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sábado, 18 de noviembre de 2023

UNA APROXIMACIÓN A LA ARQUITECTURA DE UN NUEVO ORDEN: ¡PREPARARSE PARA GOBERNAR!

  


Hace más de 160 años un caballero europeo observando la dinámica o el comportamiento del inversionista o negociante burgués escribe lo siguiente: "El capital huye de los tumultos y las riñas y es tímido por naturaleza. Esto es verdad, pero no toda la verdad. El capital tiene horror a la ausencia de ganancia o a la ganancia demasiado pequeña, como la naturaleza tiene horror al vacío. Conforme aumenta la ganancia, el capital se envalentona. Asegúresele un 10 % y acudirá adonde sea; un 20 % y se sentirá ya animado; con un 50 %, se volverá positivamente temerario; al 100 %, es capaz de saltar por encima de todas las leyes humanas; el 300 %, y no hay crimen a que no se arriesgue, aunque arrostre el patíbulo. Si el tumulto y las riñas suponen ganancia, allí estará el capital encizañándolas. Prueba: el contrabando y la trata de esclavos."[1]

Si el capitalismo de ayer prosperó en medio del fango y la sangre; el neoliberalismo salvaje del revival capitalista, de la “supervivencia del más apto”, del culto al mercado y de la zozobra de las elites occidentales que ven desvanecer su dominio mundial ¿qué no harán para sobrevivir con un 300 % de utilidad? 

Un análisis superficial de los acontecimientos en los últimos años nos lleva a preguntarnos: ¿Por qué los usanos del norte permitieron el 11 de Setiembre 2001? ¡Necesitaban un pretexto! Las elites de los EEUU viven del complejo militar e industrial. ¿Por qué el occidente colectivo promueve la destrucción de vidas e infraestructura en Siria, Ucrania y Gaza? No será porque la destrucción, robo y reconstrucción en Irak, Libia, Afganistán, Siria, Ucrania, Palestina es un pingüe negocio, en armas y reconstrucción, con un 300% de beneficio. Un negocio a la vista y nada detiene al capital. Los pueblos ponen los cadáveres y las corporaciones se llevan las ganancias. Cuánta razón tenía Marx al sentenciar: “el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza.”[2] Recurrir a la mentira, a la estafa y hasta la masificación del crimen es apenas un movimiento táctico, en la estrategia del Marketing, cuando el negocio está a la vista. Pero… ¿por qué los representantes del capital están tan desesperados que tienen que montar todo un tinglado para justificar sus negocios (guerras)? ¿No será porque el agua les está llegando al cuello? 

El mundo vive signos inequívocos de una crisis que para muchos es la crisis terminal del capitalismo. Crisis irreversible cuyos síntomas más notorios se manifiestan en el terreno de la economía, la política y la sociedad.

En la economía, inflación – deflación, crisis inmobiliaria, inestabilidad bursátil, crisis energética y feroz batalla por los mercados que tienen como telón de fondo la tendencia a la caída irreversible de la ganancia. Tendencia indetenible a pesar de la inteligencia artificial y la robótica que sólo favorecerá a los monopolios. IA + Robótica = abundancia, nos dicen los alcahuetes del capital. Pero, no dicen nada que esa fórmula en manos privadas traerá miseria, desocupación y muerte para miles millones de seres humanos.

En la política, descrédito de la gastada manera de mandar mandando, crisis de la democracia representativa (desprestigio de los estafadores políticos y sus partidos – empresa) y percepción cada vez más generalizada de la democracia burguesa como un negocio más. Asimismo, la ofensiva por consolidar el dominio unipolar de occidente enfrenta la resistencia de las naciones estado que buscan relaciones equitativas, equilibradas y mutuamente beneficiosas en la economía - política. Una transición hacia el reagrupamiento de culturas o civilizaciones (el mundo islámico, la china, la rusa, la hindú, la africana y américa nativa) que se alejan del mundo unipolar marca el rumbo de la época.

En la sociedad, crisis de valores, desintegración de la familia y descomposición del viejo orden social (espiral creciente de la delincuencia en todas sus modalidades). En síntesis, vivimos una crisis civilizatoria que muestra los límites del orden capitalista. El neocolonialismo occidental vive sus estertores agónicos. El capitalismo ya no es sinónimo de progreso sino de destrucción de vidas y la morada humana (la Tierra). Esta es una crisis del modelo civilizatorio: el capitalismo ha cesado de coincidir con el proceso de humanización de la sociedad. “Capitalismo o Socialismo. Este es el proble­ma de nuestra época. No nos anticipamos a las síntesis, a las transacciones, que sólo pueden operarse en la historia.”[3] La mirada previsora del Amauta observó que las transacciones en la historia son inevitables. Hoy las observamos en los socialismos con características propias como China, Vietnam, etc. El capitalismo intenta sobrevivir; pero, el socialismo que avanza sin pausa.

         Ese es el telón de fondo sobre el que se enmarca la protesta popular. Protesta que está pasando del motín local o regional a la movilización nacional. Pero, veamos o mejor revisemos brevemente la experiencia de nuestros pueblos indoamericanos en el combate de clase.

Oportunidades perdidas. Hace 113 años los campesinos de México se levantaron armas. En aquel momento Pancho Villa y Emiliano Zapata tomaron la capital azteca y no supieron qué hacer con el poder.

En Chile, el movimiento iniciado por los llamados pingüinos (2006), continuó años más tarde en grandes jornadas que fueron apaciguadas con la zanahoria Piñera: nueva constitución. Es así que noviembre del 2019 se aterrizó en el llamado “Acuerdo por la Paz Social y la Nueva Constitución”. Elaborándose una nueva constitución, redactada bajo los parámetros y armas de los defensores del orden impuesto por Pinochet. Las fuerzas democráticas se someten a las reglas del juego e introducen una serie de enmiendas que no son del agrado del establishment. La propuesta del proyecto de nueva Constitución es rechazada en el plebiscito del 4 de septiembre de 2022. Rechazado el proyecto, se entretiene a los trabajadores chilenos con el llamado proceso constituyente 2.0

Hace veintidós años el pueblo peruano se puso de pie contra la corrupción y la política neoliberal del régimen fujimorista. Más tarde, después de los acontecimientos del 7 de diciembre 2022. Como consecuencia de un golpe congresal, urdido desde que era evidente su triunfo, se destituye a Pedro Castillo. Los hombres y mujeres del Perú profundo protestaron masivamente por el respeto al voto popular. La respuesta desde el gobierno impuesto fue brutal, más de 70 asesinados y cientos de heridos. El Perú exigía un cambio en las relaciones de poder entre la Lima virreinal y las provincias. Y ciertamente las clases dominantes nos dieron un cambio, pero con la fórmula de siempre, moco por baba. Es decir, más de lo mismo, en el 2001: el blanqueado Toledo. Y en el presente, una dictadura cívico – militar con un fantoche como lideresa.

         ¿Qué nos enseñan las experiencias de nuestros pueblos hermanos?  Que no basta luchar, que no es suficiente tener el control de la situación; que de lo que se trata es saber qué hacer con el poder; que de lo que se trata es tener claridad sobre la arquitectura de una nueva sociedad, de una nueva economía, de una nueva política; que de lo que se trata es conocer el nuevo modelo de desarrollo con el que reemplazar el viejo modelo de apropiación de la naturaleza; y que todo lo anterior tiene como precondición la consolidación de una organización desde la misma entraña del Perú diverso, es decir, un nuevo poder vecinal.  

José Carlos Mariátegui analizando el fracaso de la rebelión de Atusparia en 1885 señala que

 “cuando la revuelta aspiró a transformarse en una revolución, se sintió impotente por falta de fusiles, de programa y de doctrina.”[4]

¿Qué nos quería decir el maestro? Primero, que sin un centro de mando (doctrinalmente homogéneo) que centralice y encamine la indignación será imposible articular la acción espontánea de las fuerzas de la producción y el trabajo. Segundo, que es obligatorio un programa de lucha que sintetice las aspiraciones más sentidas del 90 % de los peruanos. Programa que unifique a los peruanos en torno a cuatro ejes trabajo, educación, salud y seguridad. Programa que convierta la indignación en fuerza material realizadora de cambios estratégicos. Tercero, Marx tempranamente en 1843, señaló: “El arma de la crítica no puede, por supuesto, reemplazar a la crítica del arma; la fuerza material debe ser derribada por la fuerza material. Sin embargo, la teoría se convierte en fuerza material tan pronto como es comprendida por las masas.”[5] Ese es precisamente el problema, lograr que las masas (los nadies) conozcan que hay otro mundo posible, distinto al orden individualista – egoísta, y que sólo ellos, los trabajadores, pueden construir. 

         En 1884 Federico Engels dice que “casi todos los socialistas” de Inglaterra “han propuesto, en diferentes épocas, la aplicación igualitaria de la teoría ricardiana.” Pero, “la susodicha aplicación de la teoría de Ricardo” es “formalmente falsa en el sentido económico, ya que representa una simple aplicación de la moral a la economía política. Según las leyes de la economía burguesa, la mayor parte del producto no pertenece a los obreros que lo han creado. Cuando decimos que es injusto, que no debe ocurrir, esto nada tiene de común con la economía política. No decimos sino que, este hecho económico, se halla en contradicción con nuestro sentido moral. Por eso Marx no basó jamás sus reivindicaciones comunistas en argumentos de esta especie, sino en el desmoronamiento inevitable del modo capitalista de producción, desmoronamiento que adquiere cada día ante nuestros ojos proporciones más vastas.”[6]

En esas páginas los maestros de la clase obrera marcan una línea divisoria entre socialismo burgués y socialismo proletario. El primero clama por “justicia social”. El segundo promueve el Cambio Social. El campesinado, la pequeña y mediana burguesía sólo llegan a enarbolar la bandera de la “justicia social”, el reparto equitativo de la tierra, el salario justo y el bienestar social, son los adalides del “justicialismo” y el “igualitarismo”. El socialismo burgués es justicialista. Pero, sólo el socialismo proletario puede enarbolar la bandera del Cambio Social. Las razones de la sustitución de un sistema de explotación no residen en que sea un orden justo o injusto, moral o inmoral, sino en que el viejo orden ha dejado de coincidir con el progreso, como anotara José Carlos Mariátegui.

         En nuestro tiempo, artículo de primera necesidad es el trabajo; pero, éste brilla por su ausencia. Poblador económicamente activo sin trabajo es mercancía sin valor, es simplemente baladí, despreciable, un cero a la izquierda.  Cada día es más difícil conseguir un puesto de trabajo. El Perú crece económicamente, dicen los mercenarios del “buen gobierno”; pero, nuestro país sigue hundiéndose en la descomposición política, moral, social y económica. Un Estado que no garantiza el trabajo, la vida, la educación y la salud de sus representados, es decir, del pueblo peruano, no merece seguir existiendo. Por eso, los trabajadores del campo y la ciudad expresan su malestar, su descontento, su insatisfacción en las permanentes huelgas, paros y movimientos por sus reivindicaciones básicas.

El Perú del siglo XXI busca una solución, pero no cualquier solución. Nuestro pueblo busca una salida, una solución de continuidad y ruptura, que unifique nuestras tradiciones, nuestras experiencias de vida. Peruanicemos al Perú, bandera que brota espontánea desde las entrañas de nuestro Perú al pie del orbe, no es una simple frase, condensa tres etapas de la historia de nuestra formación social. El autor de los 7 Ensayos en su célebre respuesta a Luis Alberto Sánchez sintetiza su posición al respecto: “No es mi ideal el Perú colonial ni el Perú incaico sino un Perú integral.”[7] Esta es la más lúcida solución de continuidad y ruptura que unifica las tres tradiciones (incaica, española y republicana) en una, la tradición socialista. 

La experiencia de cada una de nuestras regiones en la solución de los problemas de la unidad del pueblo es grande como grande es el espíritu de lucha que las anima. Sistematizarlas es una tarea pendiente. Por eso, es necesidad perentoria iniciar el intercambio de experiencias en la organización de masas del campo y la ciudad, en los sistemas de dirección y ejecución, mando y obediencia. Rescatar la gran tradición de nuestros antiguos en el arte de MANDAR OBEDECIENDO.

Preparar la organización no solo en lo orgánico sino, sobre todo, en lo doctrinal. El programa de unidad es la táctica que dicta la estrategia. La estrategia es lo doctrinal, la prospectiva estratégica. El estado mayor revolucionario debe adelantarse, a los posibles escenarios de confrontación, teniendo presente que la principal batalla con el adversario se libra en los cerebros de nuestros humanos hermanos. Sin dejar de tener presente que los seres humanos (individualmente) proponemos; pero, el movimiento real que va muchas veces más allá de nuestros deseos lo contradice o confirma.

Es hora que la clase trabajadora tome en sus manos la administración de la cosa pública. ¡Puede alguien dudarlo! Para cumplir ese objetivo tenemos el deber de prepararnos, material e intelectualmente. Tenemos el deber de estudiar y debatir cuál ha de ser la arquitectura de un nuevo poder. Tenemos la obligación de hallar formas que conjuguen bajo costo, eficiencia y rapidez en la administración y solución de los problemas de la cosa pública. Lino Urquieta en 1903 levantó la bandera de la “completa autonomía provincial en el orden económico y administrativo, tendiendo a preparar el terreno para una federación de municipios.”[8] Al ilustre luchador social moqueguano no le falta razón en su premonitorio planteamiento. Planteamiento que abre paso, en la búsqueda de soluciones, hacia la tesis de un nuevo municipio como célula base de un Nuevo Estado. Es decir, un Nuevo Estado, tipo Comuna, donde el dinero y la fanfarria electoral no cumplan ninguna función. De las elecciones en barrios y centros de producción, surgirán los delegados a los gobiernos municipales y, de éstos, los delegados para las asambleas nacionales. Así sólo los que luchen los 365 días del año tendrán el deber y el derecho de representar a su pueblo. ¡He ahí una tarea digna de las generaciones actuales y venideras!

Vivimos tiempos decisivos. El factor trabajo tiene que someter al capital porque de ello depende la supervivencia de la humanidad. La inteligencia artificial + la robótica se convertirá en la espada que extermine a los humanos, si los trabajadores no toman el control de sus vidas y la administración del poder global.

IA + robótica + propiedad social = socialismo

La defensa del derecho a la vida es prioritaria frente a la política de destrucción y muerte que impone la agonía de occidente colectivo. Podemos decir, a manera de síntesis, que el socialismo no es un problema a resolver, ni un misterio que vivir sino una realidad a crear. Socialismo es sinónimo de vida, de humanidad.

¡Un nuevo orden está en la orden del día!

¡Proletarios de todos los países, uníos!

 

Tacnacomunitaria

Tacna, 18 noviembre 2023

edboma3@gmail.com



[1] P. J. Dunning, TradeUnions, 1860, p. 36.  Nota a pie de página en El Capital Tomo I, Pág. 646-647

[2] K. Marx, El Capital Tomo I, Fondo de cultura económica, México, 1971, Pág. 646

[3] José Carlos Mariátegui, Aniversario y Balance de la revista Amauta, setiembre 1928

[4] José Carlos Mariátegui, Prefacio a El Amauta Atusparia, Ideología y Política

[5] Karl Marx, Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel (1843)

[6] F. Engels, Prefacio a la primera edición alemana de Miseria de la filosofía de K. Marx, Editorial Progreso, Moscú, Pág. 7 – 9; ver también Cap. I, Pág. 59, la versión electrónica en https://www.marxists.org/espanol/m-e/1847/miseria/index.htm

[7] JCM, Tomo 13, Edición 1979, Pág. 222

[8] Amauta Nº5, Enero 1927

miércoles, 1 de noviembre de 2023

DEBATE: SOCIALISMO y COMUNISMO

 


Pero el socialismo es más que una mera “fase intermedia”. Es un nuevo orden social que entraña un también nuevo y especial modo de producción. Un orden que no llegó a consolidarse en ningún proceso de ruptura con el capitalismo, hasta hoy, si bien las experiencias de transición al socialismo habidas mantuvieron a raya al capital como “sujeto automático” de la sociedad y lograron durante un lapsus histórico arrinconar al valor. En la pugna contra él se levantaron tipos de sociedades y seres humanos diferentes, a partir de ciertas consideraciones básicas:

  • Eliminación de la propiedad privada de los medios de producción
  • Eliminación de la compra-venta de la fuerza de trabajo
  • Pérdida de buena parte de la calidad de mercancías de los productos del trabajo humano, en favor de sus valores de uso (distribuidos o subsidiados)
  • Relegación del valor en la producción; la tasa de ganancia dejó de regir la economía (la dictadura de la tasa de ganancia capitalista fue superada) y una gran parte de la plusvalía social iba destinada a la redistribución, no a la acumulación (ni privada ni estatal).

Y es que el socialismo requiere, en sí mismo, de una larga transición (“transición al socialismo”) para llegar al punto de “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”, por sucesivas etapas, para:

  • Ir eliminando del todo la ley del valor y su imperativo mercantil. Si el mercado pudiera seguir existiendo en la transición al socialismo, sería siempre que no cumpliera (o volviera a cumplir) funciones capitalistas: 
    • Transformar el dinero en capital y éste en (más) dinero
    • Convertir el sobreproducto en plusvalía y ésta en beneficio privado
    • Hacer que los excedentes devengan acumulación privada
  • Ir entretejiendo e instaurando una Política orientada a liberar de las necesidades al conjunto de la población (dignidad) y procurar las bases materiales de su autonomía
  • Posibilitar la participación en pie de igualdad en la vida pública
  • Establecer un derecho desigual (tal como lo formulara Marx sobre todo en la Crítica del Programa de Gotha), corrector-equilibrante, que abandone la abstracción burguesa del “sujeto jurídico igual”, para concretar los ámbitos, claves y proporciones de su regulación redistributiva según las condiciones de cada quien, bajo el principio “de cada cual según sus posibilidades, a cada quien según su trabajo”. El derecho desigual (ensayado muy tímidamente en el Estado Social capitalista) contiene un principio alternativo al mercado que incorpora un reparto político del producto social. Esto es, reconoce la desigualdad de partida para tratar de distinta forma a unas y otras capas de la población bajo el principio de “extraer más de quien más tiene y proporcionar más a quien más lo necesita”. Una “desigualdad productora de igualdad” y una igualdad que convive con la diferencia[1]. Una Política que parte de la desigualdad de cara a conseguir la igualdad social pretende ir dejando de necesitar ese derecho desigual, y por tanto el inevitable componente de coacción que le acompaña.
  • Ir consiguiendo la propiedad social o socialización de los medios de producción (una vez eliminada la privatización de los mismos, y habiéndose pasado ya a su estatalización)
  • Desarrollar paulatinamente la devolución de las funciones del Estado a la sociedad (solamente podrá establecerse una comunidad humana no-ilusoria en algún grado, cuando el Estado se vaya extinguiendo). ——————————————El socialismo requerirá durante un tiempo largo del Derecho y del Estado, como elementos de nivelación de las desigualdades y posibilidades u opciones de vida de la sociedad, pero, una vez va siendo liberada ésta en su conjunto de la necesidad, se va basando cada vez menos en aquellas coerciones y más en la construcción de incentivos no materiales para la cooperación social (solidaridad). Por tanto, se asienta en la construcción de nuevas subjetividades con el denominador común de una alta conciencia social (“mi bien está unido al del conjunto, así que lo que es bueno para la sociedad es bueno para mí”).

Pero, como venimos diciendo, resultaría muy difícil que el socialismo fuera una mera “etapa”. Puede muy bien ser un modo de producción autónomo y distinto, con su propia lógica política-social-económica, que aún necesita resolver ciertas cuestiones centrales: ¿quién y cómo regula el orden social, quién decide o cómo se decide, quién, qué, cuándo, dónde y cuánto se va a producir?, ¿cómo se va a distribuir lo producido?; ¿cómo se establecen los bienes (materiales e inmateriales) que deben estar asegurados para todo el mundo y a toda costa, y los que entran en reparto diferencial? ¿qué se puede exigir a cada cual de manera realista y razonable?

Porque la socialización de los medios de producción y la transformación de las relaciones sociales de producción no llevan per se, ni necesariamente, a una revolución moral radical, que haga inútiles Derecho y (alguna forma de) Estado.

La sociedad comunista, por contra, sí es aquella en la que se extinguen el Derecho y el Estado y donde rige el principio de “de cada cual según sus capacidades, a cada quien según sus necesidades”. Es en realidad otra sociedad, una sociedad postpolítica (al haber eliminado no sólo el antagonismo social sino, según algunos, el mismo conflicto[2] -el polemos– y por tanto la polis con su nomos -léase el Derecho-; como dijo Marx, si todos los humanos fueran fraternos entre sí –“amigos”- no harían falta leyes), que encuentra su posibilidad de ser bien en: 

a) el desarrollo de las fuerzas productivas (la tecnología) capaz de volver ilimitados los recursos y los “valores de uso” (que ya no necesitarán de tal denominación al haber sido eliminado el valor), de manera que haga superfluo, o casi, el trabajo humano

b) una “revolución del espíritu” completa y universal que haga desaparecer el sentido de lo privativo y el deseo de las cosas, sustituidos por una “generosidad” y al tiempo una “moderación” (regulación de las propias necesidades y satisfactores en función del colectivo social) ilimitadas de los seres humanos. Es decir, hablamos de una mutación antropológica culminada, que va de la mano y al tiempo levanta una sociedad ignota, cuyo desarrollo concreto no podemos hoy imaginar, pero que sería básicamente solidaria.  

El homo solidarius y la sociedad comunista que con tal se corresponda, supondría el salto evolutivo más grande jamás dado por la Vida en este planeta.

[Lo dicho aquí no quita para que del socialismo al comunismo no pueda haber una vía de continuidad progresiva, con el permanente desarrollo de la solidaridad humana, para terminar por concebir al colectivo, a la comunidad, por encima de uno/a mismo/a].

Sin embargo, la Dialéctica impide ver ningún estadio en este mundo como definitivo, completo y acabado [de hecho, es muy difícil que nuestra especie sobreviva indefinidamente en el curso de vida del planeta y del propio sistema solar, pero el tándem socialismo-comunismo proporciona el recurso básico para su supervivencia por más tiempo y con mejor calidad de vida]. Constituye por tanto un ideal regulativo, un horizonte social por el que quienes nos decimos comunistas nos regimos (o deberíamos hacerlo) en nuestros actos, en nuestras relaciones, en nuestro modo de ser social, en nuestra intervención en la Política[3].

Es en la praxis continuamente actualizada de esa condición comunista que se construye el nuevo homo, siendo las y los comunistas sus precursores, los elementos con mayor conciencia social y por tanto más evolucionados de la humanidad en el presente.

Como dijeran Marx y Engels en más de una ocasión:

“El comunismo no tiene por qué ser ni un estadio ni una meta, ni siquiera un ‘modo de producción’, sino el propio y constante movimiento emancipador, autoconsciente de la humanidad”.


En ese movimiento comunista de la humanidad radica el miedo, y la debilidad, de todo Poder, de toda explotación e indignidad.

«Todo lo que sucede en el mundo entero lo hace con la vista hacia nosotros. Somos una potencia, temida, de la que depende más que de ninguna otra de las grandes potencias. ¡Ese es mi orgullo! No hemos vivido en vano, y podemos mirar atrás con orgullo y satisfacción por nuestro trabajo». (Discurso de Engels ante una asamblea de obreros socialdemócratas que le rendía homenaje en Viena, el 14 septiembre de 1893)[4].

    Andrés Piqueras


[1] En el capitalismo ese principio siempre y en todo lugar estuvo sometido al imperativo del valor y a la acumulación de capital, lo que exigía que la recaudación necesaria para dotar de recursos al “gasto social”, se ajustase a las condiciones de reproducción del capital. Tampoco tuvo nunca la fiscalidad progresiva suficiente como para poner en acción el principio complementario “de cada quien según sus posibilidades”. Ese derecho desigual es el que emana de la Política ejerciendo el control de la economía y por tanto, atajando a la ley del valor y estableciendo el diferente trato en función de las condiciones sociales estructurales, no desde el principio liberal de “reconocimiento” ni de tratamientos jurídicos individualizados, que multiplican ad infinitum las particularidades y divisiones entre la población. Esas particularidades son tratadas desde la Política de igualdad social a través del tratamiento desigual. 

Todo esto puede encontrarse bien desarrollado en Mario Barcellona, Entre pueblo e imperio. Estado agonizante e izquierda en ruinas. 2021. Trotta. Madrid.  

[2] Un conflicto es el posible resultado de todo proceso de desacuerdo entre seres humanos, pero el mismo no implica incompatibilidad de beneficio y por tanto puede ser resuelto mediante el diálogo (así por ejemplo, si dos personas que compartan un piso, una quiere fumar dentro de él y la otra prefiere no tener humo entre cuatro paredes, se puede llegar a soluciones dialogadas –abrir todas las ventanas cuando se fuma; fumar en el balcón si fuera posible; sólo fumar a ciertas horas; o no fumar en casa en absoluto si eso hace daño a la otra persona, por ejemplo-). En cambio un antagonismo radica en el hecho de que el beneficio de una persona se logra a costa de otra. La relación Capital/Trabajo es antagónica porque el beneficio del Capital depende indefectiblemente de la explotación de la otra parte. El antagonismo es erradicable mediante el socialismo, pero suprimir totalmente el conflicto no es algo que parezca muy compatible con la Dialéctica, que interpela siempre conflictivamente a la realidad. Por tanto, difícilmente se podrá dejar de tener algún tipo de normatividad. La tendencia evolutiva que traza el socialismo-comunismo es a que esa normatividad quede circunscrita al ámbito de lo implícito, es decir, del consenso, sancionado moralmente como en el comunismo primitivo, pero en adelante con sanciones morales no discriminatorias o vejatorias, sino edificantes.

La Dialéctica impide concebir la eliminación de los conflictos sociales, aún menos de los personales, pero a veces pensamos que el comunismo será realmente el fin de la historia, en lugar solamente del colofón del fin de la “pre-historia”. Lo importante es cómo se resuelvan esos conflictos. Uno u otro tipo de normatividad social parece que siempre será necesario. 

[3] Uno de los referentes más elevados de ello viene dado por la relación de fraternidad. Sin embargo hoy el movimiento comunista de la humanidad está a menudo lejos de ponerla en práctica con todas sus consecuencias. Antes bien, las organizaciones que de él se reclaman suelen atacarse entre sí y mantener poca fraternidad incluso dentro de sí mismas. El recelo, la suspicacia, la falta de cercanía y la inflexibilidad ante los errores o equivocaciones ajenas, engrosan más frecuentemente de lo que sería congruente el comportamiento cotidiano de sus membrecías. Es imprescindible, en este sentido, realizar un análisis histórico riguroso sobre las continuas escisiones del movimiento comunista y de su relación con el debilitamiento general del mismo, así como desmenuzar las causas de la pérdida de rigor relacionada con el materialismo histórico-dialéctico que ha venido afectando a amplias porciones del mismo.

[4] Acabo con esta nota de Friedrich Engels, al igual que empecé este texto con otra nota suya, no sólo para rendir homenaje a tan descomunal figura, sino para que pueda calibrarse lo que fue el balance de su vida, junto a la de Marx. La enormidad de lo que lograron. [Ambas notas pueden encontrarse en el buen artículo de Manuel Monleón, “Federico Engels (1820-1895)”. Nuestra Bandera, nº 429]. ————–En el apartado V de esta segunda parte del texto me he servido especialmente del trabajo de Rafael Agacino, “Hegemonía y contra hegemonía en una contrarrevolución neoliberal madura. La izquierda desconfiada en el Chile post-Pinochet”, en CEME. Archivo Chile, 2006. Disponible en http://www.archivochile.com/Chile_actual/08_p_ich/chact_piz0004.pdf Para la centralización del capital y la nivelación de los atributos productivos de la clase trabajadora, hay guiños de interés al texto de Jesús Rodríguez Rojo, Cuestión de clase. De la crítica de la sociología a la acción política revolucionaria. Bellaterra. Manresa, 2023. Sobre el enkratés, remito al excelente trabajo de prólogo y notas de Joaquín Miras al texto de Arthur Rosenberg, Democracia y lucha de clases en la antigüedad. El Viejo Topo. Barcelona, 2006. Ma he venido bien, también, repasar las reflexiones de Adolfo Sánchez Vázquez sobre El valor del Socialismo (El Viejo Topo, 2003). Obviamente, se puede encontrar profundización y más bibliografía sobre los temas aquí tratados en casi todos mis últimos trabajos.

Fuente: https://andrespiqueras.com/2023/10/22/el-movimiento-comunista-de-la-humanidad/

Nota: Esta es la parte final de la segunda parte del documento: El movimiento comunista de la humanidad de Andrés Piqueras