Mostrando entradas con la etiqueta Eric Blanc. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Eric Blanc. Mostrar todas las entradas

domingo, 15 de septiembre de 2019

POR QUÉ KAUTSKY TENÍA RAZÓN (Y POR QUÉ DEBERÍA IMPORTARTE)




Debate sobre estrategia

14/09/2019 | Eric Blanc 

Con el reciente auge del socialismo democrático en EE UU y en el Reino Unido, una nueva generación de militantes radicales está buscando una estrategia viable para vencer y superar al capitalismo. Por esto, no es sorprendente que haya surgido un debate sobre la relevancia de Kautsky, el principal teórico marxista del mundo desde fines de 1880 hasta 1914.

Esto puede parecer una disputa histórica oscura, pero no lo es. Como las recientes contribuciones de Jacobin hechas por James Muldoon y Charlie Post demuestran, evaluar la política de Kautsky nos ayuda a las y los socialistas de hoy a responder a una pregunta estratégica central: ¿Cómose puede vencer la dominación de clase en una democracia capitalista?

Desafortunadamente, Muldoon y Post centran sus artículos sobre el enfoque de Kautsky a la Revolución alemana de 1918-19, confundiendo la discusión al no poder distinguir suficientemente entre la radicalidad de largo aliento de Kautsky y su giro hacia el centro político en la última etapa de su vida.

Como Muldoon, Post incorrectamente equipara las políticas de Kautsky con el rechazo de “una ruptura radical con el capitalismo y su estado”. Por el contrario, Kautsky fue el principal defensor precisamente de esta estrategia de ruptura en la Segunda Internacional de preguerra. La diferencia entre el enfoque de Kautsky y aquella de leninistas como Post no está en la necesidad de la revolución, sino en cómo lograrla.

Siguiendo los argumentos de Lenin de su panfleto de 1917 El Estado y la Revolución, las y los leninistas han basado su estrategia durante décadas en la necesidad de una insurrección para derrocar por completo el estado parlamentario y poner todo el poder en las manos de consejos obreros. En cambio, Kautsky defendía que el camino para una ruptura anticapitalista en condiciones de democracia política pasaba por la elección de un partido de trabajadores para el gobierno.

¿Qué Kautsky?

Kautsky dejó su marca en la historia como el principal teórico de la izquierda revolucionaria de la Segunda Internacional previo a la primera guerra mundial. Sin embargo, en vez de examinar la visión rupturista para el triunfo del socialismo democrático que Kautsky defendió durante décadas, tanto Post como Muldoon ponen el foco sobre el Kautsky posterior a 1910, periodo en el cual sus políticas fueron, es verdad, cada vez más reformistas, pero también cada vez menos influyentes.

Para esta fecha tardía, prácticamente ninguna corriente política influyente en Alemania o más allá intentó implementar las prescripciones políticas de Kautsky. A pesar de su firme giro hacia el centro después de 1909, las peticiones de Kautsky fueron ignoradas por los círculos oficiales burocratizados del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) durante toda la revolución. Las y los militantes radicales de Alemania, por el otro lado, rechazaron a su mentor por haber abandonado su compromiso de largo aliento con las políticas de clase revolucionarias.

Esta sensación de traición no era infundada. Hasta principios de la década de 1910, Kautsky fue la luz rectora de la extrema izquierda en Alemania, Rusia, y en todo el mundo. No es el caso que los escritos de Kautsky hayan sido los culpables del desplazamiento de la socialdemocracia alemana hacia la derecha. Lo que causó la degeneración del SPD no fue un error teórico, sino el ascenso inesperado de una casta de burócratas del partido que desdeñaron tanto los principios marxistas en general, como de la estrategia de clase “intransigente” de Kautsky en particular.

Para esta burocracia, poco importaba que su decisión de apoyar la primera guerra mundial en agosto de 1914 y de dirigir una república capitalista en alianza con la burguesía después de 1917 violara flagrantemente las posiciones oficiales promovidas anteriormente por Kautsky y adoptadas por el SPD en su totalidad. Citando al historiador Hans-Josef Steinberg, la historia de la socialdemocracia alemana desde 1890 hasta 1914 es “la historia de la emancipación de la teoría en general”.

La mayor limitación política del Kautsky de preguerra fue que él, como el resto de marxistas de la época, falló en predecir completamente, o en prepararse para, el ascenso de esta burocracia. Lo mismo que Rosa Luxemburgo y Vladimir Lenin, asumió de manera incorrecta que el recrudecimiento de la lucha de clases podría remover a los “lideres oportunistas” o forzarlos a volver a una postura de lucha de clases. De esta manera, ni él ni Luxemburgo construyeron una tendencia marxista organizada dentro del SPD que pudiera disputar efectivamente el liderazgo.

Como explica en su biografía definitiva el historiador polaco Marek Waldenberg, la dependencia organizativa de Kautsky del aparato del SPD puso al envejecido teórico en un predicamento brutal cuando la dirección realizo un giro firme a la derecha a partir de 1909:

“Él enfrento el dilema de, por un lado, empezar la lucha con las tendencias y estados de ánimo [oportunistas] cada vez más dominantes en los vínculos decisivos de la estructura del movimiento obrero, o, por el otro, de adaptarse más o menos completamente a estas. Si elegía pelear hubiese significado perder la posición del ideólogo y teórico oficial del partido de la que había disfrutado por casi un cuarto de siglo y a la cual estaba apegado fuertemente. Por otra parte, no estaba acostumbrado a ‘nadar contra la corriente’, él tenía casi 60 años y era un hombre muy cansado y mentalmente exhausto.”

Enfrentado a este desafío inesperado, Kautsky claudicó. A partir de 1910, procedió a revertir muchas de sus posiciones sobre asuntos estratégicos claves como formación de bloques con liberales, participación en coaliciones de gobierno capitalistas y la realidad de la revolución socialista.

Post sostiene que “la estrategia de Kautsky para romper con el capitalismo [fue] un fracaso en 1918-1919”. Pero como la estrategia de Kautsky debe ser juzgada por las prácticas políticas de los partidos que buscaron efectivamente implementarla, cualquier balance serio tiene que mirar más allá de Alemania.

Aunque Kautsky giró a la derecha después de 1909, sus teorías radicales tempranas continuaron orientando las políticas de las y los militantes izquierdistas en Europa. Esto fue especialmente verdad en la Rusia autocrática y en la Finlandia parlamentaria, donde su influencia fue mayor y donde sus estrategias guiaron a bolcheviques y socialdemócratas finlandesess a obtener el poder en 1917-18.

La vía democrática al socialismo de Kautsky

Incluso en su momento de mayor radicalidad, Kautsky rechazó la relevancia de una estrategia insurreccional en las democracias capitalistas. Su posición era simple: la mayoría de las y los trabajadores en países parlamentarios generalmente buscan usar los movimientos de masas legales y los canales democráticos existentes para hacer avanzar sus intereses. Los avances tecnológicos, en cualquier caso, habían vuelto a los ejércitos modernos demasiado poderosos para ser derrotados a través de levantamientos con luchas de barricadas callejeras, al estilo del viejo modelo del siglo XIX. Por estas razones, los gobiernos elegidos democráticamente tienen demasiada legitimidad entre la clase obrera, y demasiada fuerza militar para que un enfoque insurreccional sea realista.

La historia ha confirmado las predicciones de Kautsky. No solo nunca ha habido un movimiento insurreccional socialista victorioso bajo una democracia capitalista, sino que solo una pequeña minoría de trabajadoras y trabajadores ha apoyado -ni siquiera en teoría- la idea de una insurrección. Por esta razón, los elementos más sensibles de los inicios de la Internacional Comunista comenzaron rápidamente a volver al enfoque de Kautsky en 1922-23, recomendando la elección parlamentaria de “gobiernos de trabajadores” como el primer paso hacia una ruptura.

El incisivo balance de la socióloga Carmen Sirriani sobre los intentos de transformaciones anticapitalistas durante el siglo XX, demuestra que incluso cuando el deseo de una transformación socialista inmediata fue profundo entre la clase obrera, el apoyo a reemplazar el voto universal y la democracia parlamentaria por consejos de trabajadores, o por otros órganos de poder dual, siempre fue marginal. Esto era verdad incluso antes de que el ascenso del estalinismo rompiese la atracción popular del modelo de 1917, y no hay razones para pensar que vaya a cambiar en el futuro.

Las y los leninistas pocas veces se han enfrentado con estos hechos ni han dado una explicación convincente de ellos. En otras palabras, han asumido, pero no demostrado realmente, que el modelo insurreccional y de doble poder de la Rusia de 1917 –una revolución que derrocó a un estado autocrático y no capitalista, no a un régimen parlamentario- es relevante para democracias capitalistas. De manera similar, Post no ofrece ninguna evidencia para su aseveración de que solo los consejos obreros, y no un gobierno dirigido por socialistas elegido por el voto universal, son capaces de dirigir una ruptura con el capitalismo.

Dada su incapacidad para ofrecer un caso positivo convincente para una estrategia insurreccional, los leninistas han dirigido sus ataques sobre los peligros y tensiones del intento de usar el estado existente para una transformación socialista. Muchas de estas advertencias son válidas. En efecto, marxistas social-democráticos como Kautsky y Ralph Miliband han escrito algunas de las más mordaces críticas de socialistas en el poder. Los obstáculos identificados por Post ya fueron elocuentemente expuestos hace muchos años en las denuncias de Kautsky sobre el reformismo de los socialistas franceses y en la incisiva evaluación de Miliband del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile.

Post está en lo correcto al señalar que un gobierno de izquierda electo con una orientación de ruptura respecto al estado existente deberá afrontar un sabotaje implacable y cosas peores por parte de las y los capitalistas, el aparato represivo y la burocracia estatal. Sin embargo, en ausencia de una alternativa que sea viable, estas dificultades no son suficientes para rechazar la postura de Kautsky sobre una vía democrática al socialismo. Y al contrario de lo que Post afirma, Kautsky era consciente de los desafíos inherentes a enfrentar de su estrategia, y expuso una perspectiva de cómo podrían superarse de forma plausible.

Debe hacerse notar desde el principio que Kautsky evito exponer una postura rígida o detallada sobre cómo debería realizarse la transición al socialismo. La historia era demasiado impredecible para certezas de ese tipo: “Estoy completamente convencido de que no es nuestra tarea inventar recetas para las cocinas del futuro… En este campo [el de la revolución] pueden aun aparecer muchas sorpresas para nosotros.”

Dicho esto, Kautsky no tenía ilusiones respecto a las posibilidades de un uso pacífico y gradual de las instituciones del estado existente para lograr el socialismo. En su perspectiva, la profundidad del antagonismo de clases significaba que “el proletariado jamás puede compartir el poder gubernamental con ninguna clase propietaria.” Por esta razón rechazaba tajantemente las afirmaciones del “revisionista” Eduard Bernstein de que las y los trabajadores podrían tomar el estado ministerio a ministerio.

Post sostiene incorrectamente que Kautsky y otros socialistas democráticxs “no tienen en cuenta cómo el control del capital sobre las inversiones es su primera línea de defensa contra los intentos de usar cargos electos para derrocar al capitalismo”. De hecho, el influyente clásico de 1902 de Kautsky La revolución social argumentaba que el principal obstáculo a enfrentar por un gobierno de izquierda sería el poder económico y la resistencia de las grandes empresas:

“Una de las peculiaridades de la situación actual consiste en el hecho de que, como ya lo hemos señalado, ya no son más los gobiernos los que nos ofrecen la resistencia más dura… [los explotadores capitalistas] usan sus fuerzas temerariamente y de manera más dura que el propio gobierno, el cual ya no está sobre ellos, sino, por el contrario, está debajo.”

Kautsky argumentó que un gobierno socialista elegido democráticamente también sufriría resistencia desde el interior de las estructuras del estado existente, primero y principalmente de las fuerzas armadas. Por lo tanto, siempre insistió en que para derrocar al régimen capitalista se requería la disolución del ejército y armar al pueblo. Como él señalo, el ejército era “el más importante” sostén del régimen.

“Imaginen por un momento que nuestra actividad parlamentaria haya adoptado formas que amenacen la supremacía de la burguesía. ¿Qué pasaría? La burguesía trataría de terminar con las formas parlamentarias. En particular preferiría suprimir la votación universal, directa y secreta que capitular tranquilamente ante el proletariado. De modo que no se nos da la opción de limitarnos a una lucha puramente parlamentaria.”

Para derrotar tal resistencia de la clase dominante, Kautsky recomendaba a los trabajadores el uso de la herramienta de la huelga general. También afirmaba que aunque los marxistas deseaban y recomendaban una revolución pacífica, debían estar preparados para usar la fuerza si fuese necesario para defender su mandato democrático. Los capitalistas no renunciarían al uso de la violencia incluso si los socialistas lo hicieran.

La burocracia estatal también se resistiría a una transformación socialista. En la evaluación de Kautsky, el aumento de poder del poder ejecutivo y de los funcionarios gubernamentales no electos ya había socavado fatalmente el poder de los parlamentos electos democráticamente. Llamando a seguir el camino forjado por la Comuna de París en 1871, en la cual prácticamente todos los cargos estatales fueron electos desde abajo, sostenía que la democracia representativa tenía que profundizarse radicalmente a través de “la más completa expansión del autogobierno, la elección popular de todos los funcionarios [estatales] y la subordinación de todos los miembros de órganos representativos al control y disciplina del pueblo organizado.”

Dada la naturaleza antidemocrática de los gobiernos modernos, Kautsky concluyo que las principales formas del estado existente –con la excepción importante de los parlamentos elegidos democráticamente – no podían ser usadas por la clase obrera para su propia liberación:

"El proletariado, al igual que la pequeña burguesía, nunca será capaz de dirigir el estado a través de estas instituciones. Esto no es solamente porque la oficialidad militar, la cima de la burocracia y de la Iglesia siempre han sido reclutados desde las clases más altas y están unidas a ellas por los vínculos más íntimos. Está en su propia naturaleza el que estas instituciones de poder se esfuercen en elevarse por encima de la mayoría del pueblo con el objetivo de dominarlos, en vez de servirlos, lo que significa que ellas serán casi siempre antidemocráticas.”

En línea con este enfoque, Kautsky insistía en que pelear por una república democrática –la completa democratización del régimen político, elección de funcionarios y funcionarias estatales, disolución del ejército activo, etc.– era un componente central de la política socialista.

En la práctica

La viabilidad en la práctica de la estrategia de Kautsky fue demostrada por la revolución finlandesa de 1917-18. A diferencia de la mayoría de los partidos socialdemócratas de la época, la socialdemocracia finlandesa bajo la guía de una célula de jóvenes “Kautskystas” liderada por Otto Kuusinen mantuvo su compromiso con un socialismo democrático radical. A través de una organización y educación paciente de la conciencia de clase, las y los socialistas finlandeses ganaron la mayoría en el parlamento en 1916, llevando a la derecha a disolver la institución en el verano de 1917, lo que desencadenó la revolución liderada por los socialistas en enero de 1918. La preferencia de la socialdemocracia finlandesa por una estrategia parlamentaria defensiva no le impidió derrocar el dominio capitalista ni dar pasos hacia el socialismo.

Desafortunadamente, esta estrategia ha sido intentada pocas veces en la práctica después de Finlandia. Durante casi un siglo, la mayoría de la extrema izquierda ha estado desorientada y marginada políticamente por los intentos de generalizar la experiencia bolchevique en contextos políticos no autocráticos. Al mismo tiempo, la gran mayoría de los gobiernos de izquierda electos nunca han tratado de avanzar por el camino sugerido por Kautsky debido a la presión moderadora de la burocracia sindical y del inmenso poder económico de la clase capitalista.

Estos son serios obstáculos para cualquier estrategia socialista. Sin embargo, no son insuperables. La experiencia finlandesa y los posteriores registros históricos muestran que presionar a gobiernos de izquierda hacia el camino de ruptura requiere una corriente influyente de organizaciones marxistas comprometidas con la lucha por una estrategia socialista-democrática y dispuestas a impulsar hacia adelante el proceso revolucionario frente a las inevitables presiones de capitalistas y burócratas sindicales moderados.

Evitar el callejón sin salida de la socialdemocratización requerirá sobre todo de un grado muy intenso y sostenido de acción de masas y de organización independiente de la clase obrera fuera del parlamento. Sin esto, incluso el gobierno más bienintencionado se encontrará en apuros.

No siempre es fácil combinar eficazmente la acción de masas y el trabajo electoral. Es, sin embargo, posible. Post exagera la medida en la que ambas están inherentemente reñidas cuando escribe que los “ ‘teóricos’ de la insurrección tienen y seguirán teniendo que enfrentarse a la elección -construir huelgas disruptivas y acciones de masas o confiar en la elección de amigos de la ‘clase obrera.’”

Esta es una falsa dicotomía. La acción electoral de la clase obrera y la autoactividad de masas pueden, y muchas veces lo hacen, nutrirse recíprocamente. En efecto, la huelga del profesorado de 2018, especialmente en Virginia Occidental y en Arizona, fue en parte inspirada por la campaña para las primarias del 2016 de Bernie Sanders. Sindicatos docentes y activistas de todo el país tienen actualmente la oportunidad de construir a partir del impulso de la huelga un gran desafío político a la clase multimillonaria en la forma de propuestas de campaña de impuestos a las personas ricas y de agrupaciones como Profesores por Bernie. Y, como hizo en 2016, Sanders está de nuevo usando activamente su campaña para promover huelgas y acciones desde abajo de la clase obrera. Navegar las tensiones del trabajo electoral y del movimiento de masas es el arte de la política socialista, no hay fórmulas eternas.

Esto efectivamente importa hoy

Nunca vamos a derrocar al capitalismo sin una estrategia realista para hacerlo. Sin ganar primero una elección democrática, las socialistas no tendrán la legitimidad popular ni el poder necesario para liderar eficazmente una ruptura anticapitalista.

Sin embargo, reclamar lo mejor del legado de Kautsky no solo es importante para nuestros objetivos a largo plazo. Construir desde su concepción marxista de un camino democrático al socialismo tiene al menos tres consecuencias prácticas inmediatas.

En primer lugar, alejarse de los supuestos dogmáticos sobre la generalización del modelo de 1917 debería ayudar a las y los socialistas a abandonar otros dogmas políticos, incluyendo temas urgentes como las vías para construir una corriente marxista y si alguna vez es correcto usar las candidaturas del Partido Demócrata. Aunque todavía hay muchas lecciones positivas que aprender del bolchevismo y la revolución rusa, la época de construir pequeños grupos cada uno dedicado a defender su concepción particular del legado leninista felizmente ha terminado.

En segundo lugar, recuperar la estrategia de Kautsky debería impulsar a las y los socialistas a enfocarse más en la lucha por democratizar el régimen político, una tradición que se ha perdido desde la época de la Segunda Internacional. Mientras que liberales y socialdemócratas aceptan generalmente las reglas y estructuras gubernamentales existentes, los leninistas muchas veces han rechazado luchar de manera activa por reformas democráticas importantes porque lo que buscan es es desligitimar por completo el estado actual.

Las y los marxistas socialistas-democráticos, por el contrario, buscan apoyarse en y expandir las instituciones democráticas actuales –que han sido prácticamente todas conseguidas por la lucha de clases– como un punto de apoyo desde el cual avanzar hacia una transformación anticapitalista. En un país como Estados Unidos, con su sistema político extremadamente antidemocrático, levantar la lucha por una democracia política es extremadamente urgente.

Finalmente, defender los mejores elementos del enfoque de Kautsky es importante para ayudar a las y los militantes de izquierda a tomarse más en serio el campo de lucha electoral. Después de décadas en las que el movimentismo apolítico dominó a la extrema izquierda, y apoyado por lo que el mainstream demócrata definió como el ambiente progresista, la política de masas de la clase obrera finalmente ha vuelto. Bernie Sanders, Alexandria Ocasio-Cortéz, y otros activistas radicales recientemente electos han elevado las expectativas de la clase trabajadora y cambiado la política nacional. Las y los socialistas deben participar de este resurgimiento electoral para promover movimientos de masas y para organizar a cientos de miles de personas en organizaciones de la clase obrera independientes.

Aunque la visión democrática radical de Kautsky no es ciertamente la última palabra en la política marxista, es un punto de partida excelente. Kautsky tenía razón, y mientras más pronto se den cuenta las y los socialistas, mejor.

Eric Blanc. Educador, sociólogo, escritor. Autor de La revuelta del Estado Rojo: la ola de huelgas de los docentes y la política de la clase trabajadora.

4/2/2019
Traducción: intersecciones

domingo, 29 de octubre de 2017

CENTENARIO DE LA REVOLUCIÓN RUSA: ¿FUE INEVITABLE EL ESTALINISMO?




24/10/2017 | Eric Blanc 

Durante casi un siglo, el ascenso del estalinismo en Rusia ha ocultado el proyecto emancipatorio de la revolución de 1917.

Los críticos liberales y conservadores insisten en que este giro de los acontecimientos —el surgimiento de una tiranía política y social tras la revolución y la guerra civil— demuestra que cualquier intento de superar el capitalismo solo conduce a una dictadura brutal. Según el historiador Bruno Naarden, por ejemplo, los "desastrosos acontecimientos tras 1917 mostrarían lo que ocurriría si cualquier Estado y sociedad se condujeran sin la élite burguesa".

En vista del predominio de estas ideas, es una tarea esencial para los revolucionarios marxistas ofrecer una explicación seria de por qué se perdió la revolución rusa.

El potencial emancipador del poder obrero puede apreciarse desde los primeros meses del gobierno soviético formado en octubre de 1917, así como del Gobierno rojo formado poco después en Finlandia.

Millones de obreros, trabajadores rurales y campesinos tomaron el poder en sus centros de trabajo, comunidades y del Estado. Con el derrocamiento de las viejas autoridades, la participación masiva en todas las facetas de la vida social se extendió a unos niveles sin precedentes. Frente al sabotaje o la deserción de funcionarios públicos y directivos capitalistas, el pueblo trabajador y los marxistas organizados tuvieron que intervenir y hacerse cargo para cubrir el consiguiente vacío. La autogestión de abajo a arriba se convirtió en la norma.

Tras Octubre, los bolcheviques y socialistas radicales impulsaron la extensión de la revolución al resto de Rusia y al extranjero. La Revolución de Octubre era, según ellos, la punta de lanza de la revolución socialista mundial: sin la extensión internacional de la revolución, decían, la revolución rusa estaba perdida.

Aunque los bolcheviques y sus aliados tuvieron un gran éxito en la instauración del poder soviético a lo largo de la Rusia central, sus éxitos en la periferia y más allá del Imperio ruso fueron mucho más desiguales. En el verano de 1918, los gobierno soviéticos de Ucrania, Letonia, Estonia y Bakú —junto con el Gobierno rojo finlandés— habían sido derrocados por los esfuerzos combinados del Gobierno alemán, las burguesías locales y los socialistas moderados.

Esta incapacidad de romper el cordón sanitario del imperialismo en la periferia de Rusia facilitó que se desarrollara una guerra civil prolongada y devastadora que tuvo lugar principalmente en las fronteras del antiguo Imperio zarista.

En poco tiempo, el impulso de la revolución hacia la democratización de la vida social y política fue revertido en el contexto de la guerra civil, la intervención de numerosos poderes extranjeros —incluyendo Estados Unidos— y el colapso económico. Debe tenerse en cuenta, también, que los bolcheviques heredaron un país que estaba ya al borde de la desintegración.

Observando el cerco imperialista de Rusia, el agravamiento del desastre económico y el sabotaje activo de los capitalistas y la intelligentsia, en noviembre de 1917 los bolcheviques de Bakú concluían que "ningún otro gobierno, en ningún lugar, ha tenido que trabajar en unas condiciones tan complejas y difíciles".

A lo largo de 1918, también colapsó la industria. Las conexiones entre la ciudad y el campo quedaron hechas añicos, el hambre, la enfermedad y la desmoralización se extendieron como una plaga. Las condiciones en el antiguo Imperio zarista se convirtieron en algo catastrófico, casi imposible de describir, haciendo que incluso las crisis del periodo anterior parecieran menores por comparación. La democracia obrera apenas podría sobrevivir, menos aún florecer, en un contexto semejante.

Como ejemplo de una descripción contemporánea honesta, consideremos la siguiente carta escrita en julio de 1918 por Yakov Sheikman, un líder bolchevique de 27 años de Kazán, una ciudad industrial a orillas del Volga con una fuerte influencia musulmana. Temiendo que pronto moriría en la batalla, Sheikman escribe lo siguiente a su hijo pequeño, explicando la trayectoria de la lucha por la que se juega la vida:

"Así que, querido Emi, estamos rodeados. Quizá tenga que morir. El peligro nos acecha en todo momento. Por eso he decidido escribirte... Te puedes imaginar lo difícil que ha sido todo [tras Octubre], puesto que, simultáneamente, hemos tenido que construir, derribar y defendernos de nuestros enemigos a los que no les faltaba un odio terrible contra nosotros. Todo el país estaba inmerso en las llamas de la guerra civil...

"La burguesía y sus subordinados nos tienden emboscadas. El sabotaje adopta formas increíbles y alcanza proporciones colosales. La intelligentsia, que había apoyado a la burguesía sin protestar, no quería servir a la clase obrera. Por si esto no fuera suficiente, se unió en una alianza con la burguesía contra la clase obrera...

"La contrarrevolución golpeó dolorosamente a la Rusia soviética. Pero el poder soviético rechazó los golpes que le caían de todas partes y pronto estuvo a la ofensiva. Donde nuestros enemigos prevalecían, no había piedad para nosotros. Pero tampoco nosotros mostramos piedad".

En un contexto así, el proceso de democratización político y social quedó rápidamente subordinado —desde abajo y desde arriba— a los esfuerzos militares para derrotar a la contrarrevolución y a la lucha desesperada por alimentar a las ciudades y al joven Ejército Rojo.

Todo se orientó hacia la supervivencia política —resistir todo lo posible hasta que el surgimiento del poder obrero en Occidente abriera nuevos horizontes políticos—. A lo largo del antiguo Imperio zarista, la autogestión se hundió en el autoritarismo y la burocratización. Observando esta dinámica, Sheikman lamentaba que "hay mucha miseria en los oficiales soviéticos (no todos son así, por supuesto, pero sí muchos)".

Una comparativa en todo el Imperio arroja luz sobre el peso de las desesperadas circunstancias sociales sobre la política.

Los que defienden la idea que el giro dictatorial de la Revolución rusa fue debida al supuesto autoritarismo innato de las políticas de Lenin y los bolcheviques tendrían que explicar por qué sus rivales políticos —incluyendo liberales rusos y no rusos, nacionalistas, socialistas moderados y anarquistas— recurrieron igualmente a métodos antidemocráticos cuando afrontaron las condiciones de la guerra civil y amenazas políticas similares a su gobierno.

En su reciente estudio sobre el socialismo libertario en Rusia, el historiador ruso Vladímir Sapon concluye que la derrota de la democracia soviética estuvo determinada ante todo por el catastrófico contexto objetivo de finales de 1918:

"Esta idea la confirma el hecho de que en las áreas donde los anarquistas y neopopulistas de izquierda consolidaron su hegemonía política en el período del primer gobierno soviético, estaban no menos inclinados hacia la dictadura de partido que los bolcheviques a nivel de toda Rusia".

La experiencia del breve Gobierno rojo finlandés fue similar. Los líderes socialistas de Finlandia siguieron vinculados incuestionablemente al tradicional apoyo del marxismo ortodoxo al parlamentarismo, el sufragio universal y la libertad política.

Como ocurrió durante las primeras semanas del poder soviético en Rusia central, el Gobierno rojo finlandés evitó al principio los métodos dictatoriales y tuvo una actitud magnánima hacia sus rivales políticos. Seria difícil encontrar una constitución más democrática que la adoptada por los marxistas finlandeses tras asumir el poder en enero de 1918.

Pero aunque los socialistas finlandeses siguieron defendiendo su teoría y objetivos democráticos, la dinámica de una guerra civil brutal —y una contrarrevolución despiadada— les obligó a recurrir a prácticas autoritarias.

El primer paso en esta dirección fue el de clausurar y prohibir la prensa no socialista a principios de febrero. Poco después, se prohibieron también los periódicos obreros moderados que no habían apoyado la insurrección de enero y el nuevo Gobierno rojo.

A diferencia de la Rusia soviética, el Gobierno rojo finlandés fue un Estado de partido único desde el principio hasta el final, puesto que el resto de partidos finlandeses se negaron a reconocer su legitimidad. Aunque el número de víctimas palidecen comparadas con las de los blancos, se desató un violento Terror Rojo contra la burguesía y los contrarrevolucionarios, acabando con 1 500 vidas.

En el espacio de tiempo de unos pocos meses, el nuevo gobierno se empezaba a parecer cada vez más a una dictadura militar. El 10 de abril, en un desesperado último intento de contrarrestar las recientes derrotas militares, el Gobierno rojo se reorganizó bajo un mando militar hípercentralizado en el que se le dio al líder socialista Kullervo Manner una autoridad dictatorial personal. La prensa socialista finlandesa afirmaba: "La guerra es la guerra y tiene sus propias leyes y necesidades que no coinciden con las necesidades de la humanidad".

A pesar de la evolución cada vez más autoritaria de los regímenes dirigidos por radicales por todo el antiguo Imperio zarista, tiene poco sentido igualar a los bandos contendientes en la guerra civil. Los métodos dictatoriales podían estar, y estaban, dirigidos a preservar o derrocar órdenes sociales antagónicos.

Sin embargo, al señalar la influencia decisiva del contexto objetivo en el ascenso de un militarismo autoritario en todos los bandos de los sangrientos conflictos de este período, no quiere decir que se niegue que los bolcheviques y los socialistas finlandeses tomaron decisiones cuestionables después de 1917.

Una no menor fue la tendencia de los bolcheviques a racionalizar teóricamente muchos de las medidas dictatoriales ad hoc obligadas en el contexto de la guerra civil. Aunque este método de codificación ideológica puede haber sido útil para ganar las batallas de aquel momento, le hizo sin duda mucho más difícil políticamente a los líderes y cuadros del partidos desafiar de forma eficaz a la burocracia tras el fin de la guerra civil en 1921.

Sería erróneo exagerar las posibilidades de democratización en 1921, puesto que para entonces la burocratización del partido y del Estado estaban ya profundamente avanzadas. Además la alienación creciente del régimen político y de los bolcheviques respecto de amplios sectores de la población —que incluiría también a gran parte de la clase obrera— durante la guerra civil dejaba para entonces muy poco espacio a una democracia soviética en una Rusia aislada.

¿Era posible otro camino? Como en los años previos, la suerte de la revolución rusa dependía de forma crucial dela revolución internacional.

Como habían predicho los bolcheviques desde el estallido de la I Guerra Mundial en 1914, una ola revolucionaria recorrió realmente Europa y el mundo en respuesta a la Revolución Rusa.

El Estado Mayor alemán lamentaba que "la influencia de la propaganda bolchevique entre las masas es enorme". Al otro lado del globo, el revolucionario mexicano, Ricardo Flores Magón, exclamó en marzo de 1918 que la ruptura anticapitalista en Rusia "tiene que provocar, quiéranlo o no lo quieran los engreídos con el sistema actual de explotación y de crimen, la gran revolución mundial que ya está llamando a las puertas de todos los pueblos".

En muchos países, el capitalismo se tambaleaba y estuvo al borde del abismo hasta 1923. Aunque hoy se asume normalmente que la orientación de los bolcheviques hacia la revolución mundial era utópica, el estallido de posguerra amenazó realmente con derrocar el orden internacional burgués.

Por ejemplo, la reciente monografía de Brian Porter sobre Polonia, a diferencia de la mayoría de trabajos académicos, cuenta con exactitud la profundidad del desafío anticapitalista:

"Las viejas normas políticas, sociales y económicas quedaron descreditadas y destruidas. Hoy llamamos a lo ocurrido en 1917 “la Revolución Rusa”, pero en aquel momento parecía haber una posibilidad real de que pudiera ser la revolución, el momento de destrucción creativa que derrocaría los viejas centros de poder e introduciría un orden mundial totalmente nuevo».

La radicalización política, las huelgas y motines barrieron país tras país en Europa y en el mundo colonial. Las revoluciones de obreros y soldados derrocaron los viejos regímenes en Alemania y Austria en noviembre de 1918. Poco después, los marxistas radicales asumieron brevemente el poder en Persia, Bavaria y Hungría. Los obreros revolucionarios y socialistas estuvieron peligrosamente cerca de derrocar el gobierno capitalista en Polonia (1918-19), Austria (1919), Italia (1919-20), Alemania (1918-23) y en otros países.

El hecho de que el capitalismo sobreviviera al final a esta ofensiva revolucionaria no era inevitable. La clase obrera no carecía de voluntad de transformar radicalmente la sociedad.

Pero estas aspiraciones quedaron bloqueadas, por encima de todo, por las direcciones de los socialistas moderados: cuando los obreros entraron en acción, las burocracias socialdemócratas y sindicales trataron de restaurar el orden a cualquier precio. No carecía de fundamento las declaraciones del líder bolchevique Grigori Zinóviev en 1920: "Mirad al resto del mundo. ¿Quién está salvando a la burguesía? ¡Los llamados socialdemócratas!"

Aunque los primeros comunistas cometieron ciertamente errores importantes que lastraron su capacidad de vencer a las fuerzas del reformismo oficial, la culpa de la derrota de la ola revolucionaria de 1918-1923 debe dirigirse, primero y ante todo, hacia aquellos líderes del movimiento obrero que apuntalaron y respaldaron de forma activa a sus Estados capitalistas tras la guerra.

Por citar al ala izquierda del Partido Socialista de Polonia: "se llaman socialistas y en realidad toda su actividad está dirigida contra el socialismo". A finales de 1923, los líderes socialistas defensores del colaboracionismo de clase habían desactivado efectivamente la conflagración revolucionaria europea en Alemania y por toda Europa.
Los indiscutibles esfuerzos de los moderados para frenar el impulso de la clase obrera hacia una ruptura anticapitalista aislaron al sitiado gobierno obrero y campesino en Rusia.

Este resultado, sin embargo, no estaba predeterminado. País tras país, los radicales estuvieron cerca de superar a los moderados y liderar a los trabajadores al poder. Teniendo en cuenta el muy frágil control del poder que tenía la burguesía, muchas decisiones, acciones y desarrollos políticos, posibles pero no realizadas, podrían haber sido suficientes para haber llevado la historia mundial por un camino muy distinto tras 1917.

Aprendiendo las lecciones de esta historia inspiradora y trágica, los revolucionarios socialistas podrán prepararse mejor para las importante luchas del futuro.

12/10/2017
Traducción: viento sur