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miércoles, 24 de julio de 2019

CONTRADICCIONES EN EL CAPITALISMO. ¿HAY PRINCIPALES Y SECUNDARIAS?



24/07/2019

La sociedad capitalista está sostenida por una serie de contradicciones que, lejos de resolverse, se profundizan cada vez más conforme pasa el tiempo, aunque aparentemente se las quiera “suavizar”, hacerlas más digeribles y presentables. Son contradicciones inherentes al capitalismo en tanto sistema, si bien algunas existían antes de él. Aquella sentencia de Marx de que “Con el capital el mundo se hizo redondo” plantea ya con toda claridad que una de las características fundamentales del modo de producción capitalista desde sus inicios, es su desarrollo a escala global. Por ello puede decirse que la preconizada y a la moda “globalización” actual empezó prácticamente con el capitalismo mismo, con la llegada del hombre blanco a tierra americana.

En el período de la acumulación originaria en los países europeos dominantes, la sobre explotación de la fuerza de trabajo esclava traída a América desde el África y la fuerza de trabajo indígena de este continente jugaron un papel determinante. Eso no puede explicarse sin entender el racismo que acompañó el desarrollo capitalista, racismo que sirvió para justificar la inmisericorde explotación (“civilizados” –hombre blanco– versus “salvajes” –esclavos africanos negros, población originaria de América–). El racismo, o discriminación étnica, para ser “políticamente correctos” al día de hoy, no ha desaparecido. Es más: se ha incorporado cotidianamente, por eso en Guatemala, por ejemplo, un pobre que no se auto-reconoce como indígena puede decir campante: “seré pobre pero no indio”. Como se ve, las contradicciones se articulan, se anudan todas entre sí: para el caso, la económica con la étnica.

Lo mismo puede decirse de los bienes y recursos naturales que se extrajeron de África y América con destino a Europa: oro, plata, piedras preciosas, maderas preciosas, entre otros (sangría que nunca terminó, y que ahora se reaviva, dado el espíritu depredador del actual capitalismo extractivista). Estos recursos, y los de Europa, fueron determinantes en el período de la acumulación originaria. También alimentaron el inicio y desarrollo de la revolución industrial. El extractivismo fue clave en la acumulación originaria de capital y en el posterior desarrollo del capitalismo. En otros términos: la contradicción del modo de producción industrial-capitalista con la naturaleza está en la base del sistema. El mundo, para esta visión, es considerado “gran cantera” de donde extraer materia prima para su posterior industrialización. El “progreso” se abre paso contra el medio ambiente, lo cual abre un interrogante fundamental: ¿eso es el progreso? Evidentemente, con la catástrofe medioambiental que vivimos hoy, está clara la respuesta.

Por otro lado, en este sistema, desde sus orígenes hasta su fase actual, el patriarcado ha constituido un sistema de dominación, opresión y explotación de los varones hacia las mujeres. Si bien existió en los modos de producción anteriores, Federico Engels señala que “es con el capitalismo industrial, el desarrollo de la propiedad privada y del modelo de la familia monogámica moderna, que la opresión patriarcal de las mujeres adquiere un nuevo giro, instaurándose la esclavitud doméstica de las mujeres”. El trabajo doméstico es fundamental para mantener viva a la población; alguien debe reproducir la vida –biológicamente– y asegurar su estabilidad (preparar los alimentos, mantener el aseo de la casa, de la ropa). Eso, habitualmente, lo hacen las mujeres, las “amas de casa”. Para el capitalismo ese trabajo es vital… ¡pero no se paga! Por tanto, el trabajo esclavo de las mujeres como amas de casa (la mitad de la población mundial) es imprescindible. Pero nunca se registra como robo, como explotación. La contradicción brota por todos lados. Sin embargo, como efecto de la cultura-ideología dominante, esa mujer no trabaja: “¿Tu mamá trabaja? No, es ama de casa”. Inadmisible, absolutamente… ¡pero es así! Una contradicción alimenta la otra.

Con todo lo anterior queremos afirmar que con el surgimiento y desarrollo del capitalismo han surgido, por lo menos, cuatro contradicciones fundamentales: capital-trabajo, capital-naturaleza, varones-mujeres (patriarcado) y étnica-racial (racismo). Cada una de estas contradicciones constituye un sistema de dominación en sí mismo; el primero, el tercero y el cuarto son, además, sistemas de opresión y explotación de la fuerza de trabajo, de las mujeres y de la población indígena, originaria y afrodescendiente. Estas contradicciones se reproducen además en un contexto de capitalismo imperialista, en tanto el capitalismo más desarrollado (el europeo en un inicio, el estadounidense luego, o el japonés) arrasa con los llamados “sub-desarrollados”, manteniendo todas esas contradicciones. Hoy día podría anotarse otra contradicción como Norte-Sur (lo que en algún momento se llamó Primer Mundo-Tercer Mundo).

Definitivamente, todas las contradicciones se entrelazan y todas son igualmente importantes. De todos modos, siguiendo a Néstor Kohan, no puede olvidarse que “El capitalismo puede permear cierto pluralismo e ir integrando la política de las diferencias [léase: incluir las contradicciones que algunos llamarán “secundarias”: género, etnia, ecología]. Pero lo que no puede hacer jamás, a riesgo de no seguir existiendo o dejar de reproducirse, es abolir la explotación de clase. Precisamente por esto, dentro de la alianza hegemónica de fuerzas potencialmente anticapitalistas, aunque todas las rebeldías contra la opresión tienen su lugar y su trinchera, el sujeto social colectivo que lucha contra la dominación de clase debe jugar un papel convocante y aglutinador de la única lucha que posee la propiedad de ser totalmente generalizable.

De ese modo, puede concebirse un capitalismo donde las mujeres toman el poder contra los varones, o los pueblos originarios contra los blancos, pero la contradicción de base: la explotación del trabajo, se mantiene. Por tanto, si bien todas las contradicciones marchan juntas y se retroalimentan, la contradicción capital-trabajo asalariado tiene un estatuto especial. Significativo al respecto es que hoy día el capitalismo se permite hablar (pero no cambiar mucho en lo sustancial) de estas contradicciones paralelas (la étnica, la de género, el llamado cambio climático). Sin embargo, de la lucha de clases no menciona una palabra.

Contradicción capital-trabajo

El desarrollo del capitalismo a nivel mundial en las últimas décadas ha supuesto cambios importantes en la configuración de las clases sociales y, por supuesto, en la lucha de clases. Aunque se haya querido proclamar triunfalmente “el fin de las ideologías y de la historia” (Fukuyama), la lucha interclases sigue siendo el motor de la historia.

La acumulación de capital ha trascendido la forma principal enunciada por Marx hace alrededor de 150 años, a partir de la creación de valor (de cambio) en el proceso de producción (de mercancías) y su apropiación por el propietario de los medios de producción. Marx planteó que la acumulación de capital se daba en dos ámbitos: en la producción de los instrumentos de producción y en la producción de bienes y servicios. En ambos, la acumulación de capital es posible por la explotación del trabajador (cualquiera sea: urbano-industrial, rural, de bienes o de servicios, productor manual o intelectual, etc., y habría que agregar: amas de casa haciendo trabajo doméstico no remunerado) mediante el trabajo no pagado (plusvalía), a partir de unas relaciones de producción favorables al propietario de los medios de producción.

La contradicción capital-trabajo se manifiesta en la lucha permanente que se desarrolla entre los capitalistas (burguesía industrial, oligarquía terrateniente, hoy día: clase capitalista global si se quiere) que buscan incrementar la plusvalía pagando menos a los trabajadores, o sobreexplotándolos, y éstos que tratan de mejorar sus condiciones salariales. Dicho de otra forma, es la lucha que se da entre las dos clases sociales fundamentales en el capitalismo: los propietarios y los trabajadores.

Con el desarrollo del capitalismo, las clases sociales están sometidas a cambios y reconfiguración. Hoy no son lo que fueron, por ejemplo, durante el capitalismo industrial europeo estudiado por los clásicos en el siglo XIX. Con los procesos de robotización y eso que ha dado en llamarse, engañosamente, deslocalización (ubicación de las industrias del Norte en los países del Sur, donde las condiciones de explotación son mucho mayores, se evaden impuestos y no hay controles medioambientales), esa contradicción fundante ha sufrido variantes. Es válido preguntarse, como lo hace Fidel Castro: “¿Puede sostenerse, hoy por hoy, la existencia de una clase obrera en ascenso, sobre la que caería la hermosa tarea de hacer parir una nueva sociedad? ¿No alcanzan los datos económicos para comprender que esta clase obrera –en el sentido marxista del término– tiende a desaparecer, para ceder su sitio a otro sector social? ¿No será ese innumerable conjunto de marginados y desempleados cada vez más lejos del circuito económico, hundiéndose cada día más en la miseria, el llamado a convertirse en la nueva clase revolucionaria?”. A ese conjunto de empobrecidos, precarizados, que sobreviven como pueden, muy acertadamente Frei Betto les llamó “pobretariado”. Eso lleva a plantearse quién es hoy el sujeto transformador en la sociedad. O, dicho de otro modo: cuál es la contradicción fundamental del sistema por la que dicho sistema puede eclosionar.

En el ámbito de las clases sociales y la lucha de clases, el actual capitalismo neoliberal que viene desarrollándose estas últimas décadas, ha logrado en gran medida la flexibilidad laboral, que es otra de sus características. La flexibilidad laboral, infame eufemismo que quiere reemplazar la idea de “trabajador” por la de “colaborador” de la empresa, implica la anulación o no aplicación de las leyes laborales favorables a los trabajadores. En los empobrecidos países del Sur esto tiene manifestaciones grotescas: las condiciones laborales de los trabajadores sin prestaciones de ninguna clase, sin derecho a sindicalizarse y reprimidos violentamente cada vez que intentan protestar, pretende “hacer atractivo” a esos países para la inversión de capital transnacional. La profundización de la explotación se da en todos lados, pero son los países pobres del Sur (mal llamados “periferia”, en contradicción con la pretendida “metrópoli”), los que acusan mayormente ese deterioro. Es decir, en las condiciones de expansión capitalista actual existe una sobre explotación de la fuerza de trabajo que agrava la por siempre existente contradicción capital-trabajo. En el Norte la situación no es sustancialmente mejor, por cuanto la pérdida de poder adquisitivo por un capitalismo que se siente triunfal a partir de la caída del bloqueo socialista europeo, hace de la clase trabajadora una víctima sin mayor capacidad de defensa.

Sin embargo, y curiosamente, frente a esta profundización de la explotación, la lucha de los trabajadores (en cualquiera de sus expresiones) no aparece fuertemente, o aparece en expresiones mínimas. Las actuales políticas neoliberales consiguieron postrar así los reclamos de la clase trabajadora, haciendo del tener asegurado un puesto de trabajo un “tesoro” que no se puede perder. Si a mediados del siglo XIX el fantasma que recorría Europa era el comunismo, hoy es la desocupación.

El movimiento sindical de clase, combativo en otros tiempos, poco a poco, por efectos de la represión en el Sur y factores como la corrupción y la despolitización/cooptación (en el Norte), se convirtió en un movimiento intrascendente, aliado de las patronales en definitiva. En general, los sindicatos ya no responden a la lucha de los trabajadores en su conjunto.

La contradicción capital-naturaleza

La contradicción capital-naturaleza puede sintetizarse en que cada vez hay una mayor presión del capital sobre los bienes y recursos naturales para su mercantilización, a fin de incrementar la producción capitalista y mantener el “crecimiento económico” capitalista, vital para la generación de mayor plusvalía. A lo largo del siglo XX, pero sobre todo en las últimas décadas, esta contradicción se ha agudizado. Con la expansión del capitalismo en su fase neoliberal a partir de finales de la década de 1970, la naturaleza, los bienes y recursos naturales han sido sometidos a una mayor presión por las grandes corporaciones transnacionales. La búsqueda desenfrenada de fuentes energéticas y de minerales estratégicos para las industrias de punta (en muchos casos: la militar) marcan esa tendencia.

Los efectos sobre el medio ambiente son desastrosos: agudización del cambio climático que provoca fenómenos naturales cuya magnitud resulta en desastres sociales y económicos; agotamiento de los recursos y bienes naturales; contaminación medio ambiental con polución del agua, del aire y de la tierra. El hiper-consumismo capitalista no se arregla buscando paliativos superficiales, como el reciclar, el separar la basura o la generación de una supuesta “conciencia verde”, no usando pajillas para tomar una gaseosa por ejemplo. Todo ese esfuerzo hecho a nivel personal logra contener la contaminación global en apenas un 1%. El problema de fondo, la contradicción original es la voracidad del capital, que destruye todo en aras de su propio beneficio.

El modelo de capitalismo neoliberal trajo consigo el dominio absoluto del capital financiero sobre el proceso productivo. Hoy día son los capitales globales que se mueven de un paraíso fiscal a otro sin ninguna regulación los que marcan el ritmo del sistema. En su proceso de expansión, este capitalismo neoliberal provoca una disputa por la tierra y los recursos naturales entre las grandes corporaciones que dominan esa expansión, por un lado, y comunidades y pueblos que obtienen de ella los bienes necesarios para su existencia, por otro. De ahí que esta contradicción capital-naturaleza se evidencia en la lucha de pueblos originarios que defienden sus territorios contra empresas multinacionales extractivistas que invaden sin miramientos destruyendo todo a su paso (compañías petroleras, mineras, monocultivo destinado a biocombustibles, desvío de ríos para empresas hidroeléctricas generadoras de electricidad). Solo para graficarlo: para la obtención de un galón de biocombustible (utilizado en los países capitalistas del Norte próspero), hecho a base de azúcar, maíz o palma aceitera, se necesitan 2,000 litros de agua (robada a los empobrecidos del Sur).

El racismo y la contradicción étnica

En articulación con las anteriores contradicciones destaca la llamada étnica (o racismo). Es la que se desprende de la invasión, despojo y explotación colonial, que conminó a los pueblos originarios de Latinoamérica y los grupos afrodescendientes traídos a la fuerza a estos territorios en calidad de esclavos, a ser considerados casi animales, objeto de esclavitud y sobre-explotación, marginados y excluidos como seres de última categoría, objeto permanente de despojo de sus tierras y territorios, oprimidos en tanto sujetos colectivos y en tanto individuos.

Eso, aun cuando presenta cambios, ha sido mantenido en esencia por un capitalismo que justifica y reproduce la explotación laboral y el robo descarado a partir de razones étnicas y raciales. Esto ha configurado en todo el sub-continente latinoamericano sociedades profundamente racistas, en donde los que se dicen descendientes de los conquistadores (españoles y portugués, que llegaron a “civilizar”), resultan beneficiados por una sociedad estratificada étnicamente, mientras los pueblos originarios se ven afectados por un sistema que los trata como ciudadanos de segunda categoría, como mano de obra barata, excluyéndoles de los escasos y raquíticos derechos sociales, económicos, políticos, culturales, al mismo tiempo que les niega derechos correspondientes a su carácter de sujetos colectivos, como pueblos, entre ellos a los de autodeterminación y autonomía.

En el caso de América del Norte, o más específicamente de Estados Unidos, esa conquista de siglos anteriores confinó a los pueblos originarios en “reservas”. Ahí el racismo se juega fundamentalmente entre los blancos conquistadores (de origen europeo) y la población negra, de origen africano, otrora mano de obra esclava. En todos los casos, el racismo justifica la opresión económica. Queda claro que todas las contradicciones se anudan y entrelazan entre sí.

El patriarcado y la contradicción varones-mujeres

Otra contradicción histórica, íntimamente ligada con el carácter y curso del capitalismo como sistema, pero que debe ser entendido como un sistema en sí mismo, que requiere ser transformado al mismo tiempo y en todo espacio, es la opresión patriarcal.

Esta contradicción se expresa en una relación de sobre explotación de la mujer en el ámbito de las relaciones de producción, su mayor exclusión de las fuentes de empleo formal, del salario y la raquítica seguridad social con que cuenta, e íntimamente relacionada, de los ámbitos de decisión fundamental en el proceso productivo, reproductivo y en el proceso político. Esa condición se agrava cuando es utilizada como mercancía para propósitos de trata de personas, como producto de publicidad y como simple objeto sexual. El sexismo, en tal sentido, es otra contradicción anudada a todo lo anterior.

No obstante, también se expresa en un papel predefinido por el patriarcado, que se orienta a su conminación a la reproducción de la especie, de la familia y del mismo sistema patriarcal que la oprime, lo cual se manifiesta en la violencia, exclusión y dominio que el varón ejerce sobre ella, con el agravante que muchas veces las religiones lo justifican.

Dicha opresión patriarcal se expresa con mayor agudeza en la medida que la mujer pertenece a la clase trabajadora y a comunidades rurales, campesinas y marginalizadas. De todos modos, la exclusión de las mujeres en los distintos ámbitos de la vida es algo que atraviesa todas las sociedades.

En conclusión

Si se intentan modificar profundamente todas estas injusticias, queda claro que todas las contradicciones deberían superarse a la vez, simultáneamente. No es posible una justicia económica si sigue habiendo patriarcado; no es posible equidad de género si no hay equidad económica. Es imposible superar la contradicción étnica sin considerar las anteriores. No puede aspirarse a un mundo más armónico si persiste la locura consumista que nos impone el sistema capitalista depredando nuestra casa común, el planeta Tierra En conclusión: todas las contradicciones marchan de la mano, y no es posible superar ninguna de ellas por separado. Si ello se intenta, no pasa de un intento vano.



lunes, 12 de marzo de 2018

¿EEUU LANZA UNA GUERRA CONTRA LA CORRUPCIÓN O CONTRA LAS ALTERNATIVAS AL NEOLIBERALISMO??




Silvina M. Romano

ALAI AMLATINA, 12/03/2018.- El problema de América Latina es la corrupción, pero no la corrupción “a secas”, sino especialmente aquella asociada a los gobiernos progresistas o posneoliberales1. Lo aseveran los think-tanks, los asesores de Instituciones Financieras Internacionales (IFI) y voces expertas sobre lo que “sucede” en la región2. Lo advertía John F. Kelly, ex Comandante del Comando Sur de los EEUU y hoy Jefe de Gabinete de Trump3. Aseguran que los gobiernos progresistas se abusaron de los pobres para enriquecer a un puñado de funcionarios de gobierno corruptos. Agrandaron el Estado y lo repolitizaron, intervinieron en la economía y revalorizaron lo público, con el único objetivo de “saquearlo” luego. Privilegiaron la utilización de influencias y fondos públicos para beneficio personal y recurrieron a los poderes del Estado para evitar la rendición de cuentas. Desde esta perspectiva, los funcionarios y políticos involucrados en gobiernos progresistas que exaltaron ese derrotero, son por definición corruptos y además ineficientes. Son incapaces de manejar al Estado como a una empresa privada, poniendo en riesgo el rumbo de la economía y (supuestamente) del Estado en su totalidad4. Esta serie de argumentos son los que urden la trama de un sentido común reproducido por las derechas y la prensa hegemónica desde hace varios años y que ha contribuido al menos a dos fenómenos: el primero y de corto-mediano plazo, es el de la “judicialización de la política” desde arriba; el segundo es el de la despolitización de la política, el desprecio por “lo público” y el prejuicio respecto de lo estatal como ineficiente.

El hecho de que este relato haya devenido en “sentido común”, de que haya calado profundo en la opinión pública, no es fruto de una campaña mediática particular, o el resultado “inminente” del retorno de gobiernos de derecha. Tampoco obedece únicamente a factores coyunturales. Por el contrario, forma parte de un proceso histórico que encuentra parte de sus raíces en el ajuste estructural implementado en América Latina a partir de la década de los ’80 y que tuvo como actores principales a las IFI y a las agencias bilaterales del gobierno estadounidense. La “modernización” del Estado, que tenía por objetivo una mayor eficacia y eficiencia para acabar con la corrupción y el favoritismo, fue argumento clave para el adelgazamiento/desaparición y desprestigio de lo público en virtud de lo privado. El Consenso de Washington puede ser un ejemplo de sistematización de tales premisas como lineamientos para la acción de gobiernos dedicados a procurar que el Estado se subsumiera a las necesidades del sector privado. La empresarialización del Estado5.

Las reformas judiciales

Uno de los sectores en los que se intervino tempranamente para la “modernización del Estado” fue el judicial. Tuvieron especial protagonismo los organismos de “asistencia para el desarrollo” bilaterales y multilaterales, como la USAID y el BID.6 Este asesoramiento en la transformación de los aparatos judiciales constituye un eslabón más en una cadena de relaciones dependientes y asimétricas establecidas por la dinámica y normativas inscritas en la asistencia para el desarrollo (al menos desde la Guerra Fría hasta la actualidad)7. El objetivo era lograr la “buena gobernanza” por medio de una reorganización del Estado, ajustando las leyes e instituciones a las normativas internacionales que permitieran el flujo de inversión extranjera directa y el acceso a mercados “sanos”. Debía garantizarse un “buen funcionamiento” de las instituciones para garantizar el desarrollo8.

Guatemala fue uno de los mayores receptores de asistencia para la reforma judicial, tras la firma de los Acuerdos de Paz. Fluyeron asesores, recursos para infraestructura e informática y el “know how” de la experiencia en países centrales, particularmente en EEUU9. El resultado fue una reforma superficial, en el plano de lo técnico, con una fuerte dependencia de la asesoría y fondos provenientes del extranjero. Los avances a partir de la creación de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (desde el juicio al dictador Ríos Montt hasta el Caso la Línea)10 se ven limitados por estar enmarcados en un Estado que en términos generales representa los intereses de una minoría privilegiada (tanto la vieja oligarquía como los nuevos empresarios) asociada directa o indirectamente a un Estado contrainsurgente y genocida. Un Estado ausente en materia de bienestar socio-económico para las mayorías, que nunca fue refundado11. Un Estado que, desde 1954 hasta la actualidad, sigue dependiendo de los lineamientos, recomendaciones y financiamiento del sector público-privado estadounidense y las agencias de asistencia para el desarrollo de otros países centrales. Guatemala es un país condenado por la opinión pública internacional debido a la corrupción y la violencia, pero de ningún modo se lo coloca como el peor caso. Por el contrario, la corrupción es particularmente “grave” en aquellos Estados donde hubo o están vigentes procesos de cambio de la mano de gobiernos posneoliberales, notándose una mayor presión local e internacional para una judicialización de la política desde arriba.

Un caso clave es el de Bolivia, país que recibió un importante flujo de asistencia de la USAID en los ’80 y ’90, entre otros rubros, para la reforma judicial. Estos fondos tendieron a beneficiar a gobiernos y sectores altamente corruptos y que trabajaron sistemáticamente en desmedro del bienestar de las mayorías12. Con la llegada del MAS y la refundación del Estado, se llevaron a cabo reformas estructurales, incluida la democratización del aparato judicial: es el único país de América Latina donde los representantes judiciales son elegidos en las urnas. Sin embargo, sigue fluyendo asistencia, en particular proveniente de la National Endowment for Democracy (NED) en el rubro de “reforma jurídica” a través de fundaciones13.

Una de las últimas campañas desatadas contra el MAS, previa al referéndum de febrero de 2015, se centró en la difamación y desmoralización del gobierno de turno por “corrupción y tráfico de influencias”, sin pruebas fehacientes. Sin proceso legal adecuado, se manufacturó el “caso Zapata”. La red de intereses tejida entre la prensa local, fundaciones, think tanks y voces expertas hicieron campaña destacando la corrupción como principal atributo del gobierno de MAS. Luego del debido proceso judicial, se mostró que las acusaciones al presidente y ministros de gobierno eran falsas, pero el Caso Zapata influyó para que buena parte de la ciudadanía se inclinara por el NO al momento del referendum14. Se desvió la batalla política al campo judicial.

Brasil es sin dudas el paradigma de la judicialización de la política desde arriba, como parte de una campaña mediática, política y empresarial orientada (aparentemente) a combatir la corrupción, pero que tiene por objetivo destruir la imagen del Partido de los Trabajadores y “expulsar de la política” a sus principales líderes. El impeachment a Dilma Rousseff muestra el modo en que opera un aparato judicial intervenido desde fuera. El Juez Moro, líder del Lava Jato, fue uno de los “mejores alumnos” de los cursos de capacitación realizados por el Departamento de Justicia estadounidense para funcionarios judiciales latinoamericanos en el 2009, en el marco del “programa Puentes”15. Técnicas de recolección de información como la “delación premiada”, así como el espionaje (intervención de líneas telefónicas, mails, etc.) a funcionarios públicos o burós privados de abogados, parecen formar parte del know how adoptado. El juicio a Lula da Silva es otra muestra: considerando el modo en que “apresuraron” su expediente frente a otros casos, la ausencia de pruebas y la campaña mediática que lo cubrió16, da cuenta del modo en que EEUU y las derechas de América Latina están recurriendo a la “justicia” como arma para una guerra librada contra la política de gobiernos y procesos progresistas. Es “lawfare”, la guerra jurídica17.

Lucha contra la corrupción”

Esta guerra contra la corrupción se equipara a la guerra librada contra las drogas (íntimamente vinculadas a los intereses del sector público-privado de EEUU): más allá de los protocolos y discursos políticamente correctos, apuntan a aniquilar sectores, grupos, líderes y procesos que disputan con mayor o menor fuerza y/o éxito alternativas al neoliberalismo (por ejemplo: que obstaculizan el flujo de combustibles y materiales estratégicos, que amenazan el acceso a mercados y la rentabilidad de las inversiones). Para ello, se presenta como objetivo de mediano-largo plazo la anulación de lo político, la despolitización del Estado, evitar ante todo su intervención en la economía, lograr que devenga en un ente técnico subsumido a las reglas del mercado. Se promueve que sea dirigido por tecnócratas o empresarios capaces de vaciarlo de soberanía, apartarlo de la causa de las mayorías. Hacerlo más eficiente para el sector privado.

Este es el objetivo de la “lucha contra la corrupción” librada desde los medios hegemónicos, think-tanks, fundaciones y gobiernos como el de EEUU, que exportan un modelo de democracia y gobernabilidad que nada tiene que ver con la inclusión política, económica, cultural y social de mayorías históricamente postergadas. Es la democracia de una “clase media” (imposible de ser definida) cuya única causa sería la de “instituciones transparentes”, “índices de violencia cero” y “cárcel para todos los corruptos, para todos los políticos”. La democracia de una sociedad que (aparentemente) desea ser gobernada por empresarios y tecnócratas que no tengan “nada que ver” con la política. Así, en los discursos contra la corrupción, la “delincuencia” y “los criminales”, se va reforzando la urdimbre de la ideología dominante, alimentada por la “frustración” generada por gobiernos que (aparentemente) traicionaron a sus pueblos. Unido a este relato, resurge con fuerza el neoliberalismo, un camino que ya hemos transitado en América Latina, que garantiza la salud de los mercados y la profundización de la miseria, injusticia y violencia ¿y quién se atrevería a afirmar que ese rumbo (¡ya transitado!) está exento de corrupción?

----Silvina M. Romano es Dra. en Ciencia Política. Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en el Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, Universidad de Buenos Aires.

Artículo publicado en la Revista de ALAI América Latina en Movimiento 531, marzo 2018 La corrupción: Más allá de la moralina