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domingo, 21 de febrero de 2021

COVID-19: ¿NOS MATARÁN LAS DUDAS SOBRE LAS VACUNAS Y EL FRACASO DEL MERCADO?

 

Fuentes: De Wereld Morgen

 

Por Marc Vandepitte | 20/02/2021

 

Para combatir el coronavirus las vacunas son la mejor salida, pero no son una solución milagrosa. La campaña de vacunación se desarrolla con mucha torpeza y hay infinidad de dudas sobre las vacunas. Mientras tanto, las cepas nuevas avanzan. ¿Ganarán las vacunas la carrera contra las nuevas cepas?

«Si las pandemias son guerras microbianas, entonces las vacunas son nuestras armas preferidas de rescate masivo».

Tedros, director general de la OMS

El coronavirus ha causado la mayor crisis sanitaria de los últimos cien años. Ya han muerto 2,4 millones de personas y todavía sigue muriendo una persona cada seis segundos a causa del COVID-19. Las vacunas son la mejor y única salvación. Sin ellas la pandemia amenaza con cobrarse hasta 30 millones de vidas.i

Afortunadamente, las vacunas son prometedoras. Después de que la mayoría de las personas mayores de 60 años fueran vacunadas en Israel, el número de personas hospitalizadas en este grupo de edad vulnerable se redujo en un 40% en tres semanas. Y esa cifra sigue bajando.

Sin embargo, aún es demasiado pronto para declarar la victoria. No es en absoluto seguro que las vacunas puedan derrotar al COVID-19. Cada vez hay más conciencia de que no podremos erradicar el virus rápidamente, si es que lo logramos al 100%. Hay al menos tres razones para ello: el fracaso del enfoque de mercado, las limitaciones de las propias vacunas y la resistencia a la vacunación.

Fracaso del mercado

En Occidente la producción de vacunas está dominada por un puñado de gigantes farmacéuticos. Monopolizan tanto la producción como la distribución y, por tanto, determinan en gran medida el ritmo y el alcance de la vacunación en todo el mundo. Por su afán de lucro se niegan a aumentar drásticamente su producción y venden a quien más paga. También les interesa mantener esta producción totalmente en sus manos y no compartir sus conocimientos con otros posibles productores. En resumen, la escasez artificial les beneficia.

Por ello, el suministro en los países ricos es demasiado lento. Pero, aún peor, hay muy pocas vacunas para los países del Sur. Los países ricos, que representan el 16% de la población mundial, han comprado hasta el 60% de todas las vacunas. Actualmente el 85% de los países aún no han administrado la primera vacuna. No es fácil predecirlo, pero es probable que muchas personas de los países pobres tengan que esperar hasta 2023 o 2024.ii

Esto último no es sólo un problema para los países del Sur. Dado que el virus no conoce fronteras y que vivimos en un mundo altamente conectado, la pandemia no será derrotada en ningún lugar hasta que lo esté en todas partes. O en palabras de Tedros, el Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS): «Para el virus, todos somos un solo rebaño. Para vencerlo, debemos actuar como una sola comunidad».

El jefe de la OMS tiene claro que este enfoque de mercado ha fracasado por completo y que estamos perdiendo la carrera contra el tiempo: «Los mecanismos de mercado son insuficientes por sí solos para detener la pandemia mediante la inmunidad de grupos vacunados. La oferta limitada y la demanda abrumadora crean ganadores y perdedores. Ninguna de las dos cosas es moral o médicamente aceptable durante una pandemia».

Para superar la escasez artificial, aumentar la producción de vacunas y ampliar su distribución Tedros propone intercambiar la tecnología de producción de vacunas, la propiedad intelectual y los conocimientos técnicos a través del Fondo Común de acceso a la Tecnología COVID-19, levantar temporalmente las patentes y permitir y ampliar la colaboración entre los fabricantes.

Según Tedros, hay que acabar con la omnipotencia de los gigantes farmacéuticos: «La comunidad internacional no puede permitir que un puñado de actores dicte los términos o el calendario para acabar con la pandemia». La Comisión Europea sin embargo, sigue insistiendo en seguir el mismo rumbo y dejar que manden las grandes farmacéuticas. Los partidos conservadores, socialdemócratas y liberales están todos de acuerdo. En los momentos de crisis suelen caer las máscaras y este caso no es diferente.

Las vacunas no son la panacea

Las vacunas funcionan muy bien para prevenir los síntomas graves del COVID-19 que llevan a la hospitalización o la muerte. Pero aún no se sabe si también detienen la capacidad infecciosa del virus propiamente dicha ni en qué medida. Es de suponer que reducirán la capacidad infecciosa, pero no la detendrán del todo. Por ejemplo, la vacuna de AstraZeneca podría reducir la transmisión en casi dos tercios. Sin embargo, pasarán meses antes de que se dé una respuesta definitiva a esta importante cuestión.

Esta cuestión ha cobrado aún más importancia con las nuevas cepas. Porque esas parecen ser hasta un 50% más contagiosas. Además, podrían ser incluso más mortales. Por ejemplo, la cepa británica podría causar un 30% más de muertes. En cualquier caso, un pequeño aumento de la letalidad podría tener un efecto catastrófico.

También es cuestionable si las vacunas actuales protegen contra las nuevas cepas y en qué medida. Investigaciones recientes demuestran que las nuevas mutaciones pueden provocar resistencia a las vacunas. Se ha descubierto que al menos cuatro vacunasiii ofrecen menos protección contra la cepa sudafricana, que ya ha aparecido en 30 países. En el caso de Novavax y Janssen se habla de una reducción del 60%. También en el caso de la cepa brasileña hay cada vez más pruebas de que algunas vacunas detienen menos el virus.

Igual de preocupante es que las nuevas variantes también pueden exponer a las personas al riesgo de una segunda infección.iv

Todo esto podría significar que no llegaremos a ninguna parte con una ronda única de vacunas y que, como con la vacuna de la gripe, en el futuro tendremos que administrar una nueva vacuna a intervalos regulares a medida que surjan nuevas variantes peligrosas. A la luz de la torpeza y la lentitud de la campaña actual, no es una idea alentador. Para los gigantes farmacéuticos, en cambio, algo así suena a música celestial: cada ronda de vacunas tiene un valor de varias decenas de miles de millones de dólares. ¡Dinero, dinero!.

El peligro del escepticismo respecto a las vacunas

Una tercera razón por la que corremos el riesgo de no poder erradicar nunca el virus por completo es si una parte importante de la población decide no vacunarse. El grado de disponibilidad a la vacuna varía mucho de un país a otro y también varía con el tiempo. Entre agosto del año pasado y enero de este año el porcentaje de personas dispuestas a vacunarse cayó entre 10 y 20 puntos porcentuales en muchos países, a pesar de los prometedores resultados de las vacunas.

Las dudas sobre las vacunas tiene muchas causas. Una vacuna introduce en el cuerpo una sustancia cuyos mecanismos de acción no siempre se comprenden del todo. Eso asusta a la gente. Gran parte de las dudas sobre las vacunas también provienen de la falta de confianza en el establishment. La forma de lidiar contra el COVID-19 fue y es en la mayoría de los países occidentales desastrosa: a pesar de los meses de (semi)cofinamientos, la cantidad de muertos por habitante es decenas de veces mayor que en la mayoría de los países asiáticos, que además pudieron volver a la vida normal muy rápidamente. Esta forma lamentable de actuar no ha hecho más que aumentar la falta de confianza, que ya es muy alta, en los gobiernos. A ello se suma la actitud descarada de los gigantes farmacéuticos.

Las dudas sobre las vacunas y las teorías conspirativas se extienden más fácilmente cuando la gente pierde la fe en el sistema. Las dudas también se avivan desde sectores de la derecha y la extrema derecha, y se difunden profusamente a través de las redes sociales. En la difusión de la desinformación suele haber también motivos económicos,v así que habrá que estar atentos.

Sea como fuere, con las nuevas cepas se necesita una inmunidad de grupo de alrededor del 80% para ganar al virus. Sólo un puñado de países llega actualmente a un 80% de la voluntad de vacunarse.vi La mayoría de los países están muy por debajo de esa cifra, que podría descender aún más en los próximos meses porque los jóvenes se sienten menos amenazados y, por lo tanto, pueden estar menos dispuestos a vacunarse cuando les toque.

Si nos quedamos por debajo del umbral del 80%, eso podría costar muchas vidas, tanto entre las personas dudosas como entre las demás. El reto de superar las dudas sobre las vacunas será al menos tan grande como el de distribuirlas a tiempo a todo el mundo. Y erradicar esa duda no es fácil. The Economistlo formula así: «El miedo y la incertidumbre son más fáciles de alimentar que la confianza y la pasividad es más fácil de fomentar que de actuar». Y restaurar la confianza en los gobiernos, por no hablar de los gigantes farmacéuticos, requerirá un serio cambio de rumbo.

Una prueba de estrés dura como una roca

La combinación de las deficiencias del mercado, las limitaciones de las vacunas actuales, la aparición de nuevas variantes, las dudas sobre las vacunas y el hecho de que los jóvenes menores de 18 años aún no estén vacunados significa que quizá nunca alcancemos la inmunidad de grupo. No obstante, esta inmunidad de grupo es necesaria para erradicar el virus de forma permanente.

Si seguimos así, parece que el COVID-19 seguirá circulando durante años y reaparecerá regularmente, con o sin variantes peligrosas. A diferencia de muchos países asiáticos, no hemos conseguido eliminar el virus. Esa incapacidad causará cientos de miles o incluso millones de víctimas innecesarias.

La crisis del COVID-19 es una prueba de estrés inexorable para nuestro modelo de sociedad. La forma de lidiar contra el COVID-19 nos enseña mucho sobre cómo está organizada nuestra sociedad, cuáles son las prioridades, la eficacia de la política, etc. Funciona como una lupa para los problemas a los que nos enfrentamos. Esta prueba de estrés nos invita a repensar a fondo nuestro modelo de sociedad. ¿A qué esperamos? ¿Acaso preferimos seguir así?

Traducido del neerlandés por Sven Magnus

Notas:

i Calculado a partir de un estudio del equipo de respuesta del Imperial College COVID-19 sobre la probabilidad de mortalidad en caso de infección. Entre los países de renta alta la tasa de mortalidad es de un promedio del 1,15%. Entre los países de renta baja con poblaciones más jóvenes la media es del 0,23%.

ii Además, los jóvenes menores de 18 años no podrán vacunarse hasta 2022. Las pruebas para ese grupo de edad están ahora en pleno desarrollo. Estamos hablando de una parte importante de la población.

iii Se trata de Novavax, Janssen, Pfizer/BioNTech y Moderna.

iv Al parecer, la cepa mutada puede evadir los anticuerpos desarrollados en respuesta a la vacunación o a la infección con la versión original del coronavirus.

v El Centro para Contrarrestar el Odio Digital (CCDH) investigó 425 cuentas antivacunas en Facebook, Instagram, Twitter y YouTube que difunden desinformación. Juntos tienen 59 millones de seguidores y esa cifra crece rápidamente. La investigación muestra que solo una minoría de estos antivacunas tiene creencias muy arraigadas. Para aproximadamente el 80%, los motivos financieros también juegan un papel o incluso el único. La mitad son empresarios con negocios que promueven remedios alternativos o excéntricos, como la inmunización homeopática o un pulverizador de lejía. La otra mitad son teóricos de la conspiración que aprovechan los ingresos por publicidad online que traen sus páginas web y de los productos que venden. Veáse también The Economist.

vi La investigación citada por The Economistincluye a China, Gran Bretaña e Indonesia.

Fuente: https://www.dewereldmorgen.be/artikel/2021/02/15/covid-19-zullen-vaccintwijfel-en-marktfalen-ons-de-das-om-doen/

https://rebelion.org/covid-19-nos-mataran-las-dudas-sobre-las-vacunas-y-el-fracaso-del-mercado/

 

jueves, 18 de febrero de 2021

ESTADOS Y FARMACÉUTICAS: UNA ASOCIACIÓN ILÍCITA CONTRA LA SALUD DEL MUNDO

 


Por Eduardo Castilla

 

por Eduardo Castilla  * SEMANARIO IDEAS DE IZQUIERDA.

14 febr  2021

 

El 27 de abril de 2016, Andrés Flórez, embajador colombiano en EE. UU., escribió a Bogotá: «Dado el directo relacionamiento que hay entre un grupo significativo de congresistas con la industria farmacéutica en EE. UU., el caso del GLIVEC es susceptible de escalar hasta el punto de crear un inconveniente en la aprobación de los recursos de la nueva iniciativa denominada “Paz Colombia” /1

El vocero del país sudamericano devino lobbysta directo de las grandes farmacéuticas imperialistas. La gestión de Juan Manuel Santos había osado desafiar los intereses de la suiza Novartis, cuestionando su monopolio para la producción de Glivec, un medicamento contra el cáncer en la sangre. El fármaco tenía un costo de producción anual estimado en USD 180 dólares. En Bogotá, Medellín o Cali se adquiría a USD 19.000. El Estado colombiano ejercía, apenas, una mínima defensa del interés nacional. El poder imperial respondía con un escarnio público mundial y la amenaza directa de todo tipo de sanciones /2

La crisis provocada por la vacuna del Covid-19 desnuda el carácter irracional del sistema internacional de patentes y la propiedad privada capitalista.El Estado, engranaje fundamental de ese esquema, merece ser puesto bajo la lupa. Los investigadores Cecilia Rikap y Guillermo Folguera nos ayudan a pensar esos lazos.

El planeta asiste a una prepotencia de las grandes farmacéuticas. Emulando el (pobre) universo del cine postapocalíptico –cómo no recordar Resident Evil–, las corporaciones se presentan como un poder cuasitotalitario. Imposibilitados de obtener las dosis necesarias de vacunas para el Covid-19, diversos gobiernos proponen un relato que entremezcla protestas, malestar y cierta victimización, ejerciendo una condena moral contra esos monstruos llamados Pfizer, AstraZeneca o Moderna. Son, sin embargo, colaboradores activos de la gestión de ese poder. Socios de una alianza contra la salud de la inmensa mayoría de la humanidad.

Orden mundial y ciencia

En las décadas posteriores al final de la Segunda Guerra Mundial, la hegemonía norteamericana se hizo potente, cuasi absoluta. El nuevo poder cimentó su expansión a base de una furiosa propaganda en favor de una democracia burguesa que –al interior de sus fronteras– incumplía aún más la falacia de la representación, negando voto y derechos políticos a millones; una democracia “exportada” mediante golpes de Estado hacia América Latina y el mundo semicolonial. Aquel despliegue encontró en la ciencia y la tecnología otro pilar legitimador. Empujado por las tensiones de la Guerra Fría, el Estado norteamericano invirtió en un desarrollo creciente y potente de la ciencia.

Guillermo Folguera es doctor en Ciencias Biológicas por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, licenciado en Filosofía e investigador del CONICET. En diálogo exclusivo con este medio, apunta que el poder de grandes laboratorios y farmacéuticas se fue erigiendo en aquel período:

Después de la Segunda Guerra Mundial y preparándose para la Guerra Fría, se diseñan políticas de Estado vinculadas con la ciencia y la tecnología. En muy pocos años se consolida un pensar que plantea, tanto en términos de salud como en producción de alimentos, que los Estados tienen que idear estrategias sostenidas en ciencia y tecnología. Cuando leés los documentos ya hay un acento en la importancia de conseguir inversiones privadas. Hay un fuerte acento en lo estatal, pero abriendo la ventana para lo que después va a ser la importancia de las multinacionales.

Aquella dinámica se acentuó en las décadas siguientes. Previo a esa posibilidad, la burguesía se vio obligada a derrotar la insurgencia obrera y popular que recorría el globo. Los 60 y 70 presentaron a la clase trabajadora, la juventud y múltiples sectores oprimidos dando batalla al gran capital y sus políticas de racionalización y ajuste. La revolución dijo presente. El poder burgués apeló a todas sus herramientas: en el centro del orden mundial combinó la fuerza, el engaño y la traición; en la periferia, también recurrió a las represiones sangrientas.

Sobre esa derrota se edificó el ciclo neoliberal. Como una mancha de aceite que se propaga, el capital fue penetrando tramos y trozos de realidad, creando mecanismos para la construcción de un nuevo ciclo de ganancias. Soporte legal, jurídico y militar del mundo burgués, el poder estatal garantizó ese despliegue. El sistema de patentes se presentó como una suerte de piedra de toque en aquellas transformaciones.

Los herederos de Bob Dole

Bod Dole será, eternamente, uno de los protagonistas de aquel mítico capítulo de Los Simpson en que Kang y Kodos demuestran la pobreza del bipartidismo norteamericano. Las grandes farmacéuticas lo recordarán como un precursor en la satisfacción plena de sus intereses.

En 1980, junto al demócrata Birch Bayh, Dole fue autor de una ley fundacional para el poder de las grandes farmacéuticas. La Bayhl-Dole Act habilitó a que los resultados de la investigación financiada con fondos públicos pudieran ser patentadas por el sector privado. Otorgó a las grandes empresas una herramienta para maximizar su tasa de ganancia al permitirles apropiarse de los conocimientos creados por la investigación estatal.

Desde 1969 el concepto de “complejo médico-industrial” había entrado en la jerga política y científica para conceptualizar la creciente voracidad capitalista en el sistema de cuidados de salud /3. Los cambios en el sistema de patentes acompañaron ese despliegue.

Cecilia Rikap es doctora en Economía y especialista en economía de la ciencia, tecnología e innovación. Entrevistada en exclusiva, afirma que

En EE. UU. –y Europa luego lo copió–, desde los 70 y fundamentalmente desde los 80, hay un proceso de endurecimiento de los derechos de propiedad intelectual, que termina en el acuerdo TRIPS y todos los que siguen después, instalando un régimen de propiedad intelectual a nivel global, que favorece la emergencia de estas empresas como monopolios intelectuales.

Guillermo Folguera también sitúa en aquellos años 80:

… la aparición de una serie de engranajes muy importantes para comprender la situación general y la discusión actual en torno a las farmacéuticas. Aparecen fuertemente consolidadas las patentes, como un norte que tienen que perseguir instituciones estatales como las universidades para autoabastecerse.

En 1994, en la cumbre del ciclo neoliberal, nació a la vida el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio (ADPIC, TRIPS por sus siglas en inglés). Bajo ese esquema, las multinacionales extendieron el sistema de patentes al globo entero. Joel Lexchin lo describe así:

El objetivo de la industria farmacéutica era que todos los países adoptaran los mismos derechos de propiedad intelectual que los de los Estados Unidos, independientemente de su nivel de desarrollo o de su capacidad para administrar farmacoterapia a sus poblaciones a un precio asequible /4

Ese empoderamiento global de las corporaciones vino de la mano del nacimiento de la OMC (Organización Mundial del Comercio), el primer día de 1995. Describiendo el esquema naciente, el economista italiano Ernesto Screpanti reseñó que:

En los ADPIC, la Organización Mundial del Comercio revela claramente su naturaleza como una organización política que tiene el propósito de salvaguardar los intereses de las multinacionales. No por casualidad las grandes corporaciones jugaron un papel clave en la elaboración de los acuerdos […] Mientras que todos los demás acuerdos tienen formalmente el objetivo de ampliar la competencia y la libertad de comercio, los acuerdos ADPIC adoptan la forma de una regulación proteccionista. Buscan explícitamente proteger las posiciones monopólicas y los beneficios monopólicos que proveen la investigación científica y tecnológica, actividad en que sobresalen las grandes multinacionales del Norte /5.

¿Intocables?

En agosto de 2014, el escándalo golpeó las puertas de Valeant. En una operación nada traslúcida, la farmacéutica norteamericana invirtió en la empresa canadiense Biovall, que, a su vez, compró luego la mayor parte de su paquete accionario. Formalmente convertida en empresa extranjera, la multinacional mantuvo su nombre legal y su base operativa en suelo estadounidense. La maniobra financiera le permitió una reducción en las tasas corporativas a pagar, pasando de un 35 % a menos de un 5 % /6.

Cecilia Rikap la enlista dentro de las múltiples concesiones estatales al poder de las grandes farmacéuticas:

… la posibilidad de tener una tasa impositiva más baja que las que se pagan en sus países de origen o los vacíos legales que hay en los sistemas tributarios a nivel global, les permiten localizar sus ganancias en paraísos fiscales, por ejemplo.

Profundizando la descripción, añade que:

Hay toda una serie de políticas que contribuyeron a que se desarrollen. Cuando hablamos del Estado hablamos del Estado en EE. UU. y en Europa, que es donde están las grandes farmacéuticas […] No es que hacen algún tipo de financiamiento directo de estas empresas, sino que producen conocimientos públicos que estas empresas después se apropian.

En la misma sintonía, describe la conformación de … un sistema de investigación y de financiamiento público que favorece constantemente lo que yo llamo monopolios intelectuales, del que las grandes farmacéuticas son un ejemplo paradigmático. Se trata de empresas que acumulan capital sobre la base de monopolizar conocimiento. Y esa monopolización de conocimientos les permite apropiarse de rentas intelectuales, es decir apropiarse de parte del valor que se produce en el resto de la sociedad.

Bajo esa misma mecánica, el Estado debilita los instrumentos formalmente destinados a controlar el poder de las farmacéuticas. En EE. UU. la institución encargada de esa labor es la Administración de Medicamentos y Alimentos (FDA por sus siglas en inglés). Su relación con las grandes corporaciones nace preñada de una contradicción fundamental: parte importante de su presupuesto surge de aportes hechos por los grandes usuarios corporativos. Es decir, su financiamiento está atado a recursos que provienen de quienes deben ser controlados. Lo mismo sucede con la Agencia Reguladora de Medicamentos y Productos Sanitarios del Reino Unido (MHRA) en Gran Bretaña. En las tierras (caóticamente) conducidas por Boris Johnson, desde 1989 ese organismo estatal recibe la totalidad de sus recursos de contribuciones hechas por los usuarios corporativos /7.

El poder y entrelazamiento del gran capital farmacéutico avanza –sin dudas o culpa– sobre el mundo de la academia y la educación. Hilary y Steven Rose describen cómo

Las ciencias de la vida[…] han creado una nueva forma híbrida ubicada en un espacio nuevo, a medio camino entre la universidad y la industria. Las viejas disciplinas de la ciencia y la tecnología mutan y se fusionan. Prolifera la hibridez. Los laboratorios industriales, con todos sus requisitos de confidencialidad, se sitúan cada vez más en el propio campus universitario, con parques científicos construidos en zonas convenientemente cercanas para los emprendimientos creados por los mismos académicos /8.

La resultante es una legión de profesionales formados bajo la ideología neoliberal, atentos a la defensa estricta de la ganancia empresaria. Hace pocos años Victor Dzau se convirtió en ícono de ese vínculo. Desde 2014 ejerce como presidente de la Academia Nacional de Medicina. Sus lazos con el gran empresariado –que sorpresivamente nadie parece haber notado– eran más que estrechos: había sido parte de las juntas de directores de empresas vinculadas a la salud como Medtronics, Alnylam Pharmaceutical y Genzyme /9.

La tendencia lejos está de ser puramente foránea. En Argentina, el Conicet cuenta en su Directorio a Graciela Ciccia, también Directora de Innovación y Desarrollo Tecnológico del Grupo INSUD, propiedad de Hugo Sigman.

El Estado en su pureza capitalista

La pandemia del covid-19 desnudó la decadencia de la salud pública a escala global. Apilándose sobre los años neoliberales, el ciclo de ajuste fiscal que siguió a la crisis de Lehman Brothers aceleró la declinación. La imagen dramática de médicos italianos eligiendo quién vive y quién no humedeció millones de retinas en todo el mundo.

Ratificando su naturaleza de clase, los Estados concedieron a grandes laboratorios y farmacéuticas la potestad de producir la vacuna. Gigantescos recursos públicos fueron puestos en función de esa labor. Solo el gobierno de EE. UU. –bajo la gestión de Donald Trump– entregó más de USD 10 mil millones sin que las empresas estuvieran obligadas a ofrecer la vacuna a un precio justo o a compartir los derechos de propiedad intelectual. Las grandes farmacéuticas contaron, además, con las ventajas de la investigación estatal.En noviembre de 2020, un informe publicado en el sitio Public Citizen daba cuenta de que “las vacunas Pfizer y Johnson & Johnson se desarrollaron utilizando una tecnología de proteína de espiga que había sido descubierta por científicos de los Institutos Nacionales de Salud” /10.

Sin embargo, en el caótico laberinto de la creación de vacunas, no todos los poderes estatales asisten al mismo trato. Los gobiernos de Israel, Canadá o Gran Bretaña, entre otros, han logrado acceder a una cantidad de dosis que garantiza iniciar un serio plan de vacunación. En el otro extremo, los países de África siguen condenados a ser parias del mundo. A inicios de febrero, solo seis países habían recibido cantidades mínimas de vacunas /11. Consultada sobre esa situación, Cecilia Ripak indica que:

Hay que diferenciar entre Estados de los países centrales versus Estados de países periféricos. Los Estados de los países centrales van a tener mayor capacidad de negociación. EE. UU. tiene la capacidad de presionar a Pfizer o a Moderna sobre la cantidad de vacunas que le va a dar, cuándo se las va a dar y qué priorizar. No significa que va a ganar cualquier batalla. Sí que va a tener mayor capacidad para sentarse en mayor igualdad de condiciones con la farmacéutica.

La ratificación de la política internacional del sistema de patentes equivale a perpetuar la pandemia. La liberación de las mismas –reclamada por múltiples ONG y organizaciones sociales– permitiría extender su producción a naciones con la capacidad técnica de producirla, como Argentina. Resulta evidente que el poder de las multinacionales –impulsado y avalado por sus Estados– resulta avasallante para los gobiernos de los países dependientes y atrasados. Sin embargo, en esa tensión, las clases dirigentes de esas naciones no pueden ser presentadas como meras víctimas. Poco importa el relato político de turno. En los hechos, las corporaciones tienen una alfombra roja de bienvenida.

En su libro La ciencia sin freno, Guillermo Folguera ilustra en cantidad y calidad las concesiones del Estado argentino frente al poder de corporaciones multinacionales y nacionales. Los acuerdos entre grandes empresas y universidades públicas de todo el país –ejemplificado en el firmado entre Bayer y la Facultad de Agronomía de la UBA /12–;así como los convenios secretos firmados con la norteamericana Chevron, deben contabilizarse en ese rubro.

Si se atiende específicamente a la adquisición de las vacunas, el Estado argentino cedió abiertamente al chantaje de los grandes laboratorios internacionales. En octubre de 2020 se votó –con la oposición del Frente de Izquierda– una norma que, entre otras cosas, imponía la resolución de conflictos en tribunales internacionales y obligaba al Estado nacional a hacerse cargo de eventuales indemnizaciones. Peronistas y cambiemitas, sin denunciar la enorme extorsión que sufría el país, levantaron la mano para convalidar el poder de las farmacéuticas.

Derecho contra derecho

No desarrollamos este producto para el mercado indio, seamos honestos. Desarrollamos este producto para pacientes occidentales que pueden pagarlo». Esta cruel confesión fue realizada por Marijn Dekkers, consejero delegado de Bayer, en enero de 2014. El empresario alemán quería negar a más de mil millones de personas el acceso al Nexavar, un fármaco de avanzada para tratar cánceres de hígado y riñón.

Estructurada sobre la permanente búsqueda de ganancia, la racionalidad capitalista remite, casi necesariamente, al desprecio por la vida /13. Un desprecio que recorre el interior de cada empresa, pero desborda esas fronteras y avanza sobre el conjunto de la vida humana.

Hace ya demasiado tiempo, Karl Marx escribió en los Grundrisse que el capitalismo era el primer modo de producción de la historia en haber convertido al progreso histórico en prisionero /14, al punto de atar la ciencia y la técnica a los designios de la creación de riqueza en su forma específicamente burguesa,es decir, convirtiendo todo en mercancía susceptible de ser vendida.

Iniciada la tercera década del siglo XXI, el sistema de patentes que rige el mundo se presenta como una forma concreta, real, de ese aprisionamiento. Las grandes multinacionales farmacéuticas, imponiendo su interés particular, rechazan hacer universal y público un conocimiento que permitiría evitar decenas de miles de muertes diarias. El avance de la ciencia y la técnica, orientado hacia el lucro, se contrapone a la salud y la vida de la inmensa mayoría de la población mundial.

El derecho a la propiedad privada se opone al derecho a la existencia. El Estado actual, fiel a su naturaleza capitalista, funciona como garante y socio activo de esa continuidad histórica, jurídica y social. La casta política que lo gestiona ratifica la primacía del interés burgués por sobre la vida y la salud de miles de millones.

Esa irracionalidad del capital, avalada y sostenida por el Estado no es, empero, inmodificable. Contra toda visión apocalíptica del desarrollo científico y tecnológico, estos pueden ser orientados en un sentido socialmente distinto, puestos en función de cuidar y salvar la vida de la humanidad.

Pero esa tarea requiere una perspectiva revolucionaria que, barriendo el poder político del gran capital, inicie la construcción de un Estado de nuevo tipo–al decir del revolucionario italiano Antonio Gramsci– donde el motor de las nuevas creaciones no sea el lucro privado sino las necesidades, crecientes y constantes, de las grandes mayorías. Donde todas las potencialidades de la técnica y la ciencia pueden ser puestas al servicio de una progresiva mejora en la salud de los miles de millones de explotados y oprimidos que pueblan el globo. Donde la dirección y gestión de los procesos de producción de medicamentos –llevada a cabo por científicos y trabajadores– garantice la prioridad de la vida sobre otras variables.

Un horizonte así no tiene nada de utópico. Requiere, es cierto, un duro combate por derribar el poder de las clases dominantes. Se trata de una tarea urgente, necesaria y apasionante.

* Eduardo Castilla es periodista y editor general de La Izquierda Diario.

NOTAS AL PIE


[1] Memorando de Cancillería. 27/04/2016. Consultado en https://www.keionline.org/sites/default/files/Florez-27April2016.pdf.


[2Novartis v Colombia. Cómo las grandes farmacéuticas sabotearon la lucha por un tratamiento asequible contra el cáncer, en https://isds-americalatina.org/casos/novartis-v-colombia/.


[3] Robb Burlage and Matthew Anderson, “The Transformation of the Medical-Industrial Complex: Financialization, the Corporate Sector, and Monopoly Capital”, en Health Care Under the Knife: Moving Beyond Capitalism for Our Health, compilado por Howard Waitzkin, Monthly Review Press, 2018, pp. 73-74.


[4] “La industria farmacéutica en el capitalismo contemporáneo”, en https://monthlyreview.org/2018/03/01/the-pharmaceutical-industry-in-contemporary-capitalism/.


[5] Ernesto Screpanti, Global Imperialism and the Great Crisis. The Uncertain Future of Capitalism, Montly Review, 2014, p. 110. Ernesto Screpanti es un economista marxista, autor de numerosos libros. Actualmente es profesor de Economía Política en la Universidad de Siena, en Toscana.


[6] Robb Burlage y Matthew Anderson, ob. cit., pp. 76-77.


[7] Joel Lexchin, ob. cit.


[8Genes, células y cerebros, Ediciones IPS, 2019, p. 35.


[9] Robb Burlage y Matthew Anderson, ob. cit.


[10] Julia Rock, “COVID-19 Vaccine Developers Want to Keep Getting Billions in Public Money With No Strings Attached”, en https://jacobinmag.com/2021/02/covid-vaccine-developers-pfizer-johnson-government-funds-prices. El informe se puede leer en https://www.citizen.org/article/leading-covid-19-vaccines-depend-on-nih-technology/.


[11] “African nations fear more Covid deaths before vaccination begins”, en https://www.theguardian.com/global-development/2021/feb/04/african-nations-fear-more-covid-deaths-before-vaccination-begins.


[12] “Cabe recordar que Bayer ha comprado recientemente a Monsanto y es una de las empresas más grandes del mundo en materia de agronegocios. El convenio es por “capacitación”: la división agro de Bayer (Cropscience) pagó 530.000 pesos por temas de “alta dirección en agronegocios y alimentos”, destinados a “empleados, técnicos y empresarios”. Eran ocho módulos, de diez horas de clase cada uno, que se dictaron en la sede de Bayer (Buenos Aires, CFP24 Editora, 2020, p. 63).


[13] John Parrington lo resume señalando que “dado que el capitalismo se trata de la búsqueda de ganancias, esto significa que, de última, la industria farmacéutica se trata de la generación de ganancias. Ya sea mediante productos que tengan utilidad o no, al final del día todo se trata de generar ganancias”. Entrevista en https://www.laizquierdadiario.com/Coronavirus-vacunas-ciencia-y-capitalismo.


[14] “…pero es el capital el primero en haber hecho prisionero al progreso histórico (las ciencias y las técnicas) para ponerlas el servicio de la riqueza” (citado en Bensaïd, Daniel, Los desposeídos, Prometeo, 2011, p. 48.

Fuente: https://infoposta.com.ar/notas/11640/estados-y-farmac%C3%A9uticas-una-asociaci%C3%B3n-il%C3%ADcita-contra-la-salud-del-mundo/