Mostrando entradas con la etiqueta Mercenarios. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Mercenarios. Mostrar todas las entradas

jueves, 28 de febrero de 2019

EJÉRCITOS PRIVADOS: MERCENARIOS LEGALES



27/02/2019

[Los contratistas de guerra] “no son sólo manzanas podridas: son el fruto de un árbol muy tóxico. Este sistema depende del maridaje entre inmunidad e impunidad. Si el gobierno empezara a golpear a las empresas de mercenarios con cargos formales de acusación de crímenes de guerra, asesinato o violación de los derechos humanos (y no sólo a título simbólico), el riesgo que asumirían estas compañías sería tremendo. (…) La guerra es un negocio y el negocio ha ido muy bien”.
Jeremy Scahill

Con el surgimiento del mundo moderno que trae el capitalismo y el afianzamiento de los Estados nacionales, la defensa de la soberanía, o las guerras de conquista, cada vez más fueron confiándose a ejércitos regulares bien entrenados, profesionalizados y crecientemente especializados. De tal forma, los mercenarios –figura histórica, legendaria, que existió desde la antigüedad en todos los contextos (psicópatas hubo siempre)– fueron desapareciendo. La sistematización de los ejércitos modernos inspirados en el modelo prusiano decimonónico terminó definitivamente con los combatientes mercenarios (no así con los psicópatas). Pero el neoliberalismo de fines del siglo XX los trajo nuevamente.

Desde la última década del pasado siglo, la proliferación de estas empresas militares privadas, habitualmente conocidas como “contratistas”, ha tenido un aumento exponencial. Si bien muchas potencias las poseen, es en Estados Unidos donde se registra el mayor crecimiento. Entre otras pueden mencionarse: Academi (la más grande del mundo, anteriormente llamada Blackwater –nombre que debió cambiar por cuestiones de imagen al haber sido denunciada por tremendos excesos en las operaciones en que participó–, “Una prolongación patriótica de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos”, según dijera uno de sus fundadores), DynCorp, Aegis Defense Services, G4S, CACI, Titan Corp, Triple Canopy, Unity Resources Group, Defion International. La gran mayoría de ellas son de origen estadounidense, pero el fenómeno se expandió por todo el mundo. Incluso Rusia, retornando al sistema capitalista, también presenta estos “contratistas”.

Varios son los motivos que explican este impresionante crecimiento: por un lado, el fabuloso negocio que representan. En la actualidad estos ejércitos privados mueven más de 100,000 millones de dólares al año. Como dice el epígrafe de Scahill: “La guerra es un negocio y el negocio ha ido muy bien”.

Las guerras de Irak y Afganistán, formalmente desplegadas por coaliciones multinacionales, pero en verdad lideradas por las fuerzas armadas de Estados Unidos, marcaron el uso abierto de ejércitos privados (mercenarios), pagados con dineros federales por Washington. Para inicios del 2008 había en Irak más contratistas privados (se calculan 190,000) que tropas regulares del ejército. Según un informe del Congreso de ese país, en la guerra del Golfo Pérsico se pagaron 85,000 millones de dólares en el período 2003-2007, lo cual representa el 20% de todo lo desembolsado por Estados Unidos en esa contienda.

Otro gran motivo que fundamenta este crecimiento es de orden político: resentida aún del síndrome de Vietnam (con alrededor de 60,000 muertos), la clase dirigente estadounidense y su administración federal prefieren ocultar el número de bajas en sus aventuras bélicas. Los contratistas, al no ser soldados regulares de sus fuerzas armadas, pasan más desapercibidos para lo opinión pública.

Existe otro motivo más, no muy explícito, pero de gran peso: los mercenarios, por no ser miembros de una fuerza regular sino personal “independiente”, no están sujetos a regulaciones internacionales que norman las guerras, como las Convenciones de Ginebra. Si bien Estados Unidos firmó esos tratados, no los ratificó, por lo que no se somete a ellos. De esa cuenta, los ejércitos privados están en un cierto limbo legal, lo cual les excluye del Derecho Internacional. Así, las tropelías y excesos que puedan cometer (y que de hecho cometen) quedan relativamente fuera de toda normativa. Ejemplos al respecto hay numerosos. La tristemente célebre empresa Blackwater, ahora rebautizada Academi para borrar su anterior mala imagen, está asociada a los peores crímenes de guerra, pero pese a ello, el gobierno federal de Estados Unidos sigue asignándole millonarios contratos. La corrupción y la impunidad, como se ve, no son patrimonio de los “atrasados” países del Sur. (A título complementario: Donald Trump insiste enfermizamente en la construcción del muro en la frontera con México… ¡porque está ligado a empresas constructoras!).

Las empresas contratistas militares se especializan en todo tipo de servicio que tenga que ver con una avanzada bélica; se encargan de aspectos logísticos y aprovisionamiento de la tropa, de telecomunicaciones, tareas de enlace, vigilancia, adiestramiento de combatientes y, por supuesto, de combate abierto (las torturas o acciones “oscuras” no se declaran, pero también las hacen, como fue el caso de la famosa cárcel de Abu Ghraib, en Irak, o las operaciones encubiertas para provocar a Venezuela realizadas desde territorio colombiano, donde participan “paramilitares” de difusa procedencia). En lo tocante a lucha frontal, la experiencia de numerosas intervenciones en distintos puntos del globo muestra que efectivamente tienen una gran capacidad operativa, pues actúan al lado de las fuerzas regulares, en muchos casos con vehículos blindados, helicópteros artillados y armamento de asalto de alta tecnología.

El personal que contratan está dado, en general, por ex miembros de ejércitos con alta capacitación y experiencia de combate; muchas veces son comandos especializados, soldados de élite (a tal punto, que muchos cuerpos de estas unidades regulares de lujo se han visto afectados, dado que sus integrantes prefieren la paga de una empresa privada a la recibida en su puesto estatal). Un mercenario en algunas de estas contratistas puede llegar a cobrar 1,000 dólares diarios. El negocio de la muerte paga bien, sin dudas. ¡Eso es el capitalismo!

Dentro de las fronteras estadounidenses, después de la fiebre paranoica desatada con la caída de las Torres Gemelas en el 2001, proliferaron estas empresas privadas ofreciendo “seguridad”. De ahí que hoy es común ver a contratistas custodiando puertos, aeropuertos, cárceles y centrales nucleares. Salvando las distancias, sucede lo mismo que en un “pobre paisucho atrasado” como Guatemala; allí, ante la proliferación fabulosa de agencias de seguridad privada (¡que no pagan 1,000 dólares diarios a sus agentes contratados!), es aleccionador lo dicho por un ex pandillero: “No soy sociólogo ni politólogo, pero me doy cuenta que hay una relación entre un chavo marero al que le dan la orden de cobrarle extorsión a todas las tiendas de una comunidad y el diputado que tiene una agencia de seguridad, y al día siguiente está ofreciendo sus servicios.

El negocio de la guerra, o si se quiere, el negocio de la violencia –que se alimenta del miedo de la gente– da muy buenas ganancias. Palabras altisonantes como libertad, democracia, derechos humanos y otras preciosuras por el estilo, quedan perforadas por los disparos. “Donde hay balas sobran las palabras”, rezaba una pinta callejera en algún arrabal latinoamericano. Lamentablemente, es cierto.




martes, 18 de octubre de 2016

“LA POLICÍA SE ‘MERCENARIZA’ CUANDO BRINDA SEGURIDAD A UNA MINERA”





17/10/2016

Ruth Luque ha logrado arrojar un poco de transparencia a uno de los asuntos que permanecen en la más completa oscuridad: los convenios por los cuales la policía presta sus servicios a las empresas mineras. Esta abogada de la ONG Derechos Humanos sin Fronteras ha tenido que esperar dos largos años hasta que la Justicia le diera la razón y pudiera conocer los convenios suscritos en la región Cusco con las mineras Xstrata, Quechua y Hubday, después de que la policía le negara esta información.  

P.- ¿Cuáles son los impactos de los convenios suscritos entre la policía y las empresas mineras?

R.-. Son sumamente preocupantes. Se confirma que hay una relación directa entre las regiones policiales y las empresas mineras, bajo la cual un determinado número de efectivos policiales dotan de seguridad privada a la minera, servicio por el cual reciben una contraprestación económica, en torno a 100 soles diarios, y 150 soles diarios los jefes del mando superior. La región policial (por ejemplo, en el caso de Las Bambas, sería Cusco-a pesar de que sus operaciones están ubicadas en Apurímac), además, está recibiendo una cantidad de dinero, en torno a los 20 mil soles al mes. Se percibe una relación económica patrimonial: la policía se ‘mercenariza’ cuando brinda seguridad a la minera.

Estos convenios se están renovando en la práctica. Nosotros creemos que en el momento hay todavía convenios vigentes, los que se han suscrito en el 2014 o 2015.

En los convenios hemos encontrado algunas cláusulas que determinan que el policía que brinda servicios de seguridad a la mina, en el caso de que viera algún hecho vinculado a su actividad, no puede comunicarlo a nadie y solo tiene que reportarlo a la empresa. ¿Qué sucede si un efectivo policial está brindando seguridad y ve a un comunero que está siendo afectado en sus derechos o ve un derrame? ¿Ese policía no lo va a informar, obviando su deber como servidor público?

Hay temas de fondo que demuestran la necesidad de que estos convenios se deroguen de manera automática y las empresas mineras no gocen de ningún otro privilegio: que ellos contraten de manera directa la seguridad. Detrás de ello está el tema de la conflictividad, porque si tenemos a efectivos policiales brindado seguridad en un momento de estallido social ¿va a proteger la seguridad de la empresa o va a defender la seguridad de la población?

P.- ¿Con estos convenios se desnaturaliza la función policial?

R.- Que la institución policial reciba recursos directamente recaudados porque sus efectivos prestan servicios a la minera es un hecho sumamente delicado.

Los convenios están permitiendo que se instalen una especie de oficinas de la policía al interior de los campamentos mineros, así sucedió en Espinar, aunque las fuerzas policiales lo negaron categóricamente y dijeron que se trataba de una simple oficina para el tema de desactivación de explosivos.

Estas “oficinas” ofrecen una serie de beneficios a la policía en cuestiones logísticas. Entonces uno entiende por qué en el marco de los conflictos, la policía detiene a la población, la gente es detenida en el campamento minero, recepcionan sus declaraciones al interior del campamento minero y la fiscalía desarrolla de manera “normal” sus diligencias al interior. Ha pasado en el caso Espinar y se ha repetido en el caso Las Bambas con muchísima normalidad.

P.- ¿Qué entidad es responsable de suscribir estos convenios entre la policía y la minera?

R.- Tenemos convenios que han sido suscritos por el Ministerio del Interior, pero esta cartera ha dado la posibilidad para que las regiones policiales puedan suscribir de manera directa. Entonces, estas han ido suscribiendo adendas, convenios, etc. Esta situación se agrava más porque en los últimos años se ha ido permitido la instalación de ‘frentes policiales’, precisamente, en territorios donde hay mayor conflictividad para garantizar la inversión.

P.-  ¿A qué te refieres con frente policial?

R.- Un frente policial es una especie de entidad que no responde a su región policial sino que  depende directamente de Lima y que se establece en territorios donde hay cierta conflictividad. En el caso de Espinar, el frente policial se encuentra en Sicuani y está para brindar seguridad inmediata, rápida, incluso trabajo de inteligencia para las zonas de Espinar y Chumbivilcas. Cada frente policial está a cargo además de un contingente policial, por ejemplo el Frente Policial de Espinar puede movilizar rápidamente 200 policías.  Esto hay que vincularlo con el tema de los convenios porque en algunas cláusulas mencionan que la empresa minera puede comunicarse directamente con la policía.

 P.- Es ahí donde la población comienza a desconfiar de la policía

R.- La población ve a su policía al servicio de la empresa minera y su seguridad y derecho a la igualdad pasan a ser abiertamente vulnerados.

En territorios donde hay una mayor lejanía del Estado esta situación es mucho más compleja, un ejemplo muy claro es Chalhuahuacho, una zona sumamente alejada con una población muy pequeña  que prácticamente convive a metros del proceso de explotación en las Bambas [Apurímac].

La Fiscalía de Chalhuahuacho no tiene logística, no cuenta con movilidad propia y tiene que depender de la policía para todas sus investigaciones, pero ésta a su vez brinda servicios de seguridad a la empresa. Parece complejo exigirle a la fiscalía una investigación independiente. A esto hay que sumarle la gran capacidad operativa que tiene la empresa MMG, Las Bambas. Esta empresa está muy bien representada por un grupo de abogados que actúan de manera permanente, constante, presentando escritos, denuncias. O sea, no es una empresa que está pasiva: está actuando y denunciando. Esto genera una situación de suma desigualdad ante la población. Lo que necesitamos es pues ministerios públicos bien equipados, con una gran logística, mayor cantidad de fiscales, asistencia judicial, equipos… Hay una serie de carencias que son difíciles para territorios como Apurímac, por ejemplo, donde el acceso a la justicia es sumamente complejo.

P.- ¿Estos convenios están operando en la legalidad?

R.- Estos convenios están amparados bajo la misma ley de la policía y bajo un decreto supremo. Pero si quisiéramos ingresar en un análisis de vulneración de derechos, para nosotros, estas normas son inconstitucionales porque la Constitución le da un mandato a la policía nacional en términos de seguridad a favor de toda la población. Entonces se están vulnerando abiertamente los derechos de seguridad, de igualdad, discriminando a un sector de la población.

P.- Si nos fijamos en los estándares internacionales, ¿serían legales?

.- Bajo el marco de los principios de seguridad y derechos humanos las empresas no están respetando sus compromisos.

Empresas como Las Bambas o Glencore-Xstrata han suscrito estos principios, pero en la práctica no sabemos lo que estas empresas están haciendo para prevenir y garantizar los derechos de las poblaciones que están alrededor de sus explotaciones. Creo que la empresa privada debería acceder a servicios de seguridad privada finalmente.

Necesitamos abrir una discusión jurídica sobre si la empresas extractivas además son responsables civil y penalmente de las vulneraciones a derechos humanos que se están cometiendo, porque están permitiendo-de manera directa o indirecta- que estas situaciones se generen. No podemos permitir que toda la responsabilidad recaiga sobre el Estado. Ante la cantidad de muertes producto de los conflictos sociales las empresas tienen que responder sobre esto.

P.- Los delitos cometidos en Espinar y Cajamarca son juzgados, desde el 2012, en dos departamentos distintos: Ica y Lambayeque, respectivamente. ¿Existe alguna razón que justifique este cambio normativo?

En el caso de Espinar a Ica, el argumento fue básicamente que había digamos un nivel de alta tensión que no permitía que los operadores jurisdiccionales pudieran desarrollar su labor de manera adecuada. No podemos seguir permitiendo que la competencia la sigan teniendo jueces de otro ámbito, no existe ninguna situación que la justifique en este momento. Nosotros hemos presentado una acción de amparo (en el caso de Espinar) por violación al derecho del juez natural y acceso a la justicia y defensa.

Se emitió otra resolución administrativa al cabo de unos seis meses que dice que ahora las salas penales nacionales que están ubicadas en Lima además tienen competencia sobre el juzgamiento de casos derivados de conflictividad social. Hasta el momento no hay ningún caso que la sala penal nacional esté llevando a cabo porque todavía los conflictos que tenemos ahora en materia de judicialización han sido anteriores a esta resolución.

P.- ¿Qué buscan todas estas medidas y normativas?

R.- La existencia de convenios con la policía, los frentes policiales, la posibilidad del traslado de competencia judicial, la cantidad de cambios normativos que hemos tenido al interior de la legislación penal, digamos para sobredimensionar y pasar la protesta a actos delictivos. Todo eso yo creo que es parte de una orientación que no se da solo en Perú. Todos esos elementos nos hablan de un contexto sumamente grave de criminalización de la protesta, de vulneración abierta al derecho a la libertad de expresión, derecho a la reunión y llevar hacia el lado delictivo la protesta, de tal manera que el Estado no asuma su responsabilidad política de solucionar los problema de fondo que están detrás de los conflictos sociales: utilizas el derecho penal para trasladar un problema.  El derecho penal no va a solucionar el conflicto, lo que va a hacer simplemente es intentar encontrar una responsabilidad penal. Lo que en el fondo haces es desgastar el movimiento social y  la democracia se relativiza.


http://www.alainet.org/es/articulo/181020