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viernes, 20 de agosto de 2021

LA MEMORIA CONTRA EL OLVIDO: HÉCTOR BÉJAR Y LOS MARINOS

Por honradez personal, intelectual y política, estamos obligados a ver los dos terrorismos al mismo tiempo, con una perspectiva esencialmente crítica que nos conduce a condenar los terrorismos vengan de donde vengan, sin ambigüedad alguna.

Por Rodrigo Montoya*

19 de agosto, 2021.- Ayer, fueron los jefes de las Fuerzas Armadas a Palacio de Gobierno, no sabemos qué le dijeron al presidente Pedro Castillo; unas horas después, el doctor Héctor Béjar renunció al Ministerio de Relaciones Exteriores, 19 días después de jurar el cargo, y dos antes de asistir a la sesión de interpelación en el Congreso, antes que el gabinete exponga sus planes. Frente a los congresistas de todas las derechas unidas y la minoría, del partido Perú Libre, Béjar habría podido describir los hechos en los que basa su afirmación sobre la Marina como iniciadora del terrorismo en Perú, desde 1977; hechos que no fueron inventados por él y que están consignados en uno de los WikiLeaks (filtración de información), una investigación periodística de la revista Caretas a cargo de César Hildebrandt, y también en la condena del expresidente Morales Bermúdez en Italia por la participación del gobierno de las Fuerzas Armadas en el Plan Cóndor. Por otro lado, Béjar habría podido abrir un debate sobre lo que puede ser una política exterior del país fuera del Acuerdo de Lima, ese que tiene tan felices a las derechas.

Con la renuncia, las derechas unidas y las FF AA logran una pequeña victoria en el sendero que les llevaría a más triunfos con las renuncias o censuras de otros ministros considerados indeseables y, más temprano que tarde, con la caída del propio presidente Castillo. Basta oír al congresista Jorge Montoya –almirante retirado de la Marina, y cabeza de fila de esas derechas unidas– un día sí y otro también, para enterarnos de lo que quieren, anunciando uno a uno los pasos que dan para alcanzar sus objetivos. Sobre ese horizonte, la prensa concentrada y aliada hace su trabajo para evitar que el Perú tenga por primera vez en la historia un gobierno salido del pueblo. Corre grave peligro la esperanza renacida gracias al profesor presidente, con su color de la tierra, su sombrero, su lápiz y su hablar sencillo. La prensa concentrada y aliada hace su trabajo para evitar que el Perú tenga por primera vez en la historia un gobierno salido del pueblo.

Oí, esta mañana, una conversación de los periodistas Mónica Delta y Fernando Carvallo con el congresista Jorge Montoya en Radio Programas del Perú, RPP-“la voz del Perú”. Sostuvo el marino retirado que los periodistas no debían preguntar ni interesarse por lo que pasó hace cuarenta años, que solo importaba hablar del presente y cuidado con la intocable imagen de la Marina. Volvió a aparecer en esa conversación el viejo e interminable conflicto entre el poder y sus víctimas, entre la memoria y el olvido de unos contra otros, conflicto que existe en todas las sociedades humanas desde algunos miles de años. En la orilla del poder se busca el olvido; en la orilla de las víctimas de ese poder, se busca la memoria. Por el ejercicio constante de la memoria pasa el camino de la libertad; por el olvido del pasado, trata de mantenerse la aparente buena conciencia de los que tienen el poder.

Como todos los seres humanos, el congresista Montoya recuerda, tiene una memoria selectiva; quiere borrar del pasado lo que no le gusta, prefiere el presente y el futuro. Aunque quiera, no puede dejar de recordar; su propia memoria lo traiciona cuando en defensa de su actual posición, apela a un argumento en el pasado: Héctor Béjar “fue un guerrillero comunista” y ese hecho sería suficiente para impedir que sea ministro. Al citar ese recuerdo, olvida que Héctor Béjar, fue también durante aproximadamente 4 años, entre 1970 y 1975, un funcionario del gobierno de las FF AA. ¿Cómo explicaría que la FF AA de esos años contaran con un guerrillero comunista como funcionario y no quieren ahora que sea ministro del presidente Castillo? Me hubiera gustado que los periodistas le hicieran esa pregunta. Quién sabe si, tal vez, tampoco ella y él recuerden o quieran recordar ese hecho.

Héctor Béjar no fue nunca un terrorista y tampoco tuvo nada que ver con Sendero Luminoso

Escribí antes y repito ahora que Héctor Béjar no fue nunca un terrorista y tampoco tuvo nada que ver con Sendero Luminoso; agrego hoy, que como Vargas Llosa, Béjar antes de ser guerrillero fue miembro de la juventud del Partido Comunista, en la misma célula del papá de Ollanta Humala; que Vargas Llosa hizo una defensa de los guerrilleros peruanos del ELN y el MIR en un pronunciamiento de escritores en Paris, en 1965, y que, en 1966, cuando yo estaba en Paris, lo oí defender con fuerza y admiración a Hugo Blanco en su discurso pronunciado en una jornada de solidaridad con el Perú, presidida por Jean Paul Sartre, para pedir que no lo condenen a muerte. Menciono a Vargas Llosa porque hoy es aliado intelectual y político mayor de las derechas unidas del país. Como todos los seres humanos no somos los mismos siempre, dejamos de cambiar solo cuando las vidas se acaban. Es tan frecuente en el mundo político que muchos pasan de la orilla de las izquierdas a la orilla de las derechas (lo inverso parece imposible). Es el caso de Vargas Llosa, no el de Béjar.

Terrorista es un acto en el que uno o más individuos matan o hieren u ordenan matar y herir con plena consciencia de lo que hacen, a personas inocentes (niños, mujeres, ancianos, adultos) con el propósito de atacar a sus enemigos y de advertir a los habitantes de un país que si se comprometen con sus enemigos correrán la misma suerte. Todo acto terrorista provoca miedo y pánico. El anonimato asegurado por máscaras diversas, por la voluntad de borrar las huellas y la protección de quienes los envían a cometer esos crímenes y delitos, son parte constitutiva de los actos terroristas, los que, en la historia son muchísimos. Terrorista es también el individuo, hombre o mujer, que comete el acto descrito u ordena que otros lo hagan. Fueron terroristas quienes ordenaron y produjeron la destrucción de las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en Japón, usando bombas atómicas, por primera vez. La destrucción de las torres de Nueva York en 2001 fue otro acto terrorista brutal producido por los suicidas árabes; no tardó la respuesta norteamericana con el mismo terrorismo en la invasión de Irak.

En tierras nuestras, fueron terroristas quienes mataron a miles de campesinos indígenas quechuas en Huanta, arrojando los cadáveres en las cunetas de las carreteras o en pequeñas quebradas; fueron terroristas los que volaron torres eléctricas, mataron en calles o en sus casas a militares, dirigentes sindicales, políticos, abogados, estudiantes. Fue un acto terrorista el crimen del profesor y nueve estudiantes de la Cantuta, así como la respuesta senderista en la calle Tarata; también el crimen de la calle Huanta en Barrios Altos, a un grupo de migrantes que nada tenían que ver con Sendero Luminoso. Todos los actos terroristas que menciono y centenares más están debidamente documentados en el Informe Final de la Comisión de la Verdad de 2003.

Una primera conclusión es simple: no hay un terrorismo, hay dos.

Una primera conclusión es simple: no hay un terrorismo, hay dos. Lectoras y lectores, con la experiencia que tienen vuelvan los ojos sobre nuestra realidad y vean qué actos son terroristas y cómo unos correspondieron al Estado y otros a organizaciones como Sendero Luminoso. Por honradez personal, intelectual y política, estamos obligados a ver los dos terrorismos al mismo tiempo, con una perspectiva esencialmente crítica que nos conduce a condenar los terrorismos vengan de donde vengan, sin ambigüedad alguna.

Hoy no vemos ni sufrimos en Lima o en algún lugar del país voladuras de torres, destrucción de cooperativas, militares, políticos, dirigentes sindicales, mujeres dirigentes del vaso de leche; ya no hay matanza de alpacas preñadas en cooperativas, ni ganado fino forzosamente vendido en el camal de Yerbateros. Ya no sabemos de cartas anunciando a gamonales que se salvaron de la Reforma Agraria de 1969 que se vayan y no vuelvan; tampoco de los “ajusticiamientos” de aquellos que no obedecieron las órdenes propuestas en esas cartas. Ya no hay paros todos los días, tampoco paros armados, apagones, ni la angustia de saber que nuestros hijos podrán o no volver a casa. Lo que acabo de recordar era parte de la práctica de Sendero Luminoso; digo bien, era, porque Sendero Luminoso ya no tiene la vida de antes. Repito, una vez más, Sendero empezó a desaparecer cuando Abimael Guzmán llamó a sus dirigentes nacionales a una reunión en Lima, promovida por Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, para informarles que la guerra había concluido y que a partir de ese momento la tarea era la pacificación, sacarlo de la cárcel y hacer política pública. Un grupo de sus militantes creyó que esa versión era falsa y decidió seguir en la lucha, en el Vraem y declaró traidor a Abimael, formó un partido propio; otro grupo formó el Movadef encargado de construir el movimiento político electoral que Abimael quería para lograr su libertad; lo más probable es que la mayoría de los militantes decidió abandonar la lucha, esconderse y camuflarse. Por las tres vías, una segunda conclusión resulta inevitable, el Sendero Luminoso que conocimos desapareció; el Movadef ha sido reprimido duramente y, tal vez, quede muy poco o nada de él.

Las Fuerzas Armadas saben mejor que nadie que en el Vraem ya no quedan senderistas sino remanentes de aquel grupo que declaró traidor a Abimael en 1992, que han perdido casi todos sus dirigentes y que están muy ligados al narcotráfico, primera fuerza en todo el Vraem. Saben también que Héctor Béjar no fue nunca senderista. La pregunta inevitable es ¿por qué si tienen las evidencias de esta realidad continúan hablando de la amenaza senderista, asustando a los incautos? Solo los jefes pueden responder, pero hasta ahora no dicen una palabra.

Queda, finalmente, un argumento más del marino-parlamentario-portavoz de las derechas unidas Jorge Montoya: en muchas entrevistas televisivas y radiales, sostiene que el gobierno de Castillo es comunista, que quienes piensan como él son comunistas, que el peligro comunista amenaza al país, como el comunismo de Venezuela, Nicaragua y Bolivia. Decir que estos tres países son comunistas es simplemente una tontería que no merece ser comentada. Al mismo tiempo, el marino afirma que China es un país capitalista. Como dicen los brasileños: “no da para entender”.

Con el naufragio de la URSS, el comunismo sufrió una gran derrota. Quedan de lo que en otro tiempo fue: el Partido Comunista Chino que gestiona el desarrollo capitalista en su país y va camino a ser una potencia, no precisamente comunista; Corea del Norte, donde sobrevive la ilusión dentro de una especie de isla artificialmente sellada por muros metálicos, que no sabemos cuánto durará; finalmente, Cuba, aquella de la ilusión y el romanticismo revolucionario con Fidel y el Che, el ejemplo de guerrillero contrario a toda forma de terrorismo; la Cuba- Cubita de los años sesenta y setenta del siglo pasado, que enfrenta hoy, tal vez, la peor de sus crisis porque la distancia entre el aparato del gobierno y su pueblo es ya visible, si leemos las imágenes de la protesta del 11 de julio. Su ejemplo en educación, salud y deporte no pueden ser negados de modo alguno.

Una tercera conclusión es muy sencilla: el peligro comunista pasó a mejor o peor vida, ya no existe. Otra pregunta inevitable es ¿por qué el señor Jorge Montoya y las Fuerzas Armadas siguen levantando las banderas de la amenaza comunista? Ya sabemos que lo hacen para asustar, pero esa amenaza está roída, descolorida, agrietada y le queda un último cuarto de hora. Entiendo que quienes dirigen esa derecha llamada bruta y achorada no entienden de qué se trata y no tengan explicación alguna ni otra propuesta. Si entre la nueva derecha que asume, por fin, su identidad, hay alguien o alguna por ahí que empieza a pensar en el país, debería darse cuenta de que el enemigo ya no es ni puede ser el comunismo, ni sus partidos en cada país, sino el pueblo mismo. Tal vez es esta la lección mayor de los 19 días de un gobierno en el que, por primera vez, las derechas no tuvieron nada ver.

 

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* Rodrigo Montoya Rojas es antropólogo y escritor peruano, nacido en Puquio, Ayacucho. Profesor Emérito de la Universidad de San Marcos, de Lima, por la que se doctoró en 1970. También obtuvo un doctorado en Sociología en la Universidad de París, y es profesor visitante en varias universidades de Europa y América.

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Fuente: Columna Navegar río arriba, portal La mula, publicado en Lima el 18 de agosto de 2021: https://navegarrioarriba.lamula.pe/2021/08/18/la-memoria-contra-el-olvido-hector-bejar-y-los-marinos/rodrigomontoyar/

 

https://www.servindi.org/19/08/2021/la-memoria-contra-el-olvido-hector-bejar-y-los-marinos

 


miércoles, 6 de septiembre de 2017

PSICOLOGÍA SOCIAL DEL TERRORISTA SUICIDA




Publicado por Daniel Eskibel en Sep 5, 2017

Con este trabajo finalizo una trilogía que comenzó con Psicología del terrorista suicida y continuó con Psicoanálisis del terrorista suicida. Son tres artículos exploratorios para intentar avanzar en la comprensión de un fenómeno terrible de nuestro tiempo como es el terrorismo suicida. Más allá de las problemáticas políticas, religiosas, ideológicas, históricas y sociales, que por cierto son importantes, queda un campo casi inexplorado pero que hay que explicar. Se trata de la dimensión psicológica.

¿Qué es lo que provoca que una persona joven cometa este tipo de actos? ¿Cómo se relaciona con su grupo social de origen?

Para que te vayas aproximando al artículo te adelanto algunas ideas del mismo:

- El terrorista suicida busca ciegamente, en su acto final, su lugar de pertenencia en una red social de la que se ha sentido excluido.
- El terrorista suicida destruye junto con su vida al objeto inconsciente de su amor.
- La persona ama algo ajeno a su cultura, pero también lo odia por mandato social.
- Cuanto más lo ama más lo odia porque le hace sentir culpable. Y cuando lo destruye debe destruírse a sí mismo por la doble culpa que significa amar lo que debería solo odiar, y también destruir lo que en el fondo ama.
- Los grandes relatos surgen luego como racionalizaciones y justificaciones de actos y deseos que se originan en otro plano.

En los 2 primeros artículos de esta trilogía analicé:
Para cerrar la trilogía es necesario recordar que para Sigmund Freud “la psicología individual es, al mismo tiempo y desde un principio, psicología social”.

Si aplicamos este concepto a la psicología política e intentamos comprender la psicología de la persona que comete un atentado suicida de carácter terrorista, entonces debemos considerar lo siguiente:

1.     Su acto individual es al mismo tiempo social. Expresa con el acto violento algo inexpresable por medio del lenguaje que se vincula tanto a lo inconsciente personal como a lo inconsciente colectivo.
2.     En el complejo conjunto de causas que lo llevan a cometer el acto terrorista las motivaciones individuales están íntimamente entrelazadas desde un principio con motivaciones sociales.

El terrorismo suicida desde la psicología social

La psicología social ha construido un conjunto de modelos explicativos de la conducta humana apelando a la compleja interacción entre individuo y sociedad.

En este nuevo marco el eje conceptual se desplaza hacia el vínculo con el otro, la comunicación, el aprendizaje, los procesos de cambio, los factores culturales y colectivos, los grupos humanos y las instituciones de diverso orden.

Mi hipótesis es que el terrorista suicida busca ciegamente, en su acto final, su lugar de pertenencia en una red social de la que se ha sentido excluido.

Su clásica trayectoria vital reconoce dos momentos cruciales:

1.     En el primero desaparece total o parcialmente de la superficie de la vida social, pasando a vivir la totalidad o una parte de su vida cotidiana en un ámbito oculto y clandestino. La mentira y el disimulo instalan una vida social secreta e invisible que se desarrolla bajo la apariencia de una estereotipada falsa adaptación a la realidad.
2.     Y en el segundo momento reaparece en la superficie de un modo violento, abrupto y definitivo. Reaparece en el impacto global de las noticias.

La clave psicosocial para comprender su conducta no está tanto en este último acto sino más bien en el primero.

Porque desaparece de la red social debido a que no ha podido integrarse a ella.

Esto implica que percibe que sus pensamientos, sentimientos y/o acciones no son pertinentes en relación a su grupo social. Que no acepta a ese grupo y/o cree que no es aceptado por él, siendo por lo tanto su comunicación intra-grupal bastante conflictiva.

Se trataría, entonces, de un individuo que no ha aprendido a ser parte de su grupo social de origen. De este modo se aparta de él y solo reaparece para reinscribirse simbólicamente en su vieja red a través del acto terrorista que resignifica su existencia.
¿Por qué esta modalidad de vínculo psicosocial mediante la cual primero se aparta y luego reaparece violentamente?

Conectando las explicaciones sociales con las explicaciones psicoanalíticas, podría decirse que el terrorista suicida destruye junto con su vida al objeto inconsciente de su amor. Lo cual comienza con un conflicto interno entre las pautas culturales de su grupo social y otras pautas totalmente diferentes que incorpora de otros grupos sociales.

Su grupo social de pertenencia le marca pautas y normas de conducta cuya internalización ya señalamos que sería conflictiva. Pero el individuo de nuestro tiempo no vive atrapado en ese universo cultural de origen sino que inevitablemente se conecta con otras pautas culturales. Más aún: suele ser seducido por ellas y en ocasiones hasta llega a amarlas inconscientemente. Mientras tanto, y por esa misma ambivalencia interior, el sentimiento de culpa crece.

De esta trampa solo se puede escapar a través de procesos de cambio, ya sea modificando aspectos de su propia persona, de su vida y de sus creencias o transformando junto con otros algunas pautas del grupo social de pertenencia. En suma: el individuo solo se salva de la ambivalencia extrema si se cambia a sí mismo o si trabaja junto con otros para cambiar su cultura y su sociedad.

Pero si la resistencia al cambio que opera desde su interior es muy potente y rígida, entonces el deseo de destrucción se multiplica por la explosiva combinación de amor, odio y culpa. La persona ama algo ajeno a su cultura, pero también lo odio por mandato social.

Cuanto más lo ama más lo odia porque le hace sentir culpable. Y cuando lo destruye debe destruírse a sí mismo por la doble culpa que significa amar lo que debería solo odiar, y también destruir lo que en el fondo ama.

Su acto final destruye todo, pero principalmente pone punto final a una ambivalencia extrema que su mundo interno ya no tolera.

¿Qué hay detrás del terrorista suicida?

El terrorista suicida no está solo. Y no se trata solo de su pertenencia a una organización sino principalmente de su pertenencia a un grupo social. Esto no significa que su grupo social lo aliente a cometer actos de violencia. Generalmente es al contrario. Pero ese grupo social vive una problemática aguda cuya no resolución asegura que la “producción” de individuos psicológicamente aptos para el terrorismo suicida seguirá adelante.

Porque el terrorista suicida es el emergente visible de un grupo social que vive una tensión interna insoportable.

Dicha tensión no se origina en el plano de los grandes relatos teóricos, políticos, filosóficos, ideológicos o religiosos.

El origen más real y más profundo de la tensión grupal está en la vida cotidiana y en los procesos de cambio que afectan la crianza de los hijos, la relación de pareja, la estructura familiar, la sexualidad, los roles masculinos y femeninos, la percepción de la realidad, las figuras de autoridad, los códigos de comunicación, la apropiación de la tecnología, la resolución de los problemas básicos de la supervivencia, la transmisión de la herencia cultural, las rupturas o continuidades intergeneracionales y el vínculo con otras pautas culturales y con el medio ambiente.

Cuando un grupo social determinado es inundado por angustias extremas derivada de su propia vida cotidiana, y cuando ese mismo grupo falla en todos sus mecanismos de elaboración sana, entonces sus mecanismos psicosociales inconscientes producen al terrorista suicida que será como la punta visible de un enorme iceberg sumergido.

Los grandes relatos surgen luego como racionalizaciones y justificaciones de actos y deseos que se originan en otro plano.

¿Cómo se construye entonces al terrorista suicida?

1.     Un grupo social vive tensiones insoportables en su vida cotidiana, falla en la elaboración de esas tensiones y transmite a sus hijos violentos conflictos inconscientes y angustias extremas.
2.     Algunos hijos de ese grupo social desarrollan una estructura psicológica frágil amenazada por una ambivalencia de amor-odio hacia las pautas culturales tanto de su propio grupo de origen como también de grupos ajenos.
3.     Un segmento de entre ellos se encuentra con los relatos ideológicos, religiosos o políticos que racionalizan y justifican el terrorismo suicida.
4.     Algunos individuos de ese segmento adoptan dichos relatos y se preparan para actuar.

Como decía Freud, lo social presente en lo individual al mismo tiempo y desde un principio.



martes, 29 de agosto de 2017

PSICOANÁLISIS DEL TERRORISTA SUICIDA




Publicado por Daniel Eskibel en Aug 29, 2017

El paciente, reclinado sobre el diván, habla libremente sobre todo lo que acude a su mente. Las ideas se asocian y se entrelazan con recuerdos, proyectos, emociones, fantasías y un continuo fluir de pensamientos. El psicoanalista escucha. Escribe algunas notas. Observa. Sigue escuchando. En ocasiones dice algo que facilita el libre fluir de las ideas del paciente. Y en ocasiones une los puntos dispersos del relato, analiza, conecta, descubre para el paciente lo que él mismo desconocía en su mundo interior.

La escena anterior es apenas un momento dentro de un proceso psicoanalítico. Un momento que ayuda a comprender que nuestra vida mental no solo es eso conocido que sabemos sobre nosotros mismos sino que es mucho más, un vasto océano de contenidos mentales que van con nosotros aunque no los vemos. No es eso, es ello. No eso que conozco sino ello desconocido. Un mundo ajeno a nuestra consciencia y al que apenas nos asomamos a través de los sueños, los síntomas, la creatividad, los actos fallidos

Es el mundo del inconsciente.

Claro que el terrorista suicida no suele recostarse en el diván del psicoanalista.

Aunque muchos conceptos del psicoanálisis pueden ayudarnos a comprender qué pasa en su mente, cual es su perfil y cómo llega a transformarse en alguien que comete los actos incluidos en la definición operacional de terrorismo suicida.

Freud y el modelo tripartito del aparato psíquico

Hace ya más de 100 años que Sigmund Freud construyó el modelo psicoanalítico de un “aparato psíquico” de base tripartita: consciente, preconsciente e inconsciente. Sus conceptos surgieron no en el laboratorio sino en la clínica, encarada por Freud con un permanente espíritu crítico y de investigación.

Este modelo explica que la conducta humana tiene muy fuertes determinaciones en lo inconsciente, región psíquica que no solo es desconocida para cada uno sino que además y fundamentalmente es ajena y distinta a lo consciente.

Porque el inconsciente es una forma de organizar la vida psíquica y sus contenidos en base a patrones muy peculiares. Allí no rige la lógica clásica sino otra lógica que asocia imágenes, palabras y afectos con insólita y desconcertante libertad. En el mundo inconsciente, que apenas podemos atisbar por ejemplo a través de los sueños, no rigen las leyes habituales que ordenan el espacio y el tiempo. Es el reino absoluto de los más desmedidos impulsos sexuales y agresivos que pugnan por la satisfacción inmediata sin otro criterio que la búsqueda irracional del placer.

La problemática inconsciente del terrorista suicida

El terrorista suicida se da a sí mismo y a los demás explicaciones que fundamentan su accionar. Claro que son formulaciones puramente conscientes. En ese plano, dichas explicaciones políticas, sociales, históricas o religiosas son racionalizaciones que encubren las raíces inconscientes del hecho.

La problemática inconsciente está más allá de estas explicaciones.

En realidad el terrorista suicida dramatiza con sus actos una problemática inconsciente que no logra manejar en su mundo interno y que ni siquiera puede poner en palabras.

Lo que le ocurre en la profundidad de su psiquis es tan lejano y extraño a su consciencia que carece del lenguaje capaz de vehiculizarlo y ayudar a su elaboración. Ese núcleo que no puede nombrar ni decir trabaja como un topo en su interior para construir un camino que le permita emerger a la superficie. Y emerge en forma de acto terrorista. Un acto que, aunque a veces pueda estar fría y concientemente planificado, en su desarrollo despliega esa irracionalidad inconsciente que le resulta inaccesible e innombrable.

Mi hipótesis es que eso interior que el terrorista suicida externaliza con sus actos es un inmenso terror que lo acompaña y lo constituye desde etapas muy tempranas de su vida.

Terror.

Una parte de su personalidad crece y se desarrolla en contacto con la realidad, aprende y se integra de algún modo a la vida social (inclusive con la posibilidad de alcanzar logros afectivos, intelectuales, interpersonales y/o económicos). Pero otra parte queda anclada en vivencias terroríficas primitivas que seguramente han sido experimentadas durante los primeros meses de vida.

Me refiero particularmente a la etapa anterior al quinto o sexto mes de vida, para cuya comprensión son muy válidos y complementarios los conceptos trabajados por los psicoanalistas Lacan, Winnicott y Melanie Klein.

El núcleo de ese terror inconsciente del terrorista suicida es la oscura vivencia del cuerpo fragmentado, de la no integración de la personalidad y de la amenazante potencia de los impulsos destructivos.

El niño de pocos meses todavía no se vive a sí mismo como una unidad con identidad propia. Su personalidad aún no está integrada y los contenidos psíquicos constituyen fragmentos débilmente conectados unos con otros. Tampoco las distintas partes de su cuerpo están en un funcionamiento coordinado, todo lo cual contribuye a que su mundo sea formado por impulsos y objetos parciales donde ni siquiera hay una línea clara que distinga lo interior de lo exterior.

En ese tiempo psicológico todavía no hay individuo, no hay unidad, por lo tanto no existe el afuera y el adentro.

En ese contexto los impulsos destructivos, nacidos de la energía corporal que mueve brazos y piernas y crecidos ante las frustraciones experimentadas, toman un enorme y angustiante protagonismo.

De acuerdo a este modelo, estas características estarían exacerbadas en ciertas personas debido a un fallo ambiental durante esos primeros cinco o seis meses de vida. El fallo estaría dado por una relativa incapacidad del ambiente para sostenerlo, contenerlo, hacerlo sentir cuidado con amor y ayudarlo a construirse como unidad.

Junto a ese núcleo de terror comienzan a operar poderosas demandas-desafíos frente al entorno.

Es como si ese niño pequeño, desbordado por sus terrores inconscientes y carente de un sostén ambiental suficiente para calmarlo, buscara una respuesta de parte de ese ambiente. Cuanto más grande el terror inconsciente, más grande la necesidad de un ambiente protector y por lo tanto más grandes sus exigencias de recibir un marco de seguridad, estabilidad y control.

Debe considerarse que esa demanda-desafío es dirigida primero hacia la madre y luego hacia afuera en círculos concéntricos: la familia, la escuela, la localidad donde vive y la sociedad toda con su cultura y sus leyes. Y si el ambiente sigue fallando en esos círculos concéntricos, pues a medida que el niño sigue creciendo se agiganta su demanda, su desafío, su rebelión.

Esta problemática inconsciente allana el camino para que en el adolescente y en el joven se constituyan núcleos de ideas sobrevaloradas.

Se trata de ideas bien estructuradas y sistematizadas desde el punto de vista lógico, que no interfieren con los otros aspectos de la vida de la persona sino que se mantienen con cierta autonomía dentro de una serie temática específica (ya sea ideológica, religiosa,etc.). La perturbación es a nivel del contenido del pensamiento, no de su forma. Comienza con ideas sobrevaloradas y/o deliroides y puede llegar, aunque no necesariamente en todos los casos, al delirio propiamente dicho.

No me refiero al desarrollo de una ideología ni a la profundización de conceptos ni a la construcción de una cosmovisión que lo conecte con los demás. Me refiero a ideas sobrevaloradas, generalmente rígidas, a las que se aferra como un náufrago en alta mar. Son conceptos radicales e inflexibles que provienen de otras personas pero que vienen a calmar su agitado mundo interior.

Estas ideas van construyendo un mundo ficticio que es como un puente fallido entre las realidades interna y externa, y que le permite escapar de los aspectos más intolerables de ambas. En ese mundo él es protagonista activo de grandes acontecimientos sociales que involucran diversos eventos cargados de contenidos persecutorios.

Ese mundo de ideas sobrevaloradas es irreductible a toda lógica y a toda experiencia, y muchas veces es protegido y ocultado frente a los demás. Pero posee un poder tal que puede estructurar por completo la vida de la persona.

Lo anterior implica una profunda escisión de su personalidad.

Por un lado vive una vida interior secreta que es ajena y muchas veces opuesta a la realidad externa. Y por otro lado también vive un falso self construído en base al sometimiento formal al mundo externo y sus demandas.

Esta escisión es resultado del desarrollo emocional primitivo. El ambiente, que en sus primeros meses de vida debió adaptarse activamente a sus necesidades, tuvo un fallo y no cumplió cabalmente dicha tarea.

La defensa frente a tal situación consiste en escindirse y desarrollar dos núcleos bien diferenciados de su personalidad, fracasando de este modo todo camino integrador y toda elaboración conducente al equilibrio.

Terrorismo en acción

Así llegamos al final dramático:
  • Una persona joven con una problemática inconsciente que anuda sus emociones más primitivas y terroríficas con la vivencia de desprotección de parte de su ambiente.
  • Fragilidad del yo que no puede comprender y ni siquiera verbalizar la angustia.
  • Un conjunto de ideas rígidas a las cuales se aferra.
  • El acto final por el que mata y muere.
El psicoanálisis del terrorista suicida muestra que su perfil no es el del soldado que lucha, en el acierto o en el error, por una causa. Es un fenómeno diferente. Y como tal hay que analizarlo.

Las anteriores son hipótesis, por supuesto. Y no abarcan la totalidad del problema ni mucho menos. Porque falta, por ejemplo, el componente social. El tercer y último artículo de esta trilogía será, justamente, la psicología social del terrorista suicida.

PD: Por su temática y sus características técnicas, este artículo no es para un público masivo. De todas maneras, si crees que tus contactos lo pueden leer con interés, siéntete libre de compartirlo en tu blog, por mail o en redes sociales. En tal caso te pido indiques claramente el autor (Daniel Eskibel) y coloques un link hacia Maquiavelo & Freud.


lunes, 28 de agosto de 2017

TERRORISMO Y RELIGIÓN





La religión tiene tres dimensiones: la teológica, donde se trata de demostrar la existencia y la necesidad de los dioses; la ética, donde se trata de los principios y valores para llevar una vida espiritual que procure el bien social; y la sociológica, donde los religiosos convertidos en poder institucional quieren transformar el mundo en conformidad con su concepción del mundo. El ateísmo tiene también esas tres dimensiones: en el ámbito de la teología trata de demostrar la necesidad de la existencia de dios y lo presenta como una creación fantástica del ser humano; en el ámbito de la ética comparte algunos principios y valores idénticos a la religión puesto que también busca el bien social; y en el ámbito sociológico también busca transformar el mundo pero de acuerdo con su concepción atea. Yo creo que el mundo sería mejor si el ateísmo entendido en su sentido profundo desempeñara en el sistema de enseñanza el mismo papel que desempeña la religión. Cuando hablo de ateísmo no hablo del ateísmo proveniente de las ciencias naturales, sino del proveniente de la filosofía, donde podemos destacar figuras tan trascendentales como Feuerbach, Nietzsche y Marx.

El terrorismo es terrorismo, independientemente del ropaje con el que se vista e independientemente de las circunstancias históricas que lo hagan brotar. Explicación sí tiene, lo que no tiene es justificación. Tampoco es correcto decir que el terrorismo islamista no tiene nada que ver con la religión, que el islam no manda a asesinar, que el islam busca el amor y la paz entre los hombres. Este punto de vista es un error. El Manifiesto Comunista nos enseñó que existen distintas clases de socialismo: burgués, reaccionario, feudal,… No podemos hacer como hacen los puristas cuando afirmaban que en la URSS no había socialismo. Se equivocaban, en la URSS si había socialismo, pero un socialismo semifeudal, reaccionario y burocrático. Los adjetivos negativos, como por ejemplo el adjetivo fascista aplicado al socialismo de la URSS, no niegan ni anulan el sustantivo. Así que el islamismo terrorista no niega el islamismo. Los terroristas que actuaron en Las Ramblas de Barcelona eran islamistas, eran jóvenes que habían abrazado en su corazón y en su mente la religión musulmana. De una manera equivocada, tal vez; pero no por ello dejaban de ser islamistas. La religión en manos de esos jóvenes, o en la cabeza de esos jóvenes, no era una simple máscara, sino una ideología extremista y perversa.

La religión, en tanto ideología, se alimenta de la realidad, mientras que los planteamientos teológicos, las preguntas acerca de la existencia y el modo de existencia de Alá o de Dios, no tienen ninguna importancia en la ideología religiosa de masas. Los terroristas de las Ramblas creían en Alá y creían en un Alá vinculado al Estado Islámico y a sus intereses. La religión, cualquier religión actual, se alimenta continuamente de la realidad actual y se conserva gracias a esa relación. De ahí que los líderes religiosos, sean cristianos o musulmanes, intervengan en todos los asuntos mundanos: en el trabajo, en la familia, en los valores, en los derechos y libertades de las mujeres, en la vestimenta, y en la guerra y en la paz. Quieren estar en todo y en todo quieren imponer su credo. Y para equilibrar el poder y protagonismo que la religión está adquiriendo por medio del terrorismo islamista, se hace necesario un fuerte desarrollo no de la ideología aconfesional sino del ateísmo, entendido como una ideología que lucha contra la enajenación religiosa del hombre.

Hay que tener cuidado con ir hacia atrás. Desde el siglo XIX la ideología dominante  ha sido la economía política. Solo en las épocas feudales la religión es la ideología dominante. Y no podemos permitir que en la Unión Europea la lucha contra el terrorismo islámico se convierta en un fortalecimiento de la religión y ocupe en la vida social un papel que no debe ocupar. Todavía vivimos en la época de los Estados nacionales. Recién estamos entrenando las regiones económicas: la unión económica, política y cultural de varios Estados nacionales. Esta es la época en la que vivimos. Es una manifestación más de la globalización. No existen Estados cristianos y Estados musulmanes. Solo el ISIS, y que está a punto de pasar a la historia como un dramático recuerdo, es el que ha pretendido crear una Estado islámico, un Estado definido en términos religiosos. El conflicto entre la religión cristiana y la religión musulmana no existe. Todo lo contrario: se benefician, se apoyan y se fortalecen mutuamente en la pretensión de hacer un mundo cada vez más religioso. Es cierto que en ciertos países árabes, con débil o desestructurado desarrollo económico, la religión se ha convertido en una parte sustancial de la ideología dominante, pero como medio para lograr la unidad y la defensa frente al imperialismo occidental, sobre todo en el ámbito cultural y en el ámbito de los valores éticos. Desde que en los países árabes el desarrollo económico capitalista se fortalezca, la religión dejará de ser parte sustancial de la ideología dominante y lo será por completo la economía política.

Fue la revolución burguesa quien liberó al ser humano de la religión, pero mediante un rodeo y no directamente, declarando al Estado ateo. El Estado ateo, el Estado aconfesional, no acaba con la religión, sencillamente la circunscribe en el ámbito privado. Y es en este ámbito privado donde la religión ha adquirido, ponemos de ejemplo a EEUU, un notable desarrollo. De ahí que el ser humano no se haya liberado de la religión. Dios o Alá no es más que la imagen de un hombre todopoderoso creado por el propio hombre. Y ese hombre creado por la fantasía humana se presenta como si estuviera dotado de vida propia y dictara a los hombres y mujeres lo que deben hacer, e incluso en la religión islamista cómo deben vestir. Lo que defiende el ateísmo es que eso que los religiosos dicen que dice Dios no es más que lo que dicen los propios hombres religiosos. Creer en Dios, en un ser todopoderoso que existe en un mundo que no es de este mundo y cuya existencia no puede demostrarse, es una de las formas de enajenación de masas más profundas y arraigadas que existen. Y el ateísmo solo lucha por los valores que desengañen al hombre de sí mismo en tanto hombre religioso. En palabras de Marx: “La crítica de la religión desengaña al hombre para que piense, para que actúe y organice su realidad como un hombre desengañado y que ha entrado en razón, para que gire en torno a sí mismo y a su sol real. La religión es solamente el sol ilusorio que gira en torno al hombre mientras éste no gira en torno a sí mismo”.