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sábado, 6 de noviembre de 2021

LA PSICOLOGÍA DE MASAS DE LA PEQUEÑA BURGUESÍA Y EL NAZISMO

3 noviembre, 2021 Wilhelm Reich

Ya hemos dicho que el éxito de Hitler no se explica ni por su “personalidad” ni por el papel objetivo-que su ideología ha jugado en el capitalismo en pleno desorden. La “mistificación” de las masas tampoco es una explicación. Por nuestra parte, hemos concedido la primacía a la cuestión de lo que sucedía en el seno de las masas para que éstas se unieran a un partido cuyos jefes perseguían una política objetiva y subjetivamente opuesta a los intereses de las masas trabajadoras.

Para responder a esta cuestión es preciso recordar que el movimiento nacionalsocialista se apoyaba al comienzo de su victoriosa carrera sobre amplias capas de las llamadas clases medias, es decir, sobre los millones de empleados y funcionarios, sobre los comerciantes medios y los campesinos pequeños y medios. Considerado desde la perspectiva de su base social, el nacionalsocialismo era en su comienzo un movimiento pequeñoburgués donde quiera que hizo su aparición, en Italia, en Hungría, en Argentina o en Noruega. Esta pequeña burguesía, que militaba antes en los diferentes partidos democráticos tuvo que sufrir una transformación interior que justificara el cambio de postura política. Las semejanzas fundamentales, así como las diferencias de las ideologías burguesa-liberal y fascista se explican por la situación social de la pequeña burguesía y por la estructura psicológica que aquélla entraña.

La pequeña burguesía fascista es idéntica a la pequeña burguesía liberal, con la sola diferencia de que pertenecen a épocas distintas. El nacionalsocialismo ha obtenido sus votos en las elecciones de 1930 y 1932 casi exclusivamente del Partido Alemán Nacional, del Partido de la Economía (Wirtschafts-partei) y de los subgrupos del Reich alemán. Sólo el Centro Católico conservaba sus posiciones incluso en las elecciones de Prusia de 1932. Únicamente en esa fecha consiguió el nacionalsocialismo ganar terreno entre los obreros industriales. Pero, tanto antes como después, quienes formaron el grueso de las tropas de la cruz gamada fueron las clases medias. Durante la más grave crisis que el sistema capitalista haya conocido desde sus orígenes (la de 1929 a 1932), las clases medias, agrupadas bajo la bandera del nacionalsocialismo, tomaron posesión de la escena política y se opusieron a la reestructuración revolucionaria de la sociedad. La reacción política tenía una concepción muy justa de esta función de la pequeña burguesía: “En último análisis, la existencia de un Estado depende de las clases medias”, se leía en un panfleto de los alemanes nacionales del 8 de abril de 1932.

El problema de la importancia social de las clases medias ocupó un lugar destacado en las discusiones de la izquierda después del 30 de enero de 1933. Hasta entonces, no se había concedido atención a las clases medias, porque los espíritus se hallaban cautivados por la evolución de la reacción política, por el régimen autoritario. En cuanto a los políticos, se desinteresaban de la psicología de masas y de sus problemas. Fue necesario esperar al 30 de enero para que la “rebelión de las clases medias” ocupase el lugar principal de la escena. Si seguimos de más cerca la discusión del problema, se observan dos tendencias principales: la primera consideraba que el fascismo “no era otra cosa” que la guardia política de la alta burguesía; la otra tendencia, sin olvidar este aspecto, ponía de relieve la “rebelión de las clases medias”, lo que valió a sus representantes el reproche de obscurecer el papel reaccionario del fascismo. Para dar mayor peso a esta última argumentación se invocaba el nombramiento de Thyssen como dictador de la economía, la disolución de las organizaciones económicas de las clases medias, la anulación de la “segunda revolución”; en una palabra, se acentuaba siempre el carácter más reaccionario del fascismo aparecido a partir de fines de junio de 1933.

Se podían observar algunos puntos obscuros en la discusión, que llegó a ser muy animada: el hecho de que el nacionalsocialismo revelase su carácter imperialista después de la toma del poder, que se apresurara a eliminar del movimiento todo elemento “socialista” y que preparase la guerra por todos los medios, no contradecía el otro hecho de que, visto desde la perspectiva de su base de masas, el fascismo era claramente un movimiento de las clases medias. Nunca hubiera podido ganar Hitler para su causa a las clases medias si no hubiera prometido iniciar la lucha contra el gran capital. Estas clases le ayudaron a vencer porque estaban en contra del gran capital. Presionados por ellas, los dirigentes nacionalsocialistas tuvieron que tomar medidas anticapitalistas que se vieron obligados a revocar a instancias del gran capital. Si no se hace la distinción entre los intereses subjetivos en la base de masas de un movimiento reaccionario y su función reaccionaria objetiva, que son antagónicos (aunque unidos al principio en el conjunto del movimiento nacionalsocialista), resulta imposible comprenderse, ya que al hablar del fascismo, el uno entiende su función objetiva mientras que el otro piensa en los intereses subjetivos de las masas fascistas. El antagonismo entre estos dos aspectos del fascismo explica todas sus contradicciones y aclara también su convergencia en una sola forma, el nacionalsocialismo, convergencia tan característica del movimiento hitleriano. En la medida en que el nacionalsocialismo estaba obligado a poner de relieve su carácter de “movimiento de las clases medias” (antes y poco después de la toma del poder), resultaba en efecto, anticapitalista y revolucionario; pero, como no hizo nada para desposeer de sus derechos a los grandes capitalistas, cuando dejó caer cada vez más claramente su máscara anticapitalista, para poner de relieve su función exclusivamente capitalista, a fin de reforzar y mantener su poder, se convirtió en el defensor fanático del imperialismo y en el pilar del orden económico del gran capital. Importa poco entonces saber si sus dirigentes eran socialistas honrados (según ellos) o no, mientras en sus filas hubiera demagogos y arribistas ávidos de poder. Todas estas consideraciones no permiten iniciar una política antifascista. La historia del fascismo italiano hubiera permitido comprender el fascismo alemán y su ambigüedad toda vez que el italiano reunía en su seno las dos funciones netamente antagónicas de las que acabamos de hablar.

Los que niegan o desestiman la función atribuida a la base de masas del fascismo, confían en su convicción de que las clases medias, que ni disponen de los grandes medios de producción ni trabajan en ellos, no pueden, a la larga, hacer la historia y se encuentran a caballo entre el capital y el mundo del trabajo. Olvidan que las clases medias son perfectamente capaces de hacer la historia y que la hacen efectivamente, sí no a largo plazo, al menor durante un periodo históricamente limitado, lo que confirma la historia del fascismo alemán y del italiano. No tenemos aquí solamente en cuenta la anulación de las organizaciones obreras, las innumerables víctimas, el asalto de la barbarie, sino sobre todo, los obstáculos puestos a la transformación de la crisis económica en la conmoción de la sociedad, en la revolución social. Una cosa es evidente: cuanto más numerosa e influyente en una nación es la clase media, tanto más hay que contar con ella como potencia social que actúa. De este modo pudimos asistir de 1933 á 1942 al fenómeno paradójico de un Fascismo nacionalista que pudo ganarle la partida al internacionalismo social revolucionario en tanto que movimiento internacional. Socialistas y comunistas hiciéronse ilusiones en lo relativo a la progresión del movimiento revolucionario con relación al de la reacción y cometieron un verdadero suicidio político, a pesar de todas sus buenas intenciones. Este problema merece que se le examine con el mayor cuidado, porque el proceso que ha afectado a las clases medias de todos los países es infinitamente más importante que la comprobación del hecho archí conocido y perfectamente trivial de que el fascismo representa la reacción económica y política bajo su forma más extrema. Esta última comprobación carece de todo interés político, como lo ha demostrado ampliamente la historia de los años 1928 a 1942.

Las clases medias se pusieron en movimiento y, bajo el disfraz del fascismo, efectuaron su entrada en la escena política como fuerza social. Lo que importa no son las intenciones reaccionarias de Hitler o de Goering, sino los intereses sociales de las clases medias. Gracias a su estructura caracterológica, las clases medias disponen de una fuerza social enorme, que sobrepasa con mucho su poder económico. Esta capa social es la que ha realizado la hazaña de sostener el sistema patriarcal durante varios milenios y de mantenerlo vivo a pesar de todas las contradicciones.

La existencia del movimiento fascista es, sin duda, la expresión social del imperialismo nacionalista. Pero el hecho de que el fascismo haya podido convertirse en un movimiento de masas y tomar el poder, gracias a lo que le ha sido posible realizar su función imperialista, no se explica más que por el movimiento de masas de la clases medias. Quien quiera comprender los aspectos contradictorios del fascismo tiene que tener en cuenta las oposiciones y los antagonismos en un momento determinado.

La situación social de la clase burguesa está determinada:

por su posición en el proceso capitalista de producción;

por su posición en el aparato del Estado autoritario;

por su situación familiar particular, que se deriva directamente de su posición en el proceso de producción y nos proporciona la clave para la comprensión de su ideología. Económicamente hablando, la situación del pequeño campesino, del funcionario y del comerciante medio son distintas pero, en el aspecto familiar, existe una identidad, al menos en líneas generales.

La rápida evolución de la economía capitalista en el siglo xix, la mecanización progresiva e ininterrumpida de la producción, la concentración de distintas ramas de la

producción en sindicatos y trusts monopolistas, han dado como resultado la depauperación inexorable de los comerciantes y los artesanos pequeño burgueses. Incapaces de resistir la competencia de las grandes industrias, que producen más barato y más racionalmente, las pequeñas empresas están condenadas a perecer.

“Las clases medias no tienen otra cosa que esperar de este sistema que la desaparición despiadada. El problema es sencillo: o bien se confunden todos en la masa gris y sombría del proletariado, donde todos poseen lo mismo, es decir, nada; o bien se concede a los particulares la posibilidad de adquirir bienes propios por la fuerza y la tenacidad, por el arduo trabajo de toda una vida. Clase media o proletariado. ¡Ese es el problema!”

Esta advertencia la lanzaron los Alemanes Nacionales antes de las elecciones a presidente del Reich de 1932. Los nacionalsocialistas se guardaron mucho de abrir un abismo entre la clase media y los obreros industriales a través de declaraciones tan poco hábiles y su propaganda resultó más eficaz.

Uno de los argumentos de la propaganda del N.S.D.A.P. era la lucha contra los grandes almacenes. Pero la contradicción entre el papel que el nacionalsocialismo representaba en la gran industria y los intereses de las clases medias, sobre las cuales se apoyaba, apareció muy evidentemente en la entrevista de Hitler con Knickerbrocker:

“No vamos a hacer depender las relaciones germano-americanas de una tienda (se trataba del futuro de la sucursal de Woolworth en Berlín) …La existencia de tales empresas es un acicate para el bolchevismo… Destruyen muchas pequeñas existentes y por eso no las toleraremos; pero pueden ustedes estar seguros de que sus empresas de este género en Alemania no serán tratadas distintamente que las alemanas.”[1]

Las deudas privadas exteriores eran muy pesadas para las clases medias. Pero mientras que Hitler preconizaba el pago de las deudas privadas, dado que, en el plano de la política exterior, dependía de la realización de sus compromisos, sus partidarios reclamaban su supresión. La pequeña burguesía se rebeló, pues, “contra el sistema” y por tal entendía ella el “régimen marxista” de la socialdemocracia.

Cualquiera que haya sido el deseo de asociarse y organizarse, en el curso de la crisis, de estas capas de la pequeña burguesía, la competencia económica entre las pequeñas empresas ha representado un obstáculo para el establecimiento de un sentimiento de solidaridad comparable al que hay entre los obreros industriales. Es su posición social la que impide al pequeño burgués identificarse con su propia capa social o con los obreros industriales; con su propia capa social porque en ella predomina la competencia; con los obreros industriales porque a nada le teme más que a la proletarización. El movimiento fascista tuvo, al menos, el resultado de unificar a la pequeña burguesía. ¿Sobre qué bases se ha realizado esta unificación, desde el punto de vista de la psicología de masas?

La posición social de los funcionarios del Estado y de los pequeños y medios empleados es la que nos proporciona la respuesta: el empleado y el funcionario medios se encuentran en una situación económica menos favorable que el obrero industrial medio; la inferioridad económica de los primeros, queda parcialmente compensada en los funcionarios del Estado por algunas esperanzas mínimas de promoción y por la perspectiva de una cierta seguridad económica hasta el fin de su vida. La dependencia característica de esta capa social con respecto a las autoridades, aboca a una actitud de competencia frente a sus colegas, incompatible con la formación de un auténtico sentimiento de solidaridad. La conciencia social del funcionario no está determinada por el sentimiento de una comunidad de destino con sus colegas, sino por la actitud cara a la autoridad establecida y a la “nación”. Para el funcionario, esta actitud consiste en una identificación absoluta[2] con el poder estatal; para el empleado, con la empresa en la que trabaja. En realidad, tanto el uno como el otro se encuentran en la misma situación que el obrero industrial. ¿Por qué no se desarrolla en ellos, como en este último, un sentimiento de solidaridad? Respuesta: porque ocupan una posición intermedia entre la autoridad y los trabajadores manuales. Súbditos con respecto a la autoridad, se convierten en los representantes de esa misma autoridad en sus relaciones con sus subordinados y, con este motivo, gozan de una especial protección moral (no material). Los cabos de todos los ejércitos del mundo nos proporcionan el ejemplo más típico de este producto de la psicología de masas.

La fuerza de esta identificación con el empleador se revela de una manera particularmente llamativa en el caso de los criados de algunas casas nobles, de algunos ayudantes de cámara que, al adoptar la apariencia, la mentalidad y las maneras de la clase dominante, sufren una modificación completa y a menudo la exageran para esconder sus orígenes modestos.

Esta identificación con la administración, la empresa, el Estado y la nación, que puede resumirse en la fórmula: “Yo soy el Estado, la administración, la empresa, la nación” es una realidad psíquica que nos proporciona uno de los mejores ejemplos de una ideología convertida en poder material. Al principio, el empleado o el funcionario se contentan con un parecido idealizado con sus superiores, pero poco a poco, de resultas de su dependencia material, su personalidad se transforma a imagen de la clase dominante. Por tener los ojos perpetuamente clavados en lo alto, el pequeño burgués acaba por cavar una josa entre su situación económica y su ideología. Pasando la vida en condiciones materiales penosas, se esfuerza por adoptar frente al mundo una actitud representativa, exagerada a veces hasta la caricatura. Se alimenta poco y mal, pero le concede un gran valor al ir “correctamente vestido”. El sombrero alto y el traje son los símbolos visibles de esta estructura caracterológica. Nada hay tan revelador, desde la perspectiva de la psicología de masas, como el examen del modo de vestir de una población. Esa “mirada clavada en lo alto” es lo que distingue esencialmente a la estructura pequeño burguesa de la del obrero de la industria.[3]

¿Hasta qué profundidades llega esta identificación con la autoridad? De su existencia no ha habido nunca duda alguna. Pero la cuestión es averiguar de qué modo han cimentado y fijado los hechos emocionales la actitud pequeño burguesa, al margen de los factores económico primarios, hasta tal punto que la estructura pequeño burguesa no ha sido sacudida ni siquiera en tiempo de crisis, cuando el paro zapaba sus soportes económicos.

Más arriba hemos afirmado que la situación económica de las distintas capas medias varía sensiblemente, mientras que su situación familiar es esencialmente la misma. La situación familiar es la que nos da la clave del fundamento emocional de la estructura descrita anteriormente.

Notas:
[1] Tras la toma del poder durante los meses de marzo a abril comenzó el asalto contra los grandes almacenes, que pronto frenaron los dirigentes del N.S.D.A.P. (prohibición de toda intervención no autorizada en materia económica, disolución de las organizaciones de las clases medias, etc.)
[2] El psicoanálisis llama “identificación” al estado de espíritu de una persona que comienza a sentirse una con otra, a adoptar las actitudes –y atributos de ella, que antes no tenía–, y a ponerse imaginariamente en su lugar; este proceso se basa en una modificación real de la persona, que “se identifica” con otra “interiorizando” los atributos de su modelo.
[3] Esta observación se aplica a Europa. En los Estados Unidos, el “aburguesamiento” de los trabajadores de la industria suprime tales distinciones

Fuente: Apartado 3º del capítulo 2º de Psicología de masas del fascismo, de Wilhelm Reich, septiembre de 1933.

 

https://www.elviejotopo.com/topoexpress/la-psicologia-de-masas-de-la-pequena-burguesia/

 


martes, 24 de noviembre de 2020

PEQUEÑA BURGUESÍA Y LUCHA DE CLASES: EL DILEMA DEL TRABAJADOR AUTÓNOMO

Enviado por Gavroche en Lun, 23/11/2020 - 14:24

Secretario de Acción Criminal - Fuente: Solidaridad Obrera

En las sociedades capitalistas actuales, al igual que ocurría en el siglo XIX, existe una división marcada entre dos grandes clases sociales. La primera, que generalmente se denomina burguesía o clase capitalista, es propietaria de los medios de producción. La segunda, la clase trabajadora, clase obrera o proletariado, únicamente posee su propia fuerza de trabajo y está obligada a venderla a la burguesía a cambio de un salario, lo cual da origen a la explotación. El antagonismo entre estos dos bloques, la disparidad de intereses existente, se concreta en la llamada lucha de clases. Aunque cuando se habla de clase trabajadora se piensa principalmente en los obreros manuales, trabajadores de la industria o de la construcción, podemos encontrar aquí también personas que trabajan como teleoperadoras, sanitarias, en la hostelería o cualquier otro sector laboral. La clase trabajadora, por lo tanto, no ha ido desapareciendo; simplemente se ha ido transformando. Desde sus inicios, en el período manufacturero (XVI-XVII), marcado por el carácter artesanal, pasando por los albores del período industrial (XIX), dominando ya la máquina, hasta las sociedades de finales del siglo XX y la actualidad, donde predomina el sector servicios, encontramos la misma clase social. Bien sea en el taller, la fábrica, la oficina, el call center o el hospital, la posición desempeñada por las dos clases sociales en el proceso productivo, y el tipo de relaciones productivas (técnicas y sociales) que se establecen en el mismo -siendo clave la propiedad de los medios de producción-, no cambian en lo esencial. En tanto trabajadoras y trabajadores asalariados nos vemos obligados a vender nuestra fuerza de trabajo a cambio de un salario [1]

El Instituto Nacional de Estadística nos indica que, en el tercer trimestre de 2020, dentro de la población ocupada, encontramos más de 16 millones de trabajadores asalariados (sin olvidar que la mayoría de los 3,7 millones de parados pertenecen a la misma clase social). En general, los trabajadores asalariados siempre representan entre un 80-90% de la población ocupada. Los empleadores (sobre todo, los grandes capitalistas) representan, en cambio, una parte irrisoria de la población. Encontramos, por otra parte, dentro de lo que se denominan trabajadores por cuenta propia, a 2 millones de trabajadores independientes o empresarios sin asalariados. [2] En nuestros estatutos establecemos que se puede afiliar a la organización toda persona trabajadora, incluyendo no solamente toda persona asalariada, sino también “autónoma sin personal asalariado o profesional liberal, en activo o en paro, es decir, toda aquella que no es ni patrona ni explotadora”. Aquí entrarían esos 2 millones de trabajadores por cuenta propia que hemos señalado. Eso sin contar, que entre los mismos encontramos falsos autónomos. Sea como sea, antes de proseguir, hay que dejar bien claro que la CNT es una organización creada para servir principalmente a los intereses de la clase trabajadora, es decir, a esos muchos millones de trabajadores asalariados. Nos preguntaremos aquí, no obstante, por el papel que pueden desempeñar los trabajadores autónomos en una organización como la nuestra. Aunque no suene bien los incluiremos dentro de la llamada pequeña burguesía.

El concepto de pequeña burguesía, que más que despectivo pretende ser aquí descriptivo (ilustrar una realidad concreta), comenzó a utilizarse para designar a pequeños productores independientes, tales como campesinos autónomos, artesanos o pequeños comerciantes. La progresiva desaparición de las relaciones de producción feudales, basadas en la servidumbre, dio paso a la aparición de campesinos relativamente autónomos, con reducidas parcelas de tierra para cultivar, que sufrirían sucesivos procesos de expropiación hasta prácticamente desaparecer. También los artesanos, provenientes de los gremios medievales (donde habían sido maestros), con sus pequeños talleres característicos del período manufacturero, desaparecerían con la progresiva industrialización o devendrían pequeños industriales, pero difícilmente pudieron mantener su posición en un mercado cada vez más dominado por grandes capitalistas y sus colosales fábricas repletas de máquinas a no ser, claro, de convertirse en éstos. La competencia siempre favorece la centralización de capitales y la concentración de la propiedad en unas pocas manos. La pequeña burguesía, de hecho, se considera una clase social “de transición”, que tiende en mayor medida a proletarizarse, es decir, a integrar las filas de la clase trabajadora, especialmente durante crisis económicas. Su posición en la estructura de clases es, por tanto, inestable. A pesar de ser propietarios de algunos pocos instrumentos de producción, o funcionar en pequeños negocios familiares, se suelen diferenciar de la clase capitalista en que desempeñan un papel activo en el proceso de producción, poniendo en marcha su fuerza de trabajo, y no dependiendo -al menos totalmente- de la explotación del trabajo asalariado. El bando por el que tomarán parte en la lucha de clases no es siempre claro, pudiendo desarrollar posiciones conservadoras o incluso reaccionarias.

Los trabajadores autónomos serían una de las fracciones que entraría dentro de esta clase social de transición conocida como pequeña burguesía. En organizaciones sindicales como CNT, de naturaleza clasista, aspiramos a agrupar a toda la clase trabajadora, aunque como ya hemos señalado permitimos que integren nuestras filas elementos de la pequeña burguesía. Esto puede resultar un alma de doble filo, como analizaremos a continuación. La pertenencia de trabajadores autónomos a una organización diseñada para trabajadores asalariados pone de manifiesto diversas contradicciones, en tanto puede existir un conflicto de intereses. Los trabajadores autónomos viven entre dos mundos, y ni tan siquiera la ideologización de aquellos que se consideran anarcosindicalistas o sindicalistas revolucionarios previene de nada. Tras una radicalidad aparente en el discurso podemos encontrar a veces análisis desvinculados de la realidad material, puramente idealistas, o que defienden intereses que son absolutamente ajenos -cuando no sencillamente contrapuestos- a los de la clase trabajadora. Pondré un ejemplo que puede considerarse paradigmático para ejemplificar, donde abundan precisamente los autónomos: el sector del taxi. En este sector han aflorado todas las contradicciones. Muchos de ellos se han unido a CNT por afinidad ideológica, y podemos constatar que han llevado a cabo una labor encomiable, sirviendo para atraer taxistas asalariados y movilizar a todo el sector. Disponen de su propio medio de producción, aunque generalmente están hipotecados por la licencias. Es decir, sus condiciones laborales pueden ser también muy precarias, echando horas y horas para llegar a final de mes, y pagar todas sus deudas.

Dentro del ramo del taxi se ha vivido alguna problemática digna de mencionar. La incursión en el sector de empresas del negocio de las VTC como Uber o Cabify ha servido para poner de manifiesto varias contradicciones que pasaremos a comentar. Algunos taxistas autónomos, bajo una retórica superficialmente revolucionaria, acusando a CNT prácticamente de aliarse contra el gran capital, criticaban que pudieran afiliarse trabajadores asalariados de este sector, o pudieran defenderse sus condiciones laborales, culpando a estos trabajadores de desplazarles, de precarizar el sector e incluso llegándoles a negar su condición de trabajadores. Todo esto en lugar de orientar sus ataques a la patronal que dirige estas empresas, que al fin y al cabo forma una misma clase junto a la del taxi. No nos engañemos, pues tras todos estos discursos solamente se encuentra la defensa de los intereses particulares del trabajador autónomo, ya que desde su posición estas empresas se ven como una amenaza, pero desde una óptica obrerista el asunto clave aquí son las condiciones laborales de los trabajadores asalariados independientemente del sector. Sea como sea, este conflicto se saldó dentro de CNT con que algún que otro trabajador autónomo del taxi abandonase la organización. Evidentemente, no todos, ya que hay quienes saben en el tipo de organización en la que se encuentran; tener consciencia de esto es clave. No podemos discriminar entre trabajadores asalariados de una empresa u otra. El verdadero enemigo en todo caso, insisto, son los empresarios de Uber, Cabify, del taxi y de entidades como el Institut Metropolità del Taxi (IMT), que protegen a los floteros que fueron apareciendo especialmente con la liberalización del sector. Es comprensible que la competencia desleal sea considerada un gran problema por la pequeña burguesía, pero es preciso que se entienda también que ciertos discursos -y por consiguiente, ciertas luchas- son díficilmente asumibles por una organización de clase como CNT.

Otra situación digna de mencionar en este sector es la conversión de trabajadores autónomos en empresarios con asalariados. No resulta extraño que un trabajador autónomo logre organizar su propia flota (que asume la forma jurídica de SL, la más común entre los pequeños empresarios), y reúna dos o tres asalariados. Incluso se ha dado el caso en antiguos afiliados a CNT. Confiamos en que, al menos, estos antiguos compañeros de organización mantendrán unas condiciones laborales dignas para sus trabajadores. En caso contrario, les avisamos de que nos pueden encontrar de frente. De cualquier forma, es evidente que ya no podían seguir siendo parte de la organización. Aquí ya no se trata de un pequeño conflicto de intereses, sino que han pasado a formar parte de la clase capitalista, cuyos intereses son contrapuestos a los nuestros. Esto que ocurre en el taxi también ocurre en muchos otros sectores, como por ejemplo el de la hostelería, es decir, antiguos compañeros que han abierto un bar y tienen personal trabajando para ellos. Decorar el local con carteles de la CNT de los años treinta o parafernalia revolucionaria varia no cambia esta realidad. También han pasado por nuestra organización personas “asalariadas”, que en realidad eran parte de un pequeño negocio familiar, que probablemente heredarían, por mucho que exaltaran la condición de asalariada. No hemos de olvidar tampoco, como ya se ha señalado, el fenómeno de la proletarización de la pequeña burguesía, ya que es común que muchos pequeños negocios vayan a la quiebra, y sus integrantes pasen a nutrir las filas de la clase trabajadora. Nunca sabemos el rumbo que tomarán los individuos particulares de esta clase “de transición”, y por esto debemos mantener siempre nuestras reservas, y extremar las precauciones. Hemos de tener en cuenta en nuestro análisis la posición que cada individuo y cada clase ocupa en la estructura económica propia del capitalismo.

Para finalizar es interesante destacar que muchos de los conflictos que se han vivido en CNT han tenido precisamente como protagonistas a elementos de la pequeña burguesía (y también del lumpen, pero esto daría para otro artículo), personas en todo caso no asalariadas, sea trabajadores autónomos, integrantes de pequeños negocios familiares o incluso socios de cooperativas. Al final son los que menos tienden a centrarse en cuestiones sindicales ya que no tienen un patrón contra el que llevar a cabo una lucha. Son tendentes, muy al contrario, a poner sobre la palestra debates que muchas veces deberían sernos ajenos, no ya sobre temas culturales, sino también sobre cuestiones políticas o ideológicas en las que nos deberíamos entrar (llegando a formar claros grupos de presión), metiéndonos en debates sobre todo tipo de marcianadas, o incluso atacando a la organización por no seguir una determinada línea. Claro está que las trabajadoras y trabajadores asalariados, especialmente cuando sus secciones sindicales están en conflicto abierto contra la patronal, no tienen tiempo que perder en estas cuestiones. Pero independientemente de quien protagonice estos conflictos, incluso si se trata de asalariados, hay que señalar bien claro donde está la puerta y que no se toleran dinámicas destructivas. Por si no quedaba claro se dirá aún más. El peso de esta organización lo debe llevar la clase trabajadora, naturalmente, y nunca debemos desviarnos en base a intereses ajenos. La CNT es una casa donde cabe casi todo el mundo, pero tiene unas normas que debemos encargarnos de dejar claras. Esperemos que este artículo sirva de reflexión.

 

CITAS

[1] Utilizaremos aquí el término clase trabajadora con preferencia al de proletariado (en referencia al latín proles, es decir, prole o descendencia), que suena claramente desfasado, y más teniendo en cuenta la baja tasa de natalidad de la población española. También lo utilizaremos con preferencia al término clase obrera, en tanto lo de “obrera” suele dar lugar a confusiones que reducen esta clase a su fracción productivista o industrial.

[2] Encuesta de población activa. EPA. Tercer trimestre 2020: https://www.ine.es/daco/daco42/daco4211/epa0320.pdf. Los ocupados, que son alrededor de 19 millones, junto a los parados, que son 3,7 millones, forman parte de la población activa. La tasa de paro es del 16,26%. Por otra parte, dentro de los más de 47 millones de españoles tenemos también una población inactiva en torno a 16 millones de personas, entre los cuales se encuentran jubilados, amas de casa (el trabajo reproductivo o doméstico sigue sin reconocerse como ocupación), estudiantes o personas incapacitadas. La tasa de actividad es, pues, del 57,83%.

Fuente: http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/44972

 


viernes, 1 de enero de 2016

¿PUEDE LA CLASE MEDIA ENFRENTAR CON ÉXITO AL CAPITAL CONCENTRADO?




01-01-2016

La pequeña burguesía, o sea la clase media, no puede ser dirigente, tiene que seguir a otro. Es un problema histórico, universal. 

El kirchnerismo es un movimiento mayoritariamente de clase media. Desde su origen, el amplio espectro de la Juventud Peronista (JP) de los '70, hasta su realidad actual, caracterizada por el intento de llevar esas ideas a la práctica desde el gobierno. Néstor Kirchner (NK) y Cristina Fernández de Kirchner (CFK) han sido altamente consecuentes con esa ideología, y han tenido mucho coraje al intentar plasmarla desde el gobierno, lo que con palabras más actuales han denominado "crecimiento con inclusión social". A largo plazo como mínimo es un proyecto utópico pretender lograr ese objetivo dentro del capitalismo, dentro de la democracia burguesa. Pero es una aspiración que no es exclusiva del kirchnerismo, sino que ha abarcado históricamente a toda la clase media y gran parte del movimiento obrero. 

En cierto modo se puede afirmar que el pueblo en general sólo puede visualizar cualquier perspectiva de mejoramiento en las condiciones de vida dentro de los marcos del capitalismo. 

Gran parte de la población creyó o quiso creer que el kirchnerismo podía dirigir ese proceso hasta su completa realización. A pesar de la derrota electoral lo sigue creyendo. Muchos piensan que simplemente es suficiente con ganar las elecciones parlamentarias del 2017 y las presidenciales del 2019. Pero la lucha real va mucho más allá de una contienda electoral pacífica y respetuosa de las instituciones formales de la democracia burguesa. 

El kirchnerismo, en lo sustancial, no es lo mismo que el peronismo de Perón. Su estrategia es distinta. Pero tiene la limitación de su carácter de clase. Tiene otros límites, pero tiene límites. Perón quería encorsetar y controlar al movimiento obrero. Esa era su estrategia central. Para la kirchnerismo la estrategia central es lograr, aunque manteniendo la conciliación de clases, un pleno crecimiento con inclusión social en el marco de una permanente ampliación de los derechos democráticos. El kirchnerismo tomó la parte de reformas sociales del primer peronismo como el eje de su política, pero incorporando también centralmente las ampliaciones democráticas. 

Lo novedoso y extremadamente positivo del kirchnerismo es que ha despertado un auténtico deseo de mejoramiento de las condiciones sociales en la sociedad, un resurgimiento de la política en el seno del pueblo, movilizando a gran parte de la juventud, pero también a los viejos peronistas de todas las edades. 

La mitad más uno por lo menos ha percibido que se puede vivir mejor y en gran medida, cómo es vivir mejor, porque ha vivido esa mejoría bajo el kirchnerismo. 

Han surgido o se han incorporado muchos cuadros en el kirchnerismo, como Kicillof y Recalde, entre muchos otros, y serias organizaciones como La Cámpora. En todas partes asumieron un compromiso generalizado de optimizar la cultura, la educación, la ciencia y tecnología, y se produjo una incorporación de gran parte de la población a la política activa, junto con una significativa elevación de la conciencia sobre cómo funciona el mundo, aunque limitada y contradictoriamente al incluir, por ejemplo, la reivindicación de la conciliación de clases. 

El problema es que todo se hizo confiando en la conducción de NK y CFK. En buena medida esto implica que "ellos hacen, nosotros acompañamos". Distinto a nosotros hacemos (y al mismo tiempo nos comprometemos y corremos todos los riesgos, nos jugamos). 

También el apoyo a CFK tiene un gran componente de clase media, por su composición social y por el deseo de que se siga avanzando y avanzando, "pero que lo haga CFK con nuestro apoyo". 

Lo que los hechos están poniendo a prueba es la cuestión de la dirección y la estrategia del movimiento social. Quién dirige, con qué estrategia, cuáles son los pasos a seguir para lograr ese objetivo estratégico, los pasos que tiene que dar el pueblo, en forma conciente. 

Dado su carácter de clase es probable que el kirchnerismo insista en manejarse dentro de los límites actuales de la democracia burguesa y se oponga a todo avance de la lucha de clases. En esta perspectiva el movimiento de masas se encontrará con la necesidad de superar a sus dirigentes. Se necesitará la incorporación activa de la clase obrera a la lucha política. 

Este riquísimo período histórico nos muestra la realidad en vivo y en directo, en los hechos, en la vida cotidiana, en la calle, en el rol del kirchnerismo, en la política real del macrismo, o sea en el rol de la clase media progresista por un lado, y por el otro en la política de la gran burguesía cuando ha logrado obtener el gobierno. 

La ofensiva del gobierno macrista, representante directo del capital concentrado internacional, no se puede frenar, y mucho menos derrotar solamente con la clase media. Se necesita la fuerza, la organización y la conciencia política del proletariado. 

Que la clase obrera participe de la lucha política implica necesariamente un avance en la lucha de clases, un resquebrajamiento de la conciliación de clases tan defendida por el kirchnerismo. Pero no hay otro camino. 

Si el movimiento kirchnerista, su base y sus mejores dirigentes fueran consecuentes en la lucha, es probable que llegue un momento en el que avancen en la lucha de clases entrando en conflicto con los dirigentes kirchneristas reticentes a superar los límites de la actual democracia burguesa. 

Ante esta probable situación lo que hay que evitar es que el actual movimiento popular, que no está compuesto sólo por kirchneristas, se quiebre, se sumerga en la derrota. 

Es necesario que los verdaderos socialistas, y todo el pueblo en general, lleven adelante la unidad de acción con este movimiento que ha surgido valorando la política kirchnerista de realizar obras que beneficien al pueblo. Su sentido principal es altamente progresivo, a pesar de su reivindicación de la conciliación de clases. 

Obviamente, los socialistas denunciamos a todo el capitalismo, incluido el kirchnerismo, participamos de todas las luchas, impulsamos todas las consignas económicas, sociales y democráticas. No esperamos a ver qué hace el kirchnerismo para actuar. Desarrollamos la lucha de clases. Pero esto incluye la unidad de acción con los movimientos sociales progresivos cuando en los hechos dan pasos en la lucha contra el capital. 

Si los socialistas nos prohibiéramos efectuar la unidad de acción con movimientos que reivindican la conciliación de clases nos condenaríamos a no luchar junto a ningún movimiento de masas, a permanecer separados de las masas, a no influir en las políticas de masas. Esto es así porque ningún movimiento de masas espontáneo es completamente clasista, todos en alguna medida se manejan dentro de la conciliación de clases. Si fuera de otra manera estos movimientos nacerían prácticamente socialistas, cosa que no sucede en la práctica. 

No hay que caer en el error de razonar en términos de la ideología de un movimiento sino de su política concreta, del carácter de la lucha que desarrolla ese movimiento. Las ideologías que no responden a la realidad tarde o temprano desaparecen, y las causas materiales que mueven a las masas las empujan a seguir avanzando. 

Lo que sucede es que el mundo es uno solo. El mundo no es un relato socialista, kirchnerista, o derechista. El mundo es el que fabrica la ideología. Y las "ideologías" de la lucha de clases y del socialismo son creadas por la realidad del mundo. En la Argentina hoy estamos en una situación excepcional. A los ojos de todos, aunque algunos no lo quieran ver, la necesidad de luchar contra el capital concentrado, aunque sea sin intentar expropiarlo, sin revolución social, aunque sólo se pretenda vivir un poco mejor bajo la democracia burguesa, no se puede lograr sin avanzar aunque sea unos pasos hacia la lucha de clases. Esto no implica de ninguna manera llegar a la lucha de clases abierta, ni mucho menos llegar al socialismo, pero toda conquista concreta del pueblo que logre frenar un poquito la ofensiva del capital concentrado son medidas que implican un avance en la lucha de clases. 

La clase obrera puede y debe tener actividad política. 

En esta coyuntura la lucha ideológica y política del socialismo con populismo se debe realizar junto con la unidad de acción contra el capital concentrado, y más en profundidad contra el capitalismo de conjunto. 

Una solución de fondo no se puede lograr sin revolución social, pero hoy la unidad de acción de todo el pueblo es imprescindible, sin temor a dar pasos que impliquen avanzar en la lucha de clases.