70.º aniversario de los juicios de Núremberg
Marcel Bois
Jueves 18 de febrero de 2016
Hace pocos meses fue el septuagésimo aniversario de
los juicios de Núremberg, en los que oficialmente los Aliados llevaron a los
altos oficiales del nazismo ante los tribunales. Para cuando los juicios de
Nuremberg comenzaron, el 20 de noviembre de 1945, Adolf Hitler, Joseph Goebbels
y Heinrich Himmler hacía tiempo que habían muerto. En su lugar se sentaron
algunos de los nazis más relevantes que habían sobrevivido a la guerra:
políticos, generales y directivos de empresas.
En solo doce años el régimen que representaban
había iniciado la Segunda Guerra Mundial, un conflicto de seis años de
increíbles proporciones destructivas. Habían promovido la tortura y el
asesinato de miles de opositores políticos, homosexuales y personas
discapacitadas, así como el genocidio de más de seis millones de judíos
europeos. Apenas unos meses después del fin de la guerra, algunos de los
personajes más crueles del régimen, como Hermann Göring, Rudolf Hess, Alfred
Rosenberg y Albert Speer, fueron llevados a juicio en las salas del Palacio de
Justicia de Nuremberg.
El primero, de lo que finalmente fueron 13
diferentes juicios de Nuremberg, duró 218 días. Un total de 240 testigos fueron
llamados a declarar, y se recogieron 300.000 testimonios. Los minutos de los juicios
llenaron más de 16.000 páginas. A su fin, 12 acusados fueron sentenciados a
muerte, así como otros muchos recibían largas penas de prisión. El juicio
significó el primer paso en la resolución de las hostilidades entre Alemania y
los aliados, y allanó el camino para la reintegración de Alemania en el orden
mundial de postguerra.
Más allá del proceso judicial oficial, muchas
cuestiones históricas importantes quedan sin resolver: discusiones sobre la
naturaleza humana, el rol de la izquierda y sobre si los movimientos
progresistas pueden derrotar el racismo y otras opresiones luchando juntos. La
cuestión principal sin duda, es cómo algo tan terrible pudo ocurrir. ¿Cómo fue
posible que el crimen más horrendo en la historia de la humanidad pudiera ocurrir
en Alemania, la “tierra de los poetas y los pensadores”?
Algunos historiadores explican el éxito de los
nazis basándose en un supuesto antisemitismo de profundas raíces en la cultura
alemana. Según esta narrativa, los alemanes, ya antisemitas, simplemente
esperaban un Hitler que los guiara. Otras lecturas más matizadas del tema
argumentan que los nazis simplemente compraron a la población con incentivos
materiales para que apoyara sus propósitos antisemitas.
El renombrado historiador Götz Aly, por ejemplo,
describe el régimen nazi como una “dictadura acomodaticia”, ya que “aunque
el antisemitismo era una precondición necesaria para el ataque nazi a los
judíos europeos, no era suficiente. Los intereses materiales de millones de
individuos tuvieron que juntarse a la ideología antisemita antes de que el gran
crimen que ahora conocemos como Holocausto tuviera lugar en su impulso genocida”.
Desde luego, muchos alemanes (incluyendo a alemanes
de clase trabajadora) apoyaron el régimen nazi en un determinado momento, y la
política económica nazi proporcionó incentivos suficientes para que muchos
toleraran el régimen. Sin embargo, esta lectura histórica simplifica la
compleja variedad de condiciones sociales y fuerzas existentes en la Alemania
de Weimar y no tiene en cuenta que no todos los alemanes disfrutaron de
beneficios materiales durante el régimen nazi y que no todos los alemanes eran
simpatizantes del nazismo. De hecho, amplias capas de la población se oponían
fuertemente al fascismo.
El ascenso de Hitler al poder no fue de ninguna
manera inevitable sino fruto de condiciones históricas concretas así como de
acciones (e inacciones) de diferentes fuerzas sociales. Mientras mucha
historiografía convencional dibuja el nazismo como una especie de proyecto
colectivo alemán, lo que ejemplifica el ascenso al poder de Hitler son las
consecuencias reales que una estrategia socialista puede tener en una sociedad
destruida por la recesión económica y la polarización política.
El nazismo fue solo uno de los resultados posibles
de la crisis de la República de Weimar, pero su eventual éxito no lo hacía
retroactivamente inevitable. Además, interpretar el fascismo de esta manera
entorpece la interpretación de un periodo de la historia muy instructivo para
la izquierda.
El impacto de la Crisis del 29
Sólo unos años antes de la toma del poder por
Hitler en 1933, su Partido Nacional Socialista de los Trabajadores (NSDAP) era
completamente irrelevante. Pero tras el crash de las bolsas en 1929 el
voto conseguido pasó de 800.000 en 1928 a más de 6 millones en 1930 y el 37%
del voto en 1932, convirtiéndose en el partido más importante en el parlamento.
El trasfondo de este rápido crecimiento era por
supuesto la crisis económica en curso, que estaba carcomiendo los mismos
fundamentos del capitalismo global. El desplome de la inversión causado por el crash
del 29 llevó al descenso de la producción industrial en un 29%. La industria
alemana fue especialmente golpeada, puesto que estaba financiada
fundamentalmente por capital extranjero (principalmente préstamos
norteamericanos), lo que la hizo colapsar tan pronto como los prestamistas
retiraron el crédito.
Al mismo tiempo que empresas grandes y pequeñas se
declaraban en bancarrota, amplias capas de las clases medias entraban en la
pobreza. Los campesinos también sufrieron, ya que los precios de los alimentos
cayeron y los trabajadores en general vieron recortados sus salarios hasta en
un 30%. Hacia 1933 el desempleo había pasado de 1.300.000 en 1929 a 6.000.000.
Solo una tercera parte de los trabajadores estaba empleada a tiempo completo.
Tras la caída del último gobierno democráticamente
elegido de la República de Weimar, en marzo de 1930, el presidente Hindenburg
nombró un gabinete presidencial sin respaldo parlamentario, en el que los
decretos de emergencia fueron la norma. El canciller de Hindenburg, Heinrich
Brüning y su sucesor Franz von Papen lanzaron una ofensiva austeritaria,
recortando la protección por desempleo, el gasto social y las pensiones, al
tiempo que subían los impuestos en los bienes de consumo y los alimentos. Como
resultado de esto, la pobreza se convirtió en la tónica dominante de la vida en
las ciudades.
El impulso austericida del Estado sirvió a los
intereses de la clase empresarial alemana. Algunas semanas después del crash
de Wall Street, la Liga Alemana de la Industria llamó a adaptar el Estado del
Bienestar a los “límites de la sostenibilidad económica”, condenando “el abuso
injustificado e inmoral” de los beneficios del sistema de protección social.
A ojos de los empresarios alemanes, la crisis
económica había sido causada por un sistema del bienestar hipertrófico, altos
salarios, reducción de las horas trabajadas, y por ello respondieron
rescindiendo contratos, bajando salarios y aboliendo la jornada de ocho horas.
El Estado alemán respaldó estas medidas en 1932 aboliendo la negociación
colectiva y el derecho a huelga.
La austeridad se diseñó para liberar a los
empresarios alemanes de los altos costes laborales, bajando de esta manera los
precios de los productos alemanes en el mercado mundial, estimulando así la
economía nacional. Sin embargo, sus promesas de recuperación nunca se
cumplieron y la pobreza continuó creciendo, ya que todas las economías
industriales tomaron similares medidas encaminadas a potenciar las
exportaciones.
Polarización
La crisis fue devastadora para los desempleados y
las clases medias, que fueron los dos grupos sociales entre los que los nazis
encontraron mayor apoyo.
A los artesanos, pequeños empresarios, funcionarios
y propietarios de pequeños negocios, la crisis les sometió a presiones desde
dos ámbitos. El sociólogo alemán Arno Klönne los describe como “la sensación
de amenaza por parte de la creciente concentración de capital industrial y
financiero, por una parte, y las demandas de una muy bien organizada clase
trabajadora industrial, por otra”. La demagogia nacionalsocialista,
dirigida tanto contra el capital financiero como contra el movimiento sindical,
tuvo un probado atractivo para las clases medias.
La situación de los desempleados era claramente
mucho peor aún que la de las clases medias. Tan pronto como el sistema de
seguridad social se fue a pique, el creciente desempleo en la Alemania de
Weimar convirtió la vida en una lucha por la supervivencia, y anuló las
esperanzas de encontrar un trabajo a corto plazo.
En este contexto, las SA y otros grupos terroristas
bajo dominio nazi atrajeron rápidamente a millares de alemanes sin trabajo, que
encontraron en el nazismo un recién descubierto sentido de pertenencia,
camaradería y poder. El racismo y el antisemitismo implícitos en la ideología
nazi les proporcionaban a muchos miembros un sentimiento de superioridad sobre
los judíos, extranjeros y homosexuales, a los que eran supuestamente
superiores.
Otro aspecto importante para entender el éxito del
Partido Nacional Socialista es la imagen que proyectaba sobre sí mismo como
alternativa radical a la república. Según Klönne “la desesperación y la
impaciencia golpeaban a los jóvenes y a los parados de larga duración; no era
posible dirigirse a ellos con perspectivas a largo plazo, querían trabajo y pan
y lo querían ya”. El NSDAP prometía “medidas inmediatas para remediar su
desesperada situación”.
Al manipular su imagen y apelando a los grupos
sociales más vulnerables, el partido de Hitler consiguió convertirse en un
verdadero movimiento de masas en unos pocos años; solo las SA tenían ya en 1932
unos 400.000 miembros.
El crecimiento de la derecha radical es solo un
parte de la historia. No debemos ver los últimos años de la República de Weimar
como todo un desplazamiento nacional hacia la derecha, sino como un momento de
polarización política, del que se beneficiaron tanto la derecha como la
izquierda.
De este modo, el Partido Comunista Alemán (KPD)
aumentó el voto en 1,3 millones en las primeras elecciones tras el crash
de los mercados del 29 y el número de militantes se duplicó hasta el cuarto de
millón entre 1928 y 1932. Los comunistas se esforzaron en tener visibilidad en
las calles, organizando manifestaciones e involucrándose en enfrentamientos
violentos con los nazis.
La fuerza del movimiento obrero alemán, sin duda el
más grande y potente del mundo en su momento, se evidenció hasta en las últimas
elecciones libres de noviembre de 1932, en las que tan solo unos meses antes
del ascenso de Hitler el KPD y el SPD juntos consiguieron más votos que los
nazis. Dadas su fuerza numérica y su política antifascista, la confrontación
entre los nazis y los partidos de los trabajadores parecía inevitable.
20 DE MAYO 1928
|
14 DE SEPTIEMBRE 1930
|
31 DE JULIO DE 1932
|
6 DE NOVIEMBRE DE 1932
|
|
NSDAP
|
2.8%
|
18.3%
|
37.3%
|
33.1%
|
SPD
|
29.8%
|
24.5%
|
21.6%
|
20.4%
|
KPD
|
10.6%
|
13.1%
|
14.3%
|
16.9%
|
Resultados de elecciones parlamentarias, 1928-1932
Dirigiéndose a los militantes del KPD a través de
las páginas de Militante en 1931, León Trotsky resume la situación
política alemana de esta manera: “Si se coloca una bola en la parte superior
de una pirámide, el más mínimo impacto puede hacer que ruede hacia la izquierda
o hacia la derecha. Esa es la situación en la que se encuentra Alemania hoy en
día. Hay fuerzas que quisieran que la bola ruede hacia la derecha, rompiendo
así la columna vertebral de la clase trabajadora. Hay fuerzas que quisieran que
la bola se mantuviera en la cima. Eso es una utopía. La bola no puede
permanecer en la cima de la pirámide. Los comunistas quieren que la bola ruede
hacia abajo, hacia la izquierda y destroce los pilares del capitalismo”.
La derrota final del movimiento obrero
Los empresarios alemanes también entendieron que la
polarización no podía crecer sin límites, y estaban preocupados por la
posibilidad de la llegada al poder del movimiento obrero. Los nazis entendieron
bien cómo capitalizar este miedo, prometiendo que los intereses empresariales
se impondrían de cualquier modo. Durante un acto de recaudación de fondos
dirigido a grandes industriales, el líder de las SS Rudolf Hess mostró fotos en
las que aparecían manifestantes revolucionarios a un lado y divisiones de las
SA y las SS uniformadas al otro:
Señores, aquí tienen ustedes a las fuerzas de la
destrucción, amenazas peligrosas para su tesorería, sus fábricas, sus
posesiones. En el otro lado, las fuerzas del orden en formación, con la firme
voluntad de erradicar el espíritu de revuelta. Todo el que pueda debe colaborar
con lo que tenga, para en última instancia no perder todo lo que tiene.
El exoficial nazi Albert Krebs describe la escena
en sus memorias: “No todos los capitalistas eran entusiastas seguidores de
los nazis, pero su escepticismo era relativo y terminó en cuanto quedó claro
que Hitler era la única persona capaz de acabar con el movimiento obrero”.
Aterrorizado ante la perspectiva de nuevas conquistas por parte del movimiento
obrero, el apoyo del capital a Hitler creció rápidamente.
Trotsky describió de manera muy viva estas
dinámicas: “A la alta burguesía le gusta el fascismo tanto como a alguien
con dolor de muelas, que se las extraigan” —es decir, es repugnante, pero
necesario—. Hitler cumplió su promesa con el capital. Tras ser declarado
canciller en enero de 1933, ilegalizó los partidos obreros y los sindicatos en
unos pocos meses. Miles de socialdemócratas, comunistas y sindicalistas fueron
arrestados y asesinados.
El apoyo del capital fue sin duda decisivo para el
ascenso de Hitler, pero la victoria nazi no era aún inevitable. Una serie de
grandes errores estratégicos de la izquierda alemana jugaron un rol fundamental
en su ruina colectiva.
Socialdemocracia
El Partido Social Demócrata (SPD) entendió el tipo
de amenaza que el NSDAP significaba, aunque no fue capaz de construir el arma
necesaria para frenarla. En un intento desesperado por bloquear la toma del
poder de los nazis mediante argucias legales y salvar así la democracia de
Weimar, el SPD siguió la estrategia del apoyo al “mal menor” —el gobierno
autoritario de derecha en funciones—, como bastión contra Hitler (que sin duda
sería más autoritario aún).
Esta estrategia implicó el apoyo a la candidatura
del hiperconservador Hindenburg en las elecciones presidenciales de 1932 y la
tolerancia hacia los gabinetes conservadores de Brüning y von Papen, así como
hacia la subida de impuestos y los recortes sociales que sus gobiernos llevaron
a cabo. La estrategia iba en contra del programa político del partido, así como
de los intereses materiales de sus simpatizantes.
La gran debilidad de esta estrategia se hizo
patente el 20 de julio de 1932 cuando el canciller von Papen disolvió el
gobierno del SPD en Prusia, el Estado más grande de la república. El SPD ya
había organizado desde un año antes a milicias de trabajadores en previsión de
tal movimiento, el llamado Frente de Acero. Pero cuando se enfrentaron a
la situación real, el partido abandonó la resistencia llamando a la calma.
Mientras tanto, la Federación Alemana de Sindicatos
(ADGB) tomó un camino similar. Muchos sindicalistas eran también militantes del
SPD y apoyaban la estrategia del mal menor, tolerando el gobierno de Hindenburg
con la idea de frenar así a los nazis con medios constitucionales. Por eso se
abstuvieron de convocar una huelga general en Prusia en 1932.
El, más tarde, ministro de propaganda nazi Joseph
Goebbels fue consciente desde el primer momento de las implicaciones de lo
ocurrido aquel 20 de julio. Como se recoge de lo escrito en su diario unos días
más tarde: “Los rojos han sido vencidos. Sus organizaciones no opusieron
ninguna resistencia. Los rojos han perdido su momento y no va a haber otro”.
Finalmente, Goebbels tendría razón. Como
consecuencia del desastre en Prusia, medio millón de votantes rechazaron al SPD
en las elecciones de dos semanas más tarde. La falta de respuesta de julio de
1932 se repitió seis meses más tarde cuando los nazis tomaron el poder y
destrozaron el movimiento obrero.
El KPD
Los comunistas eran la única organización de clase
trabajadora que organizó resistencia extraparlamentaria a los nazis al mismo
tiempo que se oponían a los embates austeritarios del gobierno, pero también
fracasaron. Su fracaso se debió a su incapacidad para caracterizar de manera
clara el fascismo y las amenazas que planteaba.
El Comité Central abusó del uso de la expresión
“fascismo” hasta vaciarla de sentido. Para ellos el Estado alemán se había
convertido en fascista en 1930, con la llegada del gobierno de Hindenburg. De
hecho, la dirección del KPD consideraba a todos los otros partidos en el
parlamento variantes del fascismo, diciéndoles a sus militantes que “luchar
contra el fascismo significa combatir al SPD tanto como a Hitler y a los
partidos de Brüning”.
El KPD tomó la línea política de Moscú, basándose
en la teoría del “socialfascismo” de que el fascismo y la socialdemocracia no
eran opuestos, sino “hermanos gemelos”, como dijo una vez Stalin. En el contexto
de una profunda crisis del capitalismo era la socialdemocracia, que retraía a
los trabajadores de la lucha contra el capital, el principal enemigo.
Según esta línea, la dirección rechazó toda
colaboración con el SPD, incluso cuando llegó el momento de luchar contra los
nazis. “Los socialfascistas saben que no existe posibilidad alguna de
colaboración con ellos por nuestra parte. En relación al partido de los
Panzerkreuzer, los social-policías, y todos los que allanan el camino al
fascismo, para nosotros solo cabe la lucha hasta la muerte”.
Muchos comunistas respaldaban este tipo de lemas
rimbombantes, en una época en la que gran parte de la militancia del KPD estaba
sin trabajo. Como organización en los centros de trabajo, prácticamente había
desaparecido. En 1932, solo el 11% de los militantes del KPD tenían trabajo.
De este modo, muchos comunistas ya no trataban a
socialdemócratas como compañeros en los centros de trabajo, sino únicamente
como partidarios de las estrategias del mal menor y de sucesos como el mayo
sangriento, el 1 de mayo de 1929, cuando un comando policial bajo el mando del
socialdemócrata Karl Friedrich Zörgiebel disolvió violentamente una
manifestación del KPD.
Por su parte, la dirección del SPD se negó
repetidamente a colaborar con los comunistas. El SPD de la época hervía de
fervor anticomunista y, a menudo, equiparaba el comunismo con el nazismo. El
líder del partido Otto Wels dijo en el congreso del partido en 1931 en Leipzig
que “el bolchevismo y el fascismo son hermanos. Ambos se basan en la
violencia y la dictadura, sin importar cuán socialistas o radicales puedan
parecer”.
En lugar de ofrecer a las mayorías sociales una
alternativa política, la política del KPD de dirigir la mayor parte de su ira
contra el SPD le condujo por momentos a los brazos de la derecha, al menos en
algunas ocasiones. El ejemplo más notable de esto se dio en 1931, cuando el KPD
apoyó un referéndum contra el gobierno prusiano del SPD, que había sido
promovido por los nazis y otras fuerzas nacionalistas.
El frente único
Esta política de efectos desastrosos fue
fuertemente criticada por miembros de la oposición comunista, como Leon Trotsky
o August Thalheimer. Thalheimer había sido uno de los fundadores del alemán KPO
(Partido Comunista de Alemania-Oposición), que había roto con el KPD en 1929.
Trotsky, uno de los líderes más célebres de la Revolución Rusa y destacado
disidente comunista, guiaba a sus seguidores desde el exilio en la isla turca
de Büyükada. Ambos prestaron especial atención al discurrir de las cosas en
Alemania.
El partido de Thalheimer argumentaba que la única
forma de frenar el auge del fascismo era a través de “una ofensiva general
planificada” por parte de la clase trabajadora. La necesaria herramienta
organizativa para esta ofensiva era el frente único. Trotsky estuvo de acuerdo
argumentando que ambos partidos estaban igualmente amenazados por el nazismo y
por tanto debían luchar juntos.
Este frente único requería el abandono de la
teoría del socialfascismo. Pero puesto que el KPD se oponía a ello, se
garantizaba el fracaso en el intento de conectar con los simpatizantes del SPD:
“este tipo de posición —la política de chillón y vacío izquierdismo— impide
que avancen los lazos entre el Partido Comunista y los trabajadores
socialdemócratas”.
El llamamiento al frente único no debía
dirigirse exclusivamente a los militantes de partido sino que necesariamente
implicaba también la negociación entre direcciones. Un puro “frente único desde
abajo” no tendría éxito, ya que la mayor parte de los militantes de partido
querían luchar contra el fascismo, pero lo querían hacer junto con sus
direcciones. Los comunistas no podían aspirar a juntarse solo con trabajadores
socialdemócratas dispuestos a romper con sus líderes.
La importancia de organizar la unidad de acción más
grande posible en el seno de la clase obrera hizo que se descuidaran otras
preocupaciones. Pero esto no significa que los comunistas se moderaran en sus
exigencias políticas.
Al contrario, fue en el contexto de la unidad de
acción de la clase trabajadora en el que los comunistas pudieron demostrar sus
credenciales como antifascistas: “Debemos apoyar la acción social
democrática de los trabajadores, en esta coyuntura nueva y excepcional, para
probar el valor de sus organizaciones y sus líderes, cuando es cuestión de vida
o muerte para la clase trabajadora”.
Para garantizar esto, el frente único debía
basarse en acción política, no en colaboración parlamentaria, y podía
construirse únicamente en torno a un punto común, la lucha contra el fascismo.
Era de especial importancia que los comunistas mantuvieran su independencia
política y organizativa dentro del frente. El eslogan de Trotsky resume muy
bien este enfoque: “Marchad por separado, pero haced la huelga juntos.
Acordad solamente cómo hacer la huelga, a quién hacérsela y cuando hacerla. Con
una premisa, no atarse las manos”.
Los llamamientos de Trotsky y Thalheimer a un
frente único fueron bien recibidos tanto por los trabajadores como por los
intelectuales, puesto que el deseo de unidad frente al creciente nazismo estaba
ya muy extendido. Este deseo se puede ver claramente en el manifiesto “Llamamiento
urgente a la unidad”, publicado por treinta y tres renombrados
intelectuales, entre ellos Albert Einstein, ante las elecciones de 1932, en el
que se hace un llamamiento al KPD y al SPD a “dar un paso hacia la construcción
de un frente único obrero, necesario no solamente en lo parlamentario, sino
también para la defensa”.
En las pequeñas ciudades de Bruchsal y Oranienburg,
donde los seguidores alemanes de Trotsky tenían influencia política, se
consiguió construir comités antifascistas que incluían a socialdemócratas y
comunistas. En muchos otros lugares sin presencia de troskistas, los activistas
locales tanto comunistas como socialdemócratas empezaron a colaborar ignorando
los dictados de sus respectivas direcciones, como recientes investigaciones de
archivo han demostrado.
Joachim Petzhold, por ejemplo, ha examinado
informes del Ministerio del Interior del verano de 1932 en los que se señala
que “muchos comunistas querían unirse a los socialdemócratas para luchar
contra el fascismo”. En este sentido, están claras las discrepancias entre
la dirección de partido y su militancia.
Estas discrepancias se observan también en un
informe policial de junio de 1932, en el que se dice que “durante choques
sangrientos con los nacionalsocialistas… un frente único se despliega
habitualmente a pesar de las diferencias entre los dos partidos marxistas, y a
menudo son los comunistas los más rápidos y experimentados en esta tarea”.
Otro fragmento del mismo informe resalta que “actividad
de frente único se da a lo largo y ancho de todo el Reich. Delegados sindicales
del SPD colaboran con sus colegas rojos, miembros del Reichsbanner (una milicia
de trabajadores del SPD) se presentan como delegados de sus compañeros en las
reuniones de los comunistas; miembros del Frente de Acero en Duisburg discuten
tácticas de frente único en la sede del KPD”.
Cortejos fúnebres únicos en funerales y entierros
son frecuentes en todas partes, así como las manifestaciones interpartidos en
respuesta a las marchas nacionalsocialistas. Los socialdemócratas se dejan ver
en muchos actos antifascistas organizados por el KPD; el sindicato de
funcionarios declara que la mano tendida de la fraternidad por parte del KPD no
se retirará.
Ciertos movimientos hacia la unidad de la clase
trabajadora también se dieron en el sur de Alemania. En julio de 1932, por
ejemplo, el líder local del SPD Reinbold ofreció una tregua a los comunistas: “Dejar
a un lado lo que nos divide es una necesidad total dada la gravedad del momento
en el que estamos”. Las direcciones locales del KPD en las ciudades de
Ebingen y Tübingen hicieron por esa época ofertas de este mismo tipo al SPD y a
los sindicatos.
En diciembre de 1931 se dieron casos aislados de
listas electorales conjuntas del SPD y el KPD en el estado de Wüttemberg. El
ejemplo más marcado de unidad en la práctica tuvo lugar en la pequeña ciudad de
Unterreichenbach, donde el KPD se disolvió y se unió al SPD local para fundar
un partido unido de trabajadores.
Unidos por la derrota
A pesar de ciertas dinámicas locales
esperanzadoras, el KPD ya estaba plenamente estalinizado. Todas las corrientes
opositoras hacía tiempo que habían sido expulsadas, lo que significaba que los
leales al Comintern controlaban el partido y marcaban la línea, incluso en
ocasiones en contra de la militancia si era necesario. La línea de Moscú era
afirmarse en la teoría del socialfascismo hasta el final.
Cuando el presidente Hindenburg nombró a Hitler
canciller el 30 de junio, millones de trabajadores alemanes estaban preparados
para luchar. Las protestas estallaron por todo el país mientras que los
industriales se reunían en Berlín para coordinar una respuesta a la llamada del
SPD a la lucha conjunta.
Lamentablemente, los líderes sindicales llamaron de
nuevo a la moderación. El vicepresidente del ADGB declaró: “Queremos
reservarnos la huelga general como medida de último recurso”. El líder
Theodor Leipart añadió: “Queremos hacer hincapié en que no estamos en contra
de este gobierno. Sin embargo, eso no puede y no nos impedirá representar
también los intereses de la clase obrera frente a este gobierno. ʻOrganización,
no manifestaciónʼ es nuestro lema”.
Solamente el KPD llamó a la huelga general,
instando a todas las organizaciones de la clase obrera a construir un frente
único “contra el fascismo dictatorial de Hitler-Hugenberg-Papen”.
Desafortunadamente, este tipo de coaliciones solo se llevaron a la práctica en
algunas pequeñas ciudades como Lübeck. En general, el KPD fue incapaz de tener
influencia sustancial en el movimiento obrero organizado. Sus años de
aislacionismo político les habían llevado demasiado lejos.
Tras enero ya fue demasiado tarde: Hitler y los
nazis ya habían vencido al movimiento obrero más fuerte en el mundo de
entonces. El KPD, el SPD y los sindicatos habían sido diezmados y proscritos.
Sus miembros se volvieron a ver, a menudo por última vez, en los campos de
concentración levantados por el nuevo régimen.
Aunque los juicios de Nuremberg llevaran a algunos
de los criminales nazis más famosos ante la justicia, también redujeron el
horror del fascismo a acciones individuales de unas cuantas personas
particularmente crueles, al mismo tiempo que integraban ese horror en una
narrativa de culpa nacional. En dicha narrativa, nadie y al mismo tiempo todo
el mundo es culpable. Nadie, en el sentido de que la culpa se asigna a los
altos oficiales y sus lacayos, y, al mismo tiempo, todo el mundo porque el
fascismo necesita de una base de apoyo colectivo masivo, marcando de esta
manera a todos aquellos que vivieron bajo el régimen como posibles
colaboradores.
En lugar de doblegarnos ante este análisis de doble
cara, deberíamos reclamar una visión de la historia que reconozca el carácter
conflictivo y contradictorio del cambio social. El fascismo nunca es
inevitable, sino que es más bien la consecuencia del enfrentamiento entre
fuerzas sociales que se oponen radicalmente. Allí donde haya fascistas, habrá
socialistas y otras fuerzas de izquierda para combatirlos. Este fue el caso de
la Alemania de 1933, cuando perdió la izquierda y la barbarie nazi ganó, y
sigue siendo así en la Europa de hoy, que vive una renovada crisis económica y
una gran polarización política.
* Marcel Bois es historiador y autor de un
reciente estudio sobre la oposición comunista en la República de Weimar,
titulado Kommunisten gegen Hitler und Stalin.
Traducción: Santiago Morán
Traducción del artículo publicado en inglés en la
revista Jacobin. Disponible en: https://www.jacobinmag.com/2015/11/nuremberg-trials-hitler-goebbels-himmler-german-communist-socialdemocrats/
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