III
LIBERAR NUESTROS CEREBROS CONSTRUYENDO EL FUTURO
El Futuro
El futuro tiene muchos nombres.
Para los débiles es lo inalcanzable.
Para los temerosos, lo desconocido.
Para los valientes es la oportunidad.
Víctor Hugo
Tesis 1: Es un grave
error «tomar como punto de partida de sus
análisis no lo que ocurre en la realidad, sino lo que gravita en su pensamiento»,
Francisco Umpiérrez Sánchez
Los marxistas del siglo XXI, para romper con la
exigencia ideísta (precedencia de la idea), no sólo deben definirse a sí mismos
como seres eminentemente prácticos, sino reconocerse como hijos (y criaturas)
del mercado, al mismo tiempo,
productores y negadores de la sociedad
enajenada.
Materiísmo e ideísmo son creaciones de la humanidad. La dialéctica, en
cambio, es la manera de comportarse de todas las cosas y fenómenos de la
naturaleza. Los hombres han pensado dialécticamente mucho antes de saber
lo que era dialéctica, del mismo modo que hablaban ya en prosa mucho antes de
que existiera la expresión "prosa". Por eso a decir de Engels la
dialéctica es un método para el conocimiento del mundo porque el mundo es
dialéctico. La dialéctica, por su contenido, puede ser objetiva o subjetiva. Y,
entre una y otra, hay una gran diferencia. La dialéctica subjetiva es el
reflejo de la materia en el cerebro de los hombres. Pero, como el cerebro es
una máquina para soñar, el reflejo de la materia ¡se mueve! Y la imaginación
moldea la materia según la tendencia o inclinación que gravita en el
pensamiento del observador. La dialéctica objetiva, en cambio, se desenvuelve en el movimiento de
las cosas, sin intervención de la mano del hombre. Friedrich Engels, en Ludwig Feuerbach y el fin de
la Filosofía Clásica Alemana, lo resume en los siguientes términos:
“Nosotros retornamos a las posiciones
materialistas y volvimos a ver en los conceptos de nuestro cerebro las imágenes
de los objetos reales, en vez de considerar a éstos como imágenes de tal o cual
fase del concepto absoluto… con esto, la propia dialéctica del concepto se
convertía simplemente en el reflejo consciente del movimiento dialéctico del
mundo real, lo que equivalía a poner la dialéctica hegeliana cabeza abajo; o
mejor dicho, a invertir la dialéctica, que estaba cabeza abajo, poniéndola de
pie”.
El
hombre reinventa la naturaleza y se reinventa a sí mismo. El espacio y tiempo
de cada observador es divergente pese a sentir o vivir los mismos
acontecimientos. El reloj biológico y el ritmo de vida de cada ser vivo es
diferente como diferente es la percepción del movimiento socio-político. La
identidad es la apariencia pero la desigualdad es la realidad. La vida desborda
la inteligencia, marcha delante de la reconstrucción mental de los hechos.
Pero, en medio del caos de la vida cotidiana el orden se impone pese a la
multiplicidad de fuerzas que empujan o jalan en distintas direcciones. El
factor subjetivo pone su cuota en la reorganización o reacomodo de las fuerzas
en contienda. Esto porque desorden no es sinónimo de caos sino de reorganización
e incremento de la complejidad de los sistemas, como bien observa el autor de El
nacimiento del tiempo.
El
instinto de supervivencia empujaba el realismo de los hombres en la antigüedad.
Los filósofos de la edad de oro griega eran espontáneamente materiistas. No hay buena poesía sin armonía, pero
tampoco la hay sin imaginación; y los pensadores de la edad antigua no sabían
más que decir la “verdad” imaginada y la verdad empírica (p.e. la Ilíada). El interés por decir o
descubrir la verdad no estaba aún sesgado por los intereses de clase. Heráclito
de Éfeso, 500 años a.n.e, se adelantó a los hombres de su tiempo. Mirar la
vida, sin los estereotipos ni los sesgos que impone la propiedad privada, los
orientaba en su espontáneo naturalismo. Él decía: “entre nosotros una misma
cosa es lo despierto y lo dormido, lo vivo y lo muerto, lo joven y lo anciano,
ya que cada estado nace del contrario y se trasforma en él.” Y es que la madre naturaleza no se
detiene, cada milésima de segundo deja de ser lo que fue; es decir, cambia, se
transforma, y con ella todo lo que existe. La naturaleza y la sociedad se regenera permanentemente
a partir de la muerte de sus células según la genial conjetura de Heráclito:
"vivir de muerte, morir de vida". Dos ideas antitéticas que se
contienen una en la otra. Pero, ¿por qué
los hombres de la antigüedad griega fueron capaces de tener tales intuiciones?
¿Por qué Anaximandro, Heráclito, Empédocles, Demócrito, inclusive Aristóteles,
penetraron mucho más hondo en la dialéctica de la vida que los hombres de
siglos posteriores? La respuesta a estas preguntas tiene dos partes: primero,
la dialéctica es parte de la vida, no es un invento humano; y segundo, la
alienación en los hombres apenas si cubría la mirada de los hombres. Tuvieron
que pasar más de dos mil años para que el hombre retornara a la imagen o percepción
dialéctica de la materia (Hegel - Marx). Más tarde, en los
noventas del siglo pasado, en
medios académicos se discute el concepto conciencia quántica. El
concepto fue popularizado por Penrose en su emblemático libro La nueva mente
del emperador. Los estados de superposición se presentan como novísimos
descubrimientos. Pero en la dialéctica griega, encontramos que una cosa es y
no es al mismo tiempo. Actualmente, el caso de la informática revela
con nitidez los perfiles del concepto. En la informática quántica el qubit
representa 0 y 1 a
la vez, sin la reducción a 0 ó 1 que ocurre en el mundo físico. Según
Roger Penrose y Stuart Hameroff la conciencia es cuántica. El cerebro es una
computadora cuántica que trabaja con qubit, es decir, puede estar en on y en
off, en 1 y en 0 simultáneamente. En estado de superposición, la
capacidad del qubit para almacenar y trasmitir información no tiene
precedentes. Así, lo nuevo no es nada nuevo bajo un cielo que constantemente se
renueva.
Marx en
el Manifiesto tiene frases de
admiración hacia el capitalismo. Nos dice que, a diferencia de todos los modos
de producción anteriores, el capitalismo en su dinámica interna es
revolucionario, no cesa de trastornar (de alterar o cambiar) todas las
relaciones sociales, incluidas las que él mismo crea. Y ese es un problema poco
entendido o, peor aún, malentendido por una ortodoxia anclada en el pasado o
menospreciada por un empirismo que todo lo sabe y no sabe nada. La ortodoxia
“marxista” petrifica el movimiento de la sociedad, se queda anclado en la
fotografía del capitalismo de Marx o de Lenin, se queda atrapado en la mirada
de Mariátegui; el doctrinarismo pretende acomodar las nuevas realidades en los
estereotipos del pasado pero la movilidad de la cosa capitalista no se deja
encerrar en los viejos esquemas intelectuales.
El
movimiento de la cosa capitalista es imposible de detener, es dialéctica. La
película capitalista supera constantemente la fotografía que Marx, Lenin o
Mariátegui plasmaran, descubrieran o revelaran en su tiempo. Como dice
Francisco Umpiérrez: La realidad siempre
supera los conceptos, los desborda, los envejece.
Marx o Mariátegui hace
mucho dejaron el reino de la tierra, pertenecen al “reino de los cielos”. No es
la cabeza de Marx ni la de Mariátegui la que determina el itinerario de la
lucha de clases. ¡Cómo sí fuera posible! No en vano Antonio Machado recogió del
saber popular el conocido apotegma: caminante no hay camino, camino
se hace al andar. Y es que nosotros construimos nuestro propio camino,
apoyándonos en el método de Marx, recreando la realidad, y por ende la teoría,
en la variabilidad de posibilidades que la lucha de clases
presenta en nuestro tiempo. El rumbo de la lucha de clases se desenvuelve al
margen, y la más de las veces en contra, de la conciencia individual. La
conciencia es un producto de las contradicciones sociales y, a la vez, como la
conciencia reacciona (se rebela) ante las contradicciones tiene la posibilidad
de modificar la materia. Por esa misma razón el socialismo no puede
definirse por adelantado. Ni pueden elaborarse modelos de socialismo. El
socialismo es resultado, por su naturaleza fundamentalmente imprevisible, del
desarrollo de las contradicciones del capitalismo. Pero, los doctrinarios de
izquierda se alucinan profetas, intransigentes en sus anteojeras, en su
dogmatismo, terminan convirtiendo el socialismo en un cliché, en una fórmula de
“fácil” realización, estéril y muerta. Podemos decir parafraseando a Thomas
Merton que el socialismo no es un problema a resolver, ni un misterio que vivir
sino una realidad a crear.
Mariátegui
desaparece de la escena política en abril de 1930. A partir de ese momento se
impone la concepción lineal de la ortodoxia. El punto de vista del petit bourgeois prevalece en medio del
desconcierto e inmadurez de los hombres del proletariado. Un marxismo de
anteojeras se impone. Este piensa la historia de la clase obrera como el
desarrollo de una línea única que se abre paso entre desviaciones y revisiones.
Esta concepción lleva al exclusivismo personalista (caudillismo) y al
sectarismo organizativo (fanatismo) que menosprecia y sataniza a los
competidores. Es más, ese partidismo enfermizo se corresponde con un cretinismo
doctrinal que altera la esencia de la teoría, es decir, convierte la
teoría en un rito. En lugar de hacer uso de la teoría, para analizar la
realidad social, se la apropian como un icono al cuál adorar. Esa es la base
para el culto al individuo, para el servilismo y el autoritarismo.
Los seres humanos no sólo
somos estructuras de carne y hueso sino, también, unidades espirituales.
Materia y espíritu en una sola entidad creadora que se multiplica. Las
religiones dividen a la especie humana. Las religiones escinden al hombre
humanamente natural en polos contrapuestos: carne vs espíritu, cuerpo vs mente,
operante vs pensante. El ideísmo y el interés de clase afianzan ese divorcio
(consecuencia de los intereses económicos en oposición), que en política se
expresa en lucha de clases. La política como las religiones tienden
a arrastrar al hombre a una concepción ancestral, segmentada y trasnochada del
mundo, no susceptible de cambiar y que es preciso admitir sin discusión
posible. De allí que la política socialista sea la antítesis de la política, es
decir, más anti política que política.
José
Carlos Mariátegui, al
afirmar que sólo hay posibilidad de
progreso y de libertad dentro del dogma, en junio de 1929, puso en
jaque al doctrinarismo. «El
dogma –dice el autor de los Siete Ensayos– es entendido aquí como la doctrina
de un cambio histórico. Y mientras el cambio se opera, mientras el dogma no se
transforma en un archivo o un código de una ideología del pasado, nada
garantiza como el dogma la libertad creadora, la función germinal del
pensamiento».
Mariátegui al relacionar dogma y herejía, ortodoxia
y heterodoxia, dejaba sin piso al doctrinarismo que opone esos conceptos como
si no tuvieran relación. La metafísica trata la dialéctica de los conceptos –reflejo
en el cerebro del movimiento real–, como
realidades “conceptuales” separadas –absolutamente opuestas–, que se niegan o rechazan la una a la otra. Esa es una manera de negar el encanto
dialéctico de conceptos que no tienen significación el uno sin el otro. Marx
decía el lenguaje es la
conciencia práctica (La Ideología Alemana)
porque “lo concreto es concreto, ya que constituye
la síntesis de numerosas determinaciones, o sea la unidad de la diversidad.”
Mal grado la intolerancia de los doctores del
marxismo de ayer y hoy. La homogeneidad es la unidad de la
heterogeneidad. El doctrinarismo de izquierda se
sostiene en la ilusión de la “homogeneidad” del pensamiento, vale decir, el
rebaño como política. El sueño burgués de la política de los clones. Fantasía
imposible porque los hombres son en gran medida producto de las circunstancias
y las circunstancias son variables como la vida misma.
Observar, escuchar y explorar el entorno más cercano y sus
vinculaciones con el mundo es uno de los rasgos que distingue a los maestros.
Mariátegui forma parte de aquél prototipo de grandes exploradores, mejores
investigadores, extraordinarios husmeadores y rarísimos visionarios. Buscadores
como el fundador del Partido Socialista sólo aparecen de cuando en cuando.
Pertenece a la estirpe de los que abren camino para los que vienen atrás. Un
buscador, anhela descubrir la llave que abra el cofre de los secretos de la
lucha social. Permanece siempre alerta, consciente que en los detalles del
mundo que observa puede encontrarse la respuesta a sus indagaciones. Un
seguidor se vuelve ciego, se vuelve dependiente, se ata al motor de búsqueda
del “maestro”. Es un esclavo mental, su espíritu está sometido una “fuente de
luz”. Un buscador es responsable por sí mismo. El seguidor tiene su
responsabilidad sobre los hombros de otro y se aferra a él. El maestro es la
sombrilla donde el seguidor se siente confortable. El
buscador está alerta, no tiene temor, está abierto a cualquier nueva luz, su
mente siempre está lista a cambiar porque es capaz de seguir el paso al
movimiento y adaptarse a lo inesperado. El seguidor cuando, el cálculo de los
placeres forma parte de su razón de vida, encuentra en la política un medio
para trepar en la escala socio-económica. Buscadores como
José Carlos Mariátegui se transformaron en un ejemplo porque sus móviles
ético-prácticos impulsaron su agonía de combatiente pensante y operante.
Pastores y ovejas, caudillos y
seguidores, patrones y obreros, pertenecen a un pasado que se resiste a
perecer. Son criaturas de la propiedad privada
que languidecen en la decadencia de la civilización
capitalista. El capitalismo lleva la escisión de la mente y
el cuerpo, el pensamiento y la acción, la teoría y la práctica, a su más alta
expresión, el hombre mutilado: cabezas sin cuerpo y cuerpos sin cabeza. El
operario sólo debe cumplir órdenes del estratega. Su función es ejecutar las
órdenes como la función del estratega es pensarlas. La paradoja de cabezas
pensantes y cabezas actuantes es inherente al régimen de producción
capitalista.
El
socialismo marxista inaugura un nuevo tipo de operario, de protagonista, de
combatiente: pensante y
operante.
Mente y cuerpo, teoría y práctica, se unimisman en una sola entidad humana
arrojando al basurero de la historia la matriz dominante donde los que mandan no obedecen y los
que obedecen no mandan. El
hombre total de Mariátegui es la realización del viejo sueño humanista de la
reintegración del hombre con la naturaleza. Es el arquetipo que el Amauta
propuso como nuevo hombre de un Perú nuevo dentro del mundo nuevo.
Los
maestros no nacen, se inventan en la práctica que modela el aprendizaje y
experimenta el conocimiento hasta llegar a una fase superior, donde la
sabiduría brota casi espontánea como grandes intuiciones. Albert Einstein en el
cenit de su vida llegó a la siguiente conclusión: “La mente intuitiva es un don
sagrado y la mente racional un sirviente fiel. Hemos creado una sociedad que
honra al sirviente y se ha olvidado del don.” Hoy podemos decir que hemos
subordinado la sabiduría (el conocimiento de lo que nos conviene como especie)
a la técnica (ciencia sometida al individuo y a la cultura del despilfarro que
la justifica) en aras del progreso civilizatorio. Es
la crisis terminal del modelo de civilización dominante. El capitalismo es una
máquina para crear confort; y, sin embargo, la prosperidad de unos es la ruina
de millones.
José
Carlos Mariátegui hace ochenta y cuatro años abandonó físicamente este mundo.
Nos dejó un legado que en muchos aspectos se adelantó a su época. Rescatarlo de
las polillas y redescubrirlo fue obra de dos generaciones posteriores a la del
Amauta. Su obra fue genial, quién puede
dudarlo. Hoy sus decisiones siguen alumbrando, como un magnífico ejemplo. Pero,
el hombre que construyó de la “nada” el partido de la clase obrera, la CGTP, la
Federación de Yanaconas, la revista Amauta y Labor, entre otras cosas, ya no
está con nosotros. Vana es toda ilusión de tratar de imaginar que diría hoy el
maestro. La resistencia a la infamia capitalista es un problema que enfrentamos
los hombres del siglo XXI, no José Carlos Mariátegui.
Una
grave deficiencia del socialismo peruano es seguir pensando en el pasado,
buscando respuestas en el siglo XX a los problemas del siglo XXI. El conocimiento
del pasado no resolverá los problemas del presente. No confiar en nosotros
mismos es un obstáculo que nos auto imponemos. De allí que recurramos a la
escolástica, como recurso, para dar fe de lo que afirmamos. Lo cierto es que
nos falta conocimiento del presente y, sobre todo, del futuro. En nuestras
decisiones sigue imperando la dialéctica subjetiva, es decir, nuestro punto de
arranque en el análisis no es la realidad, sino lo que en ese momento “gravita
en nuestro pensamiento”. Es más fácil dar crédito a lo que discurre por nuestra
imaginación que a lo que realmente ocurre en la realidad, en particular, cuando
somos observadores y no actores de los acontecimientos. Por eso, más de uno se
dice a sí mismo: si hubiéramos sabido más, si hubiéramos estudiado esa obra, sí
no se hubiera perdido el libro de Mariátegui, si hubiera vivido más.
Precisamente ese es el enfoque equivocado. Lo que nos pierde en primera
instancia es que no estamos sintonizados con el momento presente. Lo que nos
sustrae de la realidad, de los hechos concretos, es que somos insensibles a las
circunstancias del momento. El análisis concreto de la situación concreta lo
remplazamos con construcciones teoréticas a partir de lo que imaginamos que es
la situación concreta. Escuchamos nuestros pensamientos pero no escuchamos lo
que nos dice el movimiento real de la sociedad. Escuchamos nuestros
pensamientos y reaccionamos, aplicando teorías e ideas que digerimos hace mucho
pero que no tienen nada que ver con las urgencias del presente. Más y más
libros, más y más teoría, más y más estudios del pasado sólo empeoran el
problema. La clave siempre ha sido la práctica, la experiencia, conocida no por
gusto como madre de toda ciencia. Lo cierto es que no queremos salir de nuestra
zona de confort: Foros y más foros. El presente siempre supone riesgos que no
deseamos enfrentar por eso nos refugiamos en la historia.
El
estudio de la historia y la teoría pueden ampliar nuestra visión del mundo,
pero se tiene que combatir la tendencia de congelar la teoría, de convertirla
en dogma. Se tiene que ser despiadado con el pasado, con la tradición, con las
viejas maneras de hacer las cosas. Romper esquemas es nuestra función. Ser
revolucionario es quebrantar reglas para reordenar el gran caos de la dictadura
de los mercados. Romper las reglas
establecidas es, en todo tiempo y lugar, una herejía. Recrear la realidad es
cambiar el statu quo y, por tanto, es otra herejía. El
pasado siempre desunirá a los pueblos, a los trabajadores, a los socialistas.
Sólo el futuro puede unirnos en las luchas del presente. Trotsky se unió a Lenin
por el futuro de los soviets. Del mismo modo los pueblos, los trabajadores y
los luchadores sociales se unirán por la supervivencia del planeta y el futuro
de la humanidad.
Una de las limitaciones del militante socialista es la
“incapacidad” de enfrentar la realidad, de ver las cosas tal como son. Conforme
envejecemos, nos aferramos cada vez más al pasado. Nos vence la costumbre. Lo
que alguna vez nos funcionó se vuelve doctrina, una coraza para protegernos de
la realidad. La repetición remplaza a la creatividad. Es muy raro que nos demos
cuenta de que hacemos esto, porque nos es casi imposible verlo suceder en
nuestra mente. Luego de repente, un joven atrevido se cruza en nuestro camino,
una persona que no respeta la tradición, que lucha en una forma nueva. Sólo
entonces vemos que nuestra manera de pensar y reaccionar ya es obsoleta. En
realidad, nuestros éxitos pasados son nuestro mayor obstáculo: cada batalla,
cada guerra, es diferente, y no se puede suponer que lo que funcionó antes
funcionará hoy. Debemos soltar el pasado y abrir nuestros ojos al presente. Soltemos al maestro Mariátegui y sigamos su
camino, abriendo nuestros ojos al presente - futuro. ¡Liberemos nuestros cerebros
construyendo el futuro!
Ya es hora de dejar en paz a José Carlos Mariátegui.
El culto al hombre debe finalizar, es hora de realizaciones. Nuestra generación
durante más de 60 años ha vivido en romerías, homenajes, celebraciones y
aniversarios. El natalicio y muerte del Amauta y sus realizaciones más sonadas
son sus justificaciones. Con el tiempo, el entusiasmo por asistir a esos
eventos se ha ido diluyendo, las grandes concentraciones se han convertido en
intrascendentes reuniones. Si hoy él se
levantara de su fría tumba diría: ¡Basta ya de tanto incienso, de tanta
ceremonia, de tanta tertulia! ¿Qué habéis hecho?
Tacna,
29 de Marzo 2014
Edgar
Bolaños Marín