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viernes, 19 de marzo de 2021

LA IZQUIERDA Y LA DEFENSA DE LA DEMOCRACIA LIBERAL; ESTO ES, DE LA DEMOCRACIA DEL CAPITAL

 


Carta abierta a dos jóvenes indígenas ecuatorianos

Boaventura de Sousa Santos

¿Se acabó el imperialismo?

En la carta de Sousa afirma: «La disputa se orientó a decidir a qué candidato apoyar en la segunda vuelta. La controversia cruzó repentinamente las fronteras del país y derivó en un extremismo de insultos y contrainsultos, peticiones de censura y contracensura, que me sorprendió y dejó perplejo».

Querida amiga, querido amigo:

Os agradezco todo el tiempo que habéis dedicado a conversar conmigo durante las últimas semanas sobre el proceso electoral en curso en vuestro país. Como os dije, quedé perplejo por toda la controversia internacional suscitada entre varias familias de izquierda sobre vuestro actual proceso electoral. Recapitulando: parece ser una astucia de la razón que el proceso político de Ecuador, un país situado en el centro del mundo, como su propio nombre indica, se haya convertido en las últimas semanas en el campo de una feroz disputa entre intelectuales y activistas de izquierda, oriundos no solo de Ecuador, sino también de otros países de América Latina, así como de Europa, de EEUU, de Sudáfrica y de la India. El motivo de la disputa es el proceso de las elecciones presidenciales que se está llevando a cabo. En la primera vuelta ganó, sin mayoría absoluta, Andrés Arauz, que representa un cierto regreso al correísmo (designación dada al gobierno de Rafael Correa entre 2007 y 2017); en segunda posición (tras algún recuento de votos) quedó Guillermo Lasso, representante de la derecha oligárquica.

En tercer lugar, quedó Yaku Pérez, indígena, candidato del movimiento Pachakutik. El conflicto se centró inicialmente en un posible intento de fraude electoral que habría arrebatado a Pérez el segundo lugar. Este conflicto jurídico-electoral era, de hecho, una metamorfosis del conflicto que se había librado antes para evitar que Andrés Arauz fuera candidato debido a sus vínculos con Rafael Correa. Además, es bueno recordar que las estrategias típicas de la lawfare (guerra jurídica) habían impedido a Correa postularse como vicepresidente de Arauz.

Resuelto (aparentemente) este conflicto, la disputa se orientó a decidir a qué candidato apoyar en la segunda vuelta. La controversia cruzó repentinamente las fronteras del país y derivó en un extremismo de insultos y contrainsultos, peticiones de censura y contracensura, que me sorprendió y dejó perplejo. Fue por eso que me puse en contacto con vosotros en el transcurso de estas semanas. Después de todo, una vez más y como siempre en Ecuador, los pueblos indígenas eran protagonistas de los cambios políticos, pero las voces del debate, tanto en Ecuador como en el extranjero, no eran indígenas en su abrumadora mayoría. Del movimiento indígena solo se sabía que estaba dividido, ya que inicialmente Yaku Pérez no había sido el candidato elegido por los pueblos y las nacionalidades indígenas, sino por el movimiento Pachakutik. Pachakutik nació como brazo político de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador), pero su posterior trayectoria política, especialmente su alineamiento en los últimos años con el gobierno de derecha neoliberal de Lenín Moreno, creó algunas tensiones entre el movimiento indígena. El silencio fue particularmente intrigante en el caso de los jóvenes líderes indígenas que, además, en el pasado tuvieron algunas divergencias con los líderes indígenas y también con el Gobierno, situación que seguí de cerca, como sabéis. Cuando el 15 de agosto de 2014 presidí la Sala Especial para el Yasuní del Tribunal Ético de los Derechos de la Naturaleza, presidido por mi amiga Vandana Shiva, los mejores aliados del tribunal, además de los pueblos indígenas, fuisteis vosotros.

Por todas estas razones decidí consultaros. Hoy me dirijo a vosotros para deciros que he llegado a la conclusión de que no estoy en condiciones para aconsejaros sobre las mejores decisiones concretas en el conflicto en curso. Sé que os decepciono; con toda legitimidad podéis decir que os he hecho perder vuestro precioso tiempo. Por eso, quiero explicaros las razones de mi decisión. Expresaré mis razones en forma de perplejidades.

1. ¿La democracia está primero? Uno de los aprendizajes de las izquierdas en las últimas décadas, tanto en América Latina como en otras regiones del mundo, es que son las fuerzas de izquierda las que defienden firmemente la democracia liberal, incluso reconociendo todos sus límites y apostando siempre, a partir de ella, por radicalizar la democracia, es decir, transformar relaciones de poder en relaciones de autoridad compartida. La experiencia nos dice que la derecha no sirve a la democracia, sino que se sirve de ella cuando le conviene y la descarta cuando no le conviene. Recuerdo bien que, cuando el 30 de septiembre de 2010 las fuerzas policiales intentaron un golpe de Estado contra Rafael Correa, mi amigo Alberto Acosta pasó por mi hotel y corrimos a la sede de la CONAIE, donde pasamos todo el día. En ese momento, ya había quejas justas del movimiento indígena contra Correa, pero entonces el objetivo no era defender a Correa, sino la democracia que representaba.

De ser así, una vez comprobado que no hubo fraude electoral en estas elecciones de 2021, la disputa política debería centrarse en los programas políticos de cada candidato. ¿Por qué el debate sigue centrándose en la integridad de los candidatos y no en sus programas? Hay que tener en cuenta que, en varios países del continente, la derecha neoliberal, al no tener otro programa político más allá de las recetas neoliberales, viene jugando el argumento de la moralidad contra los candidatos de izquierda, acusándolos de corrupción. Además, cabe recordar dos hechos perturbadores. El primero es que ha estado en marcha en Ecuador una auténtica lawfare contra Rafael Correa por presuntos delitos cometidos, lo que parece no tener otro propósito que neutralizarlo políticamente. Esta guerra procuraba alcanzar al candidato que reivindicaba la herencia de Correa, Andrés Arauz. Semejante neutralización política ocurrió antes contra Manuel Zelaya (Honduras), Cristina Kirchner (Argentina), Fernando Lugo (Paraguay), Lula da Silva y Dilma Rousseff (Brasil) y Evo Morales (Bolivia). En todos estos casos, la injerencia de EEUU fue evidente. Me deja atónito el hecho de que muchos de los que han firmado declaraciones contra el candidato Arauz también firmaron declaraciones contra Evo Morales, del mismo modo que negaron la existencia de un golpe de Estado en Bolivia, lo que también ocurrió con el propio Yaku Pérez.

El segundo hecho inquietante es que, en el momento de redactar esta carta, no se descarta un último intento de anular las elecciones o apartar al candidato más votado. Fue esta sospecha la que llevó al Secretario General de la ONU a hacer recientemente una declaración en el sentido de hacer todo lo posible a fin de mantener la segunda vuelta de las elecciones en la fecha programada. Hace unas semanas, el Fiscal General de Colombia viajó expresamente a Quito para entregar «las pruebas» de que Arauz había recibido dinero de la organización guerrillera colombiana Ejército de Liberación Nacional (ELN) para financiar su campaña. Los desmentidos inmediatos de Arauz y del propio ELN, así como la notoria inverosimilitud de este hecho, no impidieron que «las investigaciones» comenzaran. Sabemos que Colombia es hoy un país satélite de EEUU y que el secretario de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, un personaje siniestro que urdió el golpe de Estado en Bolivia, se reunió en Washington con el presidente de Ecuador, Lenín Moreno, quien ha dejado claro que su candidato favorito es Lasso y, en segundo lugar, Pérez. Me parece que podríamos estar ante una típica maniobra de gestación de un golpe. La ley ecuatoriana es clara: los candidatos gozan de inmunidad y las leyes electorales no pueden cambiarse durante el periodo electoral. Sin embargo, como hemos visto en Brasil, no sabemos hasta dónde puede llegar la furia persecutoria de la lawfare.

2. ¿La izquierda está primero? El debate ecuatoriano está protagonizado por intelectuales y activistas de izquierda, entre los cuales destacan las corrientes feministas y ecologistas. En él han intervenido colegas, amigos y amigas a los que admiro mucho y con quienes he trabajado a lo largo de los años. Si Arauz es de izquierda, al menos en comparación con Lasso, sería de esperar que las energías se canalizaran para derrotar al candidato de la derecha y que el movimiento indígena se involucrara a fondo en eso. No es esto lo que está ocurriendo. En el momento en que os escribo, la asamblea de una de las organizaciones de la CONAIE decidió recomendar el voto nulo en la segunda vuelta de las elecciones. Hay que analizar las razones de la neutralidad entre un candidato de izquierda (quizás equivocada, pero izquierda de todas maneras) y un candidato de derecha banquero y miembro del Opus Dei. Debéis analizar las razones, y sobre todo, estar atentos a los posibles planes para impedir que el proceso electoral siga su curso. ¿Se estará preparando el próximo capítulo de la lawfare? ¿Acaso están en juego en Ecuador los dolores de parto del nacimiento de una nueva izquierda, una izquierda verdaderamente propia del siglo XXI? Hasta donde yo sé, los partos siempre son dolorosos. De ahí las dos siguientes perplejidades.

3. ¿Qué es la izquierda? Durante mucho tiempo, la izquierda fue concebida como el conjunto de teorías y prácticas políticas transformadoras que, durante los últimos ciento cincuenta años, resistieron a la expansión del capitalismo y al tipo de relaciones económicas, sociales, políticas y culturales que este genera, y que así han procedido en la creencia de la posibilidad de un futuro poscapitalista, de una sociedad alternativa, más justa, porque está orientada a satisfacer las necesidades reales de las poblaciones, y más libre, porque está centrada en la realización de las condiciones para el ejercicio efectivo de la libertad. Por muchas razones que no puedo detallar en esta carta, esta concepción ha sido objeto de mucha discusión. Las principales características de esta discusión fueron las siguientes. Un mayor conocimiento entre los movimientos populares en el mundo permitió ver que las divisiones políticas en muchos países no se expresan a través de la dicotomía izquierda/derecha. Incluso en aquellos países donde la dicotomía está en vigor, se ha generado un gran debate sobre el significado de cada uno de los términos. Por ejemplo, las luchas sociales y políticas contra la injusticia han ampliado enormemente las dimensiones de la injusticia y, por tanto, de la dominación. A la injusticia económica y social se han añadido la injusticia étnico-racial, la injusticia sexual, la injusticia histórica, la injusticia lingüística, la injusticia epistémica y otras injusticias basadas en la discapacidad, la casta, la religión, etc. Esta expansión planteó nuevas cuestiones, por ejemplo, la de la jerarquía entre las injusticias y, en consecuencia, de las luchas contra ellas. Se prestó nueva atención a los diferentes contextos específicos en los que se llevan a cabo las luchas y se hizo necesario distinguir entre luchas importantes y luchas urgentes. Fue posible, por ejemplo, defender que las tres principales formas de dominación producidas por la modernidad eurocéntrica son el capitalismo, el colonialismo (que apenas cambió de forma a pesar de los procesos de independencia política de las colonias) y el patriarcado.

No obstante, en el continente latinoamericano los debates también adquirieron otras dimensiones particularmente importantes. Distingo tres principales. La primera fue el cuestionamiento de la dicotomía izquierda/derecha en vista de los modelos de desarrollo económico y social adoptados por gobiernos de izquierda durante la primera década del siglo. La polarización pasó a ser entre los partidarios y los opositores del neoextractivismo (redistribución social basada en la explotación sin precedentes de los recursos naturales, con la consiguiente expulsión de los pueblos indígenas y campesinos, la degradación ecológica y el abandono de la discriminación étnico-cultural, étnico-racial y sexual/heterosexual). Incluso se inventó un nuevo término, “progresismo”, para caracterizar a los gobiernos que, aunque se decían de izquierda, no lo eran en opinión de los opositores al neoextractivismo.

La segunda dimensión fue la polarización entre estatismo y movimientismo. La tradición de las fuerzas políticas de izquierda en el subcontinente (como en gran parte del mundo) defendió casi siempre la necesidad de controlar el Estado para, a partir de él, llevar a cabo la deseada transformación social. Las frustraciones con la experiencia histórica (de las que el estalinismo es el ejemplo extremo) empeoraron a principios del siglo XXI con los proyectos de desarrollismo neoextractivista en el continente latinoamericano. Estos proyectos fueron protagonizados por el Estado, casi siempre en articulación con el capitalismo neoliberal global, un aspecto que los opositores al neoextractivismo vieron como la continuidad de la explotación colonial.

De ahí que hayan ganado peso concepciones como las de “transformar el mundo sin tomar el poder” (una expresión mal entendida de John Holloway), que comenzaron a centrar las propuestas de izquierda en la lucha por una nueva hegemonía (la de los derechos de la naturaleza) y en la valoración de los proyectos comunitarios basados en las ideas de autodeterminación y de plurinacionalidad. Si la concepción estatista exageró el poder transformador del Estado cuya matriz es, al fin y al cabo, capitalista colonialista, patriarcal y monocultural, la concepción movimientista corrió el riesgo de conducir a la despolitización de los movimientos sociales, un riesgo tanto mayor cuanto más evidente era el apoyo recibido de organizaciones no gubernamentales, financiadas por el Norte Global, en su mayoría destinadas a evitar que los movimientos sociales se conviertan en movimientos políticos.

La tercera dimensión característica del subcontinente, aunque no exclusiva de él, es la transformación muy repentina de los parámetros de la polarización política. Frente al revanchismo agresivo, a veces golpista, de los gobiernos de derecha que sucedieron a los gobiernos progresistas, la principal polarización pasó a ser entre democracia y dictadura. Y ante la coyuntura particularmente dramática y dolorosa derivada de la forma incompetente e incluso criminal con la que los gobiernos de derecha han enfrentado la crisis de salud, la principal polarización pasó a ser entre política de vida y política de muerte. Esta última mutación está particularmente presente en Brasil y en Ecuador.

Los debates dentro de las fuerzas de izquierda están abiertos. Por un lado, dieron visibilidad y potencia política a luchas sociales muy diversas. Por otro lado, crearon nuevas divergencias que han resultado difíciles de conciliar. Mientras no se supere esta dificultad, las luchas de izquierda, en lugar de articularse, se fragmentan aún más; en lugar de fortalecerse, se debilitan aún más. Dos dificultades resultan particularmente paralizantes: las divergencias sobre el papel del Estado y de las luchas institucionales; y las divergencias sobre la jerarquía entre los motores de las luchas (¿clases sociales o identidades étnico-raciales o sexuales?) y entre objetivos sociales de las luchas (¿redistribución social o reconocimiento de la diversidad?). Detrás de estas dificultades está la mega-dificultad creada por la divergencia entre desarrollismo/extractivismo y buen vivir/derechos de la naturaleza.

De todos estos debates, quizás la única conclusión segura, por ahora, es que las fuerzas de izquierda saben mejor lo que no quieren que lo que quieren. Durante mucho tiempo sufrieron la pandemia política (que precedió a la del coronavirus) y que se instaló en el mundo después de la década de los 80, de que no hay alternativa al capitalismo y de que, por eso, llegamos al fin de la historia. Curiosamente, las señales de que las fuerzas de izquierda pueden sentirse inmunizadas contra el virus del neoliberalismo surgieron inicialmente con especial fuerza en Ecuador. Veamos.

El debate ecuatoriano es muy dependiente de la erosión del imaginario de izquierda provocada por el centralismo y el tecnocratismo de Rafael Correa. Más que cualquier otro líder político de izquierda de la primera década del 2000, Correa concibió a la izquierda como un proyecto soberanista, impuesto desde arriba, centralista, monocultural, antiimperialista, centrado en la redistribución social pero conservador en cuanto a los derechos reproductivos de las mujeres y hostil al diálogo constructivo con la sociedad civil organizada. Este período coincidió con la época en que surgió una nueva creatividad de las fuerzas de izquierda. Esta circunstancia se debió a varios factores, entre los que distingo el fin del bloque soviético y el surgimiento de nuevos sujetos políticos, principalmente mujeres, pueblos indígenas, campesinos, movimientos ecologistas, el Foro Social Mundial. Esta transformación animó nuevamente la idea de las alternativas. Esta idea salió fuertemente reforzada de las Constituciones Políticas de Ecuador (2008) y de Bolivia (2009), Constituciones que apuntaban a la refundación plurinacional del Estado y a alternativas al desarrollo capitalista basadas en las filosofías y prácticas de los pueblos indígenas.

Sin saber muy bien cuál sería el fin último de sus luchas, las nuevas izquierdas parecían, sin embargo, dar por sentado que tendrían que basarse en amplios procesos de participación democrática, en el reconocimiento de la diversidad étnico-cultural y de los derechos de la naturaleza, en la refundación plurinacional del Estado, en la lucha anticolonialista y antipatriarcal. La lucha anticapitalista que exigía, como mínimo, una mejor redistribución social se articulaba ahora con la lucha contra el colonialismo (contra el racismo, la discriminación étnico-racial, la concentración de tierras, la expulsión de pueblos indígenas y campesinos, la xenofobia, la monocultura del saber científico) y contra el patriarcado (contra la dominación heterosexual, la violencia doméstica y el feminicidio). Ante la discrepancia entre el gobierno de Correa y las transformaciones de las fuerzas de izquierda y del movimiento indígena, las frustraciones se acumularon. Y, como podemos ver, todavía están muy vivas. De ahí la siguiente perplejidad.

4. ¿Quién es finalmente Rafael Correa? Si Correa hubiese sido solamente y para todos los ecuatorianos lo que describí anteriormente, ¿sería imaginable que el candidato que reclama su herencia hubiera sido el más votado? Obviamente no. Es que el Gobierno de Correa tuvo muchas otras dimensiones que, si bien pueden ser desvalorizadas por ciertos sectores de la población, fueron muy importantes para otros. Correa garantizó la estabilidad política durante diez años, lo que no es poca cosa en un país donde en los diez años anteriores hubo siete presidentes. Fue el creador de renombre internacional de la auditoría de la deuda externa de Ecuador, lo que permitió una reducción significativa de la deuda. Privilegió la redistribución social y los beneficios sociales llegaron a muchos que nunca habían tenido condiciones mínimas para vivir con dignidad. La pobreza bajó del 36,7% en 2006 al 22,5% en 2016 y las desigualdades medidas por el coeficiente de Gini disminuyeron y hubo un aumento de las clases medias. Estableció la gratuidad de la educación pública en todos los niveles y mejoró los salarios del personal docente. Construyó muchas infraestructuras básicas de las que carecía el país. Se afirmó como un líder nacionalista, defensor de la soberanía ecuatoriana contra el imperialismo estadounidense (recuerdo el impacto del cierre de la base de Manta en 2009), aunque, con el correr de los años, tuvo que caer bajo otra influencia extranjera, la de China.

Y lo cierto es que, a pesar de toda la contestación social, Correa logró elegir a su sucesor, su vicepresidente, Lenín Moreno, quien poco después se rendiría ante la más mediocre servidumbre al FMI y a los intereses geoestratégicos de EEUU en la región, volviéndose cómplice de la política persecución contra Rafael Correa. Esto significa que lo menos que puede decirse es que el país que dejó Correa al finalizar sus mandatos era una sociedad más justa, al menos en algunos aspectos, que el país gobernado por sucesivas oleadas de derecha controladas por las élites oligárquicas. ¿Por qué ahora, que la derecha oligárquica vuelve a tener a su candidato en la segunda vuelta de las elecciones, algunas fuerzas de izquierda y sectores del movimiento indígena defienden el voto nulo en la segunda vuelta de las elecciones? Para analizar esta coyuntura os propongo la siguiente hipótesis de trabajo: Ecuador es hoy quizás el país del subcontinente donde la divergencia entre la redistribución económico-social y el reconocimiento étnico-social es más pronunciada y donde dispone de menos puentes para superarlo. De ahí mis dos siguientes perplejidades.

5. ¿Qué es la transición? Uno de los principales problemas que enfrentarán hoy las izquierdas en trabajo de parto es la cuestión de la transición. Empezamos a saber que queremos una sociedad anticapitalista, anticolonialista, antipatriarcal, ecologista, feminista, plurinacional, radicalmente democrática, autodeterminada. Sabemos que se trata de un cambio de paradigma de civilización. ¿Cómo luchamos por él? En primer lugar, debemos saber que la lucha es inminentemente política. Las banderas aparentemente apolíticas de las ONG no tienen otra finalidad que desarmar el movimiento popular. Es por eso que están fuertemente financiadas por los países del Norte Global. Entiendo que muchos de ustedes, frustrados con la política formal, prefieren canalizar su activismo fuera del sistema político de partidos. Pero en la medida en que lo consideren importante, es bueno saber lo que está en juego. Incluso siendo la lucha concebida como política, no es fácil organizarla. Sabemos que no podemos confiar en las instituciones, pero tampoco podemos vivir sin ellas. Tendremos que luchar con un pie en las instituciones y el otro fuera. Tendremos que luchar dentro del Estado, contra el Estado y fuera del Estado con diferentes formas de organizar las luchas, algunas de las cuales ni siquiera se han intentado todavía.

¿Y con que aliados? No es creíble que podamos encontrarlos entre las fuerzas de derecha. La derecha, cuando vuelve al poder, lo hace con más revanchismo que nunca. Véanse los casos de Bolsonaro en Brasil, de Macri en Argentina o de la golpista Áñez en Bolivia. ¿Es prudente arriesgar lo mismo con Lasso en Ecuador? Por supuesto, todo será más fácil si Arauz se manifiesta claramente en sintonía con la transición y no con el regreso al pasado. Como jóvenes que sois, tenéis en vuestras manos el futuro del país. Hay tres áreas en las que debéis prestar especial atención: la transición para salir del extractivismo, la educación intercultural y el cogobierno con la CONAIE para dar seguimiento concreto a la plurinacionalidad consagrada en la Constitución de 2008. Las dos primeras áreas constan en el programa de Arauz, pero tanto ellas como la tercera dependen de vuestra presión política organizada, que debe continuar (y no terminar) con las elecciones. Lo más importante es aprender de los errores del pasado.

6. ¿Se acabó el imperialismo? En el reciente debate ecuatoriano, una de las ausencias más ruidosas ha sido el factor de la intervención extranjera. Algunos de los participantes en el debate están tan dominados por el odio y el resentimiento hacia Correa que ven su fantasma por todas partes y consideran que su injerencia es siempre avasalladora. ¿Será que así no ven o esconden otro fantasma mucho más presente? Sabemos que el imperio ha cambiado muchas tácticas (por ejemplo, de las dictaduras militares a la lawfare), pero no alteró su estrategia. Sabemos que la Guerra Fría entre EEUU y China está adquiriendo proporciones muy preocupantes. EEUU es un imperio en declive y, como otros en el pasado, se vuelve aún más agresivo en la búsqueda de zonas de seguridad extraterritoriales. Para EEUU, sin gran influencia en África y sin confiar mucho en Europa y todavía menos en Asia, América Latina es la única región del mundo que consideran que les pertenece incondicionalmente. El precio que pagan los países por desobedecer es enorme, aunque sean muy problemáticos desde el punto de vista de las nuevas izquierdas, como, por ejemplo, Cuba, Venezuela o Nicaragua. Arauz ofrece muchas menos garantías de alineamiento antichino que Lasso o Pérez. ¿Estará ahí la benevolencia con la que EEUU y la OEA miran a los candidatos anticorreístas? A la luz de la experiencia reciente (por no mencionar la menos reciente), ¿pueden los ecuatorianos arriesgarse a un nuevo alineamiento incondicional con EEUU? Estoy seguro de que conocéis bien lo que está pasando en Brasil y lo que iba aconteciendo en Bolivia.

Querida amiga, querido amigo:

Mis perplejidades no terminan aquí, pero son suficientes para intentar justificar por qué no intervengo más asertivamente en el debate que estáis teniendo en Ecuador. Mi deseo es que seáis vosotros, los ecuatorianos y sobre todo los más jóvenes, quienes decidáis las cuestiones que están abiertas, para las cuales, además, no hay soluciones inequívocas a la vista. Lo importante es que lo hagáis con una reflexión profunda sobre los conflictos que atraviesan vuestro país y sin injerencia externa, ya sea de intelectuales-activistas internacionalistas bien intencionados, como yo, pero que, como yo, están siempre sujetos a cometer errores; y también sin la injerencia de países extranjeros, ya sean EEUU, países europeos, países de América Latina o China. Una cosa es cierta: lo que decidáis tendrá consecuencias importantes, positivas o negativas, para el futuro del resto del mundo, que se ve afectado por estas polarizaciones. No se está impunemente en el centro del mundo.

Alice News. Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez

Fuente: https://www.lahaine.org/mm_ss_mundo.php/carta-abierta-a-dos-jovenes

 

viernes, 8 de noviembre de 2019

AMÉRICA LATINA DICE NO AL NEOLIBERALISMO


Quito, octubre de 2019


Opinión
08/11/2019

I

América Latina se está moviendo en estos tiempos. O más que moverse: está que arde, está en estado de ebullición. En estos últimos días se dieron varios hechos que son una clara manifestación de repudio a las políticas socioeconómicas vigentes, comúnmente conocidas como neoliberalismo.

Éste, que en realidad es un brutal capitalismo sin anestesia, se viene aplicando en forma lapidaria en todo el mundo, con secuelas que muy probablemente persistan aún por un buen tiempo. Para describirlo, en pocas palabras podría decirse que consiste en un plan económico de acumulación fabulosa de riqueza por parte de un pequeño grupo de capitales con poder cada vez más creciente a nivel global, a costa del empobrecimiento inversamente proporcional de grandes masas de población, también a nivel de todo el planeta.

Dicho así, podría considerarse que se agota en un triunfo del mercado, de la lógica de la libre empresa contra la clase trabajadora y contra cualquier intento de estatización, destruyendo sin piedad también al medio ambiente, que es visto como una mercancía comercializable más. En otros términos: todo se privatiza, absolutamente todo es mercancía. Y la fuerza de trabajo, que también es una mercancía, pierde considerablemente valor ante el capital omnímodo.

Pero el neoliberalismo, en realidad, es algo mucho más complejo, más profundo. Después de los avances del campo popular en la primera mitad del siglo XX (revoluciones socialistas, organización sindical y popular, diversos procesos emancipatorios, liberación de colonias de sus metrópolis, avances sociales diversos), la reacción del sistema capitalista fue brutal. Ahí es donde surgen estas políticas, iniciadas en Chile en la década de los 70 del siglo XX de la mano de la dictadura de Augusto Pinochet (laboratorio de pruebas), extendidas luego a prácticamente todo el mundo. Sus íconos representativos en los inicios fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Los organismos crediticios internacionales: Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial, brazos operativos de la gran banca mundial que maneja las finanzas globales, se constituyeron en los verdaderos mandamases planetarios. ¿Qué persiguen estos planes? No solo acumular cada vez más riqueza en un reducido grupo de poderosos capitalistas sino, además, y quizá fundamentalmente, acallar todo tipo de protesta, de disenso, de posibilidad de transformación de lo ya establecido. La idea final es desarticular las luchas populares, empobrecer, hacer retroceder todas las conquistas ganadas en décadas de lucha. En otros términos: desaparecer las esperanzas de cambio. La palabra “comunismo” pasó a ser la peor blasfemia, impronunciable, anatematizada por siempre.

Toda esta detención de las luchas se ha logrado parcialmente de momento. Con la desintegración de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista europeo, el capital se sintió vencedor. “La historia ha terminado”, pudo gritar exultante uno de sus conspicuos voceros, el ideólogo Francis Fukuyama. El golpe recibido por la clase trabajadora internacional fue tremendo. Las iniciativas impuestas por los organismos crediticos de Bretton Woods fueron las directivas que marcaron –y siguen marcando– el rumbo de las sociedades, en lo económico y en lo político. Los capitales globales, estadounidenses en mayor medida, marcan el paso. Solo Rusia y China escapan a esa lógica; por lo demás, todo el mundo se alineó con los ajustes anti-estatales, con la precarización laboral y con un discurso pro empresarial (ya no hay “trabajadores” sino “colaboradores”).

II

A partir de esas políticas, que a su turno mansamente fueron cumpliendo todos los gobiernos, los Estados nacionales se debilitaron a un máximo, privatizándose cuanta iniciativa pública hubiera. Temas medulares como salud, educación, infraestructura, servicios básicos, quedaron totalmente en manos de la iniciativa privada, en muchos casos dada por capitales transnacionales. Todo eso, como no podía ser de otro modo, provocó enormes cambios en las dinámicas sociales. Las políticas neoliberales influyeron en todo el globo; en América Latina, por supuesto, vienen definiendo la historia de una manera grotesca desde la primera experiencia chilena a partir de 1973, donde las tesis de la Escuela de Chicago, lideradas por el economista Milton Friedman, se implantaron como experiencia piloto.

A partir de estos planes de ajuste neoliberal, riqueza y pobreza se acrecentaron de modo exponencial. La “teoría” del derrame, donde supuestamente el crecimiento macroeconómico de un país terminaría beneficiando a todos los sectores por igual, “derramándose” desde las clases privilegiadas a las subordinadas, se mostró en absoluto falsa. Los capitales crecieron devorando todo a expensas de las clases trabajadoras y los pueblos en general, destruyendo también sin piedad la naturaleza. Por supuesto, hubo reacciones ante todo esto, muchas y variadas. La más importante, quizá, fue el Caracazo, en Venezuela, en 1989, a partir del cual algún tiempo después aparece la Revolución Bolivariana, con Hugo Chávez a la cabeza. Ello motivó posteriormente un ciclo de gobiernos progresistas en varios países (el Partido de los Trabajadores en Brasil, matrimonio Kirchner en Argentina, Revolución Ciudadana liderada por Rafael Correa en Ecuador, Frente Amplio en Uruguay, Fernando Lugo en Paraguay), beneficiados en su momento (comienzos del siglo XXI) por los altos precios de productos primarios, base de sus economías: petróleo, gas, minerales, carnes, cereales. Ese movimiento hizo renacer las esperanzas de cambios sociales, y así aparecieron intentos integracionistas con una filosofía distinta a la crudamente mercantil: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos -ALBA-TCP-, Petrocaribe, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños -CELAC-, la Unión de Naciones Suramericanas -UNASUR-, Telesur, Radio del Sur, impulsados en buena medida por la Revolución Bolivariana de Venezuela y su enriquecida cuenta petrolera.

Pero más allá de estos gobiernos progresistas, de “centro-izquierda”, como se les dio en llamar, que sin dudas trajeron mejoras a sus poblaciones, los daños causados por las políticas neoliberales no desaparecieron. Se siguieron pagando las deudas externas, las condiciones generales de trabajo no mejoraron, los Estados siguieron empobrecidos y las privatizaciones no se revirtieron. Ninguno de estos gobiernos, con excepción de Bolivia y en alguna medida Venezuela en los inicios de la Revolución Bolivariana, pudo batir las políticas neoliberales, dado que estas constituyen un entramado destinado a hacer retroceder la organización popular y los proyectos de revolución socialista por largo tiempo, quizá para siempre en la cabeza de los ideólogos que las pergeñaron, meta que parece seguir cumpliéndose. México, con Manuel López Obrador, se sumó posteriormente al grupo de países con administraciones progresistas, pero las políticas neoliberales no pueden ser modificadas. El único caso donde se palpan evidentes los logros de un proyecto alternativo es en Bolivia, con la dirección del Movimiento al Socialismo, liderado por el indígena aymara Evo Morales, donde efectivamente el crecimiento económico (la tasa más alta de todo el continente americano en el 2019, casi el 5% de aumento interanual del PBI) se convierte en planes sociales de alto impacto (salud, educación, vivienda, microcréditos populares).

Con distintas características y tiempos en cada país, después de aproximadamente una década de progresismo, la derecha más reaccionaria volvió a tomar la iniciativa (Bolsonaro en Brasil, Macri en Argentina, Lenín Moreno en Ecuador, Piñera en Chile, Duque en Colombia). Así, asistimos hoy a gobiernos de ultra derecha en buena parte de América Latina, todos mansamente alineados con Washington, con un lenguaje absolutamente antipopular y programas que benefician solo a la banca internacional y a las oligarquías locales. Con el agregado que todos, de igual modo, participan de una recalcitrante posición de derecha anti Venezuela y anti Cuba, siguiendo las directivas impuestas por la Casa Blanca.

III

Pero no todo está perdido. Los pueblos, además del legendario Caracazo, siempre han seguido reaccionando. Las protestas populares se sucedieron interminables en estos años: movimientos indígenas y campesinos reivindicando territorios ancestrales despojados por la industria extractivista (mineras, hidroeléctricas, petroleras, cultivos extensivos para exportación), pobres urbanos desocupados, familias en crisis abrumadas por las deudas, jóvenes sin futuro, población en general golpeada por las políticas en curso, alzaron la voz, quizá sin una dirección política clara, sin proyecto transformador, pero como reacción espontánea a un estado de pauperización creciente y sin salida a la vista. En Argentina, sin proyecto transformador, pero hastiada de las políticas privatistas, al grito “¡Que se vayan todos!”, la población quitó a cinco presidentes en el lapso de quince días, en Ecuador, un movimiento indígena abrumado por esas mismas políticas y eternamente discriminado por un racismo irracional, hizo renunciar a tres presidentes, en Bolivia una población básicamente indígena harta de explotación, miseria y racismo, llevó al poder -y recientemente volvió a darle un voto de confianza- a una propuesta socialista con la presidencia de Evo Morales.

Estos años se sucedieron las protestas, marchas, cacerolazos y demostraciones de repudio a los planes de capitalismo criminal y despiadado, pero nada de eso logró conmocionar en su médula al sistema vigente, hasta que en este último tiempo la reacción tomó forma de rebelión espontánea con acciones contundentes. Ecuador, con poderosos movimientos indígenas y populares enfrentándose al traidor Lenín Moreno (supuestamente de izquierda en los gobiernos anteriores), actual “perro faldero” del FMI, Chile con un formidable movimiento popular que se tomó las calles superando a los carabineros y desafiando las medidas reaccionarias del presidente Sebastián Piñera, Haití con una poderosa protesta popular espontánea que pide la renuncia del corrupto y neoliberal mandatario Jovenel Moïse, Honduras y una aguerrida resistencia ya largamente reprimida que se opone al ilegítimo presidente Juan Orlando Hernández, mantenido a sangre y fuego por Estados Unidos, todo eso constituye un claro ejemplo del cansancio de la gente y de su reacción espontánea contra líneas que la desfavorecen muy grandemente.

Por su parte Chile, exhibido desde hace años por la prensa comercial de todo el mundo como ícono del neoliberalismo triunfador (“Primer mundo”, según esa engañosa propagada), presenta una desigualdad monstruosa (octavo país del mundo en asimetrías socioeconómicas, igual que Ruanda en el África), y es quien ha escenificado las protestas más grandes. La población, hastiada de las medidas de privatización, falta de acceso a los beneficios reales de un supuesto desarrollo, patéticamente endeudada con los bancos, reaccionó visceralmente ante el alza del pasaje de metro, lo que motivó por parte del Ejecutivo (siguiendo la sugerencia de asesores estadounidenses) la declaración de estado de sitio y toque de queda. Sin dudas, la población del país trasandino es la que más fuertemente ha alzado la voz, lo cual llevó a un brutal endurecimiento del gobierno, con casi 20 muertos y cientos de heridos producto de la represión, con el ejército controlando las calles “América del Sur se nos puede embrollar de modo incontrolable si no tenemos siempre a la mano un líder militar, y en el caso de Chile, esto reclama un jefe de la calidad solidaria del general Augusto Pinochet”, pudo decir sin la más mínima vergüenza Mike Pompeo, secretario de Estado de Estados Unidos, en una Comisión de Urgencia de la Cámara de Representantes, ante “la preocupante situación de Chile”. Ello deja ver que América Latina sigue siendo, tristemente, el patio trasero de la potencia del Norte, y lo que en esta zona sucede se decide en Washington.

Las recientes elecciones de Argentina, donde ganó el peronista Alberto Fernández con un electorado que dijo rotundamente “no” los planes de más achicamiento y más empobrecimiento levantados por Mauricio Macri (con el apoyo del FMI y el Banco Mundial) muestran que las poblaciones ya no aguantan más.

IV

¿Por qué esta serie de explosiones populares que parecen dinamizar la actualidad en América Latina al día de hoy? Porque la pobreza que causó el neoliberalismo, donde no hubo el preconizado “derrame”, ya es insoportable. El subcontinente, terriblemente rico en recursos naturales (tierras fértiles, abundante agua dulce, petróleo, gas, innumerables recursos minerales, enormes litorales oceánicos) presenta índices de desigualdad socioeconómica realmente alarmantes. Con economías prósperas en términos macro (crecimiento del PBI, inflación bajo control, paridad cambiaria estable), ocho de los diez países más desiguales del planeta están en esta región: Haití, Honduras, Colombia, Brasil, Panamá, Chile, Costa Rica y México. Los problemas sociales se multiplican en forma continua, con desempleo, falta de perspectivas, violencia callejera, salarios de hambre, un agro tradicional que se empobrece y desertifica producto de la explotación inmisericorde de las grandes propiedades y su uso de pesticidas, poblaciones originarias reprimidas y olvidadas, jóvenes sin futuro y, junto a ello, gobiernos corruptos que se ríen en la cara de tanta desgracia, todo ello constituye una poderosa bomba de tiempo. Si no estalló masivamente antes, es porque la represión y el miedo histórico de las décadas pasadas (guerras sucias que ensangrentaron todos los países, con 400.000 muertos, 80,000 desaparecidos y un millón de presos políticos, más cantidades monumentales de exiliados) siguen obrando como una fuerte “pedagogía del terror”.

¿Qué sigue ahora? No puede decirse que el neoliberalismo esté muerto, porque sigue direccionando las políticas impuestas por los grandes poderes (capitales globales que manejan el mundo), políticas que, definitivamente, no han cambiado. De todos modos, estos capitales no son ciegos, y ven que Latinoamérica arde. Ahí están las declaraciones de Mike Pompeo, un operador político de esos capitales, y su precaución ante lo que puede venir: “Hay que tener siempre a la mano un líder militar”.

Cantar victoria y decir que el campo popular triunfó, que el neoliberalismo está fracasado y se firmó su acta de defunción, es un exitismo quizá peligroso. De momento los planes del capitalismo global no han cambiado. Ver lo que sucede en Cuba, donde persiste el cruel bloqueo que intenta asfixiar la triunfante revolución socialista, o en Bolivia, donde la derecha internacional intenta por todos los medios cerrar el paso a un nuevo mandato electoral del socialista Evo Morales, o las avanzadas contra Venezuela, donde se sigue bloqueando inhumanamente la economía del país con las acusaciones de narco-dictadura a la presidencia de Nicolás Maduro y la posibilidad siempre abierta de una intervención militar, muestra que quienes mandan en este “patio trasero” no están en retirada. Los capitales globales (estadounidenses en su mayoría, pero también europeos y asiáticos, todos fundidos en esta oligarquía planetaria que opera desde paraísos fiscales) ¿están derrotados?

¿Seguirá o aumentará la represión contra los pueblos en protesta? En Chile fueron asesores militares de Estados Unidos, viendo que la policía estaba sobrepasada, quienes recomendaron el uso de la fuerza bruta del ejército (violaciones, desapariciones, crear terror en la población, toque de queda) para calmar los ánimos. Qué hará el capitalismo rapaz (léase Estados Unidos y sus secuaces: Unión Europea y gobiernos de derecha instalados por doquier): ¿negociará y dará algunas válvulas de escape? Cuidado: ¡no debemos confundirnos! Los gobiernos de centro-izquierda que pasaron años atrás no lograron cambiar el curso de las iniciativas neoliberales surgidas de Bretton Woods. O más precisamente: surgidas de los bancos privados (Rockefeller, Morgan, Rothschild, Lehmann, Merry Lynch) quienes le fijan las líneas al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional. Los planes redistributivos que se dieron estos años no cambiaron de raíz la propiedad privada de los medios de producción; fueron importantes paños de agua fría para poblaciones históricamente olvidadas, pero no constituyeron alternativas de cambio sostenibles. Todo indica que dentro de las democracias representativas no hay posibilidad de cambios profundos reales. Además, sin caer en exitismos: Piñera sigue gobernando en Chile y Lenín Moreno en Ecuador. El binomio Fernández-Fernández en Argentina, que asumirá la presidencia el próximo 10 de diciembre, ¿es una alternativa socialista? No olvidar que Cristina Fernández propone un “capitalismo serio”. Serio o no serio… capitalismo al fin. (Si no es “serio”, ¿cómo sería?)

Con estas explosiones populares espontáneas con que está ardiendo ahora América Latina, ¿vamos hacia la revolución socialista? No pareciera, porque no hay dirección revolucionaria, no hay proyecto de transformación que en este momento esté a la altura de los acontecimientos y pueda dirigir hacia una nueva sociedad. Como se dijo más arriba, la idea de “comunismo” sigue profundamente anatematizada, vilipendiada. Por eso en las pasadas elecciones pudieron ganar personajes como Bolsonaro, o Macri, o Piñera, o Giammattei en Guatemala, o Bukele en El Salvador. Quizá es útil recordar una pintada callejera anónima aparecida durante la Guerra Civil Española: “Los pueblos no son revolucionarios, pero a veces se ponen revolucionarios”.

Los acontecimientos actuales abren preguntas (similares a las que abrieron los “chalecos amarillos” meses atrás en Francia): ¿dónde llevan estas puebladas?, ¿por qué la izquierda con un planteo de transformación radical no puede conducir estas luchas?, ¿el enemigo a vencer es el neoliberalismo o se puede ir más allá? Como sea, el actual es un momento de intensidad sociopolítica que puede deparar sorpresas. Vale la pena estar metido en esta dinámica.


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