John Bellamy Foster
29 enero
2021
En “El papel del
trabajo en el proceso de transformación del mono en hombre” de la Dialéctica
de la naturaleza, Friedrich Engels afirma: “Cada cosa repercute en la
otra, y a la inversa” (Engels, 1961: 149). Hoy, a 200 años de su nacimiento,
podemos considerar a Engels como uno de los fundadores del pensamiento
ecológico moderno. Si bien la teoría de la brecha metabólica de Marx tiene un
lugar central en la corriente materialista histórica de la ecología, no es
menos cierto que las contribuciones de Engels a nuestra comprensión del
problema ecológico general son indispensables. Estas se basaron en sus propias
investigaciones sobre el metabolismo universal de la naturaleza y contribuyeron
a reforzar y ampliar el análisis de Marx. Como señala Paul Blackledge en un
estudio reciente sobre el pensamiento de Engels: “La concepción de Engels de la
dialéctica de la naturaleza abre un espacio desde el que se pueden entender las
crisis ecológicas como derivadas del carácter alienado de las relaciones
sociales capitalistas” (Blackledge, 2019: 16). Dada la gran aplicabilidad de su
comprensión de la dialéctica de la naturaleza y la sociedad, la obra de Engels
puede ayudarnos a entender los desafíos cruciales a los que se enfrenta la
humanidad en la era del Antropoceno y de la actual crisis ecológica planetaria.
Una
carrera hacia la catástrofe
Podemos hacernos
una idea de la relevancia actual de la crítica ecológica de Engels partiendo
del famoso comentario de Walter Benjamin de 1940, citado a menudo por los
ecosocialistas, en los “Paralipomena” (o notas al margen) de sus Tesis
sobre filosofía de la historia. Dice Benjamin: “Marx decía que las
revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero quizás sea al
contrario. Quizás las revoluciones sean un intento de los pasajeros a bordo del
tren (es decir, de la raza humana) para tirar del freno de emergencia”
(Benjamin, 2006: 402). En la conocida interpretación de Michael Löwy de la
sentencia de Benjamin: “La imagen sugiere implícitamente que si la humanidad
permitiera al tren seguir su camino (trazado de antemano por la estructura de
acero de las vías) y si nada detuviera su impulso hacia delante, nos
dirigiríamos directos al desastre, fuera una colisión o a una caída al abismo”
(Löwy, 2005: 66-67).
La dramática
imagen de Benjamin de una locomotora sin control y, con ello, de la necesidad
de concebir la revolución como un tirón al freno de emergencia, recuerda a un
pasaje similar del Anti-Dühring de Engels, escrito a finales de los
años 1870; una obra que Benjamin, como todos los socialistas de su época,
conocía bien. Ahí, Engels señalaba que la clase capitalista era “una clase bajo
cuya dirección la sociedad corre hacia el desastre como una locomotora cuya
válvula de seguridad está atrancada y el conductor no logra abrir”. Era
precisamente la incapacidad del capital para controlar “las fuerzas
productivas, que han crecido más allá de su control”, así como los efectos
destructivos sobre el entorno natural y social, lo que estaba “conduciendo al
conjunto de la sociedad burguesa hacia el desastre, o a la revolución”. Por
ello, “si el conjunto de la sociedad moderna no ha de perecer”, Engels defendía
que “debe llevar a cabo una revolución en el modo de producción y distribución”
(Engels, 1961; Engels, 2003; Marx y Engels, 1971).
La metáfora
original de Engels es un poco distinta de la posterior de Benjamin, ya que
habla de abrir la válvula de seguridad para impedir una explosión de la
caldera, lo que era un motivo habitual de accidentes ferroviarios en la segunda
mitad del siglo XIX2/. Si entendemos que el sistema está
“corriendo hacia la catástrofe”, la revolución no buscaría simplemente frenar
el impulso hacia delante, sino tomar las riendas de las fuerzas de producción,
que están descontroladas. En efecto, el planteamiento ecológico y económico de
Engels no se basa en la idea de que hay demasiada producción en relación a la
capacidad de la Tierra en su conjunto, una perspectiva que apenas existía en la
época. Más bien, su principal preocupación ecológica era por la destrucción
absurda que generaba el capitalismo en los entornos locales y regionales, más
aún si se daba cada vez más a escala global. Las consecuencias más visibles
eran la contaminación industrial, la deforestación, la degradación del suelo y
el deterioro general de las condiciones medioambientales (incluyendo las
epidemias recurrentes) de la clase trabajadora. Engels también se fijó en la
devastación de entornos enteros (y su clima), como la destrucción ecológica, principalmente
por desertificación, que tuvo un papel preponderante en la caída de
civilizaciones antiguas, y el daño medioambiental impuesto por el colonialismo
en las culturas y modos de producción tradicionales (Engels, 1961: 149; Foster,
2011: 5-7; Marx y Engels, 1999: 512-15). Al igual que Marx, Engels estaba
horrorizado por los “holocaustos victorianos” del colonialismo británico, tales
como las hambrunas producidas por la destrucción de la infraestructura
ecológica e hidrológica en India, y la expropiación y exterminio devastadores
infligidos a la ecología y el pueblo irlandés (Davis, 2017; Engels, 2003: 173;
Marx y Engels, 1971, 2019: 670-74, 731). Es cierto que también podemos
encontrar en estas páginas, en las que se plantea la cuestión de “revolución o
ruina”, el pasaje más productivista (y en este sentido, presuntamente prometeico)
de toda la obra de Marx y Engels3/. Así, Engels declaraba en
el Anti-Dühring que la llegada del socialismo haría posible “el
desarrollo constantemente acelerado de las fuerzas productivas, y (…) un
crecimiento prácticamente ilimitado de la producción”4/. Sin
embargo, en el contexto en que escribía Engels, esto no supone ninguna
contradicción. La idea de que una sociedad futura liberada de la irracionalidad
de la producción capitalista permitiría lo que para los estándares del siglo
XIX se entendía como un desarrollo prácticamente ilimitado de la producción,
era algo ampliamente aceptado entre los pensadores radicales de la época. Se
trataba del reflejo natural del bajo nivel de desarrollo material que había en
la mayor parte del mundo en la época de la Revolución Industrial, en
comparación con la escala aún inabarcable de la propia Tierra. La producción
manufacturera mundial aumentaría “en torno a 1.730 veces” en los 150 años entre
1820, cuando nació Engels en plena revolución industrial, y 1970, cuando nace
el movimiento ecologista moderno con el primer Día de la Tierra (Rostow, 1978:
47-48, 659-62) Además, en el análisis de Engels (igual que en el de Marx), la
producción nunca se considera como un fin en sí mismo, sino más bien como un
medio para la creación de una sociedad más libre e igualitaria, dirigida al
proceso de un desarrollo humano sostenible5/.
Dos siglos después
de su nacimiento, la profundidad de la comprensión de Engels de la destrucción
sistemática del entorno social y material por parte del capitalismo, así como
su desarrollo de una perspectiva dialéctica naturalista, le hace, junto con la
obra de Marx, un punto de partida necesario para la crítica ecosocialista
revolucionaria actual. Como señalaba la antropóloga marxista Eleanor Leacock,
Engels, en la Dialéctica de la naturaleza, trató de elaborar una base
conceptual que permitiera entender “la interdependencia completa de las
relaciones sociales humanas y las relaciones humanas con la naturaleza”
(Leacock, 1972: 245).
La
venganza de la naturaleza
Los problemas
ecológicos son resultado de la interrelación entre sistema y escala. En el
análisis de Engels se pone el énfasis principalmente en el sistema. En su gran trabajo
La situación de la clase obrera en Inglaterra, escrito siendo aún un
joven veinteañero, se fijó en las condiciones ambientales y epidemiológicas de
la revolución industrial en las grandes ciudades manufactureras, en particular
Manchester. Subrayó las espantosas condiciones ecológicas impuestas sobre los
trabajadores por el nuevo sistema fabril: contaminación, toxicidad, deterioro
físico, epidemias periódicas, malnutrición y alta mortalidad de la clase
trabajadora, fenómenos asociados todos ellos con una explotación económica
extrema. La situación de la clase obrera en Inglaterra es original en
su poderosa condena del “asesinato social” infligido a la población por el
capitalismo en la época de la revolución industrial (Angus, 2018; Engels, 2019;
Foster, 2020: 182-195). Marx, para quien el libro de Engels era el punto de
partida de sus propios estudios epidemiológicos en El Capital,
señalaría sobre esta base a las “epidemias periódicas” y la destrucción del
suelo como pruebas de la brecha metabólica del capitalismo. En Alemania, la
manera en que Engels aborda la etiología de la enfermedad en La situación
de la clase obrera en Inglaterra tuvo una influencia más allá de los
círculos socialistas. Rudolf Virchow, el médico y patólogo alemán, famoso por
su obra Patología celular, se refirió favorablemente al libro de
Engels en su propia obra pionera de epidemiología social (Waitzkin, 2000:
71-72).
Esta comprensión
de las condiciones materiales de la sociedad de clases capitalista en tanto que
medioambientales, además de económicas, es evidente en toda la obra de Engels.
Además, al tratar siempre de unificar las perspectivas materialistas y
dialécticas de la naturaleza y la sociedad, Engels siempre llegaría a la idea
de que la “naturaleza”, de la cual los seres humanos son una parte emergente,
constituía la “piedra de toque de la dialéctica”: una afirmación que se
entiende mejor hoy en día diciendo que la ecología es la prueba de la
dialéctica (Engels, 2003: 9; Foster, 2020: 254).
En la perspectiva
evolutiva-ecológica desarrollada por Engels, visible en sus trabajos de madurez
como la Dialéctica de la naturaleza y el Anti-Dühring, lo que
distingue a los seres humanos de los animales no humanos es el papel del
trabajo en la transformación y el dominio del entorno, permitiendo al “hombre”
convertirse en el “verdadero y consciente señor de la naturaleza, porque ahora
[en la sociedad futura] se convierte en artífice de su propia organización
social” (Engels, 2003: 280). A pesar de ello, bajo la tendencia a un mayor dominio
de la naturaleza en algunos aspectos, perceptible en el capitalismo, se esconde
una tendencia sistemática a generalizar las crisis ecológicas, ya que todos los
intentos de conquistar la naturaleza desafiando los límites naturales solo
podrían llevar, en definitiva, a catástrofes ecológicas. Esto se pudo ver
claramente ya en el siglo XIX en la devastación ecológica producida por el
colonialismo. Y así se lamentaba:
“Cuando en Cuba
los plantadores españoles quemaban los bosques en las laderas de las montañas
para obtener con la ceniza un abono que solo les alcanzaba para fertilizar una
generación de cafetos de alto rendimiento, ¡poco les importaba que las lluvias
torrenciales de los trópicos barriesen la capa vegetal del suelo, privada de la
protección de los árboles, y no dejasen tras sí más que rocas desnudas! Con el
actual modo de producción, y por lo que respecta tanto a las consecuencias
naturales como a las consecuencias sociales de los actos realizados por los
hombres, lo que interesa preferentemente son solo los primeros resultados, los
más palpables. Y luego hasta se manifiesta extrañeza de que las consecuencias
remotas de las acciones que perseguían esos fines resulten ser muy distintas y,
en la mayoría de los casos, hasta diametralmente opuestas” (Engels, 1961: 32).
Para Engels, el
punto de partida para una comprensión racional del medio ambiente debía
hallarse en la famosa máxima de Francis Bacon según la cual “solo se dominará a
la naturaleza obedeciéndola”, esto es, descubriendo y conformándose a sus
reglas (Bacon et al., 1994: 29, 43). Sin embargo, desde el punto de
vista de Marx y Engels, el principio baconiano, en la medida en que se aplicaba
en la sociedad burguesa, se usaba como una “astucia” para conquistar la
naturaleza y someterla a las leyes de acumulación y competencia del capital
(Engels, 1961: 152; Marx, 1993: 409-410). La ciencia se había convertido en un
mero apéndice de la producción de beneficios, que consideraba los límites de la
naturaleza solo en tanto que obstáculos a superar. En su lugar, la aplicación
racional de la ciencia a la sociedad en su conjunto solo sería posible en un
sistema donde los productores asociados regularan la relación metabólica con la
naturaleza sobre una base no alienada, conforme con las auténticas necesidades
y potenciales humanos y las exigencias de la reproducción a largo plazo. Esto
apuntaba a la contradicción entre, por una parte, la propia dialéctica de la
ciencia, que cada vez más reconocía nuestra “unidad con la naturaleza” y la
correspondiente necesidad de control social y, por otra parte, el impulso ciego
del capitalismo hacia una acumulación ad infinitum, con su
incontrolabilidad innata y su despreocupación por las consecuencias
medioambientales (Engels, 1961: 152).
Fue esta profunda
perspectiva crítica-materialista lo que llevó a Engels a enfatizar el
sinsentido del tópico de la conquista de la naturaleza, como si la
naturaleza fuera un territorio extranjero que pudiera ser sometido a voluntad,
y como si la humanidad no se encontrara ya en medio del metabolismo terrestre.
Tal intento de conquistar la Tierra solo podría llevar a lo que metafóricamente
llamaba la “venganza” de la naturaleza, en el momento en que se cruzaran
ciertos umbrales (o puntos de inflexión):
“No nos dejemos
llevar del entusiasmo ante nuestras victorias sobre la naturaleza. Después de
cada una de estas victorias, la naturaleza toma su venganza. Bien es verdad que
las primeras consecuencias de estas victorias son las previstas por nosotros,
pero en segundo y en tercer lugar aparecen unas consecuencias muy distintas,
totalmente imprevistas y que, a menudo, anulan las primeras. Los hombres que en
Mesopotamia, Grecia, Asia Menor y otras regiones talaban los bosques para
obtener tierra de labor, ni siquiera podían imaginarse que, al eliminar con los
bosques los centros de acumulación y reserva de humedad, estaban sentando las
bases de la actual aridez de esas tierras. Los italianos de los Alpes, que
talaron en las laderas meridionales los bosques de pinos, conservados con tanto
celo en las laderas septentrionales, no tenían idea de que con ello destruían
las raíces de la industria lechera en su región, y mucho menos podían prever
que, al proceder así, dejaban la mayor parte del año sin agua sus fuentes de
montaña, con lo que les permitían, al llegar el período de las lluvias, vomitar
con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie. Los que difundieron el
cultivo de la patata en Europa no sabían que con este tubérculo farináceo
difundían a la vez la escrofulosis. Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan
que nuestro dominio sobre la naturaleza no se parece en nada al dominio de un
conquistador sobre el pueblo conquistado, que no es el dominio de alguien
situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra carne, nuestra
sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos encontramos en su
seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a diferencia de los
demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de aplicarlas adecuadamente”
(Engels, 1961: 151).
Mediante una
acción consciente conforme a la racionalidad científica, los seres humanos son
capaces de elevarse en buena medida sobre “la influencia de efectos imprevistos
y fuerzas incontroladas”, percibiendo “las consecuencias más remotas de nuestra
interferencia con el curso tradicional de la naturaleza”. Aun así, con respecto
a “los pueblos más desarrollados de nuestra época”, se podía observar “una
desproporción colosal entre los objetivos declarados y los objetivos
alcanzados”, de modo que “prevalecen los efectos imprevistos, y las fuerzas
incontroladas son más poderosas que aquellas que se han iniciado conforme a un
plan”. Las economías mercantiles de clases “solo excepcionalmente habían
logrado el objetivo deseado”, más a menudo dando lugar a “precisamente lo
contrario”. Por ello, un enfoque racional, científico y sostenible de la
relación humana entre naturaleza y sociedad era imposible bajo el capitalismo
(Engels, 1961: 16, 151).
Es significativo
que este mismo punto de vista general sobre capitalismo y ecología defendido
por Engels sería replicado unas décadas más tarde por Ray Lankester, quien fue
protegido de Charles Darwin y Thomas Huxley, amigo cercano de Marx (y conocido
de Engels) y principal biólogo británico de la generación posterior a Darwin.
Lankester era un socialista de tipo fabiano, que había leído y asimilado El
Capital de Marx. En su libro de 1911, El reino del hombre (que
recogía su conferencia Romanes de 1905 en Oxford, “El hijo insurgente de la
naturaleza”, su discurso presidencial de 1906 ante la Sociedad Británica para
el Avance de la Ciencia, y su artículo “Venganzas de la naturaleza”, centrado
en la enfermedad del sueño en África), Lankester insistía en que el dominio
creciente del ser humano sobre la Tierra estaba dando lugar, de manera
contradictoria, a un potencial creciente de desastres ecológicos a escala
planetaria. Así, en su capítulo sobre las “venganzas de la naturaleza”, se
refería a la humanidad como a la “perturbadora de la naturaleza”, y con ello la
creadora de enfermedades epidémicas periódicas que amenazaban a la humanidad
junto con otras especies. “Parece un punto de vista legítimo”, escribía
Lankester, “que toda enfermedad a la que están expuestos los animales
[incluyendo el animal humano] (y posiblemente también las plantas), quitando
casos muy pasajeros y excepcionales, se debe a la interferencia del hombre”
(Foster, 2020: 61-64; Lankester, 2019: 1-4, 26, 31-33). Además, esto podía
explicarse por un sistema dominado por los “mercados” y por “financieros cosmopolitas”
que socavaban cualquier intento racional científico para reconciliar la
producción humana con la naturaleza (Lankester, 2019: 31; Lester, 1995:
163-164). Más tarde, Lankester desarrollaría este argumento de manera
sistemática en “El borrado de la naturaleza por parte del hombre” (Lankester,
2018: 365-369).
Como los Marx y
Engels tardíos, Lankester pensaba que el reinado del hombre
constantemente conducía a la humanidad al borde del precipicio ecológico, lo
que podría llevar, si las condiciones naturales eran pisoteadas por la
acumulación capitalista depredadora, a un declive catastrófico del hombre y su
entorno natural. Si no quería destruir las bases mismas de su existencia, a la
humanidad no le quedaba más opción que controlar su producción, superando los
estrechos límites de la acumulación de capital y siguiendo los dictados de una
ciencia racional orientada a un desarrollo coevolucionario.
La
dialéctica de la naturaleza y la historia
Los planteamientos
ecológicos de Engels son inseparables de sus investigaciones sobre la
dialéctica de la naturaleza, de las que surgieron. Sin embargo, el primer
principio de lo que acabaría conociéndose como la tradición filosófica del
marxismo occidental es que la dialéctica no puede aplicarse a la naturaleza
externa, esto es, que no existe eso a lo que Engels llama una “dialéctica
objetiva” más allá del campo de acción del sujeto humano6/.
Las relaciones dialécticas, e incluso el objeto del pensamiento dialéctico,
estarían confinados así a la esfera humana-histórica, la única en que se podría
considerar que había una identidad entre sujeto y objeto, dado que la realidad
no reflexiva (transfactual), fuera de la conciencia y acción humana, queda
excluida del análisis7/. Pero con el rechazo completo de la
dialéctica de la naturaleza en la tradición del marxismo occidental, salvo por
un número relativamente pequeño de científicos de izquierdas y materialistas
dialécticos, quedaron olvidadas la extraordinaria potencia de las
investigaciones de Engels y la enorme influencia que tuvieron en el pensamiento
evolutivo y ecológico, en las ciencias naturales y en el marxismo. Incapaz de
ver la relación de la dialéctica con la naturaleza material, la tradición
filosófica del marxismo occidental tendió a relegar tanto la ciencia natural
como la propia naturaleza externa al ámbito del mecanicismo y el positivismo.
El resultado fue una brecha entre la corriente dominante de la filosofía
marxista después de la Segunda Guerra Mundial y la ciencia natural (y entre el
marxismo occidental y la concepción materialista de la naturaleza), justa e
irónicamente en el momento en que el movimiento ecologista estaba surgiendo
como una fuerza política fundamental8/.
Para restablecer
los hallazgos del materialismo histórico clásico en este ámbito hay que
recuperar, en alguna medida, la concepción de Engels de la dialéctica de la
naturaleza9/. Esto supone, a su vez, oponerse a las críticas
superficiales y a menudo poco trabajadas de la comprensión de Engels de la
dialéctica de la naturaleza, que suelen polemizar con las tres leyes
generales de la dialéctica que derivó de G. W. F. Hegel y a las que da una
nueva significación materialista: 1) la transformación de la cantidad
en cualidad y viceversa, 2) la identidad o unidad de los opuestos, y 3) la
negación de la negación (Engels, 1961: 178). Por ejemplo, Peter T. Manicas,
cuando escribe sobre la “filosofía de la ciencia de Engels”, se queja del
carácter “prácticamente vacío” de estas leyes (Manicas, 1999: 77). Sin embargo,
en el análisis de Engels, estas no se entienden como leyes fijas y estrechas en
un sentido positivista, sino más bien, dicho en terminología más actual, como principios
ontológicos generales, concebidos dialécticamente, del mismo tipo que
proposiciones básicas como el principio de uniformidad de la naturaleza, el
principio de perpetuidad de la sustancia y el principio de causalidad. De
hecho, el enfoque de Engels de la dialéctica supone en varios sentidos un
desafío a la comprensión de estos principios tal como se concebían en la
ciencia de su época10/.
Quizás la
valoración más sucinta y penetrante de las contribuciones de Engels a la
dialéctica de la naturaleza hecha por un científico natural pueda encontrarse
en un panfleto de 1936 titulado “Engels como científico” por el célebre
científico marxista J. D. Bernal, profesor de física y cristalografía de rayos
X en el Birkbeck College de la Universidad de Londres. Bernal describe a Engels
como un filósofo e historiador de la ciencia, a quien “no se puede considerar
un aficionado” dada la amplitud de contactos científicos que había desarrollado
en Manchester, y que había alcanzado un nivel de análisis que superaba
ampliamente el de los filósofos de la ciencia profesionales de su época, como
Herbert Spencer y William Whewell en Inglaterra y Friedrich Lange en Alemania
(Bernal, 1936: 1-2). Según Bernal, tras la profunda comprensión de Engels del
desarrollo histórico de la ciencia de su tiempo, había una percepción
dialéctica en la cual “el concepto de naturaleza se consideraba siempre en su
conjunto y como proceso” (Bernal, 1936: 5). En esto, Engels había retomado
críticamente una idea de Hegel, entendiendo que tras la presentación idealista
del cambio dialéctico en la Lógica había procesos que podrían
considerarse como propios de la naturaleza, tal como se recogen en la cognición
humana.
Al comentar la
primera de las tres leyes dialécticas o principios ontológicos que
Engels había tomado de Hegel (cómo cambios en la cantidad pueden conducir a
transformaciones cualitativas, y al contrario), Bernal subrayaba su carácter
fundamental para el pensamiento científico natural. “Con una perspicacia
notable, Engels dice: ‘Las llamadas constantes de la física no son en general
más que la designación de puntos nodales donde la adición o sustracción
cuantitativa del movimiento trae consigo un cambio cualitativo en el estado del
cuerpo en cuestión’... Apenas estamos empezando a entender ahora la justicia de
estas observaciones y el significado de estos puntos nodales”. En este aspecto,
Bernal subrayaba la referencia de Engels a la tabla periódica de Dmitri
Mendeleev como ejemplar de las transformaciones cualitativas que surgen de
cambios cualitativos, así como a la cercanía de las nociones básicas de Engels
con descubrimientos que darían lugar a la teoría cuántica (Bernal, 1936: 5-7;
Engels, 1961: 44). El enfoque de Engels, como señalaba el matemático británico
marxista Hyman Levy, apuntaba ya al concepto de “transición de fase” que se
utiliza en la física moderna (H. Levy, 1938: 30-32, 117, 227-228).
Hoy en día sabemos
que este principio dialéctico se aplica también a la biología. Por ejemplo, el
aumento de la densidad de la población en microorganismos (un aumento
cuantitativo) puede llevar a un cambio en la expresión genética, llevando a la
formación de algo nuevo (un cambio cualitativo). Según se incrementa la
población de bacterias, las señales (químicas) emitidas por cada organismo se
acumulan hasta un nivel que activa a los genes, llevando a la producción de una
fase de biofilm mucilaginoso en el cual se insertan los organismos. Los
biofilms pueden estar compuestos de una variedad de organismos, y los sujetan a
prácticamente cualquier superficie, desde tuberías de agua a rocas en arroyos,
desde los dientes a las raíces en la tierra11/.
La segunda ley de
Engels, la interpenetración de los opuestos, es más difícil de definir en un
sentido operativo, pero también tiene una importancia fundamental para la
investigación científica. Según la explicación de Bernal, remitía a dos
principios conectados: 1) “todo implica su opuesto” y 2) “no hay líneas rígidas
y fijas en la naturaleza”. Engels ilustraba el segundo punto refiriéndose al
famoso descubrimiento de Lankester de que el cangrejo cacerola (Limulus)
era un arácnido, parte de la familia de las arañas y los escorpiones, una
revelación que había asombrado al mundo científico y echado por tierra
clasificaciones biológicas anteriores (Engels, 1961: 11, 192; Foster, 2020: 56,
249; Lankester, 1881: 504-48, 609-49). En su aplicación de este principio
dialéctico a la física y a la cuestión de la materia y el movimiento (o la
energía), Bernal defendía que “Engels se acercó mucho a las ideas modernas de
relatividad” (Bernal, 1936: 7-8; Levy, 1935: 107-108). La noción de Engels de
unidad de los opuestos a menudo se considera en la dialéctica marxiana
contemporánea como referida al papel de relaciones internas en las cuales al
menos uno de los términos es dependiente del otro (Bernal, 1936: 7; Foster,
2020: 242). Como el propio Engels observó, el reconocimiento de que las
relaciones mecánicas con “su rigidez imaginada y validez absoluta han sido
introducidas en la naturaleza por nuestra mente reflexiva” es el meollo de la
concepción dialéctica de la naturaleza (Bernal, 1936: 7; Engels, 2003: XXXVII).
La negación de la
negación, la tercera ley dialéctica informal de Engels, que, como apunta
Bernal, parece tan paradójica en su propia formulación, trataba de indicar que
todo lo que hay en el mundo, en el curso de su desarrollo histórico o evolución
en el tiempo, está destinado a generar algo distinto, una nueva realidad
emergente, con nuevas relaciones materiales y niveles emergentes, a menudo por
el efecto de factores recesivos o elementos residuales, previamente superados
pero que aún se conservan en el presente. La existencia material en su conjunto
puede entenderse como tendente a una jerarquía de niveles organizativos, y el
cambio transformador a menudo supone el tránsito de un nivel organizativo a
otro, como de la semilla a la planta12/.
El desarrollo de
las llamadas propiedades emergentes se considera hoy como un concepto
biológico y ecológico básico. En un contexto ecológico ocurre cuando
comunidades de especies interactúan de manera que producen nuevas
características, a menudo imprevistas, que surgen del comportamiento de las
distintas especies de la comunidad13/. Una finca de cuatro
hectáreas con una combinación de cuatro especies (una policultura) puede tener
un rendimiento mayor que cuatro hectáreas dedicadas a cultivos de cada especie
por separado. Esto puede ocurrir por diversas razones: por ejemplo, un mejor
aprovechamiento del sol y el agua, o un daño menor a los insectos en el terreno
con policultura.
La coevolución de
los organismos también produce nuevas propiedades. Así, en el tiempo evolutivo,
los insectos que se alimentan de hojas de plantas conducen al desarrollo de
numerosos mecanismos de defensa en las plantas. Por ejemplo, la producción de
químicos que inhiben el ataque del insecto, y la emisión de químicos que atraen
a organismos (a menudo pequeñas avispas) que ponen sus huevos en el insecto,
que morirá cuando se desarrollen los huevos. Pero el toma y daca continúa. En
al menos un caso, el del gusano del tabaco, la avispa debe además inocular un
virus que desactiva el sistema inmune del gusano para que los huevos de la
avispa puedan desarrollarse. La evolución está constantemente creando cosas
diferentes, a veces radicalmente diferentes, según interactúan los organismos.
En algunos casos, esto lleva a cambios fundamentales en ecosistemas enteros, y
al auge de nuevas especies dominantes en determinados entornos. Como escribió
Engels, la emergencia, en el sentido de “la negación de la negación, ocurre
realmente tanto en el reino vegetal como en el animal” (Engels, 2003:
126).
Según Bernal, en
tanto que historiador de la ciencia, Engels hizo observaciones notables
respecto a las tres grandes revoluciones científicas del siglo XIX: 1) la
termodinámica, o las leyes de conservación e intercambiabilidad de las formas
de energía y de la entropía, 2) el análisis de la célula orgánica y el
desarrollo de la fisiología, y 3) la teoría de Darwin de la evolución basada en
la selección natural mediante variaciones innatas (Bernal, 1936: 8-10; Engels y
Marx, 2006: 41). Como observaría más tarde Ilya Prigogine, ganador del Premio
Nobel de Química de 1977, el gran descubrimiento de Engels fue reconocer que
estas tres revoluciones en la ciencia física “desechaban el paradigma
mecanicista” y se “acercaban a la idea de un desarrollo histórico de la
naturaleza” (Prigogine y Stengers, 2005: 289-290).
Según la
presentación de Bernal, entre las preocupaciones de Engels estaba la búsqueda
de una “síntesis de todos los procesos que afectan a la vida, la ecología
animal y la distribución biológica” (Bernal, 1936: 4). Lo que hacía posible
esta síntesis era su concepción del cambio y movimiento dialécticos,
enfatizando la complejidad de las interacciones materiales y la aparición de
nuevos poderes emergentes, en un proceso de origen, desarrollo y declive. “La
idea central del materialismo dialéctico”, declaraba Bernal, “es la de
transformación. La tarea fundamental del materialista dialéctico es la explicación
de lo cualitativamente nuevo”; descubriendo las condiciones que gobiernan la
emergencia de una nueva “jerarquía organizativa” (Bernal, 1937: 90, 102, 107,
112-117).
A este respecto,
la aportación original de Engels fue utilizar su concepción dialéctica de la
naturaleza para arrojar luz sobre los cuatros problemas materialistas del origen
que quedaron después de Darwin: 1) el origen del universo (que Engels
insistía en que fue un autoorigen, como en la hipótesis nebular de Immanuel
Kant y Pierre-Simon Laplace); 2) el origen de la vida (en el cual
Engels refutó la noción de Justus von Liebig y Hermann Holtz de una eternidad
de la vida y señaló en su lugar al origen químico, centrándose en el complejo
de compuestos químicos que subyacen al protoplasma, en particular las
proteínas); 3) el origen de la sociedad humana (en el cual Engels
llegó más allá que ningún pensador de su época al explicar la evolución de las
manos y las herramientas a través del trabajo, y con ellos el cerebro y el
lenguaje, anticipándose a descubrimientos posteriores en paleo-antropología); y
4) el origen de la familia (donde defendió la base matrilineal
original de la familia y el surgimiento de la familia patriarcal con la
propiedad privada)14/.
De esta manera,
insiste Bernal, Engels había anticipado o prefigurado muchos de los desarrollos
de la ciencia materialista: “Engels, que saludó el principio de la conversión
de una forma de energía en otra, también habría saludado la transformación de
materia en energía. El movimiento como el modo de existencia de la materia [el
gran postulado de Engels] habría adquirido así su verdad definitiva” (Bernal,
1936: 13-14). Como señala Bernal en otra parte, Engels “vio más claramente que
la mayor parte de físicos distinguidos de su época la importancia de la energía
y su inseparabilidad de la materia. Ningún cambio en la materia, declaraba,
podría darse sin un cambio en la energía, y viceversa. La sustitución del
movimiento por la fuerza, que Engels defiende en toda su obra, será el punto de
partida de la crítica de la mecánica del propio Einstein” (Bernal, 1949: 362).
Y, sin embargo, la
perspectiva ecológica amplia que emana de la dialéctica de Engels constituye el
descubrimiento más importante de la Dialéctica de la naturaleza y la
razón por la cual es tan importante una vuelta a la manera de razonar de
Engels. Como defendía Bernal, una de las contribuciones cruciales de Engels fue
su crítica de la noción de la conquista humana de la naturaleza. Engels hace un
diagnóstico muy potente de la incapacidad de la sociedad humana, y en
particular del modo de producción capitalista, para prever las consecuencias
ecológicas de sus acciones, identificando ya “las consecuencias físicas no
deseadas de la interferencia del ser humano con la naturaleza, como la tala de
bosques y la desertificación” (Bernal, 1949: 364-365).
Otros destacados
científicos socialistas británicos de los años 1930 y 40 quedaron igualmente
impresionados por las advertencias ecológicas de Engels. Para el gran
bioquímico e historiador de la ciencia Joseph Needham, podría decirse que a
Engels “no se le escapaba nada”. Engels señalaba, en palabras de Needham, que
“puede llegar un día en el que la lucha del ser humano contra las condiciones
adversas de nuestro planeta se haga tan severa que haga imposible la
continuidad de la evolución social”, refiriéndose a una posible extinción de la
especie humana (Engels y Marx, 2006: 12; Needham, 1948: 214-215). Para Needham,
un punto de vista tan crítico que se oponía a la hipótesis del progreso lineal,
también servía para iluminar el extraordinario desperdicio y destrucción
ecológicas de la sociedad capitalista, donde se cultivaba café para alimentar
las calderas de las locomotoras. Esto planteaba la cuestión de una
“interpretación termodinámica de la justicia”, dado que la alienación de la
naturaleza (incluyendo la alienación de la energía), como había planteado
Engels, estaba echando a perder las posibilidades humanas reales en el presente
y en el futuro (Engels, 2011; Needham, 1948: 214-215).
El biólogo J. B.
S. Haldane (una de las dos figuras británicas destacadas, junto con R. A.
Fisher, en la síntesis neodarwiniana, que reconcilia la biología darwinista con
la revolución en la genética) consideraba a Engels como la “fuente principal”
de la dialéctica materialista. Comparando a Engels con Charles Dickens respecto
a la revolución industrial, Haldane enfatizó que Engels vio más allá y
profundizó más. “Dickens tenía un conocimiento de primera mano de estas
condiciones (de pobreza y contaminación). Las describió con gran indignación y
en todo detalle. Pero su actitud era más de compasión que de esperanza. Engels
vio la miseria y la degradación de los trabajadores, pero vio más allá. Dickens
nunca sugirió que si habían de salvarse debían salvarse ellos mismos. Engels
vio que esta manera no solo era deseable, sino también ineludible” (Foster,
2020: 391; Haldane, 2015: 199-200).
El reconocimiento
de la importancia de la dialéctica de la naturaleza de Engels ha llegado hasta
nuestra época. Los biólogos de Harvard, Richard Levins y Richard Lewontin,
dedicarían a Engels su ya clásica obra El biólogo dialéctico,
inspirándose extensamente, aunque también críticamente, en su análisis (Richard
Levins y Richard Lewontin, 1985). El paleontólogo y teórico evolutivo Stephen Jay
Gould, colega en Harvard de Levins y Lewontin, observaría que Engels hace la
mejor defensa del siglo XIX de la idea de una coevolución del gen y la cultura,
y por ello la mejor explicación de la evolución humana en la época de Darwin,
dado que la coevolución del gen y la cultura es la forma que deben tomar todas
las teorías coherentes de la evolución humana (Gould, 1988: 111-112).
Fue el desarrollo
por Engels de la dialéctica de la emergencia lo que acabaría demostrándose más
revolucionario. Neddham se apropió de la importancia ontológica, epistemológica
y metodológica de esta perspectiva en su propio análisis pionero de los niveles
integrativos (de emergencia) en El tiempo: el río refrescante (un
título que hace referencia al gran materialista de la Antigüedad, Heráclito):
“Marx y Engels
tuvieron la audacia de afirmar que [el proceso dialéctico] se da de hecho en la
propia naturaleza en evolución, y que el hecho admitido de que se da en nuestro
pensamiento sobre la naturaleza se debe a que somos, y nuestra mente lo es
también, parte de la naturaleza. No podemos considerar la naturaleza más que
como una serie de niveles de organización, una serie de síntesis dialécticas.
De la última partícula al átomo, del átomo a la molécula, de la molécula al
agregado coloidal, del agregado a la célula viviente, de la célula al órgano,
del órgano al cuerpo, del cuerpo animal a la cooperación social, se completa la
serie de niveles organizativos. Nada más que energía (como llamamos ahora a la
materia y el movimiento) y niveles de organización (o las síntesis dialécticas
estabilizadas) han sido necesarios para construir nuestro mundo”15/.
Engels en
el Antropoceno
Es algo
ampliamente admitido en la ciencia actual (si bien no aún oficialmente) que la
era geológica del Holoceno, que comenzó hace casi 12.000 años, llegó a su fin
en los años 1950, y ha sido desplazada por la era del Antropoceno. El comienzo
del Antropoceno fue ocasionado por la Gran Aceleración de los impactos
antropogénicos en el medio ambiente, hasta el punto que la economía humana ha
llegado a ser comparable en escala con los principales ciclos biogeoquímicos
del planeta, resultando en una brecha de los límites del planeta que hacen del
Sistema Tierra un lugar seguro para la humanidad (Angus, 2016; Foster et al.,
2010: 13-18; Hamilton, 2017). El Antropoceno representa lo que Lankester había
llamado “el reinado del hombre”, en el sentido crítico que él le daba: la
humanidad es cada vez más un perturbador del medio ambiente natural a
escala planetaria. De este modo, a la sociedad no le quedaba más opción que
buscar una aplicación racional de la ciencia, y con ello abolir un orden social
en el cual la ciencia había sido relegada a un mero medio por el que “se
procuraban tesoros y lujos a los capitalistas” (Lester, 1995: 164). Lo que esto
quiere decir, en los términos más contundentes de Engels (y Marx), es que la
condición para una regulación racional del metabolismo entre la humanidad y la
naturaleza, y con ello una aplicación racional de la ciencia, es la transformación
del modo de producción y distribución. Cualquier otro camino invita a una
acumulación de catástrofes (Foster, 2011: 1-2, 15-6; 2020: 64, 286-7).
La ecología de
Engels alcanza su mayor pertinencia en el Antropoceno. Es ahora cuando la
interdependencia de todo lo que existe, la unidad de los opuestos, las
relaciones internas, el cambio discontinuo, la evolución emergente, la realidad
de la destrucción de los ecosistemas y el clima, y la crítica de las nociones
lineales de progreso pueden ser todas ellas vistas como fundamentales para el
propio futuro de la humanidad y la Tierra tal como la conocemos. Engels era muy
consciente de que en las concepciones científicas modernas “el conjunto de la
naturaleza está ahora fusionado con la historia, y la historia solo se
diferencia de la historia natural en tanto que proceso evolutivo de organismos autoconscientes”
(Engels, 1961: 201). Mientras la humanidad estuviera alienada de su propio
trabajo y del proceso de producción, y con ello de su metabolismo con la naturaleza,
esto solo podía llevar a la destrucción de la naturaleza y la sociedad. El
crecimiento cuantitativo del capital llevó a una transformación cualitativa de
la relación humana con la propia Tierra, lo cual solo una sociedad de
productores asociados podría abordar racionalmente. Esto se relaciona con el
hecho de que un modo de producción cualitativo determinado (como es el
capitalismo) estaba asociado con una matriz específica de demandas
cuantitativas, mientras que un modo de producción transformado cualitativamente
(como el socialismo) podría tener una matriz cuantitativa muy diferente.
Engels defendió
que el capitalismo estaba “despilfarrando” los recursos naturales del mundo,
entre ellos los combustibles fósiles (Engels, 2011). Señaló que la contaminación
urbana, la desertificación, la deforestación, el agotamiento del suelo y el
cambio climático (regional) eran todos ellos el resultado de formas de
producción no planificadas, descontroladas y destructivas, que se daban en la
sociedad mercantil capitalista. Al igual que Marx y Liebig, señaló al tremendo
problema de alcantarillado de Londres como una manifestación de la brecha
metabólica, que extraía los nutrientes del suelo y los mandaba con billete de
ida a ciudades superpobladas donde se convertían en fuente de contaminación
(Engels, 1887). Subrayó el carácter de clase que tenía la expansión de
epidemias periódicas como el cólera, el tifus, la fiebre tifoidea, la
tuberculosis, la escarlatina y otras enfermedades contagiosas que estaban
afectando a las condiciones de la clase trabajadora, junto con la malnutrición,
el sobretrabajo, la exposición a productos tóxicos y accidentes laborales de
todo tipo. Señaló, basándose en la nueva ciencia de la termodinámica, que el
cambio histórico ecológico era irreversible y que la propia supervivencia de la
humanidad estaba amenazada en último término16B. Sobre las
actuales relaciones de producción y el medio ambiente, dijo que nuestra
sociedad se enfrentaba al dilema de ruina o revolución. El asesinato social de
trabajadores en medios urbanos y las hambrunas de la Irlanda e India coloniales
se consideraban como ejemplos de la explotación extrema, la degradación
ecológica, e incluso el exterminio de poblaciones enteras que se encuentra bajo
la superficie de la sociedad capitalista17/.
Sobre todas estas
bases, Engels, como Marx, defendió que el metabolismo humano con la naturaleza
debería ser regulado por los productores asociados en conformidad, o en
coevolución, con las leyes naturales descubiertas por la ciencia, satisfaciendo
las necesidades individuales y colectivas. Una tal aplicación racional de la
ciencia, sin embargo, era imposible bajo el capitalismo. Ni siquiera el propio
desarrollo era controlable en el capitalismo, pues este se basa en el beneficio
privado e individual. Para aplicar un enfoque científico racional e integrador,
conforme con las necesidades humanas y con la sostenibilidad de las condiciones
medioambientales, hacía falta una sociedad en la que pudiera llevarse a cabo un
sistema de planificación a largo plazo en función de los intereses de la cadena
de las generaciones humanas18/.
En el análisis de
Engels está implícita desde el comienzo la noción de lo que podríamos llamar el
proletariado medioambiental. Así, mientras el capitalismo se
preocupaba por la economía política del capital, la clase trabajadora
en sus momentos de mayor opresión, y también de radicalidad, se preocupa por el
conjunto de la existencia, partiendo siempre de las necesidades elementales.
Calificar los objetivos de los trabajadores como una economía política de
la clase trabajadora, como hizo Marx en una ocasión, quizás no sea
erróneo, pero sería más correcto en la terminología actual decir que los
trabajadores, en sus luchas más revolucionarias, están tratando de crear una
nueva ecología política de la clase trabajadora, preocupada por su entorno y
sus condiciones de vida básicas, lo que solo puede alcanzarse sobre una base
comunal (Marx, 1973: 10). Fue esto lo que quedó tan bien recogido en La
situación de la clase obrera en Inglaterra de Engels, donde denunció
sistemáticamente la contaminación del aire y el agua, las alcantarillas
infectadas, la comida adulterada, la malnutrición, los productos tóxicos en el
trabajo, los accidentes frecuentes y la alta morbilidad y mortalidad de la
clase trabajadora, señalando la lucha por el socialismo como la única vía de
progreso.
Lo cierto es que La
situación de la clase obrera en Inglaterra plantea cuestiones que en el
Antropoceno vuelven a un primer plano. Las obras de juventud de Engels tendrían
una influencia duradera sobre Marx, que le llevarían a señalar las epidemias
periódicas y la destrucción del suelo como manifestaciones de la brecha
metabólica. Muchas páginas de El Capital fueron dedicadas a tratar de
actualizar los análisis epidemiológicos de Engels unas décadas más tarde
(Foster, 2020: 197-204). Hoy en día, en el contexto de la pandemia de la
covid-19, estos análisis tienen una importancia renovada como un punto de
partida para la larga revolución hacia un mundo ecosocialista. Eso sí, para
desarrollar estos análisis es necesario explorar una ciencia (y arte)
dialéctica basada en la idea de la compleja unicidad de la humanidad y
la naturaleza.
Todo está
en venta
Engels admiraba la
poesía de Percy Bysshe Shelley, a quien consideraba un “genio”. En su juventud
escribió acerca de “una ternura y originalidad en la representación de la
naturaleza que solo Shelley puede lograr”. Al inicio del Mont Blanc de
Shelley, encontramos una dialéctica de la naturaleza y la mente no muy distinta
de la de Engels:
“El interminable
universo de las cosas
Fluye a través de
la mente, y discurren sus rápidas olas,
Ahora oscuras;
ahora rutilantes; ahora reflejando las tinieblas;
Ahora prestando
esplendor, cuando desde manantiales escondidos
La fuente del pensamiento
humano trae su tributo
De aguas; con un
sonido solo en parte suyo” (Thomas Shelley, 1914: 528).
Como Shelley, que
en Queen Mab escribió acerca de la alienación de la sociedad burguesa
respecto a la naturaleza y el amor (“todo está en venta: la propia luz del
Cielo / es venal; de la tierra los espléndidos dones del amor”), Engels vio la
necesidad profunda de una reconciliación de la humanidad con la naturaleza, que
solo una revolución podría traer (Thomas Shelley, 1914: 773)19/.
John Bellamy
Foster es editor de la revista Monthly
Review y autor de una larga lista de obras relacionadas con el marxismo y
el ecologismo
https://monthlyreview.org/2020/11/01/engelss-dialectics-of-nature-in-the-anthropocene/
Traducción: Alex
Merlo
Notas:
1/ El autor querría agradecer a Fred Magdoff su ayuda
con varios puntos de este artículo.
2/ Las explosiones de calderas de loco-motoras debido a
válvulas de seguridad defectuosas o mal colocadas eran comu-nes a mediados del
siglo XIX. Los fabricantes de locomotoras, trabajando bajo presión, a menudo
calzaban o ator-nillaban las válvulas de seguridad, que acababan atascándose o
no pudiendo abrirse (Hewison, 1983: 11, 18-19, 36, 49, 54-56, 82, 85, 110).
3/ Sobre la noción de productivismo extremo, y en este
sentido prometeísmo, así como su casi total ausencia en el pensamiento
de Marx y Engels, ver Foster, 2009: 226-229.
4/ Engels, 2003: 279. Hay que señalar que, para Marx y
Engels, las fuerzas productivas se refieren a algo más que la simple
tecnología. Marx insiste en que el instrumento o fuerza de producción más
importante son los propios seres humanos. Así, la expansión de las fuerzas
productivas se refiere a la expansión de las habilidades y poderes productivos
humanos (Baran, 1969: 59; Marx, 2010).
5/ Sobre el desarrollo humano sostenible como un marco
que guía el pensamiento de Marx y Engels, ver Burkett, 2005: 34-62.
6/ (Engels, 1961: 178) La crítica a la dialéctica de la
naturaleza de Engels tiene sus orígenes en la nota al pie 6 de Historia y
conciencia de clase de Georg Lukács, si bien Lukács, como explicaría más
tarde, nunca abandonó totalmente la noción de una “dialéctica meramente
objetiva”, y defendería una dialéctica naturalista, más basada en Marx que en
Engels, en su obra posterior. Sin embargo, el rechazo de la dialéctica de la
naturaleza se convirtió en axiomático para el marxismo occidental desde el
comienzo de los años 1920, terminando de asentarse en el periodo posterior a la
Segunda Guerra Mundial (Jacoby, 1983: 523-526; Lukács, 1972: 24, 207). Sobre el
conflicto general en torno a Engels en el marxismo contemporáneo, ver
Blackledge, 2019: 1-20.
7/ Como ha defendido Roy Bhaskar, la necesidad de
considerar lo intransitivo o el ámbito de la transfactualidad requiere una
distinción entre lo epistemológico y lo ontológico, en contra de la ten-dencia
de buena parte de la filosofía contemporánea (incluyendo la tradición del
marxismo occidental) de promover la falacia epistemológica, propia del
idea-lismo, en la que se subsume la ontología en la epistemología. Atenerse a esta
falacia epistemológica haría imposible cualquier ciencia natural o materialismo
coherente (Bhaskar, 2008: 397, 399-400, 405).
8/ Esto se puede ver en El concepto de naturaleza de
Marx de Alfred Schmidt, publicado en 1962, el mismo año que Silent
Spring de Rachel Carson. El trabajo de Schmidt, originado en la Escuela de
Frankfurt (influido en parte por sus mentores Max Horkheimer y Theodor Adorno),
en su mayor parte negaba la dialéctica de la naturaleza y cualquier
reconciliación de la humanidad con la naturaleza, justo en el momento del
surgimiento del movimiento ecologista moderno (Schmidt, 1970).
9/ Este y los siguientes seis párrafos están adaptados de
Foster, 2020: 379-381.
10/ (Dilworth, 1994: 223-247). El principio de uniformidad
(o uniformitarismo), a menudo asociado a Charles Lyell, fue cuestionado por el
concepto de evolución de Darwin, si bien el gradualismo de Darwin rebajó el
conflicto. Stephen Jay Gould y el paleontólogo Niles Eldredge desafiarían este
principio de manera mucho más radical en su teoría del equilibrio puntuado en
los años 1980 (York y Clark, 2011: 28, 40-42). La noción tradicional de
perpetuidad de la substancia fue cuestionada en la época de Engels por el desarrollo
del concepto de energía en la física. Respecto a estos dos principios
ontológicos y el principio de causalidad, donde trata de la interrelación
compleja entre causa y efecto, las leyes o principios ontológicos de
la dialéctica de Engels no solo recogían los cambios revolucionarios que se
estaban dando en la ciencia de su época, sino que en varias maneras
prefiguraban descubrimientos posteriores. Respecto a la concepción de Engels de
la causalidad, ver Engels, 1961: 195.
11/ Este párrafo fue escrito por Fred Magdoff. Ver también
Magdoff & Williams, 2017: 215.
12/ Las tres leyes informales de la dialéctica de Engels
guardan relación con la emergencia, en particular la primera y tercera. La
tercera ley, la negación de la negación, como dice Roy Bhaskar en Dialectics:
Pulse of Freedom, “plantea la cuestión de las ausencias ausentes
y el resurgimiento de elementos de la realidad perdidos o negados. Bernal
desarrolló un análisis de la negación de la negación en términos del papel de
residuos que vuelven a emerger y transforman las relaciones a través de
procesos evolutivos complejos” (Bhaskar 2008: 150-52, 377-78; Bernal 1937:
103-4).
13/ Este párrafo y el siguiente han sido redactados por
Fred Magdoff.
14/ Richard Levins y Richard Lewontin escribieron que “el
materialismo dialéctico se había centrado [necesariamente] en algunos aspectos
escogidos de la realidad. A veces hemos enfatizado la materialidad de la vida
contra el vitalismo, como cuando Engels dijo que la vida era el movimiento de
“cuerpos albuminosos” (por ejemplo proteínas, ahora diríamos macromoléculas).
Esto parece contradictorio con nuestro rechazo del reduccionismo molecular,
pero refleja simplemente momentos distintos de un debate donde los principales
adversarios eran en primer lugar el énfasis vitalista en la discontinuidad
entre el mundo inorgánico y el vivo, y después el borrado reduccionista de los
saltos de nivel reales” (Lewontin y Levins, 2007: 103).
15/ (Needham, 1948: 14-15). Engels escri-be: “Es
justamente la modificación de la naturaleza por el hombre, y no solo la
naturaleza como tal, lo que constituye la base más esencial e inmediata del
pen-samiento humano” (Engels, 1961: 196).
16/ Sobre la comprensión de Engels de la termodinámica,
ver Foster y Burkett, 2017: 137-203.
17/ Sobre Marx y Engels y el exterminio y degradación
ecológica en la Irlanda colonial, ver Foster y Clark, 2020: 64-77.
18/ Engels dejó claro que la regulación racional de la
relación humana con la naturaleza, y por ello la aplicación racional de la
ciencia, solo era posible con “una revolución completa del modo de producción
vigente hasta ahora” (Engels, 1961: 53). Sobre la alienación de la ciencia bajo
el capitalismo, ver Mészáros, 1975: 101-102. El papel de la ciencia bajo el
capitalismo se clarifica también en la noción de Richard Levins de “naturaleza
dual de la ciencia” (Levins, 1996: 103-104). La incontrolabilidad del capital
se teoriza en Mészáros, 2000: 713.
19/ Thomas Shelley (Shelley, 1914: 773). Marx describió a
Shelley como “básicamente un revolucionario”, una apreciación que Engels
compartía (Eleanor Marx Aveling, 1975: 4).
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Fuente: https://vientosur.info/la-dialectica-de-la-naturaleza-de-engels-en-el-antropoceno/