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domingo, 29 de abril de 2018

¿ES INEVITABLE EL COLAPSO DE LAS SOCIEDADES HUMANAS?



28/04/2018 | Daniel Tanuro 

"Como puede colapsarse todo", es el título de un libro publicado en 2015. Pablo Servigne y Raphael Stevens, los autores retomaban la tesis del colapso de las sociedades popularizada por el exitoso autor Jared Diamond. Pretendiendo limitarse a la constatación de un colapso inevitable vistos los diagnósticos de la ciencia, los dos autores creaban el término de colapsología; dicho de otra forma, la ciencia de la catástrofe ecológica que provocaría el colapso de la sociedad humana. El término tuvo cierto éxito, hasta el punto que Le Monde, en su edición del 14 de enero de 2018, creyó poder apreciar el nacimiento de una "nueva ciencia interdisciplinar"... Pablo Servigne ha gozado de numerosas posibilidades mediáticas para exponer su análisis. Queriendo saber más sobre el tema y favorecer un debate abierto sobre la colapsología y los colapsólogos, la revista [bimensual] de Ecología Política suiza Moins!, solicitó una contribución de Daniel Tanuro, que ya hizo un análisis crítico de "Como se puede colapsar todo" cuando se publicó el libro 1/. En el texto que sigue (que publicamos con la amable autorización de la redacción de Moins!), profundiza en el debate.

La colapsología y el ecosocialismo presentan ciertos puntos comunes pero también serias diferencias. Hay que desear que el debate permita resolverlas, o en su defecto, clarificarlas. Con este espíritu está escrita esta contribución. Estamos de acuerdo en un punto importante: no se trata de una crisis, tal como se entiende una crisis económica o una crisis de fe, es decir, de fenómenos pasajeros. A lo que estamos confrontados es infinitamente más grave. Pero, a pesar de todo, el porvenir permanece abierto. Lo que está al orden del día ss la lucha, no la resignación enlutada.
 
Según el programa internacional geosfera-biosfera, la sostenibilidad de la civilización humana depende de nueve parámetros ecológicos. Para cada uno de ellos se define una frontera de riesgo que no hay que franquear. La actual reconstitución de la capa de ozono es el único punto positivo. Se desconoce la frontera para dos parámetros y está franqueada para tres de los otros seis: el declive de la biodiversidad, la perturbación del ciclo del nitrógeno y la concentración atmosférica de gas con efecto invernadero.

Contentémonos con la indicación sobre el cambio climático: los científicos sitúan entre +1ºC y +4ºC (en relación a la era preindustrial) el punto de transición más allá del cual el casquete glaciar de Groenlandia se dislocará, provocando in fine una subida de siete metros del nivel de los océanos. Desde 2016, el calentamiento es superior a 1ºC; estamos por tanto en la zona de riesgo. De todas formas, sin medidas drásticas, es muy probable que en los próximos decenios el nivel de los océanos suba de 60 a 80 cm. Entonces, varios centenares de millones de personas se verán obligadas a desplazarse.

No estaríamos en esa trágica situación si en elmarco de la Conferencia de Río, en 1992, se hubieran decidido serias reducciones de las emisiones de gases con efecto invernadero didas. Pero las emisiones han aumentado más rápidamente que nunca. Incluso, en 2017, se ha batido el récord: ¡el 3,7% de subida! Al ritmo actual, el presupuesto de carbono que da dos oportunidades de tres de no superar 1,5º C de calentamiento estará agotado en 2030; el de 2º C lo estará en 2050.

De esos datos, las y los colapsólogos concluyen que es inevitable el colapso y que ya ha comenzado 2/. Se inscriben en el análisis de Jared Diamond: la sociedad está cortando la rama medioambiental en la que está sentada; por tanto, se colapsará, como se han colapsado otras sociedades humanas en el pasado (Isla de Pascua, Mayas, etc.) 3/.

¿Qué significa esto? No se trata simplemente del colapso de una estructura político-estatal, como fue el caso de la caída del imperio romano, sino de un ecocidio, que provoca la superación de la "capacidad de carga" y la desaparición de una gran parte de la población, incluso de la mayoría de ésta. El éxito de esta tesis estaba asegurado conla metáfora de la isla de Pascua. Según Diamond, la población en la Isla de Pascua se habría multiplicado hasta alcanzar 30.000 personas. Habrían destruido el ecosistema cortando las grandes palmeras para desplazar sus estatuas, de forma que cuatro quintas partes de la población perecieron. El planeta estaría hoy en la misma situación. Estaría a punto de producirse un colapso global.

Esta es la visión que retoman Pablo Servigne y Raphael Stevens. Solo que las cosas no ocurrieron así en la Isla de Pascua. Está comprobado que la gente de Pascua no superó nunca las 3.500 personas. Las grandes palmeras habrían desaparecido como consecuencia de la proliferación de roedores importados por gente de Polinesia. El misterio del cese en la producción de las estatuas se explica por factores sociales. El golpe de gracia a la civilización de Pascua le llegó del exterior: las incursiones esclavistas, que diezmaron la población.

Especialistas de los diferentes casos citados por Diamond se asociaron para producir un libro colectivo de éxito: Questioning Collapse 4/. Se trata de un trabajo científico, no de un libro para el gran público; por tanto, no tuvo la resonancia de Effondrement. Pero, ¿por qué científicos como Pablo Servigne y Raphael Stevens continúan citando a Diamond? ¿Por qué no mencionan Questioning Collapse, que concluye que la tesis del colapso medioambiental de las sociedades del pasado no tiene fundamento alguno? Podrían hacerlo porque, tratándose del presente, las y los colapsólogos tienen toda razón la: la destrucción medioambiental hace planear una amenaza real de colapso. Las y los ecosocialistas comparten totalmente esta inquietud. Por el contrario, estamos en profundo desacuerdo con la forma resignada de considerar el colapso como un acontecimiento a aceptar porque sería inevitable.

Pablo Servigne declara en una entrevista que esta inevitabilidad se basa en un "conjunto de pruebas científicas" 5/. Esta afirmación es muy discutible. En realidad, cuando especialistas de la amenaza medioambiental salen de la estricta exposición de hechos, aparecen dos grandes orientaciones.

La primera es la de los y las investigadoras para quienes el crecimiento es una vaca sagrada. Creen que milagrosas tecnologías permitirán evitar la catástrofe, sin cambiar nada del sistema económico. Esta orientación es netamente mayoritaria. En el 5º informe del GIEC (que hace la síntesis de los trabajos existentes), más del 90% de los escenarios para permanecer por debajo de 2ºC de calentamiento están basados en la hipótesis de un despliegue masivo de la bioenergía para la captura y el secuestro del carbono (una forma de geoingeniería llena riesgos ecológicos y sociales).

La segunda orientación, muy minoritaria, emana de investigadores e investigadoras para quienes el crecimiento es una calamidad y que imputan la responsabilidad de la catástrofe al género humano. En su opinión, la tecnología y la producción social serían productivistas por definición. Ni se les pasa por la cabreza la idea de que la sociedad actual va directa contra el muro porque tiene por objetivo el beneficio de capitalistas que se pelean por partes de mercado. Debido a ello, para esta gente la única solución es reducir la población. Algunos y algunas dicen francamente que la Tierra está enferma de humanidad. Les resulta más fácil imaginar la desaparición del género humano que la del capitalismo que, sin embargo, solo existe desde hace doscientos años...

En general, estas dos orientaciones tienen en común hacer como si las relaciones sociales de la sociedad capitalista dependieran de leyes naturales. Ahora bien, en lugar de criticar "la Ciencia" sobre este punto, los y las colapsólogas la imitan.

En la entrevista citada más arriba, Pablo Servigne explica que el colapso es inevitable porque "nuestra sociedad está basada tanto en las energías fósiles como en el sistema-deuda"; dice que "para funcionar, cada vez necesita de más crecimiento", y que "sin energías fósiles, no hay más crecimiento"; "por tanto jamás se pagarán las deudas "; de ahí que "todo nuestro sistema socio-económico se va a colapsar". En el libro escrito con Stevens desarrolla el mismo análisis.

Sin embargo, ¡no se pueden mezclar las manzanas de los combustibles fósiles con las peras de la deuda! Las empresas fósiles y sus accionistas no quieren dejar de explotar los stocks fósiles porque eso haría estallar la burbuja financiera. OK. Pero esta burbuja está compuesta de capitales ficticios. Es el producto de la especulación. No tiene nada que ver con el mundo físico. Ninguna ley natural dice que la factura por el estallido de la burbuja de carbono debe ser pagada por el resto de la sociedad. Por tanto, ninguna ley natural dice que ese estallido debe colapsar a la población mundial. Ninguna ley natural dice, tampoco, que la única forma de escapar a esa amenaza sea "hacer el duelo" y retirarse al campo para fundar pequeñas comunidades resilientes (experiencias interesantes por otra parte, pero ese no es el debate). Que los y las accionistas paguen los gastos de su despilfarro y el problema de la deuda estará resuelto.

Más de la mitad de las emisiones de gas con efecto invernadero es atribuible al diez por ciento más rico de la población mundial. Dicho de otra forma: más de la mitad de la energía consumida lo hace con el objetivo de satisfacer las necesidades de los ricos. Añadamos la energía derrochada en la fabricación de armas (para defender los intereses de los ricos) y productos de obsolescencia programada (para aumentar los beneficios de los ricos), así como el derroche de cerca de la mitad de la producción alimenticia mundial (debido sobre todo a la carrera por los beneficios instituida por los ricos) y el análisis cambia completamente. ¿Es gravísima la situación? ¡Si!. ¿Hay una amenaza de colapso? Si. Pero esta salida no es en absoluto inevitable. Puede convertirse en inevitable si no imponemos respuestas anticapitalistas. ¡Es un matiz importante! Por ello, las prácticas comunitarias alternativas deben articularse sobre una estrategia social y luchas anticapitalistas, en particular para bloquear los proyectos de expansión del capital fósil.

Negándose a sacar esta sencilla conclusión, las y los colapsólogos entran en un terreno muy resbaladizo: el de la resignación fatalista frente al riesgo de ver a centenares de millones de seres humanos pagar con su vida la destrucción del medio ambiente debido a la locura desarrollista del capital. En su libro, Servigne y Stevens evocan, acrítricamente, pronósticos de colapso de más de la mitad de la población mundial. Su llamada fatalista a "aceptar el duelo" podría por tanto tomar un significado siniestro. Este riesgo de derrape deriva precisamente del hecho de que la colapsología naturaliza las relaciones sociales de la misma forma que los investigadores partidarios de la segunda orientación evocada más arriba, algunos de los cuales (Diamond por ejemplo) son neomaltusianos. Las respuestas dubitativas de Pablo Servigne sobre Maltus son por otra parte significativas: su marco de lectura colapsológica le impide ver que el autor del Ensayo sobre el Principio de Población no fue un precursor ecologista sino el ideólogo cínico de la eliminación de los pobres en beneficio de la acumulación para los ricos 6/.

En un segundo libro (escrito con Gauthier Chapelle), Pablo Servigne prolonga la reflexión de Kropotkin sobre la ayuda muta en el mundo vivo 7/. Es un punto importante. En concreto, la cooperación es una característica del Homo sapiens como animal social. El capitalismo, que está basado en la lucha de todos y todas contra todos y todas, es por ello un modo de producción contranatura. Hay que esperar que esta constatación permitirá a las y los colapsólogos salir de su resignación enlutada. Pero no basta con llamar al rescate a la biología. La naturaleza humana solo existe de forma concreta a través de sus formas históricas. La ayuda mutua verdadera, la que se manifiesta espontánea pero fugitivamente en las catástrofes, no puede solidificarse mas que a través de la autoorganización de la lucha contra la destrucción capitalista. A fin de cuentas, para que se imponga, será necesario poner las bases de una sociedad diferente, basada en la satisfacción de las necesidades humanas reales, democrática y prudentemente determinadas en el respeto a los ecosistemas. A esta lucha y esta forma histórica la llamamos ecosocialismo.

23/04/2018
Traducción: Faustino Eguberri para viento sur

1/ Daniel Tanuro, ESSF (article 35111), Crise socio-écologique : Pablo Servigne et Rafaël Stevens, ou l’effondrement dans la joie. https://www.europe-solidaire.org/spip.php?article35111
2/ Comment tout peut s’effondrer. Petit manuel de collapsologie, Pablo Servigne et Raphaël Stevens, Seuil, 2015
3/ Jared Diamond, Effondrement : Comment les sociétés décident de leur disparition ou de leur survie, Folio essais 2009.
4/ Questioning Collapse. Human Resilience, Ecological Vulnerability, and the Aftermath of Empire, Patricia A. McAnany et al., Cambridge University Press, 2010.
5/ Reporterre, 7 mai 2015
6/ Entrevista en Contretemps, 7/03/2018. Las y los colapsólogos dicen que las poblaciones pobres del Sur serán las menos afectadas por el desmoronamiento, porque su existencia es la menos artificial. Es desgraciadamente (¿poer es una sorpresa?) lo contrario de lo que puede pasar y ocurre ya ante nuestros ojos.
7/ L’entraide. L’autre loi de la jungle, Pablo Servigne et Gauthier Chapelle, Les liens qui libèrent, 2017.

lunes, 7 de noviembre de 2016

FRENTE A LA DICTADURA DE LA UE: ¿HABÉIS DICHO... "REVOLUCIÓN"?




05/11/2016 | Daniel Tanuro 

Según el Futurómetro, el 91 % de personas a las que se les planteó la pregunta quieren "cambiar de sistema". Leyendo las cuestiones planteadas, se ve que no desean reformas cosméticas sino un cambio profundo.

Quienes "confían en el mundo de los políticos para cambiar la sociedad profundamente" no representan mas que el 10 % de las personas encuestadas. Ahora bien, un cambio social profundo y rápido sólo tiene un nombre: revolución. Y ahí… las cosas no están tan claras.

La revolución está desacreditada. La revolución rusa se asimila a los procesos de Moscú: nunca de dice que los condenados fueron los revolucionarios de 1917 que derrocaron a una autocracia feroz. La revolución francesa se reduce al Terror: se olvida citar que abolió los privilegios que el Antiguo Régimen defendía con uñas y dientes. La revolución cubana se transfigura en un gulag tropical: nunca se dice que Batista convirtió La Habana en el prostíbulo de los yanquis adinerados. A principios del siglo XXI, las revueltas contra la miseria y las dictaduras en el mundo árabe-musulmán otorgaron cierta legitimidad a la revolución, pero no por mucho tiempo. Orientada por los media, la gran mayoría de la población de nuestros países ve la yihad como fruto de la revolución aunque constituye más bien una contrarrevolución. Hay quienes incluso echan de menos el tiempo en el que los Ben Alí, Mubarak y Gadafi imponían "el orden y la seguridad"… como Bachar el Assad lo hace en Siria.

Por la puerta o por la ventana

La revolución no adquiere actualidad si no está presente en la cabeza y en los corazones de la mayoría social. Estamos lejos de ello, pero la arrogancia, la obstinación y la brutalidad de los responsables de la Unión Europea ponen de manifiesto que habrá que ir hacia la confrontación para desembarazarse de ellos y de su política. ¿Qué es lo que ocurre en realidad? Fundamentalmente dos cosas:

1) Por una parte, se negocian a espaldas de la ciudadanía tratados que otorgan a las multinacionales el derecho de pasar por encima de los parlamentos; y
2) Cuando se descubre el pastel y la movilización popular hace que un parlamento diga democráticamente que "no", salen en tromba los poderes políticos, mediáticos y económicos. Comienzan a hablar de "vergüenza", ponen el grito de "escándalo" por el cielo, culpabilizan, ridiculizan y amenazan. Pero sobre todo, hablan sin tapujos de imponer su diktat: es decir, que Valonia de marcha atrás, que el Estado belga haga caso omiso del acuerdo en Valonia, que Europa haga caso omiso del Estado belga. (En el momento que escribimos estas líneas parece que un acuerdo belgo-belga puede abrir la puerta a la aplicación del CETA mediante algunas concesiones… provisionales).

Nada nuevo bajo el sol. Cuando los pueblos logran despachar un proyecto europeo por la puerta, los eurócratas se las ingenian para volverlo a introducir por la ventana. Esto nos trae a la memoria el referéndum de 2005 cuando el 55 % del censo electoral francés rechazó el proyecto de Tratado Constitucional: se retiró el texto, pero su contenido se traspasó al Tratado de Lisboa. O el referéndum irlandés sobre el Tratado de Lisboa: el 53 % se opuso al mismo, tras lo cual la UE les otorgó algunas derogaciones para lograr que la población, bien condicionada por los media, revote mayoritariamente a favor del "si". Y, sobre todo, nos trae a la memoria la forma como la Unión Europea esquilmó al pueblo griego en beneficio de los bancos alemanes, franceses y belgas, y después se sirvió del cambio de posición de Tsipras para arrojar a la basura el "no" del 61 % al nuevo plan de austeridad europeo. De ese modo actúa la democracia en la UE: se puede decir no, pero hay que decir "si". Nos hace pensar en El Padrino de Francis F Coppola: "Voy a haceros una propuesta que no podréis rechazar".

¿Dictadura o democracia?

En la UE, la Comisión [Europea], no electa, solo tiene capacidad de proponer textos, las decisiones las toma el Consejo, y la ciudadanía vota para elegir una asamblea que de parlamento no tiene más que el nombre. Se trata de una estructura dictatorial presentada en un embalaje democrático. En cuanto a los "valores europeos" con los que nos llenan los orejas, el único que conoce la UE es el contante y sonante. En efecto, los tratados definen a la UE como "una economía de mercado abierta en el que la competencia es libre". ¿Qué significa eso? En primer lugar, que para esa gente la sociedad es un mercado y no se puede hacer frente a las necesidades más que a través de los mecanismos del mercado: es decir, a través de empresas que compiten por el beneficio; y, en segundo lugar, que el proto-Estado supranacional llamado UE tiene una proto-constitución (los tratados) que definen, por arriba y a priori, las políticas que deben seguir los Estados miembro si no quieren ser sancionados.

Es cierto que los Estados miembro conservan el principio fundamental según el cual "todos los poderes emanan de la nación". Así pues, en principio es la ciudadanía la que determina la política a seguir a través de la elección de sus representantes que se supone deberían ponerla en práctica. Todo el mundo sabe que este principio no es más que pura teoría. Ahora bien, hay que hacer hincapié en: 1) que se contrapone al que da fundamento a la UE, en la que todos los poderes emanan en última instancia del mundo empresarial; y 2) que los propietarios y sus lacayos políticos en los Estados miembro se apoyan en la UE (que han creado y dirigen ellos) para actuar de forma que el principio democrático se difumine. Por tanto, la UE constituye un híbrido, un monstruo, una especie de Frankenstein constitucional evolutivo. La UE es un cáncer antidemocrático generalizado que avanza simultáneamente en la cabeza y en sus miembros. Por consiguiente, se trata de realizar una elección básica. No entre un Estado nación y un Estado supranacional, sino entre dos lógicas: ¿dictadura o democracia?

"Abandonad toda esperanza y remad, pobres idiotas"

Al respecto, la respuesta de la UE es neta: confrontada a su propia crisis, a un descontento multiforme y a una resistencia creciente, opta por la dictadura. No olvidemos nunca que esa opción es la de los gobiernos. Con la adopción del Tratado presupuestario europeo (TSGC) se dio un paso cualitativo: a través de la UE, los Estados miembro se impusieron a ellos mismos el equilibrio presupuestario y decidieron someter sus presupuestos a la Comisión, en adelante el Cerbero de neoliberalismo. Ahora se prepara un nuevo paso: para evitar que el escenario del "no valón" se repita en relación al TTIP, el ex comisario de comercio, Peter Mandelson, quiere que los tratados comerciales estén bajo la competencia exclusiva de la Unión: los Estados miembro no tendrían nada que decir. Esa era ya la posición de Jean-Claude Juncker al inicio de las negociaciones del CETA. Guy Verhofstadt sube la apuesta: quiere que esta regla se aplique de inmediato para sortear Valonia (puede que quizás no sea necesario). Se diría que asistimos a una competición sobre quién tendrá la mayor desfachatez para pasarse por el arco del triunfo la expresión democrática de un parlamento electo, mostrando sin tapujos que la legalidad le importa un bledo.

En plena crisis greca, el presidente de la Comisión osó declarar "no hay recurso democrático contra los tratados europeos ratificados"… que ¡jamán fueron sometidos a refrendo popular! Ningún Estado miembro, ningún jefe de Estado protestó ante esta declaración. Ahora bien, es monstruosa. Traducida en lenguaje cotidiano viene a decir: "Se acabó la democracia. Uds., a quienes sus gobernantes les embarcaron en este barco, abandonen toda esperanza y remen, pobres idiotas." Puede que la cuestión del CETA nos abra los ojos: se trata del discurso de los tiranos. No cae del cielo, sino de las necesidades de las multinacionales. En la época de los mercados globales, al gran capital ya no le sirve la democracia parlamentaria de los Estados nacionales: busca, pero a nivel global, la vuelta a las formas despóticas del Antiguo Régimen, en las que una grupo selecto de tecnócratas no electos gestionará la sociedad en interés de los poderosos. A eso se la llama "gobernanza" y actual la revolución digital está en vías de otorgarle formidables medios para controlarnos. Sublevarse contra esta tendencia es más que un derecho, es un deber.

Las palabras y las cosas

Por tanto tenemos que concordar las palabras con las cosas. Una insurrección es el hecho de sublevarse. Una revolución es la irrupción de la mayoría social en el ámbito en el que se decide su futuro. ¿Es legítima la insurrección? Si, mil veces sí. ¿Es violenta la revolución? Es lo que dicen los poderosos y su lacayos. Aúllan cuando se les sacude un poco y gritan "al asesino" cuando se les quiere arrebatar un poco de lo mucho que nos han robado, pero su sistema transpira por todos los lados una violencia increíble (policial, social, económica, sexista, racista, medioambiental…). La revolución solo es "violenta" en la medida que se corresponde con una situación en la que la mayoría, para defender sus derechos y sus condiciones de existencia, no tiene otra posibilidad que hacer pesar su masividad para construir una relación de fuerzas mediante la acción directa.

El camino hacia el Estado fuerte en la UE y en sus Estados miembro conlleva a esa situación. Termine como termine el asunto CETA, la tendencia a la dictadura continuará mientras no logremos pararla. Exige que nos situemos, por así decirlo, en un estado de insurrección democrática permanente. Es preciso sensibilizar, protestar, organizar, construir el tejido social, reapropiarse del espacio público, salir en masa a la calle… La lucha será de largo aliento, pero merece la pena que nos comprometamos por ella: o bien derribamos al Frankenstein capitalista europeo o él nos conducirá al siglo XIX. No sólo se trata de imponer el respecto formal a nuestra expresión democrática a través de los parlamentos electos y de reemplazar la UE por otra Europa. Se trata de reinventar el propio contenido de la democracia extendiéndolo radicalmente a todos los ámbitos de la vida social y económica. Se trata de construir la alternativa anticapitalista, ecosocialista, feminista, ciudadana e internacionalista del siglo XXI. Si queremos, lo podemos. Porque como decía Shelley, el poeta: "Es hora de levantarse y de pensar que somos muchos y ellos pocos"

27/10/2016
Daniel Tanuro, es militante ecosocialista belga y colaborador habitual de VIENTO SUR
Traducción: VIENTO SUR
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domingo, 27 de marzo de 2016

SALIR DEL ENGRANAJE DESTRUCTIVO DEL CAPITALISMO





Capitalismo, empleo y naturaleza

Daniel Tanuro
Lunes 21 de marzo de 2016

El mundo sueña con una cosa de la que le bastaría tomar conciencia para poseerla realmente (Karl Marx, carta a Arnold Ruge)

Existen varias definiciones posibles del capitalismo. Desde el punto de vista de los y las explotadas, el capitalismo es ese sistema en el que los recursos de la tierra que nos aseguran la subsistencia han sido monopolizados por una minoría que posee también los demás medios de producción. Así, para vivir, la mayoría no tiene más remedio que vender su fuerza de trabajo, más remedio que venderse, de hecho. Por tanto, depende completamente de los propietarios, está alienada de la producción de su existencia, es decir, a fin de cuentas, alienada de su humanidad. Los propietarios compran la fuerza de trabajo, o no, por un tiempo determinado a cambio de un salario. Aparentemente, la transacción es justa… salvo por el hecho de que el valor de la fuerza de trabajo (el salario) es inferior al valor del trabajo realizado. La diferencia constituye el beneficio. La eficacia de esta forma de explotación del trabajo carece de precedentes históricos. En particular, es claramente superior a las del vasallaje y del esclavismo, dos modos de producción en los que la explotación era plenamente transparente y saltaba a la vista.

Desde el punto de vista de la riqueza social, el capitalismo se define como una producción generalizada de mercancías destinadas a satisfacer cada vez más necesidades humanas a una escala que se amplía sin cesar. Que esas necesidades sean reales o no, que “tengan su origen en el estómago o en la fantasía”, que esta sea una creación o no del capital para dar salidas al productivismo, todo esto no cambia nada la cuestión. Propia del sistema, la acumulación de bienes de producción y de consumo es fenomenal y carece de precedentes históricos. Su motor es la competencia por el beneficio: so pena de sucumbir económicamente, cada propietario de capital está obligado a tratar continuamente de incrementar la productividad del trabajo explotado, y por tanto a sustituir a los trabajadores y trabajadoras por máquinas.

Desde la invención de la máquina de vapor por James Watt, esta dinámica de mecanización y de acumulación no ha hecho más que acentuarse. No podría ser de otra manera, pues todo avance de la mecanización reduce la parte proporcional del trabajo humano, y por tanto la cantidad de valor creado y la tasa de beneficio. Gran contradicción del capitalismo, la caída tendencial de la tasa de beneficio no puede compensarse con el aumento de la masa de beneficios, es decir, con el incremento de la producción, por un lado, y con el incremento de la tasa de explotación –trabajo no pagado– por otro. Por tanto, el sistema se mueve por sí mismo hacia la regresión social y la destrucción medioambiental.

El capitalismo, un sistema “sin suelo”

Su lógica “crecentista” también permite definir el capitalismo desde el punto de vista de sus relaciones con la naturaleza. Las sociedades anteriores en la historia estuvieron basadas directamente en la productividad natural. En esas sociedades, un eventual traspaso de los límites ecológicos solo podía ser temporal, y se pagaba al contado. Ensanchar esos límites solo era posible mejorando los conocimientos y las técnicas agrícolas (por ejemplo, el descubrimiento de que las leguminosas son un “abono verde” porque fijan el nitrógeno del aire en el suelo). Con el capitalismo, la cosa cambia. Gracias a la industria y la tecnología (la ciencia aplicada a la producción), puede ampliar los límites artificialmente, sustituyendo los recursos naturales por productos químicos.

El capitalismo tiende, por decirlo así, a desarrollarse “al margen del suelo”. Un ejemplo evidente es la ruptura del ciclo de los nutrientes debido a la urbanización capitalista en el siglo XIX: la pérdida de fertilidad resultante pudo compensarse gracias a la invención de los abonos de síntesis, y esto sigue funcionando hoy en día. Sin embargo, está claro que las posibilidades de desarrollo al margen del suelo no son ilimitadas. Pronto o tarde, el sistema se enredará en el antagonismo entre su bulimia de crecimiento y el carácter finito de los recursos. El choque será duro, ya que los problemas se acumulan a fuerza de aplazarlos y torearlos. Una salida capitalista al desafío del calentamiento global es más difícil de encontrar que una solución al agotamiento de los suelos. Máxime cuando la situación es gravísima: se ha tardado tanto que para salvar el clima ya no bastará con reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, sino que, además, habrá que retirar dióxido de carbono de la atmósfera. Deducir de ello que el capitalismo se hunde es un poco precipitado; al contrario, la amenaza de un capitalismo bárbaro es muy real.

Combinar los tres puntos de vista permite calibrar la gran dificultad a que se enfrentan las luchas ecologistas. Ni que decir tiene que estas luchas son por definición sociales: los atentados al medio ambiente afectan más que nada a los explotados y oprimidos, que son los que menos responsabilidades tienen. La catástrofe climática amenaza la existencia de cientos de millones de personas. Algunas son conscientes y pasan a la acción, pero el grado de compromiso varía mucho según los grupos sociales: los campesinos y los pueblos indígenas se encuentran en primera línea y las mujeres son especialmente activas; los trabajadores, en general, se mantienen a la expectativa.

El mundo del trabajo, baza estratégica

Esta actitud de los trabajadores supone una traba enorme: cuando la clase obrera podría paralizar la maquinaria de destrucción capitalista, prestando así un servicio inmenso a la humanidad y a la naturaleza, parece estar, por el contrario, paralizada en su función al servicio de la maquinaria. La explicación es simple: la existencia de los trabajadores depende de su salario, su salario depende de su empleabilidad por el capital y su empleabilidad por el capital depende del crecimiento. Sin crecimiento, la mecanización incrementa el paro, las relaciones de fuerzas se degradan y la capacidad sindical de defender lo salarios o los derechos sociales disminuye. Hoy en día nos encontramos precisamente en esta situación: los sindicatos están a la defensiva, desestabilizados por el paro masivo y por la globalización.

Los campesinos poseen sus medios de producción, en su totalidad o en parte, y los pueblos indígenas producen su sustento en relación directa con la naturaleza; los trabajadores, en cambio, no tienen ninguna posibilidad equivalente. Sería demasiado fácil, y francamente estaría fuera de lugar, deducir de ello que los trabajadores son servidores del productivismo. Consumen, desde luego, y los más aventajados consumen de una manera ecológicamente insostenible, pero ¿es suya la culpa? ¿Acaso el frenesí consumista no es más bien fruto de la ilusión monetaria que hace que todo parezca estar al alcance de todos? ¿Acaso esta no funciona como compensación miserable de la miseria de relaciones humanas en esta sociedad mercantil? Muchos trabajadores son conscientes y están inquietos ante las amenazas ecológicas que planean sobre sus cabezas y de las de sus hijos. Muchos aspiran a un cambio que les permita vivir bien y cuidando el medio ambiente. Pero ¿qué hacer? Y ¿cómo hacerlo? Esta es la cuestión.

En un mundo cada vez más urbanizado, si queremos ganar la batalla ecológica, es estratégicamente importante ayudar al mundo del trabajo a responder a estas preguntas. No se trata solamente de que los trabajadores participen en las movilizaciones por el medio ambiente. Para que esta participación tenga la máxima repercusión, es preciso que estén presentes colectivamente, en su calidad de productores. También es necesario que los trabajadores planteen la cuestión ecológica en las fábricas, las oficinas y los demás lugares de trabajo, como productores. Como hacen los campesinos y los pueblos indígenas. Esto solamente es posible en el marco de una estrategia que unifique las luchas medioambientales y sociales para que confluyen en un mismo combate. Esto exige, 1º) una comprensión correcta de la fuerza destructiva del capitalismo; 2º) la perspectiva de una sociedad distinta, ecosocialista; y 3°) un programa de luchas y de reivindicaciones que responda tanto a las necesidades medioambientales como a las necesidades sociales, dando a cada uno y cada una la posibilidad de vivir dignamente desempeñando una actividad útil para la colectividad.

¿Un compromiso con el capitalismo verde?

Con algunas excepciones, el movimiento sindical ha comprendido la necesidad de afrontar la cuestión ecológica. La Confederación Sindical Internacional (CSI) se esfuerza por concienciar a sus miembros. En su segundo congreso (Vancouver 2010) adoptó una resolución sobre el cambio climático. Este texto afirma que la lucha contra el calentamiento del planeta es un asunto sindical, reclama un acuerdo internacional para no sobrepasar los 2 °C, respalda el principio de responsabilidades comunes, pero diferenciadas, del Norte y del Sur, insiste en los derechos de las mujeres y reivindica una “transición justa” para el mundo del trabajo…

Sin embargo, trata la cuestión clave del empleo de forma ambigua. En efecto, la CSI cree que el capitalismo verde conducirá al crecimiento y a la creación de “puestos de trabajo verdes”. Por consiguiente, se declara dispuesta a colaborar en la transición, a condición de que la factura para el mundo del trabajo sea limitada y de que se ofrezca una reconversión a los sectores condenados. De paso, la CSI considera “verdes” unos puestos de trabajo que no lo son en absoluto: en la captura-secuestro del carbono, en la distribución de productos “etiquetados” de los bosques y de la pesca “sostenible” (cuando sabemos que esas etiquetas son un fraude), en la gestión de los mecanismos de compensación forestal de las emisiones (REDD+), en la plantación de árboles en régimen de monocultivo y en las energías “bajas en carbono” (¿incluida la nuclear?).

Reflejo de esta ambigüedad, la resolución de Vancouver estima que la “transición justa” debe proteger la competitividad de las empresas. Está claro: la CSI cree que es posible salvar el clima sin poner en tela de juicio la lógica productivista. Peor aún: no ve otro medio que el crecimiento para combatir el paro. Esto va tan lejos que el secretario general de la CSI es miembro de la “Comisión Global de Economía y Clima”, un órgano influyente presidido por Nicholas Stern. El informe de esta comisión (“Better Growth, Better Climate”) desgrana medidas neoliberales que permiten realizar apenas un poco más del 50 % de la reducción necesaria de las emisiones para no sobrepasar los 2 °C. Stern es coherente: para evitar “costes excesivos”, su informe de 2006 preconizaba una estabilización del clima en 550 ppm CO2 eq, que suponen un recalentamiento superior a 3°C de aquí al final del siglo. La CSI no lo es.

Al ponerse a remolque del capitalismo verde, el movimiento sindical corre el riesgo de convertirse en cómplice de crímenes climáticos de gran amplitud, cuyas víctimas serán los pobres. Es distinta la vía que habría que tomar. Es la que se ve en las prácticas de empresas recuperadas, en Argentina y otros sitios. En RimaFlow (Milán) o Fralib (Marsella), los trabajadores en lucha por el empleo tratan espontáneamente de producir para las necesidades sociales respetando los imperativos ecológicos. Ciertos elementos de una alternativa se hallan en las posiciones de la red “Trade Unions for Energy Democracy” (TUED), que propone en particular que el sector energético pase a manos de la colectividad.

Frente al capitalismo en crisis y al problema climático, es ilusorio esperar que se supere el desempleo mediante un compromiso con el “crecimiento”. Por el contrario, la única estrategia coherente para conciliar lo social y lo ecológico implica cuestionar de forma radical el productivismo y, por tanto, el capitalismo. Se trata de salir de ese marco, en particular insistiendo en cuatro ejes: la colaboración con los campesinos frente a la agroindustria y la gran distribución; la expropiación del sector financiero (muy imbricado en el sector energético); el desarrollo del sector público (transportes colectivos, aislamiento de los edificios, cuidados del ecosistema…), y la reducción radical de la jornada de trabajo media jornada) sin pérdida del salario, con contratación compensatoria y disminución de los ritmos.

Más allá de las montañas de pantallas planas, de teléfonos inteligentes, más allá de los coches de alta tecnología y de los viajes todo incluido, más allá de esos sonajeros que se agitan para distraerle de su explotación, el mundo del trabajo percibe muy bien, en el fondo, que su interés fundamental, su porvenir y el de sus hijos, no radica en hacer girar el engranaje destructivo del capital, sino, por el contrario, en quebrarlo. La práctica social es la única que puede transformar esta percepción difusa en conciencia y organización. ¡Actuemos!

24/02/2016
Traducción: VIENTO SUR