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lunes, 21 de agosto de 2023

LA BUROCRACIA, PROBLEMA DE LA TRANSICIÓN AL COMUNISMO

 


Publicado el 17 de julio de 2023 / Por Diego Farpón

Cuando los bolcheviques analizan el problema de la burocratización del Estado y de la degeneración de la Revolución de Octubre, o el problema de la democracia y del método de trabajo en el partido, no están analizando un conjunto de elementos aislados ni de problemas teórico-abstractos. Al contrario, están analizando un periodo muy concreto de la lucha de clases: el periodo de transición del Estado capitalista al Estado comunista, fase previa a la instauración de la sociedad socialista (retomamos, pues, el planteamiento de Marx, que puede encontrarse en sus manuscritos de 1844, expuesto con lucidez por Gajo Petrović, marxismo contra stalinismo, pp. 183-201).

El problema de la ruptura con el capitalismo y de la construcción del comunismo es el problema que enfrentaron las/os bolcheviques. Durante un tiempo este problema fue superado de manera positiva, incluso bajo las garras del stalinismo: tal era la fuerza que había desatado la Revolución de Octubre. Así, numerosas conquistas pervivirán hasta los años treinta e inclusive hasta 1991 y actualmente, pues la situación social en los antiguos países del bloque soviético todavía hoy no puede entenderse sin comprender 1917: su presencia aún no ha sido completamente aniquilada, pese a los esfuerzos que la clase dominante lleva a cabo cada día.

Como ya sabemos, uno de los primeros en enfrentar la deriva burocrático-stalinista fue Khristian Rakovsky. En el verano de 1923 escribía que entre las distintas repúblicas “(…) llegará el momento -todavía en un futuro lejano- en que no será necesaria ninguna unión porque no será necesario ningún Estado. Aunque, repito, estos tiempos son todavía un futuro lejano, sin duda nos acercarán mucho a la transición a una sociedad genuinamente comunista (…)”.

Sin embargo, cuando las condiciones son favorables a la solución del problema, este empeora: “(…) sólo después de la Revolución de Octubre se crearon las condiciones para la resolución de la cuestión nacional (…)”, pero “(…) sin embargo, en algunos círculos insignificantes del partido comunista, la Revolución de Octubre creó ciertos prejuicios que impidieron una visión realista. Con el derrocamiento de la dominación capitalista y señorial, se creó la impresión de que la cuestión nacional ya estaba resuelta. Para estos camaradas, era como si la discusión de la cuestión nacional fuera un residuo de los viejos tiempos de antes de la revolución (…)”.

Así, Rako va a buscar en Engels, Marx y Lenin para concluir que “de vez en cuando, aparece en la discusión la idea de que el estado proletario debe ser un Estado centralizado y que, en consecuencia, las repúblicas soviéticas deben fusionarse en un único Estado centralizado. Esta conversación no tiene nada que ver con el comunismo. La tarea de centralización general nunca formó parte del programa comunista. En cuanto al Estado, la actitud de los comunistas también es clara (…)” y es que “(…) evidentemente, el poder soviético no puede tener peor enemigo que la centralización, si por ésta entendemos la concentración del poder en un solo órgano y la transformación de toda la población en atento instrumento para la ejecución de los decretos centrales. Lo mismo ocurre si, con el mismo término, nos referimos a la destrucción de la iniciativa y la automotivación económica, política y administrativa. En otras palabras, el poder soviético es el enemigo de los decretos centrales. El poder soviético significa la participación de las masas obreras (y a través de ellas de las masas campesinas) en la vida política del país. Pero si la vida política se convierte en el privilegio de un pequeño grupo de personas, entonces, por supuesto, las masas trabajadoras no participarán en el control del país y el poder soviético perderá su apoyo más importante. Los comunistas siempre lucharán decididamente contra esa centralización” (traslashuellasdelsocialismocientifico.com).

La primera gran quiebra, el primer gran paso de la contrarrevolución, es en relación al Estado, es en relación a la pervivencia de este elemento que asegura la dominación de clase. Pero, ¿por qué pervive la burocracia bajo el poder soviético? Rako afirmará, pocos años después, en una carta a Valentinov: “(…) en un Estado proletario, donde la acumulación capitalista no está permitida a los miembros del partido gobernante, la diferenciación es primero funcional, pero luego se convierte en social. No digo diferenciación de clase, sino diferenciación social. Lo que quiero decir es que la posición social de un comunista que tiene a su disposición un coche, un buen piso, vacaciones regulares y recibe el salario máximo autorizado por el partido es diferente de la del mismo comunista que trabaja en las minas de carbón, donde recibe 50 ó 60 rublos al mes (…)”.


Fuente: https://kaosenlared.net/la-burocracia-problema-de-la-transicion-al-comunismo/

 

viernes, 18 de marzo de 2016

PIKETTY CONTRA MARX: "EL CAPITAL EN EL SIGLO XXI"





18-03-2016

Escribe muchas cosas reaccionarias Thomas Piketty en su obra el capital en el siglo XXI, como corresponde a un defensor del capitalismo. Sin embargo, su obra ha tenido resonancia entre la gente de izquierdas, y recientemente en distintos portales de información crítica han vuelto a aparecer varios textos que recomiendan leer el libro de Piketty –de manera positiva, no para criticarlo y combatir el pensamiento hegemónico-.

Piketty nos dice que “el capitalismo produce mecánicamente desigualdades insostenibles, arbitrarias, que cuestionan de modo radical los valores meritocráticos en los que se fundamentan nuestras sociedades democráticas. Sin embargo, existen medios para que la democracia y el interés general logren retomar el control del capitalismo y de los intereses privados, al tiempo que rechazan los repliegues proteccionistas y nacionalistas. Este libro intenta hacer propuestas en ese sentido”.

Su obra se enmarca, pues, en la corriente que propugna una vuelta al capitalismo de antes de la crisis. Nada más alejado del marxismo, nada más utópico, nada más reaccionario en los tiempos actuales que muestran los límites objetivos del capitalismo y que requieren de una ofensiva de la izquierda revolucionaria –ofensiva que no se produce ni en lo orgánico ni en lo ideológico, lo que a la postre provoca confusión en todos los ámbitos y permite que personajes como Piketty irrumpan y hegemonicen el pensamiento no sólo de la clase trabajadora sino de dirigentes de izquierdas-.

Piketty, que publica su libro bajo el título de el capital en el siglo XXI, tampoco oculta nunca haber leído al completo el capital de Karl Marx, en distintas entrevistas. Es tan absurdo el libro de Piketty, quien escribe contra la economía política –contra la ciencia de la economía, aunque tampoco tiene claros estos conceptos, como deja claro en la parte final de la obra-, que es difícil hacer una crítica breve.

Nos vamos a centrar en la aportación fundamental de Marx y Engels: su demostración de que el capitalismo es un sistema histórico y, por lo tanto, finito. Para Piketty el final del capitalismo es “el apocalipsis”. Pero a pesar de PIketty, que es tan ahistórico y tan acientífico como Fukuyama, ninguna sociedad es eterna, y no hay solución para salvar el capitalismo y que funcione correctamente –aunque se atreva a decir esta estupidez en mitad de la crisis orgánica que estamos viviendo-:

“La solución correcta es un impuesto progresivo anual sobre el capital; así sería posible evitar la interminable espiral de desigualdad y preservar las fuerzas de la competencia y los incentivos para que no deje de haber acumulaciones originarias”.

Un impuesto, porque eso es todo lo que aporta Piketty tras cientos y cientos de páginas: un impuesto sobre el capital y arreglamos la sociedad… un pensamiento tremendamente pobre, en consonancia con las aportaciones históricas que hace el pensamiento burgués a las distintas ciencias y, sin embargo, desde la izquierda se le han abierto las puertas. Lo único que aporta el libro, eso sí, son un montón de datos y tablas estadísticas. Lástima que Piketty no sepa interpretarlas y, cual economista premarxista, se quede en la apariencia de los datos.

No voy a preguntar, porque eso sería demoledor y no tendría sentido seguir escribiendo, si ese impuesto que reclama Piketty es sólo para que la sociedad occidental pueda seguir viviendo a costa de someter a la mayoría del mundo a la pobreza, o en su hueca cabeza piensa que un impuesto puede solucionar el capitalismo como lo que es, un sistema global de administración de miseria, hambre y guerra y muerte.

El fin del capitalismo

Como hemos señalado más arriba una de las grandes aportaciones del marxismo es la objetividad del final del capitalismo, idea que vertebra el pensamiento no sólo económico, sino que fue también motivo del nacimiento del materialismo histórico, y elemento fundamental para la comprensión de la concepción de la lucha de clases, porque Engels y Marx aglutinan todas las ciencias: no se puede comprender la economía política sin el materialismo histórico, pero tampoco el materialismo histórico sin la economía política, ni estas dos ciencias se pueden comprender al margen de la realidad, al margen de la historia viva, de la economía viva: no se pueden comprender al margen de la lucha de clases.

En el terreno de la economía la ley más importante es la de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Así explicaron Engels y Marx la necesidad del final del capitalismo, el límite histórico objetivo que produciría el colapso del capitalismo y el surgimiento de una nueva sociedad. 

Partiendo de la base de que es la naturaleza y la transformación de la misma la fuente de la riqueza (la transformación del árbol en silla, del crudo en gasolina…) el marxismo sostiene que quien lleva a cabo dicha acción –la clase trabajadora- es quien genera la riqueza.

El marxismo distingue dos tipos de capitales: el capital variable y el capital constante. El capital variable es aquel que se invierte en factor trabajo (trabajadoras/es), el capital constante es aquel que se invierte en medios de producción (energías, materiales, maquinaria…).

De esta forma, es el capital variable, el que se invierte en la fuerza de trabajo, esto es, el que permite la acción de la transformación de la naturaleza, el único capital que crea excedente. El capital variable mediante la venta de la mercancía que la clase trabajadora ha producido se divide en dos: por una parte se convierte en el salario de la clase trabajadora, por otra parte surge en forma de excedente, de plusvalía: la apropiación de parte del trabajo que la clase trabajadora realiza y de la que se apropia el/la capitalista.

Así el marxismo explica que a medida que aumenta el capital constante –por ejemplo porque la tecnología, maquinaria, es cada vez más cara- su peso relativo frente al capital variable es cada vez mayor: proporcionalmente hoy una empresa de automóviles invierte más en capital constante en relación al capital variable que cuando surgió la industria automovilística. Por lo tanto el capital que genera plusvalía es cada vez menor.
De aquí se desprende, en primer lugar, la ya señalada ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia –y como en toda ciencia hay factores que contrarrestan esta tendencia: ni la historia, ni la economía, ni la lucha de clases, ni la vida son lineales-; en segundo lugar el aumento de la composición orgánica del capitalismo –cada vez es mayor la proporción de capital constante en relación al capital variable-; en tercer lugar cada vez le es más difícil al capitalista lograr la reproducción ampliada del capital –obtener plusvalía y reinvertirla para poder competir con el resto de capitales y sobrevivir, pues el capital que obtiene una mayor plusvalía obtiene más capital para reinvertir, para producir cada vez más y acaparar mercado y expulsar al resto de capitales con los que compite-, lo cual nos llevaría hasta la concentración y centralización del capital… fenómenos, ambos, que no sólo son cada día mayores, sino que además hoy, en mitad de la crisis, adquieren formas dramáticas y que, incluso un observador superficial del mundo, como Piketty, podría advertir.

Piketty, más allá de decir que el capitalismo no cayó, más allá de decir que el apocalipsis no se produjo, ¿es capaz de demostrar la invalidez del pensamiento económico marxista? No. No sólo no es capaz de demostrar la invalidez del pensamiento marxista sino que no es capaz de señalar cómo funciona el mundo, sólo de darse cuenta de que cada vez las desigualdades son mayores.

La pregunta es, pues: ¿es vigente la tendencia decreciente de la tasa de ganancia? Es evidente que la forma concreta del modo de producción capitalista –el modelo- en el siglo XIX y en el siglo XXI no es igual: pero tampoco es igual en 2016 el modelo de producción en Alemania que en el Estado español, y los dos modelos se corresponden con el modo de producción capitalista. En cada época, desde que surgió el capitalismo el modo de producción es el capitalismo, pero la forma en que se concreta es distinta, y dentro de cada época en cada país adquiere una nueva concreción, un nuevo modelo, y así llegamos a la actualidad, la época del imperialismo, que se concreta, en cada país, de una forma distinta, tan distinta como es distinta hoy la situación de Francia, Perú o Siria –donde, en cada país, la economía no se puede desligar de la historia, de la trata de mujeres y la vida y la muerte, porque, insistimos, intentar analizar la economía al margen del marxismo –al margen de la sociedad y de la lucha de clases- puede servir, como para Piketty, para escribir cientos de páginas que no dicen nada, pero no sirve para comprender nada de la vida... ni de la propia economía. Engels y Marx analizaron un modo de producción: el capitalista; y siglo XIX o siglo XXI el capitalismo es capitalismo. Y además la pugna despiadada por la obtención de plusvalías es más aguda que nunca: el capitalismo hoy –con las crisis se agudizan las tendencias- se parece mucho más al capitalismo que señaló Marx que a cualquiera de las ocurrencias que han dado por superado su pensamiento, incluido Piketty.

Pero, ¿y la revolución socialista?

¿Engels y Marx se atrevieron a predecir el futuro? Sí, porque ese y no otro es el sentido de las ciencias. ¿De qué nos sirven las ciencias sino para saber que el avión será capaz de volar y no nos estrellaremos? Y sin embargo, ¿cuántos aviones no cayeron y caen? ¿Cuántas veces las ciencias que presumen de ser exactas tienen que corregirse a medida que se producen avances en el campo de la técnica y del pensamiento? Si las ciencias no estuviesen corrigiéndose día a día no serían ciencias, sino dogmas.

En 1892 Engels escribía un prefacio para la situación de la clase trabajadora en Inglaterra y señalaba: “he puesto cuidado en no tachar del texto muchas profecías –entre ellas la de la inminente revolución social en Inglaterra-, inspiradas por mi ardor juvenil. No tengo la menor intención de presentar mi libro ni de presentarme a mí mismo como mejores de lo que entonces éramos. Lo admirable no es que muchas de estas profecías hayan fallado, sino el que tantas hayan resultado acertadas”.

Hablando de economía –discutiendo sobre cómo se distribuye la burguesía la plusvalía-, en su carta a Werner Sombart, Engels sostiene: “¿cómo se produce, pues, el proceso de nivelación? Es un problema de extraordinario interés, del que el propio Marx no dice mucho. Pero toda la concepción de Marx no es una doctrina, sino un método. No ofrece dogmas hechos, sino puntos de partida para la ulterior investigación y el método para dicha investigación. Por consiguiente, aquí habrá que realizar todavía cierto trabajo que Marx, en su primer esbozo, no ha llevado hasta el fin”.

¿Qué ocurre, pues, con el fin del capitalismo –con el, ya sabéis, apocalipsis de Piketty-? Ocurre que todavía no se ha producido. Muy poquitas veces en la historia un modo de producción alcanza el límite histórico –como fue el caso del Imperio Romano-. Habitualmente una invasión pone fin a una sociedad cuando esta aún se podría haber desarrollado durante muchos cientos de años. ¿No había un desarrollo capitalista para Afganistán, Irak o Libia? Sí, pero la barbarie y el propio desarrollo del imperialismo ahogan en sangre a los pueblos y no dejan que las historias sigan sus caminos.

¿Cuánto tiempo tardará en caer el capitalismo? Eso no lo podemos saber: aún le queda mucho camino por recorrer, pero a diferencia de las sociedades que nos precedieron conocemos cómo funciona la sociedad en la que vivimos, y conocemos sus límites objetivos. Si queremos perecer con nuestra sociedad o transformarla antes de que nos lleve al abismo es responsabilidad nuestra. Sabemos, quienes analizamos desde el marxismo, que la crisis actual bajo las coordenadas de los gobiernos burgueses no tiene salida –aunque los Piketty no comprendan el mundo y reclamen en medio de la crisis más fuerte de la historia del capitalismo la necesidad de un impuesto para revertir lo que en el capitalismo es irreversible-, y sabemos que bajo gobiernos reformistas se profundizará en la agonía para la mayoría social –aunque muchos economistas, incluido Varoufakis, parecieran decepcionados por Syriza-. Sabemos que China va a estallar, aunque no le podamos poner un día y una hora –y lo sabemos desde hace mucho tiempo, aunque el día que ocurra las cátedras de economía se sorprenderán-. Sabemos que habrá nuevas guerras, que en el siglo XXI la forma imperialista que adopta el capital no es algo que se pueda elegir, que no es una cuestión de buenos o malos, sino que se corresponde con las necesidades del modo de producción –aunque a los Piketty les gustaría un imposible capitalismo bonito y responsable-. Sabemos que no importan los límites ecológicos y que de nada sirve luchar por un planeta sostenible si no luchamos contra el capitalismo: la vida no está contemplada como argumento en el modo de producción capitalista. Y sabemos que si el capitalismo es capaz de aplazar la actual crisis –sea mediante la guerra, sea mediante cualquier argucia- la próxima crisis –porque necesariamente habrá próxima crisis- será muchísimo mayor.

¿La revolución socialista llegará? No. Al menos no llegará porque sí. A diferencia de los anteriores cambios que se produjeron en la historia la revolución socialista no espera al final del desarrollo del capitalismo, sino que la clase trabajadora se organiza para traerla. Nadie se organizó conscientemente para acabar con el Imperio Romano y traer el feudalismo; nadie se organizó conscientemente para acabar con el feudalismo y traer el capitalismo: fue el transcurso de la historia. Pero transformada la historia y la economía en ciencias hoy sabemos que la lucha de clases es el motor de la historia y podemos influir en ella. A Engels y a Marx les hubiera gustado ver la revolución socialista, y por eso lucharon, por eso la situaron como objetivo político, social y económico en el horizonte de sus vidas y sus trabajos. No por determinismo, sino porque escribieron y lucharon por la vida, para la vida. Elegir entre el apocalipsis de la vida tal y como la concebimos o la transformación de la sociedad es decisión nuestra.


lunes, 18 de marzo de 2013

LOS MARXISTAS ANTE LA CRISIS CAPITALISTA: LA HEGEMONÍA




17-03-2013

Mantener una posición propiamente marxista no ha sido nunca fácil. Las desviaciones izquierdistas y derechistas han sido una constante a lo largo de la historia.

Pese a siglo y medio de estudio, experiencias y experimentos socialistas, parece no ser tiempo suficiente para haber desarrollado una línea que nos lleve a una postura marxista, pues está ausente de parte del Movimiento Comunista Español.

Podemos encontrar desde aquellos que de forma sincera piensan que habría que hacer cuanto fuese necesario para que no gobierne el PP a aquellos que renuncian a las instituciones o tienen una visión limitada de la conquista de la hegemonía, la revolución y la construcción del socialismo. Ninguno mantiene una posición marxista.

Vayamos por partes: es necesaria una formación marxista que haga de los/as comunistas de España militantes con conciencia crítica, que les aparte del seguidismo y les convierta en militantes de la revolución, en militantes capaces de hacer el análisis correcto para poder situar las reivindicaciones y formas de lucha adecuadas.

Sin embargo, y pese a que los distintos Partidos Comunistas y sus Juventudes desarrollen distintos planes de formación, coincidan más o menos, lo cierto es que no se estudia en profundidad a Marx, y eso hace que aquellos que se reclaman del comunismo y del marxismo-leninismo no mantengan, en la mayoría de las cuestiones, posturas marxistas ni leninistas. La formación es fiel reflejo, en unos casos más, en otros menos, de la situación de los Partidos Comunistas.

La crisis que vive el capitalismo español es, objetivamente, un momento histórico. Sólo en contextos como el actual la crisis del sistema de dominación entra en quiebra, ante lo cual el Bloque Dominante necesitará una nueva recomposición que le permita alcanzar un pacto social. Lo contrario es la destrucción de las fuerzas trabajadoras: la muerte de la clase obrera –como ya sucediera en la II Guerra Mundial-.

Sólo en momentos como el actual, pues, es posible la revolución: como durante la Transición, cuando el sistema de dominación mutó de dictadura franquista a democracia burguesa parlamentaria, o cuando se instauró la II República. Tanto en 1931 como en la actualidad, las clases sociales subordinadas fueron y son incapaces de sobrevivir en el sistema establecido, mientras que en 1973 la Dictadura como forma de dominación oligárquico-burguesa había agotado sus límites históricos; al tiempo que en esos tres momentos el Bloque Dominante es incapaz de seguir viviendo, dominando, como lo hacía: es necesario configurar un nuevo sistema, una nueva forma de vida. Cuál es una cuestión que depende de la correlación de fuerzas entre las clases socialmente enfrentadas, así como de las alianzas que estas puedan establecer.

Se abrió, pues, en 2007, un momento revolucionario, que de momento no tiene fecha final cercana: durará hasta que se salga de la crisis y la burguesía pueda ofrecer un proyecto a la clase obrera que apacigüe la lucha de clases, o hasta que esta sea capaz de romper con la ideología dominante, se constituya en clase para sí y conquiste y destruya el poder burgués para construir el poder popular. Ninguno de los dos caminos va a ser corto, pero ambos van a exigir un enorme sacrificio a la clase obrera y los sectores populares.

La cuestión entonces es qué hacer, la formulación que ya se planteara Lenin y que exige que los marxistas nos planteemos cada cierto tiempo para hacer lo adecuado.

Quienes somos comunistas aspiramos a la construcción del socialismo, esto es, a la Dictadura del Proletariado, al gobierno de la clase obrera, qué hacer para conseguirlo es la pregunta que nos debemos hacer.

Naturalmente, lo primero es ser conscientes de qué y quiénes somos: somos la minoría de la Rusia de 1917, la España de 1936, la Cuba de 1959, el Chile de 1970 y la Venezuela de 1998, por situar algunas de las fechas fundamentales para el proletariado mundial; y la vanguardia, al mismo tiempo, de esas fechas.

¿Cuál es, pues, el elemento qué permitió a los marxistas ser mayoría? En primer lugar un contexto adecuado: de crisis de legitimidad del sistema –recopilando: como ocurrió con la crisis de los zares, la crisis de la dictadura de Primo de Rivera, la crisis del sistema de dominación cubano, la crisis económica chilena y/o venezolana-; y en segundo lugar una táctica y una estrategia para romper la hegemonía del Bloque Dominante y permitir a la clase obrera acabar con su situación de subordinación ideológica para conformar el proyecto histórico necesario en ese momento para su emancipación.

Algunas notas para caminar hacia la Revolución Española serían, puesto que tenemos el contexto adecuado, engrosar las filas del PCE, pues es el Partido que engloba a la mayoría de comunistas de España, y consecuentemente el mayor elemento intelectual y práctico capaz de generar la teoría y el trabajo necesarios para que la clase obrera sepa y pueda dirigir el Bloque Popular hasta la victoria; romper con posturas sectarias: si los comunistas no somos capaces de construir un Partido Comunista marxista en el PCE tendremos que replantearnos qué estamos haciendo, pues no tiene sentido militar en otro Partido más pequeño por nuestra incapacidad para ser hegemónicos dentro del mayor Partido Comunista –sabiendo que, como paso siempre a lo largo de la Historia, en todo Partido Comunista hay tendencias derechistas e izquierdistas, que pueden ser hegemónicas, como de hecho lo ha sido el eurocomunismo en el PCE hasta la actualidad-; trabajar en los sindicatos mayoritarios, puesto que para el conjunto de la clase obrera siguen siendo un referente –lo cual no significa ceñirse a ellos-, y, como con la cuestión del Partido, no montar chiringuitos: si los comunistas no somos capaces de influir en la línea de CCOO de nada sirve montar otra cosa, al margen o incluyendo a sindicalistas de este o aquel sindicato, puesto que somos incapaces de conectar con la clase obrera, y esta no nos reconocerá como vanguardia por el mero hecho de montar la organización; en suma: se trata de no dar por superado nada que la clase no dé por superado, trabajando junto a ella y con ella siempre en la perspectiva de la construcción del Socialismo. En España el PCE y su proyecto, IU, son el referente de la izquierda en el imaginario popular: esa es, pues, la base de la organización así como la subjetividad de quienes se acercan a ambas organizaciones.

Naturalmente, es necesario adaptar el PCE e IU a las necesidades del siglo XXI: con una sociedad, con una clase obrera, diametralmente distinta a la del siglo XIX y, en España, inclusive a la de los años ochenta del siglo XX, es necesario reconfigurar la política.

Así pues, tanto el PCE como IU deben adaptarse a los nuevos tiempos: trabajar los nuevos medios de comunicación; dejar de tratar al electorado como consumidor-votante; ser capaces de responder y dirigir la espontaneidad de una sociedad mucho más alfabetizada de la que hubo nunca y que, desde 2008, camina a pasos agigantados hacia una enorme politización –o al menos participación política aunque no adquiera una forma de partido-: es, por lo tanto, necesaria la dirección del PCE, que sume a los mejores cuadros y sea capaz de tomar la iniciativa política e influir determinantemente en una IU que aglutine el descontento popular, teniendo que constituirse, en la práctica –en solitario o en alianzas como en Galiza, como el Frente Único del Proletariado.

Lo contrario, organizarse en proyectos a la izquierda del PCE, esto es, a la izquierda de la clase obrera, es caer en el campo del izquierdismo, en el campo del puritanismo y de la charlatanería; y organizarse a la izquierda del PCE y señalar que este o IU es el obstáculo para que surja de verdad una izquierda revolucionaria es no asumir el propio fracaso histórico, la incapacidad para construir una organización útil a la clase obrera; es, por lo tanto, situarse al margen de la organización que puede influir sobre las masas para orientarlas al socialismo y caer, objetivamente, en el campo de la contrarrevolución.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.