos puntos de atención en esta investigación. En primer lugar, los pensamientos
de derecha no sólo sirven para imponer una hegemonía a las clases subordinadas.
Sirven también para cimentar las diferentes fracciones de las clases dominantes[15]. Estas fracciones no siempre tienen los
mismos intereses ni las mismas visiones del mundo. Su unificación no es
espontánea, salvo en período revolucionario, cuando sus intereses vitales son
atacados frontalmente y responden en bloque. Los intereses de la burguesía
industrial y de la burguesía financiera en materia de política económica son a
veces discordantes.
Hoy
día, la llamada derecha republicana
y la extrema derecha divergen (todavía) sobre el chauvinismo de welfare, esto es el proyecto de
reservar a los nacionales los logros del Estado-providencia, caballo de batalla
de las derechas radicales[16]. No se comprende el racismo ambiente -en
particular la islamofobia- si no se sitúa dentro de una estrategia de
adaptación de las instituciones del Estado-providencia a un capitalismo
duraderamente en crisis. Se puede hacer la hipótesis de que los períodos de
hegemonía propiamente dichos, tan escasos en la historia, nos decía Gramsci,
son aquellos en que el cimiento entre fracciones de las clases dominantes es
más sólido.
En
el momento actual, hay que contrastar el diagnóstico. Este cemento se
solidifica en algunos aspectos, como lo muestra el discurso cada vez más desacomplejado de la llamada
derecha republicana
sobre la inmigración en Francia. Cruje en otros: una de las manifestaciones más
agudas de la historia reciente es la guerra
civil dentro del partido conservador británico en torno al
Brexit.
En
segundo lugar, las ideas circulan entre la izquierda y la derecha, los dos
hemisferios no son estancos. En particular, la derecha suele encontrar en el
éxito de algunos temas de izquierda la ocasión para revitalizar sus ideas que
pierden impulso. El caso de Alain de Benoist es interesante desde este punto de
vista. No es un pensador muy importante en sí, pero es sintomático del interés
de algunos sectores de la extrema derecha por la ecología.
Alain
de Benoist se viene interesando por la ecología, y en particular por las
teorías del decrecimiento, desde los años 1970[17]. La ecología no es necesariamente de izquierda,
algunas de sus raíces se hunden en el romanticismo del siglo 19, una corriente
que no es particularmente progresista.
Pero esto aquí importa poco. Para de Benoist, la ecología es la ocasión de
aprovechar en política una referencia a la naturaleza que las tragedias de los
siglos 19 y 20 -racismo, antisemitismo, colonialismo- habían vuelto imposible.
Por medio de la ecología, de Benoist pretende renaturalizar la política,
mientras que la segunda mitad del siglo 20 había intentado desnaturalizarla.
Las
teorías de la ecología integral,
que se pueden leer por ejemplo en la revista Limites,
siguen la senda de este trabajo ideológico. Introducir la naturaleza en
política supone aceptar todas las consecuencias, dicen sus partidarios. El respeto de las diferencias
hombre-mujer, o de las jerarquías sociales y civilizadoras, son hechos de la
naturaleza. Deben ser objeto del mismo respeto que los ecosistemas. Es un caso
típico de triangulación,
en el que se instala en el campo del adversario para inyectar en él sus propias
ideas.
No
hay actualmente en la derecha pensadores del calibre de Schmitt, Hayek o
incluso Raymond Aron. Esto es cierto en la esfera occidental, pero podría ser
también más en general. Al encontrarse la izquierda debilitada, la derecha no
tiene necesidad de generar pensamientos tan fuertes: puede contentarse con
poco. A la inversa, la obra de Hayek, por ejemplo, cuyos límites temporales
corresponden casi exactamente al nacimiento y al hundimiento de la URSS -de los
años 1920 a comienzos de los años 1990- fue una lucha a muerte contra las
fuerzas de la servidumbre,
las que preferían la planificación económica al libre mercado. El grado de
sofisticación de los pensamientos de derecha es un buen indicador de la salud
de las izquierdas. Por ahora, ésta no es mucha.
https://www.contretemps.eu/intellectuel-droite-razmig-keucheyan-gramsci-ideologie/
Traducción:
viento sur
Notas:
[1] Este texto es una versión
retocada de una comunicación en el coloquio Universitaires
et directions partisanes. Interaactions, connexions et circulations
contemporaines, organizado por David Copello y Manuel
Cervera-Marzal, en la Maison des Sciences de l'Homme, París norte, los días 14
y 15 de noviembre de 2019.
[2] Ver Gérard Noriel, Le venin dans la plume. Édouard Drummond,
Éric Zemmour et la part sombre de la République, París, La Découverte, 2019.
[3] Ver Robert Musil, De la bêtise, París, Allia,
2015.
[4] Ver Perry Anderson, Sur le marxisme occidental,
París, Maspero, 1979.
[5] Ver Razmig Keucheyan, Hémisphère gauche. Una cartographie des
nouvelles pensées critiques, París, Zones, 2010.
[6] Ver Razmig Keucheyan, «Un
intellectuel discret au service du capital», en La Revue du Crieur, 3, 2016.
[7] Ver al respecto los
trabajos de Amélie Canonne, en https://france.attac.org/auteur/amelie-canonne.
[8] Ver Emmanuel HGaillard,
Aspects philosophiques de l'arbitrage international, Leyde/Boston, Martinus
Nijhoff Publishers, 2008.
[9] Ver Thomas Schelling, La Stratégie du conflit,
París, PUF, 1986.
[10] Ver «Harvard Kennedy
School Oral History: Thomas Schelling»
[11] Ver André Tosel, "La
presse comme appareil d'hégémonie selon Gramsci", en Quaderni, 57, 2005.
[12] Ver Louis Althusser,
"Idéologie et appareils idéologiques d'État", en La Pensée, 151, junio 1970.
[13] Ver Shoshana Zuboff,
"Big other: surveillance capitalism and the prospects of an information
civilization", Journal of
Information Technology, 30, 2015.
[14] Ver Cédric Durand (dir.),
En finir avec l'Europe,
París, La Fabrique, 2013.
[15] Este argumento ha sido
desarrollado en particular por Göran Therborn, What does the ruling class do when it rules?,
Londres, Verso, 2008.
[16] Ver por ejemplo Willem de
Koster et al.,
"The new right and the welfare state: The electoral relevance of welfare
chauvinism and welfare populism in the Netherlands", en International political science reviews,
34 (1), 2012.
[17] Ver Stéphane François,
"La Nouvelle droite et l'écologie: une écologie néopaïenne?",
Parlement(s), Revue d'histoire politique, 12 (2), 2009.
Fuente:
https://vientosur.info/como-se-reconoce-un-intelectual-de-derechas-hoy-dia/