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jueves, 19 de noviembre de 2015

DEBATES EN TORNO AL EXTRACTIVISMO: COLONIALISMO "SIMPÁTICO" Y LAS CONTRADICCIONES DE NUESTROS PROGRESISMOS



 


19-11-2015

Semanas atrás compartí unas reflexiones sobre cómo hay gobiernos e intelectuales progresistas que toman algunas ideas propias de la izquierda global, y aprovechan sus limitaciones o las deforman. Sería un “colonialismo simpático” porque les permite mantener una retórica de izquierda mientras dejan en segundo plano sus contradicciones (1). 

Se presentó como ejemplo los usos de ciertos conceptos del geógrafo británico David Harvey, muy promovidos en Ecuador, Bolivia y otros países sudamericanos. Mi preocupación no estaba centrada en la persona, sino en cómo utilizan sus ideas los progresismos sudamericanos. Es un autor muy conocido por sus críticas al capitalismo, pero los progresismos aprovechan algunas limitaciones en sus conceptos para legitimarse.

Se destacaron cuatro problemas destacados. El primero es el alto nivel de abstracción, enfocado criticar al capitalismo globalizado, lo que permite esquivar las contradicciones locales bajo nuestros gobiernos. El segundo es una minimización de la dimensión ecológica local, que es aprovechada para cuestionar al capitalismo pero tolerando la destrucción de la propia Naturaleza. La tercera es la limitada atención a las ideas indígenas, lo que permite decirse anticapitalista mientras se alejan de esas cosmovisiones y hostigan a sus organizaciones. Finalmente, las alternativas al capitalismo son acotadas al enfocarse en el valor de uso sobre valores de cambio, lo que no tiene nada de malo pero es insuficiente, ya que nos deja sin mucho lugar para los derechos de la Naturaleza.

Mi nota despertó unas cuantas respuestas. Agradezco esos aportes al ser muy útiles para mejorar mis argumentos (2). De todos modos creo necesarias algunas precisiones.

En primer lugar, me cuestionaron que señalara que el concepto de Harvey de “acumulación por desposesión” en “sus ideas básicas no es una novedad”. Esto es bastante sorpresivo y pido al lector un poco de paciencia con los detalles. Es que el propio Harvey reconoce que está basado en la idea de Marx de la acumulación primitiva u originaria, y propuso un nuevo término no tanto por diferencias sustanciales sino porque no es ni “primitiva”, ni “originaria”, sino que está actualmente en marcha (3). Harvey dice que se deben “sustituir” aquellos términos de Marx por el vocablo desposesión.

Hay unos cuantos autores que plantean posiciones similares a las de mi artículo. Por ejemplo, Giovanni Arrighi (junto a N. Aschoff y B. Scully), al abordar la situación en Africa del Sur, señalaron que la “acumulación por desposesión” de Harvey es en buena medida un “sinónimo” con el concepto de Marx, y agregan que los procesos a los que se refieren los dos conceptos son los mismos (4). Entonces mis dichos no son muy originales y no deberían llamar a sorpresa.

También entiendo que todos aceptamos que hay una larga lista de autores y militantes latinoamericanos que han denunciado las prácticas predatorias de apropiación de los recursos naturales de América Latina, de la usurpación de sus tierras y sus vidas, y de imponerles condiciones de opresión. Esas son las problemática a las que alude la “acumulación por desposesión”, y no tiene nada de malo reivindicar y privilegiar esos aportes desde nuestro sur (5).

En segundo lugar, el problema del “colonialismo simpático” no es un ataque a Harvey, ni tampoco implica un rechazo a todos los autores del norte, una negación del marxismo o cosas por el estilo. En cambio, mi interés era señalar los usos deformados de ideas del norte académico cuando son aprovechadas por los progresismos del sur para legitimarse. Mi artículo original dice: “No estamos frente a un problema con Harvey, sino ante una limitación en nosotros mismos, latinoamericanos.”

A pesar de todas esas advertencias pasó lo que tenía que pasar: recibí críticas donde insisten en que el foco estaba en cuestionar a Harvey. Y con ello queda por detrás, otra vez, el desempeño de los progresismos. Nuevamente estamos frente a un clásico problema de “comprensión lectora”, donde uno dice “A”, pero recibe críticas como si hubiera dicho “Z”. Señalo esta dinámica porque es muy propia de posturas dogmáticas, y es usada tanto desde tiendas neoliberales como desde el progresismo fanático. Entonces regreso a los dichos de mi artículo: “insisto en que muchas de sus tesis (de Harvey) son compartibles al ofrecer un valioso instrumental para entender el capitalismo global”. Si queda alguna duda, ahora agrego que no tengo ningún interés en un enfrentamiento personalizado.

En tercer lugar, ahora sí podemos abordar mi preocupación: el aprovecharse de las insuficiencias o limitaciones de las ideas de Harvey, como las de otros autores (por ejemplo Toni Negri), para entender la actual América Latina. En esto, el cuestionamiento más duro vino desde un centro de investigación sobre temas de territorio (CENEDET), dentro del Instituto de Altos Estudios Nacionales (IAEN), en Quito (6).

Ellos entienden que mi nota fue una crítica a Harvey, pero una buena parte de su reacción no se enfoca en el problema central de mi artículo, o sea, en cómo los progresismos usan algunas ideas para construir discursos anticapitalistas sin asumir las propias contradicciones ni intentar cambiarlas. Apuntan, en cambio, en defender a Harvey. Aunque tienen esa intensión, su argumento principal no descansa tanto en las cualidades de las ideas de Harvey, sino en denunciar que las posiciones sobre los extractivismos están equivocadas en general (y asumo que sobre todo mis aportes en particular), y que incluso son parte de una mirada burguesa. Sorpresivamente se mezcla en el debate el papel de los “extractivismos”, tales como la explotación minera, petrolera o agrícola, en grandes volúmenes que serán exportados.

Les propongo analizar la cuestión con calma y en dos pasos. El primero es asumir, por un minuto, que los cuestionamientos desde el CENEDET-IAEN acertaron y que todo lo dicho sobre los extractivismos, por ejemplo las alertas ante la megaminería o la explotación petrolera en la Amazonia, son una enorme equivocación o fruto del pensamiento burgués. Si ese fuese el caso, ¿esto convierte al uso que hace ese grupo de las ideas de Harvey en una verdad? ¿Eso convierte a la megaminería en una estrategia anticapitalista? Ciertamente que no. Estamos hablando de cuestiones muy distintas, la acumulación por desposesión y los extractivismos. Son muy diferentes en sus contenidos, propósitos, alcances y marcos conceptuales.

Claramente estamos frente a un error metodológico que se ha vuelto muy común, donde se intenta anular una perspectiva, sin analizarla en sí misma, sino que se critican cuestiones colaterales. Es el mismo error que ocurre cuando las advertencias y alertas sobre los extractivismos no son sopesadas en sí mismas, sino que son tildadas de ser expresiones conservadoras, burguesas o infantiles.

El segundo paso consiste en examinar la validez o rigurosidad de los cuestionamientos de CENEDET-IAEN. Apelaré a un par de ejemplos. Comencemos por el primero. CENEDET-IAEN afirma muy enfáticamente que en mi artículo original digo que el “concepto de valor de uso no tiene aplicación en América Latina”. En ningún lugar de mi artículo se dice eso. Otra vez aparece ese problema de la comprensión lectora.

Lo que en realidad dice mi texto es que las alternativas que desandan la primacía del valor de cambio (como ocurre con la economía financiarizada), hacia los valores de uso, tienen limitaciones. Una vez más aclaro: no es que eso esté mal, y por cierto son aportes muy importantes y necesarios, pero son insuficientes. Eso se debe a que en América Latina hay reflexiones y prácticas ciudadanas que van más allá del valor de uso y de cambio, y entre ellas se destaca al reconocimiento de los derechos de la Naturaleza en Ecuador. Si no se reconocen esas otras pluralidades de valoración, notables avances como los derechos de la Naturaleza incluidos en la Constitución de Ecuador, quedan relegados.

Entiendo que la formulación del asunto sobre los valores, tal como lo hace el CENEDET-IAEN, mostraría que no logran ver o jerarquizar la importancia de valores que no son antropocéntricos, como los derechos de la Naturaleza. Y eso puede ser entendible; no todo el mundo está obligado a aceptar los derechos de la Naturaleza. Pero la cuestión sobre la que llamaba la atención es que poder saltearse esos derechos es algo muy apetecible para los progresismos que quieran, por ejemplo promover la megaminería o la explotación petrolera en zonas de alta biodiversidad. Esa es una de las razones por las cuales los progresismos aprovechan esa limitación o debilidad en ese tipo de perspectivas. Y ese era justamente el punto central de mi artículo.

El segundo asunto son los cuestionamientos contra las alertas sobre los extractivismos. Precisemos que un análisis de los extractivismos es esencialmente una crítica a las raíces de modos de desarrollo incompatibles con la justicia social, ambiental y ecológica. En esas advertencias participan muchos académicos y militantes sobre todo sudamericanos. Se abordan muchas dimensiones, de donde sostener que no se atienden las dinámicas globales o el papel del capital tan sólo revela que no se ha leído, o si se leyó fue de manera muy superficial (7). Como ese no ese no el asunto central, basta con indicar que, al menos en mi caso, esas cuestiones ocupan al menos tres capítulos en mi reciente libro “Extractivismos” (8).

En cambio, el equipo del CENEDET-IAEN afirma que un abordaje basado en Harvey es superior al vincular lo local con lo global. Ofrecen como ejemplo el despojo violento de indígenas amazónicos debido a la sobreacumulación de capital en China. Eso está muy bien, puede ser muy útil. Pero es insuficiente, y eso era parte del problema central abordado en mi nota.

La insuficiencia se debe a que entre la Amazonia y Pekín existe un amplio abanico de actores y acciones intermedias. En el despojo también actúan, por ejemplo, nuestros Estados, los gobiernos centrales y municipales, grupos empresariales nacionales, académicos criollos, y muchos más. Hay veces en que los gobiernos progresistas se convierten en uno de los principales factores de la desposesión (siguiendo la terminología de Harvey). Y esa problemática se minimiza bajo la perspectiva que preconiza CENEDET-IAEN.

Me pregunto si, por ejemplo, ¿los cambios normativos para abrir las áreas protegidas a las petroleras o la criminalización de la resistencia indígena, se deben a las necesidades de acumulación de capital de China o Estados Unidos, o no responden también a dinámicas dentro del propio país? Cuestiones recientes, como la clausura de una ONG para que no interfiera con concesiones petroleras en un país, o el megaplan de apoyo financiero de más de 3 500 millones de dólares que otro país otorgará a la exploración de hidrocarburos, ¿fueron decididas en Pekín?

Claro que es importante analizar el papel de Pekín o de Wall Street, pero no alcanza. Y ese era el punto de mi artículo. Esas cuestiones locales y nacionales quedan relegadas bajo el tipo de perspectiva propuesta por el CENEDET-IAEN. Precisamente por esos motivos ese tipo de miradas son alentadas por los progresismos, ya que así esquivan la urticaria de sus propias contradicciones. Paradojalmente la crítica desde el equipo de CENEDET-IAEN deja toda esa limitación en cristalina evidencia.

A mi modo de ver, revelar y discutir esas contradicciones son hoy la cuestión más urgente. Por todas estas razones insisto en que es necesario romper ese tipo de colonialidades y construir una mirada crítica latinoamericana bajo una izquierda independiente, la que siempre debe atender las reales situaciones nacionales y locales (crítica enraizada), considerar las implicancias para nuestras Naturalezas (crítica ecológica), que dialogue y aprenda de los pueblos originarios (critica intercultural), para desde allí promover vías de salida a las variedades de desarrollo (crítica a la Modernidad).

Notas
(1) La necesidad de romper con un "colonialismo simpático", por Eduardo Gudynas. Rebelión 30 setiembre 2015. El texto se basa a su vez en artículos publicados en Animal Político, La Razón (Bolivia) y Plan V (Ecuador).
(2) Como ejemplo, estoy agradecido a Tania Herrera, coincido con muchos de sus puntos, mientras que otros sirvieron para pulir mis posicions. Espíritu crítico universal y alternativas locales: sobre la polémica Gudynas – Harvey. La Mula (Perú), 19 octubre.
(3) “El “nuevo” imperialismo: acumulación por desposesión”, por D. Harvey, Socialist Register, 2004.
(4) “Accumulation by Dispossession and Its Limits: The Southern Africa Paradigm Revisited”, por G. Arrighi, N. Aschoff y B. Scully. St Comp Int Dev 45: 410-438, 2010.
(5) Malfred Gerig está muy en desacuerdo con mi señalamiento de la directa analogía entre la acumulación original de Marx y la desposesiva de Harvey, pero como se explicó arriba esa “sustitución” de palabras es reconocida por el propio Harvey. En cuanto a su otra crítica, la de una “decolonialidad naif”, me parece que es abrumadora la evidencia de las trabas, barreras y segregaciones que se hace en el mundo académico sobre los saberes del sur. Y no deja de ser llamativo que se me acuse de “ingenuidad” sobre la colonialidad del saber apelando justamente a un término derivado del francés. Cf. “La disputa por los conceptos adecuados: ¿Colonialismo simpático o decolonialidad naif?”, Rebelión, 20 octubre 2015.
(6) “Ni colonialistas, ni simpáticos: una respuesta a Eduardo Gudynas”, por E. Martínez, V. Morales, C. Simbaña, J. Wilson, N. Fernández, T. Purcell y J. Rayner, Rebelión, 16 octubre 2015.
(7) Aprovecho para comentar otro cuestionamiento, en este caso de L. Gallardo, una estudiante en la Universidad de Barcelona. Ella señala lo que serían ausencias en mi abordaje y brinda una lista de reclamos. Sin embargo, casi todos sus puntos en realidad han sido tratados en los estudios sobre extractivismos. Por ejemplo, reclama entender la función social de la renta, discernir el papel de la derecha y del empresariado (nacional y transnacional), o la configuración y organización (del agro dice ella, pero yo agregaría a otros sectores). Como todo eso ha sido considerado en los estudios sobre extractivismos, su crítica mostraría que no está al tanto de los debates aquí en el sur. Pero además, muchas de las evaluaciones que ella presenta, son muy cercanas, y en algunos casos casi iguales, a las conclusiones de la literatura extractivista. O sea que se cae en la paradoja de criticar una aproximación que en varios casos hace apreciaciones similares. Hay, de todos modos, una diferencia básica explícita: Gallardo afirma que pensar desde la economía es el “único lugar para la viabilidad de cualquier proyecto político”, una idea común entre unos cuantos progresistas. Esta es una afirmación que estimo difícil de sostener (¿el único? ¿la viabilidad política es sólo económica?, etc.).Cf. “¿Puede Gudynas salvarse del colonialismo simpático?”, La Línea de Fuego (Ecuador), 5 noviembre 2015.
(8) “Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza”, por E. Gudynas. 1a edición CEDIB y CLAES (Bolivia), 2a edición RedGE, CooperAcción y PDTG (Perú). 2015.
Distintas versiones de estas ideas se adelantaron en artículos en Animal Político de La Razón (Bolivia) y en Plan V (Ecuador), está versión fue redactada en exclusiva para Rebelión. El autor es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES); twitter: @EGudynas

martes, 10 de noviembre de 2015

EDUARDO GUDYNAS EXPLICA QUÉ ES EL POSTEXTRACTIVISMO



Lunes, 09 Noviembre 2015. 

Los postextractivismos son pensados como procesos de transición, donde se coordinan medidas que van reduciendo el peso de esas actividades en nuestras economías, para reemplazarlas por otras de menor intensidad en el aprovechamiento de recursos naturales. Se comienza por medidas de urgencia, deteniendo los casos más graves de impacto social y ambiental. Su meta está en erradicar la pobreza y en evitar cualquier nueva extinción de especies de nuestra biodiversidad.

Palabras al Margen

Eduardo Gudynas es investigador del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES), en Montevideo. Es además investigador del sistema nacional de investigadores en su país, y es investigador asociado en el Departamento de Antropología, Universidad de California en Davis. Durante varios años coordinó los informes sobre el estado del ambiente en América Latina para el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, y fue experto en la iniciativa de Desarrollo Sostenible Amazónico, que trabajó en toda la cuenca. Regularmente es profesor visitante en distintas universidades latinoamericanas, y trabaja junto a grupos y organizaciones de base en diferentes países del continente. Sus últimos libros son “Derechos de la Naturaleza”, con ediciones en Argentina, Colombia, Bolivia, Perú (y en prensa en Ecuador), y “Extractivismos. Ecología, economía y política de un modo de entender el desarrollo y la Naturaleza” con ediciones en Bolivia y Perú (en prensa en Argentina, Brasil, Ecuador y Colombia). Se lo puede seguir en twitter en: @EGudynas.


Palabras al Margen (PM): Países como Colombia han estructurado su economía en la extracción de recursos naturales, particularmente petróleo y minerales. ¿Cómo entender los postulados postextractivista a corto plazo a la luz de la realidad económica y social que deben atender los gobiernos de turno? 

Eduardo Gudynas (EG): El primer punto para responderles es definir qué se entiende por “postextractivismo”. Este es un término genérico usado para englobar las alternativas de salida de la dependencia de los extractivismos. O sea, son las opciones para reducir o terminar con el enorme papel que desempeñan los extractivismos mineros, petroleros o agrícolas.

Esta pretensión choca inmediatamente con el profundo arraigo que tienen los extractivismos. Se los defiende como indispensables para el crecimiento económico, como necesarios para atraer inversores y mantener las exportaciones, y así sucesivamente. Entonces, cuando las comunidades locales resisten a esos emprendimientos, la respuesta desde sus defensores, sean empresas, gobiernos, empresarios o académicos, más tarde o más temprano dirá: ¿si no hay extractivismos cuál es su alternativa? Agregan que tan sólo pensar en alternativas postextractivistas pone en riesgo el desarrollo de un país, llevaría al atraso, o sumiría a las mayorías en la pobreza.

Esto explica que la primera tarea del postextractivismo es desarmar todos esos mitos, y volver a colocar esta discusión en sus justos términos. Cuando se hace eso, ¿qué se encuentra? Pues que los extractivismos no generan los supuestos beneficios que se prometen, sino que en realidad deterioran la calidad de vida de las comunidades locales, a veces por la contaminación, otras veces por robarles sus suelos o dejarlas sin agua, y así sucesivamente. También encontramos que la generación de empleo es bajísima; por ejemplo, en países muy recostados en la minería el promedio es que solamente un 1% de la población económicamente activa trabaja en ese sector.

Hay muchas, pero muchas dudas sobre el balance económico final. Es que los economistas convencionales solo miran los ingresos extractivistas, pero una contabilidad en serio tendría que descontar o restar los costos económicos de los daños que produce, y de los subsidios que recibe. La pérdida de la salud, la caída de producción agrícola, o la contaminación del agua, todo eso tiene un costo económico que se le debe restar.

Además, en paralelo, los gobiernos destinan enormes cifras de dinero a sostener los extractivismos. Entonces, por un lado entra dinero cuando se exportan recursos naturales, pero por otro lado, perdemos dinero para otorgar a esos emprendimientos energía barata, infraestructura, reducciones de impuestos, etc. Un caso dramático se observa en Bolivia, bajo el gobierno de Evo Morales, donde se acaba de anunciar un megaplan de subsidios a la exploración petrolera de más de 3500 millones de dólares. Es una cifra enorme. A su vez, para hacer eso posible han aprobado nuevas normas que permiten iniciar la exploración petrolera dentro de parques nacionales y territorios indígenas, y han recortado los mecanismos de consulta e información ciudadana. Nadie en el gobierno o las empresas contabiliza el costo económico de todo eso. Pongo estos ejemplos para dejar en claro que la supuesta ganancia económica de los extractivismos es más que discutible.

Paralelamente a todo esto, es evidente que no podemos seguir siendo extractivistas. Esas prácticas están destruyendo nuestra base ecológica en cada uno de los países. Además, en el caso de los hidrocarburos, sabemos que si queremos mantenernos dentro de una temperatura segura para la vida humana en el planeta, debemos dejar bajo tierra el 80% de los hidrocarburos. Si los sacamos y los quemamos, el cambio climático se desbocaría.

Existen muchos otros problemas que he englobado bajo la idea de los “efectos derrame”, que se discuten en mi reciente libro sobre extractivismos. Esos son cambios que se introducen para permitir los extractivismos, pero tienen efectos que alcanzan a todo el territorio nacional y a muchas esferas de la vida política, social y económica. Incluyen desde distorsiones en la economía nacional hasta una redefinición de la democracia a formas más presidencialistas pero menos garantistas.

Todo esto nos lleva a pensar vías de salida postextractivistas. El extractivismo es cada vez más resistido por las comunidades locales, tiene efectos ambientales y sociales muy duros, es de dudoso beneficio económico, y agrava el cambio climático. Es un callejón sin salida. Esto hace que pensar postextractivismos sea necesario, diría indispensable, pero además es urgente para terminar con todos los graves impactos que estamos padeciendo.

En su esencia, los postextractivismos son pensados como procesos de transición, donde se coordinan medidas que van reduciendo el peso de esas actividades en nuestras economías, para reemplazarlas por otras de menor intensidad en el aprovechamiento de recursos naturales. Se comienza por medidas de urgencia, deteniendo los casos más graves de impacto social y ambiental. Su meta está en erradicar la pobreza y en evitar cualquier nueva extinción de especies de nuestra biodiversidad. Se utilizan medidas que van desde la reforma del gasto del Estado, para terminar con los subsidios perversos a los extractivismos, hasta las medidas de zonificación económica y ecológica del territorio. Medidas que van desde reconstruir una agricultura y ganadería orgánica, que nos asegura la seguridad alimentaria y el empleo rural, a una reforma de los sistemas tributarios. Y así sucesivamente.

Lo que ha sucedido en los últimos años en varios países es que se han armado agendas muy potentes y detalladas sobre cómo sería un país postextractivista. Entonces, cuando un ministro o un empresario nos pregunta, ¿cuál es su alternativa?, ahora tenemos muchas respuestas y muchos ejemplos para poner sobre la mesa de discusión. Hay muchas formas de entender el postextractivismo, y eso es muy bueno.

PM: En los últimos años varios países de Suramérica han vivido bajo gobiernos progresistas y de izquierda. No obstante, usted ha sido muy crítico de estos gobiernos por mantener sus dinámicas extractivistas. ¿Esto significa que la perspectiva postextractivista se expresa de la misma forma en gobiernos de izquierda y de derecha?

EG: Es evidente que el peso del extractivismo es enorme tanto en gobiernos conservadores como en aquellos que son progresistas. Eso no siempre es entendido por muchos sectores en países como Colombia, y por esa razón se postula, por ejemplo, que la alternativa a la “locomotora minera” sería algo así como una minería estatizada. Basta observar la marcha de la minería estatizada, e incluso aquella que es cooperativizada, en Bolivia, para ver que se repiten los serios problemas ambientales y sociales. Y además se cae en una situación triste, porque esos emprendimientos mineros, estatales o cooperativizados, terminan vendiendo sus minerales a las grandes empresas transnacionales. Y ellas están aprendiendo que a la larga les resulta más cómodo dejar la extracción en manos locales, y dedicarse solamente a la comercialización. Con eso se evitan todas las polémicas y disputas con las comunidades locales, las que son llevadas adelante por los propios gobiernos progresistas.

Dicho eso, se puede considerar si hay diferencias en los senderos postextractivistas desde gobiernos conservadores con aquellos que se discuten bajo el progresismo. La respuesta es sencilla: hay diferencias muy importantes. Por ejemplo, en el caso de administraciones conservadoras, como Perú o Colombia, el papel del Estado es más bien de cobijar y respaldar al empresariado extractivista. En cambio, bajo los progresismos el Estado toma partido más activo por el extractivismos de variada manera, a veces obteniendo tajadas en los excedentes, y legitima todo esto con invocaciones a la justicia social. Entonces, las discusiones políticas son muy distintas, porque se parte de contextos políticos muy diferentes.

Sea una vía o la otra, los debates sobre postextractivismos no son apolíticos. Por ejemplo, los compañeros que animan esta discusión en Perú luchan por defender derechos ciudadanos muy debilitados, y aquellos que están en Ecuador quieren otros roles del Estado. Uno y otro caso son discusiones cargadas de política, y por ello los gobiernos les responden acusándoles de eso, de ser precisamente políticos. En unos casos los denuncian como izquierdas radicales, y en el otro como conservadores o izquierdistas infantiles.

En el caso específico de las propuestas postextractivistas que defiendo personalmente, tampoco son apolíticas. Por varias razones. Pongamos un ejemplo: se parte del compromiso con la justicia social, la justicia ambiental y la justicia ecológica. Estos son tres conceptos distintos, superpuestos pero diferentes, y están fuertemente cargados de contenidos políticos. La centralidad de ideas como justicia, ciudadanía o derechos, ya expresa un marco político, al dejar subordinadas ideas como mercado o utilidad. Eso explica, en parte, que se concluyera en diferenciar a los progresismos, que son extractivistas, de la izquierda que les dio origen a fines de los años noventa.

PM: La Ecología Política se ha posicionado a nivel internacional en un importante campo de reflexión de las problemáticas socioambientales contemporáneas. ¿Qué rasgos particulares encuentra usted en los enfoques latinoamericanos de Ecología Política? 

EG: Esta no es una pregunta sencilla de responder. Quisiera comenzar por señalar que dentro de la ecología política hay varios grandes campos de trabajo, y a su vez, al interior de cada uno de ellos, hay unas cuantas corrientes. O sea que estamos ante varias ecologías políticas. Algunas son académicas, y no siempre se conocen o dialogan entre ellas. Por ejemplo, me llama mucho la atención la creciente distancia entre unas ecologías políticas de los ecólogos y biólogos, y aquella que discuten, por ejemplo, algunos antropólogos o geógrafos. A la vez tenemos las ecologías políticas desde partidos políticos, organizaciones, colectivos o incluso movimientos, que se expresan sobre todo en su militancia. En ese flanco también hay bastante diversidad, desde agrupamientos que se presentan como “políticos verdes” que pueden llegar a ser conservadores, hasta otros que desean un ecosocialismo o una renovación ecológica de la izquierda. Me parece, además, que algunas iniciativas que fueron potentes en la década de los noventa regresarán, y estoy pensando en distintas ecoteologías populares.

Siguiendo con su pregunta, es cierto que hay muchos aportes, debates y ensayos en esas distintas ecologías políticas, y que bastante se habla de América Latina. Pero aquí hay que tener cuidado, porque no todo eso es dicho, construido o generado desde América Latina. O a veces, si bien es escrito o dicho desde aquí, en realidad es una conversación con la academia del norte global. Entonces se habla de ecologías políticas “en” América Latina, pero está todo escrito en inglés, o las citas son casi todas al inglés o al francés.

Continuamente estamos recibiendo visitas o pasan temporadas en distintas localidades latinoamericanas investigadores, estudiantes o militantes de muchos otros continentes. Muchos de ellos luego son muy activos en sus publicaciones, en generar debates muy importantes e incluso generosos en la solidaridad. Pero aún reconociendo esos aportes, tenemos que saber distinguir las cosas. A mi modo de ver, la idea de “enfoques latinoamericanos” se refiere a las ideas y prácticas generadas por latinoamericanos que viven en nuestro continente, y responden a los problemas y necesidades que nosotros padecemos, y que siempre tienen algún diálogo con nuestra producción cultural.

Con esto me refiero a un paso previo a las distintas posiciones, que podrán ser más conservadoras o más transformadoras. Posturas con las que uno podría estar en acuerdo o discrepar. Me refiero a la situación previa de construir ecologías políticas que estén “enraizadas” en América Latina, si se me permite tomar la imagen de prácticas y saberes “raizales” de Orlando Fals Borda.

O sea, ecologías políticas hechas por latioamericanos, a partir de los problemas actuales en nuestro continente, que dialogue o interactúe en castellano o portugués con las corrientes de pensamiento propias en nuestros países, y que sirva para acompañar, ayudar, a movimientos sociales en la construcción de alternativas. En ese terreno la producción no es tan frondosa como muchas veces se cree, y creo que una de las prioridades es potenciarla, fortalecerla, ampliarla.

Hecha esa aclaración me parece que hay unos cuantos nudos temáticos que son particularmente latinoamericanos. Me parece apropiado citar como uno de los más importantes a las ecologías políticas organizadas alrededor de los derechos de la Naturaleza o la categoría del Buen Vivir. Si esos derechos son reconocidos, inmediatamente se acepta que la Naturaleza, o alguna categoría análoga, como Pacha Mama, pasan a ser un sujeto, y por lo tanto tienen valores intrínsecos. La formulación actual de estas ideas, y su articulación con algunos saberes indígenas, son exclusivamente latinoamericanas. Esta es una construcción criolla, indígena, y claramente andina. Es intercultural, en el sentido de mezclar saberes y sensibilidades.

Pero no siempre se la entiende en toda su profundidad. Por ejemplo, derechos de la Naturaleza no es lo mismo que los derechos humanos a un ambiente sano. O Buen Vivir no es lo mismo que bienestar. La ecología política de esas dos ideas impone rupturas sustantivas con las tradiciones propias de la Modernidad. Es que tanto liberales, conservadores como socialistas, las tres grandes corrientes políticas, están todas ellas basadas en que solamente los humanos pueden ser sujetos, y lo no-humano siempre son objetos. Los derechos de la Naturaleza, el Buen Vivir, y otras corrientes, cuestionan esa aseveración. Y esto genera muchos conflictos con las ideas convencionales, por ejemplo del desarrollo.

PM: Conceptos como el “biocentrismo” son importantes en su obra. ¿Cómo entender este concepto en contextos altamente intervenidos (como las grandes ciudades) dependientes del uso y aprovechamiento intensivo de la naturaleza? 

EG: El biocentrismo dicho en forma muy esquemática es reconocer que plantas y animales tienen valores en sí mismos. Unos valores que les son intrínsecos, y que son independientes de la utilidad o apreciaciones de los humanos. Son la base de los derechos de la Naturaleza. Hasta ahora lo que prevalece es valorar a la Naturaleza a partir de la utilidad que nos pueden brindar algunos de sus recursos naturales, de los costos en nuestra economía de algunos impactos, o de los placeres estéticos que nos puedan dar ciertos paisajes. El biocentrismo sostiene que además de esos valores asignados por las personas hay otros, que son esenciales a los seres vivos. Por ello, no es necesario demostrar que una especie tenga, pongamos por caso, una potencialidad utilidad económica, para asegurarnos su preservación. Se la debe proteger por ella misma.

Cuando reconocemos los valores propios en los seres vivos no-humanos, tenemos que asegurar que puedan seguir sus proyectos vitales, su evolución, que pueda sobrevivir. Para asegurar esa sobrevida es indispensable conservar la Naturaleza, no hay otra opción. O sea que volvemos a llegar a los derechos de la Naturaleza.

Hay que observar que esta valoración no está enfocada en los individuos aislados. Esto es importante y ofrece varias alternativas para las ciudades. Es que ese mandato no dice que el ambiente debe ser intocado. Lo que indica es que los humanos pueden obtener recursos de la tierra, por ejemplo, pero deben hacerlo con una intensidad que no ponga en riesgo la sobrevida de las especies. Esto obliga a bajar los patrones de consumo intensos en las ciudades, obliga a usar prácticas tales como la agroecología para reducir los impactos sobre la tierra y acompasarse a los ritmos de regeneración de la Naturaleza. Obliga a otros cambios, como despetrolizar la sociedad o pensar en producciones de mucho menor intensidad en el consumo de materia, para reducir los extractivismos mineros. Y claro, una reforma sustancial de la vida en las ciudades, recuperando opciones de agricultura urbana, transporte social, uso de tecnologías apropiadas, consumo juicioso del agua, intensas prácticas de reciclaje y reuso.

Con estos ejemplos quiero indicar que existen muchas opciones de compatibilizar los derechos de la Naturaleza, el biocentrismo, con la vida en ciudades. Claro que habrá que transformar muchas cosas, comenzando por lo que entendemos por ciudad. Pero ello es posible y existen experiencias ciudadanas en todos esos rubros que testifican su viabilidad y oportunidad. Nosotros en América del Sur tenemos muchos márgenes de maniobra para eso, ya que la mayor parte de los recursos que extraemos de la Naturaleza los estamos exportando hacia otros continentes. Por lo tanto, si sólo tomamos lo que realmente necesitamos, bajaríamos enormemente los impactos sociales y ambientales. Con esto, una vez más, queda en claro que los extractivismos exportadores son posiblemente el más grave e importante problemas social y ambiental actual.