Disenso: Crítica y Reflexión
Latinoamericana, vol. 4, n° I, julio del 2021
Jaime Araujo - Frias / Pensar la Constitución: la
reforma inevitable
“Un
pensador no aspira a interpretar bien o mal a los autores, o las teorías, su
problema es pensar la realidad, y a lo que aspira es a construir contenidos
nuevos de conceptos o categorías que permitan entender bien lo que pasa con la
realidad actual y presente, o con aquellas dimensiones de la realidad que
aparecen invisibles ante otros marcos categoriales” (Bautista Segales, 2014, p.
22)
No sabemos cada cuanto tiempo se debe reformar una Constitución.
Thomas Jefferson había sugerido que cada diecinueve años, pero después de él a
nadie se le ha ocurrido establecer un plazo (como se citó en Muñoz Machado,
2016). Sin embargo, lo que sí sabemos es que toda reforma de la Constitución
exige ser pensada. Esto es así porque necesitamos pensar para conocer, conocer
para comprender y comprender para tomar buenas decisiones y actuar (Marina,
2021). En otras palabras, la Constitución, como todo lo que el ser humano ha
creado, es producto de su pensamiento. En consecuencia, si el pensamiento está
en todo, todo empieza por el pensamiento.
No se puede reformar la Constitución sin acudir al
instrumento que sirvió para crearla: el pensamiento. Y como pasa con todo, para
llevar a cabo semejante tarea hay que ir al principio. ¿Y qué está al principio?
La necesidad. Esta es la madre —decía Platón— de todas las invenciones.
Entonces, ¿cuál fue la necesidad que dio origen a la invención de la
Constitución? Marina y Rambaud (2018) sugieren que una de las cinco grandes
necesidades que le han motivado al ser humano a crear herramientas para
resolver sus problemas ha sido la de sobrevivir.
Ciertamente, el órgano creador —el cerebro— en
diálogo con los otros órganos del cuerpo y el medio ambiente, persigue un fin
muy preciso: el de mantener vivo a su poseedor (Mora, 2018). Y en esta tarea de
mantenerse vivo, se ha constatado que la cooperación social ha sido la clave de
la supervivencia (Wilson, 2020; Harari, 2017). El sapiens, más que cualquier
otra especie, depende de sus semejantes (Kandel, 2019). Porque no nace humano,
sino que se hace humano en relación con sus semejantes. Nace y permanece en la
biología, pero se humaniza y desarrolla en la cultura: el ser humano es una
combinación de biología y cultura (Marina y Rambaud, 2018).
Por lo tanto, la conclusión es evidente, demasiado
evidente en realidad: vivir consiste en convivir. Lo cual no es una elección,
sino una necesidad. Es el único modo que tiene el sapiens de darse la humanidad
y de desarrollarse. Situación que a su vez presupone enfrentar y resolver conflictos,
dado que, como anota Kant: nuestra “insociable sociabilidad hace que no podamos
ni prescindir de los demás ni renunciar, por ellos, a la satisfacción de
nuestros propios intereses y deseos” (2007, p. 33). Los conflictos son
inherentes a la convivencia. Al principio se resolvían de arriba hacia abajo:
tenía la razón quién tenía más poder: la desigualdad era el modo normal de
relacionarse.
Sin embargo, llegó un momento en la historia que
eso empezó a cambiar: se impuso la igualdad. Esta obligó a inventar normas de convivencia
para solucionar los conflictos, con lo cual ya no era el poderoso quien tenía
la razón, sino quien había actuado conforme a las normas de convivencia
previamente establecidas. La necesidad de resolver los conflictos creó las
normas: así nació el derecho. Con lo cual aparentemente se solucionaba el
problema de la desigualdad. No obstante, ello generó otro problema más: si todos
eran iguales, ¿quién decidía las normas? Así nació la democracia (Pérez Royo,
2018).
Democracia significa que el poder de gobernar
reside en el pueblo, o al menos eso es lo que se cree desde 1789. Año a partir
del cual —en la filosofía política y del derecho moderno— se pasó de creer en
la soberanía de los reyes a creer en la soberanía del pueblo (Harari, 2017). La
democracia exigía que las normas para resolver los conflictos debían ser
decididas por la mayoría, pero como no era posible reunirse para decidir las
normas cada vez que se requería resolver un nuevo conflicto, se decidió unos
principios matrices de convivencia a partir de los cuales se podían deducir
normas concretas para cada caso: así nació la Constitución.
¿Qué es la Constitución?
Como hemos visto, la necesidad es la madre de todas
las invenciones. La necesidad de sobrevivir impulsó a los seres humanos a inventar
mediaciones para resolver los conflictos que presupone la convivencia. A esas
mediaciones, siguiendo a Vygotsky (1989), llamaremos herramientas. Las mismas
que según la clasificación de nuestro autor pueden ser de dos tipos: Físicas y
mentales (como se citó en Wertsch, 1989). Una herramienta es un objeto
inventado por el ser humano para aumentar las posibilidades de acción, es
decir, para hacer cosas que sin su ayuda resultan imposibles (Marina, 2019). En
consecuencia, una primera aproximación a lo que es la Constitución podría ser
la siguiente: la Constitución es una herramienta mental.
Sin embargo, esto ayuda solamente como punto de
partida, dado que lo mismo se podría decir del derecho en general o de la
moral. Veamos qué nos dicen al respecto un par de autores. Una constitución, nos
va a decir por un lado Paine (1995), no es el acto de un gobierno, sino el de
un pueblo constituyendo a un gobierno. Esta definición es concordante con lo
que venimos argumentando, en el sentido que es el pueblo el que funda los
principios matrices mínimos de convivencia a partir de los cuales se deducen
las normas para resolver los conflictos, organizar las instituciones y dirigir
los destinos de un país.
Häberle (2001), por otro lado, nos va a ampliar
esta definición. Sostiene que la Constitución no es sólo un ordenamiento
jurídico, sino que también es expresión de un estadio de desarrollo cultural,
el medio para la representación cultural del pueblo ante sí mismo, el espejo de
su patrimonio cultural y fundamento de sus esperanzas. Con lo cual, queda claro
que la Constitución también condensa las aspiraciones e ideales de toda la
población. Para decirlo parafraseando a José María Arguedas: expresa la visión
de país de todas las sangres.
Entonces, ¿qué es la Constitución? La palabra ‘Constitución’
no es como la palabra ‘libro’. La segunda denota un objeto físico real; en cambio
la primera denota un objeto mental. Se podría decir que la Constitución es la
condensación de la visión de buen vivir y de las aspiraciones que tienen todos
los habitantes de un país, en función delos cuales se organizan las instituciones y se
orientan los destinos del país. Sin bien la Constitución no resuelve por sí
misma los problemas de un país, ningún problema se puede resolver al margen de
ella.
En suma, la Constitución condensa una relación
comunitaria que parte de la premisa básica de que todos somos iguales y que,
por lo tanto, todos participamos en los asuntos que nos conciernen a todos. Ahora
bien, toda Constitución por más bien hecha que esté, con el paso del tiempo se
desgasta y deja de funcionar, o no funciona de acuerdo a la necesidad que le
dio origen: la igualdad. De ahí que sea necesario que el pueblo —de quien emana
todo poder— esté atento para identificar sus patologías y corregirlas. A ese
acto constituyente de corrección llamamos “reforma de la Constitución”. La
misma que puede ser total o parcial.
¿Qué es la reforma de la
Constitución?
Es el instrumento a través del cual se corrigen las
patologías que, inevitablemente, con el paso del tiempo la Constitución irá padeciendo.
Dicho de otra manera, es el vehículo a través del cual se produce la conexión
entre la legitimidad de origen y la legitimidad de ejercicio, entre el pueblo
que se dio esos principios matrices mínimos de convivencia y quienes lo ejercen
delegadamente. En suma, es la institución mediante la que se renueva y recrea
el vínculo entre la legitimidad de origen que reside en el pueblo y la
legitimación de ejercicio que reside en el Estado (Lozada y Pérez Royo, 2018).
¿Por qué reformar la Constitución?
Todas las creaciones humanas nunca son fines en sí
mismos, son herramientas para resolver problemas que aparecen en la convivencia
humana. Por lo tanto, es tan insensato querer rehacer la Constitución partiendo de cero como pensar que es perfecta y que
no hay que tocarla (Marina, 2016). La Constitución —como toda creación humana— tiende
inevitablemente a desgastarse, a no responder a la necesidad que le dio origen.
Ese desajuste entre la necesidad que le dio origen y la Constitución, si no se
corrige, acaba conduciendo a su muerte (Lozada y Pérez Royo, 2018). Y para
salvarla de la muerte, se inventó la reforma de la Constitución.
Aunque en seguida es pertinente agregar lo
siguiente: la Constitución no se reforma para ponerla a la moda sino con la
finalidad de favorecer el arreglo de problemas cuya solución sería, sin el
cambio constitucional, imposible o más difícil (Blanco Valdez, 2018). Esta y
nada más que esta es la razón de la reforma de la Constitución.
Conclusión
Los muertos no pueden gobernar permanentemente
sobre los vivos. Es de los vivos, y no de los muertos, la responsabilidad de resolver
los problemas que aparecen en la comunidad política (Muñoz Machado, 2016). La Constitución
es una creación humana. Una herramienta que articula la visión de país y
condensa las aspiraciones de toda la comunidad política, en función de las
cuales se organizan y operan las instituciones del Estado y se garantizan
derechos, con la finalidad de resolver los conflictos que, inevitablemente,
aparecen en la comunidad política, teniendo como premisa básica la igualdad.
En fin, si bien la Constitución no resuelve por sí
misma los problemas de un país, ningún problema puede resolverse al margen de ella.
Esta es la razón por la que el pueblo —única sede soberana del poder político y
jurídico— debe estar atento para identificar las patologías que, con el paso del
tiempo, la Constitución ineludiblemente irá padeciendo. A ese acto
constituyente de curación de las patologías y de recreación democrática, la denominamos reforma
constitucional. La cual, no es una opción, es inevitable si se pretende que la constitución
sirva a la necesidad que le dio origen: la igualdad.
Referencias bibliográficas
Bautista Segales, J.J (2014). ¿Qué significa pensar
desde América Latina? Hacia una
racionalidad transmoderna y postoccidental. Madrid: Akal.
Blanco Valdez, R. L. (2018). Luz tras las
tinieblas. Vindicación de la España Constitucional. Madrid: Alianza.
Harari, Y. N. (2017). De animales a dioses. Breve
historia de la humanidad. México D.F: Debate.
Häberle, P. (2001). El Estado constitucional.
México D.F: Universidad
Nacional Autónoma de México.
Kandel, E. R. (2019). La nueva biología de la
mente. Qué nos dicen los
trastornos cerebrales sobre nosotros mismos.
Barcelona: Paidós.
Kant, I. (2007). Idea de una historia universal
desde un punto de vista
cosmopolita. Trad. Eduardo García Belsunce. Buenos
Aires: Prometeo
Losada, A. y Pérez Royo, J. (2018). Constitución:
la reforma inevitable.
Monarquía, plurinacionalidad y otros escollos.
Barcelona: Roca Editorial.
Marina, J. A. (2021). Biografía de la inhumanidad.
Historia de la crueldad, la sinrazón y la sensibilidad humanas. Barcelona:
Ariel.
Marina, J. A. (2019). Historia visual de la
inteligencia. De los orígenes de la humanidad a la inteligencia artificial.
Barcelona: Conecta.
Marina, J. A. y Rambaud, J. (2018). Biografía de la
humanidad. Historia de la evolución de las culturas. Barcelona: Ariel.
Marina, J. A. (2016). Tratado de filosofía zoom.
Barcelona: Ariel.
Muñoz Machado, S. (2016). Vieja y nueva
Constitución. Barcelona: Crítica.
Mora, F. (2018). Mitos y verdades del cerebro:
limpiar el mundo de
falsedades y otras historias. Madrid: Alianza.
Pérez Royo, J. (2018). La Constitución explicada a
mis nietas. Barcelona: Blok.
Paine, T. (1995). Los derechos del hombre. Madrid:
Alianza Editorial.
Wertsch, J. V. (1989). Vygotsky y la formación
social de la mente.
Barcelona: Paidós.
Wilson, E. O. (2020). El origen de las sociedades.
Barcelona: Crítica
Fuente: https://barropensativo.com/index.php/DISENSO/article/view/89