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lunes, 6 de abril de 2020

COVID19 Y LA DOCTRINA DEL SHOCK EN LOS MERCADOS FINANCIEROS


 5 ABRIL, 2020  

Luis Flores. Publicado originalmente en https://www.elsaltodiario.com/

Hace algo más de un mes, el 20 de febrero, el principal índice de la Bolsa de Nueva York, el Standard and Poors 500, alcanzaba sus máximos históricos. Los mercados de valores confirmaban así la visión de un ciclo eterno de prosperidad de la economía estadounidense. Las cotizaciones de las compañías parecían no tener límites, impulsadas por un crecimiento ininterrumpido del PIB durante 11 años —el más largo desde que se tienen registros—, una política monetaria complaciente y grandes rebajas de impuestos a las empresas. Y ello pese a que desde marzo de 2009 el S&P 500 se había revalorizado un 398%.
En realidad, y aunque con sus altibajos, no solo la bolsa americana ha disfrutado de una década prodigiosa. Los bonos o títulos de renta fija emitidos tanto por Estados como por empresas para obtener financiación de los mercados han alcanzado valoraciones nunca vistas. La razón principal han sido los estímulos monetarios implementados por los bancos centrales en forma de bajadas de tipos de interés y compras masivas de bonos o  Quantitative Easing (QE).

Básicamente, los QE crean dinero, pero en lugar de hacerlo el Estado emitiendo deuda pública —Letras del Tesoro, Bonos y Obligaciones, dependiendo de su plazo— para financiar gasto público, lo hace el Banco Central comprando deuda pública ya existente a bancos y fondos de inversión que la tienen en sus carteras. La diferencia es que en el primer caso el Estado decide en qué gastar el dinero, y en el segundo el dinero se destina a proporcionar liquidez a los inversores. No es poca diferencia.
Los estímulos monetarios por parte de los bancos centrales y otras medidas inicialmente diseñadas como extraordinarias y encaminadas a salir de la gran recesión de 2009, se han convertido en la receta fácil ante cualquier perturbación en los mercados

Estas medidas, que inicialmente se diseñaron como extraordinarias y encaminadas a salir de la gran recesión de 2009, se han convertido en la receta fácil ante cualquier perturbación en los mercados. Episodios como el estallido de las primas de riesgo de los países periféricos de la UE en 2012, el Brexit o las guerras comerciales de Trump han provocado caídas de las bolsas que se han tratado sistemáticamente con intervenciones de los bancos centrales inyectando liquidez y comprando activos en mercado.
Estas compras de los bancos centrales hicieron que el precio de los bonos se disparase, y el precio es inverso a la rentabilidad. Cuanto más se paga por algo que “rinde” la misma cantidad, menos rentable es esa inversión. El precio de los bonos subió tanto que su rentabilidad se volvió negativa en la mayor parte de Europa —hasta -0,80% anual en el bono alemán a diez años—. Para las grandes corporaciones estas intervenciones han significado un inmenso regalo, llegando muchas de ellas a emitir bonos a tipos negativos, es decir, a recibir dinero por endeudarse.
La necesidad de conseguir rentabilidad se ha convertido en ansiedad. Con las bolsas y los bonos disparados, se ha ido empujando a los inversores a buscar nuevos tipos de activos en los que colocar su dinero. Algunos ya eran típicamente objeto de inversión, como el sector inmobiliario, donde los precios en muchos segmentos han superado a los de la anterior burbuja. Otros han empezado a serlo o han sufrido una financiarización extrema.
Infraestructuras de todo tipo, desde autopistas, puertos o aeropuertos hasta megaproyectos de energías renovables, pasando por residencias privadas de estudiantes. Todo tipo de servicios públicos diseñados bajo fórmulas de colaboración público-privada para ser empaquetados y vendidos a grandes inversores. Y por supuesto los recursos naturales, incluso el agua, entendida como un recurso cada vez más escaso y por lo tanto valioso, se han convertido en productos de inversión. Y si un día te encuentras en apuros descuida, siempre habrá un banco central a quien vendérselo.
Para las grandes corporaciones estas intervenciones [de los bancos centrales] han significado un inmenso regalo, llegando muchas de ellas a emitir bonos a tipos negativos, es decir, a recibir dinero por endeudarse.

Hasta las criptomonedas aprovecharon la ola, y aunque pincharon antes, llegaron a tener una capitalización de 800.000 millones en 2018 —ahora es menos de una cuarta parte—. Proyectos como Tron, que en septiembre de 2017 salió al mercado captando de inversores 58 millones de dólares a los cuatro meses valía 13.392 millones. Se multiplicaron los unicornios de internet, empresas que alcanzan la barrera de 1.000 millones de dólares de valoración sin haber llegado en muchos casos a generar beneficios.

Hasta se han creado fondos para invertir en los litigios de multinacionales contra Estados derivados de los nefastos Tratados de Comercio e Inversión, financiando las demandas a cambio de un porcentaje del resultado. Todo, absolutamente todo, es objeto de especulación por el enorme exceso de liquidez que es necesario rentabilizar.

En definitiva, ese océano de liquidez creado por los bancos centrales con el argumento de favorecer el crédito a empresas y familias ha servido para inflar artificialmente el precio de múltiples activos. Se ha extendido además a lugares muy diversos, financiarizando actividades controvertidas y creando graves distorsiones en los mercados como reconocen hasta sus propios participantes.
Cada rincón del planeta se ha convertido actualmente en algo sujeto a la especulación financiera en gran medida por la actuación de los bancos centrales, instituciones públicas, ajenas además a cualquier escrutinio democrático ni rendimiento de cuentas

Cada rincón del planeta se ha convertido actualmente en algo sujeto a la especulación financiera en gran medida por la actuación de los bancos centrales, instituciones públicas, ajenas además a cualquier escrutinio democrático ni rendimiento de cuentas. Merece la pena recordar que el todopoderoso Mario Dragui fue uno de los directivos de Goldman Sachs que diseñó los mecanismos para que Grecia ocultase la dimensión real de su endeudamiento, años antes de tener rescata por el propio Dragui.
EL CISNE NEGRO
Volviendo a Estados Unidos, ese 20 de febrero en que sus bolsas alcanzaron los máximos de todos los tiempos, ya existía algo llamado coronavirus y ya hacía un mes que se había decretado el confinamiento total de millones de personas en la región de china de Wuhan.
Desde ese día, las bolsas comienzan a retroceder, y sufren su mayor caída semanal desde 2008. La Reserva Federal (la FED) reacciona bajando los tipos de interés del 1,50% al 1,00%.
Cuando la Bolsa estadounidense tomó conciencia de que el covid19, que va confinando país tras país, es un “cisne negro”, en el argot financiero un evento tan extraño que no sucede nunca, sufrió la caída más rápida de su historia

Entre el miércoles 10 y el viernes 13 de marzo la Bolsa estadounidense sufre la caída más rápida de toda su historia. De repente se ha tomado conciencia de que el covid19 que va confinando país tras país es un “cisne negro”, en el argot financiero un evento tan extraño que no sucede nunca. Hasta que sucede.

El domingo 15 la Reserva Federal vuelve a responder rebajando los tipos del 1% hasta el 0%. El lunes la bolsa vuelve a sufrir una caída histórica del 13%. Durante los siguientes siete días la FED lanza cada día una nueva medida con el encabezado siempre de “con el objetivo de facilitar el flujo del crédito a familias y empresas…”. Son en todos los casos facilidades para los bancos, desde proveerlos de liquidez por diversas vías hasta rebajarles requerimientos regulatorios y de información.

Entre estas medidas, retoma un QE que tenía congelado hace tiempo. El importe previsto son 700.000 millones de dólares, similar a los 750.000 millones de euros anunciados en paralelo por el Banco Central Europeo esa misma semana. Se destinarán a comprar en mercado tanto bonos del Tesoro como bonos hipotecarios —emisiones compuestas por paquetes de hipotecas—. Se trata de una medida para generar confianza a los inversores y a los bancos, demostrándoles que la FED está ahí para que puedan deshacer sus carteras si lo desean.

La primera semana la FED compró 125.000 millones de dólares al día. A ese ritmo en seis días agotaría el programa. Supone comprar en mercado cada diez días el equivalente al PIB anual de España.
Y los mercados siguieron cayendo. A mayor caída más se eleva la presión y las expectativas de intervenciones de los bancos centrales. El mercado lanza órdagos en forma de pánico a los reguladores. El viernes 20 de marzo la bolsa de EE UU había perdido un tercio de su valor desde aquel resplandeciente 20 de febrero de máximos históricos.
En tan solo una semana Goldman Sachs ha pasado de estimar una caída del PIB de EE UU del 5% a una caída del 24%. A 31 de marzo su última estimación es de un 34%

Durante el fin de semana todo tipo de bancos de negocios, expertos, y hasta miembros de la propia FED hicieron declaraciones anunciando cifras de paro, caídas del PIB, cuya lectura dejaba en estado absoluto de shock.

En tan solo una semana Goldman Sachs ha pasado de estimar una caída del PIB de EE UU del 5% a una caída del 24%. A 31 de marzo su última estimación es de un 34%.
LA MAYOR INTERVENCIÓN MONETARIA DE LA HISTORIA
El lunes, tras abrir los mercados de nuevo a la baja, la FED anunció por sorpresa un nuevo QE. Y esta vez no pensaba defraudar. Incluía dos novedades muy importantes: la primera es que su importe es ilimitado. Tal cual. Parece un sinsentido que en un planeta de recursos finitos lo único ilimitado sea el dinero. En los medios financieros la llaman irónicamente QEternity.

La segunda novedad es que comprará no solo deuda pública e hipotecaria como hasta ahora sino también de empresas. Crea toda una batería de nuevos programas de entre los que destaca uno destinado eufemísticamente a “grandes empleadores”, esto es, para las grandes corporaciones. Permite a la FED prácticamente cualquier cosa, desde comprar en mercado bonos corporativos ya existentes hasta suscribir emisiones nuevas creadas ad-hoc solo para vendérselas a la FED. Incluso pueden recibir préstamos directos de la FED, con diferimiento del pago de intereses y de capital si así lo desean.

El Gobierno de Trump lanza un rescate en toda regla a las grandes corporaciones, con dos diferencias frente a un rescate “tradicional”: puede aprovecharse de sus ventajas cualquier compañía, sin necesidad de estar en dificultades y ya no existe absolutamente nada a cambio

Es un rescate en toda regla a las grandes corporaciones, con dos diferencias frente a un rescate “tradicional”: puede aprovecharse de sus ventajas cualquier compañía, sin necesidad de estar en dificultades, y no exige absolutamente nada a cambio, a diferencia de lo que suele suceder en los rescates “tradicionales”.
Resultado: la Bolsa estadounidense tuvo la mayor subida diaria desde 1933. La subida que ha continuado varios días hasta alcanzar un 20% a cierre de marzo desde los mínimos de la caída. Y ello, coincidiendo de manera lacerante con el desbordamiento de contagios y fallecimientos por covid19 por todo el país

Un detalle, que ya no extraña en esta época de distopías. La FED ha delegado la ejecución del QE en Blackrock, la mayor gestora de fondos de inversión del mundo. Es decir, ha privatizado la intervención del organismo supervisor en los mercados. Soberbio. El conflicto de interés que supone ser a la vez un participante del mercado y el brazo ejecutor de intervenciones billonarias del banco central es inconcebible.
Todas estas intervenciones de la Reserva Federal han ido en paralelo al paquete de ayudas aprobado por el Senado, que asciende a 2 billones de dólares. Es dos veces y media el equivalente lanzado para combatir la recesión de 2009.
Un detalle, que ya no extraña en esta época de distopías. La FED ha delegado la ejecución del QE en Blackrock, la mayor gestora de fondos de inversión del mundo. Es decir, ha privatizado la intervención del organismo supervisor en los mercados

Aunque la medida que más se ha publicitado es el helicóptero del dinero que explicaba Yago Álvarez hace unos días, un cheque directo de 1.200 dólares para cada adulto y 500 dólares para los menores, esto solo representa un 14,5% del paquete. Una vez más se desvían cantidades ingentes de dinero público hacía las grandes corporaciones. No es de extrañar siendo Secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, que trabajó 17 años para Goldman Sachs y fundó posteriormente su propio hegde fund o fondo de alto riesgo especulativo.

La principal medida adoptada por Mnuchin en la administración Trump hasta la fecha ha sido el masivo recorte de impuestos a las empresas realizado en 2017, rebajando entre otros un 40% el impuesto de sociedades. El caso de Fedex es paradigmático: encabezando el lobby anti impuestos, la compañía pasó de tributar 1.500 millones de dólares en 2017 a cero el año siguiente.

A principios de 2020 Mnuchin anunció que estaba trabajando en una segunda oleada de rebajas de impuestos, y como la primera, tendrá el doble efecto de impulsar el precio de las acciones en Bolsa —una de las razones que llevó a Wall Street alcanzar máximos históricos en febrero—, a la vez que se debilitan las arcas públicas.
Entre las partidas de este paquete de ayuda ya firmado por Trump, hay una partida específica de 61.000 millones para apoyar a las aerolíneas. Otra partida de 17.000 millones se dirige a “compañías estratégicas en situación complicada”, que se presume está destinada a Boing. Tan claro es su destino que Boing ha declarado que solo la utilizará cuando se eliminen algunas de las obligaciones que conlleva.
CRISIS FINANCIERA FRENTE A CRISIS CLIMÁTICA
Marzo de 2020 ha sido un mes vertiginoso en los mercados financieros. Algunas bolsas mundiales llegaron a perder un 40% de su valor, como en el caso del Ibex 35, y el apoyo con todos sus medios de bancos centrales y gobiernos han provocado recuperaciones de hasta un 20%.
Pero no han sido solo las bolsas. El coronavirus, al igual que ha quebrado por completo las cadenas de producción globales, ha expuesto nítidamente las múltiples disfunciones de los mercados financieros también globales hoy en día. Tipos de interés, divisas, oro, materias primas, todos están sufriendo en mayor o medida colapsos.
A lo largo del planeta se están ejecutando agresivas intervenciones para literalmente mantener el sistema funcionando. Algunas de ellas superando claramente la capacidad de un banco central en solitario, como la realizada el 15 de marzo que ejecutaron de manera coordinada el Banco de Canadá, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón, el Banco Central Europeo, la Reserva Federal y el Banco Nacional Suizo. O tan extrañas como la anunciada el 31 de marzo por la FED, en la que ante la escasez de dólares a nivel mundial por haberse convertido en moneda refugio, ofrece cantidades ilimitadas de dólares a cambio de bonos del Tesoro de EE UU a cualquier otro banco central del mundo. Porque además sin dólares no hay comercio internacional, aunque ahora esté congelado.

Todas las herramientas que EE UU desplegó a lo largo de años para salvar a los mercados y salir de la recesión tras la caída de Lehman Brothers, las han utilizado hora en dosis muy superiores en apenas tres semanas
Todas las herramientas que la Reserva Federal y el Gobierno de EE UU fueron desplegando paulatinamente a lo largo de meses e incluso años para salvar a los mercados y salir de la recesión tras la caída de Lehman Brothers, las han utilizado hora en dosis muy superiores en apenas tres semanas.

La inmensidad de los recursos públicos cedidos a las empresas privadas hace no solo criticable las intervenciones desde el punto de vista moral, sino que muchos piensan que será peor el remedio que la enfermedad.

En el contexto de crisis climática, todos estos programas e intervenciones apuntalan un sistema productivo y refuerzan a las grandes corporaciones y algunas de las industrias más contaminantes del planeta

Pero sobre todo, a día de hoy nos enfrentamos a una crisis climática que requiere transformaciones inmediatas y radicales en los sistemas productivos, sociales y económicos. Todos estos programas e intervenciones para soportar a los mercados de valores apuntalan un sistema productivo y refuerzan principalmente a las grandes corporaciones en general, y a algunas de las industrias más contaminantes del planeta en particular.
En EE UU, sin pudor ninguno la primera industria que se ha propuesto rescatar “aprovechando” el coronavirus es la de las exploraciónes pretroliferas y fracking. Y en Canadá exactamente lo mismo.

Aprovechando el coronavirus estamos viviendo una aplicación acelerada de la doctrina del shock o capitalismo de desastre. Como relata Naomi Klein en su última entrevista virtual con El Salto y en el inspirador Decir NO no basta, y anticipando muchas de las medidas adoptadas estos días, el actual vicepresidente Mike Pence fue quien encabezó una lista de propuestas que Bush aprobó en respuesta a la catástrofe del huracán Katrina. En el plano ambiental Pence “consiguió” derogar las regulaciones ambientales en la costa del Golfo y que se diese luz verde a las extracciones petrolíferas en el Ártico.

Es estas pocas semanas de crisis, además de rescatar a la industria del fracking y otros combustibles fósiles —hundida por la guerra de precios Arabia Saudí-Rusia—, los enormes programas de estímulos han dejado completamente al margen al sector de las energías renovables, suspendiéndose o no renovándose incluso incentivos fiscales ya existentes con anterioridad. Tampoco es de extrañar siendo el director de la Agencia de Protección de Medioambiente Andrew Wheeler, quién trabajó entre 2009 y 2017 en un lobby enfocado a rebajar la legislación medioambiental y a defender específicamente a la industria del carbón.

Y como ha confirmado Mnuchin el 1 de abril, ya está trabajando en un segundo paquete de otros dos billones de dólares, enfocado en la construcción de infraestructuras, lo que sin duda será un nuevo desastre en términos medioambientales.

El Banco Central Europeo destinará 750.000 millones de euros a comprar bonos de las principales corporaciones del continente, entre ellas algunas de las empresas de combustibles fósiles más contaminantes, como Enel, Total, Repsol, Shell, Naturgy, o ENI

En Europa, el QE anunciado por el Banco Central Europeo tiene el triste nombre de Pandemic Emergency Purchase Programme (PEPP). Dispone de 750.000 millones de euros, que se destinarán en gran parte como ha denunciado Ecologistas en Acción, a comprar bonos de las principales corporaciones del continente —aquí la lista completa—. Entre los beneficiarios se encuentran algunas de las empresas de combustibles fósiles más contaminantes, como Enel, Total, Repsol, Shell, Naturgy, o ENI.

El importe del nuevo QE supone 12,5 veces el presupuesto anual de la Unión Europea para crecimiento sostenible. Y puesto en perspectiva global es una partida inferior a la destinada al rescate de aerolíneas en EE UU.
En el momento actual las medidas monetarias y fiscales que están adoptando frente al coronavirus bancos centrales y gobiernos tienen una escala tan enorme, un sesgo tan acentuado hacia las corporaciones frente a las personas y están dejando tan de lado la transición energética que chocan contra los límites del planeta.
¿EL FIN DE LOS MERCADOS FINANCIEROS?
Las intervenciones en auxilio de las compañías cotizadas con la excusa de evitar el colapso en los mercados financieros están teniendo unas dimensiones tan desproporcionadas, que paradójicamente podrían acabar con ellos tal como se han entendido en la historia del capitalismo.
De hecho, llaman la atención comentarios incluso desde el sector financiero preguntándose qué sentido tienen los mercados de valores cuando prácticamente todo estará garantizado por la Reserva Federal y el Gobierno de EE UU.
Es más necesario más que nunca el escrutinio colectivo del uso de los fondos públicos y de las políticas monetarias y fiscales. De lo contrario, cuando salgamos la doctrina del shock, real y financiera, puede haber acabado con todo

Y mientras, en Europa empiezan a lanzar globos sonda sobre la posibilidad de que el BCE compre directamente acciones de las compañías, como lleva haciendo el Banco de Japón diez años en su paranoia monetaria. De hecho, está entre los primeros diez accionistas en la mitad de las compañías cotizadas de su país, renunciando además a sus derechos de voto como accionista y por tanto a la capacidad de apoyar medidas contra la crisis climática o de buen gobierno corporativo.

El estado de confinamiento físico hace necesario más que nunca el escrutinio colectivo del uso de los fondos públicos y de las políticas monetarias y fiscales. De lo contrario, cuando salgamos la doctrina del shock, real y financiera, puede haber acabado con todo.



domingo, 5 de abril de 2020

LA INTERVENCIÓN MASIVA DE LOS BANCOS CENTRALES TIENE TRUCO


JUAN TORRES LÓPEZ

En el año 2001 la economía japonesa se encontraba por los suelos y el Banco de Japón respondió poniendo en marcha un plan de acción billonario con el fin de impulsarla. Consistía en realizar compras masivas de activos financieros (acciones, bonos privados o públicos…) que estaban en poder de los bancos comerciales. La actuación se denominó Quantitative Easing (QE) o Expansión Cuantitativa, aunque también se la conoció después como Flexibilización Cuantitativa. Tras ganar las elecciones en 2012, el primer ministro Shinzo Abe ordenó al Banco de Japón que las volviera a llevar a cabo.

La Reserva Federal inició su Expansión Cuantitativa en 2008, con un programa de compras verdaderamente colosal. Sólo en los primeros ocho meses de ese año creó más dinero para comprar activos de los bancos que habían provocado la crisis (940.000 millones de dólares) que todo el que había creado en los cincuenta años anteriores (840.000 millones) para que funcionara la economía. En los siguientes cinco años se gastó casi cuatro billones de dólares en esas mismas operaciones. En 2018 volvió a poner en marcha otro programa semejante y en 2009 ya consideró que esa sería una forma permanente de actuación para evitar que las bolsas, cada vez más inestables y peligrosas, se vinieran abajo. Hace unos días, cuando se percibió que la pandemia del coronavirus provocaría un problema económico gravísimo, se anunció otro nuevo programa masivo de compras. Primero de 700.000 millones de dólares, pero enseguida «por cantidad ilimitada».
El Banco de Inglaterra también ha realizado este tipo de compras masivas desde 2009, por valor de un billón de libras desde ese año, y ha anunciado nuevas operaciones por valor de 645.000 millones para hacer frente a los efectos del coronavirus.
En julio de 2012, en medio de grandes ataques de los fondos especulativos a las economías europeas más afectadas por la crisis, el presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, se convirtió en el gran héroe de la Expansión Cuantitativa.  El 26 de julio compareció ante la prensa y se limitó a decir: «El BCE está dispuesto a hacer lo que haga falta para preservar el euro. Y créanme, será suficiente». Con esas pocas palabras paró en seco los ataques y elevó a los cielos la consideración de estas políticas. Todo el mundo lo aplaudió pero yo me pregunté en un artículo si no sería más lógico juzgarlo por no haberlo hecho antes.

Más tarde, en 2015, el Banco Central Europeo ya asumió la expansión como un programa permanente y desde entonces ha realizado compras por unos 3,5 billones de euros. También ahora, como los demás bancos centrales, volverá a gastar, de entrada, 750.000 millones de euros en comprar títulos para combatir los efectos de la pandemia.
Todos esos datos muestran que los bancos centrales tienen una capacidad de crear dinero ilimitada y que la han utilizado cuando lo han creído necesario. ¿Con qué objetivo? El Banco Central Europeo lo explica muy claramente en su web:
«El Banco Central Europeo compra bonos a los bancos… lo que incrementa el precio de esos bonos y genera dinero en el sistema bancario… En consecuencia, muchos tipos de interés se reducen y los préstamos se abaratan… lo que permite a empresas y particulares solicitar más préstamos y pagar menos por sus deudas… Como resultado, el consumo y la inversión reciben un impulso… El aumento del consumo y de la inversión fomentan el crecimiento económico y la creación de empleo».
La justificación es buena y cualquiera que la lea se apuntaría sin reservas a este tipo de programas de expansión cuantitativa de los bancos centrales. El problema es que las cosas no funcionan realmente como dice esa cita del Banco Central Europeo y que sus efectos son bastante diferentes a los que proclaman sus impulsores.
No se puede negar que puntalmente han servido para impedir que se hundan las bolsas, que hayan caído economías enteras (como algunas europeas gracias a la intervención de Draghi) o para reactivar en alguna medida el crédito. Lo que ocurre es que eso no es todo lo que producen ni ha ocurrido siempre así.
¿Hemos de dar la enhorabuena a los bancos centrales por actuar de bomberos en las bolsas, cuando en realidad son quienes permiten que allí se produzcan incendios constantemente?
¿Aplaudimos a los bancos centrales por salvar, como Draghi, a las economías, cuando en realidad son quienes permiten que haya movimientos especulativos que las amenazan cuando ven la oportunidad?
¿Hay que felicitar a los bancos centrales porque le den dinero a mansalva a los bancos para que financien a la economía, cuando les están permitiendo que actúen como auténticos zombis y cuando esa financiación podrían proporcionarla mucho más barata ellos mismos?
Las compras masivas de títulos por los bancos centrales tiene otra cara de la que apenas se habla. Esconden, como si de un truco se tratara, que no son la mejor forma de hacer política económica y que benefician casi exclusivamente a los más ricos.
La mejor prueba de su fracaso es que sus diseñadores las concibieron como una solución temporal y de emergencia y, sin embargo, se han convertido en permanentes y cada vez más cuantiosas.
No voy a negar que realizar ese tipo de intervenciones de forma puntal sea necesario y positivo. Eso es evidente. Lo preocupante es que esos programas de compras masivas se están convirtiendo en una constante que tiene consecuencias bastante negativas, como ya se ha podido poner de manifiesto en investigaciones científicas, una vez que ha pasado algún tiempo desde que empezaron a realizarse.
Así, al aumentar la cantidad de dinero, reducen los tipos de interés, algo que no es necesariamente siempre bueno. Por ejemplo, porque las compras masivas hacen más rentables los activos de mayor riesgo, de modo que en realidad aumentan la peligrosidad de las bolsas, obligando a que los bancos centrales tengan que volver a hacer nuevas compras. También, producen desórdenes en los mercados de divisas que perjudican al comercio internacional. Algunos ven positivo que estas operaciones suban el precio de la vivienda y que así parezca que disminuye la desigualdad porque sube el valor de la riqueza de las familias propietarias, pero, por otro lado, dificultan que puedan disfrutarla los grupos sociales de menos renta. Y, lo que es quizá más grave, el dinero que ponen en manos de los bancos no va directamente a financiar a la economía. En gran parte ha servido para que acumulen nuevos activos, que luego van vendiendo de nuevo a los bancos centrales.
No es cierto, tampoco, que la inversión y el consumo dependan solo del interés de los créditos, como hemos visto que supone el Banco Central Europeo para justificar las compras masivas. Dependen, sobre todo, de otras circunstancia que tienen que ver más con la economía real que con la financiera. Lo que sí hacen los tipos de interés demasiado bajos es estimular la deuda que es, ¡qué casualidad!, el negocio de la banca.
El corolario de todo eso es que las intervenciones masivas de los bancos centrales para comprar títulos financieros han ayudado decisivamente a que aumente la desigualdad en los últimos años. Con ellas se busca, como hemos visto, que no se hunda su precio cuando cae después de que las operaciones especulativas lo hayan elevado artificialmente, y eso lógicamente beneficia a sus propietarios y no precisamente a la mayoría de la población: en Estados Unidos el 80% de los títulos los posee el 10% más rico y, a nivel mundial, el 50% de los activos financieros está en manos de quienes tienen más un millón de dólares de patrimonio, según el informe anual del Boston Consulting Group. Por tanto, los grandes beneficiarios de esas compras masivas que realizan los bancos centrales, como ahora en medio de la pandemia, son las personas más ricas.
Se ha demostrado que en Japón «sólo beneficia a los grupos de rentas más elevadas y que amplia la brecha entre estos y los demás». En Estados Unidos también se ha comprobado que la Expansión Cuantitativa aumenta la desigualdad, al menos, en un 25%. El Banco de Inglaterra argumenta que el efecto de su Expansión Cuantitativa fue bueno porque conservó el empleo y que la desigualdad era ya de por sí alta pero lo cierto es que, en Inglaterra, la renta del 10% de los hogares más pobres aumentó 3.000 libras y la del 10% más rico 350.000 en el periodo en el que la llevó a cabo. El Banco Central Europeo también sostiene que su expansión cuantitativa disminuye la desigualdad porque aumenta el empleo y aumenta ligeramente el precio de la vivienda. Un argumento que es bastante falaz. Si esa política monetaria expansiva fuese realmente la que es capaz de aumentar el empleo no se entiende que se siga sin incluir el objetivo de aumentarlo entre los del banco central. Y, en todo caso, algún trabajo empírico ha demostrado que el efecto principal de la expansión es el aumento de los precios de los activos que es el que aumenta la desigualdad y no el de impulsar la economía.

Al volver a realizar compras masivas de títulos financieros con la excusa de luchar ahora contra la pandemia, los bancos contrales vuelven a hacer ilusionismo delante de nuestras narices. Van a conseguir lo que ya consiguieron en momentos anterior: salvar a los grandes propietarios de riqueza financiera y a los bancos impulsando la generación de deuda que es el único motor que saben poner en marcha para movilizar a la economía. Algo tan peligroso como arrancar un coche poniéndole un misil en el tubo de escape.
Es hora de acabar con el truco. En lugar de darle el dinero a los bancos, a los fondos especulativos y a los grandes propietarios de riqueza financiera, los bancos centrales deben ponerlo directamente en manos de quien lo gasta en crear riqueza y empleo y no en especular. Y mucho más ahora, en medio de una emergencia sanitaria que quizá se convierta en económica poco después.