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jueves, 26 de mayo de 2022

CONTINUIDADES Y RUPTURAS DEL ¿IMPERIALISMO RUSO?

Las miradas esencialistas denuncian una supuesta naturaleza imperial intrínseca de Rusia. Pero no existe continuidad alguna entre las estructuras feudales de Iván el Terrible o Pedro el Grande y el dispositivo capitalista que comanda Putin. (Foto: AP)

CLAUDIO KATZ

Las miradas que dan por consumada la reconstitución de un imperio ruso prestan poca atención a los frágiles pilares de esa estructura de dominación. Pierden de vista que Putin no hereda seis siglos de feudalismo, sino tres décadas de convulsivo capitalismo.

Frecuentemente se cataloga a Rusia como un imperialismo en reconstitución. Algunas miradas utilizan ese concepto para subrayar el carácter incompleto y embrionario de su despunte imperial (Testa, 2020). Pero otras recurren al mismo enunciado para destacar comportamientos expansivos desde tiempos remotos. Estas visiones, que postulan analogías con el declive zarista, semejanzas con la URSS y primacías de la dinámica colonial interna, plantean intensos debates.

Contrastes y semejanzas con el pasado

Los enfoques que registran continuidades de larga data, observan a Putin como un heredero de las viejas capturas territoriales. Remarcan tres estadios históricos de una misma secuencia imperial con basamentos feudales, burocráticos o capitalistas, pero invariablemente asentados en la ampliación fronteriza (Kowalewski, 2014a).

Esos parentescos deben ser precisados con cautela. Es cierto que el pasado de Rusia está signado por cuatro siglos de expansión zarista. Todos los monarcas ampliaron el radio del país, para incrementar el cobro de impuestos y reforzar la servidumbre en un inmenso territorio. Las regiones conquistadas tributaban a Moscú y quedaban entrelazadas al centro, mediante la instalación de migrantes rusos.

Esa modalidad colonial interna difería del típico esquema británico, francés o español de captura de regiones exteriores. El número de zonas apropiadas era gigantesco y conformaba una zona geográfica única, continua y muy divergente de los imperios marítimos de Europa Occidental. Rusia era una potencia terrestre con reducida gravitación en los mares. Articulaba un modelo que compensaba la fragilidad económica con la coerción militar, a través de un monumental imperio de la periferia.

Lenin caracterizaba a esa estructura como un imperialismo militar-feudal, que encarcelaba a incontables pueblos. Resaltaba el carácter precapitalista de una configuración asentada en la explotación de los siervos. Las analogías que pueden establecerse con ese pasado deben tener presente las diferencias cualitativas con ese régimen social.

No existe ninguna continuidad entre las estructuras feudales que gestionaba Iván el terrible o Pedro el Grande y el dispositivo capitalista que comanda Putin. Este señalamiento es importante frente a tantas miradas esencialistas, que denuncian la naturaleza imperial intrínseca del gigante euroasiático. Con ese prejuicio el establishment occidental construyó todas sus leyendas de la guerra fría (Lipatti, 2017).

Las comparaciones que evitan esa simplificación, permiten notar la distancia que siempre separó a Rusia del capitalismo central. Esa brecha persistió en los ciclos de modernización que introdujo el zarismo con refuerzos militares, mayor expoliación de los campesinos y distintas variantes de servidumbre. La asfixiante tributación de ese régimen alimentaba un derroche de las elites consumistas, que contrastaba con las normas de competencia y acumulación imperantes en el capitalismo avanzado (Williams, 2014). Esa fractura se recreó posteriormente y tiende a reaparecer con modalidades muy diferentes en la actualidad.

Otra esfera de afinidades se verifica en la inserción internacional del país como una semiperiferia. Esa ubicación arrastra una larga historia, en una potencia que no alcanzó la cima de los imperios dominantes, pero logró sustraerse de la subordinación colonial. Un estudioso de esa categoría remonta el status intermedio, a la marginación de Rusia de los imperios que antecedieron a la era moderna (Bizancio, Persia, China). Ese divorció continuó durante la conformación del sistema económico mundial. Ese entramado se estructuró en torno a un eje geográfico del Atlántico, con modalidades de trabajo distanciadas del servilismo imperante en el universo de los zares (Wallerstein; Derluguian, 2014).

Rusia se expandió internamente, dando la espalda a ese entrelazamiento y forjó su imperio con el sometimiento interno (y reclutamiento forzoso) de los campesinos. Al mantenerse en esa arena exterior, evitó la fragilidad de sus vecinos y la regresión que sufrieron las potencias declinantes (como España). Pero no participó en el ascendente proceso que protagonizaron los Países Bajos e Inglaterra. Protegió su entorno, actuando fuera de las principales disputas por la dominación mundial (Wallerstein, 1979: 426-502).

La dinastía zarista nunca logró gestar la burocracia eficiente y la agricultura moderna que motorizó la industrialización en otras economías. Esa obstrucción bloqueó el salto económico que lograron Alemania y Estados Unidos (Kagarlitsky, 2017: 11-14). La dinámica imperial de Rusia siempre mantuvo una sostenida brecha con las economías avanzadas, que despunta nuevamente en el siglo XXI.

Contrastes con 1914-1918

Algunos teóricos del imperialismo en reconstitución sitúan las semejanzas con el último zarismo, en la participación que tuvo Rusia durante la Primera Guerra Mundial (Pröbsting, 2012). Remarcan paralelos entre los declinantes actores del pasado (Gran Bretaña y Francia) y sus exponentes actuales (Estados Unidos) y entre las potencias desafiantes de esa época (Alemania y Japón) y sus émulos contemporáneos (Rusia y China) (Proyect, 2019)..

Rusia intervino en la gran conflagración de 1914 como una potencia ya capitalista. La servidumbre había sido abolida, la gran industria despuntaba en las fábricas modernas y el proletariado era muy gravitante. Pero Moscú actuó en esa contienda como un rival muy peculiar. No se alineó con Estados Unidos, Alemania o Japón entre los imperios emergentes y tampoco se ubicó con Inglaterra y Francia entre los dominadores en retroceso.

El zarismo continuaba asentado en la expansión territorial fronteriza y fue empujado al campo de batalla por los compromisos financieros, que mantenía con uno de los bandos en disputa. Fue también a la guerra para preservar su derecho a saquear el entorno próximo, pero afrontó una dramática derrota, que acentuó el revés previo frente al advenedizo imperio japonés.

El zarismo había logrado una supervivencia que no consiguieron sus homólogos del subcontinente indio o del cercano y lejano Oriente. Logró mantener la autonomía y la gravitación de su imperio durante varias centurias, pero no pasó la prueba de la guerra moderna. Fue doblegado por Gran Bretaña y Francia en Crimea, por Japón en Manchuria y por Alemania en las trincheras de Europa.

Muchos analistas occidentales sugieren semejanzas de ese fracaso con la incursión actual en Ucrania. Pero todavía no hay datos de esa eventualidad y son prematuras las evaluaciones de la contienda en curso. Además, los paralelos deberían tomar en cuenta la diferencia radical que separa al imperialismo contemporáneo de su precedente.

En la guerra de 1914-18 una pluralidad de potencias chocaba con fuerzas comparables, en un escenario muy distante de la estratificada supremacía actual que ejerce el Pentágono. El imperialismo contemporáneo opera en torno a una estructura encabezada por Estados Unidos y sostenida por los socios alterimperiales y coimperiales de Europa, Asia y Oceanía. La OTAN articula ese conglomerado bajo las órdenes de Washington, en los grandes conflictos con los rivales no hegemónicos de Moscú y Beijing. Ninguna de estas dos potencias se ubica en el mismo plano que el imperialismo dominante. Las diferencias con el escenario de principio del siglo XX son mayúsculas.           

En el último reinado de los zares, Rusia mantenía una contradictoria relación de participación y subordinación con los protagonistas de las contiendas bélicas internacionales. Por el contrario, en la actualidad es duramente hostilizada por esas fuerzas. Rusia no cumple el rol de Bélgica o España como socio menor de la OTAN. Comparte con China el sitial opuesto de blanco principal del Pentágono. Al cabo de un siglo se verifica una drástica modificación del contexto geopolítico.

Tampoco reaparece en la actualidad la vieja competencia de 1914 por la apropiación del botín colonial. Moscú y Washington no compiten junto a Paris, Londres, Berlín o Tokio por el dominio de los países dependientes. Esa diferencia es omitida por las miradas (Rocca, 2020), que postulan la equivalencia de Rusia con sus pares de Occidente, en la rivalidad por los recursos de la periferia.

Ese desacierto se extiende a la presentación de la guerra de Ucrania como un choque económico por el usufructo de los recursos del país. Se afirma que dos potencias del mismo signo (Vernyk, 2022) aspiran a repartirse un territorio con grandes reservas de mineral de hierro, gas y trigo. Esa rivalidad enfrentaría a Estados Unidos y Rusia, en un choque semejante a los viejos enfrentamientos interimperialistas.

Ese enfoque olvida que el conflicto de Ucrania no tuvo ese origen económico. Fue provocado por Estados Unidos, que se autoasignó el derecho a cercar a Rusia con misiles, mientras gestionaba el ingreso de Kiev a la OTAN. Moscú buscó neutralizar ese acoso y Washington desconoció los reclamos de legitima seguridad que planteo su contrincante.

Las asimetrías entre ambos bandos saltan a la vista. La OTAN avanzó contra Rusia, a pesar de la fulminante extinción del viejo Pacto de Varsovia. Ucrania fue aproximada a la Alianza Atlántica, sin que ningún país de Europa Occidental negociara asociaciones de ese tipo con Rusia.

El Kremlin tampoco imaginó montar en Canadá o México algún sistema de bombas sincronizadas contra las ciudades estadounidenses. No contrapesó la madeja de bases militares que su adversario ha instalado en todas las fronteras euroasiáticas de Rusia. Esta asimetría ha sido tan naturalizada, que se olvida quién es el principal responsable de las incursiones imperiales.

Ya hemos expuesto además las contundentes evidencias que ilustran, cómo Rusia incumple el patrón económico imperial en sus relaciones con la periferia. No tiene sentido ubicarla en un mismo plano de rivalidad con la primera potencia del planeta. Una semiperiferia autárquica y con reducida integración a la globalización, no disputa mercados con las gigantescas empresas del capitalismo occidental.

Las lecturas en clave económica de la actual intervención rusa en Ucrania diluyen lo central. Esa incursión tiene propósitos defensivos frente a la OTAN, objetivos geopolíticos de control del espacio postsoviético y motivaciones políticas internas de Putin. El jefe de Kremlin pretende desviar la atención de los crecientes problemas socioeconómicos, contrarrestar su declive electoral y asegurar la prolongación de su mandato (Kagarlitsky, 2022). Esas metas son tan distantes de 1914-18 como del escenario imperial contemporáneo.

Diferencias con el subimperialismo

Las semejanzas con el último imperio de los zares son a veces conceptualizadas con la noción de subimperialismo. Ese término es utilizado para describir la variante débil o menor de la condición imperial, que el gobierno ruso compartiría actualmente con sus antecesores de principio del siglo XX. Se estima que Moscú reúne los rasgos de una gran potencia, pero actúa en la liga inferior de los dominadores (Presumey, 2015).

Con la misma noción se resaltan semejanzas con imperialismos secundarios del pasado como Japón y se extiende esa similitud al liderazgo de Putin con Tojo (ministro del emperador nipón) (Proyect, 2014). Rusia es ubicada en el mismo casillero de los imperios secundarios, que en el pasado emparentaban al zarismo con los mandantes otomanos o con la realeza austrohúngara.

Ciertamente el país acumula una historia imperial densa y prolongada. Pero ese elemento heredado solo tiene significación actual, cuando las viejas tendencias reaparecen en los nuevos contextos. El agregado «sub» no esclarece ese escenario.

El imperialismo contemporáneo perdió afinidades con su antecesor del siglo diecinueve y esas diferencias se verifican en todos los casos. Turquía no reconstruye el entramado otomano, Austria no guarda resabios de los Habsburgo y Moscú no resucita la política de los Romanov. Los tres países se ubican, además, en lugares muy distintos en el orden global contemporáneo.

En todas las acepciones mencionadas, el subimperio es visto como una variante inferior del imperialismo dominante. Puede abandonar o servir a esa fuerza principal, pero es definido por su rol subordinado. Pero esa mirada desconoce que Rusia no participa en la actualidad del dispositivo imperial dominante que comanda Estados Unidos. Se destaca que actúa como una potencia relegada, menor o complementaria, pero sin especificar en qué ámbito desenvuelve esa acción.

Esa omisión impide notar las diferencias con el pasado. Moscú no participa como un imperio secundario dentro de la OTAN, sino que choca con el organismo que encarna al imperialismo del siglo XXI.

Rusia es también situada como un subimperio por los autores (Ishchenko; Yurchenko, 2019) que remiten ese concepto a su formulación inicial. Esa acepción fue desarrollada por los teóricos marxistas latinoamericanos de la dependencia. Pero en esa tradición, el subimperialismo no es una modalidad menor de un prototipo mayor. Marini utilizó el concepto en los años 60 para ilustrar el status de Brasil y no para clarificar el rol de España, Holanda o Bélgica. Buscaba remarcar la contradictoria relación de asociación y subordinación del primer país con el dominador estadounidense. El pensador brasileño destacaba que la dictadura de Brasilia estaba alineada con la estrategia del Pentágono, pero actuaba con una gran autonomía regional y concebía aventuras sin la venía de Washington. Una política semejante desenvuelve en la actualidad Erdogan en Turquía (Katz, 2021).

Esta aplicación dependentista del subimperialismo no tiene validez actual para Rusia, que es permanentemente hostilizada por Estados Unidos. Moscú no comparte las ambigüedades de la relación que hace varias décadas mantenían Brasilia o Pretoria con Washington. Tampoco exhibe las medias tintas de esa conexión actual con Ankara. Rusia es estratégicamente acosada por el Pentágono y esta ausencia de elementos de asociación con Estados Unidos, la excluyen del pelotón subimperial.

No hubo imperialismo soviético

Otra comparación con el siglo XX presenta a Putin como un reconstructor del imperialismo soviético. Ese término propio de la guerra fría es más sugerido que utilizado en los análisis afines al marxismo. En estos casos se da por sentada la opresión externa ejercida por la URSS. Algunos autores resaltan que ese sistema participaba del reparto del mundo, mediante incursiones externas y anexiones de territorios (Batou, 2015).

Pero esa mirada evalúa mal una trayectoria surgida de la revolución socialista, que introdujo un principio de erradicación del capitalismo, rechazo de la guerra interimperialista y expropiación de los grandes propietarios. Esa dinámica anticapitalista quedó drásticamente afectada por la larga noche del estalinismo, que introdujo formas despiadadas de represión y descabezamiento del liderazgo bolchevique. Ese régimen consolidó el poder de una burocracia, que gestionó con mecanismos opuestos a los ideales del socialismo.

El estalinismo consumó un gran Termidor en un país devastado por la guerra, con el proletariado diezmado, las fábricas demolidas y el agro estancado. En ese escenario quedó frenado el avance hacia una sociedad igualitaria. Pero ese retroceso no desembocó en la restauración del capitalismo. En la URSS no irrumpió una clase propietaria asentada en la acumulación de plusvalía y sujeta a las reglas de la competitividad mercantil. Prevaleció un modelo de planificación compulsiva, con normas de gestión del excedente y del plustrabajo amoldadas a los privilegios de la burocracia (Katz, 2004: 59-67).

Esa inexistencia de cimientos capitalistas impidió el surgimiento de un imperialismo soviético comparable a sus pares de Occidente. La nueva elite opresiva nunca contó con los soportes que brinda el capitalismo a las clases dominantes. Debió gestionar una formación social híbrida que industrializó el país, uniformó su cultura y mantuvo durante décadas una gran tensión con el imperialismo colectivo de Occidente.

La errónea tesis del imperialismo soviético está emparentada con la caracterización de la URSS como un régimen de capitalismo de estado (Weiniger, 2015), en conflicto con Estados Unidos por el despojo de la periferia. Esa equiparación registra las desigualdades sociales y la opresión política vigentes en la URSS, pero omite la ausencia de propiedad de las empresas y del consiguiente derecho a explotar el trabajo asalariado, con las normas típicas de la acumulación.

El desconocimiento de estos fundamentos alimenta las erróneas comparaciones de la era Putin con Stalin, Brezhnev o Kruschev. No registran la prolongada interrupción que tuvo el capitalismo en Rusia. Más bien suponen que en la URSS persistió alguna variedad de ese sistema y por eso destacan la presencia de una secuencia imperial ininterrumpida.

Olvidan que la política externa de la URSS no reprodujo las conductas usuales de esa dominación. Luego de abandonar los principios del internacionalismo, el Kremlin evitó el expansionismo y solo bregaba por alcanzar algún status quo con Estados Unidos.

Esa diplomacia expresaba una tónica opresiva pero no imperialista. La capa dominante de la URSS ejercía una nítida supremacía sobre sus socios, a través de dispositivos militares (Pacto de Varsovia) y económicos (COMECON). Negociaba con Washington normas de coexistencia y exigía la subordinación de todos los integrantes del denominado bloque socialista. Ese padrinazgo forzoso determinó impactantes rupturas con los gobiernos que resistieron el sometimiento (Yugoslavia con Tito y China con Mao). En ninguno de estos dos casos, el Kremlin logró alterar el rumbo autónomo de los regímenes que ensayaban caminos diferenciados del hermano mayor.

Una respuesta más brutal adoptó Moscú frente a la rebelión intentada en Checoslovaquia, para poner en práctica un modelo de renovación socialista. En ese caso, Rusia envió tanques y gendarmes para aplastar la protesta. Lo ocurrido con Yugoslavia, China y Checoslovaquia confirma que la burocracia moscovita hacía valer sus exigencias de potencia. Pero esa acción no se inscribía en las reglas del imperialismo, que recién afloran al cabo de treinta años de vigencia del capitalismo. En Rusia comienza a despuntar un imperio no hegemónico, que no continúa el fantasmal imperio soviético.

Las evaluaciones del colonialismo interno

Algunos autores subrayan la incidencia del colonialismo interno en la dinámica imperial de Rusia (Kowalewski, 2014b). Recuerdan que el colapso de la URSS condujo a la separación de 14 repúblicas, junto al mantenimiento de otros 21 conglomerados no rusos en la órbita de Moscú.

Esas minorías ocupan el 30% del territorio y albergan a una quinta parte de la población, en condiciones económico-sociales adversas. Esas desventajas se verifican en la explotación de los recursos naturales que el Kremlin administra a su favor. La administración central captura, por ejemplo, gran parte de los ingresos petroleros de Siberia Occidental y del Lejano Oriente.

Las nuevas entidades supranacionales de las últimas décadas convalidaron esa desigualdad entre regiones. Por esta razón han sido tan conflictivas las relaciones de la Comunidad Económica de Eurasia (2000) y la Unión Aduanera (2007), con los socios de Bielorrusia, Kazajstán, Armenia, Georgia, Kirguistán y Tayikistán.

Esas asimetrías presentan, a su vez, una doble cara de presencia colonizadora rusa en las zonas aledañas y emigración de la periferia hacia los centros, para nutrir la mano de obra barata demandada en las grandes urbes. Esta dinámica opresiva es otro efecto de la restauración capitalista. Pero algunos autores relativizan ese proceso, recordando que la herencia de la URSS no es sinónimo de mero dominio de la mayoría rusa. Destacan que el idioma prevaleciente operó como una lengua franca, que no obstruyó el florecimiento de otras culturas. Consideran que ese diversificado localismo permitió la gestación de un cuerpo autónomo de administradores, que en las últimas décadas se divorció con gran facilidad de Moscú (Anderson, 2015).

La colonización interna ha coexistido, además, con una composición multiétnica que limitó la identidad nacional rusa. Ese país emergió más como un imperio integrado por varios pueblos que como una nación definida por la ciudadanía común. Es cierto que durante el estalinismo hubo nítidos privilegios a favor de los rusos. La mitad de la población sufrió las devastadoras consecuencias de la colectivización forzosa y los traslados compulsivos. Se consumó una brutal remodelación territorial, con castigos masivos a los ucranianos, tártaros, chechenos o alemanes del Volga, que fueron desplazados hacia zonas alejadas de su terruño.

Los rusos ocuparon nuevamente los mejores lugares de la administración y los mitos de ese nacionalismo fueron transformados en un ideal patriótico de la URSS. Pero esas ventajas fueron también neutralizadas por las mixturas de los emigrados y la asimilación de los desplazados, que acompañó al inédito crecimiento de posguerra. Esa absorción no borró las atrocidades previas, pero modificó sus consecuencias. En la prosperidad que primó hasta los años 80, la convivencia de naciones atenuó la supremacía gran rusa. En la URSS no se verificó el colonialismo tardío que imperó en Sudáfrica y persiste en Palestina. Los privilegios de los rusos étnicos no implicaron racismo o apartheid.

Pero cualquiera sea la evaluación del colonialismo interno, corresponde puntualizar que esa dimensión no es determinante del eventual papel de Rusia como una potencia imperialista. Ese status es determinado por la acción externa de un estado. Las dinámicas opresivas internas solo complementan un rol definido en el concierto global.

El sometimiento de minorías nacionales está presente en incontables países de porte mediano, que nadie situaría en el selecto club de los imperios. En Medio Oriente, Europa Oriental, África y Asia hay numerosos ejemplos de padecimientos sufridos por las minorías marginadas del poder. El maltrato de los kurdos no convierte, por ejemplo, a Siria o Irak en países imperialistas. Esa condición se define en el ámbito de la política exterior.

Complejidad de las tensiones nacionales

Los enfoques que resaltan la gravitación opresiva de la rusificación, ponderan también la resistencia a esa dominación. Por un lado, denuncian la exportación programada del principal grupo étnico para asegurar los privilegios que gestiona el Kremlin. Por otra parte, remarcan la progresividad de los movimientos nacionales que confrontan con la tiranía de Moscú (Kowalewski, 2014c). Pero en esos conflictos no se verifica solo la pretensión rusa de preservar supremacía en áreas de influencia. También se juega el propósito norteamericano de socavar la integridad territorial de su rival y el interés de las elites locales, que pugnan por una tajada de los recursos en disputa (Stern, 2016).

La mayoría de las repúblicas escindidas de la tutela moscovita ha seguido secuencias semejantes de oficialización del lenguaje local en desmedro de los rusoparlantes. Ese renacimiento idiomático apuntala la construcción práctica y simbólica de las nuevas naciones, en el ámbito militar, escolar y ciudadano.

Occidente suele propiciar las fracturas que Moscú intenta contrarrestar. Esa tensión profundiza el choque entre minorías, que frecuentemente cohabitan en localidades muy próximas. En muy pocas ocasiones la población es consultada sobre su propio destino. El fanatizado nacionalismo que auspician las elites locales obstruye esa respuesta democrática. Estados Unidos incentiva todas las tensiones. Primero apuntaló la desintegración Yugoslavia y erigió una gran base militar en Kosovo para monitorear el radio aledaño. Luego alentó la independencia de Letonia, una corta guerra de Moldavia para incentivar la secesión y una fracasada embestida de su presidente georgiano contra Moscú (Hutin, 2021).

Los grupos dominantes nativos (que propician la creación de nuevos estados) suelen revitalizar viejas tradiciones o construyen esas identidades desde cero. En los cinco países de Asia Central, el yihadismo ha jugado un importante papel en esas estrategias.

El caso reciente de Kazajistán es muy ilustrativo de los conflictos actuales. Una oligarquía de exjerarcas de la URSS se apropió allí de los recursos energéticos, para compartir lucros con las petroleras de Occidente. Instrumentó un desenfrenado neoliberalismo, suprimió derechos laborales y forjó un nuevo estado repatriando a los kazajos étnicos. De esa forma potenció el idioma local y la religión islámica, para aislar a la minoría rusoparlante. Había logrado consumar ese operativo hasta la reciente crisis, que desembocó en el envío de tropas y la consiguiente restauración del padrinazgo de Moscú (Karpatsky, 2022).

Nagorno Karabaj ofrece otro ejemplo de la misma exacerbación del nacionalismo para afianzar el poder de las elites. En un enclave de pobladores armenios que convivieron durante siglos con sus vecinos del territorio azerí, dos grupos dominantes han disputado la pertenencia del mismo territorio. Los armenios obtuvieron victorias militares (en 1991 y 1994), que fueron recientemente revertidas por los triunfos azeríes. Para asegurar su custodia de la zona (y disuadir la creciente presencia de Estados Unidos, Francia y Turquía), Rusia auspicia salidas concertadas del conflicto (Jofré Leal, 2020).

Atribuir la enorme diversidad de tensiones nacionales a la mera acción dominante de Rusia es tan unilateral como asignar un perfil invariablemente progresista a los protagonistas de esos choques. En muchos casos hay legítimos reclamos, instrumentados en forma regresiva por las elites locales en sintonía con el Pentágono. La simplificada impugnación del imperialismo ruso impide registrar esas circunstancias y complejidades.

Estatus irresuelto

Muchos teóricos del imperio en reconstitución pierden de vista que Rusia carece actualmente del nivel cohesión política requerido para esa remodelación. El desplome de la URSS no generó un programa unificado de la nueva oligarquía o de la burocracia que maneja el estado. El trauma suscitado por esa implosión dejó una gran secuencia de disputas.

El proyecto imperialista es efectivamente promovido por sectores derechistas, que motorizan aventuras externas para lucrar con el redituable negocio bélico. Esa fracción reaviva las viejas creencias del nacionalismo gran ruso y sustituye el tradicional antisemitismo por campañas islamófobas. Confluye con la derecha europea en la oleada marrón, emite demagógicas diatribas contra Bruselas y Washington y focaliza sus dardos contra los inmigrantes.

Pero ese segmento imbuido de añoranzas imperiales confronta con la internacionalizada elite liberal, que propicia una fanática integración a Occidente. Ese grupo propaga los valores angloamericanos y aspira a lograr un lugar para el país en la alianza transatlántica. Los millonarios que integran este último bando resguardan su dinero en los paraísos fiscales, administran sus cuentas desde Londres, educan a sus hijos en Harvard y acumulan propiedades en Suiza. La experiencia padecida con Yeltsin ilustra cuán demoledoras son las consecuencias de cualquier gestión estatal de esos personajes, que se avergüenzan de su propia condición nacional (Kagarlitsky, 2015). Navalny es el principal exponente de esa minoría endiosada por medios de comunicación norteamericanos. Desafía a Putin con el descarado sostén del Departamento de Estado, pero afronta las mismas adversidades de sus antecesores. El respaldo externo de Biden y el sostén interno de un sector de la nueva clase media, no borra el recuerdo de la demolición perpetrada por Yeltsin.

La disputa de ese sector liberal encandilado con Occidente, con sus rivales nacionalistas se desenvuelve en un amplio campo de la economía, la cultura y la historia. Las grandes figuras del pasado han resurgido como estandartes de ambos grupos. Iván el Terrible, Pedro el Grande y Alejandro II son evaluados por su aporte a la convergencia de Rusia con la civilización europea o por su contribución al espíritu nacional. La élite liberal que desprecia a su país choca con la contra-élite que añora el zarismo. Ambas corrientes afrontan serios límites para consolidar su estrategia.

Los liberales quedaron desacreditados por el caos que introdujo Yeltsin. Putin asienta su prolongada gestión en el contraste con esa demolición. Su liderazgo incluye cierta recomposición de tradiciones nacionalistas amalgamadas con el resurgimiento de la Iglesia ortodoxa. Esa institución recuperó propiedades y opulencia con el auxilio oficial a las ceremonias y el culto.

Ninguno de esos pilares aportaba hasta ahora el sustento requerido para apuntalar acciones externas más agresivas. La invasión de Ucrania es el gran test de esos cimientos. Contra esas aventuras conspira la conformación multiétnica del país y la ausencia de un Estado-nación convencional.

El propio Putin suele declamar su admiración por la vieja «grandeza de Rusia», pero hasta la incursión a Kiev manejaba con cautela la política exterior, combinando actos de fuerza con sostenidas negociaciones. Buscó el reconocimiento del país como un jugador internacional, sin avalar la reconstrucción imperial propiciada por los nacionalistas. La continuidad de ese equilibrio se juega en la batalla de Ucrania.

Las miradas que dan por consumada la reconstitución de un imperio ruso prestan poca atención a los frágiles pilares de esa estructura de dominación. Pierden de vista que Putin no hereda seis siglos de feudalismo, sino tres décadas de convulsivo capitalismo. La acotada escala de un curso potencial dominante de Rusia es registrada con mayor acierto, por los autores que exploran distintas denominaciones (imperialismo en desarrollo, imperialismo periférico), para aludir a un estatus embrionario.

La búsqueda de un concepto singular diferenciado del imperialismo dominante es el propósito de nuestra indagación. La categoría de imperio no hegemónico en formación propone una aproximación a esa definición. Pero la clarificación del tema exige continuar con la revisión de otros enfoques, que evaluaremos en nuestro próximo texto.

 

Referencias

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Stern, Johaness (2016) L’«impérialisme» de la Russie et de la Chine, 30 avril 2016 https://www.wsws.org/fr/articles/2016/04/ruch-a30.html

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Vernyk, Oleg (2022). Los trabajadores rusos son nuestros hermanos en la lucha anticapitalista, 10-2-2022, https://mst.org.ar/2022/02/10/desde-ucrania-oleg-vernyk-los-trabajadores-rusos-son-nuestros-hermanos-en-la-lucha-anticapitalista

Wallerstein Immanuel, (1979). El moderno sistema mundial, tomo I, Siglo XXI, México, 1979.

Wallerstein, Immanuel; Derluguian, Georgi (2014). De Iván el Terrible a Vladímir Putin: Rusia en la perspectiva del sistema-mundo, Nueva Sociedad, n 253, 9-10-2014, https://nuso.org/articulo/de-ivan-el-terrible-a-vladimir-putin-rusia-en-la-perspectiva-del-sistema-mundo/

Weiniger, Patrick (2015). Understanding imperialism: a reply to Sam King, Marxist Left Review n 9, 2015, Marxist Left Review | Understanding imperialism: a reply to Sam King

Williams, Sam (2014). Is Russia Imperialist? jun. 2014 https://critiqueofcrisistheory.wordpress.com/is-russia-imperialist/

Fuente: https://jacobinlat.com/2022/05/19/continuidades-y-rupturas-del-imperialismo-ruso/?mc_cid=deb2108056

 

domingo, 6 de marzo de 2022

DEBATE: ¿ES RUSIA IMPERIALISTA?

 



Monthly Review on line

[Traducido del inglés por lahaine.org  El imperialismo sigue siendo el principal peligro para los pueblos. Se puede demostrar, siguiendo a Lenin, que Rusia no es imperialista]

Stansfield Smith

Se dice que Rusia es una potencia mundial imperialista, que está en conflicto con la superpotencia imperialista, los EE.UU. Se ha caracterizado a Rusia de esta manera tanto durante el período de la Unión Soviética como después de que la Unión Soviética se derrumbara y se formaran estados separados. Se ha dicho que Rusia es imperialista tanto cuando era un Estado socialista como ahora como Estado capitalista.

También se dice que Rusia es un estado capitalista no imperial, que aún lucha por recuperarse de la crisis del colapso soviético y de la catástrofe política y económica de los años de Yeltsin, cuando degeneró en un cliente casi neocolonial saqueado por Estados Unidos. (1)

Lenin reconoció que el capitalismo moderno "se está convirtiendo en todas partes en un capitalismo monopolista "(2). "El capitalismo se ha convertido en un sistema mundial de opresión colonial y de "estrangulamiento financiero de la abrumadora mayoría de la población del mundo por un puñado de países 'avanzados'"(3). Esta dominación del mundo por unas pocas potencias imperialistas no sólo es el mayor obstáculo para el progreso económico y social de los países menos desarrollados, sino para resolver los acuciantes problemas que afligen a la humanidad en su conjunto y ahora al propio planeta.

Lenin definió el imperialismo capitalista moderno sin olvidar el valor condicional y relativo de todas las definiciones en general, que nunca pueden abarcar todas las concatenaciones de un fenómeno en su pleno desarrollo, debemos dar una definición del imperialismo que incluya los siguientes rasgos básicos:

1. la concentración de la producción y del capital se ha desarrollado hasta tal punto que ha creado monopolios que desempeñan un papel decisivo en la vida económica;

2. la fusión del capital bancario con el capital industrial, y la creación, sobre la base de este "capital financiero", de una oligarquía financiera;

3. la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia excepcional;

4. la formación de asociaciones capitalistas monopolistas internacionales que se reparten el mundo entre ellas, y

5. se completa el reparto territorial del mundo entero entre las mayores potencias capitalistas. El imperialismo es el capitalismo en aquella etapa de desarrollo en la que se establece el dominio de los monopolios y del capital financiero; en la que la exportación de capital ha adquirido una importancia pronunciada; en la que ha comenzado el reparto del mundo entre los trusts internacionales, en la que se ha completado el reparto de todos los territorios del globo entre las mayores potencias capitalistas. (4)

A continuación veremos cómo la Rusia capitalista actual participa de estos rasgos, considerando el papel que los monopolios capitalistas rusos desempeñan en el sistema imperialista mundial, la naturaleza del comercio de exportación de Rusia, la exportación de capital ruso, el papel mundial que desempeña el capital financiero ruso y, por último, el poder militar ruso.(5)

1. La fuerza de Rusia entre los monopolios capitalistas internacionales

El papel de Rusia en "4. la formación de asociaciones capitalistas monopolistas internacionales que se reparten el mundo entre ellas" puede medirse por la posición de las corporaciones del país entre las 2000 corporaciones internacionales más importantes.

Forbes hizo una lista de las 2000 empresas más importantes del mundo basándose en las ventas totales, los beneficios, los activos y el valor de mercado. De las 10 primeras empresas, 5 son chinas y 5 estadounidenses. China alberga 291 empresas del Global 2000 (frente a sólo 43 en 2003). Estados Unidos está a la cabeza con 560. Canadá tiene 50, Australia 39, India 58.

Rusia sólo tiene 4 entre las 100 primeras, en los puestos 43, 47, 73 y 98. Sólo tiene 6 entre las 500 primeras y 25 entre las 2000 primeras. Su cuota empresarial total muestra una ligera tendencia descendente, no ascendente: en el periodo 2008-2013, entre 29 y 30 empresas rusas entraron en la lista Global 2000.

Las 2000 empresas de esta lista representan 39,1 billones de dólares en ventas, 3,2 billones en beneficios, 189 billones en activos y 56,8 billones en valor de mercado. Las ventas de las 25, 2 empresas rusas ascienden a 568.000 millones de dólares, apenas un 1,45% del total. Sus activos colectivos ascienden a 1.757.300 millones de dólares, lo que supone algo menos del 1% del total. Entre los monopolios internacionales, Rusia es un actor muy minoritario.

La productividad laboral de Rusia comparada con la de la Unión Europea y Estados Unidos

La perspectiva de un cambio significativo en estas cifras se ve desmentida por el problema de la baja productividad de la mano de obra rusa. La productividad laboral, medida aquí por el producto interior bruto valorado en dólares estadounidenses dividido por el número total de horas trabajadas por la mano de obra del país, se situó en 2016 en 25,4 para Rusia. Se trata de la tasa más baja de todos los países europeos, tan baja que es menos de la mitad de la tasa media de la Unión Europea, que es de 53,4. La productividad laboral de Rusia es el 36% del nivel de Estados Unidos, que es de 69,9; la de Alemania es de 68,1. Rusia sigue sumida en un nivel de productividad de país atrasado, lejos de poder competir con el de los centros capitalistas avanzados.

El Informe de Competitividad Global del Foro Económico Mundial, basado en una combinación de doce factores, sitúa a Rusia en el puesto 38 de su lista, por encima de varios países de Europa del Este. La clasificación del informe ha mejorado la posición de Rusia desde el puesto 67 en 2012-13, hasta el 38 en 2017-18.(6)

Producción manufacturera rusa

El papel que desempeña Rusia en el sistema económico mundial puede entenderse de nuevo al comparar la producción manufacturera por países en términos de dólares. En 2015, China ocupó el primer lugar con 2.010 millones de dólares en productos manufacturados, el 20% de la producción mundial, y Estados Unidos el segundo con 1.867 millones de dólares, el 18%. Rusia ocupó el puesto número 15, por detrás de India, Taiwán, México y Brasil, produciendo 139.000 millones de dólares en bienes manufacturados, de nuevo un actor marginal, produciendo sólo el 1% de la producción mundial.

2. Exportaciones rusas de materias primas frente a bienes de alta tecnología

En su comercio de exportación, los países imperialistas suelen mostrar una marcada tendencia a la venta de productos acabados sofisticados y de alto valor; de servicios técnicos intensivos en conocimiento; y también de servicios financieros. Las naciones oprimidas por el imperialismo suelen limitarse a la exportación de materias primas a precios determinados por el mercado imperialista y a la producción de bienes acabados por parte de filiales corporativas de propiedad imperialista ubicadas en sus países.

En 2017 de los principales países exportadores del mundo, Rusia ocupó el número 17, después de México, Emiratos Árabes Unidos y Singapur. China ocupó el primer lugar, con 2,263 billones de dólares en exportaciones, Estados Unidos el segundo con 1,547 billones de dólares, Alemania el tercero con 1,448 billones, con Rusia subiendo significativamente desde 2016, aunque todavía sólo exportando bienes por valor de 353 mil millones de dólares.

El Banco Mundial informó sobre Rusia en 2017 que el petróleo y el gas representan el 58% de las exportaciones, los metales otro 11%, el 6% de materias primas alimentarias, el 3% de madera y pulpa y papel, el 4% de piedras y metales preciosos, otros minerales. Más del 82% de las exportaciones de Rusia son materias primas, mientras que los productos tecnológicos realmente acabados (incluidos los militares) solo representaron el 8% de las exportaciones(7).

Los 10 principales artículos exportados e importados de Rusia en 2017 muestran que los bienes de maquinaria ascendieron a 12.800 millones de dólares en exportaciones frente a 106.200 millones de dólares en importaciones.

Las exportaciones (y las importaciones) rusas no encajan en el patrón de un estado imperialista, sino más bien en el de un estado tercermundista semidesarrollado, que exporta principalmente materias primas y depende de la importación extranjera de bienes avanzados.

Clasificación de Rusia en la exportación de bienes de alta tecnología (8)

Las potencias imperiales serían líderes en la exportación de bienes de alta tecnología. En cuanto a la clasificación mundial en la exportación de estos bienes, China volvió a ocupar el primer lugar, con 496.000 millones de dólares en exportaciones de alta tecnología, y Estados Unidos el tercero (después de Alemania), exportando 153.200 millones de dólares. México exportó 46.800 millones de dólares. Rusia ocupó el puesto 31 en exportaciones de bienes de alta tecnología, con sólo un total de 6.640 millones de dólares en exportaciones. Estas cifras muestran también que Rusia está muy lejos de convertirse en un actor imperial en la escena mundial.

3. El papel de Rusia en la banca internacional y el capital financiero

En la lista de Lenin sobre las características de los países imperialistas de su tiempo, los grandes bancos son las organizaciones más importantes del capital financiero. Es de esperar que un Estado imperialista esté bien representado entre los principales bancos. De los 100 principales bancos del mundo, clasificados por sus activos totales, China tiene 5 de los 10 primeros. Estados Unidos tiene 6 de los 40 principales. De los 100 primeros bancos, 20 son chinos, 10 estadounidenses, 9 japoneses, 6 franceses, 6 alemanes, 6 británicos, 5 canadienses, 5 surcoreanos, 5 brasileños, 4 australianos, 3 suecos, 3 italianos, 3 españoles, 3 holandeses, 2 bancos de Singapur y 2 suizos. Rusia tiene uno, el número 66.

Lenin afirmó que en la época imperialista se ha producido "el reparto del mundo entre los trusts internacionales". El reparto del mundo en la época imperialista entre estos trusts cambia a medida que los estados imperialistas suben y bajan. En el actual reparto del mundo entre estos trusts encontramos a Rusia como un actor bastante menor, 4 corporaciones entre las 100 primeras, 25 entre las 2000 primeras, con el 1,45% de la cuota de mercado mundial, ninguna corporación entre las 100 primeras en términos de activos extranjeros, y un banco entre los 100 primeros bancos internacionales.

La exportación rusa de capital

Lenin afirmó que "3. la exportación de capital, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere una importancia excepcional". Rusia tiene una importante exportación de capital, pero ésta se produce en forma de fuga de capitales, hacia paraísos fiscales como Chipre y las Islas Vírgenes Británicas. El Banco Central de Rusia cifró la fuga neta de capitales del país en 2014 en 154.100 millones de dólares, y el total desde que Putin llegó al poder en 1999 hasta 2014 en unos 550.000 millones de dólares. El total real hasta 2014 puede ser superior al billón de dólares. El Banco Central cifró la fuga de capitales rusos en 2018 en 66.000 millones de dólares.

Activos extranjeros de las multinacionales rusas

Un estudio enumera las 100 principales corporaciones multinacionales no financieras clasificadas por sus activos extranjeros, su inversión en otros países. En esta medida clave de exportación de capital financiero, 20 de las corporaciones son estadounidenses, 14 son británicas, 12 francesas, 11 alemanas, 11 japonesas, 5 suizas, 5 chinas (incluyendo Hong Kong). Ni una sola empresa rusa figura en la lista de las 100 empresas más importantes en función de sus inversiones en el extranjero.

Las 10 principales multinacionales rusas no financieras poseen 188.300 millones de dólares en activos totales en el extranjero, lo que representa un tercio del total ruso. El total de activos extranjeros de las empresas rusas sigue siendo inferior al de las dos primeras de la lista de las 100 multinacionales no financieras del mundo.(9)

Activos rusos de capital financiero en comparación con los Estados imperialistas

Otra medida de las tenencias de capital financiero de los países del mundo es la que elabora anualmente Credit Suisse. Su Global Wealth Databook 2018 traza la riqueza financiera nacional (acciones, bonos, fondos del mercado monetario y cuentas bancarias) dividiendo la riqueza financiera nacional por la población adulta total de cada país. El grupo superior, con más de 100.000 dólares de riqueza media por adulto, está formado por los países de Europa Occidental, Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda, Japón, Israel, Singapur y Taiwán. Estados Unidos (336.528 dólares) ocupa el segundo lugar después de Suiza (372.336 dólares). Todos los países de este grupo son países imperialistas, o satélites clave del centro imperial, Estados Unidos. La riqueza financiera media mundial por adulto es de 38.110 dólares; la saqueada Grecia se sitúa en 33.969 dólares. China está muy por detrás, con 19.862 dólares. Rusia está mucho más abajo, con 8.843 dólares, lo que supone un 2,6% de la riqueza financiera media por adulto en comparación con Estados Unidos.

Rusia sigue estando aparte de poseer la riqueza financiera de un país imperialista. De la riqueza financiera y no financiera en el mundo, Estados Unidos tiene una cuota del 31%, China es el otro país que supera el 10%, con el 16,4%: Rusia el 0,7%.

Lenin escribió: "El imperialismo es la época del capital financiero y de los monopolios"... "En la que la exportación de capital ha adquirido una pronunciada importancia".(10) En el ámbito de la 6 exportación de capital financiero con fines productivos por parte de las multinacionales rusas, Rusia es un actor muy secundario.

4. El peso militar mundial de Rusia

Lenin se refiere finalmente al "5. reparto territorial de todo el mundo entre las mayores potencias capitalistas". Para el dominio de los países imperialistas de las estructuras económicas mundiales es fundamental su papel en la vigilancia y el mantenimiento del orden mundial que nos imponen. Las principales potencias imperialistas tienen importantes industrias de armamento y participan como vendedores en el comercio mundial de armas.

Exportaciones militares rusas

Es sólo en el peso militar que Rusia muestra su poder, pero esto por sí mismo no la convierte en imperialista según Lenin. Tampoco convierte a Rusia en imperialista ni siquiera a la manera imperialista precapitalista de la antigua Roma, que requería la expansión militar y la mano de obra esclava. Si bien el importante poderío militar de Rusia, especialmente su arsenal nuclear, hace que sea difícil para los imperialistas presionarlos, Rusia no invade y bombardea países en todo el mundo como lo hace Estados Unidos, o incluso como lo hacen potencias imperiales de segunda categoría como Gran Bretaña y Francia.

Además, a diferencia de estas otras potencias militares imperiales, la Rusia capitalista no desarrolló su industria militar propia, sino que heredó su poderío militar y sus industrias de armamento de la URSS. Rusia también es única por ser el único país del antiguo bloque socialista soviético que sigue estando rodeado y amenazado de ataque militar por el Occidente imperialista.

Sin embargo, Rusia es uno de los principales exportadores de armas del mundo. Ninguna rama de la fabricación rusa es competitiva en el mercado internacional, salvo la industria armamentística. Las exportaciones mundiales de armas en 2016 ascendieron a 32.262 millones de dólares y a 31.106 millones en 2017. El Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo cifra la exportación de armas de Rusia en 6.148 millones de dólares en 2017, por debajo de los 6.937 millones de 2016. El primer exportador de armas del mundo es Estados Unidos, con 10.304 millones de dólares en ventas de armas en 2016 y 12.394 millones en 2017. Estados Unidos representa el 34% de las ventas militares mundiales, y Rusia el 22%.

Las exportaciones de armas de Estados Unidos son algo más del doble que las de Rusia. En este sentido, Rusia se está quedando atrás: mientras que las exportaciones de armas de Estados Unidos crecieron un 25% en 2013-17 en comparación con el período 2008- 12, las exportaciones de Rusia cayeron un 7,1% en el mismo período.

Las empresas rusas entre los productores de armas

Según el SIPRI, los 100 principales productores de armas del mundo hicieron 398.200 millones de dólares en ventas y servicios militares en 2017. (Defense News da cifras algo diferentes). La mitad de esa suma fue a parar a los 10 principales productores, cinco de los cuales son empresas estadounidenses, mientras que una es rusa. De los 100 principales, 42 son empresas estadounidenses, mientras que 10 son rusas.

Bases militares rusas en el extranjero y presupuesto militar

Rusia tiene 15 bases militares en 9 países extranjeros. Sólo dos de ellas están fuera de la antigua Unión Soviética, en Vietnam y Siria. China tiene una base fuera de China, en Djibouti. Estados Unidos tiene más de 800 bases en el extranjero.

En comparación con el presupuesto militar estadounidense, que el SIPRI cifra en 610.000 millones de dólares en 2017, solo el aumento del presupuesto del Pentágono este año es mayor que todo el presupuesto militar ruso, que fue de 66.000 millones de dólares en 2017, el cuarto tras China y Arabia Saudí.

Intervenciones rusas en otros países

Rusia ha intervenido en otros países (Yugoslavia, Georgia, Ucrania, Siria), pero no a la manera de los países imperialistas, cuya motivación es apoderarse de los recursos naturales y las riquezas. La intervención rusa tampoco es ni mucho menos de la magnitud de potencias imperiales secundarias como Francia o Gran Bretaña. Tampoco Rusia ha diseñado golpes de estado en otros países como hacen constantemente los países imperialistas.

Rusia intervino de forma muy limitada en la antigua Yugoslavia a mediados de los años 90, cuando las fuerzas rusas actuaron como policías blandos de la OTAN. Rusia se enfrentó junto a la pro-rusa Osetia del Sur contra Georgia en 2008, que fue respaldada por los Estados Unidos.

El conflicto en Ucrania es el resultado directo de la ingeniería estadounidense de un golpe de estado de la derecha anti-rusa en 2014. Tras el golpe, la población de la región oriental de Ucrania, de habla predominantemente rusa, se levantó exigiendo autonomía política y económica. Aunque las repúblicas populares del este de Ucrania cuentan con el apoyo de Rusia, Moscú no ha mostrado ningún interés en absorber esa zona de Ucrania, como hizo con Crimea tras el referéndum celebrado allí.

La participación militar directa de Rusia en 2015 en la guerra de Siria es similar a la de Ucrania: para defenderse del continuo intento de cambio de régimen de Estados Unidos y la OTAN y del cerco a su país. Rusia fue invitada por el gobierno sirio para ayudar a derrotar a los grupos rebeldes armados y financiados por Estados Unidos, los países de la OTAN y Arabia Saudí.

A diferencia de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, en ninguno de estos casos Rusia ha intervenido militarmente para derrocar a un gobierno con el fin de proteger sus intereses económicos extranjeros.

| La ampliación de la OTAN 1949-2018 | MR Online 9

 


El creciente cerco de Estados Unidos y la OTAN a Rusia es una continuación de su anterior política de sometimiento y recolonización de la Unión Soviética.

Fuente: Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

5. Rusia y el imperialismo en la actualidad

Haciendo referencia a la declaración de Lenin sobre el imperialismo, Rusia no es un actor en el dominio de los monopolios y el capital financiero, ni la exportación de capital juega un papel importante (salvo el efecto negativo de la fuga de capitales en curso), ni los trusts rusos juegan ningún papel esencial en la división de los recursos mundiales.

Rusia puede ser clasificada como uno de los estados más poderosos del mundo sólo en base a su fuerza militar. Desde el punto de vista económico, no tiene las características de un Estado capitalista avanzado, sino de uno de la semiperiferia capitalista. Participa muy poco en la actividad imperialista por excelencia: la exportación de capital a la periferia y la extracción de beneficios del trabajo y los recursos de los países en desarrollo. El capital financiero de Rusia es pequeño, sus exportaciones son predominantemente de materias primas, su industria es débil, sus corporaciones multinacionales son menores, su economía está plagada de baja productividad laboral.

El imperialismo sigue siendo el principal peligro para la vida y el bienestar de los pueblos del mundo. Nuestros problemas, los problemas de la humanidad, tienen su origen en la dominación imperialista de nuestras naciones y de nuestras vidas. Concretamente, esto significa el dominio del jefe imperialista estadounidense y de las potencias imperiales secundarias en su órbita: Europa Occidental, Japón, Canadá y Australia.

Rusia, si bien es un país capitalista, intimidado por Estados Unidos debido a su independencia (como Venezuela, Irán, la Libia de Gadafi, Nicaragua) no forma parte de ninguna cábala imperialista que nos amenace. Más bien, las potencias mundiales Rusia y China se ven obligadas a responder a los esfuerzos del imperialismo por subordinarlas. Afortunadamente, su incoherente resistencia proporciona aperturas para que otros pueblos y países afirmen su propia soberanía nacional.

 

Notas

(1) Stephen Cohen escribió en La Cruzada Fracasada que tras el colapso de la Unión Soviética comenzó el colapso económico más catastrófico en tiempos de paz de un país industrial en la historia. La restauración capitalista trajo consigo la pauperización y el desempleo masivos, extremos salvajes de desigualdad, crimen desenfrenado, antisemitismo virulento y violencia étnica, combinados con el gansterismo legalizado y el saqueo precipitado de los bienes públicos. En 1998, la inversión se redujo en un 80%, los salarios reales en la mitad y los rebaños de carne y productos lácteos en un 75%. Las personas que vivían por debajo del umbral de pobreza en las antiguas repúblicas soviéticas habían pasado de 14 millones en 1989 a 147 millones. Esto había producido más huérfanos que los más de 20 millones de víctimas de la guerra en Rusia, reaparecieron las epidemias de cólera y tifus, millones de niños sufrieron desnutrición y la esperanza de vida de los adultos ha caído en picado. Fidel Castro habló del escandaloso saqueo de la Rusia postsoviética en la última parte de un discurso de 1998.

(2) Lenin: La catástrofe inminente y cómo combatirla, Obras Completas, volumen 25, p. 339.

(3) Lenin: El imperialismo: La etapa superior del capitalismo, CW, 22, p.191.

(4) Lenin; Imperialismo, CW 22, p.266-267.

(5) Dos artículos útiles para escribir esto son: Renfrey Clarke y Roger Annis, "The Myth of 'Russian Imperialism'" y Sam Williams, "Is Russia Imperialist?"

(6) Información detallada sobre Rusia en las páginas 248-249 del informe.

(7) Grupo del Banco Mundial, "Modest Growth Ahead", Russia Economic Report 39, mayo de 2018 p. v.

(8) Definición: Las exportaciones de alta tecnología son productos con alta intensidad de I+D, como en el sector aeroespacial, los ordenadores, los productos farmacéuticos, los instrumentos científicos y la maquinaria eléctrica.

(9) Esta información sobre la fuga de capitales rusos y los activos extranjeros es totalmente coherente con los datos de un estudio anterior sobre la inversión global rusa, uno utilizado, irónicamente, para afirmar que Rusia es imperialista.

(10) Lenin; Imperialismo, CW 22, p.297, 267.

Sobre Stansfield Smith Stansfield Smith es un activista antibélico centrado principalmente en la lucha contra la intervención de Estados Unidos en América Latina. Fue miembro del Comité de Chicago para la Liberación de los Cinco Cubanos, que se ha convertido en Chicago ALBA Solidarity.

Se puede contactar con él en stansfieldsmith100@gmail.com.

Fuente:

https://www.lahaine.org/b2-img22/EsRusiaImperialista.pdf


Véase una opinión contraria de Rolando Astarita, en Guerras imperialistas y autodeterminación nacional (según Lenin)

https://rolandoastarita.blog/2022/03/05/guerras-imperialistas-y-autodeterminacion-nacional-segun-lenin/