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viernes, 5 de noviembre de 2010

Mensajes y “Mensajes”

Fascinante!!!
Fabuloso!!!
Maravilloso!!!
Buenazo!!!
Importante!!!
Increíble!!!
Son los adjetivos con que califican a los chistes, parábolas, cuentos, consejos, pequeñas historias o leyendas, paisajes, ciudades, fotos, música, etc. que me envían por internet y que atiborran mi buzón.

Qué ingenuos son al generalizar y violar mi individualidad. Muy pocas veces comparto esos calificativos. Suponen que todos somos iguales. A esas pocas veces que comulgo con el calificativo del remitente respondo, agradeciendo. Y, aunque no agradezca, siguen los envíos.

Se identifica a los que generalizan ingenuamente porque son los que con mayor frecuencia remiten mensajes, únicamente son mensajeros; a eso se dedican exclusivamente. No escriben cosas originales, de su propia cosecha. Cualquiera que fuese el resultado, eso ya sería un logro.


Los más ingenuos de los ingenuos dicen: no vayas a dejar de reenviar este mensaje a tus amigos y familiares. Estas personas son buenas y bien intencionadas.

Pero, ahí no termina el asunto. Yo me pongo en cuestión y me pregunto. ¿No seré también como mis inocentes remitentes, con el agravante de la soberbia? Simplemente, en ejercicio de mi libertad, podría borrarlos antes de abrirlos o marcarlos y considerarlos como spam; a la tercera vez ya quedan bloqueados para siempre y no aparecerán más en mi buzón. Sin embargo, ¡qué horrible y monótona fuese la vida si todos serían como yo! En la diversidad se siente la vida y que uno vive.

Por eso es que mis ingratos e inocentes remitentes de repente me sorprenden y se trasmutan en venerables Maestros. Y, sin pretenderlo, me hacen recordar que la humildad es una virtud y que la soberbia es el pecado superlativo.



Por lo demás, ya sentenció nuestro José Carlos Mariátegui: La unanimidad es infecunda.
Lima, 04/11/2010
rengifoantonio@yahoo.com

sábado, 1 de mayo de 2010

Rutina de muerte en los noticieros de la Televisión

La prensa burguesa bombardea a diario con imágenes y palabras acerca de lo peligroso que es vivir en la sociedad actual. La muerte por asesinato, suicidio, accidente o negligencia, asaltos a mano armada, narcotráfico, contrabando, raptos y violaciones es la rutina diaria de los medios de comunicación. La noticia inyecta en el hombre común una escalofriante dosis de miedo. Se infunde miedo e inseguridad al receptor. Y el miedo e inseguridad, como acertadamente observa Carlitos Vera Munárriz, son la receta perfecta para estimular el consumo. Las compañías de seguros explotan la posibilidad de muerte en el subconsciente colectivo. Los ataques de pánico, ansiedad y agorafobia son algo cotidiano y en la mayoría de las veces es confundida con estrés. El hecho es que ansiedad e insatisfacción son compañeras inseparables del hombre moderno. Richard Lazarus decía: no es el problema externo lo que nos hace sentir pánico, sino el pensar que no tenemos recursos suficientes para enfrentarnos a él. La ansiedad es sobre todo una reacción de miedo, es temor anticipado de un peligro futuro, cuyo origen es desconocido o no se reconoce. La pandemia de la influenza (H1N1) fue el pretexto perfecto para desatar una gran demanda de fármacos. Y está probado que se recurre a una ingesta excesiva en situaciones de estrés y ansiedad. La rutina diaria de muerte, en la señal abierta de Televisión, es fríamente planificada por los expertos en mercados.
Abril, 30 2010
Edgar Bolaños Marín

viernes, 7 de agosto de 2009

La cosificación de los intelectuales

La cosificación de los intelectuales
La inteligencia es víctima, en mayor o menor grado, del mercantilismo capitalista. No puede sobrevivir al margen de las apetencias materiales, del influjo del valor de cambio, de lo cuantitativo. El homo economicus, en cierta categoría de intelectuales, se expresa en un cálculo mezquino y astuto, pero sin profundidad ni horizonte, incapaz de trascender el más estrecho interés individual. Sucumbe ante el poder sugestivo y avasallador de la propiedad privada. La obsesiva preocupación por los “derechos de autor” no es otra cosa que una manifestación inconsciente del sometimiento al universo capitalista. Es que el éxito intelectual es medido por el beneficio económico. Cuando el criterio económico se impone y sustituye al criterio docente, literario o artístico el intelectual deviene en un mercader de obras. Esto es, se convierte en un vendedor potencial de sus facultades espirituales cosificadas: la subjetividad misma, el saber, el temperamento, la facultad de expresión, se convierten en una mercancía, que se pone en movimiento según leyes propias, independientes de la personalidad del individuo. El caso del periodista revela del modo más grotesco “la falta de conciencia y de ideas” que lo conducen a prostituir sus vivencias y convicciones. Honoré de Balzac en su novela “Ilusiones perdidas” realiza un análisis lúcido e implacable de la cosificación del periodista en el siguiente dialogo: “¿Depende usted de lo que escribe? – dice Vernou con un aire burlón. Pues somos comerciantes en frases, y vivimos de nuestro comercio.” El poder del dinero, “vil ramera de los hombres” (según Shakespeare), corrompe y prostituye al más avisado de los mortales. Así, la satisfacción de sus necesidades individuales, constituye el único norte de su acción que no le permite ver en los demás sino rivales en la lucha por los escasos bienes; al tiempo que sus facultades espirituales, se tornan instrumentos potencialmente eficacísimos de los que por todos los medios intenta valerse. Para este tipo de intelectual su realización individual es un fin. No se trata de que el intelectual sea un vehículo para la realización del género humano. Todo lo contrario. El género queda subordinado al individuo, la esencia a la existencia y la sociedad se disuelve en una pluralidad de átomos aislados.
Tacna, 11 julio 2009
Edgar Bolaños Marín

Cosificación del universo humano

Cosificación del universo humano

El proceso de individualización de la humanidad tiene su punto de partida en la emancipación del hombre respecto a sus condiciones naturales y primitivas de producción. Los antiguos organismos sociales de producción se fundaban en la inmadurez del hombre individual, aún no liberado del cordón umbilical que lo ataba a otros seres de la misma especie. Los hombres entran en la historia tal como primitivamente salen del reino animal en sentido estricto: aún semi animales. La economía de subsistencia sostiene su colectivismo, su carácter gregario, la dependencia de unos en los otros. Pero, el intercambio de mercancías comienza allí donde termina la comunidad y la existencia del mercancías tiene como precondición el desarrollo de la división social del trabajo. A la economía de subsistencia le sigue una economía de abundancia, una época de abundancia creciente pero miserable. La civilización nos trae progreso. Superabundancia para unos y de miseria para las mayorías. Marx tenía toda la razón al señalar que a medida que se incrementa la productividad la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. A ésta época le corresponde la escisión del producto laboral en cosa útil y cosa de valor. Es decir, cuando un objeto útil rebasa las necesidades inmediatas del poseedor potencialmente se desdobla o convierte en valor de cambio. Este desdoblamiento sólo se materializa en el intercambio donde se realiza como mercancía. Con el aumento de la productividad del trabajo se propaga la propiedad privada y el cambio, la diferencia de fortuna, la posibilidad de emplear fuerza de trabajo ajena y, con ello, la base de los antagonismos de clase. La propiedad privada sobre la tierra, los rebaños y los objetos de lujo, lleva al intercambio (del trueque a la compra-venta), a la transformación de los productos en mercancías. Son usos de guerra que las conquistas incluyen a la apropiación de tierras sus componentes, esto es, los hombres que las fructifican y sus bienes. Inventado el comercio aparecen las mercancías y el hombre cosa.
Tacna, 11 julio 2009
Edgar Bolaños Marín