7-02-2016
Una vez más se ha puesto en debate el tema
generacional. Algunos entusiastas, deslumbrados por la imagen chispeante de
Verónica Mendoza, la candidata presidencial del denominado “Frente Amplio”, han
vuelto a proclamar el surgimiento de una “nueva y moderna Izquierda”,
distinta -y distante- de esa “vieja izquierda” que ellos consideran “fracasada
y obsoleta”.
En el abordamiento de esta cuestión en alguna
circunstancia me permití recordar un comentario de Mariátegui referido a la
célebre frase de Manuel González Prada –“Los jóvenes a la obra, los viejos a
la tumba”- En su momento, hice la cita de memoria, de manera que no fue
exacta. Felizmente, y con paciencia, encontré la referencia puntual que me
parece oportuno evocar.
Fue Armando Bazán, en su ensayo biográfico titulado
“Mariátegui y su tiempo”, editado por la Biblioteca Amauta en
1970, en la página 81 quien atribuyó a José Carlos el comentario preciso: “Los
viejos a la tumba; los jóvenes a la obra… Está muy bien. Pero ¿de qué viejos y
de qué jóvenes se trata? Porque yo he visto marchar a los jóvenes fascistas
romanos al compás de la Gionavenza el himno oficial del fascismo italiano. Hay
muchos jóvenes que llevan los signos de la decrepitud en la frente. Y el viejo
Jean Jaurés era el espíritu más joven de Francia…”
Era ese un modo muy gráfico de señalar que para él,
la línea que divide a las sociedades, no es horizontal, sino más bien vertical.
No corta el pastel de la vida por la mitad proclamando “jóvenes” a los menores
de 40 años y “viejos” a quienes se sitúan por encima de esa cifra. Admite más
bien que hay jóvenes prematuramente envejecidos –podríamos decir como aquellos
que hoy miran con deleite a Keiko Fujimori o a García- y viejos que simbolizan,
con palabras y acciones, el mensaje de la juventud del mundo.
Y es que es así. En sociedades como la nuestra,
lamentablemente la frivolidad y el consumismo devoran ciertas conciencias
juveniles. Y hay muchachos y chicas que podrían luchar por afirmar altos
ideales, pero se dejan ganar por prédicas insubsistentes de menor
trascendencia. Pierden su rebeldía, y, por lo tanto, su esencia..
Incluso ocurre que entre quienes se sienten
convocados a acciones positivas, asoman -al lado de voluntades entusiastas-
espíritus pequeños cargados de prejuicios y deformaciones que habrán de superar
en la medida que se fragüen en los combates sociales.
Por lo demás, no todos los “viejos” pueden ser
medidos por el mismo rasero. Los hay oportunistas y logreros, que se aferran a
cargos partidistas porque creen que perderos les quitará la vida; y los hay
egocéntricos y mezquinos que se sienten predestinados para encarnar figuras de
la historia pero los hay también quienes luchan de modo consecuente y abnegado
por las causas más justas sin pedir nada a cambio.
Viene esta explicación para eludir al artículo de Steven
Levitsky, publicado recientemente bajo el pomposo nombre de “Una
Izquierda moderna”. En él, y luego de encomiar el surgimiento de “nuevas
figuras” del movimiento popular asegurando que ellas encarnan la “renovación”,
sostiene que para afirmase en el escenario social, tienen que seguir un
“recetario” concreto que sintetiza en tres medidas: a) jubilar a los viejos
b) renunciar a los símbolos y c) cambiar base social.
A los viejos -a todos, sin la menor distinción- los
hace pasibles de errores y deformaciones que los desacreditan y descalifican, y
exigen su indispensable retiro de la contienda social. Pareciera en su
lenguaje, que negativos para el país resultan todos aquellos que han arribado a
una determinada edad, independientemente del aporte que brindaran a nuestro
pueblo. A la tumba, todos; parece decir este González Prada
norteamericano que funge de analista político con cierto predicamento, y que
encuentra eco entusiasta en seguidores del debate de hoy.
Es claro que conoce de “oídas” la historia social
peruana; que no sabe de las vigorosas luchas libradas durante décadas, por una
izquierda que fue capaz de alzarse -en su momento- como alternativa de Gobierno
y de Poder, y que fue abatida, en buena medida, por el accionar disolvente y
corrosivo alentado y digitado por servicios secretos del Imperio que
introdujeron el virus del oportunismo como el Dengue o el Zika.
Para sustentar su requerimiento exalta a “las
nuevas generaciones” sin reparar en que ellas -si bien constituyen una impronta
valiosa- tienen que hacer su propia experiencia de lucha, acerarse en el
accionar cotidiano y elevarse por encima de prejuicios y mezquindades,
calificando su conducta ante la historia.
No basta, por cierto, haber participado en la
“batalla de los pulpynes” -miles lo hicieron-, ni haber estado en un par de
marchas reprimidas por la policía. Ese, es un buen comienzo, sin duda, pero
está muy lejos de la cima, a donde no se llega en ascensor, sino combatiendo
infatigablemente, recorriendo atajos ásperos y complejos; y sufriendo -si- los
avatares y contingencias de una lucha en la que el enemigo golpe sin cesar, y
no perdona nunca..
Elogiar a los jóvenes -más bien, adularlos- es una
práctica conocida, pero errónea. Usada con frecuencia por los políticos
burgueses, fue parte del discurso constate de Haya de la Torre que finalmente
produjo discípulos como García. No conduce entonces a afirmar el papel de las
nuevas generaciones, sino más bien a corromperlas y desclasarlas.
El segundo “consejo” del politólogo yanqui muestra
de un modo claro el sentido de su mensaje: renunciar –dice- a los símbolos
revolucionarios y consignas “del pasado”, porque fueron usadas, en su momento,
por Sendero Luminoso y son hoy “espanta votos”. Esta última frase
muestra el detalle al que aludía Maurice Talleyrand Perigord, el célebre
diplomático francés.
Sí, en ese “detalle” es que estriba el kit del
asunto, porque lo que aconseja Levitsky no es enarbolar principios, ni tener
valores; sino simplemente obtener votos. Y es que lo que quiere no es
una izquierda política, sino una simplemente electoral, que pueda
“ofrecerse” y “alcanzar”… su propio espacio
Sí, a esa Izquierda electoral, una bandea roja
le resultará contraproducente. Y la hoz y el martillo, peor. ¡Al
basurero, entonces!, dice exultante. Quizá un pendón amarillo y una paloma
blanca que trasmita un mensaje de paz, le ayudará más… ¡a obtener votos,
claro!. ¡Eso es lo que importa!.
Luego viene el tercer consejo. Esa izquierda puede
querer representar algo, pero no a los trabajadores. “La clase obrera, ya no
existe”, asegura con conmovedora ignorancia. No entiende por cierto la
diferencia que existe entre formas y esencia. La clase obrera en la forma que
existía hace cuarenta años, ya no existe. Ha cambiado. Pero eso no debiera
sorprender a nadie.
La clase obrera de los años del Manifiesto
Comunista no era igual a la que hizo la Revolución de Octubre. Y esta, no fue
igual tampoco a la que derrotó al fascismo en la segunda guerra mundial. La
clase obrera cambia sus formas de acuerdo al desarrollo de la sociedad, pero no
cambia su esencia como fuerza explotada bajo el capitalismo.
Sigue siendo clase obrera aunque en última
instancia pueda incluso modificar su denominación y llamarse simplemente “trabajadores”
mantiene su condición de fuerza social productiva, pero explotada. Genera
riqueza desbordante y multiplica los beneficios y privilegios de quienes tienen
las riendas del Poder bajo el capitalismo. Eso, no se puede ocultar.
Al “aconsejar” a la Izquierda que abandone su base
social, el editorialista de marras busca matar dos pájaros de un tiro. Por un
lado, cortarle la raíz a esa Izquierda, alejarla de su base natural; y, por
otro, dejar a los trabajadores en el mayor desamparo. Lograr que nadie luche
por ellos, porque hacerlo les haría “perder votos”.
Partiendo de una formulación este corte, puede
arribarse rápidamente a una conclusión: la lucha de clases no existe. La opción
clasista, per sé, es “obsoleta”. Y lo que la “izquierda” debe hacer es
renunciar a ella para “sumarse al esfuerzo común”. La colaboración de clases en
su mayor esplendor. Entonces, ONGs, en lugar de sindicatos; y funcionarios, es
vez de dirigentes
Hay quienes aseguran que esa es la izquierda que la
derecha quiere tener para perpetuar su condición de fuerza expoliadora. Y es
verdad. Con un “izquierda” así, estará garantizada la dominación capitalista.
Acabar con los viejos, echar los símbolos al tacho
de la basura, y abandonar a su suerte de los trabajadores; no es signo de
“renovación”; sino un modelo de capitulación en toda la línea. ¡Y eso fue lo
que siempre buscó la clase dominante!
Gustavo
Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario