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martes, 26 de noviembre de 2019

REFLEXIONES EN CALIENTE SOBRE EL PARO CÍVICO EN COLOMBIA



Enviado por Gavroche en Lun, 25/11/2019 - 11:14 

Aunque sea acertado entender los sucesos de Colombia desde la perspectiva de las revueltas anti-neoliberales que han sacudido a Ecuador, Haití y a Chile, lo cierto es que estas protestas son también fruto de un proceso de acumulación doméstico de una década.

El reciente paro cívico, que ha visto a cientos de miles, sino a millones de personas tomarse las calles y desafiar la represión y el toque de queda en todo el territorio colombiano, representa, sin lugar a dudas una de las movilizaciones más importantes de las últimas décadas. Notable no sólo por su masividad, sino además por el sujeto convocado: los sectores populares urbanos, que no se habían movilizado de esta manera desde el período de luchas de las décadas de 1970-1980. Después de décadas en que el eje de las luchas populares en Colombia ha estado en el sector rural (campesinos e indígenas, fundamentalmente), los sectores urbanos por fin asumen masivamente el liderazgo en las luchas contra el régimen. Este proceso no hubiera sido posible sin dos condiciones: un sentimiento de malestar generalizado en la población, y una fuerza organizativa con capacidad de convocar y sostener esta lucha. En este sentido, el Comité Nacional del Paro es una instancia clave; y dentro del comité, debe reconocerse el papel protagónico que ha tenido la CUT como la expresión más aguerrida de la clase trabajadora colombiana.

Huelga aclarar que los procesos populares urbanos de antaño fueron en gran medida destruidos mediante el terrorismo de Estado y sus tentáculos paramilitares. Los legados siniestros del paro cívico de 1977 fueron el Estatuto de Seguridad, con sus consejos de guerra verbales; prácticas como la desaparición forzada (Omaira Montoya fue desaparecida una semana antes del paro, y de ahí esta práctica no paró); y por último, mediante la proliferación de aparatos represivos paraestatales que desplazaron a los aparatos de represión oficiales, como principales herramientas de terror. No es casual que hoy se escucha a coro en las marchas que al pueblo colombiano ya le han quitado todo: hasta el miedo. En un país donde el 66% de la población vive en las ciudades, la recomposición del movimiento urbano es un hecho estratégico, de una importancia incalculable para cualquier proyecto de transformación social.
 
Desafío colectivo contra el terror
 
Precisamente por esa pérdida de miedo, por ese hastío generalizado, el pueblo colombiano ha sido capaz de desafiar y enfrentar la represión de manera francamente heroica. Los allanamientos, las amenazas, y los montajes no lograron amedrentar al pueblo. El toque de queda y la militarización han sido ignorados en masa, los cacerolazos y hasta las fiestas callejeras hechos en abierto desafío a una autoridad que nadie ya ve como legítima. La resistencia popular ha enfrentado la violencia popular a un precio elevado. Desde el primer día de protestas, se contaban tres muertos en el Valle del Cauca (dos en Buenaventura, uno en Candelaria); hoy no sabemos con certeza la cifra de muertos, pero siguen sumando. El estudiante bogotano Dilan Cruz se convirtió en un caso emblemático, cuando los perros hidrofóbicos del ESMAD, la temida policía anti-motines colombiana, le disparó en la cabeza por la espalda, de la manera más cobarde. Y sin embargo el pueblo no se ha dejado amedrentar. Noche tras noche se ha desafiado la represión y el toque de queda. Los vecinos le han demostrado al Estado que los dueños de sus barrios son ellos mismos, no 4000 soldados en sus tanquetas. El pueblo tiene rabia pero también alegría; el establecimiento colombiano está asustado y reacciona violento. ¡Increíble que Duque quisiera dar lecciones de derechos humanos al venezolano Maduro hace apenas unos meses!

La indignación del pueblo colombiano, la quisieron transformar en miedo. No sólo en miedo a la represión, sino que en miedo al vecino. Los macabros rumores que hicieron circular desde el viernes por las redes sociales, anunciando que venía el lobo –vándalos de barrios marginales a atracar las casas de la clase media- son parte de una guerra sicológica que se suma a esa guerra sucia que el gobierno de Duque ha declarado contra el pueblo colombiano. Estos anuncios fueron pura estrategia de pánico, que no se materializaron pero que hicieron que las personas en ciertos barrios dejaran de protestar para convertirse en vigilantes. Cierto es que en toda protesta masiva hay saqueos; eso es así en toda época y en todos los países. Pero nunca, o muy rara vez, esos saqueos son a casas; los saqueos por lo general se dan a tiendas o supermercados, que es donde está la mercancía y donde no hay riesgo de enfrentamientos. Por eso es que me sonó tan raro cuando empezaron a hablar de asaltos a conjuntos residenciales. Todo para desviar la atención de la protesta, generar miedo y quizás hasta generar violencia entre la gente de a pie, ahorrándole a la policía y al ejército la tarea de romper cabezas. No es casual que los grupos de vigilantes que surgieron “espontáneamente” ante estos supuestos saqueos, como “Defendamos a Bogotá” o “Resistencia Civil Antidisturbios”, no sean otra cosa que fachadas para grupos de choque filo-paracos uribistas.

Estas estrategias terroristas no son nuevas. Es sabido que agentes del Estado han infiltrado las protestas para causar desmanes e incitar violencia gratuita. Dirigentes de FECODE dijeron haber rodeado a algunos de estos personajes en las manifestaciones. En el pasado, los conservadores liberaban a los peores criminales para utilizarlos de pájaros y sicarios; cuando al Cóndor Lozano le preguntaron por esta práctica, respondió su famosa frase “el único crimen es oponerse al gobierno; lo demás son pendejadas”. Los montajes de los agentes de (in)seguridad del Estado fueron revelados por Juan Gossaín cuando reveló múltiples documentos del DAS en los cuales se daban a conocer algunas de las prácticas de diversas operaciones en contra de la oposición a Uribe: sabotaje, terrorismo, amenazas, explosivos, presión, desprestigio, etc. Estos términos los utilizaron ellos mismos en sus documentos de inteligencia [1] . Si han usado en el pasado estos medios, no es raro que utilizan esa mezcla de guerra sucia y guerra sicológica hoy para enfrentar la protesta legítima del pueblo. Afortunadamente, la gente reaccionó a tiempo y no permitió que los pusieran a unos contra otros en un enfrentamiento fratricida. El pueblo colombiano entiende muy bien que su enemigo no está en el barrio de al lado.
 
Un acumulado de muchos años
 
Aunque sea acertado entender los sucesos de Colombia desde la perspectiva de las revueltas anti-neoliberales que han sacudido a Ecuador, Haití y a Chile, lo cierto es que estas protestas son también fruto de un proceso de acumulación doméstico de una década. Desde la huelga de los corteros de caña en el Valle geográfico del Cauca en el 2008, pasando por la minga indígena, y las protestas y paros campesinos, el pueblo colombiano ha construido un rico legado de resistencias que están en la base del actual paro. A estas experiencias, debemos sumar las experiencias locales de cientos de huelgas de trabajadores en esta época, con diversos niveles de combatividad, así como las protestas ambientales, cuya importancia ha radicado, precisamente, en que sirvieron de puente entre el mundo rural y el mundo urbano. Creo que no se ha entendido del todo este aspecto de las protestas contra la mega-minería y el extractivismo, cuyo ejemplo más claro ha sido la monumental batalla del pueblo tolimense contra la Colosa y la Anglo Gold Ashanti, en el cual el campo y la ciudad se unieron en una misma lucha. Otro hito clave de esa unidad fue el paro agrario del 2013, que también permitió que estos dos mundos se unieran en protesta en contra del modelo de subdesarrollo impuesto desde el Estado.

Esta lucha es un paso más en un proceso que va para largo. Dado el estado de ánimo del pueblo colombiano, y dada la torpeza de un presidente que se ha mostrado muy eficiente para destruir acuerdos de paz y para masacrar niños, pero absolutamente incapaz para reducir el desempleo, parece poco probable que Duque pueda terminar los tres años de mandato que le quedan por delante. Pese a sus tardíos llamados al diálogo nacional, después de un año de autismo absoluto, la gente ya no le come cuento. Las organizaciones no se sentarán fácil a negociar con un presidente experto en desconocer sus acuerdos y en firmar compromisos para no cumplirlos. La demanda creciente que se escucha en las calles es la renuncia de Duque.
 
Los desafíos pendientes
 
Quedan varios desafíos para el movimiento popular: el primero es convertir la rabia en organización. Sin organización no hay nada. Eso significa fortalecer los sindicatos, significa formar comités de estudiantes, pensionados, mujeres, de todo el mundo que tenga algo que protestar y exigir. Por mucho tiempo la izquierda ha perseguido estrategias caudillistas mediante las cuales el descontento se busca convertir en votos. La experiencia colombiana demuestra que ese proceso no funciona de manera mecánica. En 1978, el malestar expresado en el paro cívico de 1977 no se convirtió en votos para la izquierda. En 2014 tampoco el malestar expresado en el paro agrario del 2013 se tradujo en votos. El electorerismo y las luchas populares tienen dinámicas diferentes. Lo que se lucha en la calle, se ha de ganar en la calle. Si no se quiere perder este acumulado inmenso, es necesario organizar a ese pueblo no como votantes individuales, sino que en función de sus demandas concretas y de su capacidad de presión colectiva. La acción directa sigue siendo un mecanismo fundamental para avanzar en las luchas populares.

El segundo es la capacidad para mantener la movilización popular y lograr la convergencia de diversos sectores. Esto requiere encontrar mecanismos diversos que permitan a diferentes actores participar del descontento colectivo y expresarse. Marchas, cacerolazos, fiestas, hasta grupos de yoga ocupando las calles, acá todo vale a la hora de mostrar que hay un pueblo que está dispuesto a hacerse sentir en sus propios términos. Este pluralismo táctico es el que permitirá mantener la movilización viva y fresca. Esto es importante en una perspectiva temporal: el año entrante se vienen movilizaciones agrarias en todo el país, y para lograr los cambios estructurales, sistémicos, de fondo, que las clases populares colombianas requieren, será clave que la resistencia de los campesinos con la de los sectores urbanos estén en convergencia. Esta convergencia rara vez se ha dado en la historia colombiana.

Un tercer desafío, es mantener la unidad del movimiento. Por ningún motivo se puede quebrar el Comité Nacional del Paro. La oligarquía, tradicionalmente, ha utilizado la estrategia de dividir y vencer para dominar al pueblo, y ha sido exitosa en aplicar esta política. Si no, basta ver el paro agrario del 2013, una formidable movilización que terminó fragmentada en varias mesas de negociación divididas por región y hasta pro rubro económico. Hasta el sujeto campesino se había disuelto al final de las movilizaciones para dar paso a sujetos maleables, como paperos, lecheros, cafeteros, cebolleros, etc. Todos divididos, además, por departamento, región, o municipio. Así toda esa fuerza de dispersó y el movimiento fue contenido. Los próximos dos años, este movimiento se la pasó peleando no contra el modelo, sino que peleando acceso a unos proyectos productivos que ni siquiera sirvieron de mejoral para la situación del campo. Eso hay que aprenderlo, que acá la unidad no se puede arriesgar por nada. El estudiante, el profesor, la dueña de casa, la trabajadora, el campesino, la pensionada, todos tienen exactamente los mismos problemas en este modelo económico.

El último desafío es, precisamente, convertir las demandas puntuales en una propuesta de modelo alternativa, que modifique las bases mediante las cuales en un país rico la mayoría deben sobrevivir con toda clase de malabares, mientras una minoría ínfima viven en una riqueza obscena. Acá las consignas no bastan y se requiere de pensar en propuestas concretas que permitan ir superando ese capitalismo que hoy devora las entrañas del país, que deforesta al Amazonas, que seca los páramos, que no le garantiza futuro a la inmensa mayoría de los colombianos. Ya no se puede tratar de seguir legitimando, mediante las negociaciones, a un Estado y a un modelo que son incapaces de generar respuestas a la altura de la crisis que se vive. La iniciativa, hoy, reposa en el campo popular. Esperemos que los procesos organizativos sepan mantener esta iniciativa en los próximos días y meses.
 
José Antonio Gutiérrez D.
24 de Noviembre, 2019
Nota
[1] Para refrescar la memoria, hay un artículo que escribí con vínculo a la alocución de Juan Gossaín, que está transcrita “Esto es un crimen monstruoso” DASpolítica y la fascistización de Colombia - Anarkismo.
Enlaces relacionados / Fuente: 
http://anarkismo.net/article/31659


sábado, 6 de febrero de 2016

¿QUÉ PASÓ CON LOS KURDOS EN LAS NEGOCIACIONES DE GINEBRA?




06-02-2016

Esta semana iba a darse una reunión Ginebra dentro del marco de las negociaciones indirectas entre el gobierno sirio y las facciones de la “oposición” armada agrupadas en el rimbombante Alto Comité para las Negociaciones. No había que ser un adivino para saber que estas negociaciones fracasarían, pero en esta ocasión, ni siquiera comenzaron. El enviado especial de la ONU para la crisis siria, Staffan de Mistura, decidió postergar la reunión para el 25 de Febrero. Esa notable colección de grupos financiados con petrodólares por fundamentalistas saudíes y por patrocinadores occidentales, algunos que ni siquiera se molestan en ponerse la careta democrática, siendo abiertamente islamistas, como Yeish Al Islam, siente que su aventura militar –aplaudida por Occidente hasta que los refugiados se convirtieron en un problema- se está hundiendo irremediablemente, dejando detrás de sí una estela de muertos, mutilados y muchedumbres desarraigadas. La famélica “oposición” siria está negociando para ganar tiempo pues está al borde del colapso, y está claro que no están en condiciones de pedir la salida inmediata de Assad. El problema es que la única decisión aceptable para Occidente, así como para las teocracias y Turquía, es que Assad, de alguna manera y en algún momento, se tiene que ir –y tienen en Occidente el apoyo del que carecen en Siria para seguir insistiendo en este fin. Lo único que están dispuestos a discutir es la manera y los tiempos de la salida de Assad. Ese es el meollo de lo que se discutirá el 25 de Febrero.

Curiosamente, de esta reunión se ha excluido al partido kurdo, el PYD, quienes son, entre otras cosas, un actor político importantísimo en el futuro de Siria y la única fuerza que ha combatido en el terreno al Estado Islámico. Es paradójico que se boicotee su participación, cuando los medios occidentales han frecuentemente vendido la imagen de los kurdos como los “amigos” de Occidente, cuidándose muy bien de no hablar mucho de los objetivos políticos de este movimiento, y limitando su simpatía a una imagen semi-erotizada de muchachas jóvenes con fusiles. Esta visión es parte de la manera típicamente hollywoodense de entender la realidad por parte de los medios dominados ideológica y económicamente por EEUU, que ven al mundo como si se tratara de una película donde son fácilmente distinguible los buenos y malos. De la misma manera que uno puede decir que el imperialismo no tiene ni amigos ni enemigos, sino solamente intereses, los kurdos tienen su propia agenda, su propio proyecto político y están trabajando con el fin de hacerlo realidad. Ellos solitos, con muchísima simpatía de sectores populares en todo el mundo, con una cosmética simpatía de las potencias que, en realidad, buscan instrumentalizarles. En ese sentido es que se dio, en algún momento, una convergencia pasajera entre EEUU, Europa y los kurdos en función de combatir al Estado Islámico; sin embargo, los kurdos serán la primera víctima de los humores cambiantes de la política imperial de los EEUU en la tentativa de buscar una solución a la crisis siria que acomode a sus intereses estratégicos.

Desde la perspectiva de los EEUU, a los kurdos se les requiere como fuerza de choque para enfrentar al Estado Islámico, pero luego no se les toma en cuenta como un actor político autónomo y válido en encontrar una solución política a esta cruenta guerra civil. ¿Por qué? Porque EEUU necesita mantener buenas relaciones con Turquía, miembro clave para la OTAN, en un sentido geoestratégico. El gobierno islamista turco está empecinado en sacar a Assad del poder debido al carácter nacionalista-secular de éste y a sus alianzas con Hizbullah en el Líbano y con Irán, que se han convertido en un bloque contra hegemónico al proyecto de las dictaduras teocráticas del Golfo, aliados naturales del régimen de Ankara. Pero, junto con su ambición de consolidarse como un actor regional de peso, tiene un interés estratégico en suprimir al movimiento kurdo a ambos lados de la frontera turco-siria. Erdoğan se sienta sobre el Estado fundado por el secularismo autoritario de Kemal Ataturk, mientras sueña con la grandeza del califato Otomano. En cierta medida, Erdoğan se ha convertido en el personaje que ha logrado cerrar la brecha existente entre el secularismo y el islam político, entre el Estado moderno y el Califato, manteniendo contentas a todas las facciones de la elite turca.

Tanto para su proyecto hegemónico en la región, como para mantener el Estado autoritario fundado sobre la premisa modernizante de “un pueblo, una lengua, una bandera” –premisa que ha justificado tanto el genocidio de los armenios en 1915 como la actual limpieza étnica que se está viviendo en zonas de Turquía-, los kurdos representan un dolor de cabeza. Su proyecto democrático-participativo, secular, socialista, su visión confederalista, la defensa de su derecho a existir, se han convertido en piedras en el zapato para Erdoğan, así como para sus aliados teocráticos del Golfo. El movimiento kurdo en Siria persigue mayores niveles de democratización y autonomía en medio del conflicto y ha declarado que no tienen como prioridad la salida de Assad sino una nueva relación entre sociedad civil y Estado sirio. Permitir que la experiencia democrática kurda se sostenga en el norte de Siria sienta un pésimo precedente desde su punto de vista para la población de Bakur, el territorio mayoritariamente kurdo ocupado por el Estado turco, que ha recibido un enorme aliento e inspiración desde Rojava, el territorio mayoritariamente kurdo en el norte de Siria. Pero también representa una enorme inspiración para el pueblo turco que sufre de un evidente déficit democrático en su país y que en 2013 se levantó en una oleada de indignación que recorrió al país desde el Parque de Gezi. Apenas se mantuvo en el poder mediante el recurso al terror y la violencia extrema durante las pasadas elecciones. Por ello es que Erdoğan ha recurrido a hacer la vista gorda ante la colusión evidente del Estado Islámico -organización que también mantiene vínculos orgánicos con las teocracias del golfo y Arabia Saudita- con los aparatos represivos y el ejército turco, pues les son útiles para enfrentar a los kurdos y sus milicias en territorio sirio (YPG); por eso que sectores del establecimiento turco mantienen vínculos económicos con el Estado Islámico, fundamentalmente a través de la compra de petróleo; por eso es que Erdoğan muestra una ineptitud abismante para atacar al Estado Islámico, mientras muestra una determinación inigualable para combatir a los guerrilleros kurdos en territorio sirio, iraquí y turco; por eso es que Erdoğan ha tenido una actitud desafiante ante Rusia, actor que ha inclinado decisivamente la balanza en contra del Estado Islámico. No es casual que sea Rusia el país que está insistiendo en que, por una parte, el destino de Assad debe quedar en manos del pueblo sirio y no de un grupúsculo de milicias financiadas desde el exterior; pero también que los kurdos participen como un actor fundamental en cualquier escenario de negociación a la crisis.

EEUU y Occidente están en una situación ambivalente. Desean amortiguar al Estado Islámico, a la vez que mantener contentos a sus socios geoestratégicos. Por eso es que actúan de manera aparentemente contradictoria. Detestan la inestabilidad que trae para la región la presencia del Estado Islámico, pero son incapaces de enfrentarlo con decisión porque eso puede molestar a sus aliados en la región: las teocracias petroleras y Turquía, miembro de la OTAN. Por eso necesitan a los kurdos como fuerza de choque para enfrentarlos, pero nada más. Esta es la razón por la cual, esquizofrénicamente, consideran a las guerrillas kurdas en territorio turco (PKK) como terroristas, pero cuando están en territorio sirio (YPG), se convierten mágicamente en luchadores por la libertad –aun cuando compartan ideología, proyecto político, métodos, armamento, combatientes y mandos en conjunto. Sin embargo, aunque no los consideren terroristas (por ahora), tampoco pueden reconocerlos como actores políticos, mientras miran para otro lado y mientras aumentan las agresiones militares turcas en contra de los kurdos a través de la frontera y existen evidencias serias de que Turquía podría invadir con todo su poderío militar a Rojava, lo que sería una verdadera carnicería de kurdos. Todo con el beneplácito de la “comunidad internacional” encabezada por Washington y Bruselas.

Desde este punto de vista, no es casual que la "comunidad internacional" encabezada por EEUU ahora den la espalda a sus “amigos” kurdos, mientras siguen dando legitimidad política a una abigarrada coalición de Islamistas y oportunistas de última hora –la llamada oposición democrática siria- que no existiría de no ser por los petrodólares y armas de los jeques autocráticos del Golfo y del pequeño califa de Ankara. A la hora de tomar decisiones de fondo, el futuro de Siria se define en una obscura oficina en Ginebra, fuera del alcance de la voluntad del pueblo kurdo y del pueblo sirio. Los kurdos tendrán, según ellos, que entender cuál es su lugar en el tablero del Medio Oriente: ser carne de cañón en tiempos de guerra y bajar la cabeza a la hora de decidir los destinos de la región. En medio de todo esto, la ONU ha probado, una vez más, su incapacidad de resolver nada, quedando al arbitrio del que grita más fuerte y perpetuando las crisis en lugar de aportar a su superación. ¿Qué podemos esperar de las negociaciones de Ginebra cuando se reanuden? Nada, como de costumbre.

martes, 21 de abril de 2015

NEGOCIANDO LA DERROTA POLÍTICA, MILITAR Y MORAL DE LA INSURGENCIA






21-04-2015

El ataque en Buenos Aires, Cauca, de una estructura de las FARC-EP en contra de una unidad contra-insurgente de élite del Ejército, la Fuerza de Tarea Conjunta Apolo, que dejó como saldo 11 soldados muertos y varios heridos de consideración, ha puesto nuevamente al rojo vivo el debate en torno al proceso de paz. El sector uribista y el sector santista de la oligarquía se han unido para declarar, con gran estridencia, que esto es una violación intolerable al Derecho Internacional Humanitario (DIH), que los “terroristas” no han cumplido su palabra y han roto el cese al fuego unilateral, que las acciones militares deben arreciar[1]. Santos ha ordenado reanudar los bombardeos[2], tras un mes de haber sido suspendidos (mientras proseguía la ofensiva militar en el terreno) y apenas a escasos días de haber decretado que la suspensión de éstos se prolongaría por un mes más. Situación que, aunque de momento no pone a peligrar la mesa de negociaciones de paz, sí nos demuestra que estamos muy lejos del punto de no retorno, refutando algunas visiones excesivamente optimistas. ¿Es necesario insistir en que estos eventos comprueban una vez más que la fórmula de negociar en medio de las hostilidades se vuelve cada día más insostenible?

La naturaleza política del debate

No me referiré a los hechos sucedidos en el Cauca, porque son aún objeto de investigación y porque no creo que sea necesario. Han aparecido excelentes contribuciones para demostrar que, fueran cuales fueran las circunstancias del ataque –defensiva u ofensiva- este ni constituye una violación al DIH ni los soldados eran personas protegidas[3]. Pero en realidad ese nunca ha sido el debate. En Colombia todo el tiempo se bombardea campamentos guerrilleros en medio del sueño, aun en medio de treguas unilaterales de la insurgencia; se saca a campesinos de sus camas, con sacos en la cabeza, para luego desaparecerlos, torturarlos, o asesinarlos y presentarlos como guerrilleros “muertos en combate”; se da sistemáticamente tratamiento de guerra a la protesta popular como lo demuestra el reciente caso del norte del Cauca. Eso es pan de cada día en Colombia y nunca, jamás, hemos visto ni al Fiscal ni a ninguno de los que hoy lloriquean por el DIH hacer un escándalo siquiera comparable. El problema no es de orden técnico-jurídico. El problema no es ni el DIH, ni una violación al cese al fuegounilateral de la insurgencia. El problema es de orden político.

Confrontación y negociación

Bien decíamos que la negociación política no sería en Colombia ni un gran sancocho ni un tintico entre amigos, sino la confrontación encarnizada de dos visiones de país radicalmente diferentes[4]. En esta confrontación, la oligarquía ha buscado mantener la hegemonía y lo ha conseguido: las continuas e hipócritas acusaciones del sector uribista de la oligarquía -que se está vendiendo al país a las FARC-EP, que Santos está arrodillado y cede en todo a los insurgentes- apenas sirven para ocultar el hecho irrefutable de que hasta el momento Santos no se ha comprometido a nada sustancial que pueda tocar los intereses estratégicos de la oligarquía y de sus socios en el plano transnacional en ninguno de los puntos de la agenda. Esto es así, por vitriólicas que sean las declaraciones de Uribe y sus compinches, así como por iluminadas que parezcan algunos momentos de lucidez de Santos. La oligarquía colombiana no tiene buena fe, ni voluntad de paz en el sentido real del término. Nunca las ha tenido y nunca las tendrá. Sus concesiones nunca van más allá de lo estrictamente necesario que les permita mantener su hegemonía.

Se ha señalado que la agenda de negociación reflejaba el equilibrio de fuerzas que existía en el conflicto hasta el momento de ser acordada. Alterar ese equilibrio es la prioridad para el gobierno de Santos, que acusa cínicamente a la insurgencia de doble juego, mientras con ellos quienes utilizan esta negociación, como todas las anteriores, para fortalecerse y debilitar a su adversario. Rompiéndose ese equilibrio, la oligarquía no tendrá ningún impedimento, ni moral ni político, para pisotear la agenda, seguir evadiendo los compromisos bilaterales y forzar más y más acciones unilaterales de los insurgentes –es decir, de una manera u otra, lograr la rendición de la insurgencia en medio de la mesa de negociaciones, mediante la hábil combinación de todas las formas de lucha. Busca contener la presión militar y social del conjunto de los detractores del régimen, por todos los medios a su mano, violentos y cívicos, legales y extra-legales. Para este fin, la oligarquía colombiana aplica la misma fórmula que Prashant Jha identifica para el bloque dominante en la India-Nepal, consistente en “negociar, coaccionar, dividir, frustrar, degastar, corromper, engañar, repetir el ciclo y no ceder nada”[5]. Con el agravante de que esta fórmula la aplica mientras sus fuerzas armadas oficiales y para-oficiales arremeten militarmente en contra de la insurgencia y de todo aquel que identifican, aunque sólo sea potencialmente, como base social de apoyo.

Por qué ningún gesto unilateral será suficiente

La insurgencia fariana ha insistido en varias entrevistas que no ha llegado a la mesa de negociaciones derrotada[6]. Eso es verdad: el escenario de la mesa de negociaciones fue forzado por una creciente presión tanto en lo militar como en lo político, desarrollado desde el 2008 en adelante, que puso a la oligarquía entre la espada y la pared, forzándola a replantearse su esquema de guerra total[7]. Ahora bien, el hecho de que la insurgencia no haya llegado derrotada a la mesa de negociaciones, no significa que no pueda salir derrotada de ella. Santos está constantemente tanteando el terreno. Ignora negociar con el EPL, dilata los diálogos con el ELN, tensa las negociaciones con las FARC-EP para ver hasta dónde puede llegar. Decide que se negociará en medio del conflicto –precisamente porque la conviene desde su apuesta de debilitar a la insurgencia durante el proceso de negociación-, festeja sobre las cabezas de guerrilleros abatidos, pero patalea cuando el conflicto arroja resultados que no le complacen. Se para unilateralmente de la mesa, rompiendo todos los protocolos acordados, cuando se captura a un general en un área de operaciones militares (el caso del general Alzate en el Chocó) y exige que se le devuelva unilateralmente. Su comportamiento es recompensado: obtiene lo que quiere a cambio de nada. Y así sigue. Por su parte, la insurgencia decreta un cese al fuego unilateral para abrir un espacio que lleve, eventualmente, al cese al fuego bilateral. Dicen que éste acto unilateral depende de que no se ataquen sus estructuras, pese a lo cual reciben golpes militares contundentes en varias partes del país. Y no pasa nada.

Sea quien sea que haya asesorado a la insurgencia sobre la pertinencia de un cese al fuego unilateral de carácter indefinido (sabemos que deben haber operado grandes presiones, nacionales e internacionales, sobre esta decisión), hasta un medio representante de los intereses del bloque en el poder, la revista Semana, ha debido reconocer que esto fue un mal cálculo político de los guerrilleros que puede tener consecuencias gravísimas sobre su estrategia de negociar:

“Adelantarse con un cese unilateral para presionar a la contraparte, como lo hicieron las FARC, sin negar que es un gesto de buena voluntad, también resultó ser un error de cálculo. (…) las acciones armadas de las FARC han disminuido sustancialmente, (…) el cumplimiento del cese se acerca al 95 por ciento. Sin embargo, la ofensiva militar del Ejército no ha bajado. (…) En esas circunstancias ellos mismos [las FARC-EP] no tienen cómo pedirles a los guerrilleros que aguanten la ofensiva por mucho tiempo, sin disparar. (…) El cese unilateral también tiene el problema de que cualquier violación que ocurra, por aislada que sea, es leída como una inaceptable traición a su palabra.”[8]

Al bloque dominante se le agota la paciencia cada vez más rápido, pero tanto la guerrilla como los sectores populares que luchan por sus derechos tienen que aguantar en silencio todos los golpes, todas las humillaciones y enterrar a sus muertos calladitos y sin protestar. A cada acción unilateral, el bloque dominante responde exigiendo más y más acciones unilaterales. Las sistemáticas concesiones unilaterales a la oligarquía colombiana, en lugar de amilanar sus tendencias guerreristas, las alimenta.

¿Cambio de corazón de un sector de la oligarquía?

Nadie puede llamarse a engaños: el “presidente de la paz” -con injusticia social-, tiene firmemente en sus manos las llaves de la paz, que le fueron entregadas en bandeja de plata por la izquierda que llamó a votar por él –de manera crítica unos, de manera entusiasta otros- en las pasadas elecciones; voto táctico que ocultó la derrota estratégica del proyecto transformador de izquierda[9]. Desde entonces, el tema de la paz es indivisible ante la opinión pública de la presidencia de Santos. Nos han querido vender que los “enemigos de la paz” están exclusivamente en el sector uribista de la oligarquía. Craso error en el que ha caído un sector importante de la izquierda que se ha dejado embaucar por una dicotomía inexistente –tanto el sector santista (supuestamente pro-diálogo) como el sector uribista (supuestamente anti-diálogo), pertenecen a la misma oligarquía que ha mantenido su hegemonía intacta por dos siglos de vida republicana a sangre y fuego[10]. Santos no ingresa a la mesa de negociaciones con la intención de alcanzar un acuerdo favorable a los intereses populares, sino como una estrategia más en la recomposición de la hegemonía del bloque dominante y en la derrota estratégica de los sectores populares que la cuestionan. Por ello es que junto con intensificar los operativos militares, ha buscado –de manera momentáneamente exitosa- desmovilizar las luchas sociales en el escenario post-paro agrario mediante la represión, la cooptación, las prebendas y el desgaste. Es decir, combinando las formas de lucha.

Los enemigos de la paz, si por ella entendemos una paz con derechos, una paz con justicia social, y no meramente una paz de los cementerios, son tanto el santismo como el uribismo. Ambos sectores oligárquicos, pese a sus contradicciones secundarias, están totalmente unificados a la hora de defender sus privilegios y su hegemonía absoluta. La discusión entre ambos es de orden táctico, pero nunca de orden estratégico. Por eso es que no han mostrado contradicciones en torno al debate sobre las fuerzas armadas, ya que ambos sectores saben que deben proteger y fortalecer al baluarte último de la defensa de sus privilegios –a ese ejército que por décadas se ha dedicado solamente a matar, desaparecer, torturar y violar al pueblo, que ha demostrado, como les fustigaba Gaitán después de la Masacre de las Bananeras (1928), estar siempre presto a masacrar a su pueblo y a arrodillarse ante los capitalistas extranjeros. El Ministerio de Defensa, capitaneado por Pinzón, sirve de bisagra entre ambas facciones oligárquicas. El Ministro Pinzón, sea cual sea el incierto escenario del actual proceso de paz, es el hombre que tiene todas las condiciones para unir, superada esta coyuntura, a estos dos sectores oligárquicos.

Más allá de los enemigos de la paz: la lucha por la transformación social

Santos tiene, de momento, el sartén por el mango: ha buscado una paz exprés, con pocas concesiones, sin mayor participación, con escasa movilización, y no faltarán los sectores al interior de la izquierda que defiendan esta posición[11]. Sea que la actual coyuntura sirva para acelerar la firma de un acuerdo insustancial para una paz a lo Guatemala, o que una seguidilla de coyunturas sirvan para quebrar la mesa de negociaciones y seguir avanzando en la guerra total, la decisión será tomada en última instancia por esa oligarquía de la cual él es representante. Una salida popular no está en la agenda política del momento, porque los sectores populares están en reflujo y han sido eficazmente cooptados o desgastados en las mil y una mesas de negociaciones que operan intermitentemente en todo el país en el contexto post-paros 2012-2014, las cuales no han llegado ni llegarán a nada sustancial. La oligarquía colombiana nunca ha cumplido su palabra, siempre opera en base a la presión y pretender que se está negociando con un actor honorable, o de palabra, es a todas luces un error. Hoy en día Santos no siente la suficiente presión ni militar, ni social, ni política que le fuercen a replantearse una salida un poco más favorable a los intereses de los de abajo. Es él quien tiene la iniciativa, de momento, para plantear los términos en los que se dará la paz, si es que se da.

La búsqueda de una salida negociada al conflicto social y armado, que sirva de cimiento para construir la única paz posible, es decir, con justicia social y derechos plenos, no pasa ni por rodear al presidente, ni por apelar a la (inexistente) buena fe de la oligarquía, sino por cambiar el escenario que sirve de telón de fondo a la negociación, es decir, la correlación de fuerzas entre el bloque oligárquico y los sectores populares en lucha y resistencia. Así como la instalación de la mesa de negociaciones fue una conquista de la lucha del pueblo colombiano, inclinar la balanza de la paz en un sentido que beneficie a la inmensa mayoría empobrecida y expoliada, también ha de ser fruto de la lucha popular organizada. Para esto se necesita la capacidad de re-pensar colectivamente un proyecto alternativo al de la oligarquía, superar las cansadas fórmulas que no multiplican y ni siquiera suman, ir más allá de la inclusión hacia la transformación social. Se necesita un proyecto audaz de sociedad que vuelva a encantar a una muchedumbre incrédula, que unifique las mil demandas nunca atendidas, que articule políticamente la indignación.

Esta es la única garantía para desarrollar la capacidad de movilizar masas, no solamente en fechas simbólicas, sino que en caliente, en el día a día, la cual hoy es insuficiente. Solamente una amplia lucha popular, de masas, que confronte al establecimiento en base a las demandas más sentidas de los pobres, de los marginados, de los oprimidos en todo el territorio, es la que hoy puede destrabar el estancamiento en el que está el proceso. En Palestina lo llamaron Intifada; en Kurdistán lo denominaron Serhildan; en Nepal, le dieron por nombre Jana Andolan… pero todo es en el fondo el mismo proceso mediante el cual los de abajo sacuden al establecimiento sin pedir permiso a los poderosos. El pueblo colombiano deberá encontrar el lenguaje propio mediante el cual articular un levantamiento popular en contra de un sistema basado en la humillación colectiva del pueblo y en el despojo generalizado a los más empobrecidos. Un sistema que se ha vuelto intolerable para, por lo menos, dos terceras partes de la población. Se insiste en que el proyecto revolucionario no está en la agenda de negociación; pues bien, que sea entonces la agenda de movilización de los pueblos en la que se construya este proyecto. Pero lo que sí está claro, es que la podredumbre es tal que esto no se arregla ni con paños de agua tibia ni suplicándole a una oligarquía acostumbrada a robar, a matar y a mentir.


Notas

[1] http://www.eltiempo.com/politica/gobierno/ataque-de-las-farc-en-cauca-no-se-puede-seguir-tomando-el-pelo-con-la-negociacion-vargas-lleras/15575376 ; http://www.elespectador.com/noticias/judicial/fiscal-general-revela-detalles-de-investigacion-sobre-a-articulo-555323

[2] http://www.elespectador.com/noticias/judicial/santos-ordena-reactivar-bombardeos-contra-farc-articulo-555165

[3] http://www.reconciliacioncolombia.com/historias/detalle/814/-fue-el-ataque-de-las-farc-en-el-cauca-un-crimen-de-guerra ;http://prensarural.org/spip/spip.php?article16626

[4] http://www.anarkismo.net/article/21961

[5] “The Battles of the New Republic: a Contemporary History of Nepal”, Ed. Hurst, 2014.

[6] Ver, por ejemplo, http://www.rebelion.org/noticia.php?id=185605

[7] http://www.anarkismo.net/article/23744

[8] http://www.semana.com/nacion/articulo/por-que-el-ataque-de-las-farc/424537-3 El razonamiento final de Semana, es que las FARC-EP para no arriesgar el proceso de paz debieran pedir perdón al país (léase al gobierno), lo que equivale a exigir una rendición a las FARC-EP, negar que existe conflicto armado en el país y aceptar el carácter delincuencial que el Estado les ha impuesto, así como la legitimidad del Estado contra el cual se han rebelado. Desde esta lógica, es legítimo que el Ejército los mate, pero no es legítimo que esta organización en armas resista. Esto equivaldría a un suicidio político de la insurgencia.

[9] http://www.anarkismo.net/article/27091

[10] Hasta los uribistas más recalcitrantes defienden la necesidad de continuar los diálogos de paz, como lo expresó insistentemente Zuluaga durante su campaña presidencial. En lo que difieren es en los términos de la negociación y la amplitud que debiera tener la agenda. Ver a este respecto http://www.semana.com/opinion/articulo/uriel-ortiz-soto-es-urgente-revisar-el-proceso-de-paz/424389-3

[11] Ver, por ejemplo, un artículo de Fernando Dorado que evita toda mención al cese al fuego bilateral y que plantea la firma de una paz exprés, firmado a las carreras, por mínimo que sea, en perfecta coincidencia de fondo –aunque no necesariamente de forma- con la posición del gobierno. Curioso que al comienzo de la negociación este mismo comentarista criticaba la idea de una “paz perrata”, como la llamaba.http://prensarural.org/spip/spip.php?article16622 A una conclusión semejante llega también el representante de la socialbacanería León Valencia http://www.semana.com/opinion/articulo/leon-valencia-retrocedimos/424568-3