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martes, 16 de septiembre de 2025

LA DIALECTICA DEL LIBRO LA ESCENA CONTEMPORÁNEA

 


PARA RETOMAR EL CAMINO

 

(16 de setiembre de 2025)

 

Por Miguel Aragón

 

Nos encontramos a escasamente algo más de dos meses del 25 de noviembre, fecha en la cual se conmemora el Centenario de la publicación del libro La Escena Contemporánea el primer libro de José Carlos Mariátegui.

Un libro que es tan importante, o más importante, que su más conocido 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana 

Reitero el llamado a escribir y publicar comentarios sobre el libro La Escena Contemporánea, tanto sobre el contenido y la importancia del libro, como también sobre la proyección de esos temas a la presente situación mundial, que cada día está más convulsa.

A continuación, enviaré el texto de mi artículo La Dialéctica de la Escena Contemporánea.

Aprovecho para informar, que en estos momentos estoy preparando otros dos artículos sobre el mismo tema, que espero culminamos a más tardar en dos semanas.

Saludo a los compañeros que ya han publicado algunos comentarios sobre el libro. Felicitaciones.

 

LA DIALECTICA DEL LIBRO LA ESCENA CONTEMPORÁNEA

 

(15 de setiembre de 2025)

Por Miguel Aragón

 

El primer cuarto del siglo XX, hasta el año 1925, fue uno de los periodos históricos más intensos y más agitados de la historia mundial. José Carlos Mariátegui publicó su libro La Escena Contemporánea el día 25 de noviembre de 1925, libro en el cual aportó “los elementos primarios de un bosquejo o un ensayo de interpretación de esa época” (Mariátegui, “Palabras preliminares” al libro, noviembre de 1925).

Ese libro teórico, de interpretación de la realidad mundial, tuvo una larga maduración en el desarrollo del pensamiento de Mariátegui, desde comienzos del año 1918 cuando participó en la constitución del Comité de Propaganda Socialista y preparaba la publicación de una revista de combate titulada Nuestra Época, hasta setiembre de 1925. En la producción teórica de Mariátegui el libro La Escena Contemporánea tiene tanta, o más, importancia que el libro 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana.

La preparación del libro fue avanzada en tres etapas. Las dos etapas preparatorias fueron, primero la serie de artículos Aspectos de Europa escrita desde Europa entre los años 1920 y 1922, y después, la serie de Conferencias sobre La Crisis Mundial expuestas en la Universidad Popular Gonzáles Prada de Lima, en los años 1923 y comienzos de 1924. La etapa definitiva de redacción de los textos del libro fue desarrollada en la serie de artículos Figuras y Aspectos de la Vida Mundial publicados mayormente en la revista Variedades, entre setiembre de 1923 y setiembre de 1925.

 

NUEVA ÉPOCA HISTÓRICA

A fines del siglo XIX, en especial a partir de la gran crisis económica capitalista del año 1873, en los pocos países más desarrollados de ese tiempo, el capitalismo en crecimiento comenzó a transitar de su primera fase de capitalismo de libre competencia, a su fase superior de capitalismo monopolista, acelerando y llevando a mayores niveles el proceso de internacionalización de las relaciones  económicas, abarcando a la mayor parte del mundo (Lenin, Informe sobre la Situación Internacional, en el II Congreso de la Internacional Comunista, julio de 1920). 

En esa fase de capitalismo monopolista, rentista y agonizante, necesariamente se agudizaron las contradicciones fundamentales de la sociedad capitalista. En primer lugar, el propio crecimiento capitalista agudizó la competencia comercial entre los grandes propietarios de los medios de producción dentro de cada país, y también agudizó la competencia entre los grandes monopolios de varios países que se disputaban la hegemonía en el mundo. La competencia económica fue acompañada por agrías disputas diplomáticas, disputas que el año 1914 inevitablemente desembocaron en la guerra por un nuevo reparto del mundo. A comienzos del año 1914 las potencias se agruparon en dos bandos principales. Por un lado, el emergente imperio Alemán, aliado con el Imperio Austro Húngaro, y que recibió el apoyo del Imperio Otomano; y por otro lado, el viejo Imperio Inglés aliado con el Imperio Francés, que recibieron el apoyo del decadente Imperio zarista ruso, y posteriormente el apoyo de Estados Unidos de Norteamérica.   Otra vez, pero en esta oportunidad, a escala mundial, se cumplieron dos conocidas leyes de la historia: “la política es la expresión concentrada de la economía”, y “la guerra es la prolongación de la política por otros medios” (Lenin, El Socialismo y la guerra, agosto de 1915). 

En segundo lugar, la competencia entre grandes empresas capitalistas, intensificó la mayor explotación de los trabajadores en los países capitalistas, agudizando la contradicción entre el trabajo asalariado y el capital, impulsando a niveles más altos la lucha entre el proletariado y la gran burguesía, lucha que, por primera vez, llegó a cuestionar el poder político de la gran burguesía en varios países.

En tercer lugar, las inversiones de capital en los países coloniales y semicoloniales, y el reparto del mundo por las potencias coloniales “avanzadas”, aceleraron el crecimiento capitalista en esos países atrasados. Lenin anotó: “Una de las características esenciales del imperialismo consiste, precisamente, en que acelera el desarrollo del capitalismo en los países más atrasados, ampliando y recrudeciendo así la lucha contra la opresión nacional” (Lenin, El programa militar de la revolución proletaria, setiembre de 1916).

El paso del largo periodo de crecimiento pacifico, que fue característico en las últimas décadas del siglo XIX, al periodo de guerras iniciado el año 1914, a su vez, agudizó la crisis económica y la crisis social, creándose en el continente europeo un largo periodo de situación revolucionaria (Lenin, La bancarrota de la Segunda Internacional, mayo de 1915). Esa situación   excepcional, que se prolongó en los países europeos durante un decenio, desde 1914 hasta 1924, se desarrolló de manera desigual en varios países. La maduración de las esperadas condiciones objetivas para la revolución, impulsó el desarrollo de la conciencia y de la organización del proletariado en varios países, en los cuales grandes masas de trabajadores se lanzaron a luchar por el poder, en Rusia (1917), Finlandia (1918), Bulgaria (1918), Alemania (1918), Hungría (1919), e Italia (1922) (Autores varios, La Internacional Comunista, ensayo histórico sucinto, Editorial Progreso, 1970).

En esas condiciones, las luchas sociales en cada país adoptaron formas peculiares propias y arribaron a resultados diferentes. De esos varios levantamientos insurreccionales, que uno a uno estallaron en cadena entre 1917 y 1923, solamente el proletariado ruso logró sostener el nuevo poder recién constituido. Lenin descubrió que: “la desigualdad del desarrollo económico y político es una ley absoluta del capitalismo. De aquí se deduce que es posible que la victoria del socialismo empiece   por unos cuantos países capitalistas, o incluso por un solo país capitalista” (Lenin, La consigna de los Estados Unidos de Europa, setiembre de 1916). Con el triunfo de la revolución proletaria y con el inicio de la construcción del socialismo en la extensa y superpoblada Rusia, en el mundo se formó una nueva contradicción fundamental, la contradicción entre las mayores potencias capitalistas y el primer país socialista.

Además de estas cuatro contradicciones fundamentales que determinaban  el desarrollo del mundo en su conjunto, también  existían otras contradicciones, como la subsistencia de la contradicción entre la burguesía  y la clase terrateniente feudal en los países menos desarrollados, la contradicción entre las burguesías monopolistas y las burguesías no monopolistas dentro de cada país capitalista, la contradicción entre el campesinado  y el proletariado, y muchas otras contradicciones sociales y políticas.    

En 1917, con el triunfo de la Gran Revolución Rusa, comenzó la revolución social, comenzó una nueva época histórica en el desarrollo de la humanidad. Se dio inicio a la época de la dictadura del proletariado, o época del socialismo. Según la concepción materialista de la historia, las épocas históricas en el desarrollo de la humanidad se diferencian en primer lugar por el modo de producción, y en segundo lugar por la clase que está en el centro y determina la principal dirección del desarrollo de la época (01). 

La formación de esta nueva época histórica, con sus grandes cambios políticos, sociales y económicos, a su vez modificó la mentalidad de los pueblos. Por las necesidades de la lucha social, se impuso la renovación y el desarrollo de las corrientes teóricas vigentes hasta antes del estallido de las grandes contradicciones. Mariátegui constató que “la guerra mundial no ha modificado ni fracturado únicamente la economía y la política de Occidente. Ha modificado o fracturado, también su mentalidad y su espíritu” (Mariátegui, Dos concepciones de la Vida, 9 de enero de 1925, en El Alma Matinal y otras estacione del hombre de hoy),

José Carlos Mariátegui, y otros grandes pensadores de su generación, se desarrollaron teórica y políticamente, en esa nueva condición histórica que se había formado en el mundo.  La situación mundial estaba cambiando aceleradamente, los pensadores de vanguardia estaban en la necesidad de interpretar teóricamente la nueva realidad mundial en formación, y actualizar el programa de las tareas políticas del proletariado, acordes a la nueva realidad. Toda la literatura política previa a la crisis mundial, necesariamente tenía que ser revisada (Mariátegui, La Revolución Social en marcha a través de los diversos pueblos de Europa, posteriormente publicado con el título La crisis mundial y el proletariado peruano, 15 de junio de 1923),

 

ASPECTOS DE EUROPA

Mariátegui, desde muy joven, expresó su gran interés por conocer y comprender la nueva realidad mundial. Entre sus escritos juveniles nos dejó varios artículos en los cuales dejó testimonios de ese interés y vocación por conocer e interpretar el mundo. En la primera parte de la antología de textos de Mariátegui titulada Invitación a la Vida Heroica, libro publicado por Alberto Flores Galindo el año 1989, se incluyeron varios textos sobre la situación mundial de ese tiempo, escritos por Mariátegui antes del año 1918.  

Después de la inicial experiencia vivida durante los años 1918 y 1919, como promotor y activista del Comité de Propaganda Socialista, acontecimiento que dio nacimiento al movimiento socialista peruano, Mariátegui al poco tiempo de llegar deportado a Europa, comenzó a escribir la serie de artículos titulada Aspectos de Europa. Los primeros artículos de esa sección fueron “El problema del Adriático” (enero de 1920), “La Entente y los Soviets” (febrero de 1920), ¨Los culpables de la guerra” (febrero de 1920), “La Entente y Alemania” (abril de 1920),  “La Conferencia de Spa” (mayo de 1920),  “La Sociedad de las Naciones” (mayo de 1920), “La guerra ha sido revolucionaria o reaccionaria” (julio de 1920), “Aspectos del problema adriático” (agosto de 1920), “El cisma del socialismo (marzo de 1921), “Los problemas de la paz” (mayo de 1921), y otros más.  El último artículo de esa serie fue “El crepúsculo de una civilización” (diciembre de 1922).  

En esos artículos, Mariátegui   desplegó su inicial conocimiento y dominio del método dialéctico materialista y su definida posición internacionalista. En esos artículos escritos en el transcurso de los años 1920, 1921 y 1922, enviados desde Italia (con excepción del último, que fue escrito y enviado desde Alemania), y  que fueron  publicados en  el diario “El Tiempo” de Lima, Mariátegui expuso de manera ordenada, una primera aproximación a los temas centrales de la crisis mundial, entre ellos las consecuencias de la gran guerra europea  desarrollada entre 1914 y 1918, el surgimiento del primer estado socialista a partir de noviembre de 1917, y el desarrollo del movimiento comunista internacional (Ver artículos de Mariátegui, en la antología  Cartas de Italia. El último artículo fue incluido en Signos y Obras)

A su retorno al Perú, en marzo de 1923, desde las primeras entrevistas periodísticas, Mariátegui reafirmó su definida posición internacionalista. En abril de 1923 en el suplemento Variedades del diario La Crónica, se publicó su entrevista La Cuestión del Ruhr. Diversos aspectos panorámicos.  Al mes siguiente, en mayo de 1923, en la revista Claridad se publicó una segunda entrevista El Ocaso de la civilización europea. Ambas entrevistas estuvieron en la misma línea internacionalista de su último artículo El Crepúsculo de una Civilización que había enviado desde Europa. (Estas dos entrevistas, poco conocidas, se pueden revisar en el Tomo I del libro José Carlos Mariátegui: Política revolucionaria. Contribución a la crítica socialista, publicación de la Universidad Socialista del Perú, 2015). En esos tres textos (su último artículo enviado desde Europa y en las dos entrevistas a su llegada a Lima), Mariátegui intentó presentar una visión global de la crisis mundial, crisis que se resumía en la siguiente expresión. La tragedia de Europa es esta: “El capitalismo no puede más y el socialismo no puede todavía”. La crisis aparece, pues, como el resultado de dos grandes impotencias. Impotencia de la idea individualista, demasiado vieja, caduca, senil, gastada. Impotencia de la idea colectivistas, demasiado inmadura. Pero la primera es la impotencia de la decrepitud, mientras la segunda es la impotencia de la inmadurez. La posición histórica de una y de otra idea es, pues, sustancialmente distinta” (Ver Entrevista a Mariátegui, publicada en el suplemento Variedades, el 15 de abril de 1923, reproducida en el libro anteriormente citado, Tomo I, La Escena Contemporánea y otros escritos, pp. 397).      

En mayo de 1923, a los dos meses de su retorno, Mariátegui   preparó el “Plan Anual de Conferencias” a exponer en la Universidad Popular Gonzáles Prada. El Plan de “once temas” preparado por Mariátegui, es un ejemplo de trabajo planificado, para estudiar y exponer los aspectos principales de la crisis mundial, destacando el papel del proletariado en la dirección de la lucha por construir el mundo nuevo en formación. Ese plan de exposiciones, fue continuación y desarrollo de su primer trabajo, que ya había desarrollado pocos meses antes en la serie Aspectos de Europa. 

Mariátegui regresó de Europa “con el propósito de trabajar por la organización de un partido de clase” (Mariátegui, Antecedentes y Desarrollo de la Acción Clasista, mayo de 1929). Toda su producción desde Europa, las conferencias en la UPGP, así como veremos continuación, también el libro La Escena Contemporánea, tenían un propósito definido, “aportar elementos de crítica, investigación y debate” para sustentar la parte teórica del programa de la organización del proletariado peruano. Mariátegui fue “un hombre con una filiación y una fe” (Palabras preliminares en el libro La Escena Contemporánea), Mariátegui tenía “una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano” (Advertencia en libro 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana), Mariátegui declaró “mi vida es como una flecha que debe llegar a su destino” (Testimonio de Armando Bazán).

 

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL

Entre sus Conferencias en la UPGP (de mayo de 1923 a mayo de 1924) y la anterior serie Aspectos de Europa (de enero de 1920 a diciembre de 1922) hay varias diferencias, que reflejan el avance en el pensamiento de Mariátegui, pero siempre con el mismo objetivo.  

En setiembre de 1923, a tres meses de haber iniciado su ciclo de conferencias, Mariátegui inició una tercera etapa en su trabajo de investigación de la realidad mundial. Comenzó a publicar en la revista Variedades, una serie de artículos semanales titulados Figuras y Aspectos de la Vida Mundial.

El paso de la inicial Aspectos de Europa (escritos en los años 1920, 1921 y 1922) a Figuras y Aspectos de la Vida Mundial (a partir de setiembre de 1923), significó “un múltiple salto dialéctico” en el desarrollo del pensamiento de Mariátegui.

En primer lugar, el primer salto dialéctico en el trabajo de Mariátegui, fue que su trabajo de interpretación teórica ya no se circunscribía solamente a la realidad europea (como su primera aproximación de los años 1920 a 1922), sino que ahora intentaba abarcar, y llegó a abarcar, la mayor parte de “la realidad mundial”. Años después, al publicar el primer número de la revista “Amauta”, Mariátegui declaró “todo lo humano es nuestro”.

En segundo lugar, Mariátegui dio un segundo salto dialectico, mucho más importante en el desarrollo de su pensamiento.  Este segundo salto dialéctico, fue un gran aporte de Mariátegui a la renovación y continuación del método marxista. Tanto en la primigenia serie Aspectos de Europa y en el plan de conferencias en la UPGP, Mariátegui interpretó “aspectos”, “procesos” o “realidades” determinados, como hasta entonces, era el estilo predominante en los estudios teóricos marxistas. Marx escribió El Capital o desarrollo del capitalismo en Inglaterra, Lenin escribió El desarrollo del capitalismo en Rusia y El imperialismo fase superior del capitalismo, Kautsky escribió La Cuestión Agraria, y así sucesivamente. Esos fueron estudios teóricos en los cuales predominó el análisis de la realidad económica, social y hasta política, de un momento histórico determinado, pero sin destacar, (y a veces sin mencionar), el papel desempeñado por los individuos más representativos en esos momentos de la historia.

En esta nueva etapa de su trabajo de interpretación, Mariátegui agregó un componente nuevo, al cual él denominó “Figuras y Aspectos de la vida mundial”. Ya no se reducía solamente a los aspectos, sino que también incluyó el comentario del papel de los personajes o figuras principales. Para Mariátegui, el desarrollo de las figuras o “personajes”, estaba condicionado por la evolución de los aspectos o procesos de la realidad mundial; pero a su vez, el papel de los individuos destacados influía sobre la evolución de los procesos de la realidad. No es lo mismo escribir sobre “la revolución rusa”, que escribir sobre “Lenin y la revolución rusa”; así como no es lo mismo, escribir sobre “el fascismo” que escribir sobre “Mussolini y el fascismo”. Son dos visiones diferentes de la realidad, que tienen resultados diferentes. La visión de Mariátegui era más integral, más completa.

En el análisis del desarrollo de la realidad, para los idealistas, lo principal es la función que cumplen los individuos. Para algunos materialistas, el papel de los individuos en la historia es intrascendente, no cuenta en la evolución de la realidad. Mariátegui se esforzó por superar esas dos visiones unilaterales. En sus artículos sobre Henri Barbusse incluidos en el libro La Escena Contemporánea, Mariátegui precisó la relación dialéctica existente entre el papel de los individuos y el papel de las masas; igualmente, en sus artículos escritos posteriormente sobre Teoría y Práctica de la Reacción, Mariátegui expuso con meridiana claridad, la relación existente entre los procesos político sociales y las ideas de los individuos. “El hecho reaccionario ha precedido a la idea reaccionaria. Tenemos ahora una abundante filosofía de la reacción; pero para su tranquilo florecimiento ha sido necesaria, previamente, la reacción misma” (Mariátegui, en Los ideólogos de la reacción, incluido en el libro Defensa del marxismo). Algo similar podríamos afirmar sobre la relación existente entre el hecho revolucionario y las ideas revolucionarias.

Este segundo salto dialéctico, fue un gran aporte de Mariátegui a la renovación y continuación del método marxista. Este gran aporte fue el resultado de la asimilación del “verdadero moderno marxismo, que no puede dejar de basarse en ninguna de las grandes adquisiciones del 900 en filosofía, psicología, etc.” (Respuesta de Mariátegui a un cuestionario para enviar a Argentina, escrito en abril de 1930, incluida en el libro Ideología y Política).    

El tercer gran salto dialéctico, o saltos dialecticos para ser más precisos, está expresado en la evolución del cambiante esquema de análisis de las contradicciones en la Escena Contemporánea en el transcurso de los años 1923 a 1925. Mariátegui comenzó a escribir esa serie de artículos con un esquema inicial con tres ejes principales, y a medida que avanzaba en su desarrollo, lo fue reajustando y ampliando, para aproximarse lo más posible al desarrollo real de la cambiante realidad mundial, y concluyó desdoblando la compleja realidad mundial en siete capítulos o siete ensayos. La serie de artículos que formarían el cuerpo del libro La Escena Contemporánea no fue escrita al azar, según la llegada de las noticias por cable, ni tampoco como ocasionalmente se le venían las ideas a la mente. Por encima de las eventuales circunstancias, Mariátegui siempre colocó como guía, un plan de trabajo concebido previamente.

Para explicar el desarrollo de la época moderna, Marx en el Manifiesto de 1848, colocó como contradicciones fundamentales la larga lucha de la burguesía contra la aristocracia feudal, y la lucha del proletariado contra la burguesía (revisar Capítulo I del Manifiesto de 1848). Por su parte, Mariátegui para comenzar a analizar la época contemporánea, en un primer momento colocó la contradicción entre tres fuerzas político sociales: revolución, reacción y reforma. Comenzando los artículos de la serie Figuras y Aspectos de la Vida Mundial, en setiembre de 1923, Mariátegui escribió: “Lenin es el político de la revolución; Mussolini es el político de la reacción; Lloyd George es el político del compromiso, de la reforma” (Mariátegui, en artículo Lloyd George, 15 de setiembre de 1923). Ese fue el primer esquema de investigación que Mariátegui se propuso en setiembre de 1923. En el transcurso de los próximos meses, ese esquema inicial, lo fue desdoblando dialécticamente, y a medida que avanzaba en la investigación de la realidad mundial, fue desarrollando otros aspectos de las contradicciones fundamentales.

Por un lado, Mariátegui   describió   el campo de “la crisis de la democracia”, como crisis del capitalismo, que en ese entonces estaba dividida en dos expresiones fundamentales: “la reacción fascista y la reforma liberal”. Por otro lado, describió “la crisis del socialismo”, que también estaba dividida en dos expresiones fundamentales: el socialismo revolucionario maximalista, y el socialismo reformista minimalista. Esos fueron los ejes guías, de los cuatro primeros capítulos del libro. Como “figuras” representativas de esa doble crisis, Mariátegui destacó a Mussolini y a Lloyd George, como exponentes de las dos tendencias del campo del capitalismo; y destacó a Lenin y Ramsey Mc Donald como los principales exponentes de las dos tendencias del campo del socialismo.   

En esos cuatro capítulos, Mariátegui priorizó el análisis de las cuestiones políticas y económicas, a las cuales agregó un quinto capítulo La Revolución y la inteligencia, en el cual presentó a algunos exponentes de la evolución del movimiento intelectual europeo, entre los cuales el más destacado fue el escritor francés Henry Barbusse, principal animador de la destacada revista Clarte.

De esos cinco capítulos, el más importante fue el capítulo Hechos e Ideas de la Revolución Rusa. Ese gran acontecimiento fue el que definió el tránsito a la nueva época histórica, que es el contenido principal del libro. Dentro de ese capítulo (y dentro de todo el libro), el texto más importante es el artículo Lenin, publicado en la revista Variedades el 22 de setiembre de 1923. Mariátegui había decidido incluirlo en el libro, así en marzo de 1924 se publicó en la revista Claridad N° 5, con dirección de Mariátegui, un aviso en el cual se anunció la próxima publicación de su primer libro. En la relación de textos se incluyó en primer lugar el titulo Lenin.   

Sorpresiva e inexplicablemente, en noviembre de 1925, al publicarse la primera edición del libro, no apareció ese artículo Lenin, ni tampoco ha sido incluido en las ediciones posteriores, publicadas a partir del año 1959 hasta el presente año 2025. La mayoría de intelectuales que han intentado comentar el libro, ignoran y omiten expresar una posición definida sobre ese artículo. (En un próximo artículo fundamentaremos la importancia de este artículo, como parte del libro, y como parte sustancial del desarrollo del pensamiento de Mariátegui). 

Hasta ahí, la evolución de esos cinco ejes, abarcaba al análisis de la realidad del mundo occidental, que en ese momento era el foco de las contradicciones mundiales.  Mariátegui descubrió que, además de ese doble aspecto de la crisis mundial, también estaba la realidad del mundo oriental, cada vez más integrada al mundo en su conjunto.   La contradicción entre la civilización oriental y la civilización occidental, también formaba parte de la realidad mundial, realidad cada vez más integrada, primero por el crecimiento económico del capitalismo (crecimiento que no conoce fronteras), y después, por la acción teórica y política del movimiento comunista mundial (¡Proletarios de todos los países uníos!). Ese vino a ser un sexto aspecto de la realidad contemporánea, titulado por Mariátegui como El Mensaje de Oriente. En ese entonces, hace cien años, para el mundo, el desarrollo de la civilización oriental no tenía la importancia y ubicación central que ha alcanzado actualmente, como lo hemos podido comprobar recientemente con la reunión cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghi, que en los hechos prácticamente está desplazando a un segundo plano a la arrogante y decadente sociedad y cultura occidental.

Por último, entre el mundo oriental y el mundo occidental, tanto geográfica como culturalmente, se interpone y se ubica una zona, el complejo Medio Oriente y sus varias culturas semitas, que desde los inicios de la civilización ha sido campo de disputas, y a la vez, ha cumplido la función de integración mundial. Entre esas culturas, el renacimiento judío, desempeñaba una función especial. El pueblo judío era un pueblo que por varios siglos se había expandido “sin   fronteras nacionales y sin un estado propio”, y se venía desarrollando en todo el mundo.  Para Mariátegui, que por sobre todo era un convencido internacionalista, ese aspecto de la realidad mundial, estaba destinado en perspectiva a ser el ejemplo y el camino de la humanidad del futuro. Por eso, Mariátegui le dedicó un capítulo especial titulado Semitismo y antisemitismo. Para entender la situación actual en el Medio Oriente, y comprender la posición y el ejemplo de Mariátegui, tenemos que comenzar por entender las diferencias sustanciales que existen entre sionismo y semitismo. El genocidio perpetrado por el movimiento sionista, no compromete a los pueblos semitas.

Antes de concluir la enumeración de estos primeros “saltos dialécticos” en la evolución del pensamiento de Mariátegui al estudiar la realidad mundial, tenemos que destacar otro hecho importante que no pasó desapercibido en su trabajo de investigación.  El desarrollo de la situación revolucionaria formada en esos años, no fue eterna.  Con el estallido de la gran guerra europea, a mediados del año 1914 comenzó un periodo de larga situación revolucionaria en gran parte del continente europeo. Esta situación excepcional concluyó a mediados del año 1924, dando inicio a un periodo de estabilidad relativa y repliegue de las luchas de las masas. Los escritos de Mariátegui desde Europa (Aspectos de Europa), las conferencias en la UPGP, y gran parte del libro La Escena Contemporánea, fueron desarrollados por Mariátegui en condiciones de situación revolucionaria, de inminencia del estallido de la revolución en varios países europeos. Mientras que los últimos escritos del libro La Escena Contemporánea fueron escritos cuando ya había concluido la larga situación revolucionaria. Este es otro tema que también merece ser tratado aparte en otro comentario.  

 

EL OBJETIVO DEL LIBRO

El objetivo del libro La Escena Contemporánea, fue “componer una explicación de nuestra época”, tal como lo destacó Mariátegui en sus breves palabras de presentación.  Al trabajar durante dos años con ese objetivo teórico, desde setiembre de 1923 hasta setiembre de 1925, Mariátegui reconoció las limitaciones para poder alcanzarlo. Él anotó “(estos artículos) contienen los elementos primarios de un bosquejo o un ensayo de interpretación de esta época y sus tormentosos problemas”, y agregó “que acaso me atreva a intentar en un libro más orgánico”.

Ampliando el comentario de las propias limitaciones para lograr el objetivo de ese ambicioso trabajo, Mariátegui confesó “pienso que no es posible aprender en una teoría el entero panorama del mundo contemporáneo, que no es posible, sobre todo, fijar en una teoría su movimiento”.

En setiembre de 1925, al cerrar el índice y entregar a la imprenta el libro La Escena Contemporánea, Mariátegui ya estaba pensando en la continuación y desarrollo de otro libro, que sería continuación y desarrollo del anterior. Ya estaba esbozando mentalmente el siguiente libro de interpretación teórica de la realidad mundial, libro que él comenzó a escribirlo en enero de 1926, al que inicialmente lo tituló Polémica Revolucionaria.

En La Escena Contemporánea, Mariátegui realizó “un trabajo de análisis” de los diferentes aspectos que formaban la cambiante realidad mundial. En el siguiente libro, en su Polémica Revolucionaria, Mariátegui realizo “un trabajo de síntesis”, retornando al esquema inicial del Manifiesto de 1848, centralizando el análisis de las contradicciones en el mundo contemporáneo, en el estudio de dos procesos: Teoría y Práctica de la Reacción, y Teoría y Práctica de la Revolución.

En ambos libros, en La Escena Contemporánea y en Polémica Revolucionaria, Mariátegui expuso “la cuestión general”, la interpretación teórica de la realidad mundial; mientras que en 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, expuso “la cuestión particular” de la realidad, la interpretación de la realidad peruana. Por eso decimos, y reiteramos, que el libro La Escena Contemporánea es, tanto o más importante, que el libro 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, 

 

Notas.-

 

(01) En el capítulo V de “El Capital”, Marx anotó “Lo que distingue a las épocas económicas unas de otras no es lo que se hace, sino el cómo se hace, con que instrumentos de trabajo se hace. Los instrumentos de trabajo no son solamente el barómetro indicador del desarrollo de la fuerza de trabajo del hombre, sino también el exponente de las condiciones sociales en que se trabaja”. En el “Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política”, Marx anotó: “A grandes rasgos, podemos designar como otras tantas épocas de progreso, en la formación económica de la sociedad, el modo de producción asiático, el antiguo, el feudal y el moderno burgués. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso social de producción”. Ese prólogo fue escrito por Marx en enero de 1859. En ese tiempo el capitalismo todavía se encontraba en su primera fase de capitalismo de libre competencia. En el “Manifiesto Comunista” de 1848, los autores anotaron “Nuestra época, la época de la burguesía, se distingue, sin embargo, por haber simplificado las contradicciones de clase”.  

Siguiendo esos criterios, se entiende que a la época del modo de producción moderno burgués continuará “la época del socialismo”, o “primera fase de la época comunista”. De igual manera, a la época de la burguesía continuará la “época del proletariado”. 

A partir de la gran crisis económica capitalista, que estalló el año 1873, se aceleró la concentración de la producción y comenzó el proceso de transición a la segunda fase del capitalismo, al capitalismo monopolista. El capitalismo monopolista, continúa siendo capitalismo, no representa una nueva época histórica diferente al capitalismo. Solamente es una nueva fase dentro de la época histórica del capitalismo.

Por su parte, Lenin en “Bajo una bandera ajena” (11 de octubre de 1914), destacó que la cuestión acerca de la época, es la cuestión de que clase está en el centro de la época, de que clase determina el principal contenido de la época, determina la principal dirección del desarrollo de la época”.

Esta es una de las cuestiones teóricas más importantes, que debe demandar más atención en el movimiento intelectual socialista. Desde 1917 hasta el presente ¿Cuál es la clase que está en el centro de la historia contemporánea? ¿Cuál es la clase social que actualmente está dirigiendo a la humanidad en lo teórico y en lo político, en lo técnico y en lo económico?  

 

lunes, 14 de diciembre de 2020

LA CRÍTICA DE LA DEMOCRACIA BURGUESA EN ROSA LUXEMBURG: “EL GOLPE DE MARTILLO DE LA REVOLUCIÓN”.

 


Por Michael Löwy

Son conocidas la defensa de la democracia socialista y la crítica a los bolcheviques en el folleto de Rosa Luxemburg sobre la Revolución Rusa (1918). Lo que es menos conocido, y a menudo olvidado, es su crítica de la democracia burguesa, sus límites, sus contradicciones, su carácter limitado y mezquino. Intentaremos seguir este argumento crítico en algunos de sus escritos políticos, sin ninguna pretensión de exhaustividad.

Debemos partir, para esta discusión, de ¿Reforma o revolución? (1898), uno de los textos fundadores del socialismo revolucionario moderno, en que esta problemática es abordada de un modo más intenso. Este brillante ensayo, obra de una joven casi desconocida en la época, es una síntesis única entre la pasión revolucionaria y la racionalidad discursiva; sembrado de destellos de ironía y de intuiciones fulminantes, sigue teniendo, más de un siglo después, una sorprendente actualidad. Pero no está libre de fallas; ante todo, en la polémica económica con Bernstein, donde se despliega una suerte de fatalismo optimista: la creencia en la inevitabilidad del derrumbe (Zusammenbruch) económico del capitalismo. Dicho sea de paso, es una opinión que se encuentra aún en nuestros días en cantidad de marxistas que anuncian que la actual crisis financiera del capitalismo es “la última” y significa la decadencia definitiva del sistema… Me parece que Walter Benjamin, que conoció la Gran Crisis de 1929 y sus secuelas, formuló la conclusión más pertinente sobre este terreno: “La experiencia de nuestra generación: el capitalismo no morirá de muerte natural” (Benjamin, 2000: 681).

Entretanto, en su discusión sobre la democracia, Rosa Luxemburg se separa del optimismo fácil de la religión del progreso democrático –la ilusión en una democratización creciente de las sociedades “civilizadas” – dominante en su época, tanto entre los liberales como entre los socialistas; ese es, por lo demás, uno de los puntos fuertes de su argumento. Por otro lado, en su análisis de la democracia burguesa, no se encuentra trazo alguno de economicismo; se manifiesta aquí, en toda su fuerza, lo que Lukács llamaba (1923) el principio revolucionario en el terreno del método: la categoría dialéctica de totalidad (Lukács, 1960: 48). La cuestión de la democracia es abordada por Rosa Luxemburg desde la perspectiva de la totalidad histórica en movimiento, donde economía, sociedad, lucha de clases, Estado, política e ideología son momentos inseparables del proceso concreto.

Dialéctica del Estado burgués

El análisis eminentemente dialéctico del Estado burgués y sus formas democráticas por parte de Rosa Luxemburg le permite a esta escapar tanto de las aproximaciones social-liberales (¡Bernstein!), que niegan su carácter burgués, como de las de un cierto marxismo vulgar que no toma en cuenta la importancia de la democracia. Fiel a la teoría marxista del Estado, Rosa Luxemburg insiste sobre su carácter de “Estado de clase”. Pero añade inmediatamente: “hay que tomar esta afirmación, no en un sentido absoluto y rígido, sino en un sentido dialéctico”. ¿Qué quiere decir esto? Por un lado, que el Estado “asume sin duda funciones de interés general en el sentido del desarrollo social”; pero, al mismo tiempo, no lo hace sino “en la medida en que el interés general y el social coinciden con los intereses de la clase dominante”. La universalidad del Estado se ve, entonces, severamente limitada y, en una medida amplia, negada por su carácter de clase (Luxemburg, 1978a: 39).

Otro aspecto de esta dialéctica es la contradicción entre la forma democrática y el contenido de clase: “las instituciones formalmente democráticas no son, en cuanto a su contenido, otra cosa que instrumentos de los intereses de la clase dominante”. Pero ella no se limita a esta constatación, que es un locus clásico del marxismo; no solo no desprecia Luxemburg la forma democrática, sino que muestra que dicha forma puede entrar en contradicción con el contenido burgués: “Existen pruebas concretas de esto: en el momento en que la democracia tiene la tendencia a negar su carácter de clase y a transformarse en instrumento de verdaderos intereses del pueblo, las propias formas democráticas son sacrificadas por la burguesía y por su representación de Estado” (ibíd.: 43). La historia del siglo XX está atravesada de un extremo al otro por ejemplos de ese género de “sacrificio”, desde la Guerra Civil Española hasta el golpe de Estado de 1973 en Chile; no son excepciones, sino antes bien la regla. Rosa Luxemburg había previsto en 1898, con una agudeza impresionante, lo que habría de pasar a lo largo de todo el siglo siguiente.

A la visión idílica de la historia como “Progreso” ininterrumpido, como evolución necesaria de la humanidad hacia la democracia y, sobre todo, al mito de una conexión intrínseca entre capitalismo y democracia, ella opone un análisis sobrio y sin ilusiones de la diversidad de regímenes políticos:

El desarrollo ininterrumpido de la democracia que el revisionismo, siguiendo el ejemplo del liberalismo burgués, toma por ley fundamental de la historia humana, o al menos de la historia moderna, se revela, cuando se lo examina de cerca, como un espejismo. No es posible establecer relaciones universales y absolutas entre el desarrollo del capitalismo y la democracia. El régimen político es en cada ocasión el resultado del conjunto de factores políticos, tanto internos como externos; dentro de esos límites, presenta todos los diferentes grados de la escala, desde la monarquía absoluta hasta la república democrática (ibíd.: 67 y s.).

Lo que ella no podía prever es, claro, el surgimiento de formas de Estado autoritarias aún peores que las monarquías: los regímenes fascistas y las dictaduras militares que se desarrollaron en los países capitalistas –tanto del centro como de la periferia– a lo largo de todo el siglo XX. Pero ella tiene el mérito de ser una de las escasas figuras, en el movimiento obrero y socialista, que desconfiaron de la ideología del Progreso (con una “P” mayúscula), común a los liberales burgueses y a una buena parte de la izquierda, y que pusieron en evidencia la perfecta compatibilidad del capitalismo con formas políticas radicalmente antidemocráticas.

Bernstein, partidario convencido de la ideología del Progreso, cree en una evolución irreversible de las sociedades modernas hacia más democracia y, por qué no, hacia más socialismo. Ahora bien, Rosa Luxemburg observa que “el Estado, es decir, la organización política, y las relaciones de propiedad, es decir, la organización jurídica del capitalismo, se tornan cada vez más capitalistas, y no cada vez más socialistas” (ibíd.: 43). Puede verse, una vez más, que la oposición entre la izquierda y la derecha en la Socialdemocracia corresponde al antagonismo entre la fe en el Progreso ineluctable de los países “civilizados” y la apuesta por la revolución social.

No solo no existe una afinidad particular entre la burguesía y la democracia, sino que a menudo es en lucha contra esta clase que tienen lugar los avances democráticos:

En Bélgica, en fin, la conquista democrática del movimiento obrero, el sufragio universal, es un efecto de la debilidad del militarismo y, en consecuencia, de la situación geográfica y política particular de Bélgica y, sobre todo, ese “bocado de democracia” es adquirido, no por la burgue­sía, sino contra ella (ibíd.: 67).

¿Se trata solo del caso de Bélgica, o más bien de una tendencia histórica general? Rosa Luxemburg parece inclinarse por la segunda hipótesis y considerar que la única garantía para la democracia es la fuerza del movimiento obrero:

El movimiento obrero socialista es hoy en día el único soporte de la democracia; no existe otro. Se verá que no es la suerte del movimiento socialista la que está ligada a la democracia burguesa, sino, inversamente, que la suerte de la democracia está ligada al movimiento socialista. Se constatará que las oportunidades de la democracia no están ligadas al hecho de que la clase obrera renuncia a la lucha por su emancipación, sino, al contrario, al hecho de que el movimiento socialista sea lo bastante poderoso para combatir las consecuencias reaccionarias de la política mundial y de la traición de la burguesía.

Aquel que desee el fortalecimiento de la democracia deberá desear igualmente el fortalecimiento, y no el debilitamiento, del movimiento socialista; renunciar a la lucha por el socialismo es renunciar, al mismo tiempo, al movimiento obrero y a la propia democracia (ibíd.: 70).

En otros términos, la democracia es, a ojos de Rosa Luxemburg, un valor esencial que el movimiento socialista debe poner a salvo de sus adversarios reaccionarios, entre los cuales se encuentra la burguesía, siempre dispuesta a traicionar sus proclamas democráticas si sus intereses lo exigen. Hemos visto anteriormente ejemplos de esta sobria constatación. ¿Qué quiere decir la referencia a las “consecuencias reaccionarias de la política mundial”? Se trata, sin duda, de una referencia a las guerras imperialistas y/o coloniales, que no dejarán de reducir o suprimir los avances democráticos de los países en conflicto. Volveremos luego sobre esta problemática.

La sorprendente afirmación según la cual la suerte de la democracia está ligada a la del movimiento obrero y socialista ha sido también confirmada por la historia de las décadas siguientes: la derrota de la izquierda socialista –a causa de sus divisiones, de sus errores o de su debilidad– en Italia, en Alemania, en Austria, en España ha conducido al triunfo del fascismo, con el apoyo de las principales fuerzas de la burguesía, y a la abolición de toda forma de democracia, durante largos años (en España, durante décadas).

La relación entre el movimiento obrero y la democracia es eminentemente dialéctica: la democracia tiene necesidad del movimiento socialista, y vicecersa; la lucha del proletariado tiene necesidad de la democracia para desarrollarse:

La democracia es quizás inútil, o incluso molesta para la burguesía hoy en día; para la clase trabajadora, es necesaria e incluso indispensable. Es necesaria porque crea las formas políticas (autoadministración, derecho al sufragio, etcétera) que servirán al proletariado de trampolín y de apoyo en su lucha por la transformación revolucionaria de la sociedad burguesa. Pero es también indispensable porque solo luchando por la democracia y ejerciendo sus derechos tomará conciencia el proletariado de sus intereses de clase y de sus misiones históricas (ibíd.: 76).

La formulación de Rosa Luxemburg es compleja. En un primer momento, ella parece afirmar que es gracias a la democracia que la clase trabajadora puede luchar para transformar la sociedad. ¿Querría decir eso que, en los países no democráticos, esta lucha no es posible? Al contrario, insiste la revolucionaria polaca; es en la lucha por la democracia que se desarrolla la conciencia de clase. Ella piensa sin duda en países como la Rusia zarista –comprendida en ella Polonia–, donde la democracia aún no existe, y donde la conciencia revolucionaria se despierta precisamente en el combate democrático. Es lo que se vería pocos años más tarde, en la revolución rusa de 1905. Pero ella también piensa, probablemente, en la Alemania Guillermina, donde la lucha por la democracia estaba lejos de hallarse concluida y encuentra en el movimiento socialista a su principal sujeto histórico. En todo caso, lejos de despreciar las “formas democráticas”, que distingue de su instrumentación y manipulación burguesas, ella asocia estrechamente el destino de aquellas al del movimiento obrero.

¿Cuáles son, entonces, las formas democráticas importantes? En 1898, ella menciona sobre todo tres: el sufragio universal, la república democrática, la autoadministración; más tarde –por ejemplo, a propósito de la Revolución Rusa en 1918–, ella agregará las libertades democráticas: libertad de expresión, de prensa, de organización. ¿Y qué del Parlamento? Rosa Luxemburg no rechaza la representación democrática en cuanto tal, pero desconfía del parlamentarismo en su forma actual: lo considera “un instrumento específico del Estado de clase burgués; un medio para hacer que maduren y se desarrollen las contradicciones capitalistas” (ibíd.: 43). Ella volverá sobre este debate pocos años más tarde, en artículos polémicos contra Jaurès y los socialistas franceses, a los que ella acusa de querer llegar al socialismo pasando por el “pantano apacible […] de un parlamentarismo senil” (Luxemburg, 1971b: 223). La degradación de esta institución se revela en la sumisión al poder ejecutivo: “La idea, en sí misma racional, de que el gobierno no debe dejar de ser el instrumento de la mayoría de la representación popular, es transformado en su contrario por la práctica del parlamentarismo burgués, a saber: la dependencia servil de la representación popular respecto de la supervivencia del gobierno actual” (ibíd.: 228). Ella saluda, en este contexto, a los socialistas revolucionarios franceses, que comprendieron que la acción legislativa en el Parlamento –útil para arrebatar algunas leyes favorables para los trabajadores– no puede sustituir a la organización del proletariado para conquistar, a través de medios revolucionarios, del poder político.

Reaparecen argumentos análogos en un ensayo de 1904 sobre “La Socialdemocracia y el parlamentarismo”. Con la ironía mordaz que torna tan eléctricas sus polémicas, ella cuestiona el “cretinismo parlamentario”, es decir, la ilusión según la cual el parlamento es el eje central de la vida social y la fuerza motriz de la historia universal. La realidad es totalmente diferente: las fuerzas gigantescas de la historia mundial actúan muy bien fuera de las cámaras legislativas burguesas. Lejos de ser el producto absoluto del Progreso democrático, el parlamentarismo es una forma histórica determinada de la dominación de clase burguesa. Al mismo tiempo, en un movimiento dialéctico –Rosa Luxemburg cita a Hegel–, con el ascenso del movimiento socialista, el Parlamento puede devenir en “uno de los instrumentos más poderosos e indispensables de la lucha de clases” obrera, en cuanto tribuna de las masas populares; un lugar de agitación para el programa de la revolución socialista. Pero no se podrá defender eficazmente la democracia, y al propio Parlamento, contra las maquinaciones reaccionarias sino a través de la acción extraparlamentaria del proletariado. La acción directa de las masas proletarias “en la calle” –por ejemplo, bajo la forma de la huelga general– es la mejor defensa de cara a las amenazas que pesan sobre el sufragio universal. En suma, el desafío, para los socialistas, es convencer a “las masas trabajadoras de que cuenten cada vez más con sus propias fuerzas y su acción autónoma y de que ya no consideren las luchas parlamentarias como el eje central de la vida política” (Luxemburg, 1978c: 25, 29, 34-36). Volveremos sobre esto.

Las contradicciones de la democracia burguesa: militarismo, colonialismo

Las democracias burguesas “realmente existentes” se caracterizan por dos dimensiones profundamente antidemocráticas, estrechamente ligadas: el militarismo y el colonialismo. En el primer caso, se trata de una institución, el ejército, de carácter jerárquico, autoritario y reaccionario, que constituye una suerte de Estado absolutista en el seno del Estado democrático. En el segundo, se trata de la imposición, por la fuerza de las armas, de una dictadura a los pueblos colonizados por los imperios occidentales. Como recuerda Rosa Luxemburg en ¿Reforma o revolución?, su carácter de clase obliga al Estado burgués, incluso democrático, a acentuar cada vez más su actividad coercitiva en dominios que solo sirven a los intereses de la burguesía: “a saber, el militarismo y la política aduanera y colonial” (Luxemburg, 1978a: 42). La denuncia de esta “actividad coercitiva”, militarista e imperialista, será uno de los ejes de la crítica de Rosa Luxemburg al Estado burgués.

Desde el punto de vista capitalista,

el militarismo actualmente se ha vuelto indispensable desde tres puntos de vista: 1) sirve para defender intereses nacionales en competencia contra otros grupos nacionales; 2) constituye un dominio de inversión privilegiado, tanto para el capital financiero como para el capital industrial; y 3) le es útil en el interior para asegurar su dominación de clase sobre el pueblo trabajador […]. Dos rasgos específicos caracterizan al militarismo actual: primero, su desarrollo general y concurrente en todos los países; se diría que se ve impulsado a crecer por una fuerza motriz interna y autónoma: fenómeno desconocido todavía hace algunas décadas; segundo, el carácter fatal, inevitable de la explosión inminente, aunque se ignoren tanto la ocasión que la desencadenará como los Estados que serán afectados en primera instancia, el objeto del conflicto y todas las demás circunstancias (ibíd.: 41).

Como se ve, Rosa Luxemburg había previsto, en 1898, una guerra mundial suscitada por la competencia entre potencias capitalistas nacionales y por la dinámica incontrolable del militarismo. Es una de esas intuiciones fulgurantes que atraviesan el texto de ¿Reforma o revolución?, aun cuando, desde luego, ella no podía prever las “circunstancias” del conflicto.

Militarismo en el plano interno y expansión colonial en el externo están estrechamente ligados y conducen a una decadencia, una degradación, una degeneración de la democracia burguesa:

A causa del desarrollo de la economía mundial, del agravamiento y la generalización de la competencia por el mercado mundial, el militarismo y la supremacía naval, instrumentos de la política mundial, se han convertido en un factor decisivo de la vida exterior e interior de los grandes Estados. Entretanto, si la política mundial y el militarismo representan una tendencia ascendente de la fase actual del capitalismo, la democracia burguesa debe ahora lógicamente entrar en una fase descendente. En Alemania, la era de los grandes armamentos, que data de 1893, y la política mundial inaugurada por la toma de Kiao-chou han tenido como compensación dos sacrificios pagados por la democracia burguesa: la descomposición del liberalismo y el pasaje del Partido de Centro desde la oposición al gobierno (ibíd.: 69).

A lo largo del siglo XX, habría de asistirse a otros “sacrificios” de la democracia, exigidos por el militarismo –tanto en Europa (España, Grecia) como en América Latina– mucho más graves y dramáticos que los ejemplos aquí citados. Sin embargo, el análisis de Rosa Luxemburg es más amplio: ella se da cuenta de que el peso creciente del ejército en la vida política de las democracias burguesas se deriva, no solo de la competencia imperialista, sino también de un factor interno a las sociedades burguesas: la escalada de las luchas obreras. En un artículo antimilitarista de 1914, ella pone en evidencia dos tendencias profundas que fortalecen la preponderancia de las instituciones militares en los Estados burgueses.

Esas dos tendencias son, por un lado, el imperialismo, que conlleva un aumento masivo del ejército, el culto de la violencia militar salvaje y una actitud dominante y arbitraria del militarismo de cara a la legislación; por el otro, el movimiento obrero, que conoce un desarrollo igualmente masivo, acentuando los antagonismos de clase y provocando la intervención cada vez más frecuente del ejército contra el proletariado en lucha (Luxemburg, 1978d: 41).

Esta “violencia militar salvaje” se ejerce, en el cuadro de las políticas imperialistas, ante todo sobre los pueblos colonizados, sometidos a una brutal opresión que no tiene nada de “democrática”. La democracia burguesa produce, en su política colonial, formas de dominación autocrática, dictatorial. La cuestión del colonialismo es evocada, pero poco desarrollada en ¿Reforma o revolución? Pero poco después, en un artículo de 1902 sobre la Martinica, Rosa Luxemburg denunciará las masacres del colonialismo francés en Madagascar, las guerras de conquista de los Estados Unidos en Filipinas o de Inglaterra en África; finalmente, las agresiones contra los chinos cometidas, de común acuerdo, por franceses e ingleses, rusos y alemanes, italianos y estadounidenses (cf. Luxemburg, 1970: 250 y s.).

Ella volverá a menudo sobre los crímenes del colonialismo, en particular, en La acumulación del capital (1913). Retomando el hilo de la crítica implacable de la política colonial en el capítulo sobre la acumulación originaria en el volumen I de El capital, ella observa entretanto que no se trata de un momento “inicial”, sino de una tendencia permanente del capital: “Aquí no se trata ya de una acumulación originaria; el proceso continúa hasta nuestros días. Cada expansión colonial va necesariamente acompañada de esta guerra obstinada del capital contra las condiciones sociales y económicas de los indígenas, así como del saqueo violento de sus medios de producción y de su fuerza de trabajo” (Luxemburg, 1990: 318 y s.). De esto se derivan la ocupación militar permanente de las colonias y la represión brutal de sus insurrecciones, cuyos ejemplos clásicos son el colonialismo inglés en la India y el francés en Argelia. De hecho, esta acumulación originaria permanente prosigue hoy en día, en el siglo XXI, con métodos distintos, pero no menos feroces que los del colonialismo clásico.

Rosa Luxemburg menciona también, en La acumulación del capital, el caso concreto de lo que se podría llamar el colonialismo interno de la mayor democracia burguesa moderna, los Estados Unidos: con ayuda del ferrocarril, en el marco de la gran conquista del Oeste, se expulsó y exterminó a los indígenas con armas de fuego, aguardiente y sífilis, y se encerró a los supervivientes, como a bestias salvajes, en “reservas” (cf. ibíd.: 344, 350). Otro ejemplo trágico de las contradicciones de la “democracia burguesa”.

Democracia y conquista del poder: el golpe de martillo de la revolución

 Volvamos a ¿Reforma o revolución? para examinar ahora la problemática de la relación entre democracia y conquista del poder. Bernstein y sus amigos “revisionistas” creían en la posibilidad de cambiar la sociedad gracias a reformas graduales, en el marco de las instituciones de la democracia burguesa; ante todo, el Parlamento, donde la Socialdemocracia podría un día tornarse mayoritaria. Por las razones que mencionamos más arriba, Rosa Luxemburg no puede menos que rechazar esta estrategia:

Marx y Engels jamás pusieron en duda la necesidad de conquista del poder político por parte del proletariado. Estaba reservado a Bernstein considerar el estanque de ranas del parlamentarismo burgués como el instrumento llamado a realizar el cambio social más formidable de la historia, a saber: la transformación de las estructuras capitalistas en estructuras socialistas (Luxemburg, 1978a: 77).

Esta conquista revolucionaria del poder será democrática, no porque se realizará en el marco de las instituciones de la democracia burguesa, sino porque será la acción colectiva de la gran mayoría popular: “Es esa toda la diferencia entre los golpes de Estado al estilo blanquista, ejecutados por ‘una minoría activa’, provocados en cualquier momento y, de hecho, siempre de manera inoportuna, y la conquista del poder político por parte de la gran masa popular consciente” (ibíd.: 78).

Continuando su polémica, ella ironiza respecto de la línea reformista de Bernstein y sugiere un argumento capital para justificar la necesidad de una acción revolucionaria:

Fourier había tenido la ocurrencia fantástica de transformar, gracias al sistema de los falansterios, toda el agua de los mares del globo en limonada. Pero la idea de Bernstein de transformar, vertiendo progresivamente botellas de limonada reformistas, el mar de la amargura capitalista en el agua dulce del socialismo, es tal vez más banal, pero no menos fantástica.

Las relaciones de producción de la sociedad capitalista se aproximan cada vez más a las relaciones de producción de la sociedad socialista. Como revancha, sus relaciones políticas y jurídicas erigen, entre la sociedad capitalista y la sociedad socialista, un muro cada vez más alto. Ese muro no solo no será echado por tierra por las reformas sociales ni por la democracia, sino que, al contrario, estas lo reafirman y consolidan. Lo que podrá derribarlo es solo el golpe de martillo de la revolución, es decir, la conquista del poder político por parte del proletariado (ibíd.: 44).

La imagen del “golpe de martillo” hace pensar inmediatamente en la afirmación de Marx en sus escritos sobre la Comuna de París (1871), en los que hace referencia a la necesidad, por parte del proletariado revolucionario, de “quebrar” el aparato de Estado capitalista. La idea es esencialmente idéntica, aun cuando Rosa Luxemburg no cita esos textos de Marx. Ese “golpe de martillo” se torna aún más indispensable cuando se considera el papel creciente del militarismo y del ejército en el sistema político. ¿En qué consiste concretamente? ¿Por qué medios puede realizarse esta conquista del poder? ¿Qué estrategia o táctica revolucionarias propone Rosa Luxemburg? No es un tema desarrollado en ¿Reforma o revolución?, pero aquí y allá ella da a entender que los métodos revolucionarios “clásicos” –la insurrección, las barricadas– no deben ser excluidos. Ahora, no solo los revisionistas, sino también la dirección del Partido Socialdemócrata alemán se refirieron con insistencia al prefacio escrito por Friedrich Engels en 1895 a la reedición de la obra de Marx La lucha de clases en Francia entre 1848 y 1850 (1850); en ese texto, el viejo dirigente parece considerar que esos métodos de lucha se volvieron obsoletos a raíz de los progresos del arte militar –los cañones y los fusiles modernos–, que conceden ventaja al ejército.

De hecho, el texto original de Engels era mucho menos categórico; la versión publicada fue considerablemente “edulcorada” por la dirección del partido (algo que ignoraba Rosa Luxemburg). De hecho, Engels se mostró indignado ante esta manipulación; en una carta a Kautsky del 1° de abril de 1895, escribió: “para mi sorpresa, veo hoy en el Vorwärts un extracto de mi introducción reproducida sin mi consentimiento, y dispuesto de tal manera que aparezco en él como un pacífico adorador de la legalidad a todo precio. Por ende, desearía tanto más que la introducción aparezca sin recortes en Neue Zeit, a fin de que sea borrada esta impresión vergonzosa”. Friedrich Engels murió algunos meses después; el texto íntegro jamás apareció en Neue Zeit ni, por supuesto, en la reedición del libro de Marx. Fue preciso esperar a la Revolución de Octubre para que fuera, por fin, publicado en la década de 1920 (cf. Bottigelli, 1948). He aquí la respuesta de Rosa Luxemburg al argumento “legalista”:

Cuando Engels, en el prefacio a La lucha de clases en Francia, revisaba la táctica del movimiento obrero moderno, oponiendo a las barricadas la lucha legal, no tenía en vita –y cada línea de este prefacio lo demuestra– el problema de la conquista definitiva del poder político, sino el de la lucha cotidiana actual. No analizaba la actitud del proletariado de cara al Estado capitalista en el momento de la toma del poder, sino su actitud en el marco del Estado capitalista. En una palabra, Engels daba las directivas al proletariado oprimido, y no al proletariado victorioso (Luxemburg, 1978a: 75 y s.).

De hecho, su interpretación es muy discutible… ¡No se trata, en Engels, del papel de las barricadas en la “lucha cotidiana actual”! Lo que resulta interesante, en este pasaje, es la actitud de la autora de ¿Reforma o revolución? frente a la cuestión de los métodos de lucha “armada”, “insurreccional”, “ilegal” –métodos tradicionales de las revoluciones, desde 1789 a 1871–, que ella se niega a excluir del arsenal político del proletariado. Ella no estaba equivocada, pues todos los combates revolucionarios del siglo XX, victoriosos o vencidos –las dos Revoluciones Rusas (1905, 1917), la Revolución Mexicana (1910-19), la Revolución Alemana (1918-19), la Revolución Española (1936-37) y la Revolución Cubana (1959-61), para no citar otros ejemplos– hicieron uso de esos métodos “ilegales” y “extraparlamentarios”.

Pero el método revolucionario que cuenta con el favor de Luxemburg es, como se sabe, la huelga de masas, esa “forma natural y espontánea de toda gran acción revolucionaria del proletariado”. De hecho, se trata de un movimiento en el cual se multiplica una gran diversidad de iniciativas de lucha: huelgas económicas y políticas, huelgas de manifestación o de combate, huelgas de masas y huelgas parciales, luchas reivindicativas pacíficas o batallas en las calles, combates de barricadas, “un océano de fenómenos, eternamente nuevos y fluctuantes”. Ciertamente, la huelga de masas “no reemplaza ni vuelve superfluos los enfrentamientos directos y brutales en la calle”; con todo, la experiencia rusa de 1905 muestra que “el combate de barricadas, el enfrentamiento directo con las fuerzas armadas del Estado, no constituye, en la revolución actual, otra cosa que el punto culminante, que una fase del proceso de la lucha de masas proletaria” (Luxemburg, 1976: 127 y s.; 154). El enfrentamiento no es eliminado, sino situado en el “punto culminante” de la lucha, lo que le concede, evidentemente, un papel importante.

Rosa Luxemburg volverá sobre este texto de Engels –en su versión edulcorada por la dirección del Partido Socialdemócrata Alemán, la única conocida en su época–, que decididamente la incomoda, en su discurso durante el Congreso Fundacional del Partido Comunista Alemán (Spartakusbund) en diciembre de 1918. Esta vez, no se trata de pretender, como en 1898, que la “Introducción” de 1895 no se refiere sino a la “lucha cotidiana actual”: “Con todos los conocimientos de especialistas de que disponía en el dominio de la ciencia militar, Engels les demuestra aquí […] que es perfectamente vano creer que el pueblo trabajador puede hacer revoluciones en las calles y salir victorioso”. Él estaba equivocado, y este documento ha servido, observa ella, para reducir la actividad del Partido exclusivamente al terreno parlamentario. Sin excluir una “utilización revolucionaria de la Asamblea Nacional” como tribuna, ella ve en la toma del poder por parte de los consejos de obreros y soldados, como en Rusia en octubre de 1917, el camino a seguir (cf. Luxemburg, 1978b: 106-108).

Rosa Luxemburg no proporciona recetas; ella apuesta a la inventiva del movimiento revolucionario; se limita a esta sobria constatación: la democracia es indispensable, no porque ella vuelve inútil la conquista del poder político por parte del proletariado; al contrario, ella vuelve necesaria y al mismo tiempo posible esta toma del poder”. Ahora bien, esta conquista del poder pasa por una ruptura institucional, por un proceso radical de subversión, capaz de derribar el muro jurídico y político del Estado capitalista: el “golpe de martillo” de la revolución.

Democracia socialista y democracia burguesa (1918)

No vamos a discutir aquí la cuestión de la democracia en el socialismo, que escapa a nuestra temática; lo que nos interesa aquí es lo que escribe Rosa Luxemburg en su texto sobre la Revolución Rusa a propósito de la democracia burguesa. Es importante subrayar que, en el manuscrito de 1918, la crítica fraternal de los errores de los bolcheviques en el terreno de la democracia no significa de ningún modo la adhesión de Rosa Luxemburg a la democracia burguesa. Se dice explícitamente: la tarea histórica del proletariado es “crear, en lugar de la democracia burguesa, una democracia socialista”. Veamos de más cerca su argumento, en polémica con Trotsky:

“En cuanto marxistas, jamás hemos sido idólatras de la democracia formal” escribe Trotsky. Seguramente, jamás hemos sido idólatras de la democracia formal. Pero tampoco del socialismo y del marxismo; jamás hemos sido idólatras. ¿Se infiere de esto que tengamos el derecho, a la manera de Cunow-Lensch-Parvus, de deshacernos del socialismo o del marxismo cuando nos incomodan? Trotsky y Lenin son la negación viva de esta cuestión.

Jamás hemos sido idólatras de la democracia formal; esto no quiere decir sino una cosa: siempre hemos distinguido el núcleo social de la forma política de la democracia burguesa; siempre hemos desenmascarado el duro núcleo de desigualdad y de servidumbre social que se oculta bajo el dulce envoltorio de la igualdad y de la libertad formales, no para rechazarlo, sino para incitar a la clase obrera a no contentarse con ese envoltorio y, por el contrario, conquistar el poder político a fin de llenarlo de un contenido social nuevo. La tarea histórica que incumbe al proletariado, una vez en el poder, es crear, en lugar de la democracia burguesa, la democracia socialista, y no suprimir toda democracia (Luxemburg, 1971a: 87 y s.).

Rosa Luxemburg retoma aquí la distinción “clásica”, ya formulada en ¿Reforma o revolución?, entre la forma democrática, la igualdad y la libertad formales, y el contenido burgués, la desigualdad y el liberticidio; pero esta vez ella afirma claramente la solución: ni democracia burguesa, ni dictadura de una élite revolucionaria, sino una democracia socialista con un contenido social nuevo.

Rosa Luxemburg había previsto, ya en 1914, “la intervención del ejército contra el proletariado en lucha”. Como se sabe, en enero de 1919, Leo Jogisches, Karl Liebknecht y muchos otros espartaquistas serán asesinados, víctimas de esta “violencia militar salvaje” que ella había denunciado; eso tuvo lugar en el marco de una respetable democracia (burguesa) constitucional. Lo que Rosa Luxemburg no había previsto siquiera en sus peores pesadillas era que esos asesinatos políticos a manos de militares contrarrevolucionarios tendrían lugar bajo la égida de un gobierno dirigido por el Partido Socialdemoócrata Alemán…

 

Bibliografía

Benjamin, Walter, Paris, capitale du XIXème siècle. Le Livre des Passages. París: Ed. Du Cerf, 2000.

Bottigelli, Émile, “Avertissement”. En: Marx, Karl, La Lutte de Classes en France 1848-1850. París: Editions Sociales, 1948, pp. 9-20.

Lukacs, György, Histoire et Conscience de Classe) (1923). París: Ed. de Minuit, 1960.

Luxemburg, Rosa, Rosa Luxemburg, “Martinique” (1902). En: –, Gesammelte Werke 1/2. Berlín: Dietz, 1970.

–, “La Révolution Russe” (1918). En: –, Oeuvres II (écrits politiques 1917-1918). París: Maspero, 1971 [1971a].

–, Le Socialisme en France 1898-1912. Presentación de Daniel Guérin París: Belfond, 1971 [1971b].

–, “Grève de masses, parti et syndicat” (1906). Trad.: Irène Petit. En: –, Œuvres I. París: Maspero, 1976.

–, “Réforme ou Révolution?” (1898). Trad.: Irène Petit. En: –, Œuvres I. París: Ed. Maspero, 1978 [1978a].

–, “Notre programme et la situation politique” (1918), Œuvres I [1978b].

–, “Social-démocratie et parlementarisme” (1904). En: –, L’Etat bourgeois et la Révolution. Compil. de Carlos Rossi. París: Petite collection La Brèche, 1978 [1978c].

–, “Le revers de la médaille” (abril de 1914). En: –, L’Etat bourgeois et la révolution [1978d].

–, Die Akkumulation des Kapitals (1913). En: –, Gesammelte Werke 5. Berlín: Dietz, 1990.

 


** “Le coup de marteau de la révolution”. La critique de la démocratie bourgeoise chez Rosa Luxemburg”. Artículo enviado por el autor para su publicación en este número de Herramienta. Trad. de Silvia N. Labado.

** Michael Löwy es Director de investigación emérito en el Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de Investigación Científica); fue profesor en la École des Hautes Études en Sciences Sociales (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales). Sus obras fueron publicadas en 24 idiomas. Ediciones Herramienta y El Colectivo publicaron, en 2010, su libro La teoría de la revolución en el joven Marx y en 2011, Ecosocialismo, la alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista. Es miembro del Consejo Asesor de la Revista Herramienta, donde ha realizado numerosas contribuciones. Fue publicado recientemente en Ediciones Herramienta su libro, escrito en colaboración con Olivier Besancenot, Afinidades revolucionarias. Nuestras estrellas rojas y negras. Por una solidaridad entre marxistas y libertarios (2018).

Fuente: https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=3085