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jueves, 11 de septiembre de 2025

LA CRISIS DEL SISTEMA DE LAS ONGS EN EL MARCO DEL ORDEN MUNDIAL POSTOCCIDENTAL

 

jueves 11 de septiembre de 2025, 22:00h

Elena Fritz

El último artículo publicado en “Foreign Affairs”, la revista oficial del establishment de la política exterior estadounidense, es digno de ser abordado. Titulado “The End of the Age of NGOs” [“El fin de la era de las ONGs”], las politólogas Sarah Bush y Jennifer Hadden entran en el tema con rigurosidad: el tiempo en el que las ONGs desempeñaban un papel central en un orden mundial moralmente consciente parece haber concluido. El número de ONGs internacionales se está estancando, su influencia está disminuyendo y su reputación está seriamente tocada.

Pero si bien las autoras explican este fenómeno, principalmente, como consecuencia de la disminución de la financiación y el aumento del rechazo, nos faltaría un análisis estructural más profundo, salvo que se haya eludido de manera deliberada. La verdadera razón del declive global del sistema de las ONGs no reside tanto en problemas de financiación, como en la creciente conciencia de la sociedad global sobre el papel de estos actores como herramientas de una política destinada únicamente a apuntalar el poder.

Las ONG como órganos ejecutivos de un orden mundial informal

En la eufórica década de los noventa del pasado siglo, las ONGs eran vistas como vanguardia de una “sociedad civil transfronteriza”. Sin embargo, la realidad nos muestra, ya desde el principio, una nueva estrategia hegemónica: control moral, influencia a través de “valores” y liderazgo mediante una visible participación ciudadana. El clásico funcionario colonial dio paso al “asesor”, el soldado al “observador internacional” y el intervencionismo se disfrazó de “campaña en pro de los derechos humanos”.

Estas organizaciones nunca operaron en el vacío. Formaban parte de un sistema finamente orquestado, cuyo objetivo era una proyección informal del poder, con el apoyo de gobiernos occidentales, fundaciones, centros de investigación y estructuras supranacionales. Se presentaban como independientes, pero perseguían, conscientemente o no, una agenda geopolítica: estabilizar gobiernos pro occidentales, desestabilizar regímenes indeseables y manipular el discurso social bajo la bandera de valores universales.

El color cambiaba según las circunstancias: a veces se trataba de “derechos humanos”, otras de “buena gobernanza”, e incluso de “promoción de la democracia”. El objetivo siempre era el mismo: ganar influencia sin asumir responsabilidades formales, eludiendo una intervención directa, sin atacar abiertamente. Las ONGs eran el perfecto camuflaje en una era en la que las guerras ya no tenían que declararse, sino “justificarse”.

El punto de ruptura: soberanía frente a control informal

Lo que “Foreign Affairs” describe como una “restricción de la sociedad civil” es, en realidad, expresión de un impulso global en pro de la soberanía. Más de 130 Estados han tomado medidas en los últimos años para controlar o excluir a las ONGs dotadas financiación extranjera como medio de defensa contra las operaciones de influencia híbrida.

Es sabido desde hace tiempo que, donde las ONGs occidentales son particularmente activas, el orden político suele cambiar, ya sea mediante maniobras electorales, campañas de opinión, intervenciones legales o incluso la movilización urbana de la disidencia. Todo ello no es expresión de una “sociedad civil” orgánica, sino el resultado de una transferencia de poder orquestada, como ha sucedido, sin ir más lejos, en Ucrania, Georgia o Libia.

Un caso concreto: el ataque a la industria automotriz alemana

Un ejemplo particularmente virulento de la instrumentalización política de las ONGs ha ocurrido recientemente en pleno corazón de Europa, con repercusiones directas para la soberanía industrial alemana. Artículos de prensa, como los de “Welt am Sonntag”, revelaron cómo programas europeos como el llamado “programa LIFE” se habían utilizado para financiar específicamente a ONGs que posteriormente desencadenaron campañas legales contra los fabricantes alemanes de automoción. La organización medioambiental ClientEarth, por ejemplo, recibió financiación de la Unión Europea, financiación que fue utilizada para demandar a empresas como Volkswagen y BMW por presuntas infracciones de emisiones.

Estas ONGs operan formalmente de forma independiente, pero en realidad funcionan como reguladores externos que socavan económica y políticamente industrias clave, no mediante debates democráticos, sino mediante ofensivas estratégicas y judiciales. El escándalo no sólo reside en el contenido de las denuncias, sino en el propio sistema: se están pagando fondos públicos a actores que, bajo pretextos morales, interfieren en las políticas estructurales de Estados soberanos.

Las ONGs operan en el corazón del propio poder

Estos hechos confirman una tendencia cada vez más evidente: las ONGs no operan extramuros, sino en el corazón mismo del poder. Cuentan con el apoyo de estructuras supranacionales que eluden responsabilidades, mientras ejercen presión sobre gobiernos, corporaciones y empresas esquivando cualquier tipo de legitimidad democrática. Lo que comúnmente conocemos como “sociedad civil” es, en realidad, vanguardia operativa de control postdemocrático.

El daño es evidente: no sólo es económico —por ejemplo, debido a la relocalización de la producción, la inseguridad en las instalaciones y el daño a la reputación—, sino también institucional. Porque cuando estructuras que no pueden controlarse democráticamente interfieren en las decisiones industriales a través de los tribunales, los medios de comunicación y las políticas de financiación, la soberanía política se ve sistemáticamente socavada.

La industria automovilística alemana simboliza aquí una nación industrial en una desafortunada transición de una autodeterminación fructífera a una dependencia manejable, controlada, orquestada a través de campañas moralizantes de las ONGs.

Los recursos: un síntoma, no una causa

Bush y Hadden atribuyen la crisis de las ONGs a la disminución de la financiación que recibían del mundo occidental. De hecho, muchos países, incluida Alemania, han reducido o reasignado sus presupuestos para financiar ONGs internacionales. Pero esta no es la causa, sino una consecuencia de su menor utilidad estratégica: el modelo de las ONGs ha alcanzado los límites de legitimidad.

La creencia en una “sociedad civil” neutral, buena y no partidista se tambalea cuando la realidad nos señala otro tipo de conclusiones: los actores de las ONGs no viven al margen del poder, sino en su nudo gordiano. Forman parte, a menudo inconscientemente, de una forma de control que ya no requiere carros de combate, sino que utiliza narrativas, redes y presión normativa.

Un cambio de paradigma global

El orden mundial está en constante cambio. El actual status sugiere diversas interpretaciones, ya que está dominado por Occidente y presenta a las ONGs como una suerte de columna vertebral moral. Este status, empero, está perdiendo influencia. Está siendo reemplazado por una realidad multipolar en la que están emergiendo modelos alternativos: pragmáticos, soberanos y culturalmente específicos.

En este nuevo escenario, las ONGs no están desacreditadas per se, pero deben confrontar su propio papel y su más reciente pasado: ¿Quién las financia? ¿A quién sirven? ¿Qué intereses representan y qué lenguaje esgrimen? Estos interrogantes ya no pueden desatenderse.

Perspectivas: fin del camuflaje, retorno a la responsabilidad

Lo que presenciamos actualmente no es el final de la participación de la sociedad civil, sino el fin de su instrumentalización ideológica. El reflujo las ONGs es el precio a pagar por décadas de políticas en las que la moral se había convertido en camuflaje y la indignación en una palanca de reorganización geopolítica.

Cualquiera que hoy desee realizar una auténtica labor cívica debe liberarse de estas estructuras y asumir el riesgo de una verdadera autonomía. En un mundo que vuelve a buscar la verdad en lugar de “valores”, esta ruptura era tan necesaria como largamente esperada.

Traducción: Juantxo García

Fuente: https://geoestrategia.eu/noticia/45098/geoestrategia/la-crisis-del-sistema-de-las-ongs-en-el-marco-del-orden-mundial-postoccidental.html

jueves, 5 de enero de 2023

2023: TRANSFORMAR LA CRISIS EN REVOLUCIÓN

 


Publicado: enero 1, 2023

Unidad y Lucha. Editorial Enero 2023

Iniciamos un año en el que los acontecimientos acumulados a lo largo de estos últimos meses, avanzan precipitadamente hacia la confirmación de un cambio cualitativo de la realidad determinado por el hecho irrefutable de la crisis general del capitalismo que impregna todo.

 

El fétido olor de un Sistema que se descompone y que ya llega a todos los rincones de la sociedad.

Resulta casi imposible dudar de su quiebra estructural, expresada en el final de la hegemonía y liderazgo absoluto del Bloque Occidental, encabezado por los EE.UU y nucleado en torno a la OTAN.

Incluso más allá de su expresión más bárbara y destructiva con el desarrollo de la guerra de la OTAN en Ucrania contra Rusia, la decadencia sistémica del Bloque que representa la realidad más avanzada y, consecuentemente violenta y parasitaria, del capitalismo es absoluta.

Crisis general y orgánica que, desde la base material –económica-, alcanza no solo a cada una de las estructuras de los estados que representan y defienden sus intereses, sino que también se impone en todas las categorías sociales, culturales e ideológicas sobre las que se ha estructurado la dominación burguesa, y en la propia subjetividad y sociabilidad de las clases sociales. También del proletariado y de sus organizaciones políticas y sindicales, cooptadas mayoritariamente por el sistema.

Una crisis con mayúsculas que, desde una concepción dialéctica de la lucha de clases, abre un amplio abanico de oportunidades a las fuerzas revolucionarias, pero que para su implementación se enfrenta a las dificultades derivadas de los enemigos internos clásicos de la Revolución – la socialdemocracia y el izquierdismo- y a la actual debilidad organizativa y programática de los destacamentos de vanguardia.

Un nuevo ciclo histórico.

Todo apunta a ello y parece confirmarse una nueva realidad fundamentada en una nueva multipolaridad armada, en la que el eje del desarrollo económico, social y político se desplaza hacia Oriente y en el que el epicentro que lo determina, se ha desplazado de Washington a Pekín y del Pentágono y Wall Street, al Partido Comunista de China y su dirigencia.

Una situación diferente, que para nada es una meta y que, determinada por el doble factor de la continuidad de la hegemonía de las relaciones capitalistas y la belicosidad global de los EE.UU y la OTAN contra quienes cuestionan su dominación, impone como grandes retos de las organizaciones de Vanguardia, la lucha por la Paz y el combate constante por el poder obrero y el Socialismo.

Convertir el análisis en acción.

Desde la seguridad de lo correcto del análisis que realizamos y venimos compartiendo fructíferamente con otros partidos comunistas y organizaciones revolucionarias en el último periodo, la tarea absolutamente prioritaria que enfrentamos en el PCPE, es hacerlo trascendente para el desarrollo de la lucha de clases. Lograr que, progresivamente, sea compartido por las masas en una constante labor en la que “toda la labor habitual, regular, corriente de todas las organizaciones y grupos del Partido, la labor de propaganda, agitación y organización esté orientada a fortalecer y ensanchar la ligazón con las masas”[1]
Una acción que necesita un Programa adecuado y requiere una táctica acorde, que permita hacer llegar la conciencia socialista a la clase obrera a través del imprescindible desarrollo dialéctico que, identificando la incapacidad del poder burgués y sus estados para satisfacer las necesidades del pueblo trabajador y evidenciando la podredumbre de sus instituciones, sitúe la alternativa revolucionaria como el nuevo paradigma de sociedad por el que vale la pena luchar.

Definir la Táctica

Cuando la crisis azota con fuerza la economía de las familias y el horizonte se avecina tormentoso, con un incremento exponencial de la pobreza y la progresiva desvalorización de la fuerza de trabajo, la prioridad es organizar la respuesta obrera y popular, confrontando con la patronal y los monopolios que nos roban y explotan.

Una intervención decidida en este sentido en el movimiento obrero y popular, contra la carestía de la vida, por la recuperación del poder adquisitivo y por la defensa de los servicios públicos y la nacionalización de los sectores estratégicos (banca, energéticas, distribución de alimentos…), además de contra el Pacto Social y las políticas de conciliación de clases, resulta absolutamente inasumible por el Estado, la patronal y la socialdemocracia política y sindical, y abre nuevos espacios de organización y contrapoder.

Cuando la crisis institucional jalona la realidad con constantes escándalos de todos los poderes del Estado, incluyendo maniobras de unos contra otros como las recientes del poder judicial contra el ejecutivo en el que se enfrentan a cara de perro las distintas fracciones del capital que se reparten el poder, es necesario marcar un nuevo paradigma de Estado republicano que, desde el reconocimiento efectivo del derecho a la autodeterminación de los pueblos, se articule desde la base material del poder obrero y la democracia protagónica del pueblo trabajador.

La Constitución del 78, ya no es capaz de contener en su seno la compleja realidad territorial, social y económica de una formación social como la española, sumida en una profundísima crisis a todos los niveles.

Organización y movilización de masas en un radical sentido rupturista con la herencia del franquismo y la Transición es el objetivo. República, Memoria, Reparación, Justicia, Autodeterminación, No al Concordato con la Santa Sede, laicidad, OTAN no, bases fuera, ni UE, ni euro…, son las consignas con las que empezar a quebrar los consensos sociales generados en torno a la Constitución del 78, en un amplio movimiento de denuncia política y confrontación con los ejes centrales de la dominación burguesa. Alianzas tácticas de desarrollo temporal y puntual en los más diversos campos de intervención política que, necesariamente, deben acompasar el desarrollo de este proceso de ruptura política con el poder de la oligarquía y la totalidad de sus instituciones.
Cuando de la mano del atlantista gobierno de coalición PSOE/UP, los gastos militares y policiales alcanzan los 56.000 millones de € y se acercan al 4 % del PIB[2], es necesario reclamar la neutralidad de España, el abandono inmediato de todas las misiones militares y policiales en el extranjero[3], la salida de la OTAN, el cierre de las bases yanquis y la drástica reducción de los gastos militares y policiales, así como de la inversión en armamento.

La lucha contra la OTAN y sus guerras imperialistas son un propósito absolutamente inasumible por el estado del capital; sin embargo constituyen un propósito unitario de carácter internacionalista y antiimperialista sobre el que organizar y movilizar al pueblo trabajador.

Cuando de la mano de las multinacionales energéticas y acompañada por la acción constante de todos los gobiernos, sean estos del color que sean, se da una inmensa transferencia de recursos públicos al sector privado bajo la excusa de la llamada “transición energética”, es hora de decir basta y denunciar la hipocresía del discurso del capitalismo verde que está destruyendo el territorio en interés exclusivo de los monopolios energéticos y burgueses subvencionados.

El diesel barato, que es el motor insustituible de esta dopada sociedad mercantil llamada a explotar la Naturaleza, llega a su fin y no hay manera de suplirlo. Reivindicar una gestión democrática y científicamente informada, al servicio del pueblo y no de las multinacionales, de los recursos energéticos y el medioambiente, es una tarea urgente en la que confluir diversas generaciones en defensa del Planeta y en contra del Capitalismo que lo destruye. Y esto solo es posible bajo un sistema de planificación al servicio de las necesidades de la mayoría social, a través de la construcción del socialismo.

No son ni mucho menos, todos los campos de intervención colectiva que con carácter de clase pueden desarrollarse. La lucha de las mujeres trabajadoras en contra de la doble esclavitud a la que son sometidas por la alianza del Patriarcado con el Capitalismo, o las reivindicaciones de la juventud obrera a la que el Sistema le niega el presente y el futuro, así como las reivindicaciones del movimiento vecinal de los barrios obreros, también son trincheras ineludibles de las reivindicaciones económicas y políticas inmediatas de nuestro Programa dirigido a la clase obrera y al conjunto del pueblo trabajador.

¡¡Manos a la obra!!

Fuente: https://diario-octubre.com/2023/01/01/2023-transformar-la-crisis-en-revolucion/

 

 

martes, 18 de octubre de 2022

PERSPECTIVA ECONÓMICA MUNDIAL

Escribe: Milciades Ruiz

La invasión rusa a Ucrania, ha evidenciado fragilidades estructurales en muchos países incluyendo el nuestro. Eso, nos obliga a pensar y obrar estratégicamente en cuanto al desarrollo nacional. Por nuestra dependencia sin soberanía, estamos atados y subordinados a las decisiones de países dominantes, que nos hacen pagar los costos de sus supremacías. Defender este sistema, es mucho más que masoquismo. Veamos.

PROYECCIONES DEL CRECIMIENTO MUNDIAL (FMI)


Como consecuencia de la intromisión de EE UU y su férula occidental en este conflicto, aplicando represalias a uno de los bandos y prestando ayuda bélica al otro, se ha generado un efecto contrario en los países intrusos que, sufren por ello, encarecimiento de sus condiciones de vida por inflación de precios en todos los rubros y estancamiento económico.

Según Moody's Analytics, los consumidores estadounidenses están gastando mensualmente, unos US$ 500 adicionales solo en alimentos, reduciendo su capacidad de compra en otros rubros, que caen en ventas e ingresos. No nos importaría si EE UU se hundiera solo. El asunto es que estamos atados a su hegemonía y nos arrastra, aunque no tengamos culpa alguna.

Por lo que hace EE UU, ahora compramos a precio duplicado el pan, fideos y todos los derivados de trigo. Pero lo mismo sucede con otros productos e insumos que, de allí, adquirimos: alimentos, medicinas, tecnologías, servicios y otros suministros encarecidos. Hay pues, un trasvase inflacionario de EE UU a nuestra economía.

La estrategia de EE UU y sus aliados contra Rusia, erosiona nuestra base alimentaria ocasionando desabastecimiento y encarecimiento de fertilizantes para la producción agraria. Suben los precios de los fármacos agropecuarios y demás insumos productivos primarios y agroindustriales, todo lo cual deteriora las condiciones de vida nacional.

Pero también sus aliados europeos sufren las consecuencias de esta intromisión hegemónica pues las represalias que aplican generan crisis energética por desabastecimiento que ellos mismos se infringen con su estrategia de efecto contrario. El presidente de Francia, Emmanuel Macron ya reconoció que, su país está "pagando cuatro veces más" por el gas estadounidense que la industria en EE.UU. Este país se beneficia a costa de sus aliados.

Por su parte, el pueblo francés en número de 140.000 aproximadamente, hizo marcha de protesta en París, contra el alto costo de la vida, participando más de 80 organizaciones políticas y gremiales. Alegan la pérdida del poder adquisitivo frente al aumento vertiginoso en los precios de la electricidad, alimentos, combustibles y servicios.

Pero todo es una cadena. Para combatir la inflación que ha generado contra sí mismo, el bloque dominante occidental, obliga a que los bancos centrales de reserva de los países involucrados, estén recurriendo a elevar tasas crediticias, encareciendo el dinero. Nuestro país también lo viene haciendo. Pero con ello, también se elevan costos crediticios y deudas contraídas. Las tasas de cambio en Europa, están a la baja.



La revista The Economist, da cuenta que dicha medida ha desplomado las cotizaciones de numerosas compañías estadounidenses y multinacionales, por falta de liquidez e insolvencia. El primero de ellos ya ha afectado a los fondos de pensiones británicos. En nuestro caso, los fondos AFP, en setiembre 2022, intensificó su caída al registrar pérdidas de hasta -9,08%, según información de la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP (SBS).

El dólar es la moneda comercial mundial. Si EE UU encarece el dólar, entonces produce devaluación de todas las monedas del mundo y los que más han sentido este problema han sido sus aliados. Según el FMI, el dólar se ha encarecido un 22% frente al yen, 13% frente al euro y 6% frente a las monedas de mercados emergentes. Nosotros también pagamos ese costo y el dólar ya bordea los cuatro soles pese al contrapeso que pone el BCR. Afecta todos los negocios e inversiones financiados a plazos y desalienta nuevos proyectos.

EE UU hace pagar sus culpas a todo Latinoamérica, a la que considerada su patio trasero. La situación es grave, sobre todo para los países endeudados, que tendrán que pagar un mayor costo, tal como se muestra en las proyecciones del gráfico siguiente.

AUMENTO DE LOS COSTOS DE ENDEUDAMIENTO PARA LATINOAMÉRICA (Tasa de fondos federales de EE.UU. por WEO Vintage. %)

Este desajuste, desacelera el crecimiento de nuestros países, pues los mayores costos de endeudamiento pesan sobre el crédito interno, el consumo privado y la inversión. El alza de tasas de interés, está empujando a la baja los precios de las materias primas, y será peor cuando todo el mundo entre en recesión. Se reducirán las exportaciones, el flujo de remesas a la región y el turismo.

Como sabemos, la gente de negocios no utiliza su propio dinero para los proyectos de inversión, sino el dinero ajeno acumulado en los bancos a un costo financiero calculado para obtener ganancias. El encarecimiento crediticio y de suministros desbarajusta el costo beneficio, haciendo perder rentabilidad que se traduce en morosidad y quiebra.

Pero también, los créditos de consumo bajan y la morosidad pone en riesgo el patrimonio personal por cobranza coactiva, embargos y otros castigos. Así, se van creando condiciones para la desaceleración económica en todos los negocios. La producción entonces decrece y, si baja en dos trimestres seguidos, técnicamente entramos en recesión. A menor producción, mayor problema social.

El encarecimiento crediticio retrae la circulación del dinero, dejando sin liquidez a los negocios. Se pierde capacidad de compra (demanda) de bienes y servicios, se despide personal, caen los ingresos, se vive en déficit, se truncan planes, aumenta la pobreza, la delincuencia y todo se derrumba poco a poco, si no hay recuperación. En la gran depresión de 1929, la recuperación en nuestro país, duro ocho años.

En suma, podríamos decir que estamos en riesgo severo por decisiones extranjeras y, si a eso agregamos los riesgos internos, tenemos entonces un panorama sombrío en el devenir. Pero como dice el refrán: “No hay mal que, por bien, no venga”, será el próximo gobierno el que tendrá que afrontar la cadena de problemas sociales derivados del derrumbe. Entonces, la derecha decaerá, haciendo crecer la izquierda.

Octubre 17.2022

 

Mayor información en https://wordpress.com/view/republicaequitativa.wordpress.com

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Atte. Milciades Ruiz

 

lunes, 16 de mayo de 2022

INFLACIÓN: LA COARTADA PERFECTA

 


Alfredo Apilanez

15 MAYO, 2022

 

“Los datos son negocios. Los datos son políticos. Y eso es particularmente pertinente en el caso de la inflación, porque las inflaciones son polémicas. Generan ganadores y perdedores. Por eso nos preocupamos por la inflación. Las cifras de inflación no son meramente descriptivas. Forman parte de la economía política del proceso que describen”

Adam Tooze

 

“Voy detrás de los niños todo el día apagando la luz y después de los dos facturones que llegaron en invierno, en marzo dije que no podíamos poner la calefacción. Hubo días de mucho frío, pero no la encendimos y le ponía al pequeño el pijama, el ‘body’ y el polar en casa porque es que si no, no llegábamos a la primavera. Nos ha roto el invierno”. La angustiosa declaración corresponde a Estefanía, una joven trabajadora con dos hijos cuya pareja está en paro.

Por primera vez en cuatro décadas, la inflación desbocada se ha convertido en los últimos meses en una de las preocupaciones dominantes en todos los ámbitos de la sociedad, afectando duramente a las capas más empobrecidas. La angustia de Estefanía no es ni mucho menos un hecho puntual. Según el propio BCE, el presunto guardián de la estabilidad de precios, la situación es grave, especialmente para las clases populares: “La alta inflación actual perjudica especialmente a los hogares con rentas más bajas porque los artículos con tasas de inflación muy altas, como la energía y los alimentos, constituyen una parte comparativamente grande de la cesta de consumo”.

El súbito encarecimiento del coste de la vida dificulta enormemente la subsistencia cotidiana de millones de personas en una economía global “pospandémica” aquejada de niveles inéditos de desigualdad y de tasas de pobreza impactantes. Una situación que puede devenir explosiva -una de las causas del inicio de la Primavera Árabe de 2011 en Túnez y Egipto fue la brusca elevación de los precios de los alimentos- en el depauperado y expoliado Tercer Mundo:

“El índice mundial de precios de los alimentos se encuentra en el nivel más alto jamás registrado. Golpea a los pueblos que viven en Oriente Medio y el Norte de África, una región que importa más trigo que ninguna otra. Incluso con las subvenciones del gobierno, los habitantes de Egipto, Túnez, Siria, Argelia y Marruecos gastan entre el 35% y el 55% de sus ingresos en alimentos”

Sin embargo, desde los cenáculos del poder se trata de transmitir una imagen de calma tensa: el discurso oficial afirma que se trata de un brote agudo pero transitorio, producto de una “tormenta perfecta” provocada por la “conjunción astral” de varios shocks exógenos, intensos pero fugaces: el súbito volcado al consumo de la demanda embalsada durante la parálisis pandémica (la tasa de ahorro de los hogares españoles se redujo en un 13% en el cuarto trimestre de 2021); la intensa dislocación de las cadenas de suministros generada por los recurrentes cuellos de botella en los flujos comerciales globales y la enorme convulsión en los suministros energéticos, minerales y alimentarios sobrevenida a raíz de la guerra en Ucrania. Ninguna conexión por tanto, según el relato dominante, entre la inflación disparada y la devastación ambiental o el agotamiento acelerado de los pilares energético-materiales de nuestra sociedad depredadora, ni tampoco con las graves falencias estructurales que afectan a la espasmódica reproducción de capital desde hace décadas. Se trata únicamente de un sobresalto, grave pero accidental, en el “imparable” retorno a la senda de crecimiento tras el shock pandémico. Los “cisnes negros” de la guerra y la pandemia serían los únicos culpables de la brusca aceleración de la inflación de precios y de los peligros que se ciernen sobre la ansiada “vuelta a la normalidad”: agudo empobrecimiento de la población, con el consiguiente riesgo de recesión debido a la contracción del consumo; endurecimiento de la política monetaria y subida inminente de los tipos de interés, incrementando el riesgo de un súbito colapso de la colosal montaña de la deuda global; pánico de los ahorradores y rentistas, que asisten impotentes a la depreciación de sus “capitalitos”, y el resto de jinetes del Apocalipsis que desencadena la “bestia” inflacionaria (”el peor de los males que puede aquejar a una sociedad”, Milton Friedman dixit).

Mientras tanto, los gestores de la fábrica de dinero -la cúspide del poder global, coronada por la Reserva Federal y su billete verde- contienen la respiración atribulados ante una coyuntura que genera la peor de las pesadillas a los celosos “guardianes de la estabilidad de precios”: el espectro de la inflación desbocada acechando por el horizonte. El desconcierto y los vaivenes son continuos y las nerviosas invocaciones a la transitoriedad y excepcionalidad del momento de las prudentes “palomas” se alternan con los amenazadores augurios de los “halcones”, partidarios de endurecer drásticamente la política monetaria, en una pugna simulada que no logra ocultar la incapacidad del discurso dominante de dar cuenta del inusitado fenómeno.

Michael Roberts describe la desorientación de la ortodoxia: “La teoría económica dominante está ‘desconcertada’. De hecho, el miembro de la junta del BCE Benoit Coeure comentó recientemente: ‘La teoría económica está luchando con la teoría de la inflación. Los agregados monetarios y el monetarismo han sido abandonados y con razón. Las explicaciones de holgura doméstica (la curva de Phillips) han sido atacadas pero todavía sobreviven mal que bien’. Y Janet Yellen, ex presidenta de la Reserva Federal de EEUU comentó: ‘Nuestro marco para comprender la dinámica de la inflación podría estar ‘mal definido’ de manera fundamental’”. Un botón de muestra del grado de sofisticación esotérica de la cruzada antiinflacionaria de los money makers lo representa el hecho de que la teoría dominante está basada principalmente en las evanescentes “expectativas de inflación”, es decir, en hipótesis especulativas sobre el comportamiento futuro de los agentes. Como resumía Ben Bernanke, gobernador de la FED en plena vorágine del cataclismo de 2008: «un prerrequisito esencial para controlar la inflación es controlar las expectativas de inflación». Estamos sin duda en buenas manos.

Tampoco es ajena a tamaño desconcierto la manifiesta impotencia de las herramientas habituales antiinflacionarias de la banca central -restricción de liquidez al sistema financiero y elevación brusca de los tipos de interés- ante la convulsa coyuntura actual. Con los precios de los alimentos y de la energía disparados por el shock de oferta agudizado por la guerra en Ucrania -al que no es en absoluto ajeno el peak everything de energía y materiales que se agrava vertiginosamente a medida que el capitalismo desbocado choca con los límites biofísicos del planeta- los cancerberos del capital financiero se debaten entre Escila y Caribdis: obedecer inmediatamente su sagrado mandato antiinflacionario, retirando la política monetaria expansiva implantada masivamente tras el shock pandémico, con el riesgo de provocar una aguda recesión -la política monetaria es totalmente ineficaz ante los shocks de oferta, incluso tiende a agravarlos al destruir miles de empresas zombis endeudadas hasta las cejas reduciendo la oferta de productos y servicios e incrementando los precios-, o esperar impávidos a que se calmen las aguas, apelando a la transitoriedad del fenómeno, sin tomar medidas demasiado drásticas para no truncar la ansiada recuperación mientras los índices de precios escalan a niveles intolerables. Como mandan los cánones, el capo di tutti capi de Wall Street ya ha marcado el camino a seguir emprendiendo con decisión el endurecimiento de la política monetaria. Su lacayo de Frankfort, siempre más premioso e indeciso, no tardará en seguir la misma senda. Recordemos que el único mandato del Banco Central Europeo es un objetivo de inflación alrededor de un 2% y la cifra mágica ha sido largamente desbordada en los últimos meses: actualmente se halla en un impactante 7,5%, récord histórico desde el inicio de la circulación de la moneda única en 2002, desbordando una vez más los sistemáticamente fallidos pronósticos de los gurús de la criatura de Frankfort.

Ante esta situación de emergencia permanente en la que se halla el capitalismo espasmódico y el cúmulo de confusionismo imperante, se agolpan los interrogantes:¿cuáles son las causas reales del desbocado aumento de los precios que presenciamos actualmente? ¿Se trata de un brote agudo pero breve o estamos ante un cambio de paradigma en relación con la época de inflación contenida de las últimas décadas? ¿Cuáles serían, en definitiva, las razones de fondo que subyacen a la proclamación de la “estabilidad de precios” como primer mandamiento de las políticas neoliberales y como objetivo prioritario de la política monetaria de la banca central moderna?

La coartada perfecta

«La inflación es una enfermedad, una peligrosa y a veces fatal enfermedad que, si no es controlada a tiempo, puede destrozar una sociedad»

Milton Friedman

«La inflación es como un ladrón en la noche»

William Mcchesney Martin, gobernador de la Reserva Federal

No existe concepto más neurálgico en el núcleo de la ideología económica dominante en el último medio siglo que el de la omnipresente lucha contra la inflación. El “ladrón en la noche” deviene el hilo conductor que recorre todos los estratos de la ortodoxia teórica y del discurso político y mediático de los, como le gustaba decir a Marx, «espadachines a sueldo» del capital.

En el capítulo titulado «¿Cómo curar la inflación?» de su exitosa serie televisiva «Libre para elegir», el gurú neoliberal Milton Friedman se recrea, apareciendo repetidas veces con la impresora de billetes en la cámara acorazada de la Reserva Federal, en la idea del dinero como stock, que se vuelca irresponsablemente a la economía por el gobierno despilfarrador provocando inflación –«el peor de los males»– y miseria rampantes. Recordemos asimismo la célebre metáfora de Marshall, uno de los padres fundadores de la ortodoxia económica, que representa la esencia de la superchería dominante acerca del dinero-lubricante, con funciones meramente circulatorias de facilitador de los intercambios: «Una máquina no puede funcionar a menos que se engrase, de lo que un novicio pudiera inferir que cuanto más aceite se ponga mejor funcionará, pero, en realidad, si se pone más aceite del necesario la máquina quedará obstruida».

A partir de esta concepción mitológica del dinero como mero lubricante de los intercambios -en realidad, el 95% del dinero circulante es deuda creada del puro aire por la banca privada para la financiación de la acumulación y de las colosales burbujas de activos-, la “teología” económica edifica un monumental corpus teórico en aras de legitimar la embestida furibunda contra el Welfare State y las condiciones de vida de la clase trabajadora del último medio siglo. El monetarismo de Friedman -”una maldición terrible, un conjuro de espíritus malvados”, en la horrorizada descripción de Nicholas Kaldor- es la pseudoteoría que sirve de legitimación al encarnizamiento terapéutico neoliberal y la cruzada inflacionaria deviene la coartada perfecta para aplicar manu militari las políticas impopulares necesarias para restablecer la tasa de ganancia del capital en los países centrales tras la crisis de los años 70. El golpe contra las finanzas públicas y la consumación del “austericidio” son los daños colaterales de la aplicación de los mandamientos supremos de la gobernanza neoliberal: la banca central “independiente” -que deja a los estados «soberanos» postrados a los pies de los caballos de los despiadados mercados financieros-; los ajustes fondomonetaristas, que aplicaron el torniquete de la deuda externa y el fórceps de la apertura de capitales a través del llamado Consenso de Washington contra los infortunados pueblos del Tercer Mundo, y, last but not least, la destrucción de los sindicatos de clase y de las organizaciones antagonistas del movimiento obrero fordista, en aras de exacerbar la sobreexplotación y la precarización laborales, imperiosamente necesarias para el abaratamiento de la fuerza de trabajo que exigía la pertinaz crisis de rentabilidad del capital.

Para comprender la obsesión inflacionaria es por tanto imprescindible leer el “subconsciente” al discurso dominante para percibir que no se trata en absoluto de un mero expediente técnico, cuya manipulación en manos de expertos es necesaria para restablecer los equilibrios económicos alterados, sino de la envoltura tecnocrática del ejercicio del poder de clase del capital en su época crepuscular. La continua invocación del miedo a la bestia inflacionaria ha sido, en definitiva, la coartada perfecta del modelo vigente, la excusa ideal para destruir la función redistributiva del Estado y para otorgar sustrato pseudocientífico al sacrosanto mandamiento de las políticas de austeridad y de la agresión antiobrera. Como en la fábula de «Pedro y el lobo», la continua apelación al espectro inflacionario -durante décadas, los oráculos de la banca central han errado sistemáticamente en sus intentos de alcanzar su sagrado “objetivo de inflación”- ha servido de coartada a la aplicación del encarnizamiento terapéutico neoliberal, pero cuando el “ladrón en la noche” ha hecho realmente acto de presencia con estrépito, los cancerberos de la estabilidad de precios estaban totalmente desprevenidos.

Moreno describe la agenda oculta del culto al tótem inflacionario:

«El control de la inflación ha sido la trampa del modelo económico vigente. Y, como muestra de ello, basta revisar los datos de la distribución del ingreso en todos los países que han seguido la norma: en todos se ha ampliado la brecha entre ricos y pobres, con la omnipresente coartada del cuidado de los precios».

Así pues, para comprender cabalmente el marco histórico-político en el que se desarrolla la cruzada inflacionaria es necesario abandonar las supercherías del discurso del capital y ampliar el foco para iluminar los procesos reales que propulsan la desigualdad y el empobrecimiento rampantes de las clases populares. ¿Realmente representa el brote inflacionario en curso el factor clave para explicar el deterioro del poder adquisitivo de las clases populares o existen otros ámbitos ocultos donde se desarrolla desde hace décadas la expropiación imparable de los medios de subsistencia de los que dependen únicamente de la venta de su fuerza de trabajo? O, dicho de otro modo, ¿qué es lo que ocultan y cuáles son las consecuencias reales de las políticas neoliberales aplicadas por la dirigencia capitalista con la coartada de la cruzada inflacionaria?

Las inflaciones ocultas

«Se trata de vendarnos los ojos y de suscitar el temor a la inflación para justificar el mantenimiento del “ejército de reserva”, arguyendo que se intenta evitar que los salarios inicien una espiral “salarios-precios”. Curiosamente, nunca se oye hablar de una “espiral renta-precios” ni de una “espiral intereses-precios”, aunque esos costos también se deben tener muy en cuenta al fijar los precios»

William Vickrey

Toda la “matraca” de la cruzada inflacionaria que presenciamos actualmente oculta en realidad las causas profundas de la espiral alcista de los precios de los productos básicos que sufre la clase trabajadora mientras mantiene al mismo tiempo en la penumbra los ámbitos donde realmente se desarrolla de forma más aguda desde hace décadas el deterioro de las condiciones de vida de las clases populares y la propulsión de la desigualdad social.

Hay dos graves omisiones que revelan la inconsistencia de las explicaciones ortodoxas de la inflación y de las políticas aplicadas para combatirla, desvelando asimismo su función meramente ideológica de cobertura pseudoteórica de las agresiones antiobreras de las políticas neoliberales: el papel neurálgico de la tasa de ganancia y las inflaciones «ocultas».

En primer lugar, se oculta sistemáticamente el papel clave de la tasa de beneficio -y con ella, del conflicto esencial del capitalismo entre comprador y vendedor de fuerza de trabajo- en la fijación de precios, más aun en los mercados oligopólicos que dominan los sectores productores de bienes y servicios básicos- v.gr. el aberrante sistema de fijación del precio de la electricidad en España, que ha provocado su desbocada escalada reciente-. A lo anterior se suman el papel de amplificador que tiene en la fijación del precio mundial de los alimentos y de las fuentes de energía el casino financiero y la creciente financiarización de los beneficios de las grandes multinacionales: «La baja rentabilidad en los sectores productivos de la mayoría de las economías ha estimulado el giro de las ganancias y la acumulación de efectivo de las empresas a la especulación financiera. El principal método utilizado por las empresas para invertir en este capital ficticio ha sido recomprar sus propias acciones». Las apuestas especulativas realizadas en los mercados de futuros y de commodities de Chicago y Londres, propulsadas por la inundación de liquidez de la política monetaria expansiva de los bancos centrales, disparan los precios de los bienes de los que depende la subsistencia de los parias de la tierra. Las abultadas cuentas de resultados de las grandes corporaciones, enfocadas en el reparto de suculentos dividendos y en el “retorno al accionista”, y las dimensiones mastodónticas del capital ficticio especulativo que fagocita aceleradamente la riqueza global son por tanto los culpables principales de la escalada de precios que amenaza con imposibilitar la subsistencia cotidiana de millones de desheredados de los frutos del bienestar capitalista.

Roberts estima en cerca de la mitad -otras estimaciones incluso lo superan- el peso del ascenso desorbitado de los beneficios empresariales tras la pandemia en el brusco incremento de la inflación que aqueja a la economía imperial: “Justo antes de la pandemia, en 2019, las corporaciones estadounidenses no financieras obtuvieron alrededor de un billón de dólares al año en beneficios, más o menos. Esta cantidad se había mantenido constante desde 2012. Pero en 2021, estas mismas empresas ganaron alrededor de 1,73 billones de dólares al año. Esto significa que el aumento de los beneficios de las empresas estadounidenses representa el 44% del aumento inflacionario de los costes. Sólo los beneficios de las empresas están contribuyendo a una tasa de inflación del 3% en todos los bienes y servicios en EEUU”. Estos precios acrecentados están por lo tanto asociados a la urgencia por recomponer la pérdida de rentabilidad acaecida durante la fulminante pero breve recesión provocada por la pandemia. Como resume Michel Husson: “La inflación resulta principalmente de la voluntad de las empresas de enderezar su tasa de beneficio si ella es inferior al nivel que desean».

Estamos ante el “elefante en la habitación” del discurso tecnocrático de la ideología dominante: la inflación no es un mero resultado aséptico de la interacción de factores objetivos -demanda de los consumidores, costes de producción, cantidad de dinero en circulación, etc.- sino la expresión palmaria del conflicto insoluble por la apropiación del excedente económico entre el trabajo y el capital. Y no parece necesario aclarar quién se lleva el gato al agua: la clave de la comprensión de la inflación y de las políticas para combatirla reside, en definitiva, en preguntarse quién está en condiciones de establecer precios -fijando por tanto el margen del que surge la rentabilidad del capital- en el capitalismo realmente existente. Estamos ante la pregunta “maldita” para la ortodoxia de la teoría económica burguesa. Astarita describe el núcleo de la ocultación: “todo está orientado para que un estudiante se reciba de economista sin haberse preguntado jamás de dónde y cómo surge la ganancia del capital. En última instancia, se trata de la ‘pregunta maldita’ para la economía política burguesa. Y al arte de este ocultamiento, se le llamará ciencia económica”.

La historia reciente demuestra fehacientemente lo anterior: la ardua y precaria recuperación de la tasa de ganancia tras la crisis de los años 70 se logró a través de la inflación de precios y de la agresión antiobrera perpetrada a lo largo del primer embate de las políticas neoliberales. La derrota absoluta de la clase trabajadora en los años 80 permitió que las tasas de ganancia aumentaran y que la inflación en los países centrales disminuyera en los años siguientes: “La caída de la inflación en las últimas décadas tuvo como telón de fondo una fuerte ofensiva del capital sobre la clase obrera y los movimientos populares (…) Esto es, incrementar el disciplinamiento del trabajo a la lógica del mercado y el capital, en respuesta a la crisis de sobreproducción y rentabilidad de los 1970. La reacción monetarista fue su expresión”.

Nicholas Kaldor desvela la agenda oculta tras la cruzada inflacionaria de los años setenta: «La subida de tipos de interés y los recortes brutales de gasto habían derrotado a la inflación reduciendo la demanda. Era pues la contracción en la producción y el empleo lo que había derrotado a la inflación. El control de la oferta monetaria y la lucha contra la inflación no eran más que unas convenientes cortinas de humo que daban una coartada ideológica para medidas tan antisociales».

Destacar el papel clave del conflicto de clases esencial al sistema de la mercancía en la fijación de precios proporciona asimismo la explicación del «misterio» de la ausencia absoluta de inflación tras la debacle financiera de 2008, cuando la tasa de beneficio se recuperó con la misma rapidez que actualmente y los bancos centrales insuflaron colosales manguerazos de liquidez a un sistema financiero exánime: la sobreexplotación laboral y el austericidio, que caracterizaron el embate del capital tras la crisis subprime, deprimieron el nivel salarial y engordaron el “ejército de reserva” sin necesidad de subir los precios. Josh Bivens aclara el agudo contraste entre los dos shocks:

“En recuperaciones anteriores, el crecimiento de la demanda interna fue lento y el desempleo fue elevado en las primeras fases de la recuperación. Esto llevó a las empresas a desesperarse por obtener más clientes, pero también les dio la ventaja en la negociación con empleados potenciales, lo que condujo a un crecimiento moderado de los precios y a la contención de los salarios. Esta vez, la pandemia disparó la demanda en los sectores duraderos y el empleo se recuperó rápidamente, pero el cuello de botella para satisfacer esta demanda en el lado de la oferta no fue en gran medida la mano de obra . En cambio, fue la capacidad de envío y otras carencias no laborales. Las empresas que tenían oferta disponible cuando se produjo el aumento de la demanda provocado por la pandemia tenían un enorme poder de fijación de precios frente a sus clientes”.

En resumen, mientras que tras el colapso de Lehman Brothers la rápida recuperación de la tasa de ganancia del capital se realizó a través del mecanismo clásico del aumento de la tasa de explotación, actualmente se ha producido principalmente mediante la inflación de precios en un entorno de fuerte aceleración de una economía global espasmódica.

La configuración descrita agudiza hasta extremos inauditos las contradicciones de la matriz de rentabilidad del capitalismo desquiciado. La propulsión de los niveles de desigualdad y de pobreza provocada por el torniquete de las políticas neoliberales genera una, potencialmente autodestructiva, contradicción en la capacidad de reproducción ampliada del capitalismo neoliberal: ¿Cómo puede mantenerse la tasa de ganancia del capital ante la intensa depresión del consumo de las masas que podrían provocar los lacerantes niveles de desigualdad y el empobrecimiento de amplias capas de la población? La respuesta es la clave de bóveda de la política del capital en el último medio siglo: la deuda a muerte y la inflación de activos -las inflaciones ocultas- son los ámbitos donde se extrae la parte del león de la ganancia del capital que mantiene la maquinaria depredadora en funcionamiento.

Tras el colapso de 2008, la maltrecha tasa de ganancia de las grandes corporaciones, financieras y no financieras, no se ha restablecido a través de la inflación de precios, como en la primera fase neoliberal de los años 70, sino a través de la inflación de activos y de la expansión descontrolada de la deuda y del castillo de naipes del casino financiero global. Sobreexplotación laboral y deuda «a muerte», por un lado, y capital ficticio desbocado, por el otro, representan por tanto las dos caras de la moneda de la aberrante matriz de rentabilidad del capitalismo desquiciado.

Roberts describe la estrecha conexión entre la inundación de liquidez en el casino financiero con el dinero fresco del rescate realizado por los bancos centrales tras la debacle de 2008 -la taumatúrgica QE, que significó el salvamento del sistema financiero global- y la agudización de la desposesión rentista de las clases populares mediante el incremento astronómico del precio de los activos financiero-inmobiliarios:

“Pero las tasas de inflación no aumentaron cuando los bancos centrales inyectaron trillones en el sistema bancario para evitar un colapso durante la crisis financiera mundial de 2008-9 o durante la pandemia de COVID. Todo ese crédito monetario procedente de la ‘flexibilización cuantitativa’ acabó siendo una financiación a coste casi nulo para la especulación financiera e inmobiliaria. La inflación tuvo lugar en los mercados de valores y de la vivienda, no en las tiendas”.

Tal configuración patológica del capitalismo actual desmiente de raíz el mito esparcido por doquier por los «espadachines a sueldo» del capital de que la inflación de precios es la mayor pesadilla de la banca y de los tiburones de las finanzas globales al deprimir los tipos de interés reales -la banca, como prestatario, sufriría graves pérdidas al depreciarse el valor del dinero de los préstamos con tipos de interés reales negativos, tras descontar la inflación desbocada al tipo nominal-.

Lo anterior es sin embargo una falacia que oculta los ámbitos reales donde se desarrolla el negocio cautivo y enormemente lucrativo de la fábrica de dinero en manos privadas. La rentabilidad de la banca -como demuestran las mareantes cifras de beneficios que obtiene sistemáticamente- no depende principalmente del diferencial de tipos de interés entre préstamos y depósitos sino de su papel neurálgico en el casino financiero global. Lapavitsas destaca el punto esencial de la transformación de la banca en un actor especulativo, el detonante del crack de 2008: «La banca tradicional contrasta con la banca titulizada, en tanto que la primera consiste en el negocio de hacer préstamos y contraer deudas y su principal fuente de financiación son los depósitos a la vista garantizados; mientras que la segunda consiste en el negocio de la colocación y reventa de los préstamos y su principal fuente de financiación son los acuerdos de recompra. Mientras que un pánico bancario tradicional equivale a una retirada masiva de depósitos, un pánico bancario de un banco titulizado equivale a la retirada masiva de acuerdos de recompra (repos)».

Las privatizaciones de servicios esenciales (agua, gas, electricidad, telecomunicaciones), características del masivo proceso de expropiación de los «comunes», financiado y promovido activamente por la banca privada, han representado asimismo otra enorme punción de la riqueza social, destinada a engrosar las cuentas de resultados de los oligopolios energéticos y de la gran banca: el incremento exponencial de los precios energéticos que presenciamos actualmente dispara los suculentos beneficios de la banca privada, accionista mayoritario de los mismos.

Y por si lo anterior fuera poco, el negocio bancario actual está garantizado por las políticas -totalmente ajenas al sacrosanto libre mercado competitivo- de salvamento permanente a cargo del banco central, el prestamista de última instancia, el mamporrero del sistema financiero privado, y por el privilegio exorbitante del monopolio de la financiación de los estados, fuente de pingües beneficios y pilar maestro de la completa amputación de la soberanía nacional. La fábrica de dinero privada no tiene por tanto que preocuparse demasiado por los bruscos vaivenes inflacionarios: su privilegiada posición, en la cúspide del gran capital corporativo, y su abultada cuenta de resultados están a buen recaudo.

La configuración anterior, profundamente rentista y parasitaria, de la matriz de rentabilidad del capitalismo realmente existente tiene un inicuo efecto en los ámbitos reales donde se desarrolla de forma cada vez más aguda la expropiación y el empobrecimiento de las clases trabajadoras: las inflaciones ocultas.

El desproporcionado crecimiento de los precios de los activos inmobiliarios -piedra miliar, a pesar de los desastres recientes, del modelo productivo de la piel de toro- no se refleja en absoluto en el índice de precios al consumo, al considerarse la vivienda, en las estadísticas de la contabilidad nacional, un bien de inversión: la acusada revalorización del mercado de los últimos años no sólo no es preocupante para los guardianes de la estabilidad de precios, sino que, bien al contrario, es una señal de la buena marcha de la economía a través del «efecto riqueza» que genera en el patrimonio de sus propietarios, que representan la mayoría silenciosa que sustenta el bloque dominante en el sistema partitocrático vigente. Sin embargo, los abultados intereses de las hipotecas sí son gasto puro, aunque no estén incluidos tampoco en el IPC al no ser etiquetados como gastos de consumo sino financieros. Marx se refería a esta extracción de rentas financiero-inmobiliarias como una explotación secundaria: “Trátase de una explotación secundaria, que discurre a la sombra de la explotación primaria, o sea, la que se realiza directamente en el mismo proceso de producción”. Para más inri, el gasto en alquiler (un 2,5% en la cesta de la compra que sirve de base para el cálculo del IPC) está enormemente infravalorado al ser abrumadoramente mayoritario –un 80% del total– en España el parque de vivienda en propiedad. La subida del 40% del alquiler en las grandes ciudades españolas en el último lustro, que afecta agudamente a la subsistencia cotidiana de las capas más humildes de la clase trabajadora, sólo se refleja de forma mínima en el IPC. Por lo tanto, el principal ámbito de desposesión y expropiación financiera de las clases populares resulta totalmente ignorado por los «guerreros de la inflación». No se trata obviamente de un hecho casual: no se ve lo que no se quiere mirar.

En palabras de Michael Hudson, «se trata de convertir a la economía toda en una enorme colección de puestos de peaje», a mayor gloria de la profusa provisión de rentas encauzada hacia los que «se enriquecen mientras duermen». Las crecientes cargas financieras derivadas de las astronómicas deudas pública y privada representan asimismo un ámbito oculto de expropiación de riqueza real de las clases populares a través de los precios inflados de los bienes y servicios, debido a los abultados flujos de intereses sufragados por los productores. Una máquina de succión que potencia las elevadísimas cotas que alcanza actualmente la desigualdad social: se estima que únicamente el decil superior de las escalas de renta y de riqueza patrimonial percibe ingresos netos de intereses y demás rentas financieras, mientras que el 90% restante son pagadores netos –incluso los que no tienen ningún producto financiero ni crédito bancario-. La inflación de rentas inmobiliarias, los masivos costes financieros sufragados y la privatización absoluta de todos los ámbitos decisivos para la subsistencia cotidiana de las clases populares han sido desde hace medio siglo los mecanismos de extracción de riqueza de abajo hacia arriba que han desembocado en el actual panorama de desigualdad y pobreza rampantes. Todo ello, ni que decir tiene, con la entusiasta bendición de los aguerridos guerreros contra la inflación.

Así pues, más allá del omnipresente debate acerca de si el brote inflacionario actual es temporal o duradero, o incluso de si estamos en la antesala de un periodo de deflación por la reducción del consumo y la depresión inducida que desencadenará el brusco giro de la política monetaria de la fábrica de dinero, lo realmente relevante es que la matriz de rentabilidad del capitalismo desquiciado seguirá extrayendo caudalosos flujos de la expropiación financiera y rentista de las clases populares a través de las inflaciones ocultas y de la sobreexplotación laboral, absorbiendo a borbotones la escasa porción de la riqueza social recibida por quienes se ganan el pan con el sudor de su frente. Por lo tanto, resulta perentorio disipar las cortinas de humo de los espadachines a sueldo del capital, cuyas cínicas apelaciones a la excepcionalidad de los agudos conflictos actuales y su ilusoria confianza en la posibilidad de la ansiada vuelta a la normalidad, no son más que cantos de sirena que pretenden ocultar el hecho desnudo de que sólo la superación de este modo de organización de la vida humana depredador y suicida permitirá la consecución de un orden social racional en un planeta habitable.

Fuente: https://trampantojosyembelecos.wordpress.com/2022/05/15/inflacion-la-coartada-perfecta/#more-2756