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viernes, 13 de agosto de 2021

ZAPATA: DIGNIDAD, REBELDÍA Y UN PROYECTO POLÍTICO RADICAL. A 142 AÑOS DEL NATALICIO DEL REVOLUCIONARIO MEXICANO

11 de agosto. Fuente: Contrahegemonia

Anenecuilco, lugar de agua, lugar donde algo está torcido. Pueblo morelense, indígena y campesino, ubicado en la fértil y estratégica región de las Amilpas. Estos territorios eran para fines del siglo XIX la fuente de riqueza principal del Estado mexicano y sus aliados españoles.

El sistema colonial de expropiación territorial, de trabajo esclavo –africano, indígena y campesino– y de monopolización del comercio de la azúcar, estaba en estas tierras más vivo que nunca. Allí, la hacienda azucarera fundada por Hernán Cortés cuatro siglos atrás, se expandía y modernizaba, haciendo de Morelos el principal productor de azúcar a nivel nacional y entre los primeros exportadores a nivel mundial. Aquellos territorios que le pertenecían a los nahuas tecpanecas, texcocanos y chichimecas, habían sido arrasados por el genocidio español, por las pestes coloniales y por la sobrexplotación esclavista de la dictadura porfirista. La independencia aún era un deseo de aquellos pueblos que, aunque habían luchado junto al cura Hidalgo y Morelos, no creían que eso que llamaban libertad se asemejara a su realidad.

Allí mismo, en las entrañas del capitalismo colonial y dependiente, un 8 de agosto de 1879 nacía Emiliano Zapata, quien 30 años más tarde se convertiría en el dirigente del Ejército Libertador del Sur y en el referente principal de las luchas por la liberación nacional en México y América Latina. El movimiento que emprendió el pueblo mexicano a finales de 1910, y que comúnmente se conoce como Revolución Mexicana, fue la síntesis rabiosa de un pueblo que estaba en resistencia desde hacía siglos. Aquella revolución popular no sólo fue la primera del convulso siglo XX latinoamericano, sino la expresión más cabal de la búsqueda irrefrenable de los pueblos por lograr una verdadera independencia: “es formidable el empuje de los oprimidos cuando se deciden a hacerse justicia con las armas en la mano” escribía Emiliano en 1916.

 


Cuando se dice que Emiliano Zapata fue producto de su tiempo en parte se desdibuja la relevancia de su papel como dirigente –palabra tan desvalorada y tergiversada por el actual discurso dominante– de un movimiento popular. Sin embargo, lo cierto es que aquel joven referente respondió a las necesidades y urgencias de su época, y se convirtió en un sujeto político, colectivo, símbolo de la dignidad y de la lucha revolucionaria para su pueblo. Un guerrillero indómito que aún le sigue disputando al Estado neocolonial una idea distinta de nación, de independencia y de libertad.

En su Plan de Ayala, una declaración de guerra acompañado de un proyecto político concreto, Zapata y sus compañerxs expusieron las bases de lo que sería un modelo económico y social emancipador: se declaraba la restitución de las tierra, los montes y las aguas usurpadas desde la época colonial; se ordenaba la confiscación de los monopolios económicos (conformados por haciendas azucareras, comercializadoras y grandes empresas “transnacionales” exportadoras) y su consecuente nacionalización de los bienes del enemigo para la creación de empresas nacionales que satisfagan las necesidades básicas de los pueblos; y por último la conformación de un gobierno nacional compuesto por una junta de los principales jefes revolucionarios que nombraría un presidente interino y convocaría a elecciones nacionales.

Este proyecto –que no fue el que se plasmó en la Constitución firmada en 1917– pudo ponerse en la práctica en el territorio suriano a partir de 1915, cuando los zapatistas fueron expulsados de la capital. Gilly la llamó “Comuna de Morelos”: la expresión latinoamericana de una de las experiencias más radicales de la historia popular en contra de la dominación imperial. Se nacionalizaron las haciendas y se pusieron en funcionamiento como fábricas nacionales. Se escribieron las leyes populares de organización municipal y se dejó por escrito las bases de la emancipación de las mujeres (derecho universal al divorcio, nombramiento de mujeres generalas, igualdad ante la ley y organización de espacios gremiales femeninos). Se fundaron escuelas nacionales en los territorios más recónditos del campo suriano. Con el objetivo de defender y expandir los sentidos de la revolución, se crearon y multiplicaron por todos los municipios las juntas de reformas revolucionarias y las asociaciones defensoras de los principios revolucionarios. Y todo esto en manos de campesinos indígenas: aquellos que siguen apareciendo en la historia oficial y en el discurso actual como “los pueblos atrasados que no quieren cambiar”, como la piedra en el zapato para el supuesto desarrollo.

Hay documentado un sinfín de experiencias que dan cuenta de la proyección civilizatoria que los zapatistas y los pueblos levantados tenían y construyeron en la acción. Es evidente que en aquel momento estaban en disputa dos proyectos sociales antagónicos: uno que permitía la continuidad de la dominación colonial y otro que rompía completamente, que rescataba la poderosa cultura popular indígena y campesina propia de lo mesoamericano y que se disponía a conseguir la verdadera independencia. El triunfo del primero sobre el segundo se hizo bajo la premisa del genocidio: “El objetivo es exterminar a los zapatistas. Los principales medios serán: privarlos de víveres, reducirlos a pequeñas partidas y matarlos como a fieras dañinas” así dijo y así hizo Pablo González, el jefe de las operaciones militares de Carranza. Un genocidio sostenido en las premisas de la guerra contrainsurgente. Para todo esto, el apoyo logístico, económico y militar de Estados Unidos fue fundamental. Y no sorprende que un siglo después aquellas prácticas de asfixia y sometimiento económico, de bloqueo y de complicidad criminal sigan estando presentes en las fórmulas del pentágono para doblegar a nuestros pueblos.

 


A pesar de la incansable persecución, hostigamiento y exterminio, los pueblos rebeldes continuaron defendiendo su proyecto revolucionario con las armas en la mano. Inclusive frente al asedio imperial, Zapata y su bola llevaron adelante distintas campañas internacionalistas. Ante el triunfo de la revolución bolchevique, Emiliano le escribió a su corresponsal en La Habana, Jenaro Amezcua, una carta que éste último decidió publicar el 1° de Mayo de 1918. Un fragmento decía así: “Mucho ganaría la humana justicia si todos los pueblos de nuestra América y todas las naciones de la vieja Europa comprendiesen que la causa del México revolucionario y la causa de la Rusia irredenta, son y representan la causa de la humanidad, el interés supremo de todos los pueblos oprimidos…“

Versión PDF: Descargar artículo en PDF | Enlace permanente: https://info.nodo50.org/6392

Fuente: https://info.nodo50.org/Zapata-dignidad-rebeldia-y-un-proyecto-politico-radical-A-142-anos-del.html

 


sábado, 10 de abril de 2021

CARTA ABIERTA A VENUSTIANO CARRANZA

 


Emiliano Zapata Salazar


Cuartel General del Ejército Libertador en el Estado de Morelos, Marzo 17, 1919

Un sello que dice: República Mexicana.- Ejército Libertador.

Cuartel General del Ejército Libertador en el Estado de Morelos.

Al C. Venustiano Carranza.- México, D. F.

Como ciudadano que soy, como hombre poseedor del derecho de pensar y hablar alto, como campesino conocedor de las necesidades del pueblo humilde al que pertenezco, como revolucionario y caudillo de grandes multitudes, que en tal virtud y por eso mismo he tenido oportunidad de reconocer las reconditeces del alma nacional y he aprendido a escudriñar en sus intimidades y conozco de sus amarguras y de sus esperanzas; con el derecho que me da mi rebeldía de nueve años siempre encabezando huestes formadas por indígenas y por campesinos; voy a dirigirme a usted, C. Carranza, por vez primera y última.

No hablo al Presidente de la República, a quien no conozco, ni al político, del que desconfío; hablo al mexicano, al hombre de sentimiento y de razón, a quien creo imposible no conmuevan alguna vez (aunque sea un instante) las angustias de las madres, los sufrimientos de los huérfanos, las inquietudes y las congojas de la patria.

Voy a decir verdades amargas; pero nada expresaré a usted que no sea cierto, justo y honradamente dicho.

Desde que en el cerebro de usted germinó la idea de hacer revolución, primero contra Madero y después contra Huerta, cuando vió que aquél caía más pronto de lo que había pensado; desde que concibió usted el proyecto de erigirse en jefe y director de un movimiento que con toda malicia denominó «constitucionalista»; desde entonces pensó usted, primero que nada, en encumbrarse, y para ello, se propuso usted convertir la revolución en provecho propio y de un pequeño grupo de allegados, de amigos o de incondicionales que lo ayudaron a usted a subir y luego lo ayudasen a disfrutar el botín alcanzado: es decir, riquezas, honores, negocios, banquetes, fiestas suntuosas, bacanales de placer, orgías de hartamiento, de ambición de poder y de sangre.

Nunca pasó por la mente de usted que la revolución fuera benéfica a las grandes masas, a esa inmensa legión de oprimidos que usted y los suyos soliviantan con sus prédicas. ¡Magnífico pretexto y brillante recurso para oprimir y para engañar!

Sin embargo, para triunfar fué preciso pregonar grandes ideales, proclamar principios, anunciar reformas.

Pero para poder evitar que la conmoción popular (peligrosa arma de dos filos) se volviese contra el que la utilizaba y la esgrimía; para impedir que el pueblo, ya semilibre y sintiéndose fuerte, se hiciera justicia por sí mismo, se ideó la creación de una dictadura, a la que se dió el nombre novedoso de «dictadura revolucionaria».

Se encontró luego la fórmula apropiada; se pronunciaron palabras sugestivas; eran precisas, indispensables, la unidad de dirección y de impulso, la cohesión entre los revolucionarios, la rapidez para concebir, la energía y la prontitud para ejecutar.

Todo eso, que no podrá tener cabida en una asamblea deliberante, se otorgó a un solo hombre, que fué usted, y desde entonces fué el único amo de las filas del constitucionalismo.

Para hacer triunfar las reivindicaciones libertarias de la revolución, se necesitaba un dictador -se dijo entonces-. Los procedimientos autocráticos eran inevitables para imponerse a una sociedad refractaria a los principios nuevos.

En otros términos, la fórmula de la política llamada constitucionalista, fué esta: «Para establecer la libertad hay que valerse del despotismo.»

Sobre estos sofismas se fundó la autoridad de usted, el absolutismo y la omnipotencia de usted.

¿Cómo y de qué forma ha hecho usted uso de esos exorbitantes poderes, que habían de traer el triunfo de los principios?

Aquí es preciso, para no pecar de ligero, analizar con calma y pasar revista retrospectiva a los hechos desarrollados durante la ya bien larga dominación de usted.

En el terreno económico y hacendario, la gestión no puede haber sido más funesta.

Bancos saqueados; imposiciones de papel moneda, una, dos o tres veces, para luego desconocer, con mengua de la República, los billetes emitidos; el comercio desorganizado por estas fluctuaciones monetarias; la industria y las empresas de todo género, agonizando bajo el peso de contribuciones exorbitantes, casi confiscatorias; la agricultura y la minería pereciendo por falta de garantías y de seguridad en las comunicaciones; la gente humilde y trabajadora, reducida a la miseria, al hambre, a las privaciones de toda especie, por la paralización del trabajo, por la carestía de los víveres, por la insoportable elevación del costo de la vida.

En materia agraria, las haciendas cedidas o arrendadas a los generales favoritos; los antiguos latifundios de la alta burguesía, reemplazados en no pocos casos, por modernos terratenientes que gastan charreteras, kepí y pistola al cinto; los pueblos burlados en sus esperanzas.

Ni los ejidos se devuelven a los pueblos, que en su inmensa mayoría continúan despojados; ni las tierras se reparten entre la gente de trabajo, entre los campesinos pobres y verdaderamente necesitados.

En materia obrera, con intrigas, con sobornos, con maniobras disolventes, y apelando a la corrupción de los líderes, se han logrado la desorganización y la muerte efectiva de los sindicatos -única defensa, principal baluarte del proletariado en las luchas que tiene que emprender por su mejoramiento.

La mayor parte de los sindicatos sólo existen de nombre; los asociados han perdido la fe en sus antiguos directores, y los más conscientes, los que valen, se han dispersado llenos de desaliento.

Hoy se trata, al parecer, de infundirles vida nueva, pero con miras políticas (como siempre) y bajo la corruptora sombra del poder oficial. Acabamos de ver mítines obreros presididos y «patrocinados» (!) por un gobernador de provincia bien conocido como uno de los servidores incondicionales de usted.

Y ya que se trata de combinaciones de orden político, asomémonos al terreno de la política, en el que usted ha desplegado todo su arte, toda su voluntad y toda su experiencia.

¿ Existe el libre sufragio? ¡Mentira! En la mayoría, por no decir en la totalidad de los Estados, los gobernadores han sido impuestos por el centro; en el Congreso de la Unión figuran como diputados y senadores creaturas del Ejecutivo y en las elecciones municipales los escándalos han rebasado los límites de lo tolerable y aun de lo verosímil.

En materia electoral, ha imitado usted con maestría y en muchos casos superado a su antiguo jefe Porfirio Díaz.

Pero ¿qué digo? En algunos Estados no se ha creído necesario tomarse siquiera la molestia de hacer elecciones. Allí siguen imperando gobernadores militares impuestos por el Ejecutivo Federal que usted representa, y allí continúan los horrores, los abusos, los inauditos crímenes y atropellos del período preconstitucional.

Por eso decía yo al principio de esta carta, que usted llamó con toda malicia, al movimiento emanado del Plan de Guadalupe, revolución constitucionalista, siendo así que en el propósito y en la conciencia de usted estaba el violar a cada paso y sistemáticamente la Constitución.

No puede darse, en efecto, nada más anticonstitucional que el gobierno de usted; en su origen, en su fondo, en sus detalles, en sus tendencias.

Usted gobierna saliéndose de los límites fijados al Ejecutivo por la Constitución: usted no necesita de presupuestos aprobados por las Cámaras; usted establece y deroga impuestos y aranceles; usted usa de facultades discrecionales en Guerra, en Hacienda y en Gobernación; usted da consignas, impone gobernadores y diputados, se niega a informar a las Cámaras; protege al pretorianismo y ha instaurado en el país, desde el comienzo de la era «constitucional» hasta la fecha, una mezcla híbrida de gobierno militar y de gobierno civil, que de civil no tiene más que el nombre.

La soldadesca llamada constitucionalista se ha convertido en el azote de las poblaciones y de las campiñas. Según confesión de los más altos jefes de usted (nada menos que el secretario de Guerra, José Agustín Castro), la revolución se extiende y nuevos rebeldes aparecen cada día, en gran parte debido a los excesos y desmanes de jefes sin honor y carentes de todo escrúpulo, que, olvidando su carácter de guardianes del orden, son los primeros en trastornarlo con sus crímenes y sus actos de vandalismo.

Esa soldadesca, en los campos, roba semillas, ganados y animales de labranza; en los poblados pequeños, incendia o saquea los hogares de los humildes, y en las grandes poblaciones especula en grande escala con los cereales y semovientes robados, comete asesinatos a la luz del día, asalta automóviles y efectúa plagios en la vía pública, a la hora de mayor circulación, en las principales avenidas, y lleva su audacia hasta constituir temibles bandas de malhechores que allanan las ricas moradas, hacen acopio de alhajas y objetos preciosos, y organizan la industria del robo a la alta escuela y con procedimientos novísimos, como lo ha hecho ya la célebre maffia del «automóvil gris», cuyas feroces hazañas permanecen impunes hasta la fecha, por ser directores y principales cómplices personas allegadas a usted o de prominente posición en el ejército, hasta donde no puede llegar la acción de un Gobierno que se dice representante de la legalidad y del orden.

Y, sin embargo, usted acaudilló a todos esos hombres; usted, su Primer Jefe; usted sigue siendo el responsable ante la ley y ante la opinión civilizada, de la marcha de la administración y de la conducta del ejército, y sobre usted recaen esas manchas y a usted salpica ese lodo.

¡Con cuánta razón los gobiernos extranjeros no tienen confianza en el de usted, y con qué justo motivo el de Francia se ha negado a recibir al enviado constitucionalista, considerándolo como el representante de una facción y no como el funcionario de un gobierno!

Las naciones extranjeras recuerdan la conducta de usted durante el período del gran conflicto guerrero, y no tienen para usted sino recelos, desconfianza y hostilidad.

Usted protestó ser neutral, y se condujo como furioso germanizante; permitió y azuzó la propaganda contra las potencias aliadas, protegió el espionaje alemán, obstruccionó y perjudicó el capital, los intereses y las finanzas de los extranjeros hostiles al káiser.

Usted, con sus desaciertos y tortuosidades, con sus pasos en falso y sus deslealtades en la diplomacia, es la causa de que México se vea privado de todo apoyo por parte de las potencias triunfadoras, y si alguna complicación internacional sobreviene, usted será el único culpable.

Usted ha orillado a nuestro país a la ruina en lo económico, en lo financiero, en lo político y en el orden internacional.

La política de usted ha fracasado ruidosamente.

Usted ofreció y anunció que por medio de un régimen dictatorial que disfrazó con el nombre de Primera Jefatura, haría la paz en la República, mantendría la cohesión entre los revolucionarios, consolidaría el triunfo de los principios de reforma.

La paz no se ha hecho, ni se hará nunca con los procedimientos que usted emplea y con el desprestigio que sobre usted pesa. Los revolucionarios, los de la facción constitucionalista, los que usted ofreció unir, están cada vez más desunidos: así lo confesó usted en su último manifiesto, y en cuanto a los ideales revolucionarios, yacen maltrechos, destrozados, escarnecidos y vilipendiados por los mismos hombres que ofrecieron llevarlos a la cumbre.

Nadie cree ya en usted, ni en sus dotes de pacificador, ni en sus tamaños como político y como gobernante.

Es tiempo de retirarse, es tiempo de dejar el puesto a hombres más hábiles y más honrados. Sería un crimen prolongar esta situación de innegable bancarrota moral, económica y política.

La permanencia de usted en el poder es un obstáculo para hacer obra de unión y de reconstrucción.

Por la intransigencia y los errores de usted, se han visto imposibilitados de colaborar en su Gobierno, hombres progresistas y de buena fe que hubieran podido ser útiles a México.

Esos hombres, esos intelectuales, esa juventud pletórica de ideales, esa gente nueva, no mancillada, no corrompida ni gastada, esos revolucionarios de ayer, se han apartado de la cosa pública llenos de desencanto; esos jóvenes que se han iniciado en los grandes principios de la revolución y sienten infinita ansia de realizarlos; esos enamorados del ideal, que hoy llevan el alma impregnada de anhelo por un gobierno serio, honrado, fuerte, impulsado por anhelos generosos y atento a cumplir los compromisos contraídos en hora solemne.

Devuelva usted su libertad al pueblo, C. Carranza; abdique usted sus poderes dictatoriales, deje usted correr la savia juvenil de las generaciones nuevas. Ella purificará, ella dará vigor, ella salvará a la patria.

Y si usted, como simple ciudadano, puede colaborar en la magna obra de reconstrucción y de concordia, sea usted bienvenido.

Pero, por deber y por honradez, por humanidad y por patriotismo, renuncie usted al alto puesto que hoy ocupa y desde el cual ha producido la ruina de la República.

Nuevos horizontes se presentan para la patria. El señor doctor don Francisco Vázquez Gómez, hombre conciliador y atingente, antiguo y firme revolucionario, invita a la unión a los mexicanos, y ha encontrado una fórmula de unificación y de gobierno, dentro de la que caben todas las energías sanas, todos los impulsos legítimos, el esfuerzo de todos los intelectuales de buena fe y el impulso de todos los hombres de trabajo.

Bajo esa nueva dirección se podrá hacer patria, se fundará una paz definitiva, se reorganizará el progreso, se consolidará un gran Gobierno de la unificación revolucionaria.

Y para allanar esa obra que de todas maneras habrá de realizarse, sólo hace falta que usted cumpla con un deber de patriota y de hombre, retirándose de lo que usted ha llamado Primera Magistratura, en la que ha sido usted tan nocivo, tan perjudicial, tan funesto para la República.

Emiliano Zapata.

Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/carta-abierta-a-venustiano-carranza/