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lunes, 12 de abril de 2021

DE ROJAVA A CHIAPAS

Raúl Romero

12 abril, 2021


El Kurdistán es un pueblo con lengua y cultura propias que habita entre los ríos Tigris y Éufrates. Desde hace años y de distintas formas, este pueblo lucha por su autodeterminación. En el pasado, los territorios kurdos estuvieron divididos por los imperios otomano y persa. Después del reparto imperial que vino con la Primera Guerra Mundial, el pueblo kurdo quedó dividido entre Irak, Irán, Siria y Turquía.

La lucha del pueblo kurdo por su liberación se ha vuelto también una lucha por la sobrevivencia, en la que enfrentan a ejércitos de gobiernos nacionales, del Estado islámico y de potencias imperiales. Las organizaciones kurdas son varias y diversas entre ellas, incluso estas diferencias suelen ser usadas por los actores interesados en el petróleo de la región para disminuir la resistencia.

Entre las organizaciones del pueblo kurdo destaca el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), fundado en 1978, marxista-leninista, y que formó parte de las luchas anticoloniales que estallaron por aquellos años. Con el paso del tiempo, el PKK fue transformándose intelectualmente para encontrar un camino propio, el Confederalismo Democrático, un proyecto que, según Abdullah Öcalan –figura ideológica y prisionero político– se caracteriza por ser flexible, multicultural, antimonopólico, orientado hacia el consenso y en donde la ecología y el feminismo son pilares centrales.

El confederalismo democrático puede enunciarse como un proyecto anticapitalista, antipatriarcal, popular, construido por el pueblo kurdo, el cual experimentó entre 2012 y 2014 un momento paradigmático: la declaración de la autonomía de facto de Rojava, una región en el Kurdistán sirio, proceso que encontró eco internacional. En este proceso jugaría un papel determinante la resistencia armada encabezada por las mujeres kurdas y su congreso Kongra Star.

Para la socióloga Azize Aslan, Rojava no es sólo el territorio donde está teniendo lugar una revolución, es también un territorio donde la idea de una revolución está redefiniéndose. Su argumento es potente: ahí se construye una red de asambleas en donde los pueblos toman las decisiones respecto de su futuro. Son esas asambleas las que posibilitan la democracia directa y el autogobierno: El propósito del sistema de asambleas populares en Rojava es organizar un modelo anticapitalista y autónomo para una sociedad sin Estado, antipatriarcal y ecológica (https://bit.ly/2MJ0NYG).

La profundidad teórica y práctica de la crítica y alternativa que se construye en Rojava destaca por varios elementos: es un cuestionamiento a la modernidad capitalista, al Estado-nación, a la ciencia hegemónica, al patriarcado y al ecocidio. La crítica viene acompañada de una praxis encaminada a la construcción –no sin contradicciones– de una modernidad democrática con su confederalismo, su autonomía, su economía alternativa, con el protagonismo de las mujeres y también con su ciencia crítica, una ciencia que dio lugar a la Jineolojî o ciencia de las mujeres, basada en la ética, la estética, con poder práctico y relacionada con la economía.

Alessia Dro, del Movimiento de Mujeres del Kurdistán, ha señalado que una de las contradicciones más grandes de nuestro tiempo es la existente entre la resistencia de las mujeres y el patriarcado. Esa contradicción, recuperada como vertebral por la revolución kurda, es lo que propicia que miles de mujeres de todo el mundo se identifiquen con esa lucha: Para hacer una transformación, tenemos que lograr cambiar a la sociedad con una perspectiva de liberación de las mujeres. La liberación de las mujeres significa liberar la sociedad entera. Eso es algo que los movimientos revolucionarios en el mundo aún no han elaborado como eje prioritario, y creo que por eso hay mujeres de muchos lugares que nos unimos al movimiento (https://bit.ly/2PucW4H).

La solidez teórica y política que ha alcanzado la revolución kurda se refleja en el reconocimiento de sus pares en otros lugares del mundo. Es con el EZLN y con las mujeres zapatistas con quienes ha establecido un diálogo fraterno. En diciembre de 2019 la palabra de las mujeres de Rojava llegó hasta territorio zapatista, al semillero Huellas del Caminar de la comandanta Ramona, en donde se realizaba el II Encuentro Internacional de las Mujeres que Luchan: Hoy, querríamos haber estado junto a las mujeres zapatistas en el encuentro de mujeres que se ha celebrado allá, pero está claro que en nuestra situación y con los ataques a nuestro pueblo, esto no ha sido posible. Pero podemos decir que nuestros corazones están allá y con todas las mujeres en lucha por su libertad y la de sus pueblos. Porque estamos luchando contra todo tipo de ocupación impuesta a los pueblos, todo tipo de esclavitud impuesta a las mujeres. Y estamos juntas en la lucha.

En Rojava y en la Chiapas zapatista se construyen alternativas emancipatorias de nuevo tipo. No son las únicas, hay otras con sus propias formas y tiempos. Una nueva historia se está construyendo y hay que aprender a escucharla.

Fuente: https://www.elviejotopo.com/topoexpress/de-rojava-a-chiapas/

 

 


martes, 7 de abril de 2015

EL CAPITALISMO CRIMINAL (3 - 3)




México hoy (3 de 3): Las luchas por la vida


¡Que muera la muerte que el capitalismo impone!
¡Que viva la vida que la resistencia crea!
Subcomandante Insurgente Moisés

En la primer entrega señalamos que el capitalismo criminal se caracteriza porque las corporaciones criminales adquieren una importancia relevante en el funcionamiento del sistema. En la segunda entrega dijimos que si las corporaciones criminales son la materialización económico-financiera del capitalismo criminal, en lo jurídico-político es el Estado criminal el que lo encarna. De este modo, caracterizamos a un Estado que borra las fronteras entre lo institucional y lo delictivo, que criminaliza la protesta social y que busca controlar a la sociedad por medio del miedo y del terror.

Ahora bien, frente al capitalismo criminal y su Estado criminal, las luchas de los pueblos, comunidades y colectivos que reivindican la vida han cobrado enorme importancia. Es sobre este tema que profundizaremos en las siguientes líneas.

En el pasado, grupos conservadores usaron la expresión «en defensa de la vida» para oponerse a la legalización del aborto o a las relaciones entre personas del mismo sexo. Un uso «moralino», patriarcal y heteronormativo se escondía tras este argumento. En este trabajo, no son de nuestro interés estas «luchas» por preservar el statu quo. Por el contrario, nos ocupamos de las luchas que reivindican la vida como una forma de denuncia y oposición a la muerte que impone la reproducción del capital.

[1] Comandante David. Un mundo donde todos podamos caber. Palabras de bienvenida del EZLN al Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo en «EZLN. Crónicas Intergalácticas». Chiapas: Planeta Tierra, 1996.

Es quizá el Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y Contra el Neoliberalismo [1] –convocado por el Ejercito Zapatista de Liberación Nacional en 1996– el momento en que la defensa de la vida tomó una connotación subversiva y anticapitalista. En el discurso de bienvenida, el Comandante David, a nombre del Comité Clandestino Revolucionario Indígena-Comandancia General del EZLN, señaló que el capitalismo es un «sistema de muerte y no de vida, porque es de opresión y explotación», y añadió que el neoliberalismo «es un proyecto de destrucción y muerte para los pobres del mundo, porque con este proyecto tratarán de acabar de destruir y saquear la riqueza de los nuestros».

Desde entonces y hasta la fecha, la defensa de la vida se ha vuelto una bandera de diferentes organizaciones sociales en México, pero también en otros lugares del planeta. Son de muchos tipos y se organizan de diversas formas, pero entre sus resistencias hay dos que las definen: 1) los movimientos socioambientales que luchan contra el despojo territorial y los mega proyectos, en una defensa a los derechos de la madre tierra; y 2) los movimientos de víctimas, organizaciones de personas que han enfrentado el asesinato o la desaparición de algún familiar o ser querido. Una de las características más emblemáticas de la lucha por la vida es que reivindica la vida de la humanidad entera y del planeta; a los seres humanos y a su entorno, es decir, reclama la vida en el sentido más amplio del término, no sólo como organismos vivientes, sino como culturas vivas (el mundo donde quepan muchos mundos).

Los movimientos socioambientales son la respuesta de los pueblos y comunidades al despojo de tierras y territorios que luego serán concesionados a las corporaciones criminales para explotar minas, construir complejos habitacionales o turísticos, o comercializar maderas preciosas, entre otros muchos recursos naturales. Generalmente, los movimientos socioambientales están conformados por pueblos, tribus o naciones indígenas que han resistido más de 500 años de explotación y dominación. Entre sus filas también hay comunidades y pueblos campesinos. En todos los casos la fuerte tradición comunitaria prioriza el «nosotros» por encima del «yo». Se distinguen además por tener una cosmovisión en la que el «desarrollo» no depende de la destrucción de la madre tierra.

Cabe precisar aquí que la categoría socioambiental es de reciente utilización y devela una preocupación tanto social como académica: la posibilidad del fin de la vida como consecuencia del cambio climático y el agotamiento de los recursos naturales. Las resistencias de los pueblos indígenas y campesinos son mucho más antiguas a esta preocupación y no responden únicamente a ella; sin embargo, han sido más notorias ante la visibilidad que ha cobrado esta problemática, al grado de convertirse en el principal sujeto político de estas luchas por lo menos por todo el continente americano.

Ahora bien, la guerra que se vive actualmente en México busca entre otras cosas generar lo que Jorge Beinstein llama «sociedades-en-disolución»: poblaciones en una suerte de indefensión absoluta convertidas en no-sociedades para así poder saquear sus recursos naturales. De esta forma, los movimientos socioambientales se vuelven sujetos antagónicos clave en la lucha contra el capitalismo y el Estado criminal. Es por este motivo que mediante las guardias armadas de las corporaciones criminales, o mediante las fuerzas públicas del Estado criminal, los movimientos socioambientales se encuentran bajo constante acoso. Para imponer su cultura individualista y mercantilista, el capitalismo criminal necesita terminar de roer el tejido social y los pueblos indígenas y campesinos representan el último reducto comunitario.

Por su parte, los movimientos de víctimas en México comenzaron a florecer en el contexto de la guerra sucia. Recordamos en esta etapa al Comité Eureka, y mucho más tarde, aunque reivindicando a víctimas de la misma época, a Hijos por la Identidad y la Justicia, contra el Olvido y el Silencio – México (HIJOS). En la década de los 90 la organización civil Las Abejas de Acteal fue víctima de un nuevo crimen de Estado y esto permitió que la exigencia de memoria, verdad y justicia reapareciera en el ideario político de los movimientos sociales. Asimismo, por esos años pero en Ciudad Juárez, Chihuahua, organizaciones de mujeres con hijas desaparecidas o asesinadas comenzaron a denunciar el fenómeno que rápidamente atrajo las miradas internacionales. Como resultado de este proceso, surgió en 2001 la organización Nuestras Hijas de Regreso a Casa.

Durante la primera década del siglo XXI, el movimiento de víctimas en México cobró nuevas fuerzas. Bajo el discurso de la «inseguridad», distintos sectores empresariales, apoyados por medios como Televisa y TV Azteca, convocaron a una movilización en 2008 para demandar seguridad al Estado mexicano. Isabel Miranda de Wallace y Alejandro Martí se convirtieron en los principales voceros de aquel proceso organizativo.

Desde sus orígenes este movimiento tuvo tintes profundamente elitistas: no sólo estaba encabezado por empresarios «víctimas de la inseguridad», sino que además demandaba al Estado «mano dura» contra el crimen organizado. Como era de esperarse, el Estado criminal adoptó provechosamente este discurso para desplegar a sus fuerzas policiacas y militares por todo el país y continuar con el proceso de despojo y represión. De cierta forma el discurso de la «inseguridad» tuvo la función de ocultar el papel criminal del Estado y reforzar su estrategia militarista y criminalizadora.

En 2011, el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad (MPJD) logró dar un leve giro a este discurso. El problema ya no era solamente la inseguridad, sino la forma en cómo el Estado intentaba eliminarla. Bajo la consigna de justicia para las víctimas y un alto a la guerra, el MPJD logró romper el cerco mediático y contrarrestar el discurso oficialista, al mismo tiempo que contribuía a una explicación sistémica y regional del conflicto. Sin embargo, la complejidad del fenómeno, la coyuntura electoral y los errores políticos propios del Movimiento por la Paz le imposibilitaron continuar con la maduración de su comprensión y discurso frente al capitalismo criminal.

Los terribles sucesos del 26 y 27 de septiembre del 2014 en la ciudad de Iguala, Guerrero, contra los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa y la consecuente lucha que han emprendido los familiares y compañeros de los estudiantes desaparecidos representa un nuevo momento del movimiento de víctimas. Es en esta fase donde está presente una comprensión más acabada del capitalismo criminal y del Estado criminal. La expresión «Fue el Estado» así lo demuestra. Representa un acumulado histórico de saberes y resistencias. Permite mirar al Estado mexicano actual como el instrumento jurídico y criminalizador del capitalismo criminal. El adversario ya no es difuso, se llama capitalismo y utiliza al Estado para reproducirse y ampliarse.

México es hoy el país en donde el capitalismo criminal y el Estado criminal encuentran su expresión más avanzada. Ese sistema que merca con la muerte ha impuesto en nuestra nación un régimen de terror y miedo basado en asesinatos, ejecuciones extrajudiciales, desaparición forzada, desplazamiento forzado, tortura, censura y mucho más; todo con el objetivo de continuar con el despojo y la acumulación y reproducción del capital. Afortunadamente los pueblos, comunidades y organizaciones que luchan por la vida siguen construyendo desde abajo proyectos emancipadores. Estos pueblos saben bien que no basta con disputar el Estado, que es necesario construir relaciones sociales diferentes donde la vida no sea reducida a una mercancía. Saben bien que luchar contra el capitalismo es hoy más que nunca cuestión de vida o muerte.


viernes, 27 de marzo de 2015

CAPITALISMO CRIMINAL (2-3)




El Estado criminal


En la entrega anterior señalamos que el capitalismo criminal se caracteriza porque las corporaciones criminales adquieren una importancia relevante en el funcionamiento del sistema. También dijimos que si las corporaciones criminales son la materialización económico-financiera del capitalismo criminal, en lo jurídico-político es el Estado criminal el que lo encarna. Aquí desarrollamos esta última idea.

Para el capitalismo criminal y las corporaciones criminales es imprescindible incrementar el capital a cualquier costo. Para ello echan mano del Estado criminal. México es hoy, como antes fue Colombia, uno de los países donde vemos las expresiones más terribles de esto. Sin embargo, el fenómeno también puede observarse en otras geografías, por ejemplo en algunos países de África Occidental.

En el caso de México en particular, observamos cómo las corporaciones criminales se han insertado en todas y cada una de las instituciones del Estado: presidencias municipales, diputaciones, gobernaciones, jefaturas de policía y un largo etcétera, han sido exhibidas por su vinculación o pertenencia a grupos criminales.

Al respecto, Gustavo Esteva ha señalado que «experimentamos [un] lodo social y político. Del mismo modo que en el lodo no es posible distinguir el agua de la tierra, en México ya es imposible distinguir claramente entre el mundo de las instituciones y el del crimen. Son la misma cosa; encarnan conjuntamente el mal que padecemos».



La mina de extracción de oro a cielo abierto que se encuentra en la comunidad de Carrizalillo, Guerrero es un buen ejemplo de la conjunción de intereses económicos de empresas transnacionales, organizaciones criminales en disputa –como Los Rojos y Guerreros Unidos– e intereses políticos del Estado criminal. Fotografía: Cristian Leyva

Las corporaciones criminales y en general el capitalismo se alimentan de la corrupción estatal. Ésta última tampoco es una anomalía, es lo que enlaza lo legal y lo ilegal y crea ese lodo al que se refiere Esteva. En este contexto, combatir la corrupción implementando los más sofisticados y autónomos aparatos de transparencia son ejercicios necesarios pero insuficientes; son como aspirinas para el cáncer.

Ahora bien, si el Estado es «el instrumento de dominación de una clase sobre otra» –en este caso de los ricos sobre los pobres– las corporaciones criminales, como nuevos miembros de las burguesías nacionales y transnacionales entran también a la disputa por la materialización del Estado; es decir, las instituciones y los gobiernos. Ya no sólo financian campañas o utilizan a sus aliados de clase en la política, ellos mismos se vuelven parte de dichas instituciones y utilizan toda esa infraestructura para sus negocios. El primer rasgo entonces del Estado criminal es que borra las fronteras entre lo legal y lo ilegal, entre lo institucional y lo criminal; peor aún, lo ilegal ocupa lo legal para seguir reproduciéndose.

Un ejemplo concreto de lo anterior es lo acontecido durante 2013 en el municipio de Aquila, Michoacán. Había surgido ahí una organización de autodefensa comunitaria. Dicha organización denunciaba una red de complicidad entre la Minera Ternium, las autoridades locales y los Caballeros Templarios. Cuando la Policía Federal y el Ejército acudieron a la zona detuvieron a 45 de los pobladores que se habían coordinado para defender su territorio. Por el contrario, de Ternium y de los Caballeros Templarios no se investigó nada. Tanto la minera como el cártel siguieron operando a sus anchas. Por supuesto, el fenómeno no se reduce al caso de Aquila, también en el estado de Guerrero y otras partes de Michoacán se han documentado complicidades de megaproyectos –que implican despojo territorial–, crimen organizado y gobiernos de los tres órdenes y niveles.

Encontramos en este mismo caso una segunda característica del Estado criminal: una política criminalizadora, mediante la cual busca anular el descontento social y las múltiples formas de resistencia que surgen en contraposición. De esta manera se criminaliza la protesta social y a ciertas ideologías y prácticas contestatarias, sobre todo aquellas que no se ajustan a los mecanismos e instituciones del Estado. Sin embargo, inclusive las protestas que actúan dentro de los márgenes de lo estatalmente permisible llegan a ser reprimidas, violentadas, acalladas o reducidas: los tribunales internacionales y las múltiples recomendaciones no inmutarán a un Estado que continuará actuando de manera criminal.

Situado en su dimensión histórica, el Estado criminal está fuertemente vinculado tanto al capitalismo en su fase neoliberal como al proceso de globalización: es un Estado al que se le ha eliminado todo contenido social y al que se le ha fortalecido para garantizar y salvaguardar la propiedad privada, así como la acumulación por despojo. Para muestra de ello, basta mirar el paquete de reformas estructurales de los últimos años –Educativa, Laboral, Energética; la militarización de la seguridad pública con el consecuente despliegue del Ejército por todo el país; la creación de nuevas estructuras policiacas como la Policía Federal, la Gendarmería Nacional o la Agencia Federal de Investigación; o bien la implementación de políticas de «tolerancia cero».

En el Estado criminal, los crímenes de Estado son una constante. Las violaciones a los derechos humanos son sistemáticas y recurrentes. Las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales también son cotidianas. Activistas sociales, defensores de derechos humanos y periodistas comprometidos con la verdad se han vuelto «sujetos vulnerables».

En el caso de periodistas y comunicadores en particular, la situación es alarmante. De acuerdo con datos la organización Reporteros sin Fronteras, en la última década (2003-2013) 80 periodistas han sido asesinados y 17 han sido desaparecidos. Por su parte, las organizaciones Artículo 19 y el Comité para la Protección de Periodistas documentaron el asesinato de 31 periodistas de 2010 a 2014, suceso al que habría que sumar las amenazas y los actos de censura.

El encarcelamiento por motivos políticos resulta una herramienta más del Estado criminal. Según datos de la Liga Mexicana por la Defensa de los Derechos Humanos y del Comité Cerezo México, actualmente existen en México 395 presos políticos y de conciencia.

Pero la violencia del Estado criminal no va sólo dirigida contra las organizaciones, pueblos y comunidades que resisten, en realidad se aplica contra una mayoría de la población. Mantener atemorizada a la sociedad se ha vuelto un instrumento estatal fundamental. El miedo y el terror son mecanismos por los que el Estado criminal controla a la sociedad. Al respecto, Pilar Calveiro[1] ha analizado a profundidad cómo este fenómeno obedece a la reconfiguración del poder como consecuencia de una reorganización de la hegemonía mundial.


En el capitalismo criminal los antiguos campos de concentración de los fascismos y las dictaduras militares se refuncionalizan y son utilizados como centros de «trabajo» esclavo. Los testimonios de migrantes hombres y mujeres que fueron detenidas o secuestradas para someterlas a explotación laboral o sexual se cuentan por miles. En la mayoría de estos testimonios también figura la participación de policías, gobernantes o integrantes de diferentes partidos políticos. Para las corporaciones criminales, como ya hemos dicho, no sólo los territorios son «explotables», también lo son los cuerpos.
 
Los gobiernos y los estados de las naciones donde más se ha desarrollado el capitalismo criminal llegan a convertirse en verdaderos aparatos de guerra contra sus sociedades. Los rasgos más visibles en México –y también los más devastadores– son los de las víctimas humanas, que rondan entre las 130 mil personas asesinadas, más de 35 mil personas desaparecidas, cerca de 280 mil personas víctimas de desplazamiento forzado, los feminicidios, juvenicidios, asesinatos de migrantes, miles de huérfanos y otras terribles realidades que los números jamás lograrán sintetizar.

En el caso particular de México, algunos intelectuales y periodistas han llegado a la conclusión de que se trata de un «Estado fallido». Argumentan que el Estado mexicano ha fallado en garantizar seguridad y que por tal motivo se vive un clima de violencia e inseguridad. Desde luego no compartimos esa opinión[2]. Observamos que en realidad el Estado mexicano obedece a la lógica del capital. No está fallando, sino adaptándose para cumplir una función: garantizar la acumulación y reproducción del capital. Veámoslo de esta forma: el Estado criminal es al capitalismo criminal lo que fue el Estado de bienestar al keynesianismo.

Si podemos afirmar entonces que el Estado es criminal, buscar alternativas dentro de él resulta absurdo. Eso lo saben bien las organizaciones, pueblos y comunidades que hoy construyen alternativas reales. Alternativas que frente a un proyecto basado en la muerte, reivindican la vida. Sobre las luchas por la vida versará nuestra siguiente entrega.

[1] Ver: Calveiro, Pilar (2012). Violencias de Estado, la guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios de control global. México: Siglo XXI Editores.
[2] Al respecto, vale mucho la pena revisar el artículo de Gilberto López y Rivas «México no es un ‘Estado Fallido’».


jueves, 26 de marzo de 2015

EL CAPITALISMO CRIMINAL (1-3)






México hoy (I)

26-03-2015

El capitalismo encomienda el destino de los pueblos a los apetitos financieros de una minúscula oligarquía. En cierto sentido, es un régimen de delincuentes.
Alain Badiou

El pueblo mexicano se encuentra hoy sumergido en la peor crisis de su historia reciente. La ambición de «los señores del dinero y de la muerte» no encuentra límites, y para seguir saciándose harán lo que sea: asesinar, desaparecer y condenar a pueblos enteros a la muerte al despojarlos de la tierra y del agua. Al mismo tiempo, los pueblos, los de abajo, los condenados y despojados de la tierra; resisten, siempre resisten. Su lucha, nuestra lucha, que es por la vida, por la justicia y por la verdad, hoy toma nuevas dimensiones. Nuevos sujetos se suman al grito de «¡Ya basta!» que aún hace eco en estas y otras geografías.

En el ánimo de aportar algunos elementos para pensar nuestro presente es que compartimos el siguiente texto, primer entrega de tres que podrán encontrar en este medio: El capitalismo criminal, El Estado criminal y Las luchas por la vida. Estas son algunas reflexiones surgidas del andar cotidiano, que intentan sistematizar lo vivido y lo leído, pues como dijera el Subcomandante Insurgente Moisés, «ni sola la práctica, ni sola la teoría».

El capitalismo criminal

El 17 de junio de 1971, el entonces presidente de los Estados Unidos de América (EUA), Richard Nixon, señaló que las «drogas» eran el principal enemigo de los EUA. Tres años después, en 1974, el gobierno norteamericano comenzó a invertir fuertes cantidades de dinero en países productores de materias primas para la elaboración de drogas, con el argumento de «erradicar el problema de raíz». Vale destacar que la mayoría de estos países se ubicaban en América Latina y Medio Oriente.

La «guerra contra las drogas» tomó rápidamente centralidad en los discursos y acciones bélicas de los EUA. Junto a los «comunistas» y al «terrorismo», las drogas fueron utilizadas como argumento para intervenir política, económica y militarmente en otros países. Al mismo tiempo, la economía de Norteamérica –basada principalmente en el negocio de la guerra– se reforzó y la presencia de sus principales empresas continuó expandiéndose por todo el globo.

Si bien es cierto que las drogas son parte de una construcción mediática del enemigo para generar miedo, terror y justificar intervenciones militares; también hay que reconocer que en las últimas cuatro décadas el mercado de las drogas se ha vuelto un factor importante en la economía global. Sin embargo, el mercado de las drogas es una parte más de toda una economía criminal controlada principalmente por el crimen organizado.

Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), el crimen organizado transnacional se caracteriza por actuar en más de un Estado e «incluye virtualmente a todas las actividades criminales serias con fines de lucro y que tienen implicaciones internacionales».

El crimen organizado transnacional contempla al menos 23 delitos, entre los que destacan: lavado de dinero, secuestro, tráfico de armas, tráfico de personas indocumentadas, trata de personas y narcotráfico. Es un negocio que aglutina a otros y que genera ganancias millonarias. De acuerdo con datos de la UNODC, en 2009 el crimen organizado transnacional generó ganancias por 870 mil millones de dólares en todo el mundo, equivalente al 1.5% del PIB mundial de ese año. Entre los negocios más redituables estuvieron la venta de cocaína y heroína (320 mil millones de dólares), la trata de personas (32 mil millones de dólares), el tráfico ilícito de armas (entre 170 y 320 millones de dólares) y el tráfico ilícito de recursos naturales (3,500 millones de dólares).

Mucho del dinero que se obtiene de estos negocios es lavado en algunos de los principales paraísos fiscales, ubicados en Suiza, Luxemburgo, Hong Kong, los Emiratos Árabes Unidos, Liberia, Nigeria, las Islas Caimán y EUA. El crimen organizado transnacional es un negocio que borra las fronteras entre lo legal y lo ilegal, involucra a banqueros, políticos, fabricantes de armas –entre otros– y a grupos criminales. Son ellos los que ponen las balas y armas que otros disparan; desde luego son también ellos los que reciben todas las ganancias.

Al igual que la «guerra contra las drogas», el crimen organizado transnacional refuerza la economía global y a la élite político-económica mundial. Lo anterior, al facilitar los procesos de despojo y acumulación, pero también al generar nuevos instrumentos de control, dominación y la eliminación de poblaciones que son consideradas «desechables».

El crimen organizado no es una «anomalía» sino un producto del sistema capitalista, le es completamente funcional, de hecho es quizá su expresión más acabada. Es a esto a lo que denominamos capitalismo criminal.

Es preciso hacer dos aclaraciones. En primer lugar, el capitalismo siempre ha sido criminal. Un sistema basado en el despojo, la explotación, la dominación y sostenido sobre el asesinato de pueblos enteros para generar la acumulación de capital es fundamentalmente criminal. Sin embargo, utilizamos esta expresión para señalar como el crimen organizado se ha convertido en actor principal del sistema capitalista. En segundo lugar, no pensamos que el capitalismo criminal se trate de una nueva etapa del capitalismo, más bien resulta la expresión lógica y natural de un sistema que desde sus orígenes se ha edificado sobre el crimen.

Ahora bien, las unidades de operación más básicas del capitalismo criminal son las corporaciones criminales. Es ahí donde convergen actores legales e ilegales, los políticos, banqueros, fabricantes de armas y grupos criminales de los que antes hablamos. Estas corporaciones han logrado tejer una compleja red de alcance global capaz de penetrar a diferentes estados nacionales, sin importar las orientaciones político-ideológicas de sus gobiernos. En este sentido, las corporaciones criminales forman hoy parte de las burguesías nacionales, pero también de lo que William I. Robinson ha llamado clase capitalista transnacional. Algunos de sus principales enclaves son México, Colombia, Italia, Rusia, China y EUA.

Al ser el capitalismo un sistema económico, político, social y cultural, la sociedad en su totalidad se ve modificada. La criminalidad toca todos los aspectos de la vida. Miles de familias, comunidades y pueblos son devastados por los efectos más concretos de aquélla. La exacerbación del individualismo y la ruptura del tejido social son algunas de las consecuencias más visibles. Asimismo, permea la idea de que todos somos criminales en potencia. Las víctimas se vuelven victimarios y se les convierte en responsables de sus propias desgracias.

Para las corporaciones criminales –y para el capitalismo en general– todo es mercancía: drogas, armas, hombres, mujeres, niños, niñas, órganos humanos, tierra, agua, minerales, etcétera. La vida toda es reducida a mercancía. Defender la vida resulta subversivo –y necesario– frente a un proyecto que se basa en la muerte.

Si las corporaciones criminales son la expresión más concreta del capitalismo criminal en el ámbito económico y financiero, en lo jurídico-político el Estado criminal es la materialización de esta forma del capitalismo. México es hoy una prueba clara de cómo operan el Estado criminal y las corporaciones criminales. Abordaremos este tema en la siguiente entrega.

Publicado por primera vez en Subversiones