06-02-2016
Esta
semana iba a darse una reunión Ginebra dentro del marco de las negociaciones
indirectas entre el gobierno sirio y las facciones de la “oposición” armada
agrupadas en el rimbombante Alto Comité para las Negociaciones. No había que
ser un adivino para saber que estas negociaciones fracasarían, pero en esta
ocasión, ni siquiera comenzaron. El enviado especial de la ONU para la crisis
siria, Staffan de Mistura, decidió postergar la reunión para el 25 de Febrero.
Esa notable colección de grupos financiados con petrodólares por
fundamentalistas saudíes y por patrocinadores occidentales, algunos que ni
siquiera se molestan en ponerse la careta democrática, siendo abiertamente
islamistas, como Yeish Al Islam, siente que su aventura militar –aplaudida por
Occidente hasta que los refugiados se convirtieron en un problema- se está
hundiendo irremediablemente, dejando detrás de sí una estela de muertos,
mutilados y muchedumbres desarraigadas. La famélica “oposición” siria está
negociando para ganar tiempo pues está al borde del colapso, y está claro que
no están en condiciones de pedir la salida inmediata de Assad. El problema es
que la única decisión aceptable para Occidente, así como para las teocracias y
Turquía, es que Assad, de alguna manera y en algún momento, se tiene que ir –y
tienen en Occidente el apoyo del que carecen en Siria para seguir insistiendo
en este fin. Lo único que están dispuestos a discutir es la manera y los
tiempos de la salida de Assad. Ese es el meollo de lo que se discutirá el 25 de
Febrero.
Curiosamente, de esta reunión se ha excluido al partido kurdo, el PYD, quienes son, entre otras cosas, un actor político importantísimo en el futuro de Siria y la única fuerza que ha combatido en el terreno al Estado Islámico. Es paradójico que se boicotee su participación, cuando los medios occidentales han frecuentemente vendido la imagen de los kurdos como los “amigos” de Occidente, cuidándose muy bien de no hablar mucho de los objetivos políticos de este movimiento, y limitando su simpatía a una imagen semi-erotizada de muchachas jóvenes con fusiles. Esta visión es parte de la manera típicamente hollywoodense de entender la realidad por parte de los medios dominados ideológica y económicamente por EEUU, que ven al mundo como si se tratara de una película donde son fácilmente distinguible los buenos y malos. De la misma manera que uno puede decir que el imperialismo no tiene ni amigos ni enemigos, sino solamente intereses, los kurdos tienen su propia agenda, su propio proyecto político y están trabajando con el fin de hacerlo realidad. Ellos solitos, con muchísima simpatía de sectores populares en todo el mundo, con una cosmética simpatía de las potencias que, en realidad, buscan instrumentalizarles. En ese sentido es que se dio, en algún momento, una convergencia pasajera entre EEUU, Europa y los kurdos en función de combatir al Estado Islámico; sin embargo, los kurdos serán la primera víctima de los humores cambiantes de la política imperial de los EEUU en la tentativa de buscar una solución a la crisis siria que acomode a sus intereses estratégicos.
Desde la perspectiva de los EEUU, a los kurdos se les requiere como fuerza de choque para enfrentar al Estado Islámico, pero luego no se les toma en cuenta como un actor político autónomo y válido en encontrar una solución política a esta cruenta guerra civil. ¿Por qué? Porque EEUU necesita mantener buenas relaciones con Turquía, miembro clave para la OTAN, en un sentido geoestratégico. El gobierno islamista turco está empecinado en sacar a Assad del poder debido al carácter nacionalista-secular de éste y a sus alianzas con Hizbullah en el Líbano y con Irán, que se han convertido en un bloque contra hegemónico al proyecto de las dictaduras teocráticas del Golfo, aliados naturales del régimen de Ankara. Pero, junto con su ambición de consolidarse como un actor regional de peso, tiene un interés estratégico en suprimir al movimiento kurdo a ambos lados de la frontera turco-siria. Erdoğan se sienta sobre el Estado fundado por el secularismo autoritario de Kemal Ataturk, mientras sueña con la grandeza del califato Otomano. En cierta medida, Erdoğan se ha convertido en el personaje que ha logrado cerrar la brecha existente entre el secularismo y el islam político, entre el Estado moderno y el Califato, manteniendo contentas a todas las facciones de la elite turca.
Tanto para su proyecto hegemónico en la región, como para mantener el Estado autoritario fundado sobre la premisa modernizante de “un pueblo, una lengua, una bandera” –premisa que ha justificado tanto el genocidio de los armenios en 1915 como la actual limpieza étnica que se está viviendo en zonas de Turquía-, los kurdos representan un dolor de cabeza. Su proyecto democrático-participativo, secular, socialista, su visión confederalista, la defensa de su derecho a existir, se han convertido en piedras en el zapato para Erdoğan, así como para sus aliados teocráticos del Golfo. El movimiento kurdo en Siria persigue mayores niveles de democratización y autonomía en medio del conflicto y ha declarado que no tienen como prioridad la salida de Assad sino una nueva relación entre sociedad civil y Estado sirio. Permitir que la experiencia democrática kurda se sostenga en el norte de Siria sienta un pésimo precedente desde su punto de vista para la población de Bakur, el territorio mayoritariamente kurdo ocupado por el Estado turco, que ha recibido un enorme aliento e inspiración desde Rojava, el territorio mayoritariamente kurdo en el norte de Siria. Pero también representa una enorme inspiración para el pueblo turco que sufre de un evidente déficit democrático en su país y que en 2013 se levantó en una oleada de indignación que recorrió al país desde el Parque de Gezi. Apenas se mantuvo en el poder mediante el recurso al terror y la violencia extrema durante las pasadas elecciones. Por ello es que Erdoğan ha recurrido a hacer la vista gorda ante la colusión evidente del Estado Islámico -organización que también mantiene vínculos orgánicos con las teocracias del golfo y Arabia Saudita- con los aparatos represivos y el ejército turco, pues les son útiles para enfrentar a los kurdos y sus milicias en territorio sirio (YPG); por eso que sectores del establecimiento turco mantienen vínculos económicos con el Estado Islámico, fundamentalmente a través de la compra de petróleo; por eso es que Erdoğan muestra una ineptitud abismante para atacar al Estado Islámico, mientras muestra una determinación inigualable para combatir a los guerrilleros kurdos en territorio sirio, iraquí y turco; por eso es que Erdoğan ha tenido una actitud desafiante ante Rusia, actor que ha inclinado decisivamente la balanza en contra del Estado Islámico. No es casual que sea Rusia el país que está insistiendo en que, por una parte, el destino de Assad debe quedar en manos del pueblo sirio y no de un grupúsculo de milicias financiadas desde el exterior; pero también que los kurdos participen como un actor fundamental en cualquier escenario de negociación a la crisis.
EEUU y Occidente están en una situación ambivalente. Desean amortiguar al Estado Islámico, a la vez que mantener contentos a sus socios geoestratégicos. Por eso es que actúan de manera aparentemente contradictoria. Detestan la inestabilidad que trae para la región la presencia del Estado Islámico, pero son incapaces de enfrentarlo con decisión porque eso puede molestar a sus aliados en la región: las teocracias petroleras y Turquía, miembro de la OTAN. Por eso necesitan a los kurdos como fuerza de choque para enfrentarlos, pero nada más. Esta es la razón por la cual, esquizofrénicamente, consideran a las guerrillas kurdas en territorio turco (PKK) como terroristas, pero cuando están en territorio sirio (YPG), se convierten mágicamente en luchadores por la libertad –aun cuando compartan ideología, proyecto político, métodos, armamento, combatientes y mandos en conjunto. Sin embargo, aunque no los consideren terroristas (por ahora), tampoco pueden reconocerlos como actores políticos, mientras miran para otro lado y mientras aumentan las agresiones militares turcas en contra de los kurdos a través de la frontera y existen evidencias serias de que Turquía podría invadir con todo su poderío militar a Rojava, lo que sería una verdadera carnicería de kurdos. Todo con el beneplácito de la “comunidad internacional” encabezada por Washington y Bruselas.
Desde este punto de vista, no es casual que la "comunidad internacional" encabezada por EEUU ahora den la espalda a sus “amigos” kurdos, mientras siguen dando legitimidad política a una abigarrada coalición de Islamistas y oportunistas de última hora –la llamada oposición democrática siria- que no existiría de no ser por los petrodólares y armas de los jeques autocráticos del Golfo y del pequeño califa de Ankara. A la hora de tomar decisiones de fondo, el futuro de Siria se define en una obscura oficina en Ginebra, fuera del alcance de la voluntad del pueblo kurdo y del pueblo sirio. Los kurdos tendrán, según ellos, que entender cuál es su lugar en el tablero del Medio Oriente: ser carne de cañón en tiempos de guerra y bajar la cabeza a la hora de decidir los destinos de la región. En medio de todo esto, la ONU ha probado, una vez más, su incapacidad de resolver nada, quedando al arbitrio del que grita más fuerte y perpetuando las crisis en lugar de aportar a su superación. ¿Qué podemos esperar de las negociaciones de Ginebra cuando se reanuden? Nada, como de costumbre.
Curiosamente, de esta reunión se ha excluido al partido kurdo, el PYD, quienes son, entre otras cosas, un actor político importantísimo en el futuro de Siria y la única fuerza que ha combatido en el terreno al Estado Islámico. Es paradójico que se boicotee su participación, cuando los medios occidentales han frecuentemente vendido la imagen de los kurdos como los “amigos” de Occidente, cuidándose muy bien de no hablar mucho de los objetivos políticos de este movimiento, y limitando su simpatía a una imagen semi-erotizada de muchachas jóvenes con fusiles. Esta visión es parte de la manera típicamente hollywoodense de entender la realidad por parte de los medios dominados ideológica y económicamente por EEUU, que ven al mundo como si se tratara de una película donde son fácilmente distinguible los buenos y malos. De la misma manera que uno puede decir que el imperialismo no tiene ni amigos ni enemigos, sino solamente intereses, los kurdos tienen su propia agenda, su propio proyecto político y están trabajando con el fin de hacerlo realidad. Ellos solitos, con muchísima simpatía de sectores populares en todo el mundo, con una cosmética simpatía de las potencias que, en realidad, buscan instrumentalizarles. En ese sentido es que se dio, en algún momento, una convergencia pasajera entre EEUU, Europa y los kurdos en función de combatir al Estado Islámico; sin embargo, los kurdos serán la primera víctima de los humores cambiantes de la política imperial de los EEUU en la tentativa de buscar una solución a la crisis siria que acomode a sus intereses estratégicos.
Desde la perspectiva de los EEUU, a los kurdos se les requiere como fuerza de choque para enfrentar al Estado Islámico, pero luego no se les toma en cuenta como un actor político autónomo y válido en encontrar una solución política a esta cruenta guerra civil. ¿Por qué? Porque EEUU necesita mantener buenas relaciones con Turquía, miembro clave para la OTAN, en un sentido geoestratégico. El gobierno islamista turco está empecinado en sacar a Assad del poder debido al carácter nacionalista-secular de éste y a sus alianzas con Hizbullah en el Líbano y con Irán, que se han convertido en un bloque contra hegemónico al proyecto de las dictaduras teocráticas del Golfo, aliados naturales del régimen de Ankara. Pero, junto con su ambición de consolidarse como un actor regional de peso, tiene un interés estratégico en suprimir al movimiento kurdo a ambos lados de la frontera turco-siria. Erdoğan se sienta sobre el Estado fundado por el secularismo autoritario de Kemal Ataturk, mientras sueña con la grandeza del califato Otomano. En cierta medida, Erdoğan se ha convertido en el personaje que ha logrado cerrar la brecha existente entre el secularismo y el islam político, entre el Estado moderno y el Califato, manteniendo contentas a todas las facciones de la elite turca.
Tanto para su proyecto hegemónico en la región, como para mantener el Estado autoritario fundado sobre la premisa modernizante de “un pueblo, una lengua, una bandera” –premisa que ha justificado tanto el genocidio de los armenios en 1915 como la actual limpieza étnica que se está viviendo en zonas de Turquía-, los kurdos representan un dolor de cabeza. Su proyecto democrático-participativo, secular, socialista, su visión confederalista, la defensa de su derecho a existir, se han convertido en piedras en el zapato para Erdoğan, así como para sus aliados teocráticos del Golfo. El movimiento kurdo en Siria persigue mayores niveles de democratización y autonomía en medio del conflicto y ha declarado que no tienen como prioridad la salida de Assad sino una nueva relación entre sociedad civil y Estado sirio. Permitir que la experiencia democrática kurda se sostenga en el norte de Siria sienta un pésimo precedente desde su punto de vista para la población de Bakur, el territorio mayoritariamente kurdo ocupado por el Estado turco, que ha recibido un enorme aliento e inspiración desde Rojava, el territorio mayoritariamente kurdo en el norte de Siria. Pero también representa una enorme inspiración para el pueblo turco que sufre de un evidente déficit democrático en su país y que en 2013 se levantó en una oleada de indignación que recorrió al país desde el Parque de Gezi. Apenas se mantuvo en el poder mediante el recurso al terror y la violencia extrema durante las pasadas elecciones. Por ello es que Erdoğan ha recurrido a hacer la vista gorda ante la colusión evidente del Estado Islámico -organización que también mantiene vínculos orgánicos con las teocracias del golfo y Arabia Saudita- con los aparatos represivos y el ejército turco, pues les son útiles para enfrentar a los kurdos y sus milicias en territorio sirio (YPG); por eso que sectores del establecimiento turco mantienen vínculos económicos con el Estado Islámico, fundamentalmente a través de la compra de petróleo; por eso es que Erdoğan muestra una ineptitud abismante para atacar al Estado Islámico, mientras muestra una determinación inigualable para combatir a los guerrilleros kurdos en territorio sirio, iraquí y turco; por eso es que Erdoğan ha tenido una actitud desafiante ante Rusia, actor que ha inclinado decisivamente la balanza en contra del Estado Islámico. No es casual que sea Rusia el país que está insistiendo en que, por una parte, el destino de Assad debe quedar en manos del pueblo sirio y no de un grupúsculo de milicias financiadas desde el exterior; pero también que los kurdos participen como un actor fundamental en cualquier escenario de negociación a la crisis.
EEUU y Occidente están en una situación ambivalente. Desean amortiguar al Estado Islámico, a la vez que mantener contentos a sus socios geoestratégicos. Por eso es que actúan de manera aparentemente contradictoria. Detestan la inestabilidad que trae para la región la presencia del Estado Islámico, pero son incapaces de enfrentarlo con decisión porque eso puede molestar a sus aliados en la región: las teocracias petroleras y Turquía, miembro de la OTAN. Por eso necesitan a los kurdos como fuerza de choque para enfrentarlos, pero nada más. Esta es la razón por la cual, esquizofrénicamente, consideran a las guerrillas kurdas en territorio turco (PKK) como terroristas, pero cuando están en territorio sirio (YPG), se convierten mágicamente en luchadores por la libertad –aun cuando compartan ideología, proyecto político, métodos, armamento, combatientes y mandos en conjunto. Sin embargo, aunque no los consideren terroristas (por ahora), tampoco pueden reconocerlos como actores políticos, mientras miran para otro lado y mientras aumentan las agresiones militares turcas en contra de los kurdos a través de la frontera y existen evidencias serias de que Turquía podría invadir con todo su poderío militar a Rojava, lo que sería una verdadera carnicería de kurdos. Todo con el beneplácito de la “comunidad internacional” encabezada por Washington y Bruselas.
Desde este punto de vista, no es casual que la "comunidad internacional" encabezada por EEUU ahora den la espalda a sus “amigos” kurdos, mientras siguen dando legitimidad política a una abigarrada coalición de Islamistas y oportunistas de última hora –la llamada oposición democrática siria- que no existiría de no ser por los petrodólares y armas de los jeques autocráticos del Golfo y del pequeño califa de Ankara. A la hora de tomar decisiones de fondo, el futuro de Siria se define en una obscura oficina en Ginebra, fuera del alcance de la voluntad del pueblo kurdo y del pueblo sirio. Los kurdos tendrán, según ellos, que entender cuál es su lugar en el tablero del Medio Oriente: ser carne de cañón en tiempos de guerra y bajar la cabeza a la hora de decidir los destinos de la región. En medio de todo esto, la ONU ha probado, una vez más, su incapacidad de resolver nada, quedando al arbitrio del que grita más fuerte y perpetuando las crisis en lugar de aportar a su superación. ¿Qué podemos esperar de las negociaciones de Ginebra cuando se reanuden? Nada, como de costumbre.
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