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viernes, 3 de enero de 2020

EVALUACIÓN Y PLAN POLÍTICO


Escribe: Milcíades Ruiz

Al iniciar un nuevo año, es bueno hacer un balance de nuestro desempeño personal, en cuanto a mejorar nuestras condiciones de vida familiar como consecuencia de nuestro mejoramiento laboral y económico. Esta reflexión nos debería conducir a plantearnos metas personales factibles de obtener durante el año en curso. No tener objetivos, es carecer de rumbo de vida y estaríamos comportándonos como animales, que solo viven por vivir. 

De nuestras aspiraciones personales también depende la vida de nuestra descendencia como también, el standard familiar y social. Es de nuestra responsabilidad planificar nuestro desarrollo familiar y trazar nuestro proyecto de vida. Tener un plan a cumplir que concentre nuestra perspectiva diaria es mejor que no tener un plan. Vivir a la deriva, es vivir sin futuro. 

Lo dicho, también es válido para las personas que han elevado su categoría humana cultivando ideales políticos para el mejoramiento del grupo social al que pertenece y con mayor razón para las personas de ideales supremos que comparten la aspiración de lograr una sociedad con justicia social. De nada sirve tener los ideales si no hacemos nada por conseguirlos y esperar que sean otros, los que hagan el trabajo.

No basta tener consciencia política y renegar de nuestra situación. Tenemos que hacer algo para no llevar el cargo de consciencia por no haber hecho nada o, por haberlo hecho mal. Entonces estamos obligados a hacer un examen de nuestra actuación política, de nuestro desempeño en la lucha social por el mejoramiento de la sociedad y trazar los planes políticos proyectando actividades, programas y metas. ¿Qué tanto hemos avanzado en los objetivos trazados?

En el año que ha fenecido, ¿la izquierda se ha fortalecido políticamente? ¿Se han encumbrado por su lucha, los movimientos populares? El mejoramiento político tiene que ver con el fortalecimiento orgánico con incremento de la militancia como reflejo de una actuación política crecientemente popular. La gestión de cualquier dirigencia y de las instituciones políticas, se juzga por los resultados obtenidos. 

Si el rendimiento del trabajo político ha sido óptimo seguramente festejarán los logros obtenidos. De lo contrario, pasaremos por la vergüenza de nuestra incapacidad, en cuyo caso, se impone dar un paso al costado, para permitir otras alternativas de recuperación reorganizando métodos y estrategias en el plan de trabajo anual. Las falsas autocríticas no resuelven el problema real y es preferible la honestidad que las justificaciones que no reconocen errores.

¿Fue acertado el apoyo de la representación parlamentaria de izquierda a los afanes de Vizcarra incluyendo el cierre del Parlamento? ¿Con ello se fortaleció la izquierda o, fue Vizcarra el fortalecido? ¿Qué hemos ganado con esta actuación política? ¿Tendremos un mejor Parlamento y mejores bancadas de izquierda en calidad y cantidad? ¿El pueblo salió ganando? ¿Qué ha cambiado favorablemente desde entonces? Estas y otras interrogantes tendremos que hacernos al evaluar nuestra actuación política.

Por lo pronto la lideresa de Nuevo Perú, en su artículo en La Republica del 29 Dic 2019 escribió: 

(…) “podemos avanzar hacia la construcción de un nuevo pacto entre peruanas y peruanos, sobre la base de nuevas reglas y nuevos valores; un nuevo pacto que marque el cumplimiento de la transición inconclusa del año 2000 y de nuestra independencia tras 200 años de una República excluyente. Sí podemos recuperar el Perú”.

Su agrupación seguramente ha evaluado la situación del país y esta es la conclusión. Al parecer, no tienen problemas por su informalidad y no está afectada por el divisionismo ni menos ha perdido protagonismo, como se creía. Pero sí, es discutible que la crítica situación de nuestro país, se resuelva con un nuevo pacto, lo que supone que hay uno anterior que desconocemos. Solo se necesita nuevas reglas y nuevos valores y ya está.

El partido aprista es el más experimentado en cuestión de pactos políticos, pero no creo que quieran repetir esa experiencia. Sea como fuere, necesitamos evaluar nuestro desempeño político y plantearnos tareas factibles en nuestro trabajo social. No por tratarse del bicentenario de la independencia del virreinato, fecha en la que los usurpadores colonialistas suplantaron a los dueños nativos del Perú, arrebatándoles su patria sino, por nuestra legítima aspiración por lograr justicia social. 

Solamente con trabajo político, podemos esperar resultados de nuestro esfuerzo. Sin ello, no podremos avanzar en lo concreto. Nuestro trabajo a nivel universitario es muy importante como lo ha demostrado la última experiencia chilena de movilización popular. Necesitamos más acción y más continuidad en nuestras reuniones políticas con los sectores populares.

Me he atrevido a escribir esta nota con este tono, no porque me crea inmaculado, sino con la sana intención de mejorar nuestras filas. Discúlpenme si he sido demasiado mordaz. Lo hago porque estoy en la obligación de trasmitir mi experiencia, sobre todo a los jóvenes. También he sido líder y he cometido errores, pero tengo la ventaja moral que respalda mi trayectoria de lucha. 

Criticar a la derecha es muy fácil y ser duro entre nosotros trae inconvenientes, pero es necesario si queremos mejorar. Feliz año 2020. A protegerse del infeliz daño nuevo.
Enero 2020
Otra información en https://republicaequitativa.wordpress.com/

miércoles, 30 de mayo de 2012

PARA TEJER LA RED - 11: LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ (3-4)


Carlos Zuzunaga Flórez

Es así como resulta evidente el distanciamiento contemporáneo entre el llamado neo-liberalismo y las tendencias que proclaman la necesidad de la planificación, pues en la medida en que ésta sea indicativa -y será examinada la materia a propósito de la disposición constitucional peruana sobre la planificación concertada- mantiene un grado de libertad no solamente aceptable sino en saludable convivencia con el rol rector del Estado como guía del desarrollo. El neo-liberalismo confundido con el caos en que todo se deja a las fuerzas del mercado es, por ello, un falso liberalismo, puesto que la vida en sociedad requiere la presencia y la acción del Estado en una suerte de equilibrio constantemente ajustado a circunstancias aleatorias en una economía globalizada y en un contexto interno frecuentemente conflictivo cuando no plagado de agresiones.

El nuevo liberalismo, para distinguirlo de algún modo del tono peyorativo que se adjudica al neo-liberalismo, es, pues, el respeto a la libertad de mercado sólo en tanto y en cuanto ella es compatible con la necesidad de un desarrollo equilibrado cuyo análisis final toca, como no podía ser de otro modo, al ente soberano designado y controlado democráticamente. Pero la esencia de este equilibrio radica en el respeto a la libertad de las personas que incluye la libertad de acumulación de la riqueza en la medida en que ésta contribuye al bien de la sociedad, de acuerdo con las necesidades de ésta conforme son materia de ese análisis global realizado por el Estado en nombre de la sociedad a ala que guía.

En este contexto conviene aún señalar una distinción entre la planificación como instrumento para modelar la economía y la planificación como arma fundamental para el cambio. Han sido ya mencionados los límites que son propios de los esfuerzos de cambio inducido y carece de objetivo, por tanto, incidir de nuevo sobre el tema, salvo para añadir que la planificación, en cualquiera de sus grados o modalidades, determina un desequilibrio en lo que sería el “estado natural” de las fuerzas sociales y económicas. Este desequilibrio es, sin embargo, inevitable si se tiene en cuenta que la sociedad moderna ha tomado conciencia de ser una sociedad conflictiva. Dahrendorf ha examinado la materia en profundidad y carece de objeto igualmente desarrollar más ampliamente el tema.

Bastará para ello terminar esta introducción manifestando que la planificación pretende desconocer la incertidumbre y convertir la sociología y la Economía en ciencias exactas cuando son en verdad disciplinas sociales. Traducida esta comprobación al lenguaje puramente científico, podría afirmarse que el “principio de incertidumbre” ideado por Heisenberg para la física facilitó a Max Planck el logro del punto medio con la exactitud matemática de Einstein, de tal modo que ese principio y ese punto medio son hoy de aplicación a todos los aspectos del saber, a la Filosofía, a la Economía, la Política y la vida social, dejando atrás la causalidad absoluta de Newton.

Carlos Zuzunaga Flórez

LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ PRE-HISPÁNICO

María Rostworoswski, que pone en duda muchos de los lugares comunes difundidos y generalmente aceptados por los textos tradicionales de historia pre-hispánica, sostiene, sin embargo, que los Incas destacaron en la planificación de su Estado y se pregunta por qué el Perú ha dejado de lado el espíritu organizativo andino.

Si hemos de seguir sosteniendo la diferencia entre organización como administración y planificación como previsión racional del futuro, las fuentes históricas deberán demostrar en qué medida lo que existió en el Perú antes de la llegada de los conquistadores fue una u otra cosa, o un sistema que comprendía ambas.

El auge del Estado Inca, según confirma la misma historiadora, arranca no antes del siglo XV, esto es, poco tiempo antes de la llegada de los españoles a nuestras costas; pero la amplitud del Imperio y las condiciones en que había sido lograda y mantenida muestran sin duda una racionalidad previsora superior a la perceptible en los episodios siguientes de nuestra historia. Superior sin duda a la capacidad administrativa de la Corona española en razón de la distancia y de la doble distorsión de la información y de las disposiciones reales interesadas más bien el lucro colonial que en un ideal imperial como el que pudo existir en los Incas. Superior también acaso a la imposible racionalidad atribuible a la caótica administración republicana posterior. El balance es por ello favorable al Perú pre-hispánico si se juzga la organización nacional con los criterios de planificación racional. (…)

LA PLANIFICACIÓN EN LA COLONIA

El éxito del descubrimiento de América y de la conquista son acaso la mejor muestra de que el destino de los pueblos y de los hombres no es el fruto de las decisiones de una racionalidad planificadora sino el resultado inesperado de impulsos de aventura. Es así como nuestros pueblos se incorporan a la cultura de Occidente; pero el manejo de un imperio lejano, en las condición precaria de las comunicaciones de entonces, debió requerir luego el empleo de un esfuerzo racional que, por tales condiciones de comunicación, tuvo necesariamente una aplicación tardía, mediatizada y en casos solamente formal, como se aprecia por las amplias facultades de los Virreyes de las Audiencias y por la repetida referencia a la aplicación condicionada y recortada de las normas llegadas de la metrópoli, lo que se expresó en la frase de que las cédulas reales “se acatan pero no se cumplen” (…)

LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ REPUBLICANO

La transición. La transición de la colonia a la República no fue un pasaje brusco de una organización social y económica a otra sustancialmente diferente. El Perú fue el foco central del colonialismo español por varios siglos y quedó en el país la huella de ese hecho, manifiesta en la necesidad de que la independencia se originara en invasiones de fuerzas libertadoras externas a nuestras fronteras más bien que en el esfuerzo liberador de los peruanos.

En tales condiciones, es claro que no ocurrió un “corte” revolucionario en las condiciones sociales y económicas del país y que sobre esa estructura de base se sobrepuso un largo período de inestabilidad política marcada no solamente por la presencia de las fuerzas y los caudillos “extranjeros” libertadores del país, sino particularmente por la sucesión de guerras civiles en persecución del poder, lo que determinó, entre otros fenómenos, el de la multiplicidad simultánea de caudillos y grupos que reclamaban para sí una precaria legitimidad.

Sería superfluo, por tanto, examinar las circunstancias en que se pudo haber previsto el futuro de una sociedad imprecisa no solamente en cuanto a su centro de poder sino también en sus fronteras territoriales que no llegaron a definirse, y ello aun incompletamente, hasta un siglo después de proclamada la independencia.

Sin visión de futuro, las primeras décadas republicanas son más bien una prolongación de sucesos caóticos y desordenados, la improvisación de medidas económicas y sociales en que se mezclaba el mercantilismo reinante entonces en Europa y particularmente en España, y el centralismo borbónico que inspiró la política colonial en los lustros anteriores a la independencia.

Un estudio sustancial de este hábito de improvisación no ocurre sino al confrontarse la crisis derivada de la derrota del país en la Guerra con Chile, cuyas consecuencias forzaron a repensar el país en términos políticos y económicos por obra del Presidente Castilla*(Nota: Debe ser Cáceres) y por el propósito de modernización que caracterizó a los gobernantes del Partido Civil y posteriormente al gobierno de Leguía, cuya concepción del progreso a la medida del siglo permitió cierto grado de cambio reflejado particularmente, sin embargo, en un nuevo giro de la inserción del país en la finanza internacional a través del endeudamiento destinado a obras públicas, lo que muestra que la política de gobiernos posteriores dirigida al mismo empeño se origina en una tendencia ya experimentada de esfuerzos en esta dirección.

La crisis mundial de 1929 llevó a frustrar bruscamente los esfuerzos de inserción en la finanza internacional y, además de las consecuencias directas que ello tuvo en la política, determinó la puesta en práctica de medidas económicas y sociales encaminadas a aliviar la situación de emergencia, tales como la legislación -imperfecta como fue- de apoyo a los desocupados, y otras decisiones tales como el incremento de los impuestos a la coca y el alcohol que aliviaron la miseria urbana a costa de la rural.

El liberalismo. Los esfuerzos de modernización protagonizados por Castilla, por los civilistas y por Leguía, fueron en todo caso mercantilistas. La revolución industrial estaba muy lejos de nuestras costas, como desafortunadamente lo está aún hoy, y es explicable que en esas condiciones no se hubiera logrado acceder a una etapa de capitalismo moderno, que sólo él habría logrado modernizar realmente la economía y la sociedad.

Esta ausencia de un esfuerzo efectivo de modernización a la altura del tiempo contrasta con la historia económica y política de países como Chile y Colombia, donde una burguesía local, que no logró plasmarse igual en el Perú, determinó no solamente un período prolongado de estabilidad política sino también el nacimiento de sendos partidos liberales que hicieron de la modernización su bandera y propósito.

En la interpretación de la historia política y económica del Perú ocurre una confusión originada por el hábito de generalizar la experiencia de algunos países, hábito que cultivan constantemente los críticos de la llamada izquierda nacional, que atribuyen a un “liberalismo”, que sólo existió en lo intelectual (Urquieta y Mostajo), la existencia de fuerza política rectora, responsabilizando a los “liberales”, que nunca ejercieron poder en el Perú, de los males causados por regímenes históricos que fueron, por el contrario, enemigos de la libertad económica y practicantes asiduos del mercantilismo propio de una forma de capitalismo trasnochado.

(…)

Nota.- La planificación no es ajena a nuestra historia. Nuestro pasado precolombino es prueba de ello. Aporte meritorio del autor es haber hecho el esquema de la planificación en nuestras etapas históricas. Y en el análisis de nuestra realidad republicana señala que no hemos tenido liberalismo. En verdad, apenas hemos tenido capitalismo marginal, y ahora más que antes. Pero, pretender un nuevo liberalismo para enfrentar el neoliberalismo es batalla perdida de antemano. Ese vacío lo debe llenar el Socialismo Peruano.

Ragarro
30.05.12

miércoles, 23 de mayo de 2012

PARA TEJER LA RED - 10

LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ (2-4)

Carlos Zuzunaga Flores

Una reflexión sobre la historia de la planificación conforme la conocemos hoy parece pertinente al abordar su historia en el Perú.

El Cirque Blackett en la Gran Bretaña parece inaugurar en el mundo moderno la planificación integral para una emergencia de guerra. Personajes como J. Galbraith y Nelson Rockefeller participaron en la puesta en práctica del New Deal de F. D. Roosevelt, quien fue considerado como progresista avanzado en su política de reconstrucción después de la crisis de 1929

Usada la planificación para la recuperación de Europa después de la segunda guerra mundial, fue sin embargo desestimada casi unánimemente como una receta para la vida económica de los Estados Unidos, derogadas las regulaciones de emergencia de tiempo de guerra. Tampoco fue recomendada en principio para los países que recibían ayuda de los Estados Unidos en la década de 1950; pero en la década siguiente ocurre una clara reacción originada en la revolución cubana, cuando la Alianza para el Progreso aconseja, entre otras reformas, la de planificar las economías, surgiendo entonces la paradojal situación de que un país enemigo de la planificación central alienta a los gobiernos que reciben su ayuda a implantar políticas antiliberales, con la consecuencia inevitable de que se fortalecía con ello a los gobiernos y de un modo u otro se debilitaba más aún a las ya raquíticas posibilidades de formación de una economía libre en el mundo subdesarrollado.

Acaso en tal contradicción debe encontrarse un trasfondo equívoco, pues la planificación de las micro-unidades económicas, que se practicó con éxito en el mundo industrial y que en ellos se alentó, pudiera haberse supuesto que sirviera para organizar como empresas, esto es, como micro-economías, a los países subdesarrollados.

El resultado fue manifiestamente contraproducente para los países de ese modo inducidos a planificar. La penetración del capital extranjero y la exportación neta de excedentes y de capitales hacia el mundo industrial se incrementaron y a ello contribuyó la vacilante política internacional de los Estados Unidos que, con su influencia indudable en la política de las Naciones Unidas, no solamente permitió sino que alentó, a través de las comisiones Económicas Regionales -la CEPAL en este caso- un tipo de políticas anti-liberales, contrarias a la tradición de los países industriales. Estas políticas, cuyo análisis se hará con algún detalle en el capítulo pertinente, fueron igualmente vacilantes y por tanto contribuyeron a desorientar a los gobiernos que emplearon esfuerzos y tomaron decisiones que luego resultaron contrarias a su mejor interés. Vale la pena mencionar entre ellas, en secuencia dramática de fracasos, la política de sustitución de importaciones, los esfuerzos de integración económica hasta hoy infructuosos y la postulación de un programa de desarrollo compulsivo formulada en algún momento por Prebisch en un informe para el Banco Interamericano de Desarrollo.

Lo cierto es que este juego de contradicciones se orienta en la debilidad de la economía -y consiguientemente de la estructura democrática- de nuestros países. La planificación es un sustituto poco inocente de la realidad del desarrollo. Es pensar en un futuro que el subconsciente sabe por anticipado que no tendrá lugar. Entre tanto, la necesidad de los centros de poder de entenderse con gobiernos fuertes impulsó la ilusión planificadora en los países pobres. Richard Meier cree en la necesidad de crear un Estado efectivo como justificación de los planes, un Estado con instituciones que reúnan información que interesa a la distribución de conocimientos y la adjudicación de poder. Y ello se aplica, aunque con resultados diversos, tanto en los países socialistas como en los subdesarrollados que se aprecian de ser solamente socializantes.

Hoy se ofrece doctrinariamente la oposición entre planificación, en cualquiera de sus grados, y economía de mercado, en el entendimiento erróneo de que la libertad de comercio con absoluta falta de intervención estatal habría existido en algún momento en la historia económica, lo que ciertamente fue menos cierto que en otra época cualquiera en la del mercantilismo europeo en que concurría a su éxito una alianza estrecha entre las fuerzas “privadas” de producción, que contribuían generosamente al mantenimiento del poder, y el proteccionismo y otras regulaciones emanadas del propio poder.

La crítica contra el mercado fue inaugurada solamente en 1920 con “La Economía del Bienestar” de Pigou y continuada con éxito sobresaliente, dadas las nuevas condiciones sociales e históricas, por la “Teoría General” de Keynes. Ese material permitió luego que Rosenstein-Rodan diera forma a su divulgada teoría de que la economía del mundo subdesarrollado no saldría de su lamentable condición sin ser centralmente planificada dejando de lado las fuerzas del mercado. Rosenstein-Rodan y Scitovsky afirmaron que los precios eran inadecuados para determinar las decisiones de inversión; pero no proporcionaron un sustituto válido que haya podido funcionar eficazmente en las economías pobres, particularmente en los países que se empeñan en mantenerse democráticos, que es evidentemente el tema que nos interesa.

Myrdal y Singer siguieron a Rosenstein-Rodan y a Scitovsky al destacar el costo, para ellos inaceptable, de las decisiones basadas en las leyes del mercado, pero fueron igualmente incapaces de proporcionar una receta sustitutoria de eficacia probada. Dudley Seers trabajó desde Sussex y en América Latina en una clara posición neo-marxista encaminada a romper los vínculos externos –como si tal fuera el caso del neo-marxismo en la práctica- propendiendo a la autarquía, al cambio de los estilos de vida y de consumo y a la acentuación de los nacionalismos.

Un gobierno fuerte, con planificación o sin ella, democrático o autoritario, es un instrumento de nacionalismo efectivo, con las consecuencias contradictorias que el nacionalismo muestra en la historia política, económica y bélica. Así W. A. Lewis considera que planear requiere en los países atrasados la existencia de un “gobierno fuerte, competente y honesto”, que es exactamente lo que no pueden mostrar los países atrasados, sin embargo de lo cual se les incita a planificar. Mas añade Lewis que a falta de tales condiciones es acaso mejor que no haya planeación y que se deje la economía a las leyes del mercado. Vale la pena recordar que Lewis consideraba a los discípulos de Lenin como “una orden sacerdotal muy preparada y disciplinada que llevará a la práctica las instrucciones sin vacilación”

*****

Unos párrafos sobre los diversos tipos de planificación parecen pertinentes para ubicar mejor el cuadro de nuestro examen de su proceso histórico en el Perú.

En la medida en que fue practicada en los Estados Unidos desde Roosevelt, la planificación favoreció la racionalidad productiva, luego facilitada sustancialmente por el uso generalizado de la computación. Tal grado de racionalidad, sin el incremento de la modernización electrónica, existía sin embargo ya desde antes del ensayo británico arriba mencionado. El ser humano ha tratado de aplicar cierto grado de previsión racional a sus decisiones, particularmente en eventos críticos como la movilización de recursos bélicos, pues bien puede decirse que Gengis Kan planificaba ya la guerra y sus requerimientos, y que comparadas con sus estrategias de previsión las guerras europeas del Renacimiento y las expediciones de los cruzados resultaban ser aventuras relativamente irracionales.

En el caso de las economías occidentales, la experiencia de la planificación de guerra en gran escala favoreció luego a la empresa privada en lo que preferimos llamar micro-planificación o planificación de las micro-unidades económicas; pero la planificación central se puso en práctica en forma compulsiva, generalizada y excluyente sólo en los países socialistas y con los resultados que ya fueron aludidos y que no es el caso discutir aquí en detalle.

Si la intervención del Estado ha sido real desde que él existe, como se ha dicho a propósito del mercantilismo inglés y francés, el dirigismo resulta ser un segundo paso posterior a la intervención en que aparentemente se dejaba hacer y de dejaba pasar. El dirigismo se convierte así en la antesala para la planificación global. Como resumen de este en efecto, la planificación llamada indicativa, practicada en el proceso puede afirmarse que en una primera etapa el Estado interviene, aun absteniéndose, pues la abstención es en buena parte aparente; Que en una segunda etapa se hace dirigista como en el New Deal de los Estados Unidos, con la posibilidad de retroceder a la primera etapa y tratar de este modo de “desregular” la economía, lo que ha sido notorio en los últimos gobiernos republicanos de ese país. En una última etapa, la intervención estatal se convierte en planificación global. Pero aún en tal caso hay una sutil e importante diferencia que merece destacarse.

En efecto, la planificación llamada indicativa, practicada sobre todo en Francia, acompaña y al mismo tiempo encamina la ruta de los factores económicos, particularmente practicando una economía mixta con énfasis particular en la asignación de recursos financieros. Es claro, por tanto, que la planificación indicativa es algo más y algo distinto que el simple dirigismo.

La planificación global o centralizada se hace, en cambio, imperativa y es ella la que mira sobre todo en el largo plazo la totalidad del mapa de una economía, afectando por tanto la libertad personal y eliminando enteramente la libertad de mercado. Esto último, la eliminación de la libertad de mercado y precios, es natural y obvio en una política centralmente planificada; pero no lo es igualmente, si bien la realidad lo exige, el que tal eliminación lleve consigo graves limitaciones a la libertad de las personas y de sus ideas, incluyendo la libertad de desplazamiento y de expresión de disensiones. Mas como la planificación global e imperativa no puede menos que arrastrar la limitación de las libertades individuales y de los derechos humanos, ella resulta necesariamente anti-democrática en el sentido en que la democracia es entendida en el mundo occidental.

(…)

Nota.- El Socialismo Peruano tiene un objetivo declarado: el Cambio Social del capitalismo al socialismo. Es importante tener posición ante la planeación inducida y la planeación compulsiva. Y, sobre todo, tener posición ante la economía de mercado. ¿Es el socialismo una economía de mercado, donde hay banco, dinero, mercancía, mercado, ley del valor? ¿Pueden desaparecer estas categorías en la etapa inicial de la construcción de una nueva sociedad sin explotados ni explotadores?

Para Tejer la Red, la CEPAL y el mercado socialista son temas centrales de debate.

Ragarro
23.05.12

miércoles, 16 de mayo de 2012

PARA TEJER LA RED - 09: LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ (1-4)





Carlos Zuzunaga Flóres




N° Título Pág.
PREFACIO 9
INRODUCCIÓN 11
LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ PREHISPÁNICO 23
1 Las Fuentes 23
2 La Familia 24
3 Infraestructura 25
4 Recursos Humanos 27
5 Los Bienes 28
6 El Poder 30
LA PLANIFICACIÓN EN LA COLONIA 35
1 La Racionalidad 35
2 El Hombre 35
3 El Urbanismo 36
4 La Economía 37
5 El Derecho 38
LA PLANIFICACIÓN EN EL PERÚ REPUBLICANO 43
1 La Transición 43
2 El Liberalismo 45
3 La Planificación Neutra 46
4 El Tiempo y los Plazos 48
5 La Concertación y la Planificación Indicativa 50
6 La Planificación Compulsiva 52
7 La Receta Razonable 55
8 Lo que se busca al Planificar 56
9 La LLegada de la Planificación al Perú 59
10 La Economía de Mercado en el Perú 65
11 Las Influencias Ideológicas Externas 68
12 Los Esfuerzos del Sector Privado 73
13 Las Enseñanzas de la Planificación 75
14 La Conclusión Provisional 79
ANEXO SOBRE UNA EXPERIENCIA AJENA 81
FUENTES 85
OBRAS DEL AUTOR 89-90


INTRODUCCIÓN

Planificar, en el sentido moderno y usual del término, no es organizar sino prever y hacerlo para cierto plazo y con cierta medida de racionalidad. No puede, por tanto, considerarse planificación, en el contexto histórico que aquí se describe, cualquier esfuerzo de organización de la sociedad peruana que no haya significado un esfuerzo de previsión y de mirada al futuro con la intención de cambiar el rumbo de la historia para mejorar en algún modo la situación de la sociedad peruana.

El presente trabajo va encaminado, por tanto, a analizar en lo posible cuanto se ha hecho -o escrito- en el Perú para cambiar su destino histórico en un esfuerzo racional.

Conviene por tanto formular ciertas interrogantes cuya respuesta servirá como premisa al texto, a saber: si el futuro es enteramente previsible, si esta previsión puede convertirse en acción práctica a largo o mediano plazo, si existe una técnica válida para lograr el cambio en las sociedades y, en fin, si ese cambio puede lograrse a través de esfuerzos normativos y legales.

El futuro es incierto por su propio carácter y por lo mismo es imposible prever lo que traerá consigo el trascurso del tiempo. Los elementos que se incluyen en las previsiones del futuro son movibles, variables e intercambiables, además de ser interactuantes. El futuro es, así, nada más que posible, y de allí nace la moderna concepción del “futurible”

El juego de decisiones, tan grandemente facilitado hoy por los ordenadores electrónicos, no es, por tanto, sino eso, un juego, muy útil para la toma de decisiones solamente si se tiene en cuenta su carácter de actividad lúdica aplicada al análisis de alternativas.

La planificación parte necesariamente, por tanto, de la existencia de una realidad incierta que en el futuro ofrecerá elementos de juicio e ingredientes de importancia que son en todo o en parte imprevisibles en el momento de planificar.

Sólo en tales condiciones, la planificación es un instrumento de trabajo que puede convertirse en acción práctica.

El cambio social es un tema puesto de moda en las décadas desarrollistas que parecen llegar hoy a su fin. Se supuso entonces que las sociedades subdesarrolladas podían ser inducidas a trasformaciones más o menos profundas de sus hábitos tradicionales en el proceso de modernización que podían llevarlas a niveles de existencia parecidos a los de las sociedades industriales. Se supuso, además, que en buena parte ese cambio podía ser inducido desde afuera, que acaso por la necesidad de incorporar las sociedades atrasadas dentro de una economía global que sustituyera al antiguo colonialismo.

La experiencia de esos esfuerzos de cambio ha sido casi uniformemente negativa pues los hábitos tradicionales han cambiado poco en proporción a los esfuerzos realizados y a la muy abundante literatura que de ellos se ocupa. Las crisis de los últimos lustros, convertidas en una situación de miseria endémica y agravadas por las comunicaciones y el efecto demostración, hacen dudar hoy de que el cambio social puede en verdad lograrse por inducción, sea interna o externa. Queda, por tanto, la posibilidad de un cambio histórico espontáneo, lento por tanto, imprevisible y no planificable.

Resta aún por esclarecer si el cambio social así planeado puede ser inducido a través de la normativa legal.

Hay para ello dos alternativas, a saber, la concepción de que un sistema legal, democrático o no, puede por sí solo inducir el cambio, como en el caso de la reforma agraria peruana (que siendo una reforma, pese a las justificadas críticas, no significó un cambio social efectivo); o la alternativa de que un gobierno autoritario imponga el cambio con una política de desarrollo compulsivo con negación de la libertad.

Salvo para quienes justifican la norma legal por ella misma, en la línea de pensamiento de Kelsesn, el cambio social no puede ser inducido por simple legislación. Más de un intento de cambio, como el protagonizado por la revolución de 1968 en el Perú, utilizó instrumentos legales, que lo eran pese a su ilegitimidad, para poner en práctica un cambio social que se pretendía profundo e inamovible. La estadística legal muestra que en ese momento de la historia peruana reciente se produjo más textos legales y reglamentarios -más documentos de planificación- que en cualquiera otra etapa de nuestra historia. Y, como es notorio, no solamente se frustró el intento de cambio sino que, en tanto pudo ser en parte efectivo, los resultados han sido generalmente negativos.

La alternativa de cambio forzado y compulsivo es por esencia enemiga de la libertad, como ha quedado demostrado en los países socialistas, y los resultados no son proporcionales al sacrificio de las libertades y de los derechos humanos. Es esa la antinomia insalvable entre planificación y libertad que ha sido examinada en el mencionado libro sobre “La Frustración del Desarrollo Planificado” y cuya argumentación no será reiterada aquí.

Oskar Lange, Ministro polaco comunista y doctrinario de la planificación socialista, asegura que habrá suficiente inversión productiva dado el crecimiento en relación con el aumento de la población, en la esperanza de que la utilidad de las inversiones públicas sirva para mayor inversión, como ha sucedido en efecto en las economías socialistas donde el manejo de los excedentes está enteramente en manos del Estado, pero donde, al mismo, esos excedentes son dirigidos a la inversión en los sectores prioritarios fijados por la política del Estado. De allí que la agricultura rusa, por ejemplo, no haya logrado en más de medio siglo alimentar a su población y que el país tenga que recurrir a compras abundantes de granos en el exterior.

Es ésta una lección para los estudiosos de la historia económica del Perú, pues la revolución industrial se apoyó en la agricultura local o colonial que tuvo que subsidiar a los sectores secundario y terciario. Debe recordarse por ello la eficacia con que el campo sigue apoyando a la vida urbana, o dicho de otro modo, la medida en que la ciudad sigue aprovechando del sector agrario. Todo esfuerzo de modernización ha seguido ese camino, hasta en un país modernizado por décadas como el Japón, donde los remanentes del feudalismo agrario fueron expropiados por el invasor al final de la guerra mundial y pagados a precio aparentemente justo, que en verdad no lo fue porque de inmediato se devaluó sustancialmente la moneda.


Nota.- La Planificación en el Perú, Editorial San Marcos, Concytec, 1989, 90 págs. 14 x 20 cms. Entre otras obras del autor figuran: Sobre una Tipología Cultural del Perú (1947), Las Instituciones Jurídicas y el Cambio Social(1971), Liberalismo, Desarrollo y Revolución (1976), La Frustración del Desarrollo Planificado (1987), Vargas Llosa, el Arte de Perder Una Elección (1992)

Las empresas capitalistas planifican minuciosamente su labor. Pero eso no ocurre en el país, donde reina la anarquía. Fue la Revolución de Octubre la que inició la planificación en toda la sociedad. Son famosos los Planes Quinquenales, con los que la URSS forjó su industrialización y pudo enfrentar la agresión nazi. Para salir de la crisis de 1929 el capitalismo propició la planificación inducida. Para enfrentar la Revolución Cubana (1959), EUA impuso la Alianza Para el Progreso, e impulsó la CEPAL (Comisión Económica Para /los Indiecitos/ de América Latina) Por eso estamos como estamos.

Para Tejer la Red, el Socialismo Peruano ¿debe planificar su labor?
Ragarro
16.05.12