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miércoles, 29 de mayo de 2024

HABLEMOS CLARO: LA IZQUIERDA TAMBIÉN ES RESPONSABLE DEL ASCENSO DE LA EXTREMA DERECHA

 


Fuentes: Ganas de erscribir 

Por Juan Torres López 

29/05/2024 

        

Escribió Walter Benjamín que lo hecho nunca está definitivamente hecho y que, por tanto, lo peor puede volver. Desde hace tiempo, comprobamos que es así: los partidos de una extrema derecha que creíamos desparecida, o al menos reducida a la mínima expresión desde hace décadas, vuelven a tener influencia política decisiva, e incluso gobiernan en algunos países de gran relevancia.

En las próximas elecciones europeas veremos, sin duda, que su representación parlamentaria se multiplica y, lo que es peor, que se convertirán en socios para nada vergonzantes de las fuerzas de derecha más centristas que dirigen los destinos de la Unión Europea.

Cuando todo eso se produce, las izquierdas se empeñan en erigirse en defensoras de la democracia y en baluartes frente al extremismo de la derecha neofascista. Un intento que se revela vano cuando no cambian la estrategia que precisamente ha llevado a que sus antiguos electores se conviertan en la base social y electoral de la extrema derecha.

Esta, en sus diferentes variedades, está llevando a cabo en todos los países donde se expande políticas privatizadoras, recortes sociales y favores indisimulados a las grandes empresas, a la banca y fondos de inversión. Pero con los únicos votos de los propietarios de estos últimos no podría nunca tener el éxito electoral que tiene.

Milei, Trump, Meloni, Orbán, Le Pen, Abascal, Ayuso… están instigados y financiados por el poder económico y financiero, pero su apoyo social proviene de millones de personas desposeídas, de clases trabajadoras explotadas, desahuciadas y excluidas, de trabajadores autónomos precarizados y de miles de propietarios de micro empresas o de pequeños y medianos negocios cada vez más ahogados a base de impuestos que las grandes empresas no pagan o por la morosidad de estas últimas (en España les deben más de 80.000 millones de euros), o de clases medias que ven que sus hijos no pueden salir del hogar familiar porque no pueden tener vivienda y que viven en la inseguridad e incertidumbre permanentes. Y, sobre todo, que están hartas de cómo se ha venido gobernando antes, de la corrupción y, como he dicho, de la desposesión que sufren.

Ese es el drama. Pero un drama que se produce porque han sido partidos socialistas los que han puesto en marcha en Europa las políticas que han producido esos efectos. En concreto, los Tratados pro-mercado y las de estabilidad y austeridad. Y porque los que se sitúan a su izquierda, en lugar de dar prioridad a las reivindicaciones socioeconómicas centrales que tienen que ver con esa desposesión, han fragmentado su discurso y se dedican a defender reivindicaciones particularistas con las que es imposible conseguir amplios apoyos sociales. En mi reciente libro Para que haya futuro he contabilizado 16 corrientes de izquierdas, 21 feministas y 27 ecologistas, aunque es posible que estén mal contadas y que aún haya más de cada una. Por supuesto, sin unirse ni apenas colaborar entre sí y, a veces, incluso fuertemente enfrentadas. ¿Cómo se van a poder sentir protegidas así las clases desposeídas que necesitan seguridad, ayuda y comprensión? ¿Cómo van a confiar y encontrar la voz y el poder que buscan en quienes no se entienden ni aclaran entre sí y andan siempre a la greña?

Las izquierdas han renunciado a defender los valores universales que son los únicos que permiten aglutinar en torno a ellos a las amplias mayorías sociales que es imprescindible tener para evitar la desposesión generalizada. Y el resultado es que la derecha y ahora la extrema derecha inteligentemente los asumen como suyos. Es verdad que no mencionan que para ponerlos en práctica y disfrutarlos es preciso actuar sobre los derechos de propiedad, que ocultan las causas reales que producen la desposesión y que mienten sobre ellas, por ejemplo, haciendo creer que no hay vivienda por culpa de los okupas o que hay paro e inseguridad ciudadana por los inmigrantes. Pero, como no hay reclamo alternativo sobre ellos, su mera enunciación basta para que la gente crea que la extrema derecha es la que puede defender la libertad, la seguridad, la soberanía, los intereses nacionales, el empleo o la integridad del territorio. Y, al paso que vamos, incluso otros derechos como el acceso a la vivienda, la propia democracia, los derechos humanos o la paz. Tiempo al tiempo.

¿Cómo se va a evitar que las clases desposeídas voten a la extrema derecha si esta defiende los valores con los que se identifica el sentir común de tanta gente, mientras que las izquierdas no hacen autocrítica de sus políticas equivocadas, o se empeñan en darle prioridad a valores o reivindicaciones que tan sólo pueden defender grupos muy reducidos o de interés, por muy legítimo que sea, muy minoritario?

¿A quién le puede extrañar que la extrema derecha se haga con la bandera de la libertad, de la seguridad o la soberanía nacional mientras las izquierdas no disimulan su complicidad con los grandes poderes, se hacen militaristas y se dedican a plantear la tauromaquia como gran problema político o a hacer creer que en la especie humana no hay diferentes sexos masculino y femenino, según los casos y por poner algún ejemplo concreto? O mientras que no terminan de pelearse entre ellas y elevan a la categoría de arte el maltrato hacia quienes tratan de poner en marcha sus propios proyectos políticos.

¿Cómo se va a poder evitar que la gente desposeída se eche en brazos de la extrema derecha si los partidos de izquierdas se han convertido en organizaciones cesaristas en donde la militancia apenas participa, ni decide, ni tiene protagonismo diario, o cuyos dirigentes y cargos públicos no son referentes ejemplares para la gente corriente, sino privilegiados que no muestran más interés ni estrategia que mantener sus prebendas?

En pocas palabras: la izquierda ha dejado desamparada a su base social.

Como explico en mi libro, las izquierdas no sólo han renunciado a soñar, para diseñar horizontes y proyectos que sean atractivos a la gente que sufre; ni ponen en práctica experiencias que permitan demostrar que otro mundo es posible. Más grave aún es que, a fuerza de haber estado expuestas al neoliberalismo, han terminado siendo insensibles a sus males y los reproducen en su seno.

Cuesta decirlo, pero las izquierdas que ahora se nos ofrecen como salvadoras frente al ascenso de la extrema derecha no van a poder evitar su creciente protagonismo porque, como he dicho, en gran medida han sido sus torpezas y renuncias las que han permitido que esos nuevos partidos totalitarios se ganen el apoyo de su antigua base social.

Es imprescindible darle la vuelta a todo esto que está pasando entre quienes se autodefinen como motores del progreso y la transformación social. Afortunadamente, hay otras formas de hacer política y de hacer sociedad y ya las ponen en marcha muchas personas y colectivos sociales en todo el mundo. Lo urgente es apoyarlas, difundirlas y, sobre todo, practicarlas.

Fuente: https://juantorreslopez.com/hablemos-claro-la-izquierda-tambien-es-responsable-del-ascenso-de-la-extrema-derecha/

https://rebelion.org/hablemos-claro-la-izquierda-tambien-es-responsable-del-ascenso-de-la-extrema-derecha/


jueves, 14 de diciembre de 2023

¿POR QUÉ EL CAPITALISMO PREFIERE HOY A LA IZQUIERDA?

 


domingo 10 de diciembre de 2023

Diego Fusaro

El viejo capitalismo burgués, en la fase dialéctica, prefería la cultura de la derecha, con su nacionalismo, su autoritarismo disciplinario, su patriarcado, su alianza con el altar y sus valores, en aquel tiempo funcionales a la reproducción del modo de producción.

Hoy, el turbocapital posburgués de la globalización, del free market y el free desire, en la fase absoluto-totalitaria, prefiere la cultura de la izquierda, con su celebración de la desregulación antropológica y de la openness ilimitada del imaginario y de las fronteras reales, con su dogmática de la desoberanización de los Estados y la deconstrucción falsamente rebelde de las normas viejoburguesas. En esto reside – en palabras de Preve – la «profunda afinidad entre la cultura de izquierda y el hecho de la globalización.”

El capitalismo de derecha, del nacionalismo, de la disciplina, del patriarcado, de la religión y del servicio militar obligatorio, cede el paso al nuevo capitalismo izquierdista –esto es, al neoliberalismo progresista– del cosmopolitismo, del permisivismo consumista, del individualismo post-familiar y del Erasmus como nueva «mili obligatoria» para la educación de las nuevas generaciones en los valores de la precariedad y el nomadismo, de la openness y del disfrute desregulado.

El orden del discurso hegemónico manejado por los heraldos de la cultura de la izquierda fucsia, por una parte, celebra la globalización como realidad natural e intrínsecamente buena. Y, por otra, con un movimiento simétrico, deslegitima como peligrosas reacciones étnicas y religiosas, nacionalistas y regresivas, todo aquello que de diversas formas la pone en cuestión. Sin embargo, como ha sugerido Preve, bastaría con «reorientar gestálticamente» la mirada para ganar una perspectiva diferente, desde abajo y para el de abajo. En lugar de «globalización», deberíamos hablar de imperialismo capitalista americano-céntrico sin fronteras. Y en lugar de reacciones étnicas y religiosas, nacionalistas y regresivas, deberíamos hablar de legítima resistencia nacional y cultural frente a la violencia falsamente humanitaria de la globalización capitalista de la miseria y la homologación.

Es lo que Nancy Fraser ha calificado de «neoliberalismo progresista» (progressive neoliberalism), sintetizando bien la luna de miel entre el fanatismo clasista de la economía de mercado y las instancias liberal-libertarias de la «crítica artística» de la new left referente en lucha contra toda figura de la tradición y del límite, de la comunidad y la identidad, del pueblo y la trascendencia. La sustitución sesentayochesca del revolucionario marxiano, que lucha contra el capital, por el rebelde gamberro nietzscheano, que transvalora los viejos valores burgueses, provoca ese plano inclinado que conduce a la paradójica condición actual: el “derecho al porro» y al «útero de alquiler» son concebidos por la neoizquierda como más importantes y emancipadores que cualquier acto de transformación del mundo, o de toma de posición contra la explotación neoliberal del trabajo, los exterminios coloniales y las guerras imperialistas hipócritamente presentadas como «misiones de paz».

En esto reside el engaño de los «derechos civiles», noble título utilizado del todo impropiamente por el neoliberalismo progresista para: a) desviar la atención de la cuestión social y de los derechos laborales; y b) llevar a la izquierda y a las clases dominadas a la asunción de los puntos de vista neoliberales, para los cuales las únicas luchas que vale la pena librar son aquellas por la liberalización individualista de las costumbres y del consumo (repetimos: «derechos civiles» los llama la neolengua liberal), junto con la necesaria exportación, mediante misiles, de esos derechos a las áreas del planeta que aún no están subsumidas bajo el libre mercado y su neoliberalismo progresista.

Particularmente en filosofía, el nihilismo relativista y antimetafísico del «pensamiento débil» posmodernista se presenta idealiter como el pináculo del anticonformismo, cuando en realidad es la Weltanschauung ideal para justificar la sociedad sin fundamentos de la globalización liberal-nihilista del fundamentalismo relativista de la forma mercancía. La liberalización individualista de los estilos de vida se basa en la filosofía del relativismo posmoderno, gracias a la cual se disuelven los valores y “los inmutables” – por decirlo con Emanuele Severino -, y todo se vuelve «relativo«, es decir, en relación exclusiva con los deseos de consumo del sujeto deseante.

El relativismo nihilista y el utilitarismo antiveritativo resultan la forma mentis ideal para el cosmos liberal-mercadista, ya que comportan que todas las representaciones pueden ser igualmente útiles, siempre y cuando no entren en conflicto con el mercado y, de esta forma, lo favorezcan. La izquierda posmodernista encuentra su expresión más clara en la obra filosófica de Richard Rorty -convencido de que el pensamiento de izquierdas (leftist thought) se basa en la deconstrucción «irónica» de los absolutos y los fundamentos metafísicos-, y en el, aparentemente muy distinto, pensamiento de Slavoj Žižek, un bizarro exemplum de “marxismo posmoderno” que, además de transformar a Marx y Hegel en fenómenos trash (basura), termina deslegitimando la resistencia a la globalización atlantista como totalitaria y terrorista.

El mismo «pensamiento débil» de Gianni Vattimo, independientemente de sus objetivos últimos en un sentido anticapitalista y antiimperialista –por otro lado en contradicción con sus presupuestos filosóficos básicos-, debe su éxito no secundariamente a su alto grado de compatibilidad con la nueva estructura líquida y posmetafísica del capitalismo. Teorizando el «debilitamiento» de las estructuras metafísicas y veritativas fundamentales, Vattimo esbozó, ya en los años ochenta del «siglo breve», el nuevo marco ideológico de referencia del mercadismo absoluto-totalitario, confirmando efectivamente la tesis de Jameson acerca de la naturaleza del posmodernismo como lógica cultural del tardo-capitalismo.

La sociedad turbocapitalista ya no se sustenta en supuestas verdades trascendentes (religión cristiana) ni en la correspondencia con la naturaleza humana (filosofía griega). Se basa, por el contrario, únicamente en la verificación de la correcta reproducción capitalista realmente dada. Por esta causa, el turbocapitalismo de la global market society se expresa económicamente en el utilitarismo y filosóficamente en el nihilismo relativista. Como presagiaba Preve y como nosotros mismos destacamos en Difendere chi siamo (2020), la sociedad turbocapitalista necesita de homines vacui y post-identitarios, consumidores sin identidad y sin espíritu crítico. Y es el izquierdismo de la sinistrash el que produce con celo el perfil antropológico ideal para la globalización capitalista, el homo neoliberalis posmoderno y de «mente abierta», o sea, “vacía” de todo contenido y dispuesta a recibir todo aquello de lo que el sistema de producción quiera de vez en cuando «llenarla».

De hecho, el turbocapitalismo posmetafísico no conoce ningún límite moral, religioso, ni antropológico que oponer al advenimiento integral del valor de cambio como único valor admitido: el sujeto ideal del turbocapitalismo –homo neoliberalis– es, entonces, el individuo de izquierdas, enfrascado en batallas arcoiris por los caprichos del consumo y desinteresado ​​de las batallas sociales por el trabajo y contra el imperialismo; en una palabra, es el Superhombre nietzscheano posburgués, posproletario y ultracapitalista, portador de una voluntad ilimitada de poder consumista, económicamente de derecha, culturalmente de izquierda y políticamente de centro. Es, para quedarnos en el léxico de la filosofía, la realización del «hombre protagórico«, cuyo sujeto -entendido como individuo deseante es – πάντων χρημάτων μέτρον-, «medida de todas las cosas«. De modo que la política misma se convierte, para la nueva izquierda, en lucha contra todos los límites que de diversas formas obstaculizan la realización de los deseos subjetivos de ese hombre protagórico.

Además, el individuo left oriented es el sujeto ideal del turbocapital, ya que tendencialmente -pensemos principalmente en la generación de los sesentayochistas– es una figura decepcionada por las «ilusiones» proletarias y comunistas. Y, eo ipso, proporciona una base psicológica depresiva en nombre del «desencanto» (Entzauberung); casi como si fuera una «figura» ideal de la Fenomenología del Espíritu, el desencanto historicista, es decir, la pérdida de la fe en el advenimiento de la sociedad redimida, se invierte dialécticamente en la aceptación –depresiva o eufórica– de la cosificación planetaria del orden neoliberal. El propio posmoderno puede, con razón, ser entendido como la figura fundamental de la racionalización del desencanto y como la reconciliación con el nihilismo del capital elevado a único mundo posible, con el añadido del definitivo ocaso de la creencia en los «grandes relatos» emancipadores.

Por eso, la new left liberal se presenta también como una «izquierda posmoderna», guardiana del nihilismo relativista y del desencanto del fin de la fe en los grandes relatos de superación del capitalismo: el “pensamiento fuerte», veritativo y todavía radicalmente metafísico de Hegel y Marx, es abandonado por la nueva izquierda en favor del «pensamiento débil» de un Nietzsche reinterpretado en clave posmoderna como sulfúreo «martillador» de los valores y de la idea misma de verdad, y como teórico del Superhombre con una voluntad de poder consumista ilimitada.

En lo que concierne al nihilismo relativista, que la izquierda neonietzscheana celebra como «emancipador» respecto de las pretensiones metafísicas y veritativas de los Absolutos, es ese precisamente el fundamento de la desemancipación capitalista, que vuelve todo relativo al nihil de la forma mercancía y, neutralizando la idea misma de verdad, aniquila la base de la crítica de la falsedad y de la insurrección contra la injusticia. El nihilismo no conduce a la emancipación de la multiplicidad de estilos de vida, como cree Vattimo, sino que más bien conduce a la aceptación desencantada de la jaula de acero del tecnocapitalismo, dentro de la cual las diferencias proliferan en el mismo acto con el que son reducidas a articulaciones de la forma mercancía. Desde este punto de vista, Foucault también tiende a ser «normalizado» y asimilado por las neoizquierdas, que lo han elevado a la categoría de crítico posmoderno del inevitable nexo entre verdad y poder autoritario. Y así hacen coincidir la liberación con el abandono de cualquier pretensión veritativa.

En cuanto al desencanto, coincide con el perfil del «último hombre» tematizado por Nietzsche. Der lezte Mensch, «el último hombre«, toma conciencia de la «muerte de Dios» y de la imposibilidad de la redención en la que también había creído, y se reconcilia con el sinsentido, juzgándolo como un destino irredimible. Este perfil antropológico y cultural encuentra puntual confirmación en la aventura existencial de la «generación del 68» y del propio Lyotard, el teórico de La condición posmoderna. Él perdió su originaria fe en el socialismo (fue militante del grupo marxista Socialisme ou Barbarie) y se reconvirtió al nihilismo capitalista, vivido como una jaula de acero ineludible pero con espacios de libertad individual consentidos (en forma rigurosamente alienada y mercadizada, ça va sans dire). Por todo ello, el posmodernismo sigue siendo una filosofía de la racionalización del desencanto y, al mismo tiempo, de la conversión a la aceptación del nihilismo tecnocapitalista entendido como oportunidad emancipadora.

Fuente: https://geoestrategia.es/noticia/41933/opinion/por-que-el-capitalismo-prefiere-hoy-a-la-izquierda.html

 

sábado, 9 de diciembre de 2023

ESCENARIO PREVIO Y BALANCE POSTERIOR DE LAS FUERZAS EN DISPUTA EN EL GOLPE DE ESTADO CONTRA EL PRESIDENTE PEDRO CASTILLO TERRONES A UN AÑO DE LOS SUCESOS

 



Por. Martín Guerra 
(Izquierda Socialista)

A nuestros caídos en las protestas y a los presos políticos

Desde el año 2017, las pugnas al interior de la derecha peruana empiezan a tornarse más antagónicas; por un lado, los liberales, representados por un sector de Acción Popular, el Partido Morado, Vizcarra y ciertos progresismos; por el otro, la ultraderecha, liderada por el fujimorismo, el alicaído aprismo, etc. Estos conflictos expresaban distintos intereses en cuanto a la administración de los recursos del Estado y, más importante aún, la repartija de prebendas que de estos se desprende. Los liberales, creyéndose la continuidad histórica de los criollos hispanófilos del siglo XIX y la ultraderecha sin ninguna idea de país, únicamente concentrada en saquear, adquiriendo cada vez más un discurso seudofascista. Solo la segunda cuenta con cierto arraigo entre las bases populares, de ahí lo oportuno de su lenguaje conservador, ofensivo y aparentemente nacionalista que intenta capitalizar la frustración y el descontento de grandes sectores del pueblo peruano.

Esta situación creó un clima permanente de inestabilidad política que se ha proyectado por casi ocho años consecutivos. La caída de Kuczynski fue un triunfo de la ultraderecha, pero los liberales contratacaron con el cierre del Congreso fujimorista. La ultraderecha respondió el golpe con la destitución de Vizcarra y el breve gobierno de Merino, pero los liberales mantuvieron el control con Sagasti.

En medio de estas reyertas, surge un tercer sector derechista, la nueva burguesía provinciana (Acuña, Luna, etc.), de quien Merino ─aliado a la ultraderecha─ fue su portavoz. Este sector, despreciado por las élites de siempre, surge amparado en negocios derivados de la informalidad y la ilegalidad y aspira a convertirse en la nueva élite, comprometiéndose con quien más espacio le ofrezca, convirtiéndose en una especie de carta comodín en el juego político. A esta nueva derecha le corresponde una nueva izquierda provinciana que había ido gestándose años atrás, especialmente en la lucha por la defensa de los recursos naturales y los derechos de los pueblos al territorio.

Llega la pandemia y el pueblo más empobrecido y abandonado se organiza alrededor de la candidatura del profesor Pedro Castillo, quien iba como invitado en la plancha presidencial de Perú Libre. La izquierda tradicional y conservadora del país no lee el momento, no entiende la realidad y va detrás de otra candidatura, lo cual es válido; no obstante, se suman al coro del ninguneo al profesor Castillo por las élites y contra la izquierda de provincias. Es la misma izquierda que no quiso dialogar con Gregorio Santos, Vladimir Cerrón, Wilfredo Saavedra o Walter Aduviri. La que si alguna vez lo hizo fue únicamente por presión de ciertas bases que aún creen en la unidad.

Pedro Castillo es elegido en 2021 en medio de la quiebra del Estado neoliberal que mostró su entraña más feroz en la crisis sanitaria y laboral evidenciada por la pandemia por coronavirus (COVID-19). Si bien es cierto esto ocurre en pleno resquebrajamiento de las élites, el programa de gobierno, las alianzas que se desarrollan y el apoyo popular logra restablecer la oportunista unidad de la derecha que, con un discurso marcadamente racista y con todo el apoyo de la concentración mediática, intenta impedir la toma de mando del presidente electo, utilizando la manida táctica del supuesto fraude electoral.

El presidente Pedro Castillo rápidamente es cercado, los maestros, cuyo sector más crítico él lideraba ─y que había puesto en jaque al gobierno de Kuczynski con la huelga magisterial de 2017─ le exigen su militancia en hasta tres diversos proyectos de organización partidaria, la alianza con la izquierda tradicional, principalmente limeña termina por distanciarlo de las bases populares de Perú Libre, esa izquierda conservadora coadyuva al debilitamiento del programa de gobierno inicial. En medio de esto no le queda más que confiar en quienes más conoce, sus allegados, sus paisanos. Mientras, la derecha utilizando la táctica del lawfare o acoso judicial, el boicot económico a través del aumento de los precios y el desabastecimiento, la especulación financiera y la penetración de los aparatos del Estado, logra instalar entre la clase media de Lima y algunas provincias la idea del desgobierno y el caos. Sin embargo, muchas cosas se iban implementando positivas para nuestro pueblo, en materia laboral, de protección y reparación frente a desastres, de defensa del patrimonio del Estado frente a las dietas para los medios de comunicación, de nacionalización de recursos y de propuestas renovadoras en el agro, los consejos descentralizados, el incentivo a la educación bilingüe, etc.

Los autoproclamados nuevos rostros de la izquierda en el Congreso se dividen una y otra vez, pero no por serios desencuentros ideológicos, sino bajo la idea de que bloqueándose mutuamente lograrán el reconocimiento popular. Una izquierda que construye desde arriba no construye nada. Y, bajo la idea pragmática y para nada revolucionaria de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”, terminan durmiendo con sus viejos contrincantes. Unos con la ultraderecha, otros con los liberales. Conservadores de derecha y de izquierda se unen, con discursos machistas, homofóbicos y caudillistas. Liberales de derecha y de izquierda se identifican, colocando como prioridad el mantenimiento de su gollerías económicas y laborales por encima de los intereses del pueblo. Esa “izquierda” no se mantiene solo en los predios del Congreso, ingresa al aparato del Estado en todos los niveles, pero para no cambiar la situación, solo para financiarse. Ambos sectores se convierten definitivamente y de un plumazo en vieja izquierda.

Los intentos de vacancia presidencial se suceden uno tras otro, cuatro gabinetes ministeriales caen y le sucede un quinto. Nada complace a la derecha. La embajadora de los Estados Unidos, Lisa Kenna, sostiene reuniones con personajes clave para implementar el golpe de Estado. Dada la situación, no le quedó más al presidente el 7 de diciembre, abandonado, traicionado y cercado, que leer la proclama según la cual los principales reclamos políticos del pueblo peruano se ponían como cuestión de orden del día: cierre del Congreso, reforma del Estado y proceso constituyente.

El Congreso de la República, el principal activista del golpe desde su instalación en 2021, pasa a votar ilegalmente la vacancia, sin leer la moción del orden del día, sin contar con los votos necesarios y sin que se realice el antejuicio político. Luego de esto, es secuestrado pues la sostenida flagrancia no se comprobó jamás, ya que la supuesta ruptura del orden constitucional por el presidente no se implementó. Por el contrario, la lectura de la proclama del profesor Pedro Castillo fue un acto digno en defensa del voto popular y del programa que el pueblo peruano en su mayoría eligió. El golpe de Estado de las élites contra el gobierno democráticamente electo se había consumado. Asumían el gobierno de facto la títere Dina Boluarte y el matón Alberto Otárola, con el respaldo de las cúpulas militares y policiales, la banca, la dirección del gremio de los empresarios peruanos (la CONFIEP), los medios de comunicación ─que inmediatamente empezaron a recibir pagos por publicidad, los mismos que el presidente Castillo les había negado─ además de la fiscalía y el alcalde electo de Lima, el ultraderechista Rafael López Aliaga.

El pueblo peruano salió impelido a las calles a protestar en una serie de manifestaciones y marchas callejeras inéditas en el país. La furia represiva del gobierno usurpador no se hizo esperar, decenas de asesinados de forma extrajudicial, principalmente jóvenes, fueron parte del terrible saldo, además de heridos, presos y acosados judicialmente. Se le inicia proceso al presidente Pedro Castillo, lo acusan de todo lo posible, lo aíslan de su familia, no obstante, luego de un año no hay una sola acusación seria en su contra y todos los seudoargumentos jurídicos se caen a pedazos. Juega un rol fundamental en toda esta etapa la corrupta fiscal Patricia Benavides, cuya familia ha estado unida al fujimorismo desde la primera hora.

La izquierda tradicional aceptó inmediatamente a Boluarte como la sucesora legal y legítima frente al Estado, existen documentos que lo prueban, aunque algunas organizaciones pretendan ahora negarlo, alegaban públicamente que de lo que se trata es de mantener la gobernabilidad y lograr dialogar con el gobierno de facto. Otros, lo siguen diciendo un año después. Esto demuestra qué tan lejos está esa autodenominada izquierda del sentir popular.

¿Qué significó el golpe de Estado? Se puede explicar en tres aspectos fundamentales: el simbólico, el económico y el político. En lo simbólico fue una manifestación de rechazo a lo que representa el presidente Pedro Castillo: a la peruana y al peruano sencillo, trabajador, étnicamente no occidental y culturalmente no criollo. En lo económico, proteger el modelo de Estado que les permite a las élites continuar capitalizándose a costas del trabajo mal remunerado y de los recursos de todo el pueblo peruano. En lo político, defender el dogma neoliberal del fin de la historia y la derrota de cualquier propuesta anticapitalista por más suave que esta sea.

En medio de la lucha, mientras la izquierda oficial se aprestaba a recibir algún pedacito de poder y felicitaba al gobierno de facto por ser la “continuidad legal del orden constitucional”, las consignas más correctas fueron crear un comando unitario de lucha contra la dictadura y exigir la libertad y la restitución del presidente Pedro Castillo en defensa del voto popular. Surgieron espacios que lamentablemente se dividieron. El gran enemigo de estos espacios no fue la derecha en ninguna de sus variantes, fue la izquierda oficial a través de sus aliados de turno. Existen una serie de organizaciones ideológicamente dogmáticas que han ido derivando de delirantes adhesiones casi rituales a experiencias revolucionarias de otras latitudes hacia un electorerismo igual de fanático. Esa “izquierda” autodenominada revolucionaria y supuestamente “marxista” y de verbo encendido, pero de conducta oportunista ha jugado un rol fundamental en la ruptura de los espacios generados en respuesta al golpe.

La ruptura entre la fiscal Patricia Benavides y la presidenta de facto, Dina Boluarte, corresponde a un nuevo reacomodo de las fuerzas de las élites y un nuevo episodio en su disputa por el poder. El gobierno de facto solo ha generado una grave crisis económica, la fuga de capitales es patente. Los liberales no quieren perder dinero ni hacer perder a sus socios transnacionales que les aseguran a ellos ser el capital bisagra, frente a eso están dispuestos a todo, inclusive a retroceder en su control político si logran un salvataje en lo económico. Por otro lado, la ultraderecha necesita libertad para actuar, para evitar la continuidad de los procesos judiciales que enfrentan y para que campee la impunidad. Nuestra izquierda oficial no lee una vez más la realidad y no entiende el carácter de esa fisura, exigiendo al “gobierno” que haga “justicia” frente a la fiscal. Institucionalistas hasta el final, esa izquierda está condenada al fracaso histórico.

La cercanía al aniversario de la proclama del presidente Pedro Castillo y la crisis económica han vuelto a proyectar con fuerza las protestas sociales, frente a esto, la táctica del gobierno de facto es exactamente igual a la usada en diciembre de 2017 por la ultraderecha contra Kuczynski cuando otorga el indulto humanitario a Fujimori y lo único que consigue es que cierta clase media intelectualizada y mediáticamente posera, que muchas veces hizo de furgón de cola de la izquierda liberal, posmoderna y cercana al Partido Demócrata de los Estados Unidos, se vuelque a las calles. Táctica parecida a su vez, a la que luego repetirán contra Merino (2020) con el terrible saldo que se conoce. El uso del antifujimorismo siempre ha servido a la élite liberal: se desvía el carácter de la lucha que es contra la dictadura de Boluarte-Otárola, por el fantasma de Fujimori, quien una vez más alista sus maletas con la duda de si las volverá a deshacer.

Hoy, que la consigna por la restitución del presidente Castillo goza de buena salud, avanza y crece, algunos empiezan a variar de posiciones, el pueblo organizado debe mantener en la memoria lo que dijo e hizo cada uno, pues el juicio de la historia caerá en su debido momento. Es necesaria la convocatoria a un gran frente contra la dictadura en defensa del voto popular y por la libertad y la restitución del presidente Pedro Castillo. El aspecto jurídico de la defensa del presidente y sus derechos políticos es fundamental, pero no debemos olvidar que la salida será política y se medirá con organización, protesta y propuesta. Las izquierdas parlamentarias, expresiones prácticas de sus manifestaciones conservadoras y liberales en provincias y en Lima y sus apéndices falsamente radicales enquistados en los frentes y las coordinadoras han hecho todo lo posible por invisibilizar al presidente Castillo, le han negado hasta su solidaridad frente al abuso, hasta una frase de aliento. Lo sienten ajeno y, valgan verdades, les es ajeno. Castillo pertenece al pueblo y no a los traficantes de esperanzas. Esas izquierdas son hipócritas en su discurso y renegadas en su acontecer. No se les necesita para el cambio de ruta que el país requiere. Por el contrario, los pueblos del interior del país y de la periferia de Lima, que son los que han puesto su sangre en las protestas, son los que están conformando esa nueva izquierda que en el Perú es tan urgente. Y solo se consolidará en la lucha.

Fuente: https://revistarumi.wordpress.com/2023/12/08/escenario-previo-y-balance-posterior-de-las-fuerzas-en-disputa-en-el-golpe-de-estado-contra-el-presidente-pedro-castillo-terrones-a-un-ano-de-los-sucesos/

 

lunes, 10 de abril de 2023

EL NARCISISMO EN UNA MODA QUE INCOMODA: LOS 'CRIPTOBROS',

 



LOS 'CRIPTOBROS' DEL PENSAMIENTO CONTEMPORÁNEO

Última actualización el Domingo 09 de Abril de 2023

Alejandro Pérez Polo

Cada vez que lean o escuchen el prefijo “pos” (“posestructuralismo”, “poshumanismo”, “posmodernidad”) o el prefijo “de” (“decolonial”, “deconstruido”) agárrate, porque vienen curvas. Quitando algunas aportaciones valiosas para comprender nuestro desconcertante mundo, hay toda una red de teóricos, divulgadores y “filósofos” que han hecho su agosto simplemente disfrazando ideas simples con palabras muy complejas. Puede que el máximo exponente de ello en nuestro país sea Paul B. Preciado, que ha acuñado conceptos como “régimen farmacopornográfico” o su insistencia en uso de términos ciertamente tan originales como insustanciales estilo “dispositivos de control necro-biopolítico”.

Decía Descartes que solo los curas y los oscurantistas aman discutir en la oscuridad del sótano, mientras que lo sano es discutir a plena luz en la terraza. Hablar desde un léxico incomprensible para el común de los mortales es lo mismo que privatizar el saber. Es excluir al otro de la discusión, a la que solo podrá acceder si se lee textos absolutamente tan indescifrables como psicodélicos. Textos abarrotados de nuevas palabras que nunca te habías encontrado y que, si te seducen, te atraparán de tal forma que serás capaz de sumergirte hasta el fondo.

Hablar desde un léxico incomprensible para el común de los mortales es lo mismo que privatizar el saber

Un humilde servidor fue capturado en su primera juventud en esas redes. Hasta estudió en La Meca de estos gurús: la Universidad de Paris 8, fundada por Deleuze y otras personalidades del 68 en 1969. La ventaja de ello es que uno conoce al detalle todas estas alambicadas y excéntricas teorías. Como ahora se han puesto muy de moda en España, influyendo de manera determinante en muchos espacios político-culturales, es necesario situarlas en el lugar que les corresponde.

Querido lector, jamás se sienta intimidado cuando esté frente a alguien que utilice “biopolítica”, “máquinas constituyentes”, “desterritorialización”, “rizomático”, “nomadismo político”, “micropoderes”, “revolución molecular” o “technopatriarcado”. Tampoco sienta que “todo esto son cosas modernas”. No les de ese gusto de creerse más avanzados o cools. Probablemente, simplemente estemos frente a alguien que intenta situarse por encima de usted como si él hubiera accedido a un conocimiento oculto, secreto, misterioso, del que tú solo puedes divisar sus difuminados contornos. Estamos frente a un criptobro de la filosofía.

Palabros como diferenciadores elitistas de las masas

A falta de producir ideas originales, muchos académicos se han centrado en producir palabras nuevas para intentar vender que sus ideas serían, efectivamente, nuevas. Un juego de sombras y fantasmas que, al igual que los imperativos de la innovación constante en el campo de la economía neoliberal, buscan rentabilizar mediante la novedad un nuevo negocio. Asociando palabras nuevas a teóricos particulares, en una notable estrategia de personal branding, parece que alguien tuvo algo original que decir y pudo, así, justificar su singular posición dentro del universo del pensamiento y la academia.

Sin embargo, incorporar constantemente neologismos es antes un gesto narcisista que un gesto revolucionario para escapar a la “disciplina del lenguaje”. Una búsqueda de la expresión personal en un mar de competitividad acelerada. El estatus cultural viene dado por la configuración de esta red de códigos a los que solo puede acceder en una exigua minoría de los mortales, los que han tenido tiempo (o dinero) para estudiarlos.

Se busca, así, una jerarquía de las élites en relación con el pueblo, condenado al ostracismo cultural. Late por detrás esa sensación de querer considerar lo popular como una fuerza reactiva ante la culminación del “progreso” liderado por flamantes artistas, académicos y teóricos muy guays de los barrios pudientes de nuestras ciudades. El geógrafo francés Christophe Guilluy suele hacer hincapié en esta dimensión de pérdida de referencialidad de las clases populares en el ámbito cultural ocurrida desde los años 80. Esto se traduciría por un atraso político-moral que conducirá hasta el fenómeno chavs: la demonización de la clase obrera magistralmente descrita por Owen Jones. La búsqueda sostenida de palabros e ideas excéntricas y alejadas del sentido común trabaja en esa línea. Pero todavía hay más.

Conceptos como “biopoder”, “cuerpo sin órganos”, “espacio estriado” encierran algo del terreno de lo místico. Biopoder, neologismo acuñado por Foucault para describir el poder sobre la vida (las estrategias desplegadas para ejercer el control y disciplina de nuestros cuerpos) o “espacio estriado”, de Deleuze para describir simplemente los espacios sedentarios, son formulaciones que parecen captar la esencia del poder en nuestras sociedades. Envueltos en ese halo literario, generan la ilusión de estar combatiendo los males de nuestro mundo o, aún más, descubriéndonos partes secretas del poder. Toda teoría que invite a pensar que se accede a un conocimiento oculto sobre las formas de operar de los que mandan siempre guarda un atractivo magnético. Las teorías de la conspiración funcionan por la misma estructura: descifrar lo oculto, conocer, descubrir (aunque no haya ninguna propuesta de acción para combatirlo, ya que el goce está en “saber”).

Estas ideas tienen mucha más influencia de la que podamos creer. Gran parte del pensamiento cultural de la izquierda contemporánea está definitivamente atravesada por estas formas de concebir lo político, lo cultural y lo individual. De hecho, si no entiendes por qué una parte de la izquierda está obsesionada con buscar al fascista que hay en ti, a cancelar pensadores o hasta obras artísticas porque sus autores fueron blancos o machistas (como ha ocurrido recientemente con Picasso), aquí encontrarás la razón de todo ese embrollo culpabilizador.

Cuando Mr. Wonderful y Foucault se dan la mano

Del mismo modo que el pensamiento positivo y las ideologías del coaching emocional (mindfulness) son técnicas para embellecer el alma cuando ya te han desposeído de todo lo demás, la mayor parte de las teorías posmodernas buscan ofrecerte una terapia sofisticada del Yo y de tu cuerpo cuando ya te han desposeído del resto de referencias del pensamiento humano.

El pensamiento positivo y los posmodernos parten de la misma idea: bucear en tu interior para encontrar tu esencia (o un nuevo Yo). Los primeros lo hacen desde un lado accesible para extirpar lo tóxico que hay en ti y volver a brillar, tal como rezaría una tacita de Mr.Wonderful. Los segundos, lo hacen desde la “deconstrucción” política para extirpar aquellos elementos “fascistas”, “heteronormativos” o “colonialistas” que habría en ti. Por ejemplo, Octavio Salazar publicó un libro en 2018 titulado El hombre que no deberíamos ser, recogiendo esta nueva tradición de deconstruir la masculinidad en lugar de construir institucionalidades nuevas que permitan forjar un proyecto de comunidad compartida. El problema residiría en uno mismo, y la tarea política estaría circunscrita al cambio en el Yo (voluntario). Es decir, una forma secularizada de transformación interior, al más puro estilo New Age. Si no eres un hombre blanco heterosexual, esto se hace para poder volver a tu Yo que se desharía de esas sujeciones del poder.

En un excelente artículo publicado recientemente en Vózpopuli, David Souto Alcalde hablaba de la izquierda hobbesiana como “una mutación del genoma en la izquierda, que habría pasado de desconfiar de la naturaleza del poder a desconfiar de la naturaleza humana”. ¿De dónde viene esa mutación? Pues, efectivamente, de Michel Foucault. Todas las ideas que parten de la desconfianza en la naturaleza humana comienzan de un singular texto: Introducción a la vida no fascista. Un prólogo de Foucault a la edición -adivinen- americana del Anti-Edipo de Deleuze y Guattari. En ese prefacio, está la semilla de todo lo demás. Foucault escribe: “[Combatir el fascismo] Y no solamente el fascismo histórico, el fascismo de Hitler y Mussolini, sino también el fascismo en todos nosotros, en nuestra cabeza y en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota”.

No somos ni buenos ni malos, somos posibilidades en un contexto y entorno dados

El cambio de rasante en el texto de Foucault supuso una ruptura brutal de paradigma en las izquierdas. A partir de ese momento, en el mundo de la teoría, el fascismo ya no era un enemigo externo al que combatir política, militar y culturalmente. Es un enemigo interno. Está en nosotros. Está en ti. Tú eres sospechoso. Al final, toda la teoría de Foucault pese a la gran aportación de pensar el poder como una relación que, además, produce subjetividades, es una teoría de bajar el poder a tierra. De convertir a tu vecino en un posible enemigo, y dejar de mirar al poder que está situado arriba: contra el poder de la OTAN, la lucha contra el micropoder de mi padre. O de mi supuesta tentación autoritaria interna. Una reinterpretación posmoderna de Hobbes, en el que el hombre es un lobo para el hombre. Mismos conceptos, distintas palabras y encuadres.

Avanzaríamos mucho si dejáramos de buscar una esencia buena o mala en el ser humano. No somos ni buenos ni malos, somos posibilidades en un contexto y entorno dados. Por eso volver a la política, a la disputa de instituciones que aumenten la alegría y potencia comunes. Recuperar una tradición republicana que vuelva a poner el foco en la comunidad y señale a los que están arriba.

No puedo terminar este artículo sin una última recomendación como pequeña llama de esperanza, para alumbrar en esta oscuridad criptobro alimentada por vendehúmos. La monumental obra que acaba de editar Ariel en España: El amanecer de todo, de David Graeber y David Wengrow. Una nueva historia de la humanidad, como reza su subtítulo, y que desmonta la idea de la Ilustración como una especificidad europea, demostrando que fue fruto del encuentro con los pueblos indígenas en América, que aportaron esas nuevas ideas. Puede que aquí esté una de las semillas para destronar las teorías “decoloniales”. Y albergue en su seno la posibilidad de un nuevo proyecto basado en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad.

Fuente: http://geoestrategia.es/index.php/tribuna-libre/40403-2023-04-04-17-10-18