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jueves, 25 de abril de 2019

CORRUPCIÓN, “MALICIA”, CAPITALISMO



24/04/2019

La reciente detención en Miami, Estados Unidos, del candidato presidencial guatemalteco Mario Estrada por hechos de corrupción (pretendido contacto con el Cartel de Sinaloa para pedir financiamiento para su campaña a cambio de impunidad total para el narconegocio de ganar la primera magistratura), desató una andanada interminable de comentarios, análisis y tomas de posición. El presente escrito es uno más de ellos pero, quizá, con una particularidad: no se detendrá tanto en juzgar la inmoral y condenable conducta del ahora reo de la justicia estadounidense, sino que pretende ser una reflexión quizá algo más amplia.

Las sociedades marchan de acuerdo a normativas establecidas; quienes no entran ahí, quienes no se adecuan aceptablemente van o al manicomio (psicóticos) o a la cárcel (en general: psicópatas). Los demás (neuróticos, llamados normales) más o menos soportamos la vida y vamos pasándola. Los hechos corruptos, atentatorios de esas normas sociales, son condenables. La sociedad “sana” se cuida muy bien de los ilícitos, y los castiga ejemplarmente. En algunos casos, como en la República Popular China, los hechos corruptos se castigan incluso con pena de muerte. Sin ningún lugar a dudas, tales actos son abominables, porque atentan contra el todo social, perjudican, dañan. Pero, ¿qué es la corrupción exactamente?

En 1988, un sínodo de obispos en Ecuador la consideró (caracterización que sigue siendo absolutamente válida al día de hoy) “un mal que corroe las sociedades y las culturas, se vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crímenes y asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad, exclusión y miedo (…) mientras utiliza ilegítimamente el poder en su provecho. Afecta a la administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la comunicación social. (…) Refleja el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la justicia. Atenta contra la sociedad, el orden moral, la estabilidad democrática y el desarrollo de los pueblos”.

Como se ve, es una definición bien amplia donde pueden entrar un sinnúmero de prácticas y conductas sociales. Honradez y justicia. ¿En qué medida existen? Si queremos ser rigurosos en la investigación, las cosas se comienzan a complicar.

Las sociedades, todas, presentan un discurso oficial, institucionalizado, ¿políticamente correcto habría que decir?, de sus principios morales –el que nos enseñan desde chiquitos en las escuelas y/o iglesias y repetiremos toda la vida– y una dinámica distinta, la real, que no necesariamente se corresponde en un todo con esa versión oficial. Virtudes morales, honradez, justicia… son palabras bastante altisonantes (igual que democracia, o libertad) que pueden dar para todo. En su nombre se puede hacer cualquier cosa, incluso muchas de las cuales están realmente reñidas con la honradez y la justicia. Todo lo cual nos permite ver que la edificación civilizatoria humana… tiene mucho de mentirosa. En realidad, en las sociedades de clase basadas en la explotación de las grandes mayorías por parte de un pequeño puñado de propietarios de los medios de producción, la mentira es el basamento primero del edificio social. El Estado y toda la normativa jurídica no es sino una justificación de una mentira originaria, de una verdad siempre escamoteada. ¿Quién produce la riqueza? La clase trabajadora. ¿Quién se la apropia? Esa minúscula fracción de potentados. Luego vienen las justificaciones. Y así llegamos a que “los pobres son pobres porque no trabajan duro”, o los ricos son “emprendedores arriesgados”.

Marx dirá que el primer robo de la historia es, justamente, la propiedad privada (“Es delito robarse un banco, pero más delito aún es fundarlo”, decía provocativo Bertolt Brecht, ampliando la idea). Luego vendrá todo el aparato que invisibiliza esa realidad originaria, el robo que hay en juego, la mentira fundacional. La mentira, debidamente tratada, se convierte en verdad. (Esto siempre fue así. Ahora, más patéticamente, con un capitalismo neoliberal atroz sin anestesia, la post-verdad –léase: la mentira institucionalizada y aceptada como “normal”– pasó a ser la norma dominante. La enseñanza goebbeliana marcó rumbo).

Cuando hablamos de corrupción, por distintos motivos ya tenemos hondamente incorporada la idea (cuestionable, por cierto) que la une con conductas delictivas por parte de funcionarios públicos (desde un agente de policía hasta un presidente) donde aparece el soborno, el robo encubierto (sobrefacturación) o las “comisiones” como lo distintivo. Pero si estamos con la definición aportada más arriba, la corrupción es mucho más que eso, no solo porque hay corruptos en tanto hay corruptores, sino porque ¡el cimiento mismo del mundo es corrupto, engañoso, hipócrita!

Quizá por nuestro proverbial complejo de inferioridad latinoamericano, es ya moneda corriente pensar que pasó a ser nota distintiva de la “clase política” de la región una inveterada actitud corrupta. Lo de Mario Estrada, aunque impacta, no se hace especialmente raro porque “los países pobres son particularmente corruptos”.

Podríamos dar por terminada la reflexión ahí, quedándonos con la idea que efectivamente en el Sur prima la pobreza y la corrupción, mientras que el Norte próspero es “honrado y trabajador” (¿el secreto de su éxito?). Ese candidato presidencial detenido “refleja el deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la justicia”. ¿Nos quedamos con el discurso oficial, o lo profundizamos?

Si lo profundizamos, vemos claramente la mentira en juego. Lo que puede hacer un candidato presidencial de un país pobre (capitalista pobre, subdesarrollado y dependiente, para ser exactos) es bochornoso, corrupto, totalmente enjuiciable… tanto como lo son similares procederes en el Norte. Si es cierto que la corrupción “se vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crímenes y asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad, exclusión y miedo” [pues] “afecta a la administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la comunicación social”, políticos profesionales como el referido Mario Estrada son niños de pecho al lado de lo que sucede con quienes juzgan (desde una posición de poder, de superioridad) al Sur, y hacen exactamente lo mismo. ¡O cosas absolutamente peores!

Las guerras nos las declaran los corruptos políticos del Sur, o si lo hacen, es siguiendo los mandatos que reciben de las potencias del Norte. ¿Y quiénes fabrican y venden las armas que se utilizan en esas guerras? ¿Quién fija los precios de las materias primas? Los corruptos y decadentes políticos del Sur no. ¿Y quién distribuye la tonelada y media de drogas ilegales que diariamente ingresa a Estados Unidos? ¿Algún político del Sur decide las campañas mediáticas que fijan la opinión pública mundial? El racismo que segrega y mata a tanta gente no es patrimonio de los abominables funcionarios públicos del Sur… La lista de tropelías de demasiado larga: y no se trata de procedencias geográficas. ¡Los humanos somos capaces de eso!, en cualquier punto del globo. Junto a un Hitler (¿raza superior?) hay un Idi Amín, junto a la Coca-Cola o las petroleras anglosajonas están las maquilas en condición de semi-esclavitud, o los niños-soldados del África extrayendo coltán. ¿Quién es el corrupto ahí? ¿Son honradas y justas las decisiones del Fondo Monetario Internacional? ¿Son moralmente encomiables la explotación inmisericorde de la mano de obra barata de las empresas deslocalizadas del Norte, o los paraísos fiscales? ¿Para qué se dona dinero para la reconstrucción de Notre Dame: por bondadosos o para blanquear capitales (evadir impuestos)?

Todas estas aberraciones (injusticias e inmoralidades) son parte de la estructura “normalizada” del mundo, debidamente justificada. Se entiende ahora por qué las sociedades de clase están basadas en una deleznable mentira. No hay ni honradez ni moralidad a la vista. Hay mentira y más mentira. Y el discurso oficial se llena la boca con esas altisonantes palabras de libertad, honradez, democracia, justicia. ¿Cómo pueden unos cuantos ancianos misóginos viviendo en Roma decidir sobre la conducta sexual de las mujeres del mundo? ¿Por qué se mantienen muchas veces los matrimonios pese a que desde años duermen en camas separadas? Hay demasiada mentira en juego, demasiada hipocresía.

Mario Estrada es un delincuente apresado por la DEA; pero ¿por qué la DEA solo incinera un 5% de la droga decomisada? ¿Dónde va a parar el resto? El corrupto panameño Arnoldo Noriega ahora purga prisión en Estados Unidos por narcotraficante. ¿Era “moralmente virtuoso” cuando era agente de la CIA? En Nüremberg se juzgó a los asesinos jerarcas nazis (perdedores de la guerra); ¿por qué no se juzgó a quienes lanzaron armas nucleares sobre población civil no combatiente en Japón?, ¿porque fueron ellos los ganadores? El empresario no explota al trabajador sino que le da oportunidades de trabajo. ¿Tendremos que seguir creyéndonos todo esto? Hay demasiada mentira en juego, demasiada hipocresía.

Esto lleva a las dos ideas finales: ¿es esta “malicia” una característica de la humano? La explotación, la injusticia, el afán de poder, la soberbia, ¿son características inmanentes a nuestra especie? Si lo fueran, no podría existir la esperanza de un mundo de justicia como es el socialismo (pero donde también hay corrupción, “la principal amenaza a la revolución”, según reconociera Fidel Castro). Si nos quedáramos con que nuestro destino está marcado por este “fatalidad biológica, natural”, de la búsqueda de supremacía sobre el otro, de esta instintiva “malicia”, ¿para qué intentar cambiar el curso de la historia? Nada demuestra que esto sea natural ni imperecedero. Con lo que llegamos a la última idea, la conclusión final: el mundo no es ni, seguramente, podrá ser nunca un paraíso (el único paraíso es el perdido). Pero el capitalismo, al menos para el 85% de la población planetaria, acerca más que nadie al infierno.


https://www.alainet.org/es/articulo/199489

lunes, 15 de abril de 2019

CÓMO FUNCIONA EL NARCOTRAFICO Y LA SANGRE CAMPESINA DERRAMADA



Escribe: Milcíades Ruiz

Un futbolista recibe tarjeta amarilla cuando derriba por detrás a un jugador que está en posesión de la pelota. Se le saca tarjeta roja y es expulsado del campo de juego cuando agrede al jugador adversario. Esto es normal y justo en el futbol pero no, en las reglas del sistema de dominación. En este, es al revés. Se castiga al que cae y no el que lo hace caer con juego sucio. Se le saca tarjeta roja al agredido para que gane el agresor. Esta es una característica del juego de poder de EE UU y sus testaferros nacionales.
 
Más concretamente se aplica lo dicho a lo que sucede en el sistema de dominación nacional con respecto a los agricultores que cultivan coca. Con medidas de gobierno las autoridades del Congreso, Ejecutivo, magistrados y otros, agreden a los agricultores y campesinos arrebatándoles todo margen de rentabilidad. Después de hacerle caer en la pobreza, se les saca del mercado con tarjeta roja por no ser competitivo como manda el neoliberalismo.

Los niños y niñas campesinas tienen hambre pero no hay plata para nutrirlos, ni para comprarles zapatos ni para llevarlos al médico. Se tiene que curar con hierbas silvestres o, morir. ¿Qué haríamos nosotros en esta situación? Es muy triste vivir así, pero la necesidad obliga. ¿Quiénes lo obligan a migrar? El campesino no quiere desprenderse de la tierra, no saben hacer otra cosa porque su pobreza no se lo permite. ¿Quiénes son los culpables de esta desgracia? Pues los campesinos, por no ser competitivos, dirán los defensores del sistema.

Les pregunto: Si los precios de los productos campesinos no compensan los costos de producción y tienen que trabajar a pérdida, si lo que reciben a cambio de su trabajo no alcanza ni al 30% del sueldo mínimo vital, ¿Podemos ser tan crueles, de pedirles que compren tecnología para ser más competitivos? ¿Es que nadie se da cuenta, que mientras en otros sectores se trabaja con maquinaria robotizada, el campesino del ande lo hace con chaquitaclla, como en los tiempos pre hispánicos? Pero claro, “la culpa es del campesino por no modernizarse”. 

¿Es que a nadie le importa? ¿A la izquierda tampoco por que los campesinos no son proletarios sino pequeños burgueses? No se culpa al gobernante ni se le exige y este, solo acude cuando la desesperación campesina recurre al bloqueo de carreteras. Entonces se culpa a las víctimas del sistema invocando el “principio de autoridad” y se reprime como escarmiento, como lo hace EE UU con los pueblos que se rebelan.

En este caso, los agricultores se ven obligados contra su voluntad a migrar a la selva, depredan bosque amazónico y siembran coca, ¿Pero acaso son ellos los culpables de esta migración? ¿Quiénes lo han obligado a sembrar coca? ¿Acaso ellos son culpables de que el café, arroz, yuca, plátano, algodón, maíz y otros cultivos de la selva no sean rentables y que la coca tenga mejores precios?

Entonces, ¿Por qué los matan? Acaban de matar a varios agricultores en la selva puneña y el Ministerio del interior en su comunicado los culpa (como siempre) de haber sido ellos los que agredieron a los policías. ¿Pero qué hacían los policías metidos en los predios campesinos en horas de la madrugada? ¿Quién les ordenó que se metieran allí? ¿Quién dio la orden de enviar tropas a San Gabán? ¿Por qué se dio la orden de disparar  bombas lacrimógenas y balas a la población indefensa? Se dispararon solos, diría cierta ex parlamentaria fujimorista.

Como siempre, se justificará la represión y todo pasará al olvido porque las vidas campesinas no valen nada para el sistema de dominación. No soportamos las ofensas ajenas ni que los ricachones corruptos tengan detención preliminar, pero que se maten campesinos, no indigna a nadie. No hay gobierno que se libre del asesinato de gente pobre. Los ricos, están libres de toda culpa y son protegidos en los barrios aristocráticos.

Este gobierno está salpicado de sangre popular y una vez más, el imperio mete sus narices porque sus serviles “Felipillos” no hacen más que cumplir las disposiciones del amo imperial. El Proyecto Especial de Control y Reducción de Cultivos Ilegales (Corah) es una disposición norteamericana que es la que financia estos proyectos antidrogas con ataques a los campesinos cocaleros.

Pero estas actividades son solo estratagema que aparenta una falsa lucha contra las drogas. Al igual que se utiliza el término ilegal para las protestas sindicales, para los trabajadores ambulantes, para los pequeños mineros, para cerrar pequeños negocios, para los pequeños servicios, así también, se utiliza el término cultivo “ilegal” para el cultivo de coca. 

En el cultivo no está el delito, sino en su procesamiento con fines de lucro por drogadicción. Eso lo saben los gringos como saben también, que el mejor estímulo para mantener el abastecimiento de coca para el narcotráfico es el precio. Sin ese incentivo el narcotráfico perdería abastecedores. Se erradican plantaciones precisamente para provocar escasez y eso hace subir el precio por encima de cualquier otro cultivo. 

Este es el real objetivo del CORAH. Así son llevados los campesinos a cultivar coca como la mejor opción. Así los maneja el narcotráfico cuya sede es EE UU. De lo contrario, el precio bajaría y nadie lo sembraría. El gobierno sabe de esta jugarreta y sus economistas también, pero todos se hacen los distraídos y miran hacia otro lado.

El proyecto CORA es pues, solo una apariencia de lucha contra el narcotráfico. Nos consta que Fujimori y Montesinos enviaban tropas a reprimir el narcotráfico del cual recibían maletas repletas de dinero en efectivo y hasta un avión presidencial cargado de cocaína. ¿Acaso no hemos visto a Fujimori llevar numerosas maletas en sus viajes como valija diplomática? Es el mismo procedimiento y es mentira que EE UU busque la eliminación del narcotráfico con la erradicación de plantas de coca en las chacras campesinas.

Los gringos nos hacen el mismo cuento de la guerra de opio, mediante el cual Inglaterra invadió China estableciendo la venta libre de la droga y como reparación de guerra que ellos mismos emprendieron, se apropiaron de Hong Kong por cincuenta años. Ahora, los descendientes de ingleses también nos hacen creer que ellos están contra el narcotráfico. “A otro perro con ese hueso” ¿Por qué entonces, solo van presos los capos latinoamericanos y no, los gringos que son los dueños del negocio?

¿Se imaginan ustedes el peso económico y político del narcotráfico en EE UU? La cantidad de dinero que mueve el narcotráfico en ese país es inmensa. Ellos compran flotas de aviones, barcos, submarinos, helicópteros, armamento, empresas de inversionistas que lavan dinero, poseen fábricas, casinos, cine, medios de comunicación, bancos y red financiera mundial. ¿Qué pasaría si el negocio del narcotráfico se cae?

Si el narcotráfico es el sostén de la economía norteamericana, ¿Podemos ser tan ingenuos al creer que el imperialismo está interesado en combatirlo? Muchos dirán que estoy equivocado y otros quizá se sientan ofendidos. Pido las disculpas del caso. Pero creo que esta temática merece debatirse en el seno de la izquierda. 

El que calla otorga y si los defensores del pueblo no se manifiestan, creo que es de miserables, ir después a pedirle apoyo electoral al campesinado. Las organizaciones populares como tales, están en la obligación de solidarizarse con las luchas campesinas. Con mayor razón las organizaciones agrarias, pero en general toda la izquierda debe hacer escuchar su voz en defensa de los agricultores cocaleros como lo hizo en su tiempo, Evo Morales. Salvo mejor parecer.

Abril 2019