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domingo, 17 de diciembre de 2017

CIEN AÑOS DESPUÉS, REPENSANDO LA REVOLUCIÓN




15/12/2017 | Jaime Pastor 

En un artículo a propósito del centenario que estamos conmemorando Álvaro García Linera recordaba que, después de 1917, la Revolución se convirtió en “la palabra más reivindicada y satanizada del siglo XX” (García Linera, 2017: 530). Hoy, en esta época llena de turbulencias, vemos sin embargo cómo esa misma palabra está volviendo al primer plano, incluso sin la carga peyorativa que le ha acompañado cuando se aplica a la acción política colectiva.

Es verdad también que persiste el esfuerzo por vaciarla de su significado disruptivo, pero lo más esperanzador es que a lo largo de este año se están celebrando en muchos lugares del mundo cantidad de actos y debates, además de una constante edición y reedición de libros y artículos que relatan, y en muchos casos reinterpretan repitiendo los errores del determinismo retrospectivo y del presentismo, ante aquel Acontecimiento 1/. Ese interés justifica la necesidad de reflexionar en torno al mismo y a su vez la tarea de repensar el significado que cabe dar a Revolución desde el marco europeo en que se encuentra el autor de este trabajo 2/.

I

ésa es la gran paradoja: porque es cierto que estamos en un momento histórico de la mayor crisis sistémica que ha vivido el capitalismo pero, pese a las protestas populares que se están desarrollando en muy distintas partes del mundo, no se puede sostener que la revolución esté de actualidad, al menos tal como estuvo después de 1917 o como pudo estarlo desde el punto de vista estratégico después de 1968.

Ahora bien, ¿qué entendemos por revolución? Hay una definición en su sentido fuerte, anticapitalista, que hizo Karl Marx en La ideología alemana y que conviene recordar: consiste en “la apropiación de la totalidad de las fuerzas productivas por parte de los individuos asociados (…) que adquieren al mismo tiempo su libertad asociándose y por medio de la asociación”. Podemos citar otras definiciones más recientes como, por ejemplo, la de Enzo Traverso, que apuntaría hacia su sentido de proceso de transformación radical y alternativa: “es una práctica de lo común exactamente opuesta al modelo de sociedad de individuos aislados que compiten entre sí postulado por el liberalismo clásico” (Traverso, 2017: 618).

También podemos hablar de la revolución como “situación”, “crisis revolucionaria” o “momento”, como se ha propuesto desde el marxismo “clásico”. En efecto, siguiendo la caracterización de Trotsky, “en los momentos decisivos, cuando el orden establecido se hace insoportable para las masas, estas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para el nuevo régimen” (2017: 21). Desde ese enfoque la revolución consiste en aquellos procesos que se dan en coyunturas críticas a lo largo de las cuales se produce un conflicto entre soberanías, una dualidad de poderes que, si se resuelve a favor de las y los de abajo, mediante la transferencia de poder al bloque histórico alternativo frente al bloque dominante, puede dar lugar a resultados revolucionarios de mayor o menor alcance 3/.

Desde una perspectiva histórica más amplia, es obligado referirse a la trascendencia de las grandes revoluciones que abrieron cambios de época, como la Revolución francesa y la Revolución rusa, pese a las involuciones internas que ellas mismas sufrieron. La primera universalizó la tríada “libertad, igualdad, fraternidad”, mientras que la segunda internacionalizó la crítica radical del capitalismo y del imperialismo.

II

Lo importante es que, sea cual sea el significado que demos al significante de revolución, debemos repensarla en todos esos términos. También en los de lo que se opone a ella: o sea, en los de la contrarrevolución que quiere derrotarla con todos los medios a su alcance en el “momento” de su desarrollo pero también tras la transferencia de poder.

En ese sentido cabe hablar también de la revolución como “proceso largo, de meses y años, en el que las estructuras osificadas de la sociedad, las clases sociales y las instituciones se licúan…” (García Linera, 2017: 537). Porque hablar de la Revolución francesa o de la Revolución rusa es hablar también de la contrarrevolución política burguesa en Francia o de la contrarrevolución imperialista en Rusia. Y en este último caso, también de lo que acabó siendo la contrarrevolución burocrática porque las tensiones y contradicciones, como recuerda Eric Toussaint (2017), no se dieron sólo entre burguesía, clase obrera y campesinado; el problema acabó siendo la burocracia: la sustitución del proletariado por un nuevo grupo social dominante que se apropió de la gestión de una nueva economía política que acabó bloqueando la transición hacia otro proyecto de sociedad.

Así pues, se trata de ir repensando siendo conscientes de la especificidad de la revolución anticapitalista frente a las anteriores, como insistieron Marx y Lenin, ya que la clase obrera parte de un lugar subalterno en las relaciones de producción capitalistas y en el plano cultural muy diferente de aquéllas.

El problema que tenemos, además, es que hemos entrado en la crisis más profunda del capitalismo, pero ésta se desarrolla después de la derrota histórica sufrida por el movimiento obrero durante las pasadas décadas. Ese es el enorme desfase que tenemos que superar en el próximo período: cómo ir reconstruyendo nuevos sujetos potenciales que sean realmente capaces de poner de actualidad no solo la necesidad de la revolución, sino también la posibilidad de la revolución. Por eso las tareas previas de lucha contrahegemónica que permitan ir avanzando en la autoorganización, empoderamiento popular y prácticas de desobediencia civil colectiva y destituyente son más necesarias si cabe que en el pasado.

Empero, estamos viendo cómo, incluso a pesar de ese debilitamiento estructural –con una precarización, feminización y racialización creciente de las clases subalternas que coincide con el fin del sueño de la “clase media”- y asociativo –con unos sindicatos desarmados frente al fin de la “cultura pactista”- del movimiento obrero, está surgiendo un nuevo “gran miedo”, como el que surgió después de la Revolución francesa o después de la Revolución rusa. Es todo un bloque reaccionario transnacional el que se ha puesto en pie de guerra ante la desestabilización de sus regímenes políticos –y de sus sistemas de partidos en muchos casos- y la consiguiente crisis de la “gobernanza global”, facilitando así el ascenso de los populismos autoritarios, de la nueva ola de racismo, del militarismo y, en suma, de un neoliberalismo mucho más austeritario y antidemocrático que en el pasado.

Ante ese panorama, las resistencias y las alternativas emergen todavía de forma fragmentaria en general, salvo en determinados lugares y movimientos. Mención especial merece una nueva ola de un movimiento feminista que está adquiriendo un protagonismo y una dimensión transnacional crecientes aportando, además, innovaciones enormemente ricas no sólo en el plano teórico y cultural, sino también en el repertorio de las protestas.

Todo ello en un contexto en el que el neoliberalismo como “razón del mundo” sigue siendo dominante, pero ya no es capaz de ofrecer un relato de mejora colectiva a las grandes mayorías una vez frustrada la ilusión en el desarrollo y la extensión del “modelo” del Estado de bienestar. Le sustituye un “darwinismo” cada vez más competitivo en todas las dimensiones de la crisis global: social, climática, energética, de los cuidados o ética, con las personas inmigrantes y refugiadas como sus principales víctimas, condenadas a espacios sin derechos. Por consiguiente, hay que situarse en ese contexto de desafección y crisis de legitimidad de los regímenes imperantes, pero también de ventana de oportunidad para “monstruos” salvadores que no tardan, sin embargo, en decepcionar a muchos de sus seguidores para adaptarse al establishment correspondiente.

Nos hallamos, en suma, en un periodo de procesos de confrontación duraderos sin alternativas anticapitalistas creíbles, pese a que desde el ecologismo se nos alerta con razón de que se acaba el tiempo para frenar el cambio climático y el consiguiente colapso civilizatorio que amenaza a toda la humanidad. Así pues, nos vamos a mover entre lo urgente y lo importante a la hora de las propuestas programáticas, con la obligación de tomar conciencia de que la necesidad de la revolución tiene su razón más poderosa en el deber de garantizar la sostenibilidad de la vida en el planeta.

III

Nos encontramos, por tanto, con la enorme tarea de ir construyendo nuevas subjetividades individuales y colectivas y nuevos bloques históricos alternativos, siendo conscientes de la pluralidad de contradicciones y dominaciones a superar, sin jerarquías entre ellas pero a la vez buscando articularlas en un proyecto estratégico común. Porque es evidente que ese bloque histórico tiene que apoyarse en las clases subalternas, pero sin poner por encima la cuestión de clase frente a la cuestión de género, la ambiental, la nacional o la lucha contra el racismo. Un racismo que ha sido rasgo estructural del capitalismo histórico y que busca reafirmarse hoy con el discurso del choque de civilizaciones y la retroalimentación de fundamentalismos de uno u otro lado. Todo ello con el coste que está suponiendo en el terreno de la securitización y el ataque cada vez más intenso contra las libertades democráticas y la misma democracia –vulnerando su propia legalidad- mediante la instauración de verdaderos estados de excepción en el corazón de Occidente.

A propósito de este “volver a empezar”, me parece oportuna la observación de Stéfanie Prezioso (2017) cuando, apoyándose en Marco Revelli y a otros intelectuales italianos, escribe: "¿Cuál es nuestra tarea? Reconstruir la trama rota del pasado para intentar descubrir en medio de los escombros ‘la apertura de líneas de fractura que movilicen’, las formas de resistencia y rechazo a obedecer a los dispositivos de sumisión y expropiación”. Esa es la tarea que tenemos en los próximos tiempos. No inventarnos las líneas de fractura sino partir de las que se están produciendo realmente; no inventarnos los conflictos sino partir de los conflictos que se están desarrollando en la sociedad para ir construyendo esos nuevos actores colectivos que pueden ir emergiendo desde las clases subalternas.

Y ahí sí tenemos que aprender y desaprender del pasado. Porque a lo largo de la experiencia de la Revolución rusa y de las sucesivas revoluciones posteriores hemos visto los límites y el fracaso de las estrategias estatalistas, pero también hemos comprobado los límites de las estrategias antiestatalistas o de las que han ignorado el problema del Estado. Podemos hablar, por ejemplo, de la experiencia de la Revolución española: cómo dentro del movimiento anarquista la subestimación de la necesidad de sentar las bases de un nuevo poder estatal les lleva finalmente a participar en gobiernos que acabarían con las conquistas sociales que se fueron extendiendo a partir de julio de 1936.

Así pues, tenemos que ir buscando fórmulas que eviten esos dos extremos. Es un viejo debate que de alguna manera reapareció en el movimiento antiglobalización con el reto reflexivo que nos planteó John Holloway con su tesis de “cambiar el mundo sin tomar el poder”. Porque es cierto que muchas veces se ha tomado el poder y no se ha cambiado el mundo, sino que han cambiado los que han tomado el poder. Empero, la propuesta de Holloway tampoco se ha demostrado exitosa más que a una escala local o regional y siempre bajo el acecho y el cerco del Estado…burgués.

Debemos, en resumen, buscar sinergias entre ambos campos de lucha, el político-institucional y el socio-cultural, con anclaje necesario en el territorio y en los centros de trabajo: o sea, entre el poder político-electoral y el poder social y popular, con el fin de ir creando la mejor correlación de fuerzas posible cuando llegue el “momento” revolucionario.

IV

Asimismo, hay que persistir en el esfuerzo por liberarnos de la “hipoteca comunista” (Laval, 2017) que significó el estalinismo si queremos resignificar la idea de comunismo: recuperando la reivindicación de un comunismo del común, de los comunes y enlazando así con la experiencia de la Comuna de París y la aspiración a una democracia revolucionaria 4/ frente a la democracia liberal, ahora convertida ya en despotismo oligárquico.

La idea de comunismo ahora tiene que ir mucho más ligada a la socialización de los bienes comunes y a la soberanía de los pueblos. Soberanía de los pueblos que, obviamente, ha de tener un contenido social e incluyente de una idea de ciudadanía basada en la vecindad y no en la nacionalidad; distinto, por tanto, de la aspiración a una soberanía nacional-estatal chauvinista y xenófoba que hoy se extiende por muchos países de Occidente y especialmente en EE UU y Europa.

En ese camino la actualización de aportaciones procedentes de lo mejor del marxismo clásico, como la de Gramsci, y de otras corrientes críticas, al igual que el aprendizaje –de lo positivo y lo negativo- de experiencias posteriores que se han producido en Latinoamérica, son muy necesarias. Con ellas hemos podido comprobar el retorno de los debates en torno a la necesidad de promover, frente a la crisis de regímenes que habían perdido toda legitimidad, nuevas bases para un poder constituyente. Salvando las distancias y las diferencias, la apuesta por procesos constituyentes populares –que recuperen experiencias que vienen incluso de la Revolución francesa como los Cahiers des doléances (cuadernos de agravios y reivindicativos)- puede ser el horizonte hacia el que caminar con programas de ruptura con los regímenes neoliberales y autoritarios que permitan ir poniendo en pie una nueva economía política al servicio de las mayorías sociales.

Procesos de participación popular que permitan ir construyendo poder popular y que vayan confluyendo en torno a programas de transición que tengan como ejes los bienes comunes, los derechos sociales, las libertades políticas fundamentales, la superación de las distintas formas de opresión. Y, en el marco europeo, un programa ecosocial de ruptura con la Constitución material de la eurozona, con el rechazo al pago de la deuda 5/ como una cuestión central.

Apuntando elementos para esa estrategia de "repensar la revolución", debemos seguir profundizando las grietas y las distintas líneas de fractura que existen en la sociedad en los distintos espacios de construcción de un bloque histórico contrahegemónico. Jugando, eso sí, con una “escala móvil de espacios”, como nos proponía Daniel Bensaïd, para ir avanzando hacia cambios sustanciales en las relaciones de fuerzas frente al bloque reaccionario transnacional.

Los espacios local, nacional sub-estatal (como en el caso de Catalunya hoy) y estatal son campos de lucha fundamentales pero, hoy más que nunca, dado el capitalismo globalizado y financiarizado que tenemos, el espacio internacional es mucho más central que hace cien años. Porque ahora no necesitan el ejército para dar un golpe de Estado. Les basta con el BCE, como lo vimos en Grecia. Por lo tanto, si bien esto depende también de la ubicación geopolítica concreta, no hay que hacer de la necesidad virtud porque la extensión de todo proceso constituyente democratizador y rupturista más allá del ámbito territorial en el que pueda comenzar es imprescindible si queremos evitar que se vea frustrado por la contrarrevolución interior y exterior.

Hay que situarse asimismo en esa tarea permanente de ir aprendiendo de los procesos reales, de ir buscando cómo reconstruir un sindicalismo social y solidario, anclado en el territorio, y cómo apoyarse en palancas de apoyo que la izquierda más politicista ha tendido a subestimar: por ejemplo, el papel de la economía social y solidaria, de las redes alternativas que ya en la sociedad actual aspiran a prefigurar el otro mundo posible. Como, en efecto, se nos reclama si queremos recuperar la credibilidad de un nuevo “comunismo”, no podemos esperar a “cambiar el mundo” para, con todas las contradicciones, ir cambiando la vida diariamente en los espacios en los que con-vivimos. Así también podremos hacer más visible cada vez la contradicción entre capital y sostenibilidad de la vida. Por eso sigue siendo muy actual un grito que tuvo ya mucho eco en la Revolución rusa: “el derecho a la vida está por encima del derecho a la propiedad”.

Jaime Pastor es politólogo y editor de viento sur

Referencias
Anderson, P. (1979) El Estado absolutista. Madrid: Siglo XXI
Blanc, E. (2017) “¿Defendieron los bolcheviques la revolución socialista en 1917?”, viento sur, 14 de octubre, www.vientosur.info/spip.php?article13104
García Linera, A. (2017) “Tiempos salvajes. A cien años de la Revolución soviética”, en J. Andrade y F. Hernández (eds.), 1917. La Revolución rusa cien años después, Madrid, Akal, pp. 529-612.
Laval, Ch. (2017) “La revolución de Octubre y el superpoder comunista”, viento sur, 7 de marzo, www.vientosur.info/spip.php?article12293
Pastor, J. (2016) “El concepto de ‘revolución’ durante el periodo de abril de 1931 a mayo de 1937 en Catalunya”, SÉMATA, vol. 28, pp. 289-297.
Prezioso, S. (2017) “Sobre los escombros”, viento sur, 16 de agosto, www.vientosur.info/spip.php?article12917
Toussaint, E. (2017) “Lenin y Trotsky frente a la burocracia y Stalin”, viento sur, 25 de enero, www.vientosur.info/spip.php?article12143
Traverso, E. (2017) “Historizando el comunismo”, en J. Andrade y F. Hernández (eds.), op. cit., pp. 613-634.
Trotsky, L. (2017) Historia de la Revolución rusa. Tafalla y Santiago de Chile: Txalaparta y Lom.
[1] Para un resumen del contexto y del proceso revolucionario de febrero a octubre de 1917 me remito a mi Prólogo a Historia de la Revolución rusa, de L. Trotsky (2017). Disponible en www.vientosur.info/spip.php?article13157
2/ Artículo publicado en la revista La Migraña, n. 24, diciembre 2017, La Paz.
3/ Con el bagaje metodológico de Charles Tilly he tratado de aplicar la definición de “revolución” y “resultados revolucionarios” al periodo de los años 30 en la Catalunya del siglo pasado en otro artículo (Pastor, 2016).
4/ Eric Blanc (2017) recuerda oportunamente cómo entre los bolcheviques la “democracia revolucionaria” fue una idea fuerza que giró en torno a la articulación, finalmente fallida, entre soviets y Asamblea Constituyente.
5/ Eric Toussaint nos ha recordado en varios artículos publicados en www.vientosur.info a lo largo de este año la importancia que tuvo el repudio del pago de la deuda por parte del nuevo gobierno surgido de la Revolución de octubre en su conflicto con las potencias imperialistas.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

PROGRAMA DE ACTIVIDADES POR EL CENTENARIO DEL SOCIALISMO PERUANO




Lima, 11 de diciembre de 2017
Estimado compañero:
Presente.-

Es un honor dirigirnos a Ud., para expresarle nuestro saludo cordial y manifestarle lo siguiente:

El 22 de junio de 1918 José Carlos Mariátegui funda la revista Nuestra Época, que marca el nacimiento del Socialismo Peruano bajo la influencia de la revolución rusa. Y en el mismo año junto a otros intelectuales y algunos obreros, funda el Comité de Propaganda y Organización Socialista. Lo que demuestra que el amauta, desde sus inicios asumió la doble tarea de crítica de ideas y preparación de la organización.

Con la finalidad de  celebrar este acontecimiento nacional, se ha constituido el Comité del Centenario del Socialismo Peruano (22.06.1918-22.06.2018), que desarrollará el siguiente plan de trabajo:

1.- Publicación virtual de un boletín mensual. Con artículos de todos los investigadores y estudiosos de la realidad nacional.

2.- Realizar un ciclo de seminarios cada jueves, desde el 4 de enero hasta el 31 de mayo de 2018, a hrs. 6.00 p.m., en Av. Emancipación Nº 359  interior 106 del Cercado de Lima.

3.- Publicación de un libro con las ponencias del seminario y el aporte virtual de todos los colaboradores.

4.- Solicitamos se sirva inscribirse como expositor de los temas de su elección referidos al sistema de cuatro construcciones: Ideológico, Teórico, Político y Orgánico.

Por las razones expuestas, INVITAMOS A Ud., a la presentación del Comité y su Plan de Trabajo, se realizarse el día jueves 28 de diciembre de 2017 a hrs. 6.pm., en el local de Av. Emancipación 359 Of.106 –Lima Cercado.

Seguros de contar con su asistencia, anticipamos nuestro sincero agradecimiento.
Atentamente,


Domingo Suárez                                       Hugo Turpo
COORDINADOR                                    SECRETARIO


                                                                  Lima,  1 de diciembre de 2017

LLAMAMIENTO

El Comité del Centenario del Socialismo Peruano, hace un llamamiento a los activistas del movimiento socialista nacional, a participar en la celebración del Centenario del Socialismo Peruano (22.06.1918-22.06.2018)

El 22 de junio de 1918 José Carlos Mariátegui funda la revista Nuestra Época, que marca el nacimiento del Socialismo Peruano bajo la influencia de la revolución rusa. Y en el mismo año junto a otros intelectuales y algunos obreros, Mariátegui funda el Comité de Propaganda y Organización Socialista. Lo que demuestra que el Amauta, desde sus inicios asumió la doble tarea de crítica de ideas y preparación de la organización.

Esta celebración tiene como objetivo promover el estudio de la teoría y la práctica del Socialismo Peruano y hacer un balance del trabajo realizado por  los continuadores del Camino de Mariátegui, generación tras generación.  Tarea que ningún socialista serio puede soslayar en su quehacer actual.

Estamos a seis (6) meses del día central (22 de junio de 2018) y en este tiempo proponemos realizar la publicación virtual de un boletín mensual, y seminario presencial una vez por semana, cada jueves, desde el 4 de enero hasta el 31 de mayo de 2018, a hrs. 6.00 p.m., en Av. Emancipación 359  interior 106 del Cercado de Lima. A continuación proponemos los siguientes temas: 

1.- Vigencia del Camino de Mariátegui.
2.- Lucha de Clases en el Perú.
3.- El Programa Mínimo y el Programa Máximo.
4.- Reivindicación del Partido del Proletariado.
5.- Determinismo económico y Volitismo político.
6.- Crisis del capitalismo.
7.- Frente Unido.
8.- Defensa del Marxismo hoy.
9.- El movimiento comunista internacional.
10.- La herencia feudal.
11.- El intelectual y la revolución.
12.- Nuestra generación.
13.- Por un Perú Integral.
14.- La Mujer y el Socialismo.
15.- Conciencia de clase e interés de clase.
16.- La dualidad histórica.
17.- La Guerra del Pueblo.
18.- Preparación de la Organización.
19.- Siete triples.
20.- El Estado y la revolución.

Con las ponencias presenciales y propuestas virtuales de estos temas se publicará un documento, cuya presentación será el 22 de junio de 2018, como homenaje al Centenario del Socialismo Peruano. Desde ya contamos con su participación. 

Lima, 7 de diciembre de 2017. 
                                                                                                                                                                             EL COMITE      

domingo, 10 de diciembre de 2017

CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN RUSA: "SE ATREVIERON"




05/12/2017 | David Mandel 

Cien años después, la cuestión del legado histórico de la Revolución de Octubre sigue sin ser sencilla para los socialistas: el estalinismo pudo echar raíces menos de una década después de la Revolución y la restauración del capitalismo encontró poca resistencia popular setenta años después.

Uno puede, por supuesto, señalar el papel fundamental del Ejército Rojo en la victoria contra el fascismo, o que la rivalidad entre la Unión Soviética y el mundo capitalista abrió el espacio para las luchas antiimperialistas, o también que la existencia de una enorme economía nacionalizada y planificada consiguió una moderación de los apetitos capitalistas. Aun así, incluso en dichas áreas, el legado está lejos de estar exento de ambigüedades.

Ahora bien, el principal legado de la Revolución de Octubre para la izquierda a día de hoy es, en realidad, el menos ambiguo. Puede sintetizarse en dos palabras: "se atrevieron". Con esto quiero decir que los Bolcheviques cumplieron auténticamente con su misión como partido de los trabajadores al organizar tanto la toma revolucionaria del poder político y económico, como su defensa posterior frente a las clases propietarias: proveyeron a los obreros -así como a los campesino- el liderazgo que necesitaban y deseaban.

Por tanto, es cuanto menos irónico que muchos historiadores, y bajo su estela, la opinión pública en general, hayan visto Octubre como un crimen terrible motivado por el proyecto ideológico de construir una utopía socialista. De acuerdo con este punto de vista, Octubre fue un acto arbitrario que desvió a Rusia de su sendero natural de desarrollo hacia una democracia capitalista. Octubre fue, además, la causa de la guerra civil devastadora que asoló el país durante casi tres años.

Hay una versión modificada de esta lectura que es abrazada incluso por personas de izquierda que rechazan el leninismo (o lo que creen ellos que fue la estrategia de Lenin) por culpa de las dinámicas autoritarias desatadas por la toma revolucionaria del poder y la subsiguiente guerra civil.

No obstante, lo que sorprende sobremanera cuando uno estudia la revolución desde abajo es lo poco que los Bolcheviques, y los obreros que les apoyaban, estaban, de hecho, guiados por una ideología, en el sentido de que fuesen una suerte de movimiento milenarista que ambicionase únicamente el socialismo. En realidad y sobre todo, Octubre fue una respuesta práctica a problemas sociales y políticos muy serios y concretos que debían afrontar las clases populares. Esto era también, por supuesto, la aproximación al socialismo de Marx y Engels - no una utopía que debía ser construida a partir de unos diseños preconcebidos, pero un conjunto de soluciones concretas a las condiciones reales de los trabajadores bajo el capitalismo. Por ello Marx siempre rechazó obstinadamente ofrecer "recetas para los libros de cocina del futuro" 1/.

El objetivo inmediato y principal de la insurrección de Octubre fue anticiparse a la contrarrevolución, apoyada por las políticas de guerra económica de la burguesía, que hubiese barrido todas las conquistas democráticas y promesas de la Revolución de Febrero y hubiese mantenido la participación rusa en la Guerra Mundial. Una contrarrevolución victoriosa -y ésta hubiese sido la única alternativa real a Octubre- hubiese probablemente dado nacimiento a la primera experiencia de un Estado fascista en el mundo, anticipándose así unos cuantos años a las posteriores respuestas de las burguesías italianas y alemanas a levantamientos revolucionarios similares pero fallidos.

Los Bolcheviques, y la gran mayoría de los obreros industriales urbanos en Rusia, eran, por descontado, socialistas. Pero todas las corrientes del marxismo ruso consideraban que Rusia carecía de las condiciones políticas y económicas para alcanzar el socialismo. Sin duda, existía la esperanza de que la toma revolucionaria del poder en Rusia alentase a los trabajadores de los países desarrollados al oeste a levantarse contra la guerra y contra el capitalismo, abriendo así perspectivas más amplias para la propia revolución rusa. En efecto, fue sólo una esperanza, y estaba lejos de ser una certidumbre. Aun así, Octubre hubiese podido acontecer sin ella.

En mi labor historiográfica, presento pruebas documentadas y, en mi opinión, convincentes en favor de esta forma de presentar Octubre, aunque no voy a intentar resumirlas aquí. Prefiero explicar cuan dolorosamente conscientes eran los Bolcheviques, y los trabajadores que les apoyaban -el partido estaba abrumadoramente compuesto de obreros-, de la amenaza de la guerra civil; lo mucho que intentaron evitarla, y, fracasando en ello, lo mucho que quisieron disminuir su dureza. De este modo, quiero focalizarme con más insistencia explicar el sentido del "se atrevieron" en tanto que legado de Octubre.

El motivo por el cual los Bolcheviques, junto con la mayoría de los trabajadores, apoyaron el "poder dual" durante el periodo inicial de la revolución fue el deseo de evitar la guerra civil. Bajo esta forma de acomodar las cosas, el poder ejecutivo era ejercido por el gobierno provisional, inicialmente compuesto por políticos liberales, representantes de las clases propietarias. Al mismo tiempo, los Soviets, organizaciones políticas electas por los obreros y soldados, fiscalizaban el gobierno, asegurándose de su lealtad al programa revolucionario. Este programa estaba compuesto fundamentalmente por cuatro elementos: una república democrática, una reforma agraria, la jornada laboral de ocho horas, y una diplomacia enérgica que asegurase rápida y democráticamente el final de la guerra. Ninguno de estos puntos era socialista como tal.

El apoyo al poder dual marcó una ruptura radical con el rechazo tradicional del partido de aliarse potencialmente con la burguesía en la lucha contra la autocracia. Ese rechazo constituía los cimientos mismos del bolchevismo como partido de los obreros. Fue el motivo del estatus hegemónico del partido en el movimiento obrero a lo largo de los años de protesta obrera antes de la guerra. El rechazo a la burguesía (que era a su vez un rechazo al Menchevismo) se enraizaba en la larga y dolorosa experiencia obrera que veía cómo la burguesía se aliaba íntimamente con el Estado autocrático para aplastar sus aspiraciones sociales y democráticas.

El apoyo inicial al poder dual reflejó la voluntad de dar una oportunidad a los liberales, ya que las clases propietarias (el partido constitucional-democrático (los Kadetes) se convirtió en su primer representante político en 1917) se habían sumado, aunque bastante tardíamente, a la revolución, o eso parecía. Su adhesión a la revolución facilitó de manera considerable una victoria sin apenas derramamiento de sangre a lo largo del vasto territorio ruso y a lo largo del frente. La asunción del poder por parte de los Soviets en Febrero hubiese expulsado a las clases propietarias del poder, haciendo renacer así el espectro de la guerra civil. Por otra parte, los obreros no estaban preparados para asumir la responsabilidad directa de dirigir el Estado y la economía.

El posterior rechazo del poder dual y la demanda de transferir todo el poder a los soviets no fue, bajo ningún concepto, una respuesta automática al regreso de Lenin a Rusia y la publicación de sus Tesis de Abril. Fundamentalmente, estas tesis fueron una llamada de vuelta a las posturas tradicionales del partido, pero en condiciones de guerra mundial y de revolución democrática victoriosa. Si la posición de Lenin acabó ganando fue porque era cada vez más claro que las clases propietarias y sus representantes liberales eran hostiles a los objetivos de la revolución y querían, de hecho, revertirla.

Ya a mediados de abril, el gobierno liberal dejo claro su apoyo a la guerra y sus objetivos imperialistas. Incluso anteriormente a ello, la prensa burguesa puso término final a su breve luna de miel de unidad nacional con campañas en contra del supuesto egoísmo obrero al perseguir sus ’estrechos’ intereses económicos en detrimento de la producción para la guerra.

El motivo era claramente socavar la alianza obreros-soldados que hizo posible la revolución.

No sin conexión con esto era la creciente sospecha entre los obreros de un progresivo y creciente cierre patronal, enmascarado bajo una supuesta escasez de suministros; sospecha amplificada por el adamantino rechazo de los patrones industriales de la regulación gubernamental de esta economía vacilante. Los cierres patronales fueron desde tiempo atrás el arma favorita de los propietarios de las fábricas. Solamente en los seis meses anteriores al estallido de la guerra, los patrones industriales de la capital, en concierto con la administración de las fábricas de titularidad estatal, organizaron al menos tres cierres patronales generalizados que trajeron consigo el despido de un total de 300 000 trabajadores. Diez años antes, en noviembre y diciembre de 1905, dos cierres generales asestaron un golpe mortal a la primera revolución rusa.

A finales de la primavera y comienzos del verano de 1917, personalidades prominentes de la sociedad censal (las clases dominantes) solicitaban la supresión de los soviets y recibían grandes ovaciones por parte de las asambleas de su clase. Luego, a mediados de junio, bajo una fuerte presión de sus aliados, el gobierno provisional inició una ofensiva militar, poniendo punto y final al cese al fuego de facto que había reinado en el frente oriental desde Febrero.

Y entonces, ya en junio, una mayoría de los obreros de la capital abrazaron la demanda bolchevique de liberar la política gubernamental de la influencia de las clases propietarias. Éste era, en esencia, el significado del "todo el poder para los Soviets": un gobierno que respondiese únicamente ante los obreros y campesinos. A esas alturas, los Bolcheviques y los obreros de la capital aceptaron la inevitabilidad de la guerra.

No obstante, eso no era en sí mismo tan terrorífico, ya que los obreros y campesinos (los soldados eran en su grandísima mayoría jóvenes campesino) eran la gran mayoría de la población. Mucho más preocupante eran las perspectivas de una guerra civil qu enfrentase a distintos bandos en el seno de las fuerzas que sostenían la "democracia revolucionaria". Los socialistas moderados, los Mencheviques, y los Socialistas Revolucionarios (eseristas), dominaban la mayoría de los soviets fuera de la capital, así como el Comité Ejecutivo Central (CEC) de soviets y el Comité Ejecutivo de campesinos, y apoyaban a los liberales, hasta el punto de enviar una delegación de sus líderes a la coalición gubernamental, en un esfuerzo por apuntalar la débil autoridad popular de esta última.

La amenaza de guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria resurgió con fuerza a comienzos de julio, cuando, junto con unidades de la guarnición, los obreros de la capital se manifestaron masivamente para presionar al CEC para que tomase el poder por sí solo. No solamente fracasaron en ello, sino que las manifestaciones fueron el primer derramamiento de sangre serio de la revolución, seguido de una ola de represión gubernamental contra la izquierda y tolerada por los socialistas moderados.

Los acontecimientos de julio dejaron a los Bolcheviques, y los obreros que les apoyaban, sin una ruta clara por la que avanzar. Formalmente, el partido adoptó un nuevo eslogan propuesto por Lenin: el poder para un "gobierno de los trabajadores y los campesinos pobres", sin mención alguna a los soviets, que se hallaban dominados por los socialistas moderados. Lenin entendía dicho eslogan como un llamamiento a preparar una insurrección que pudiese sortear a los soviets y que, de darse las circunstancias, se enfrentase a ellos. Ahora bien, en la práctica el eslogan no era aceptado ni por el partido ni por los obreros de la capital, ya que significaba dirigirse en contra de las masas populares que seguían apoyando a los moderados - por tanto, implicaba la guerra civil en el seno de la democracia revolucionaria.

La actitud de los socialistas, esto es, de la minoría educada, de la intelligentsia de izquierdas, preocupaba particularmente. La intelligentsia de izquierda apoyaba casi en su totalidad a los socialistas moderados. Los Bolcheviques eran un partido plebeyo, y lo mismo era cierto para los social-revolucionarios de izquierda, que se escindieron de los eseristas en septiembre de 1917 y formaron una coalición de gobierno en los soviets junto con los Bolcheviques en noviembre. Las perspectivas de tener que dirigir un Estado, y probablemente también la economía, sin el apoyo de gente formada preocupaba profundamente, en particular a los militantes de los comités de fábrica, mayoritariamente bolcheviques.

El golpe de estado fracasado del general Kornilov a finales de agosto, que contó con el apoyo entusiasta de las clases dominantes, pareció despejar una solución al callejón sin salida al que se estaba llegando. Rindiéndose ante la obviedad, los socialistas moderados parecieron aceptar la necesidad de romper relaciones con los liberales (los ministros liberales dimitieron la noche anterior al levantamiento militar). Los obreros reaccionaron con una curiosa mezcla de alivio y alarma a las noticias sobre la llegada de Kornilov a Petrogrado. Sentían alivio porque podían al menos actuar al unísono en contra de la contrarrevolución en marcha - y así hicieron con gran energía-, y no enfrentándose con el resto de fuerzas de la democracia revolucionaria. Lenin, ya tras la derrota de Kornilov, ofreció el apoyo de su partido al CEC, actuando como una fuerza leal pero de oposición, siempre y cuando el CEC arrebatas el poder al gobierno.

Tras ciertas vacilaciones, los socialistas moderados rechazaron romper con las clases propietarias. Permitieron a Kerensky formar un nuevo gobierno de coalición que incluía personalidades de la burguesía particularmente odiosas como el patrón industrial S. A. Smirnov, que había cerrado recientemente sus fábricas textiles para echar a los trabajadores.

Pero para finales de septiembre, los Bolcheviques ya tenían la mayoría en casi todos los soviets de Rusia de manera que podían contar con una mayoría en el Congreso de los Soviets, convocado a regañadientes por el CEC el 25 de Octubre. Mientras todavía se encontraba escondido huyendo de una orden de detención, Lenin exigió al comité central del partido que preparase una insurrección. Pero la mayoría del comité central tenía dudas al respecto y prefería esperar a la convocatoria de una asamblea constituyente. Uno puede perfectamente comprender sus dudas. Después de todo, una insurrección podía desencadenar todas las condiciones para la todavía latente guerra civil. Era un salto terrorífico hacia lo imprevisible que pondría al partido en la situación de gobernar en condiciones de grave crisis política y económica. Por otra parte, la esperanza de que una asamblea constituyente pudiese superar la profunda polarización que caracterizaba a Rusia, o que las clases dominantes aceptasen su veredicto de ir en contra de sus intereses, era sin lugar a dudas una ilusión. Mientras tanto, el colapso industrial y la hambruna de masas estaban cada vez más cerca.

Si los líderes bolcheviques acabaron organizando la insurrección no fue por la autoridad personal de Lenin, sino por la presión de sus bases y cuadros intermedios, que estaban siendo interpelados por él. El partido contaba como 43 000 miembros en octubre 1917 sólo en Petrogrado, de los cuales 28 000 eran obreros (sobre un total de 420 000 obreros industriales), y 6000 eran soldados. Estos trabajadores estaban preparados para la acción.

No obstante, el estado de ánimo entre los trabajadores fuera del partido era más complejo.

Apoyaban sin miramientos la demanda de transferir todo el poder a los Soviets, pero no estaban por la labor de tomar la iniciativa. Esto suponía la situación opuesta a la de los cinco primeros meses de la revolución, en los cuales las bases obreras estaban a la vanguardia, obligando al partido a seguirlas: así fue en la revolución de Febrero, en las protestas de abril en contra de la política bélica del gobierno, en los movimientos por el control obrero de las industrias como respuesta a los cierres patronales en marcha, y en las manifestaciones de julio para exigir al CEC que tomase el poder.

Pero el derramamiento de sangre de julio y la represión que siguió después cambiaron significativamente las cosas. En efecto, la situación política había evolucionado desde entonces hasta el punto de que los Bolcheviques encabezaban los Soviets en casi todas partes. Ahora bien, los días que precedieron a la insurrección, la totalidad de la prensa que no fuese pro-bolchevique predecía con seguridad que la insurrección sería aplastada de manera aún más sangrienta que en los acontecimientos de julio.

Otra fuente de indecisión para los trabajadores era el amenazante espectro del desempleo de masas. El colapso industrial se avecinaba, y constituía así el argumento más potente para actuar inmediatamente, pero también una fuente de inseguridad que llenó de dudas a los trabajadores.

Por tanto, la iniciativa se encontraba del lado del partido, aunque ello no significase que los obreros bolcheviques estuviesen exentos de dudas. Ahora bien, tenían ciertas cualidades, forjadas tras años de lucha intensa contra la autocracia y los patrones, que les permitieron superarlas. Una de sus virtudes era su deseo de independencia como clase frente a la burguesía, que constituía a su vez el elemento definitorio del bolchevismo como movimiento de los trabajadores. En los años previos a la revolución, ese deseo se expresaba en la insistencia de los trabajadores de mantener sus organizaciones, ya sean políticas, económicas o culturales, libres de influencia de las clases dominantes.

En estrecha relación con lo anterior era el fuerte sentimiento de dignidad que tenían los trabajadores, tanto individualmente como en tanto que miembros de la clase obrera. El concepto de obrero consciente en Rusia recogía una cosmovisión y un código moral separados y opuestos a los de la burguesía. El sentimiento de dignidad se manifestaba por ejemplo, y entre otras formas, en la demanda de ser tratados educadamente que aparecía sin excepción en las listas de las demandas en huelgas. Demandaban ser tratados de usted por la administración de las fábricas y que no se dirigiesen a ellos en la segunda persona del singular, reservada para amigos, hijos y subordinados. En una compilación de estadísticas acerca de las huelgas, el Ministerio de Interior zarista puso en la columna de demandas políticas la exigencia de trato educado, presumiblemente porque implicaba un rechazo de los trabajadores a ser considerados como subordinados en la sociedad. En 1917, resoluciones emanadas de las asambleas fabriles solían referirse a las políticas del gobierno provisional como burlas a la clase obrera. En Octubre, cuando los obreros de la Guardia Roja rechazaban agacharse mientras corrían o rechazaban tener que combatir tumbados en el suelo, ya que lo consideraban una muestra de cobardía y deshonor para un obrero revolucionario, los soldados tuvieron que explicarles que no hay honor alguno en ofrecer tu frente al enemigo. Pero si bien el orgullo de clase era una carga a nivel militar, no parece que hubiese podido haber revolución de Octubre sin él.

Aunque la iniciativa de Octubre recayó principalmente sobre los hombros de los miembros del partido, la insurrección fue bienvenida por virtualmente todos los trabajadores, incluidos los impresores, tradicionalmente seguidores de los Mencheviques. Sin embargo, el problema de la composición del nuevo gobierno apareció de nuevo sobre la escena. Todas las organizaciones obreras, para entonces lideradas por los Bolcheviques, así como el propio partido, pedían una coalición de todos los partidos socialistas.

Una vez más, esto era la expresión del afán de unidad en el seno de las fuerzas de la democracia revolucionaria y el deseo de evitar una guerra civil que las enfrentase entre sí. En el comité central, Lenin y Trotski se oponían a incluir a los socialistas moderados (aunque no a los eseristas de izquierda ni a los Mencheviques-internacionalistas), ya que consideraban que iban a paralizar la acción del gobierno. No obstante, se mantuvieron de lado mientras las negociaciones tenían lugar.

La coalición estaba condenada a no suceder. Las negociaciones se rompieron al entrar en la cuestión del poder de los soviets: los Bolcheviques, así como la inmensa mayoría de los trabajadores, querían que el gobierno fuese responsable únicamente ante los soviets -esto es, un gobierno popular libre de las influencias de las clases propietarias. Los socialistas moderados, en cambio, consideraban que los soviets eran una base demasiado débil para un gobierno viable. Continuaron insistiendo, aunque disfrazadamente, en la necesidad de incluir representantes de las clases dominantes, o al menos del "estrato intermedio" que no se encontraba representado en los soviets. Ahora bien, la sociedad rusa se encontraba profundamente dividida, y estos últimos estaban alineados junto a las clases dominantes. Así mismo, los moderados rechazaban de plano cualquier gobierno con una mayoría bolchevique, incluso si los Bolcheviques habían constituido la mayoría en el Congreso de los Soviets que votó asumir todo el poder. En resumen, los moderados demandaban anular la insurrección de Octubre.

Una vez que eso quedó claro, el apoyo obrero por una coalición amplia se desvaneció. A continuación, los eseristas de izquierda, que llegaron a la misma conclusión que los obreros, formaron una coalición de gobierno junto a los Bolcheviques. Hacia finales de noviembre, un congreso nacional de campesinos, dominado por los socialrevolucionarios de izquierda, decidió fundir su comité ejecutivo junto con el CEC de diputados obreros y soldados. Esta decisión fue recibida con alivio y júbilo por los Bolcheviques y los trabajadores en general: se había alcanzado la unidad, al menos desde abajo, aunque ésta no contase con la intelligentsia de izquierdas, alineada mayoritariamente con los socialistas moderados (ahora bien, ha de resaltarse, que los Mencheviques, a diferencia de los eseristas, no se levantaron en armas contra el gobierno de los soviets).

Este es por tanto el significado del "se atrevieron", como legado de Octubre. Los Bolcheviques, como genuino partido de los trabajadores, actuó de acuerdo a la siguiente máxima: "Fais ce que dois, advienne que pourra" (Haz lo que debas, que acontezca lo que se pueda). Trostky pensaba que esta máxima debía guiar el hacer de todo revolucionario 2/ . He tratado de demostrar que este reto no se aceptó a la ligera y que los Bolcheviques no eran aventureros temerarios. Temían la guerra civil, trataron de evitarla, y si ello no fue posible, al menos trataron de limitar su severidad y ganar cierta ventaja en ella.

En un ensayo escrito en 1923, el líder Menchevique, Fedor Dan, explicó el rechazo de su partido a romper relaciones con las clases propietarias incluso después del golpe de Kornilov. El motivo era que "las clases medias", esa parte de la "democracia" que no se encontraba representada en los Soviets (Dan hace referencia a un profesor, a un cooperativista, al alcalde de Moscú,...) no iba a apoyar una ruptura con las clases propietarias - estaban convencidos de que el país era ingobernable sin ellos - ni iba a considerar, bajo ningún concepto, participar en un gobierno junto con los bolcheviques. Dan continuaba así:

"Entonces -teoréticamente- sólo quedaba un camino para una inmediata solución a la coalición [con representantes de las clases propietarias]: la formación de un gobierno en conjunto con los Bolcheviques -una que no sólo no iba a contar con la democracia que no se hallaba representada en los soviets, sino que también iría en contra de ella. Considerábamos que ese camino era inaceptable, dada la postura bolchevique de aquel periodo. Comprendimos perfectamente que adentrarse en ese camino suponía adentrarse en el camino del terror y la guerra civil; es decir, hacer todo lo que los Bolcheviques se vieron forzados posteriormente a hacer. Ninguno de nosotros sentía que podía asumir la responsabilidad de esas políticas que nacerían de un gobierno de no-coalición" 3/.

La postura de Dan puede ser contrastada con la de una figura extraña de los socialistas moderados, V.B Stankevich (que había sido comisario en el frente durante el gobierno provisional). En una carta fechada en febrero de 1918 y dirigida a sus camaradas de partido, escribió:

"Debemos constatar que, a estas alturas, las fuerzas del movimiento popular se encuentran del lado del nuevo régimen...

"Hay dos vías abiertas a los socialistas moderados: proseguir en su lucha irreconciliable contra el gobierno, o ser una oposición pacífica, creativa y leal... ¿Pueden las viejas fuerzas dirigentes afirmar que, a día de hoy, han adquirido la experiencia suficiente para gestionar la tarea de dirigir el país, una tarea que no se ha vuelto más sencilla sino más difícil? En realidad, no tienen programa alguno que oponer al bolchevique, y una lucha sin programa no es mejor que las aventuras de los generales mejicanos. Pero es que incluso si la posibilidad de crear un programa existiese, debéis comprender que no tenéis las fuerzas para ejecutarlo. Para derrocar a los Bolcheviques necesitáis, si no es formalmente al menos de hecho, el esfuerzo unificado de todas las fuerzas opositoras, desde los eseristas hasta la extrema derecha. Pero, incluso dándose dicha condición, los Bolcheviques seguirían siendo más fuertes...

"Sólo hay un camino posible: el camino del frente popular unido, del trabajo nacional unido, de la creatividad en común...

"¿Mañana qué? ¿Se continúa con los intentos inútiles, sin sentido y esencialmente aventureros de tomar el poder? ¡O trabajamos en conjunto con la gente esforzándonos de forma realista a ayudar en resolver los problemas que Rusia afronta, problemas que están vinculados con la lucha pacífica en pro de principios políticos eternos, en pro de unas verdaderas bases democráticas para gobernar el país!" 4/.

Dejo en manos del lector decidir qué postura tuvo más mérito. No obstante, uno puede argumentar convincentemente que el rechazo a atreverse de los socialistas moderados contribuyó al desenlace que clamaban temer.

Desde octubre 1917, la Historia está repleta de ejemplos de partidos de izquierda que no se atrevieron cuando debieron hacerlo. Por ejemplo, el Partido Social Demócrata Alemán en 1918, los socialistas italianos en 1920, la izquierda española en 1936, los comunistas franceses e italianos en 1945 y 1968-69, la Unidad Popular en Chile entre 1970-73, y más recientemente Syriza en Grecia. Lo que quiero decir no es, por supuesto, que fallaron al organizar una insurrección en algún momento en particular, sino más bien que rechazaron desde el comienzo adoptar una estrategia cuyo objetivo principal fuese arrebatar el poder económico y político a la burguesía, una estrategia que requiere necesariamente, en algún momento, una ruptura revolucionaria con el Estado capitalista.

A día de hoy, cuando las alternativas a las que se enfrenta la humanidad están tan polarizadas, cuando, más que nunca, las únicas opciones reales son el socialismo o la barbarie, cuando el futuro de la civilización está en juego, la izquierda debe inspirarse de Octubre. Esto significa que, a pesar de las derrotas históricas sufridas por la clase obrera y las fuerzas sociales aliadas a lo largo de las pasadas décadas, se debe denunciar como ilusorio cualquier programa que quiera restaurar el Estado de bienestar keynesiano o quiera volver a una socialdemocracia genuina. Un programa así en el capitalismo contemporáneo está condenado a fracasar y a ser un agente desmovilizador. Atreverse significa hoy desarrollar una estrategia cuyo objetivo final sea el socialismo y aceptar que ese objetivo va a implicar necesariamente, en un momento u otro, una ruptura revolucionaria con el poder económico y político de la burguesía, y junto a ellos, con el Estado capitalista.

David Mandel, politólogo e historiador marxista especializado en Rusia y Ucrania, es profesor de la Universidad de Quebec en Montreal, Canadá, y editor de la revista bilingüe, en ruso e inglés, Alternatives. Es autor de The Petrograd Workers in the Russian Revolution, Brill-Haymarket, Leiden and Boston, 2017.

Traducción:Pablo Muyo Bussac,
Notas:
1/ K. Marx, "Afterword to the Second Edition of Capital. vol. I, International Publishers, N.Y., 1967, p. 17.
2/ Trotsky, L., My Life, Scribner, N.Y., 1930, p. 418.F.
3/ I., Dan, "K istoriiposlednykhdneiVremennogopravitel’stva, Letopis’ Russkoirevolyutsii, vol. 1, Berlin, 1923 (https://www.litres.ru/static/trials/00/17/59/00175948.a4.pdf)
4/ I.B. Orlov, "Dvaputistoyatperednimi ..." Istoricheskiiarkhiv, 4, 1997, p. 79.