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jueves, 11 de septiembre de 2025

PORVENIR CAPITALISTA

Escribe; Milcíades Ruiz

Hay incertidumbre general sobre nuestro porvenir. A nivel internacional, la pugna entre potencias capitalistas por el dominio económico de la humanidad, tiende a desarticular el orden establecido bajo el dominio de EE UU y, su reemplazo por un nuevo orden mundial múltiple. Esto asusta a los beneficiarios del orden vigente, que se resisten a perder sus dominios y, toman medidas desesperadas para evitarlo. Esta situación redunda positiva y negativamente a toda Latinoamérica, incluyendo nuestro país que, además tiene ya, incertidumbre electoral.

Las amenazas de EE UU de recuperar por la fuerza el terreno perdido en su “patio trasero”, su disforzado despliegue militar de amedrentamiento en torno a Venezuela, Cuba y otros países del Caribe que pretendan liberarse de sus dominios, tienen este móvil. Sus represalias contra Brasil que impulsa el bloque BRICS, como alternativa económica y las advertencias a los demás países de nuestro continente, tienen el mismo propósito, como también, su política arancelaria.

Justificar este amedrentamiento a Latinoamérica, so pretexto de combatir el narcotráfico es fantasioso. Bien sabemos que el principal mercado de las drogas está en EE UU y en mayor proporción las drogas sintéticas producidas allá mismo. Es el mercado el que atrae abastecedores y no al revés. De no haber mercado, no habría abastecedores. Entonces, es en EE UU, donde está el foco del problema y no, en Latinoamérica. Es allá, donde debe hacer el despliegue represivo y no en nuestros países.

En esta misma línea de evitar el cambio para proteger sus dominios, están los países de la Unión Europea, con los cuales, estamos enlazados económicamente. Esta situación mundial, ya viene ralentizando o, aminorando el crecimiento económico en todos los países del engranaje económico actual, sobre todo en los más pobres por su endeudamiento y dependencia de los países ricos. Al disminuir la capacidad económica de estos, habrá menos apoyo.

Según estimaciones de la CEPAL –Comisión Económica para América Latina y el Caribe –ONU, en el 2025 la tasa de crecimiento del PIB mundial se situará en el 2,8%, por debajo de lo obtenido en el 2024 (3,3%) y será la más baja en lo que va del siglo. Los Estados Unidos (25% del PIB mundial) tendrán la desaceleración más intensa entre las economías avanzadas (2,7% y 1,8% en 2024 y 2025, respectivamente).

Indica la CEPAL que, en los últimos 12 meses, el gasto público estadounidense llegó a la cifra récord de 7,1 billones de dólares, sobrepasando los ingresos fiscales de 5,1 billones dólares, lo que ocasiona un déficit fiscal de 2 billones de dólares. Por su parte América Latina viene perdiendo por rebote, su ritmo de crecimiento que se agravará con el empeoramiento de la situación mundial.


En la zona del euro, el crecimiento continuará siendo moderado (0,8% en 2025), afectado por la incertidumbre comercial y fiscal. La onda expansiva de desaceleración económica se está extendiendo, en tanto que China, nuestro mayor cliente comercial, crecerá en torno a un 4% en el bienio 2025-2026, tasa inferior al objetivo oficial del 5%.


En nuestro país, el Banco Central de Reserva –BCR, en informe de su encuesta Expectativas Macroeconómicas en agosto último, señala una perspectiva de crecimiento del PBI en un rango de 3,0 y 3,1 % menor al año pasado; y de 2,9 y 3,0% para 2026 con proyección a la baja. Las perspectivas de las empresas, no son buenas sobre su situación a tres meses y 12 meses, siendo negativas sus inversiones, tiempo en el que no piensan contratar trabajadores.



Entonces, si los negocios van de mal en peor, habrá menos ingresos para todos. Al caer la economía nacional, mientras la población crece, se agravarán los problemas. No hay mayores inversiones por el riesgo de perder, baja el movimiento financiero, se despiden trabajadores, el estado recauda menores ingresos procedentes de impuestos y no podrá atender las necesidades públicas. El desempleo generará mayor delincuencia, pobreza y hambre.

No obstante, el poder legislativo ha otorgado mayores subsidios estatales (gastos tributarios) a las empresas multinacionales extranjeras de la agro exportación mediante ley 32434 promulgada ayer nomás, dejando de recaudar miles de millones. Estas empresas pagarán solo el 15 % del Impuesto a la Renta hasta el año 2035, como lo viene haciendo desde el 2000 implantado por Fujimori y, depreciarán el 20 % anual de sus inversiones en obras de riego entre 2026 y 2035, quedando en cero para el impuesto patrimonial.

Estas empresas entre las que se encuentran grupos latifundistas de Inglaterra, EE UU, Noruega, Guatemala y otros, vienen batiendo todos los récords de exportación y ganancias año tras año. No necesitan ser subsidiadas. Pero en general, los subsidios a las empresas siguen en aumento, mediante exoneraciones y otros beneficios, mientras el pueblo sufre.




Para el año 2026, la SUNAT estima que el subsidio o, gasto tributario potencial ascendería a S/ 26,350 millones, lo que equivale al 2,16% del PBI y al 12,7% de la recaudación tributaria esperada. Pero el ejecutivo, después de haber presentado el presupuesto para el 2026 ante el Congreso, ahora pide una reducción significativa de fondos en el rubro de seguridad ciudadana, a pesar del aumento de la criminalidad. Todo esto genera mayor incertidumbre para nuestro porvenir

En estas condiciones, ¿Qué nos pueden ofrecer los partidos políticos en campaña electoral? Ante la incertidumbre, lo más probable es que los votos nulos y en blanco, se impongan sobre los válidos, dado que la dispersión será muy alta ante la proliferación de candidaturas y, también es un voto de protesta. En el mercado político también están en juego los intereses de un orden establecido por la corrupción. La captura del estado es con fines de lucro para los inversionistas que financian y para los testaferros.

Lo positivo de un cambio en el orden mundial es que, nos podría liberar del monopolio de la esclavitud económica bajo la extorsión hegemónica de EE UU, siempre que nos cuidemos de no caer en otras ataduras. Para el pueblo, su libertad soberana depende de su poder para predominar. Construir poder popular con capacidad de proteger los intereses de la mayoría nacional, es un objetivo básico. O no. Ustedes qué dicen.

Septiembre 11/ 2025

Mayor información en https://wordpress.com/view/republicaequitativa.wordpress.com

 

sábado, 21 de diciembre de 2024

VIVIMOS TIEMPOS DECISIVOS

 


 

El capitalismo ya no es sinónimo de progreso sino de destrucción de vidas y la morada humana (la Tierra).

El factor trabajo tiene que someter al capital porque de ello depende la supervivencia de la humanidad. Inteligencia Artificial + Robótica se convertirá en la espada que extermine a los humanos, si los trabajadores no toman el control de sus vidas y la administración del poder global.

IA + robótica + propiedad social = socialismo

La defensa del derecho a la vida es prioritaria frente a la política de destrucción y muerte que impone la agonía de occidente colectivo. Podemos decir, a manera de síntesis, que el socialismo no es un problema a resolver, ni un misterio que vivir sino una realidad a crear. Socialismo es sinónimo de vida, de humanidad.

¡Un nuevo orden está en la orden del día!

¡Trabajadores de todos los países, uníos!

Tacnacomunitaria

Tacna, 18 noviembre 2023

 

jueves, 3 de octubre de 2024

DE KARL MARX AL ECO-MARXISMO


Michael Löwy

24/Sep/2024

 

La reflexión sobre la contribución de Marx a una perspectiva ecológica ha progresado mucho en las últimas décadas. La imagen un tanto caricaturesca de un Marx “prometeico”, productivista, indiferente a los retos medioambientales, transmitida por algunos ecologistas, ansiosos de “sustituir el paradigma rojo por el verde”, ha perdido mucha credibilidad. El pionero en el redescubrimiento de la dimensión ecológica en Marx y Engels fue sin duda John Bellamy Foster, con su obra La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza (Ediciones de Intervención Cultural, 2000), que pone de manifiesto los análisis de Marx sobre la “fractura metabólica” (Riss des Stoffwechsels) entre las sociedades humanas y el medio natural, provocada por el capitalismo. Bellamy Foster transformó la Monthly Review, una de las publicaciones más importantes de la izquierda norteamericana, en una revista eco-marxista, y fomentó el avance de toda una escuela de pensamiento marxista en torno a la temática del metabolic rift, incluyendo a autores tan importantes como Brett Clark, Ian Angus, Paul Burkett, Richard York y otros. Se puede criticar a Bellamy Foster por su lectura de Marx como un ecologista comprometido desde sus escritos de juventud hasta sus últimos trabajos, sin tener en cuenta textos o pasajes que muestran una lógica productivista; pero no se puede dudar de la importancia, la novedad, la profundidad de sus escritos. En la lectura de Marx en una perspectiva ecológica hay un antes y un después de Bellamy Foster.

Próximo a esta escuela de pensamiento -su primer libro, Karl Marx’s Ecosocialism, Capital, Nature and the Unfinished Critique of Political Economy (2017) [La naturaleza contra el capital, Bellaterra, 2022] fue publicado por Monthly Review Press-, el joven investigador japonés Kohei Saito se distingue por una interpretación más matizada de los escritos de Marx. Tanto en su primer libro como en el siguiente, Marx in the Anthropocene. Towards the Idea of Degrowth Communism (2022), muestra que la reflexión de Marx sobre el medio ambiente no es un todo homogéneo. No trata los escritos de Marx como un conjunto sistemático, definido de comienzo a fin por un gran compromiso ecológico (según algunos) o una poderosa tendencia no ecológica (según otros), sino como un pensamiento en movimiento. Es cierto que se pueden descubrir elementos de continuidad en la reflexión de Marx sobre la naturaleza, pero también hay cambios y reorientaciones muy significativas. Además, como lo sugiere el subtítulo del libro de 2017 -publicado en francés como La Nature contre le Capital. L’écologie de Marx dans sa critique inachevée du capital (2021)- sus reflexiones críticas sobre la relación entre la economía política y el medio natural quedaron “inacabadas”.

Entre las continuidades, una de las más importantes es la cuestión de la “separación” capitalista de los humanos respecto de la tierra, esto es de la naturaleza. Marx pensaba que en las sociedades precapitalistas existía una forma de unidad entre los productores y la tierra, y consideraba como una de las tareas esenciales del socialismo la de restablecer la unidad original entre los humanos y la naturaleza, destruída por el capitalismo, aunque a un nivel más elevado (negación de la negación). Eso explica el interés de Marx por las comunidades precapitalistas, tanto en sus discusiones ecológicas (por ejemplo, Carl Fraas) como en sus investigaciones antropológicas (Franz Maurer): estos dos autores eran considerados “socialistas inconscientes”. Y desde luego, en su último documento importante, la carta a Vera Zasulich (1881), Marx afirmaba que gracias a la supresión del capitalismo, las sociedades modernas podrían volver a una forma superior de un tipo “arcaico” de propiedad y de producción colectivas. Se diría que esto pertenece al momento “anticapitalista romántico” de las reflexiones de Marx… Sea como sea, esta interesante visión general de Saito resulta muy pertinente hoy día, cuando las comunidades indígenas de las Américas, de Canadá a la Patagonia, están en primera línea de la resistencia a la destrucción capitalista del entorno.

No obstante, la principal contribución de Saito es mostrar el movimiento, la evolución de las reflexiones de Marx sobre la naturaleza, en un proceso de aprendizaje, reconsideración y remodelación de sus pensamientos. Antes de El Capital (1867), se puede encontrar en los escritos de Marx una evaluación bastante poco crítica del “progreso” capitalista -una actitud muchas veces descrita con el vago término mitológico de “prometeismo”. Esto resulta evidente en el Manifiesto Comunista, que celebraba la “sumisión de las fuerzas de la naturaleza al hombre” y la “roturación de continentes enteros para el cultivo”; pero se aplica también a los Cuadernos de Londres (1851), a los Manuscritos Económicos de 1861-63 y a otros escritos de aquellos años. Curiosamente, Saito parece excluir de su crítica a los Grundrisse (1857-58), una excepción no justificadaen mi opinión, porquees conocido cómo admiraba Marx en este manuscrito la “gran misión civilizadora del capitalismo” respecto a la naturaleza y a las comunidades precapitalistas, prisioneras de su localismo y de su ¡”idolatría de la naturaleza”!

El cambio ocurre en 1865-66, cuando Marx descubrió, leyendo los escritos del químico agrícola Justus von Liebig, el problema del agotamiento de los suelos, y la ruptura metabólica entre las sociedades humanas y el medio natural. Esto llevaría, en el volumen I del Capital -aunque también en los otros dos volúmenes inacabados- a una valoración mucho más crítica de la naturaleza destructiva del “progreso” capitalista, en particular en la agricultura. Después de 1868, leyendo a otro científico alemán, Carl Fraas, Marx descubrió también otras cuestiones ecológicas importantes, como la deforestación y el cambio climático local. Según Saito, si Marx hubiera podido terminar los volúmenes 2 y 3 del Capital, habría puesto más el acento en la crisis ecológica -lo que significa también, al menos implícitamente, que en su estado inacabado actual, el acento no estaba suficientemente puesto en esas cuestiones…

Esto me lleva a mi principal desacuerdo con Saito: en varios pasajes del libro, afirma que para Marx “la no durabilidad medioambiental del capitalismo es la contradicción del sistema” (p. 142, subrayado por Saito); o que al final de su vida, llegó a considerar la ruptura metabólica como “el problema más grave del capitalismo”; o que el conflicto con los límites naturales era para Marx “la principal contradicción del modo de producción capitalista”.

Me pregunto dónde ha encontrado Saito semejantes declaraciones, en los escritos de Marx, los libros publicados, los manuscritos o los cuadernos… Son inencontrables, y por una buena razón: la insostenibilidad ecológico del sistema capitalista no era una cuestión decisiva en el siglo XIX como lo es hoy día: o mejor dicho, desde 1945, cuando el planeta ha entrado en una nueva era geológica, el Antropoceno. Creo además que la ruptura metabólica, o el conflicto con los límites naturales, no es “un problema del capitalismo” o una “contradicción del sistema”, ¡es mucho más que eso! Es una contradicción entre el sistema y las “condiciones naturales eternas” (Marx), y por tanto con las condiciones naturales de la vida humana en el planeta. De hecho, como afirma Paul Burkett (citado por Saito), el capital puede continuar acumulando en cualquiercondición natural, incluso degradada, mientras no haya extinción completa de la vida humana: la civilización humana puede desaparecer antes de que la acumulación del capital se vuelva imposible…

Saito concluye su libro con una valoración sobria que me parece una resumen muy pertinente de la cuestión: El Capital (el libro) fue un proyecto inacabado. Marx no respondió a todas las cuestiones ni predijo el mundo de hoy. Pero su crítica del capitalismo proporciona una base teórica extremadamente útil para la comprensión de la crisis ecológica actual. Por consiguiente, añadiría que el ecosocialismo puede apoyarse en las ideas de Marx, pero que debe desarrollar plenamente una nueva confrontación eco-marxista con los desafíos del Antropoceno en el siglo XXI.

En su último libro, Marx and the Anthropocene, Saito desarrolla y amplia su análisis de los escritos de Marx, criticando el productivismo de los Grundrisse y del famoso Prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política, a menudo considerada la formulación definitiva del materialismo histórico. En el Prólogo de 1859, las fuerzas productivas aparecen como la principal fuerza motriz de la historia, que sería liberada, gracias a la revolución, de los “obstáculos” que constituyen las relaciones de producción capitalistas. Sitio muestra cómo, a partir de 1870, en sus escritos sobre Rusia y en sus cuadernos de notas etnográficas o naturalistas, Marx se aleja de esta visión de la historia. En este “último Marx” se esboza, según Saito, una nueva concepción del materialismo histórico -ciertamente inacabado- en donde el medio natural y las comunidades pre-modernas (o no-europeas) juegan un papel esencial. Saito intenta mostrar también, sobre todo a partir de los Cuadernos de Notas recientemente publicados por la nueva MEGA, una adhesión de Marx a la idea de decrecimiento, pero esta hipótesis no encuentra un fundamente efectivo en estos escritos.

Marx crítico de la acumulación ilimitada

Me parece que la cuestión de la contribución de Marx al ecosocialismo, o si se prefiere, al eco-marxismo, no se limita a sus textos sobre la relación con la naturaleza -que son, hay que reconocerlo, relativamente marginales en su obra: no hay un solo libro, o artículo, o capítulo de libro, de Marx o de Engels, dedicado a la ecología, o a la crisis ecológica. Lo cual es del todo comprensible, considerando que la destrucción capitalista del entorno sólo estaba en sus primeras manifestaciones, y no tenía en absoluto la gravedad que hoy día tiene. Pienso que en sus escritos se encuentran argumentos que no tienen por objeto la naturaleza, pero constituyen contribuciones esenciales para una reflexión eco-marxista, a condición de ser repensadas en función de la crisis ecológica de nuestra época. Hay que considerar aquí dos elementos:

1.      La crítica de Marx a la hybris capitalista: la acumulación/expansión sin límites.

2.     El comunismo como “Reino de la Libertad”

3.     El capitalismo es un sistema que no puede existir sin una tendencia expansiva ilimitada. En los Grundrisse, Marx observaba:

“El capital, en tanto que representa la forma universal de la riqueza -el dinero- es la tendencia sin límites ni medida a superar su propio límite. Cualquier límite no puede ser superado más que por él. Si no, dejaría de ser capital: el dinero en tanto que se produce a sí mismo (…) es el movimiento perpetuo que tiende siempre a crear más”[1].

Es un análisis que se desarrollará en el primer volumen de El Capital. Según Marx, el capitalista es un individuo que no funciona más que como “capital personificado”. Como tal, es necesariamente un “agente fanático de la acumulación”, que “fuerza a los hombres, sin piedad ni tregua, a producir para producir”. Este comportamiento es “el efecto de un mecanismo social del que sólo es un engranaje”. ¿Cuál es ese “mecanismo social”, cuya expresión psíquica en el capitalista es “la más sórdida avaricia y el espíritu calculadormás mezquino”? Esta es su dinámica, según Marx:

“El desarrollo de la producción capitalista necesita una expansión continua del capital colocado en una empresa, y la concurrencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista como leyes coercitivas externas a cada capitalista individual. No le permite conservar su capital sin ampliarlo, y no puede continuar ampliándolo sin una acumulación progresiva”[2].

La acumulación ilimitada del capital es la regla inflexible del mecanismo social capitalista: “¡Acumulad, acumulad! ¡Es la ley y los profetas! (…) Acumular para acumular, producir para producir, es la consigna de la economía política que proclama la misión histórica del período burgués”[3].

Acumulación para la acumulación, producción para la producción, sin tregua ni piedad, sin límites ni medida, en un movimiento perpetuo de crecimiento, una ampliación continua: ésta es, según Marx, la lógica implacable del capital, ese mecanismo social del que los capitalistas son “agentes fanáticos”. El imperativo de acumulación se convierte en una especie de religión secular, de culto “fanático”, en el que la mercancía sustituye a “la ley y los profetas” del judeo-cristianismo.

El significado de este diagnóstico para el Antropoceno del siglo XXI resulta evidente: esta lógica productivista del capitalismo, esta hybris que exige la expansión permanente y que rechaza cualquier límite, es la responsable de la crisis ecológica y del proceso catastrófico de cambio climático de nuestra época. El análisis de Marx permite comprender por qué el “capitalismo verde” no es más que un señuelo: el sistema no puede existir sin acumulación y crecimiento, un crecimiento “sin límite ni medida”, que depende en un 80% de las energías fósiles. Por eso, a pesar de las lenificantes declaraciones de los gobiernos y de las reuniones internacionales sobre el clima (las COPs) o sobre la “transición ecológica”, las emisiones de gas de efecto invernadero no han dejado de crecer. Los científicos hacen sonar la voz de alarma y enfatizan la necesidad urgente de cesar cualquier nueva explotación de energías fósiles, esperando reducir rápidamente la utilización de los recursos existentes; pero los grandes monopolio del petróleo abren cada día nuevos pozos, y su representante, la OPEP, anuncia públicamente que harán falta explotar estos recursos durante mucho tiempo todavía, “para satisfacer la demanda creciente”. Lo mismo ocurre con las nuevas minas de carbón, que no dejan de abrirse, de la Alemania “verde” a la China “socialista”.

En efecto, la demanda de energía no deja de crecer, y con ella el consumo de energías fósiles, mientras que las renovables vienen simplemente a añadirse a aquellas, en vez de reemplazarlas. Si un capitalista “verde” quisiera realizar una práctica diferente, sería echado del mercado: como recordaba Marx, “la competencia impone las leyes inmanentes de la producción capitalista como leyes coercitivas externas a cada capitalista individual”.

La temperatura media del planeta se ha acercado peligrosamente, en 2023, al límite de 1,5 grados por encima de la época preindustrial -límite por encima del cual amenaza desencadenar un proceso de recalentamiento global incontrolable, con mecanismos de retroacción cada vez más intensos. Los científicos del GIEC recuerdan la necesidad de reducciones inmediatas de las emisiones, de aquí a 2030, como última posibilidad de evitar la catástrofe. Ahora bien, la Unión Europea y otros gobiernos anuncian, con gran suficiencia, que podrán alcanzar las “cero emisiones netas”… en 2050. Un anuncio doblemente mixtificador, no sólo porque finge ignorar la urgencia de la crisis, sino también porque “cero netas” no es lo mismo que cero emisiones: gracias a los “mecanismos de compensación”, las empresas pueden continuar con sus emisiones, si las “compensan” protegiendo un bosque en Indonesia.

El capitalismo industrial moderno es totalmente dependiente del carbón y del petróleo desde hace tres siglos y no muestra ninguna disposición a prescindir de ellos. Para ello habría bastado con romper con la acumulación “sin límites ni medida” y con el productivismo, organizando un proceso de decrecimiento planificado, con supresión o reducción de sectores enteros de la economía: una gestión totalmente contradictoria con los fundamentos mismos del capitalismo. Greta Thunberg recordaba, con toda razón, que es “matemáticamente imposible resolver la crisis climática en los marcos del sistema económico existente”. Los análisis de Marx en El Capital sobre el inexorable mecanismo, “sin tregua ni piedad”, de la acumulación/expansión capitalista explican esta imposibilidad.

Muchos ecologistas tienen tendencia a apuntar al consumo como responsable de la crisis medioambiental. Es cierto que el modelo de consumo del capitalismo moderno es claramente insostenible. Pero la fuente del problema se encuentra en el sistema productivo. El productivismo es el motor del consumismo. Marx ya observó esta dinámica. En su Contribución a la crítica de la economía política (1859) escribía:

“La producción produce el consumo: 1. Proporcionándole el material; 2. Determinando el modo de consumo; 3. Haciéndolo aparecer para el consumidor como necesidad de los productos que colocaen forma de objeto. Produceel objeto del consumo, el modo de consumo, laimpulsión al consumo[4].

Esto es mucho más cierto aún en nuestra época que en el siglo XIX… Los productores capitalistas suscitan “la impulsión al consumo” por medio de un vasto e inmenso aparato publicitario, que machaca, día y noche, en las paredes de las ciudades, en los periódicos, en la radio o la televisión, por todas partes, “sin tregua ni piedad”, con la necesidad imperativa de consumir tal o cual mercancía. La publicidad comercial se apropia de todos los ámbitos de la vida: el deporte, la religión, la política, la cultura, la información. Se crean necesidades artificiales, se fabrican “modas”, y el sistema induce un frenesí consumidor, “sin límites ni medida”, de productos cada vez menos útiles, lo que permite a la producción ampliarse y extenderse al infinito. Si la producción produce el consumo, como constataba Marx, hay que transformar el sistema productivo, mejor que predicar la abstinencia a los consumidores. La supresión pura y simple de la publicidad comercial es el primer paso para superar la alienación consumidora y permitir a los individuos volver a encontrar sus verdaderas necesidades.

Otra dimensión del consumismo capitalista criticado por Marx -una dimensión con evidentes implicaciones ecológicas actuales- es el predominio del tener sobre el ser, de la posesión de bienes, o de dinero, o de capital, sobre la libre actividad humana. En los Manuscritos de 1844 se desarrolla esta temática. Según Marx, en la sociedad burguesa predomina, de forma exclusiva, “el sentido de la posesión, del tener”. En lugar de la vida de los seres humanos aparece “la vida de la propiedad”, y “en lugar de todos los sentidos psíquicos e intelectuales aparece la simple alienación de todos esos sentidos, el sentido del tener”. La posesión, el tener, es una vida alienada: “Cuanto menos eres, menos manifiestas tu vida, más posees, más aumenta tu vida alienada, más acumulas tu ser alienado”[5].

Se trata aquí de otra forma del consumismo: lo importante no es el uso, sino la posesión de un bien, de una mercancía. Su manifestación más evidente es el consumo ostentatorio de las clases privilegiadas, estudiado por Thorstein Veblen en su clásico Teoría de la clase ociosa (1899). En nuestros días alcanza proporciones monumentales, y alimenta una extensa industria de productos de lujo: aviones privados, yates, joyas, obras de arte, perfumes… Pero la obsesión posesiva gana también a otras clases sociales, conduciendo a la acumulación de bienes como fin en sí mismos, independientemente de su valor de uso. El ser, la actividad humana como tal, es sacrificada al tener, la posesión de mercancías, alimentando así el productivismo, la inundación de la vida social por una masa creciente de productos cada vez menos útiles. Bien entendido, los recursos necesarios para la producción de esta montaña de bienes mercantiles son, todavía y cada vez más, el carbón y el petróleo…

El comunismo, reino de la libertad

El comunismo, en tanto que reino de la libertad, se basa en la prioridad del ser sobre el tener, invirtiendo la lógica alienada impuesta por el capitalismo. La economía política burguesa lleva hasta sus últimas consecuencias esta lógica perversa: “Su tesis principal es la renuncia a sí mismo, la renuncia a la vida y a todas las necesidades humanas. Cuanto menos comes, bebes, compras libros, cuanto menos vas al teatro, al baile, al cabaret, cuanto menos piensas, amas, haces teoría, cuanto menos cantas, hablas, haces esgrima, etc., más ahorras, más aumentas tu tesoro (…), tu capital (…), todo lo que el economista te coge de vida y de humanidad y te lo sustituye por dinero y riqueza (…)”.

Marx incluía en lo que constituye el ser -es decir, la vida y la humanidad de los humanos- tres elementos constitutivos: I. La satisfacción de las necesidades esenciales (beber, comer); II. La satisfacción de las necesidades culturales: ir al teatro, al cabaret, comprar libros. Hay que señalar que estas dos categorías se refieren a actos de consumo vital, pero no de acumulación de bienes (¡todo lo más, libros!) y aún menos de dinero. La inclusión de las necesidades culturales es ya una protesta implícita contra el capitalismo, que quiere limitar el consumo de obrero a lo que permite su supervivencia elemental: beber y comer. Para Marx, el obrero, como todos los seres humanos, necesita ir al teatro, al cabaret, leer libros, educarse, divertirse; III. La auto-actividad humana: pensar, amar, hacer teoría, cantar, hablar, hacer esgrima… Esta lista es fascinante, por su diversidad, su carácter tanto serio como lúdico, y por el hecho de que incluye a la vez lo esencial -pensar, amar, hablar- y el “lujo”: cantar, hacer teoría, practicar esgrima… Todos estos ejemplos tienen en común su carácter activo: aquí el individuo ya no es consumidor sino actor. Bien entendido, podrían añadirse muchos otros ejemplos de autoactividad humana, individual o colectiva, artística o deportiva, lúdica o política, erótica o cultural, pero los ejemplos elegidos por Marx abren una amplia ventana sobre el “reino de la libertad”. Es verdad que la distinción entre estos tres momentos no es absoluta, comer y leer libros son también actividades. Se trata de tres manifestaciones de la vida -el ser- frente a lo que está en el centro de la sociedad burguesa: el tener, la propiedad, la acumulación.

Escoger el ser más que el tener es por tanto una contribución significativa de Marx a una cultura socialista/ecológica, a una ética y una antropología en ruptura con los datos fundamentales de la civilización capitalista moderna, donde el absoluto predominio del tener, bajo su forma mercantil, conduce con frenesí creciente a la destrucción de los equilibrios ecológicos del planeta.

Se encuentran importantes reflexiones -directamente inspiradas por los Manuscritos de 1844- sobre la oposición entre “ser” y “tener” en los escritos freudo-marxista del filósofo y psicoanalista Erich Fromm. Judío alemán anifascista emigrado a los Estados Unidos, Fromm publicó en 1976 el libro Tener o Ser. Una elección de la que depende el futuro del hombre, comparando dos formas opuestas de existencia social: el modo tener y el modo ser. En el primero, mi propiedad constituye mi identidad: tanto el sujeto como el objeto son reificados (cosificados). Se siente a uno mismo como una mercancía, y el “eso” posee al “yo”. La avidez posesiva es la pasión dominante: ahora bien, insisteía Fromm, la codicia, al contrario que el hambre, no tiene punto de saciedad, su satisfacción no llena el vacío interior…

¿Qué es por tanto el modo ser? Fromm cita un pasaje de Marx en los Manuscritos de 1844:

“Partimos de la idea de que el ser humano es un ser humano y que su relación con el mundo es una relación humana. El amor, por tanto, sólo puede ser intercambiado con amor, la confianza con confianza”

El modo ser, explicaba Fromm, es un modo activo, en que el ser humano expresa sus facultades, sus talentos, la riqueza de sus dones; ser activo significa aquí “renovarse, desarrollarse, desbordar, amar, transcender la prisión del yo aislado; es ser interesado, atento; es darse”. El modo ser es el socialismo, no en su versión social-demócrata o soviética (estaliniana), reducido a una aspiración de consumo máximo, sino, según Marx: autoactividad humana. En resumen, concluía Fromm, citando una vez más a Marx en el volumen III de El Capital, el socialismo es el reino de la libertad, cuyo objetivo es “el desarrollo de la potencia humana como fin en sí”.

Karl Marx escribió muy poco sobre la sociedad emancipada del futuro. Se interesaba de cerca por las utopías, pero desconfiaba de las versiones demasiado normativas, demasiado restrictivas, esto es, dogmáticas: su objetivo era, como recuerda de forma pertinente Miguel Abensour, el transcrecimiento de la utopía al comunismo crítico. ¿En qué consiste esto? En el tercer volumen de El Capital -manuscrito inacabado editado por Friedrich Engels- se encuentra un pasaje esencial, muchas veces citado pero pocas analizado. No aparece la palabra “comunismo”, aunque se trata desde luego de la sociedad sin clases del futuro, que Marx definía, y es una opción muy significativa, como Reino de la Libertad (Reich der Freiheit).

“El reino de la libertad comienza allí donde acaba el trabajo determinado por la necesidad y los fines exteriores: por la naturaleza misma de las cosas, está fuera de la esfera de la producción material (…) La libertad en este ámbito sólo puede consistir en esto: el ser humano socializado (vergesellschafte Mensch), los productores asociados, regulan racionalmente su metabolismo (Stoffwechsel) con la naturaleza, sometiéndolo a su control colectivo, en lugar de estar dominados por él como por un poder ciego; lo hacen con los esfuerzos más reducidos posibles, en las condiciones más dignas de su naturaleza humana y las más adecuadas a esta naturaleza. Más allá de este reino comienza el desarrollo de las potencias del ser humano, que es a su vez su propio fin, que es el verdadero reino de la libertad, pero que sólo puede expandirse apoyándose en este reino de la necesidad. La reducción de la jornada de trabajo es la condición fundamental”.

Es interesante el contexto en el que aparece el pasaje. Se trata de una discusión sobre la productividad del trabajo. El aumento de esta productividad permite, sugiere el autor del Capital, no simplemente ampliar la riqueza producida, sino sobre todo reducir el tiempo de trabajo. Esto aparece como prioritario respecto a una extensión ilimitada de la producción de bienes.

Marx distingue por tanto dos ámbitos de la vida social: el “reino de la necesidad” y el “reino de la libertad”: a cada cual corresponde una forma de libertad. Comencemos examinando más de cerca el primero: el reino de la necesidad, que corresponde a la “esfera de la producción material” y por tanto del trabajo “determinado por la necesidad y fines exteriores”. También existe libertad en esta esfera, pero es una libertad limitada, en el marco de las condiciones impuestas por la necesidad: se trata del control democrático, colectivo, de los seres humanos “socializados” sobre sus intercambios materiales -su metabolismo- con la naturaleza. En otras palabras: Marx nos hablaba aquí de la planificación democrática, esto es, de la propuesta esencial del programa económico socialista: la libertad significa aquí la emancipación respecto al poder ciego de las fuerzas económicas -el mercado capitalista, la acumulación del capital, el fetichismo de la mercancía.

Volviendo al pasaje citado del volumen III del Capital: es interesante observar que no se trata, en este texto, de la “dominación” de la sociedad humana sobre la naturaleza, sino del dominio colectivo de los intercambios con ésta: lo que un siglo más tarde será uno de los principios fundadores del eco-socialismo. El trabajo sigue siendo una actividad impuesta por la necesidad, de cara a la satisfacción de las necesidades materiales de la sociedad, pero dejará de ser un trabajo alienado, indigno de la naturaleza humana.

La segunda forma de libertad, la más radical, la más integral, la que corresponde al “Reino de la Libertad”, se sitúa más allá de la esfera de la producción material y del trabajo necesario. Entre las dos formas existe sin embargo una relación dialéctica esencial: gracias a una planificación democrática del conjunto de la economía se podrá dar una prioridad al tiempo libre; y recíprocamente, la extensión máxima de este último permitirá a los trabajadores participar activamente en la vida política y en la autogestión, no sólo de las empresas sino de toda la actividad económica y social, a nivel de los barrios, las ciudades, las regiones, los países. El comunismo no puede existir sin una participación de toda la población en el proceso de discusión y toma democrática de decisiones, no como hoy día por medio de una votación cada cuatro o cinco años, sino de forma permanente -lo que no impide la delegación de poderes. Gracias al tiempo libre, los individuos podrán asumir la gestión de su vida colectiva, que ya no será dejado en manos de políticos profesionales.

Lo que añade Marx en el Capital III a su argumento de 1844 es el hecho de que la autoactividad humana -el tercer momento planteado en los Manuscritos económico-filosóficos- exige, para poder expandirse, tiempo libre, tiempo obtenido por la reducción de las horas de trabajo “necesario”. Esta reducción es por tanto la llave que abre la puerta hacia el “Reino de la Libertad”, que es también el “reino del ser”. Gracias a este tiempo de libertad, los humanos podrán efectivamente desarrollar sus potencialidades intelectuales, artísticas, eróticas, lúdicas. Es lo opuesto al universo capitalista de acumulación hasta el infinito de mercancías cada vez menos útiles, de la “expansión” productivista y consumista sin límites y sin medida.

Conclusión: más allá de sus escritos referidos directamente a la naturaleza y su destrucción por el “progreso” capitalista, la obra de Marx contiene reflexiones que tienen, al nivel más profundo, un significado ecológico, por su crítica del productivismo capitalista y por su imaginación de una sociedad donde la actividad humana es el centro de la vida social, y no la acumulación obsesiva de “bienes”. Son unas indicacioones esenciales para el desarrollo de un eco-marxismo del siglo XXI.

Michael Löwy

Traducción: viento sur

[1] Karl Marx, Manuscritos de 1857-1858, llamados Grundrisse.

[2] Karl Marx, El Capital, libro I

[3]Ibid.

[4] Karl Marx, Contribución a la crítica de la economía política.

[5] Karl Marx, Manuscritos de 1844.

Fuente: https://vientosur.info/de-karl-marx-al-eco-marxismo/

martes, 1 de octubre de 2024

¿CUAL CAIDA DEL SOCIALISMO?

 


 (01 de octubre de 2024)

Por Miguel Aragón

 

El Sr ~Kgc Diferen.... ha reenviado un texto anónimo titulado "XIV. Sobre la URSS", que lastimeramente termina con la siguiente expresión: "estamos ya a 30 años de la "caída del socialismo".

Esa es una conclusión propia de un pesimista, derrotista y claudicante.

 

I

Muy a pesar de los negativos deseos del anónimo autor, el socialismo continúa desarrollándose en varios países del mundo, en China, Vietnam, Corea y Cuba.

Mientras el capitalismo continúa en su fase de "capitalismo monopolista, capitalismo parasitario y capitalismo agonizante", pero todavía no muerto (Lenin), el socialismo continúa desarrollándose en su fase primaria.

La implosión de la URSS solamente ha sido un revés temporal, no ha sido "una derrota" del socialismo, como desea el autor anónimo de ese texto.

Desde 1917 hasta el presente, han transcurrido algo más de 100 años. En la historia humana, 100 años es lapso muy breve.

En escasamente 100 años no se puede transformar toda la sociedad, no se puede barrer con la pesada herencia negativa sembrada y dejada durante varios siglos por el esclavismo, el feudalismo y el capitalismo. Solamente a un socialista utópico se le puede ocurrir semejante idea tan absurda.

La lucha por construir la nueva sociedad socialista, tal vez se prolongue por más de 200 o 300 años. Tenemos que entender que recién estamos en LOS INICIOS, estamos en "la infancia" de la nueva sociedad.

Resulta más que natural, que en este periodo ocurran reveses temporales, pero eso es lo secundario.

Lo más importante es aprender las lecciones del desarrollo del socialismo en varios países del mundo, desde 1917.

Recordemos siempre que, la lucha es dura y prolongada, muy prolongada.

 

II

Hoy día 1° de octubre de 2024, estamos conmemorando el 75° Aniversario de la victoria de la revolución en China, gran victoria que creo las condiciones para   el inicio de la construcción del socialismo en el país más poblado del mundo.

Para los materialistas, lo más importante es "buscar la verdad en los hechos".

Comparemos la pujante China actual, que continúa su largo proceso de modernización, con lo que era China hace 75 años, cuando era uno de los países más atrasados y más pobres del mundo.

No hay punto de comparación entre la nueva China actual de 2024, y la vieja China del pasado en 1949.


lunes, 23 de septiembre de 2024

HAL DRAPER SOBRE MARX Y DEMOCRACIA (1 - 2)



 06.SEP.24

 Rolando Astarita [Blog] 4/9/24

 

En notas anteriores he planteado la importancia, en la tradición de Marx y Engels, de la lucha por libertades democráticas. Lo hice en oposición a corrientes que se reivindican socialistas y revolucionarias y apoyan, de hecho, a regímenes dictatoriales como el que existe hoy en Venezuela. El argumento preferido de esta gente es que las libertades democráticas son agitadas por el imperialismo (EEUU en primer lugar) y la oposición burguesa, y por lo tanto no deben ser reivindicadas por los marxistas. En este marco, el fraude electoral perpetrado por el régimen de Maduro sería un tema de importancia muy secundaria, por no decir nula. Con este argumento, esta izquierda también acusó de pro-imperialista el informe de Michelle Bachelet (Alta Comisionada para los Derechos Humanos) sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela, con fecha septiembre de 2021. Una postura que se ha repetido, una y otra vez, a lo largo de décadas y hasta el presente.

A fin de aportar elementos para el análisis, y rescatar la tradición revolucionaria del socialismo marxista, en lo que sigue presento, en forma resumida, el escrito de Hal Draper (1914-1990) "Marx on Democratic Forms of Government", 1974 (tomado de Hal Draper: Marx on Democratic Forms of Government (1974) (marxists.org). Dada su extensión, he dividido la nota en dos partes.  

Presentación del tema

Según Draper, el socialismo de Marx, como programa político, puede ser definido, desde el punto de vista marxista, no solo como una democratización de las formas políticas, sino también como la completa democratización de la sociedad. Sin embargo, el movimiento democrático del siglo XIX comenzó poniendo en primer plano la lucha por formas políticas avanzadas, y lo mismo hizo Marx, aunque en un contexto programático distinto. Es que para Marx la lucha por formas democráticas de gobierno –la democratización en el Estado- era una punta de lanza del esfuerzo socialista. No lo más importante, pero una parte integral del todo. 

Pues bien, a lo largo de la historia de los movimientos socialistas o comunistas, uno de los problemas fue establecer la relación, en teoría y práctica, entre la lucha por el socialismo y la lucha por la democracia (o derechos democráticos); entre los temas socialistas y los democráticos. En este respecto, cada corriente o escuela socialista ha tenido su propia respuesta. En un extremo está el enfoque que pone en el primer plano la defensa de las formas democráticas, como un fin en sí, y considera la lucha por las ideas socialistas como un tema accesorio. Desde el puno de vista marxista, se trata meramente del ala más izquierdista del liberalismo democrático burgués. En el otro extremo están los tipos de ideología radical que contraponen las ideas socialistas –entendidas como anticapitalistas- a la preocupación por las luchas democráticas, ya que consideran a estas sin importancia o hasta perjudiciales. Entre los dos extremos hay todo tipo de combinaciones. Por ejemplo, en la tensión entre objetivos socialistas y medios democráticos, la preocupación podría ser 50-50, 60-40, 30-70, etcétera.

El enfoque de Marx es cualitativamente diferente a este eclecticismo, y no intenta establecer una escala deslizante de preocupación entre los dos lados de la dualidad. Para él, la tarea de la teoría es integrar objetivamente ambos lados de la dualidad.

La respuesta característica de Marx al problema fue anticipada en la crítica a la filosofía del derecho de Hegel, donde buscó mostrar que "la verdadera democracia" requiere un nuevo contenido social, el socialismo. Este enfoque será redondeado en su análisis de la Comuna de París, la cual mostró que un Estado con un nuevo contenido social implica formas verdaderamente democráticas. Por eso, la teoría de Marx va en la dirección de definir la democracia consistente en términos socialistas y el socialismo consistente en términos democráticos. La tarea de la teoría entonces no es arbitrar en el choque entre los dos enfoques mencionados, sino entender las dinámicas sociales de la situación bajo la cual es resuelta la aparente contradicción entre ambos.

Marx no elaboró esto simplemente en su cabeza. Es que el avance hacia una solución del dilema se produjo en el curso de la revolución de 1848-1849, cuando las demandas democráticas y los objetivos socialistas parecieron llegar a un cruce de espadas. Uno de los resultados de la elaboración de Marx fue la llamada teoría de la revolución permanente. 

"La vieja tesis"

Desde un comienzo se planteó el problema de los militantes supuestamente radicales que, si bien desde una dirección opuesta, tenían la misma hostilidad y desprecio por las formas democráticas que las que emanaban del viejo régimen. En La ideología alemana Marx y Engels llamaron a este enfoque, despectivamente, "la vieja tesis". Esta, propuesta a menudo tanto por revolucionarios como por reaccionarios, decía que en una democracia los individuos solo ejercen la soberanía por un momento, y luego se retiran de inmediato de su dominio. Marx no dedicó mucho espacio a esta posición –que entre otros defendía el anarquista Stirner- porque pensó, equivocadamente, que era un mero vestigio del pasado y no tenía futuro. Pero la realidad es que este rechazo de cualquier cosa conectada con la democracia burguesa persistió y terminaría asociada con el radicalismo ultraizquierdista.

Sin embargo, en sus orígenes era distinto. En una carta a Marx, Engels se refirió a un tal Bernays, editor del Vorwärts, quien estaba en contra del sistema de jurados, de la "libertad burguesa de prensa", del sistema representativo y otras formas democráticas. Engels había intentado explicar a Bernays que con tales posiciones "estaba trabajando para el rey de Prusia, e indirectamente contra nuestro partido". Los ataques a las instituciones democráticas ayudaban a que el régimen desacreditara al movimiento democrático.

El abordaje de Marx y Engels a la cuestión de las formas democráticas (derechos, libertades, instituciones) era totalmente diferente al que defendía Bernays. Es que este no podía comprender el planteo sobre las libertades democráticas porque su socialismo era meramente anti-capitalista y no pro-proletario. La suya no era una teoría acerca de un movimiento de clase, sino una simple preferencia por cierta reorganización social. Su objetivo no era poner el poder en manos de las masas del pueblo. Solo buscaba a personas de bien que quisieran realizar los cambios imaginados. Por eso, con este encuadre, el control popular sobre el gobierno podía convertirse en un peligro "dado que las masas estúpidas bien podrían ser más hostiles a sus esquemas que las almas iluminadas". Su postura no se debía a que "odiara" al sistema burgués más que Marx, sino a que expresaba un punto de vista que no era de clase.

Según Marx y Engels, la democracia pasaba por el establecimiento de un control popular pleno sobre el gobierno. O sea, para el "extremista democrático" el control popular significaba control popular ilimitado, y la eliminación de todas las restricciones o distorsiones jurídicas, estructurales y socio-económicas sobre el control popular desde abajo. Esta es la razón de por qué, según Marx y Engels, el control popular apuntaba al socialismo. 

Sin embargo, en un país como Alemania, que no había tenido su revolución burguesa, el problema era cómo atravesar esa fase (en que la burguesía era parte de "las masas populares") de manera que el poder pasara a los estratos subyacentes de la clase trabajadora. Esto es lo que definirá el problema de la "revolución permanente". Para Marx se trataba de hacer un análisis de clase de los elementos de la democracia burguesa y separar lo que era específicamente burgués (por ejemplo la cualificación de propiedad para ejercer el voto) de lo que promoviera la más amplia extensión del control popular

Revoluciones de 1848

Las revoluciones de 1848-1849 establecieron temporalmente gobiernos democrático-burgueses en Francia y Alemania. Eran regímenes burgueses y más o menos democráticos en comparación con los regímenes previos. Por lo tanto, planteaban muchos problemas concretos acerca de qué formas políticas debía adoptar la democratización.

El criterio aplicado por Marx y Engels se definió en torno a la siguiente pregunta: ¿qué maximizaría la influencia ejercida desde abajo por las masas en movimiento sobre las fuerzas políticas de arriba? Estas últimas eran el régimen monárquico y su gobierno, que todavía era el ejecutivo, aunque a la defensiva; y los representantes del pueblo en las asambleas surgidas con el levantamiento revolucionario. Este último representaba la potencialidad de la "soberanía popular", esto es, el control democrático por el pueblo. Sin embargo, cuando en Frankfurt se estableció la Asamblea Nacional, elegida por los estados germánicos, se evidenció que los delegados democrático-burgueses evitaban el choque con la monarquía. 

En oposición, Marx y Engels plantearon que la Asamblea debía tomar las medidas necesarias para frustrar los esfuerzos de la reacción, mantener los fundamentos revolucionarios sobre los que se asentaba, asegurar las conquistas de la revolución y la soberanía del pueblo contra todos los ataques. Pero la Asamblea no hizo nada de esto. Transcurrido un año de su instalación, incluso la izquierda de la Asamblea demostraba que no tenía estómago para pelear contra el poder real del Estado, encabezado por la Corona. De ahí que Marx y Engels criticaran a los diputados liberales por su retórica vacía. Más precisamente, la diferencia entre la retórica acerca de la "libertad" y la lucha democrático-revolucionaria real debía ser planteada en términos de cuestiones concretas.

Una de las más elementales era la libertad de prensa. Desde el primer número de la Nueva Gaceta Renana Marx y Engels hicieron de ella un grito de batalla. La libertad de prensa no podía ser separada de la libertad de expresión en todas sus formas. Toda la existencia de la NGR fue una batalla por sobrevivir contra su supresión que buscaba el gobierno. Llevados a la Corte, Marx y Engels transformaron sus defensas en denuncias políticas, y fueron absueltos. Pero no bien la reacción ganó fuerza, la NGR fue cerrada por decreto. Esto es, a decir de Marx y Engels, cualquiera podía ponerse por fuera de la ley por manifestar su opinión. La falta de libertad de prensa era un barómetro de la arbitrariedad gubernamental, y se mostraba que el Estado alemán era "puramente policial".

En el mismo sentido, cuando el ministro Hansemann presentó un proyecto de ley para regular la prensa, Marx escribió que "de nuevo encontramos el más clásico de los monumentos al despotismo napoleónico sobre la prensa". Agregaba que "los funcionarios del Gobierno pueden, con impunidad, cometer cualquier acto arbitrario, cualquier tiranía, cualquier ilegalidad. Pueden administrar o permitir flagelaciones, o hacer arrestos, o mantener en prisión sin juicio. El único control efectivo, el de la prensa, se hace ineficaz. El día en que la ley entra en vigencia, la burocracia puede celebrar: se hace más poderosa y desenfrenada, más fuerte que antes".

Más tarde, cuando el gobierno suprimió el movimiento de clubes en dos ciudades, Engels denunció la continuidad del Estado policial, y preguntaba: "¿Usted piensa que posee el derecho a la libre reunión, la libertad de prensa, el derecho al armamento del pueblo y otras magníficas consignas que se lanzaron desde las barricadas de marzo? Ilusión, solo ilusión".

De manera persistente, la NGR desarrolló campañas por derechos democráticos contra la presión gubernamental, incluyendo el programa de la izquierda de Frankfurt por el inmediato establecimiento, proclamación y garantía de derechos fundamentales del pueblo, contra los ataques de los gobiernos de los estados alemanes. Asimismo criticó a los liberales de la Asamblea por ser demasiado imprecisos en el tema del sufragio universal contra el sufragio indirecto; y denunció las formas antidemocráticas de elecciones.

Según Marx y Engels el derecho de reunión también comprendía el derecho del pueblo a ejercer presión contra sus propios representantes. Esta cuestión cobró relevancia cuando la prensa de la derecha denunció la presión que se ejercía sobre la Asamblea prusiana, en Berlín, por la presencia de miles de personas durante las deliberaciones. Marx defendió el derecho de las masas democráticas a ejercer influencia moral sobre la asamblea constituyente, y sostuvo que era un antiguo derecho revolucionario del pueblo desde la revolución inglesa y francesa. La historia le debía a este principio casi todas las medidas enérgicas tomadas por las asambleas parlamentarias.

Por otra parte, se planteaba la cuestión de si un gobierno debería permitir actividades, incluso las que están santificadas como derechos democráticos, que puedan resultar en su propio derrocamiento. La respuesta de Marx y Engels fue si el ejercicio de los derechos del pueblo ponía en peligro al gobierno, pues entonces peor para el gobierno. Los gobiernos siempre creen que las actividades que son peligrosas para ellos constituyen "violaciones a la libertad"; o sea, a su propia "libertad" a existir. El pueblo no debía sacrificar sus derechos para aliviar los problemas del gobierno.

Este criterio también se advierte en la respuesta que Marx y Engels dieron a una moción presentada por Jacoby, un diputado de izquierda liberal. Proponía que las decisiones de la Asamblea tuvieran fuerza de ley sin necesidad de cualquier otro consentimiento. La iniciativa buscaba impedir que una minoría recurriera "a los de afuera". Pero "los de afuera", dice Engels, era el pueblo que votaba el cuerpo legislativo. Por eso, lo que buscaban Jacoby y asociados, bajo el pretexto de evitar guerras civiles, era abolir la agitación política. Pero la agitación no era nada más que la aplicación de la inmunidad a los representantes, la libertad de prensa, el derecho a organizarse. Por otra parte, si esas libertades llevaban, o no, a la guerra civil, no era un tema que concerniera a la izquierda revolucionaria. Era suficiente que esas libertades existieran, y luego se vería a dónde conducían si el ataque contra ellas continuaba. Pocos días después, Engels precisaba: "La condición básica del derecho a la libre organización es que ninguna asociación o sociedad pueda ser disuelta o prohibida por la policía; que eso solo pueda llevarse a cabo como resultado de un veredicto judicial que establezca la ilegalidad de la asociación o sus actos y objetivos, y el castigo a los autores de esos actos".

El poder a la Asamblea

La orientación política de Marx y Engels apuntaba a que todo el poder recayera en la Asamblea, como representación de la soberanía popular, y en contra del objetivo de la mayoría de la Asamblea de llegar a un acuerdo con la Corona. Por eso acusaban a la Asamblea de ser irresoluta y blanda. Marx presentaba su propuesta democrático-revolucionaria en términos de la concentración del poder legislativo y ejecutivo en manos de los representantes del pueblo. El ala radical de la Asamblea reclamaba un gobierno ejecutivo "elegido para un período determinado por la Asamblea Nacional y responsable ante ella". Pero, decía Marx, eso no era suficiente. El poder ejecutivo debía ser seleccionado en las filas de la misma Asamblea, como lo demandaba el ala izquierda de los radicales.

Según la NGR, si la Asamblea renunciaba a asumir todos los poderes del Estado, si en particular era desprovista del derecho a ejercer el control sobre el Ejecutivo a través de sus comisiones de investigación, entonces eso equivalía a renunciar a la soberanía del pueblo. El asunto de la inmunidad de arresto por parte del Gobierno de los diputados era un aspecto muy concreto de la soberanía. La NGR hacía campaña por plena e íntegra inmunidad, sin lagunas. Sin embargo, de hecho, en lugar de que la Asamblea dominara sobre el poder Ejecutivo, era este el que usaba todos los medios posibles para fortalecerse. Marx ponía el ejemplo del proyecto de Ley de la Milicia: la idea de una milicia popular se había convertido en un plan para instalar una fuerza burocrática. Draper dice que todo esto reflejaba el leitmotiv de la actitud de Marx hacia los problemas de la democratización: minimización del poder ejecutivo, de la burocracia estatal, y maximización del peso, en la estructura gubernamental, del sistema representativo. Y no solo en el período de la revolución.

Fuente: https://infoposta.com.ar/notas/13649/hal-draper-sobre-marx-y-democracia-1/

 

HAL DRAPER SOBRE MARX Y DEMOCRACIA (2)

 

Por ASTARITA

 16.SEP.24

 

Rolando Astarita blog 12/09/2024

 

La primera parte de la nota, aquí

En la década que siguió a la derrota de las revoluciones de 1848-1849 Marx escribió extensamente acerca de las formas democráticas constitucionales. El principio que surge de estos escritos es que una de las señas principales de una verdadera constitución democrática es el grado en el cual la misma restringe y limita la independencia del Poder Ejecutivo. Es acorde con la idea de que más democracia significa más control popular desde abajo. Este enfoque subyace en varios análisis críticos que hace Marx de constituciones particulares.

Análisis de una Constitución

El primero, escrito en 1851, se refiere a la Constitución de la República de Francia. El principal fraude en esa Constitución, dice Marx, es que deja espacio para que las proclamadas garantías democráticas sean anuladas por leyes subsecuentes dictadas por el Poder Ejecutivo. En El 18 Brumario, publicado poco después, insiste con la crítica: “El inevitable Estado Mayor de las libertades de 1848, la libertad personal, de prensa, de palabra, de asociación, de reunión, de enseñanza, de culto, etcétera, recibió un uniforme constitucional, que hacía a éstas invulnerables.

 En efecto, cada una de estas libertades era proclamada como el derecho absoluto del ciudadano francés, pero con un comentario adicional de que estas libertades son ilimitadas en tanto en cuanto no son limitadas por los “derechos iguales de otros y por la seguridad pública, o bien por “leyes” llamadas a armonizar estas libertades individuales entre sí y con la seguridad pública. Así, por ejemplo: “Los ciudadanos tienen derecho a asociarse, a reunirse pacíficamente y sin armas, a formular peticiones y a expresar sus opiniones por medio de la prensa o de otro modo. El disfrute de estos derechos no tiene más límite que los derechos iguales de otros y a la seguridad pública (cap. II de la Constitución francesa, art. 8). “La enseñanza es libre. La libertad de enseñanza se ejercerá según las condiciones que determina la ley y bajo control supremo del Estado”. “El domicilio de todo ciudadano es inviolable, salvo en las condiciones previstas por la ley” (cap. II. art. 3).

Por lo tanto, la Constitución remite constantemente a futuras leyes orgánicas que precisarían y pondrían en práctica aquellas reservas, y regularían el disfrute de estas ilimitadas libertades, de modo que no chocaran entre sí, ni con la seguridad pública. Más tarde estas leyes orgánicas, continúa Marx, fueron promulgadas por los amigos del orden, y las libertades fueron reguladas de modo que no afectaran a la burguesía. Allí donde la Constitución vedaba “a los otros” esas libertades, o consentía su disfrute bajo condiciones que eran otras tantas celadas policíacas, lo hacía siempre, pura y exclusivamente, en interés de la “seguridad pública”, es decir, de la seguridad de la burguesía, tal y como lo ordena la Constitución.

Por eso, en lo sucesivo, los amigos del orden invocaron, con plena justicia, el derecho constitucional a anular las libertades; y los demócratas lo invocaron, también con plena justicia, para reivindicarlas. Escribe Marx: “cada artículo de la Constitución contiene su antítesis, su propia cámara alta y su propia cámara baja. En la frase general, la libertad; en el comentario adicional, la anulación de la libertad. Por tanto, mientras se respetase el nombre de la libertad y sólo se impidiese su aplicación real y efectiva -por la vía legal se entiende-, la existencia constitucional de la libertad permanecía íntegra, intacta, por mucho que se asesinase su existencia común y corriente”.

Minimización del poder ejecutivo

En 1853 Marx analizó los borradores de las constituciones para Schleswig y Holstein, y destacó su carácter no democrático. Entre otras cuestiones señaló que uno de los pasajes más remarcables de esos textos era el que quitaba el antiguo derecho de las Cortes de cancelar decretos administrativos. Tales disposiciones eran malas porque “es el poder de la burocracia el que debe mantenerse bajo”.

Esto también es planteado en el análisis, escrito en 1858, de la Constitución prusiana de 1850. Una vez más, Marx observa que los derechos constitucionales son nulificados por la libertad de acción que se concede al Poder Ejecutivo. La realidad prusiana, escribe, muestra la brecha entre la teoría constitucional y la práctica real. Draper cita a Marx: “Cada paso que usted dé, incluso un simple movimiento, es falseado por la acción omnipotente de la burocracia, esa segunda providencia de genuino crecimiento prusiano.  Usted no puede vivir ni morir, ni casarse, escribir cartas, pensar, imprimir, emprender un negocio, enseñar ni ser enseñado, organizar una reunión, construir una fábrica, emigrar ni hacer nada sin el permiso de las autoridades”.  Las leyes orgánicas borraban garantías que existían incluso en los peores tiempos de la monarquía absoluta y con la independencia de las cortes. Draper señala que es la segunda vez que Marx defiende la independencia de las Cortes con respecto al Poder Ejecutivo.

Draper también destaca que Marx consideraba que la Constitución de Hesse, de 1831, era la más liberal de Europa –aunque su método de elegir representantes no era democrático- porque restringía los poderes del Ejecutivo a límites estrechos que lo hacían más dependiente de la Legislatura y otorgaba un elevado poder de control a la rama judicial. Esto es, Marx reivindica la independencia de las Cortes de la ley frente al Poder Ejecutivo.

Posteriormente, dice Marx, la revolución de 1848-1849 democratizó las formas de elección e hizo otras dos mejoras, ambas dirigidas contra el poder del Ejecutivo: puso el nombramiento de los miembros de la Corte Suprema en manos de la legislatura, y quitó a la monarquía el control del ejército, pasándolo al ministro de Guerra, responsable ante los representantes del pueblo. Otro rasgo democrático de esa constitución que destacó Marx es que la policía, tanto local como general, era administrada por consejeros comunales nominados por elección popular. Una década más tarde Marx sostenía que el control sobre la policía, establecido por la Comuna de París, era un logro democrático. En general, señala Draper, las ideas de Marx acerca de la minimización o subordinación del Poder Ejecutivo, alcanzaron su más completa expresión en sus análisis de la Comuna de París. 

Válvulas de seguridad para la burguesía

En este apartado pasamos lista a otros aspectos de la concepción de Marx y Engels sobre las libertades, que destaca Draper:

* Denuncian el ahogo de la libertad de prensa durante la ofensiva del bonapartismo en Francia.

* Critican las restricciones, en la Francia posterior a la derrota de 1848, al derecho al voto; también en otras elecciones europeas.

* Critican la manipulación de los distritos electorales por parte de la burocracia prusiana.

* Defienden el sistema unicameral, o sea, favorable a una única asamblea representativa, y contra el sistema bicameral, diseñado para frenar la soberanía popular.

* Defienden el derecho de manifestación. En 1872, en Londres, se llevó a cabo un mitin, organizado por miembros irlandeses de la Internacional, pidiendo una amnistía general. En respuesta, el Gobierno pasó una ley en el Parlamento regulando las manifestaciones públicas. Engels denunció la medida como un ataque “a uno de los más preciosos derechos de los trabajadores londinenses”.

* Denuncian el uso de espías e informantes por parte de los gobiernos y la policía contra los movimientos radicales y obreros. Critican la disposición del comandante austriaco en Milán por la cual todo aquel que no denunciara actos ilegales era pasible de ser acusado de transgredir la ley.

* Reclaman la libertad de prensa en tiempos de guerra. Cuando estalló la guerra franco prusiana Bebel y Liebknecht fueron arrestados por el gobierno de Bismark bajo el cargo de alta traición.     

Estafa democrática

Draper observa que no es posible extraer de los escritos de Marx y Engels un reporte sistemático de lo que Marx llamó “estafa democrática”, en referencia a los métodos con los cuales la burguesía utilizaba (utilizaba y abusaba) las formas democráticas para estabilizar su gobierno socioeconómico. Sin embargo, se pueden señalar un par de puntos básicos.

Lo principal es la idea de que la “estafa democrática” constituía una estafa no porque era democrática sino, por el contrario, porque utilizaba formas democráticas para frustrar el control democrático y genuino desde abajo. La misma frase viene de una referencia de Marx al país que, bien entendido, era en su tiempo el más democrático en su forma constitucional, los EEUU. Este era el modelo de “estafa democrática”, no porque fuera menos democrático que otros, sino precisamente por la razón opuesta.  

Es que dado que EE.UU. había desarrollado la estructura formal de la república constitucional en la forma más democrática, su burguesía había tenido que llevar a su punto más elevado el arte de mantener a la opinión pública dentro de canales satisfactorios para sus intereses de clase. El principal método de esta empresa fue el sistema de corrupción política. En la medida en que era posible realizarlo, dentro del marco de un país que se estaba expandiendo económica y geográficamente, podían evitarse las explosiones. El gasto valía la pena mientras se ganara una válvula de seguridad para las pasiones efervescentes del país. Después de todo, un Estado democrático, permaneciendo iguales otras cosas, resulta más barato que el despotismo. En la medida en que es posible, el Estado democrático es una ganga para la clase dominante, interesada en mantener bajos los costos. Lo cual es cierto no solo en términos de gasto en dinero contante y sonante –gasto necesario para un aparato estatal hinchado-, sino también en términos de intangibles, tales como el interés voluntario de la masa de la población en cooperar en su propia explotación. En polémica con el liberal Heinzen, Marx señaló que la monarquía implica grandes gastos, lo cual se veía comparando las finanzas gubernamentales de Norteamérica con las finanzas de los estados germánicos.

Por otra parte, y refiriéndose a la burguesía británica, Marx planteó que el objetivo ideal, en política, de los principales representantes de la burguesía, era un Estado barato. “Necesariamente su última palabra es la República Burguesa, en la cual la libre competencia rige suprema en todas las esferas de la vida; en la cual permanece solo el mínimo de gobierno que es indispensable para la administración, interna y externa, de los intereses de clase comunes y los negocios de la burguesía, y donde este mínimo esté sobria y económicamente organizado tanto como sea posible”.    

En otras oportunidades Marx o Engels caracterizaron la política democrático-burguesa como un ejercicio de convencer al máximo de personas de que estaban participando en el poder del Estado, por medio de un mínimo de concesiones a las formas democráticas. En vísperas de la revolución de 1848 Engels retomó el manifiesto lanzado por Lamartine, el político poeta que encabezaba el partido Republicano, moderado, y sostuvo que el significado de las medidas políticas propuestas por Lamartine era entregar el gobierno a manos de la burguesía inferior, pero bajo la apariencia de entregarlo a todo el pueblo. Este era el significado de su sufragio universal con su doble sistema de elección.

Draper señala que el siglo XIX asistió a una plétora de inteligentes sistemas electorales diseñados para insertar un factor manipulativo en las formas de un sufragio más o menos universal, comenzando con la Constitución de EEUU. Como lo señaló Engels en el caso de Lamartine, los mecanismos fueron calibrados para conseguir un único tipo de efecto: ¿cuán bajo en la escala social, en las manos de qué clase, o estrato de clase, se esperaba que residiera el poder político? Este era el vínculo entre la lucha de clases y las formas constitucionales que a menudo parecían cuestiones técnicas. Un movimiento destinado a ubicar el poder político en las manos de la clase obrera podía permitirse el lujo de presionar por la democratización completa, sin torcerse.

Hacia la socialización de la democracia

En su crítica a Lamartine Engels escribió que “los principios de la regeneración social y política habían sido encontrados 50 años atrás: el sufragio universal, la elección directa, la representación paga, eran las condiciones esenciales de la soberanía política… Lo que queremos no es la conveniencia de la clase media inglesa, sino un nuevo sistema de economía social para realizar los derechos y satisfacer las necesidades de todos”. Esto se publicó en un medio cartista, que todavía luchaba por el programa de los extremistas democráticos. Pero los amigos cartistas de Engels, pertenecientes al ala izquierda del movimiento, peleaban por extender la idea democrática a un programa social. Era lo que había planteado también Engels desde su llegada a Inglaterra. Engels había comenzado oponiendo el “comunismo” a la democracia, en la línea de Proudhon y Weitling.

Sin embargo, en 1844 había corregido esto al plantear ir por encima de la mera democracia política, hacia una transformación social de base. En un artículo escrito ese año analizó las formas constitucionales de la democracia británica en ese espíritu. Admitiendo que Inglaterra era el país más libre, incluso más que Norteamérica, encaró el examen de los métodos y formas del sistema político “sobre líneas puramente empíricas”, para mostrar cómo la estructura estaba diseñada para hacer concesiones solo para preservar todo lo posible esa decrépita estructura, y mantener el gobierno de la clase media en asociación con la aristocracia de mentalidad progresista. Dado que la Cámara de los Comunes ejercía todo el poder, se seguía que “Inglaterra debería ser una democracia pura”. Pero esto solo sería así si el mismo elemento democrático fuera realmente democrático”. Es esta condición la que Engels somete a un análisis detallado, midiendo las pretensiones constitucionales y formales contra los hechos empíricos del poder de clase. Su conclusión fue que el hombre inglés no era libre a causa de la ley, sino a pesar de la ley, si es que podía ser considerado libre, dado que era la constante amenaza desde abajo la que aseguraba el reconocimiento de los derechos democráticos.

De la misma manera, era la lucha de clases la que haría avanzar las cosas. “La lucha ya está en marcha. La Constitución ha sido sacudida en sus fundamentos. Cómo resultarán las cosas en el futuro se puede ver de lo que se ha dicho. Los nuevos elementos en la Constitución son de naturaleza democrática. La opinión pública también se desarrolla de acuerdo con el lado democrático, como lo mostrará el tiempo. El futuro cercano de Inglaterra es la democracia. Pero no una democracia como la de la Revolución de Francia, cuya antítesis era la monarquía y el feudalismo, sino una democracia cuya antítesis es la clase media y la propiedad. Esto es evidente a partir de todo el desarrollo precedente. La clase media y la propiedad están en el poder; el hombre pobre está privado de derechos y oprimido; la Constitución lo repudia; la ley lo maltrata: la lucha de la democracia contra la aristocracia en Inglaterra es la lucha del pobre contra el rico. La democracia hacia la que se dirige Inglaterra es la democracia social”.

Sin embargo, la mera democracia es incapaz de remediar los males sociales. La igualdad democrática es una quimera, la lucha del pobre contra el rico no puede ser peleada en el terreno de la democracia o la política en general. La “mera democracia” es democracia meramente política, una democracia que no se extiende a la “cuestión social”, a la democratización de la vida socio-económica.

Conclusión

En resumen, Marx y Engels siempre observaron los dos lados del complejo de instituciones democráticas y derechos que surgieron bajo la democracia burguesa. Ambos se correspondían con las dos clases que lucharon hasta el final dentro de este marco. Un lado fue la utilización de las formas democráticas como medio, barato y versátil, de contener a las masas explotadas, dándoles la ilusión de participación en el Estado mientras el poder económico de la clase gobernante se aseguraba los centros reales de poder. Este era el lado de la “estafa democrática”. El otro lado era la lucha para dar a las formas democráticas un nuevo contenido social, de clase, ante todo empujándolas al extremo democrático del control popular desde abajo, el cual, a su vez, implicaba extender la aplicación de las formas democráticas fuera de la esfera meramente política y hacia la organización de toda la sociedad.

La clave era el control popular desde abajoEsta idea se puede ver en la crítica al resbaladizo eslogan del “Estado libre”, el lema de Lasalle. Tomándolo literalmente, Marx respondió que no queremos un Estado que es libre, sino uno que esté completamente subordinado a la sociedad. En su Crítica al Programa de Gotha  escribe: “¿Qué es el Estado libre? De ningún modo es propósito de los obreros, que se han librado de la estrecha mentalidad del humilde súbdito, hacer libre al Estado. En el imperio alemán, el Estado es casi tan “libre” como en Rusia. La libertad consiste en convertir al Estado de órgano que está por encima de la sociedad en un órgano completamente subordinado a ella. Las formas de Estado siguen siendo hoy más o menos libres en la medida en que limitan la “libertad del Estado”.

Fuente: https://infoposta.com.ar/notas/13666/hal-draper-sobre-marx-y-democracia-2/