Mostrando entradas con la etiqueta Silvina Romano. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Silvina Romano. Mostrar todas las entradas

viernes, 13 de mayo de 2022

EL SISTEMA LEGAL NEO-COLONIAL AL SERVICIO DEL IMPERIALISMO AMERICANO.

 


Una de las características más saltantes en el discurso de los defensores y promotores de la democracia es el total silenciamiento de la presencia del imperialismo, muy especialmente del imperialismo USA, en los sistemas y engranajes del sistema democrático tal cual éste es y funciona en la realidad, más allá de la abstracta entelequia democrática que esos defensores y promotores se afanan en propagandizar, bien subvencionados como éstos están por las instituciones americanas de espionaje y penetración cultural en los países neocoloniales.

Para comprender la realidad de la superestructura democrática en un país neo - o semicolonial como es el Perú actual, sujeto a los designios del capitalismo americano, basta destapar el taparrabos con el que se recubre su sistema judicial, uno de los pilares de la lumpendemocracia neocolonial peruana. Entonces saldrá a la vista que no es la corrupción el problema más agudo de tal sistema judicial, y por ende de esta democracia, sino el desarrollo de un capitalismo lumpen en el Perú y su sujeción neocolonial a su amo americano.  Esta dependencia, bajo la forma de la democracia neoliberal en todos los regímenes posteriores al gobierno velazquista, profundiza el individualismo y la corrupción consustanciales a la democracia semi-colonial peruana desde el siglo XIX. Estos hechos son, por supuesto, silenciados o tratados superficialmente por los demócratas de las llamadas izquierda y derecha, mesmerizados por la imagen de "la democracia", una entelequia aséptica que en teoría -es decir, en la imaginación de estos demócratas- no está contaminada por el virus de los intereses de clase.

El artículo a continuación, publicado hace ya dos años, EE. UU. y la asistencia jurídica para América Latina y el Caribe*, cuyos autores son destacados intelectuales y académicos latinoamericanos, es una importante contribución a la puesta en evidencia del sistema judicial neocolonial y de la democracia en estados donde campea el poder de la lumpenburguesía democrática. No menciona específicamente el caso peruano, pero obviamente arroja luces sobre lo que sucede en nuestro país y nos obliga a investigar profundamente nuestra realidad más allá del discurso promovido por las agentes locales de las ONG y otros organismos de penetración cultural del imperialismo USA. El artículo es un tirón de orejas para quienes sueñan con una nueva constitución que, con la complacencia democrática de la ultraconservadora lumpenburguesía peruana, permitirá convertirnos en el reino de la igualdad, la libertad, y la fraternidad, o al menos ponernos en camino a su logro, sin reemplazar el estado neocolonial y su régimen democrático neoliberal.

12 mayo 2022

Rebelde Marxista

 

 

EE. UU. Y LA ASISTENCIA JURÍDICA PARA AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

Atilio BorónArantxa TiradoTamara LajtmanAníbal García Fernández y Silvina Romano

29 AGOSTO, 2019

 

En las últimas décadas los aparatos judiciales de Latinoamérica se reorganizaron a pedido de EE. UU. para cumplir con las “normas de calidad” jurídica que garantizaran el buen funcionamiento del mercado.

La sospechada injerencia del Departamento de Justicia estadounidense en la megacausa judicial conocida como Lava Jato, que habilitó el derrocamiento de Dilma Rousseff y el posterior encarcelamiento de Lula da Silva en Brasil, fue ampliamente probada por la documentación publicada recientemente por periodistas de The Intercept. Este material no sólo muestra que Sergio Moro (juez a cargo de la causa) coludió con otros jueces y funcionarios del aparato judicial con fines políticos, esto es, evitar que Lula se presentara a elecciones presidenciales; también deja en evidencia la presencia física en Brasil de personal del Departamento de Justicia de EE. UU., así como los vínculos de Moro con el sector público-privado estadounidense (think tanks, burós de abogados y universidades) durante el desarrollo de la causa[1]. La evidencia es de tal envergadura que miembros del Congreso estadounidense han elevado una carta al Departamento de Justicia solicitando explicaciones sobre su involucramiento en el Lava Jato[2].

La presencia de EE. UU. en cuestiones jurídicas de América Latina no se reduce a este caso y es de larga data. Estados Unidos ha tenido un rol fundamental en las reformas jurídicas implementadas por numerosos gobiernos de América Latina y el Caribe (ALC), al menos desde la década de los ’80. Ese papel se concibió como parte de un paquete que llegaba junto a las “condicionalidades” exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) en el marco de las políticas de “ajuste estructural” y estabilización. Las medidas buscaban “achicar” al Estado, al paso que potenciaban el crecimiento incontrolado de los mercados. Las recetas de reforma se orientaban, supuestamente, a combatir la corrupción y la ineficiencia estatal. Esto contribuyó a reforzar la noción de que lo público y lo estatal eran inevitablemente ineficientes y corruptos, y que -para remediar tal situación- había que emular el funcionamiento “más transparente” o eficiente del sector privado. Los aparatos judiciales se reorganizaron tanto por presión interna, como por esta directiva propiciada por el Gobierno de EE. UU. para cumplir con las “normas de calidad”, más tarde sintetizadas en el concepto de “gobernanza”: promover una cierta seguridad jurídica capaz de garantizar el buen funcionamiento del mercado.

Con el paso de las décadas, y en particular a partir del giro progresista en la región, los aparatos judiciales (no elegidos por el voto popular)[3] se han transformado en uno de los actores clave para deslegitimar a gobiernos, partidos políticos, funcionarias y funcionarios que apostaron por una revalorización de lo público, la intervención del Estado en la economía y los proyectos de unidad e integración latinoamericana. Junto con los medios de comunicación hegemónicos, jueces y fiscales vienen operando para instalar fuertemente el relato de la corrupción como principal problema de ALC (y principal legado de los gobiernos progresistas). Esto pese a que, una tras otra, las encuestas de opinión que se realizan en la región sitúan el problema de la corrupción muy por debajo de las penurias económicas, la pobreza, la carestía o el desempleo. Al mismo tiempo, esto se materializa en un incremento de la injerencia y el poder de los tribunales en la política, alimentando un rol protagónico de la Justicia en la resolución –y, en muchos casos, la invención– de los conflictos políticos, hasta llegar al punto de desatar una guerra judicial (lawfare) que está en pleno apogeo.

Paradójicamente, los principales organismos multilaterales dedicados a la asistencia jurídica son dos instituciones financieras: el BM y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), articulados con los marcos normativos y programas de la Organización de los Estados Americanos (OEA). Tal como lo reconociera el propio Zbigniew Brzezinski, estos organismos son, desde su creación, “una extensión del gobierno de EE. UU.” además de ser la Casa Blanca su principal fuente de financiamiento. Esto define una incidencia del sector público-privado de EE. UU., de modo indirecto, sobre la vida política y económica de ALC. En efecto, el BM, el BID y la OEA, están desarrollando decenas de proyectos de largo aliento y programas de cooperación en la región.

En el ámbito bilateral, y ya en el terreno de la intervención directa en las instituciones de otros países, destaca el accionar de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y agencias del Gobierno asociadas (National Endowment for DemocracyNational Democratic InstituteInternational Republican Institute, Fundación Milenio), así como empresas y Organizaciones No Gubernamentales íntimamente articuladas con aquéllos y que ejecutan los programas de asistencia jurídica (Checchi and CompanyConsultingIncChemonicsCasals & Associates, etc.). A estos se suman los departamentos de Justicia y del Tesoro, a través de normativas y programas de cooperación bilaterales con países de la región para “reforzar instituciones y cultivar una cultura de transparencia e integridad”. La Corporación del Desafío del Milenio (agencia “independiente” del Gobierno de EE. UU. dedicada a la asistencia exterior)[4] exige a los países que pasen un umbral de “control de la corrupción” para desbloquear fondos, y los programas del Departamento del Tesoro incluyen sanciones, listados y confiscaciones de activos en cooperación con la policía en caso de que la corrupción no se controle de acuerdo a los estándares propuestos por EE. UU.[5]

Supuestamente, el objetivo de la asistencia judicial es “mejorar la democracia, la gobernanza y los Derechos Humanos”. La USAID es el ejemplo más concreto de estas metas. En el 2012 creó el “Centro de Excelencia en Democracia, Derechos Humanos y Gobernanza”[6] para desarrollar la cooperación técnica y proporcionar ayuda a las misiones que EE. UU. tiene sobre el terreno. El Centro cuenta con una división de “Gobernanza y Estado de derecho” cuyo propósito es “mejorar la rendición de cuentas, la transparencia y la capacidad de respuesta de las instituciones” promoviendo “marcos legales y regulatorios que mejoren el orden y la seguridad, la legitimidad, los controles y los saldos, y la aplicación y el cumplimiento igualitarios de la ley”.[7] La intervención de esta división se hace a través de expertos internos que forman a líderes y académicos que ayudan en sus programas de capacitación y “buenas prácticas” proporcionados a los gobiernos y la sociedad civil.

Existen, al menos, 12 programas a nivel regional, sumando la USAID, el Departamento de Estado, el Departamento de Justicia y el del Tesoro.

Los principales efectos de la asistencia jurídica que ofrece el Gobierno de EE. UU. y que deberían estar sujetos a discusión en la esfera de la opinión pública son:

·         La asistencia de EE. UU. implica, entre otras cuestiones, adoptar un modo de pensar y hacer las relaciones económicas, políticas, sociales y culturales fuertemente atravesadas por el activismo de las cortes (judicialización de la vida, en especial de la política); modelo que, tal vez, no sea el más adecuado o el deseado por y para otras sociedades. Cabe recordar que, de lejos, EE. UU. es el país con los mayores índices de litigiosidad del planeta, y que lo que puede ser apropiado o correcto en ese contexto social muy probablemente no lo sea en otras sociedades.[8]

·         Se genera una relación de dependencia, pues suele requerirse de cada vez mayor asistencia para que persistan las transformaciones implementadas. En caso de que exista un recorte o ausencia de la asistencia, es poco probable que se prosiga el proceso de institucionalización de determinadas pautas.

·         En general, la asistencia al aparato judicial implica la injerencia en asuntos soberanos de otros estados, que pueden tener incidencia en la vida cotidiana de los ciudadanos y que no suelen ser colocados en la esfera de la opinión pública para su discusión.

·         Los modelos y herramientas jurídicas que pueden funcionar relativamente bien en ciertos espacios, no necesariamente funcionan del mismo modo en otros espacios y sociedades.

·         De lo anterior se desprende otra crítica: la estandarización de los aparatos judiciales no siempre reditúa en un mejoramiento de la calidad de la Justicia en los diversos países.

·         La implementación de estos programas y proyectos suele carecer de métodos de fiscalización públicos y de métodos confiables o serios de evaluación en general. El caso del proceso encarado contra el expresidente Lula da Silva, en el cual se violaron las más elementales normas del “debido proceso”, tuvo como actores protagónicos a un juez y un fiscal que fueron asiduos concurrentes a los cursos de “buenas prácticas” organizados por el Gobierno de EE. UU. Esta debería ser una lección suficiente para comprender –y ponernos en guardia contra– las verdaderas intenciones de esas políticas de “combate a la corrupción” y de “transparencia de las instituciones republicanas” permanentemente ofrecidas por Washington.

 

[1] http://www.brasilwire.com/us-agents-in-brasil-were-active-in-lava-jato/

[2] https://www.tvn-2.com/mundo/eu/Piden-Departamento-Justicia-EEUU-Brasil_0_5378462175.html

[3] Una excepción es el caso de Bolivia, donde Constitución Política del Estado Plurinacional define que los principales jueces a nivel nacional serán elegidos por el voto popular. https://www.la-razon.com/la_gaceta_juridica/Consideraciones-eleccion-jueces-voto-popular_0_2006199443.html

[4]https://www.mcc.gov/about

[5]https://fas.org/sgp/crs/row/R45733.pdf

[6]https://www.usaid.gov/who-we-are/organization/bureaus/bureau-democracy-conflict-and-humanitarian-assistance/center

[7]https://www.usaid.gov/who-we-are/organization/bureaus/bureau-democracy-conflict-and-humanitarian-assistance/divisions

[8]http://www.law.harvard.edu/programs/olin_center/papers/pdf/Ramseyer_681.pdf

 

Fuente: https://www.celag.org/eeuu-y-la-asistencia-juridica-para-america-latina/

 

martes, 10 de enero de 2017

LAS COIMAS ODEBRECHT Y LA “JUSTICIA” MADE IN AMÉRICA




10/01/2017

 A fines de diciembre de 2016 adquiere visibilidad uno de los casos “más escandalosos” de corrupción en América Latina, que vincula a la empresa brasileña Odebrecht con diferentes gobiernos de la región. Se trata de una de las empresas de ingeniería y construcción más importantes de la región, que opera desde 1944 con sede en Brasil y que en las últimas décadas realizó grandes obras de infraestructura en el marco de licitaciones públicas ganadas en varios países. Las coimas de Odebrecht son uno de los indicios que surgen del caso abierto en Brasil contra Petrobrás denominado Operacion Lava-Jato, en el que se puso en evidencia el soborno por parte de empresas constructoras tanto a Petrobrás como a políticos de turno y que fue el punto de partida para el golpe de Estado “institucional” contra la presidenta Dilma Rousseff.

La investigación comenzó en el Estado de Curitiba, pero es el Departamento de Justicia de Estados Unidos el que en diciembre de 2016 estableció una multa de 3.5 mil millones de dólares a Odebrecht, por haber pagado 788 millones de dólares en coimas para lograr nuevos contratos y mantener contratos anteriores con el sector público de 10 países de la región además de Brasil[1]: Guatemala, México, Argentina, Venezuela, Panamá, Perú, Ecuador, República Dominicana y Colombia. Se trata de una de las multas más caras de la historia, y Estados Unidos se quedará aproximadamente con el 15 por ciento del monto total[2].

¿Qué es lo que conduce al Departamento de Justicia estadounidense a dedicarle tiempo y recursos a la lucha contra la corrupción en América Latina? ¿Cómo interviene Estados Unidos en el curso adquirido por el Lava-Jato, que ahora implica a varios gobiernos de América Latina a través de las coimas de Odebrecht? ¿Es Odebrecht la única empresa implicada en la red de corrupción que se devela?

Estados Unidos y el asesoramiento judicial: cómo se construye el caso y cómo se publica

El caso Odebrecht incumbe a la justicia estadounidense al enmarcarse en la enmienda de 1998 a la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero de 1977 (Foreign Corrupt Practices Act). Esa enmienda dispuso que pudieran investigarse y sancionarse empresas y personas extranjeras que causaran directamente o a través de otros agentes, actos de corrupción y pago de coimas en territorio estadounidense[3]. La empresa Odebrecht ha realizado obras de infraestructura en Florida, Luisiana y Texas[4]. Sin embargo, el modo en que se lleva a cabo la investigación y la manera en que se publicó en los medios despierta algunas dudas: se ha acusado a gobiernos sin dar a conocer las pruebas, a la vez que se exige “colaboración” con la justicia estadounidense para resolver el caso. Como si América Latina estuviera de hecho bajo jurisdicción estadounidense. Lo interesante es que gobiernos como el de Perú o el de Panamá inmediatamente aseguraron que colaborarían con todo lo que sea solicitado desde Estados Unidos.

Pero sin dudas el líder en colaboración es Brasil. Hace varios años que la justicia brasileña viene “trabajando en conjunto” con expertos estadounidenses. Un ejemplo de esto es que el principal juez de la causa Lava Jato es Sergio Moro, participó activamente en un curso de “formación” de personal de justicia en la lucha contra la corrupción auspiciado por Estados Unidos. Se denominó “Proyecto Puentes: construyendo puentes para la aplicación de la ley en Brasil” (2009) y consistió en asesoramiento y entrenamiento para la aplicación de leyes y habilidades prácticas contra el terrorismo[5]. A este curso asistieron jueces de los 26 estados brasileños además de 50 policías de todo el país, incluidos participantes de México, Costa Rica, Panamá, Argentina, Uruguay y Paraguay.

Según lo publicado en un documento secreto filtrado por Wikileaks, entre los objetivos del programa estaban “la investigación y penalización de casos de lavado de dinero, incluida la cooperación entre países, confiscación de bienes, métodos para extraer pruebas, negociación de delaciones…” y una de las conclusiones a las que se llegó es que “el sector judicial brasileño está muy interesado en luchar contra el terrorismo, pero necesita herramientas y entrenamiento para utilizar la fuerza eficazmente (…) los jueces especializados dirigirán los casos de corrupción más significativos que impliquen a individuos de jerarquía”[6]. Considerando esto, puede decirse que, por un lado, Sergio Moro fue uno de los mejores alumnos del Programa y cumplió al pie de la letra con los objetivos. Por otro lado, este tipo de “colaboraciones” entre el gobierno estadounidense y los poderes judiciales en América Latina tiende a propagar una forma y contenido de justicia particular, con una fuerte tendencia a la judicialización de la política. Esta tendencia se materializó en Lava Jato (y el juicio a Rousseff, quien padeció sospechas nunca confirmadas sobre su participación en la Operación y a quien se la destituyó por otra causa) y que ahora se reproduce a nivel regional con el caso Odebrecht, que tal como se presenta parecería implicar única o particularmente a los gobiernos progresistas.

Ecuador

Desde ese lugar se han comprendido las denuncias sobre Odebrecht en Ecuador, culpando directamente la gestión de Correa. La delación de Marcelo Odebrecht ante la justicia norteamericana reveló el pago de coimas para la contratación de obras en el Ecuador por 33 millones de dólares. El fiscal general de Ecuador, Galo Chiriboga, manifestó que la Justicia está actuando y ha solicitado de manera soberana que los Estados Unidos entregue toda la información sobre las personas que recibieron los sobornos. Por ahora, el único confeso culpable de corromper es el propio Odebrecht. Es importante recordar que el presidente Rafael Correa expulsó en el 2008 a la firma Odebrecht y le impuso un conjunto de exigencias para contratar en el Ecuador, tras lo cual sólo regresó en el 2010 firmando un acta de compromiso para ser contratista[7]. En la actualidad el único contrato vigente de la constructora brasileña es la segunda fase del metro de Quito, cuyo proceso de contratación fue realizado de forma pública, donde tuvo participación el Alcalde de dicha ciudad, opositor al gobierno de Alianza País[8].

Argentina

En Argentina, todos los focos se dirigieron inmediatamente hacia los gobiernos kirchneristas. Se explora menos el hecho de que con la obra pública se enriquecieron empresarios que hoy tienen asiento en sillones presidenciales. El clan Macri es conocido por estar vinculado a la línea empresaria que ligo contratos en dictadura y los siguió teniendo en democracia por su afianzado poder económico. Es rentable hacer negocios con el Estado. Uno de sus familiares y dueño de la empresa Iecsa, Ángelo Calcaterra, fue denunciado por recibir sobornos y ser uno de los principales socios de Odebrecht en la Argentina, empresa que en el gobierno macrista continúo con el negocio del soterramiento de la línea del tren Sarmiento con financiamiento del Banco de la Nación Argentina[9]. La prensa argentina se ha centrado en las informaciones sobre la adjudicación de contratos a Odebrecht durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernandez, sin someter a escrutinio el papel de los Macri desde hace décadas en la contratación de la obra pública. Se espera que en los (pocos) archivos desclasificados de los Estados Unidos en el 2016 y en los archivos del Bancro Central de la República Argentina desclasificados en 2015 por el entonces gerente Alejandro Vanoli se empiecen a conocer las piezas sobre el patrimonio de las empresas y la obra pública en los nefastos momentos de la dictadura Argentina[10].

Colombia

El tratamiento no es igual para casos como el de Colombia, que debería estar en el “top ten” de la corrupción. Y decimos esto porque las coimas de Odebrecht son pequeñas comparadas con los negociados de Uribe y empresas estadounidenses. En el mes de diciembre salió a la luz que altos funcionarios del gobierno de Alvaro Uribe (2002-2010) recibieron 6.5 millones de dólares a cambio de la concesión de millonarios contratos con la firma Odebrecht. La noticia se presenta como un escándalo mayúsculo, y sin embargo es de poco peso si lo comparamos con los casos de corrupción de las estadounidenses Glencore, CB&I y Foster Wheeler que según el gobierno de Santos desfalcaron por más de 1 mil millones de dólares a la estatal petrolera colombiana Ecopetrol en los contratos de modernización de la refinadora de petróleo de Cartagena-Reficar entre 2008 y 2014. Según la demanda interpuesta por el propio gobierno, se trataba de una obra de construcción presupuestada en 3.7 mil millones de dólares, por la cual el país terminó pagando cerca de 8 mil millones[11]. Sobre esto los amigos anticorrupción del norte nunca advirtieron y hoy no dicen nada, aunque estamos hablando del desfalco más grande del siglo en el país.

De la misma manera, Andrés Felipe Arias exministro de agricultura del gobierno de Uribe, prófugo de la justicia por desfalcar a la nación por más de 30 billones de pesos (10 mil millones de dólares) está como solicitante de asilo en Miami, sin que la justicia norteamericana se indigne por los hechos de corrupción y lo regrese al país a cumplir la pena de 20 años de prisión interpuesta por la Corte Suprema de Justicia. Parece claro que el gobierno estadounidense asila a algunos corruptos mientras denuncia a otros.

Los límites de la lucha anti-corrupción: los intereses de las otras empresas

En los hechos, la corrupción no es una problemática nueva para Latinoamérica y no es exclusiva del Estado o “la cosa pública”, sino que existe porque hay empresas como Odebrecht que se prestan para acciones ilegales. Se trata de una pesada herencia labrada por los partidos políticos en las democracias liberales como uno de los tantos medios para mantener su dominación, la utilización de los recursos públicos estatales a través de mecanismos ampliamente conocidos como el clientelismo o la recepción de coimas/propinas, especialmente provenientes en los rubros de contratación estatal. De modo que es poco verosímil comprender la corrupción como el acto de una empresa en vínculo con algunos gobiernos. Habría que estar atento más bien a la red de clientelismo y coimas que involucra también a otras transnacionales.

Un dato que ha pasado desapercibido es que si tenemos en cuenta las empresas que a nivel global tienen contratos billonarios con el sector público, Odebrecht se sitúa en el puesto número 13, por encima de las estadounidenses Betchel y Fluor. Desde este lugar, podría pensarse que la multa billonaria a Odebretch es una manera de quitarla del juego para permitir un mayor protagonismo a empresas estadounidenses.

Un ejemplo de este tipo de estrategia, son los datos que emergieron de Lava Jato, pero que no se tuvieron en cuenta, como las declaraciones que implicaban a varias empresas extranjeras involucradas en el Cártel de Petrobrás, como la sueca Skanska y la francesa Technip[12]. Esto no resultó un dato relevante, a pesar de que el número de transnacionales implicadas en el esquema de corrupción es fenomenal: Maersk, Jurong, Kawasaki, KeppelFels, Mitsubishi, Rolls-Royce, Samsung, SBM, Sembcorp Marine, Skanska, Techint, Toyo, Mitsui, Toshiba, Sargent Marine, Astra Oil, GB Marine, Trafigura, Glencore, OceanRig, Pirelli y Sevan[13]. A excepción de Odebrecht, el resto de las empresas pueden seguir postulándose para licitaciones de obras públicas, además de seguir operando con normalidad no solo en Brasil sino en los países latinoamericanos que están cortando el vínculo con la empresa brasileña. Así, el operativo anti-corrupción guiado por Estados Unidos es selectivo, en tanto focaliza en una sola empresa y puede pensarse que en este escenario de caída de Odebrecht se beneficien empresas estadounidenses y europeas.

El caso Odebrecht podría ser la oportunidad para abrir la caja de pandora y buscar estas conexiones entre los negocios transnacionales y las políticas neoliberales. Pero de eso no se ocupará el Departamento de Justicia estadounidense. La histórica e íntima relación entre los intereses del Estado y empresas en ese país no parece el contexto propicio para un proceso de justicia contra la red de empresas y empresarios implicados en corrupción que extiende sus tentáculos mucho más allá de Odebrecht. En efecto, y tal como ya ha sido notado, las sanciones a esa empresa pueden ser interpretadas como un “reordenamiento” para que la mayoría de los empresarios y millonarios involucrados sigan con su buena vida luego de haber pagado el tributo imperial[14].

Silvina Romano y Javier Calderón /
Investigadores CELAG
@silvinamceleste @javiercc21

Notas

















http://www.alainet.org/es/articulo/182759

viernes, 11 de noviembre de 2016

INFORME. LAS ESTRATEGIAS DESTITUYENTES DE LA OPOSICIÓN EN VENEZUELA

Ejemplo de investigación

INFORME. LAS ESTRATEGIAS DESTITUYENTES

DE LA OPOSICIÓN EN VENEZUELA


POR Javier Calderón, Silvina Romano y Gisela Brito / Investigadores Observatorio de Coyuntura CELAG /
Resumen Latinoamericano, 4 noviembre 2016.-

El calendario electoral de la República Bolivariana de Venezuela es el más activo de la región, con un promedio de año o año y medio entre cada llamado democrático para elegir en las urnas alcaldes, gobernadores, diputados o presidente. La Constitución de 1999 introdujo la figura del revocatorio de mandato a los funcionarios elegidos por voto popular. Se trata de una figura novedosa en la región utilizada por primera vez en 2004 para consultar a las mayorías si el presidente Hugo Chávez debía o no continuar en el cargo.

En 18 años de gobierno bolivariano se llevaron a cabo 18 elecciones. A pesar de esta innegable práctica democrática, el chavismo ha estado bajo permanente sospecha antidemocrática por parte del poder mediático hegemónico [1]. Además, en reacción a las continuas derrotas electorales, la oposición ha reaccionado organizando acciones desestabilizadoras como el intento de golpe cívico-militar en el 2002, el paro petrolero en 2002-2003 y las más recientes medidas de fuerza callejera en febrero de 2014.

La Mesa de Unidad Democrática (MUD) es el nombre que reúne a 18 partidos políticos [2] de la derecha venezolana entre los que destacan Un Nuevo Tiempo, Primero Justicia, Voluntad Popular, Acción Democrática y el COPEI, que tienen como principal objetivo candidaturas unitarias en los procesos electorales para contrarrestar el poder comunal y electoral del Partido Socialista Unido de Venezuela-PSUV. Lo fundamental es que estos partidos también gobiernan en diferentes niveles, con gobernadores y alcaldes electos y conforman el bloque mayoritario en la Asamblea Nacional, realidad que impide desde cualquier perspectiva racional hablar de dictadura.

El referendo revocatorio

A comienzos del 2016, la oposición empezó el proceso revocatorio del presidente Nicolás Maduro, tramitado por el Consejo Nacional Electoral – CNE, órgano rector de los procesos electorales, que establece las condiciones de tiempo y forma que deben cumplirse para realizar el referendo.  El proceso,  durante el 2004, demoró cerca de un año y cuatro meses para ser legalizado, puesto que no es un trámite notarial, sino un proceso electoral que pretende la participación ciudadana y pone en juego derechos adquiridos de los elegidos y los electores. En el referendo propuesto por la MUD este año, los procedimientos que deben seguirse son los mismos que en el anterior:

1.                 Recolección y posterior validación de firmas del 1% del padrón electoral en cada Estado,
2.                 Recolección y posterior validación de firmas y huellas del 20% de los electores de cada Estado que desean revocar el mandato del presidente de la República
3.                 Convocatoria y realización del referéndum según los plazos legales.

El CNE explicó el 26 de abril -cuando emitió los formularios para recolección de firmas que daría inicio al proceso- que el tiempo constitucional para el aval de las firmas era de 170 días hábiles, lo cual indicaría que en el mejor de los casos el referendo se realizaría a finales de Enero de 2017, eso sin contar los días corridos por el análisis de quejas, reclamos o denuncias ciudadanas sobre el proceso.

El último 20 de octubre, los Tribunales Penales de los Estados de Carabobo, Aragua, Bolívar, Monagas y Apure sentenciaron la anulación de la primera etapa del proceso de recolección de firmas del referendo, por encontrar razón a las demandas interpuestas por ciudadanos quienes demostraron falsedad en la identidad de los firmantes, suplantación de identidad y utilización de identidades de personas fallecidas. Estas decisiones judiciales obligaron al CNE a posponer la segunda fase del referendo revocatorio.

Se trata de hechos judiciales emanados de un poder público que tiene procedimientos y leyes establecidas, a las cuales acuden los ciudadanos para tutelar sus derechos constitucionales. Estos Tribunales deben velar por la protección de los derechos de todos los ciudadanos, tanto los de derecha como los que apoyan al actual gobierno.

De realizarse, el referendo revocatorio tendría lugar en el 2017. Esto siempre bajo la condición de que la oposición logre conseguir las firmas necesarias sin acudir a las irregularidades detectadas por la justicia de los cinco estados mencionados. En tal caso, las elecciones se realizarán 20 días después de la certificación del 20% del padrón electoral. Este es el meollo de la cuestión, pues la derecha encuentra insostenible esta situación, ya que, de acuerdo a las normas constitucionales, de darse un referendo revocatorio pasados los tres años de gobierno y de resultar consumado el mandato revocatorio, el vicepresidente asumirá el cargo de presidente para finalizar el mandato. Esto quiere decir que aún con un resultado adverso para el oficialismo en el referéndum, el mandato del PSUV continuaría hasta el 2019.

Las divisiones en la oposición, ¿gobernar o desestabilizar?

La MUD surgió en el 2006 como un conglomerado de fuerzas cuyo único punto de acuerdo era –y es– la alianza electoral con la intención de poner fin al gobierno de la Revolución Bolivariana. La pretendida “unidad” de la oposición venezolana es desde entonces solo un eufemismo: en la alianza opositora coexisten tendencias irreconciliables que se manifiestan en estrategias políticas divergentes, las cuales van atravesando ciclos de tensión variable.

Actualmente, a cada comunicado de la MUD publicado supuestamente en representación de todas las fuerzas que la integran, le siguen un gran número de denuncias desde distintos sectores opositores que acusan a la dirigencia de la Mesa de tomar decisiones inconsultas. A lo anterior hay que sumar la disputa por el liderazgo. Hasta la actualidad, la MUD no cuenta con un liderazgo claro y unificado, ni tampoco con un perfil potencialmente candidato en el hipotético escenario de unas elecciones anticipadas. Así lo señala un reconocido opositor que dirige una empresa de investigación social: “La oposición tiene fuertes divisiones internas alrededor de cómo enfrentar al gobierno para provocar su salida y quién se quedaría después (…) Las batallas entre los líderes opositores por capitalizar el liderazgo no son secundarias, son un problema real” [3].

Durante todo el año 2016 la oposición trabajó en tres frentes, en los que también se observan estas diferencias internas:

1.                 La Asamblea Nacional

El rol de la AN durante el 2016 no fue proponer un proyecto alternativo de gobierno, sino que se redujo a la utilización de los resortes institucionales para forzar una salida anticipada del gobierno de Nicolás Maduro. En la misma sesión de instalación de la nueva Asamblea, Henry Ramos Allup estableció un plazo de seis meses para terminar con el gobierno.

En el proceso eleccionario para la Asamblea Nacional, la oposición advirtió a nivel nacional e internacional sobre las acciones fraudulentas que llevaría a cabo el partido en el gobierno para mantener mayoría en el Parlamento [4]. Esto no sucedió.

Primera acción: denunciar al Poder Ejecutivo (23 diciembre 2015). Luego de ser conocidos los resultados, que dieron mayoría a la oposición en la Asamblea Nacional, la oposición comenzó advertir sobre “golpe judicial” contra el Parlamento.

Primer proyecto vetado: la ley de emergencia promulgada por el Poder Ejecutivo [5]. En ese momento quedó claro que la oposición apostaría por la desestabilización, en lugar de apoyar los caminos para una salida conjunta de la crisis.

Primer proyecto aprobado: Amnistía a presos políticos (30 marzo 2016). Esta amnistía abarcaba desde enero de 1999 hasta el 2016, incluyendo a personas “…injustamente presas o perseguidas por motivos políticos, de su responsabilidad civil, penal, administrativa, disciplinaria o tributaria” (art. 2). Esto implica todo tipo de delito (por ejemplo el uso de menores para delinquir o el porte ilegal de armas de fuego) y abre el cuestionamiento de cómo se garantizaría que los que apelen a la amnistía sean los –supuestos– presos políticos y no lisos y llanos estafadores,  delincuentes o gente que se haya enriquecido de manera ilícita [6] [7].

“Juicio político”: La MUD convocó el pasado domingo 23 de octubre a la Asamblea Nacional para iniciar un “juicio político” en contra del presidente Maduro, como forma de sustituir el referendo revocatorio. Se trata de un procedimiento que evoca los aplicados en Honduras, Paraguay y Brasil, pero que no existe jurídicamente en la legislación venezolana. En esa sesión, la oposición suscribió una declaración titulada “Acuerdo para la restitución del orden constitucional en Venezuela” [8] en la que se afirma que el país vive una “ruptura del orden constitucional y la existencia de un golpe de estado cometido por el régimen de Nicolás Maduro”. En el texto, se desconocen abiertamente las instituciones y los poderes públicos de Venezuela, especialmente al Tribunal Supremo de Justicia y al Consejo Nacional Electoral y se hace un llamado explícito a la desobediencia de las FFAA.

Para el 1 de noviembre se convocó a una comparecencia del presidente Maduro en la AN. Durante la sesión se definió a pedido del representante de Primero Justicia, Julio Borges, diferir la convocatoria a la espera de los resultados de las mesas de diálogo instaladas a partir del 30 de octubre con participación del Vaticano y Unasur, y convocar una nueva sesión para el 8 de noviembre. Se busca declarar la “responsabilidad política” del mandatario en la situación económica, lo cual no tendría ningún efecto jurídico, sino que se trata de una declaración política. En paralelo se estudia la aplicación de la figura de “abandono del cargo” contemplada en el artículo 233 de la carta magna como uno de los casos de “falta absoluta” del presidente (entre los que también están incluidos el fallecimiento o la renuncia). Esta figura no procede en términos jurídicos y sería, de ser aprobada, declarada inconstitucional, por lo cual también tendría un efecto más político que legal. Ambas iniciativas están destinadas a aumentar la presión mediática de la “comunidad internacional”.

El TSJ ha declarado inconstitucional seis de los diez proyectos de ley que ha aprobado la Asamblea desde su formación en enero. Desde septiembre la AN se encuentra “en desacato” por no cumplir una sentencia de la Sala Electoral del TSJ referida la juramentación irregular de tres diputados cuya elección está bajo investigación. Es decir sus actos son considerados inconstitucionales y carentes de fuerza jurídica según la sentencia 808 de la Sala Constitucional del TSJ [9].

2.                 La protesta en las calles

Primera movilización: en abril Capriles lideró la convocatoria a un referéndum revocatorio del presidente Maduro y adicionalmente la MUD pedía la “renuncia voluntaria” del presidente [10]. Desde el gobierno se exigió que se cumplan los tiempos y formas estipuladas en la constitución para el referéndum (como enunciamos más arriba).

El 1 de septiembre se llevó a cabo la “Toma de Caracas”, primera manifestación multitudinaria de la oposición.

Ante el pronunciamiento del CNE por las inconsistencias en la reunión de firmas para el revocatorio, varios líderes de la oposición, entre ellos Capriles y Machado, llamaron a “Tomar Venezuela” el 26 de octubre. La marcha se desarrolló sin inconvenientes, “lamentablemente” para la oposición, que auguraba represión e inconsistencias por parte del gobierno.

3.                 Convocatoria a la comunidad internacional

OEA: En mayo-junio, debido a la presión de la oposición, el Secretario General de la OEA pide aplicar la Carta Democrática a Venezuela. A pesar de que el presidente de la Asamblea Nacional, Ramos Allup, consideró que estaba activada desde el momento en que Almagro declaró su deseo de aplicarla [11], en la votación la aplicación fue denegada.

El secretario General de la OEA prosigue su tarea de desestabilizar al gobierno venezolano. El 28 de octubre se reunió con el ex presidente de Bolivia José “Tuto” Quiroga quien le entregó un documento elaborado por la Iniciativa Democrática de España y las Américas (IDEA) en el que se expresa la “preocupación por la situación de Venezuela” y pide acciones.

Mercosur: desde el 13 de septiembre de 2016, los gobiernos de Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay han dado a Venezuela un “ultimátum” hasta el 1 de diciembre para cumplir con los pactos del Mercosur y se han negado a reconocer que la presidencia del bloque es ejercida legalmente por el país caribeño. Está pendiente ver cómo procederán para demostrar que hay una “ruptura del orden institucional” en Venezuela que justifique una suspensión del bloque, lo que no han podido probar hasta ahora.

Presión mediática: Desde el primer gobierno de Hugo Chávez, medios locales, latinoamericanos, estadounidenses y europeos se han ocupado de reproducir una imagen negativa sobre Venezuela. Para ello recurren a notas de opinión escritas incluso por miembros de la oposición venezolana; notas editoriales; entrevistas a “expertos”, “informes” de investigación; noticias varias que suelen carecer de fuentes razonables o suficientes, e incluso información falsa [12]. Generalmente se repiten argumentos sobre: crisis económica, crisis de gobernabilidad, indicadores de violencia, corrupción, incapacidad de los gobernantes, etc. Algunos de los principales medios son: El Nacional, El Universal, Diario de las Américas, Clarín, The New York Times, The Washington Post, El País, El Mundo, ABC, entre otros [13]. Esto se refuerza con publicaciones de tanques pensantes y revistas de relaciones internacionales y de negocios, como Foreign Affairs, The Economist, Forbes cuyos discursos son legitimados por la voz de los “expertos”.

El Diálogo y la oposición venezolana

Las tensiones internas de la MUD volvieron a quedar en evidencia ante la convocatoria al Diálogo del gobierno nacional, el cual cuenta con participación de la comisión mediadora auspiciada por UNASUR y con oficio del Vaticano. El secretario ejecutivo de la MUD (José Chúo Torrealba) acudió a la primera reunión, mientras Voluntad Popular se abstuvo y emitió un comunicado al respecto[14]. Incluso trascendió que Leopoldo López (líder de VP) afirmó que “no hay condiciones para dialogar” [15]. Una posición similar mantienen María Corina Machado (VV), Antonio Ledezma (ABP) y al menos otras 12 organizaciones minoritarias.

En cuanto a los avances del diálogo gobierno-oposición, se acordó organizar el trabajo en las siguientes mesas temáticas: 1. Paz, Respeto al Estado de Derecho y a la Soberanía Nacional, coordinada por José Luis Rodríguez Zapatero; 2. Verdad, Justicia, Derechos Humanos, Reparación de Víctimas y Reconciliación, coordinada por el representante del Vaticano; 3. Económico-Social, coordinada por Leonel Fernández; 4. Generación de Confianza y Cronograma Electoral, coordinada por Martín Torrijos. Además se estableció una nueva fecha de reunión para el 11 de noviembre. En paralelo se produjeron reuniones por separado de la oposición y del ejecutivo con el subsecretario para Asuntos Políticos del Departamento de Estado estadounidense, Thomas Shannon.

Como muestra de la “voluntad de diálogo”, la MUD decidió suspender la marcha que tenía convocada con una clara intención destituyente hacia el palacio de Miraflores para el jueves 3 de noviembre. Varios partidos y dirigentes de la Mesa manifestaron su desacuerdo, entre ellos VP, aunque acataron la decisión estableciendo un nuevo “plazo” para marchar a Miraflores -el próximo 12 de noviembre- condicionado a los resultados de las mesas de diálogo, de las que tampoco participan. Henrique Capriles (PJ), quien parece en las últimas semanas estar más cercano a estos sectores en cuanto a su estrategia política, fue uno de los convocantes más activos la marcha del 3 de noviembre, aunque finalmente su partido apoyó su suspensión.

Para que exista una disputa política tiene que haber un reconocimiento del adversario en tanto tal. En el contexto actual, un sector de la oposición venezolana aglutinada dentro de la MUD sustenta su estrategia política en el supuesto de que en el país gobierna una “dictadura” o un “régimen”, aun cuando se trata de un gobierno elegido legítimamente bajo los mismos mecanismos institucionales que le permiten a la misma oposición ejercer gobierno en municipios, estados y obtener una representación mayoritaria en la AN. De esta manera, no reconoce al chavismo como un adversario político sino que lo asume como un enemigo a aniquilar. Al hacerlo no solo pretende impugnar de raíz el proceso de transformación profunda que vivió la sociedad venezolana en los últimos 18 años sino que además abandona todo cauce genuinamente democrático. De ser un actor político pasa a erigirse como un sector obstinado en el derrocamiento de un gobierno cuyas estrategias oscilan entre el desconocimiento de las reglas de juego institucionales y la acción violenta antisistema en las calles.

[12]Un ejemplo paradigmático es el video del 11 de abril de 2002 (filmado en ocasión del golpe de Estado) utilizado para difundir la versión de que el gobierno bolivariano había ordenado reprimir una marcha opositora. El autor del video fue galardonado con el “Premio Internacional de Periodismo Rey de España”. Posteriormente, el propio “periodista” que lo filmó reconoció que había sido manipulado. https://www.rebelion.org/hemeroteca/venezuela/030730video.htm
[13]Un análisis documentado del tratamiento que la prensa hegemónica da a Venezuela puede consultarse en el libro “Antiperiodistas. Confesiones de las agresiones mediáticas contra Venezuela” de Fernando Casado (FOCA, 2015). http://www.akal.com/libros/Antiperiodistas/9788496797871

de: Resumenrebel <resumenrebel@gmail.com> a través de listas.nodo50.org
responder a: resumen@nodo50.org
para: Resumen Latinoamericano <resumen@nodo50.org>
fecha: 4 de noviembre de 2016, 20:53
asunto: [Diariodeurgencia] BRASIL / ARGENTINA / COLOMBIA / CHILE / CUBA / VENEZUELA / EL SALVADOR / NICARAGUA / URUGUAY  (…)/
lista de distribución: Boletín de Resumen Latinoamericano <diariodeurgencia.listas.nodo50.org> Filtrar los mensajes de esta lista de distribución
enviado por: listas.nodo50.org
cifrado: nodo50.org no cifró este mensaje Más información


COLECTIVO PERÚ INTEGRAL
11 de noviembre 2016